CAPÍTULO
14
A
Elena se le detuvo el corazón. Y el tiempo se paró.
—¿Qué
has dicho?
Damon estaba quieto como una estatua.
—No...
—dijo sacudiendo la cabeza, y sintiéndose como si el mundo estuviera
derrumbándose a su alrededor.
—Sí.
Me he enamorado de ti. Y desde el momento en que me alejé de ti aquella mañana
en Londres, no he podido sacarte de mi cabeza. Habría buscado cualquier excusa
para volver a tu lado. No tengo derecho a mantenerte aquí cuando lo que siempre
has deseado ha sido tu libertad. No seré un tirano como tu hermano. Tienes el
poder de vengarte de mí, Elena... si te vas. Me parecía justo decírtelo para
que pudieras recibir alguna satisfacción. Pero si tu corazón te animara a
quedarte y a darle a este matrimonio una oportunidad... me harías el hombre más
feliz del mundo.
Elena
no tenía ninguna duda de que él se sentía culpable por lo del bebé, de que
estaba culpándose por haber desconfiado de ella, pero ¿cómo podría sobrevivir
si ahora se dejaba caer en sus brazos para ver cómo, en cuestión de meses o
semanas, se cansaba de ella? Había sido un playboy hasta que la había conocido.
Sacudió
la cabeza y, al hacerlo, vio el rostro de Damon
ensombrecerse, pero se dijo que estaba tomando la decisión correcta....
aunque no se lo pareciera.
—Tienes
razón. Lo que siempre he querido ha sido ser libre y, si estás dispuesto a
dejarme marchar... me gustaría hacerlo —su corazón se contrajo de dolor, pero
se recordó que estaba protegiéndose a sí misma. No sería capaz de soportar más
dolor ni más sufrimiento y, si se quedaba, eso era lo único que obtendría.
—Por
supuesto, si eso es lo que deseas, Tommaso te llevará al aeropuerto en una
hora. Haré que recojan tus cosas y te las envíen. Te dejaré decidir en lo que
respecta a nuestro matrimonio. He destruido el acuerdo, así que, aunque decidas
separarte, no te faltará de nada. Lo único que te pido es que lo pienses bien
antes de tomar la última decisión.
Si
Elena necesitaba una señal, ahí la tenía: él ni siquiera había intentado
convencerla para que cambiara de opinión. Al no poder articular palabra,
simplemente asintió y después, antes de romperse en dos, salió del despacho.
Una
hora después estaba esperando en las escaleras a que Tommaso volviera con el
todoterreno. Oyó un ruido detrás y se giró; era Salvatore, e inmediatamente se
sintió hundida.
—Lo
siento —Le dijo con lágrimas en los ojos. El hielo que había cubierto su
corazón se estaba derritiendo.
—¿Qué
sientes? Tienes que hacer lo que tienes que hacer.
—Gracias
por entenderlo.
Tommaso
detuvo el coche en la puerta, y Elena se agachó para besar a Salvatore en las
mejillas. Él le agarró la mano y le dijo:
—No
creo que lo sepas, Elena, pero Damon no
había vuelto a esta casa desde que se marchó cuando tenía diecisiete años. Y
aun así te ha traído aquí porque creo que sabía que, por primera vez, estaba
dispuesto a volver a arriesgar su corazón.
Se
vio tentada a ir a buscarlo, a preguntarle, pero tenía que ser fuerte porque al
final, pasara lo que pasara, acabaría con el corazón destrozado.
Tenía
que marcharse. Inmediatamente.
—Lo
siento, Salvatore —y con esas palabras subió al coche y giró la cabeza para que
él no la viera llorar mientras se alejaba.
Cuando
estaban llegando al aeropuerto y se disculpó ante Tommaso por pedirle que diera
la vuelta, el hombre no pareció sorprendido. Y cuando le pidió que se detuviera
en Titanos y salió de una pequeña boutique vestida con un sencillo vestido de
tirantes blanco estampado con pequeñas margaritas, el hombre no dijo nada.
La
villa estaba en silencio cuando regresaron y en ese momento creyó a Salvatore,
que en una ocasión le había dicho que hacía mucho tiempo que allí no se
respiraba alegría. Se juró en silencio que haría todo lo que pudiera por
cambiar eso, pero primero...
Respiró
hondo y abrió la puerta del despacho de Damon. Él estaba junto a la ventana,
con las manos en los bolsillos, y se le veía tenso.
