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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

22 enero 2013

Cruel Capitulo 14


CAPÍTULO 14
 A Elena   se le detuvo el corazón. Y el tiempo se paró.
—¿Qué has dicho?
Damon  estaba quieto como una estatua.
—He dicho que es lo mínimo que puedo hacer por la mujer que amo.
—No... —dijo sacudiendo la cabeza, y sintiéndose como si el mundo estuviera derrumbándose a su alrededor.
—Sí. Me he enamorado de ti. Y desde el momento en que me alejé de ti aquella mañana en Londres, no he podido sacarte de mi cabeza. Habría buscado cualquier excusa para volver a tu lado. No tengo derecho a mantenerte aquí cuando lo que siempre has deseado ha sido tu libertad. No seré un tirano como tu hermano. Tienes el poder de vengarte de mí, Elena... si te vas. Me parecía justo decírtelo para que pudieras recibir alguna satisfacción. Pero si tu corazón te animara a quedarte y a darle a este matrimonio una oportunidad... me harías el hombre más feliz del mundo.
Elena no tenía ninguna duda de que él se sentía culpable por lo del bebé, de que estaba culpándose por haber desconfiado de ella, pero ¿cómo podría sobrevivir si ahora se dejaba caer en sus brazos para ver cómo, en cuestión de meses o semanas, se cansaba de ella? Había sido un playboy hasta que la había conocido.
Sacudió la cabeza y, al hacerlo, vio el rostro de Damon  ensombrecerse, pero se dijo que estaba tomando la decisión correcta.... aunque no se lo pareciera.
—Tienes razón. Lo que siempre he querido ha sido ser libre y, si estás dispuesto a dejarme marchar... me gustaría hacerlo —su corazón se contrajo de dolor, pero se recordó que estaba protegiéndose a sí misma. No sería capaz de soportar más dolor ni más sufrimiento y, si se quedaba, eso era lo único que obtendría.
—Por supuesto, si eso es lo que deseas, Tommaso te llevará al aeropuerto en una hora. Haré que recojan tus cosas y te las envíen. Te dejaré decidir en lo que respecta a nuestro matrimonio. He destruido el acuerdo, así que, aunque decidas separarte, no te faltará de nada. Lo único que te pido es que lo pienses bien antes de tomar la última decisión.
Si Elena necesitaba una señal, ahí la tenía: él ni siquiera había intentado convencerla para que cambiara de opinión. Al no poder articular palabra, simplemente asintió y después, antes de romperse en dos, salió del despacho.


Una hora después estaba esperando en las escaleras a que Tommaso volviera con el todoterreno. Oyó un ruido detrás y se giró; era Salvatore, e inmediatamente se sintió hundida.
—Lo siento —Le dijo con lágrimas en los ojos. El hielo que había cubierto su corazón se estaba derritiendo.
—¿Qué sientes? Tienes que hacer lo que tienes que hacer.
—Gracias por entenderlo.
Tommaso detuvo el coche en la puerta, y Elena se agachó para besar a Salvatore en las mejillas. Él le agarró la mano y le dijo:
—No creo que lo sepas, Elena, pero Damon  no había vuelto a esta casa desde que se marchó cuando tenía diecisiete años. Y aun así te ha traído aquí porque creo que sabía que, por primera vez, estaba dispuesto a volver a arriesgar su corazón.
Se vio tentada a ir a buscarlo, a preguntarle, pero tenía que ser fuerte porque al final, pasara lo que pasara, acabaría con el corazón destrozado.
Tenía que marcharse. Inmediatamente.
—Lo siento, Salvatore —y con esas palabras subió al coche y giró la cabeza para que él no la viera llorar mientras se alejaba.