Cuando
se giró y la vio allí, en la puerta y con ese vestido blanco, le pareció estar
viendo un espejismo. Tenía que serlo. Parecía un ángel. No podía ser real.
Pero
entonces ella comenzó a caminar hacia él y se puso de puntillas para rodearlo
por el cuello y decirle:
—Siento
haberme ido.... pero tenía miedo —lo miró con los ojos llenos de lágrimas. —No
soy libre sin ti, Damon. Tú eres mi libertad.
Su
dulce aroma lo envolvió y le dijo que era real. Elena había vuelto a él vestida
de blanco.
—Oh,
Elena... —la abrazó tan fuerte que ella apenas podía respirar y hundió su
cabeza entre su cuello y su pelo. La besaba mientras le susurraba: —La única
razón por la que antes no he hecho nada es porque sabía que, si te tocaba,
jamás podría dejarte marchar y después me odiarías por no haberte dado la
oportunidad de irte. Pero no sabes lo duro que ha sido estar aquí y pensar que
ibas a subir a ese avión... incluso he pensado en emborracharme para evitar
salir detrás de ti y traerte de vuelta.
—No
he podido hacerlo —dijo ella mientras buscaba su boca para besarlo. —Dejar la
isla, dejarte, era demasiado.
Se
besaron como si fuera la primera vez, como si hubieran estado años separados y
cuando finalmente se apartaron, ella lo miró y sonrió.
—Damon...
Damon... te quiero tanto...
Él
sonrió también y su cuerpo se excitó ante la mirada inocentemente sexual que
vio en sus ojos, ante la suavidad de su cuerpo. Le rodeó la cara con las manos
y, con voz temblorosa, le preguntó:
—¿Te
casarás conmigo otra vez, Elena? Aquí, en el jardín, delante de las personas
que queremos... para que pueda demostrarte lo mucho que te amo y que te
necesito...
—¡Claro
que me casaré contigo! Una y otra vez, si quieres —y acercó la boca a la suya
para robarle el alma con el más dulce de los besos.
Era
de noche cuando Elena se despertó lentamente. En ese momento de media
ensoñación tuvo una momentánea sensación que le hizo abrir los ojos de repente
para ver a Damon a su lado, mirándola
con gesto serio.
—Elena,
nunca volveré a dejarte como lo hice aquella noche. Por eso nunca querías
quedarte conmigo en la cama, ¿verdad? Temías que al despertar, esa mañana
volviera a repetirse...
Elena
asintió tímidamente y él la besó con intensidad, para demostrarle su amor, su
devoción por ella.
—Siento
haberte hecho daño.
—Pues
no lo sientas. Ahora tenemos una segunda oportunidad.
Damon acarició su vientre desnudo.
—¿Crees
que esa segunda oportunidad podría incluir intentar tener otro bebé?
—No
tienes que decirlo sólo porque...
—No,
pero me alegraría que sucediera cuando tú estés preparada.
—Creo
que con la facilidad que tenemos para quedarnos embarazados, puede que incluso
ya lo estemos.... pero por si acaso, no tiene nada de malo intentarlo de
nuevo...
Seis
semanas después, volvieron a casarse en una ceremonia sencilla en el jardín de
la villa con el centelleante Mediterráneo como testigo. Matt Barny y Simon habían
viajado desde Inglaterra para estar con Elena.
Recorrió
descalza el pasillo de hierba del brazo de Matt vestida con un traje sin
tirantes de seda color crema que le caía sobre los tobillos. Su melena suelta,
adornada con peonías, le caía sobre la espalda y no llevaba joyas a excepción
de los pendientes de diamante que su marido le había regalado el día antes. Damon contuvo las lágrimas al verla acercarse a él;
nunca en su vida había visto una imagen tan maravillosa.
Él
también estaba descalzo y llevaba unos pantalones negros y una camisa blanca
abierta en el cuello. Sus ojos no rompieron el contacto ni un segundo y, cuando
llegó el momento del beso, después de intercambiar los votos, Damon le tomó la cara entre las manos y, antes de
rozar sus labios, le susurró:
—Juro
amarte siempre y besarte tanto como me sea posible, señora Salvatore.
Elena
contuvo las lágrimas y sonrió nerviosa.
—Bien.
Pues date prisa y bésame, señor Salvatore —y lo hizo durante un largo, largo
rato... hasta que los invitados comenzaron a aplaudir, a reír y a suplicarles
finalmente que pararan para poder seguir con la celebración.
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