Cuando estaban llegando al aeropuerto y se disculpó ante Tommaso por pedirle que diera la vuelta, el hombre no pareció sorprendido. Y cuando le pidió que se detuviera en Titanos y salió de una pequeña boutique vestida con un sencillo vestido de tirantes blanco estampado con pequeñas margaritas, el hombre no dijo nada.
La villa estaba en silencio cuando regresaron y en ese momento creyó a Salvatore, que en una ocasión le había dicho que hacía mucho tiempo que allí no se respiraba alegría. Se juró en silencio que haría todo lo que pudiera por cambiar eso, pero primero...
Respiró hondo y abrió la puerta del despacho de Damon. Él estaba junto a la ventana, con las manos en los bolsillos, y se le veía tenso.
Cuando se giró y la vio allí, en la puerta y con ese vestido blanco, le pareció estar viendo un espejismo. Tenía que serlo. Parecía un ángel. No podía ser real.
Pero entonces ella comenzó a caminar hacia él y se puso de puntillas para rodearlo por el cuello y decirle:
—Siento haberme ido.... pero tenía miedo —lo miró con los ojos llenos de lágrimas. —No soy libre sin ti, Damon. Tú eres mi libertad.
Su dulce aroma lo envolvió y le dijo que era real. Elena había vuelto a él vestida de blanco.
—Oh, Elena... —la abrazó tan fuerte que ella apenas podía respirar y hundió su cabeza entre su cuello y su pelo. La besaba mientras le susurraba: —La única razón por la que antes no he hecho nada es porque sabía que, si te tocaba, jamás podría dejarte marchar y después me odiarías por no haberte dado la oportunidad de irte. Pero no sabes lo duro que ha sido estar aquí y pensar que ibas a subir a ese avión... incluso he pensado en emborracharme para evitar salir detrás de ti y traerte de vuelta.
—No he podido hacerlo —dijo ella mientras buscaba su boca para besarlo. —Dejar la isla, dejarte, era demasiado.
Se besaron como si fuera la primera vez, como si hubieran estado años separados y cuando finalmente se apartaron, ella lo miró y sonrió.
—Damon... Damon... te quiero tanto...
Él sonrió también y su cuerpo se excitó ante la mirada inocentemente sexual que vio en sus ojos, ante la suavidad de su cuerpo. Le rodeó la cara con las manos y, con voz temblorosa, le preguntó:
—¿Te casarás conmigo otra vez, Elena? Aquí, en el jardín, delante de las personas que queremos... para que pueda demostrarte lo mucho que te amo y que te necesito...
—¡Claro que me casaré contigo! Una y otra vez, si quieres —y acercó la boca a la suya para robarle el alma con el más dulce de los besos.


Era de noche cuando Elena se despertó lentamente. En ese momento de media ensoñación tuvo una momentánea sensación que le hizo abrir los ojos de repente para ver a Damon  a su lado, mirándola con gesto serio.
—Elena, nunca volveré a dejarte como lo hice aquella noche. Por eso nunca querías quedarte conmigo en la cama, ¿verdad? Temías que al despertar, esa mañana volviera a repetirse...
Elena asintió tímidamente y él la besó con intensidad, para demostrarle su amor, su devoción por ella.
—Siento haberte hecho daño.
—Pues no lo sientas. Ahora tenemos una segunda oportunidad.
Damon  acarició su vientre desnudo.
—¿Crees que esa segunda oportunidad podría incluir intentar tener otro bebé?
—No tienes que decirlo sólo porque...
—No, pero me alegraría que sucediera cuando tú estés preparada.
—Creo que con la facilidad que tenemos para quedarnos embarazados, puede que incluso ya lo estemos.... pero por si acaso, no tiene nada de malo intentarlo de nuevo...


Seis semanas después, volvieron a casarse en una ceremonia sencilla en el jardín de la villa con el centelleante Mediterráneo como testigo. Matt Barny y Simon habían viajado desde Inglaterra para estar con Elena.
Recorrió descalza el pasillo de hierba del brazo de Matt vestida con un traje sin tirantes de seda color crema que le caía sobre los tobillos. Su melena suelta, adornada con peonías, le caía sobre la espalda y no llevaba joyas a excepción de los pendientes de diamante que su marido le había regalado el día antes. Damon  contuvo las lágrimas al verla acercarse a él; nunca en su vida había visto una imagen tan maravillosa.
Él también estaba descalzo y llevaba unos pantalones negros y una camisa blanca abierta en el cuello. Sus ojos no rompieron el contacto ni un segundo y, cuando llegó el momento del beso, después de intercambiar los votos, Damon  le tomó la cara entre las manos y, antes de rozar sus labios, le susurró:
—Juro amarte siempre y besarte tanto como me sea posible, señora Salvatore.
Elena contuvo las lágrimas y sonrió nerviosa.
—Bien. Pues date prisa y bésame, señor Salvatore —y lo hizo durante un largo, largo rato... hasta que los invitados comenzaron a aplaudir, a reír y a suplicarles finalmente que pararan para poder seguir con la celebración.

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