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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

19 febrero 2013

Dolor y Amor Capitulo Final


Capítulo 12
Elena subió las escaleras en una nube de dolor. ¿Por qué había permitido Damon que Caroline se quedase?
Se detuvo frente a la puerta del dormitorio, cons­ciente de que no podía entrar y enfrentarse a los recuer­dos. Se dio la vuelta y bajó las escaleras.
Fue al garaje y se sentó al volante del primer coche que encontró con las llaves puestas. Era un Mercedes, un vehículo grande para lo que ella estaba acostumbra­da, pero no le importaba. Tenía que marcharse de allí.
El guarda de seguridad le hizo un gesto para que se detuviera tras abrir la verja. Damon y su padre habían in­sistido en que Renata y ella no salieran de casa sin es­colta, pero Elena no quería compañía. De ningún tipo.
Condujo por la ciudad hasta que se encontró cerca del Duomo. El recuerdo de la vez que Damon la llevó allí la hizo parar. Encontró un sitio, lo cual ya fue bastante sorprendente, aparcó y se dirigió a la enorme catedral.
Ya no era una niña, pero estaba dolida y aquel enor­me lugar le resultó tan reconfortante como cuando era pequeña. Ella necesitaba la paz que encontró dentro de la inmensa obra de arquitectura. Sus pasos la llevaron inconscientemente hasta la roseta, el lugar al que la lle­vó Damon aquel día para decirle que podía hablar con su madre, y que aunque ella estuviera en el cielo, podría oírla.
¿Fue ese el día que empezó a amar a Damon?
No lo identificó como amor sexual hasta los quince años, pero Damon siempre había sido la piedra angular de su vida. El único hombre al que había deseado entre­garse, con el que había deseado casarse. Pero él no se había fijado en ella hasta el momento del accidente, cuando su egoísta prometida lo dejó en la estacada.
Elena se apoyó contra una columna, dejándose empapar por la misma paz que tantos peregrinos habían sentido antes que ella. Damon era suyo, pero ¿por cuánto tiempo?
Tras pasar casi veinticuatro horas en la cama con él, se negaba a pensar otra cosa que lo que él le había de­mostrado: que era una mujer deseable a sus ojos.
Eso no quería decir que la amase, pero tampoco in­dicaba la falta de sentimiento.
Pero había dejado que Caroline se quedara.
El día anterior él le había dicho que se había sentido seguro probando su virilidad con ella, porque lo amaba. ¿Significaba eso que la había utilizado para saber si po­dría volver con Caroline completo? Sólo imaginarlo hizo que le fallaran las rodillas.
Pero Damon no era así, y ella lo sabía. ¿Por qué ima­ginaba todo aquello?
-Sabía que te encontraría aquí, tesoro.
-¿Qué estás haciendo aquí?
Su expresión era sombría.
-Buscar a mi mujer huida.
-No huí -dijo ella, recostándose sobre la columna.
-No hiciste que te acompañara un guardaespaldas. Saliste en coche sola fuera de la casa, a pesar de que los guardias de seguridad intentaron detenerte.
-Quería estar sola -eso no era un pecado.
Él sacudió la cabeza.
-Eso no está bien.
-No puedes dirigir todos mis movimientos.
-Ni lo pretendo.
-Entonces, ¿por qué estás aquí?
-Porque tú estás aquí.
-Dejaste que Caroline se quedara en la casa -acusó ella.
-Tenía cosas que decirle -ella lo miró de refilón sin decir nada-. ¿No quieres saber lo que le dije?
-No -no quería saber si aún sentía algo por su ex prometida.
-¿Cómo puedes dudar de mí después de lo de ayer? -preguntó él en tono cada vez más irritado.
Ella lo miró con cara acusadora.
-Compartimos nuestros cuerpos. Según Caroline, eso no es nuevo para ti.
-Compartimos nuestras almas, y eso, esposa mía, es algo que nunca había hecho con ninguna otra mujer.
Ella deseaba creerlo con todas sus fuerzas. Las lá­grimas le quemaban los ojos y le dolía la garganta.
-¿Sí?
-Sí.
No pudo contener las lágrimas y se volvió para que no la viera, pero no encontró la paz que buscaba. El do­lor la embargaba y los sollozos no se hicieron esperar.
Él la tomó por los hombros.
-No te hagas esto a ti misma. No podemos cambiar el pasado.
Ella se giró, apartándole las manos. Se sentía como un animal herido, deseoso de huir.
-No me toques.
-¿No se supone que con el amor llega el perdón?
¿Perdón? ¿Por qué? ¿esperaba que lo perdonase por no amarla? No era una cuestión de perdonar, sino de aceptar.
-No sé si puedo -dijo, casi hablando para sí misma.
-No te dejaré ir, esposa mía. Eres mía.
-Nunca he deseado pertenecer a nadie más.
-¿Y por qué me dices que no te toque?
-Estoy dolida.
-Apartarte de mí no mejorará las cosas.
Ella sintió sobrevenir otro sollozo y él la tomó en brazos.
-Ven, cara. Vamos a casa para poder hablar con tranquilidad.
-¿Dónde está mi casa? -dijo, pensando en la cara de satisfacción de Caroline cuando ella salió de la sala.
-Donde yo esté -su voz vibró y su boca la buscó para besarla casi dolorosamente.
Ella respondió con la pasión desatada de la angus­tia, sin tener en cuenta el lugar donde estaba hasta que oyó a un niño preguntarle a su madre que qué estaban haciendo ese hombre y su novia.
-Damon, bájame -dijo, pensando en los turistas que les miraban.
-No -dijo él, lleno de rabia.
¿Por qué estaba tan enfadado?
-Piensa en tus piernas... es demasiado pronto -po­día hacerse daño.
-¿Te preocupas por mí? -dijo, y su ira pareció cal­marse.
-Sí.
-¿No estás intentando apartarme de ti de nuevo?
Ella suspiró, abrazándole el cuello.
-No puedo.
Él asintió, sin rastro ya de enfado. Divertido y orgu­lloso, se giró y le dijo al niño:
-No es mi novia, es mi mujer.
Mientras su madre enrojecía, el niño le respondió despreocupado:
-Ya.
Damon guiñó un ojo y se dirigió a la salida. Aún no la había dejado en el suelo.
-Damon...
-Te he dicho que no te iba a bajar. Si sólo cuando te tengo entre mis brazos puedo mantenerte conmigo, ¡prepárate para pasar los cincuenta años siguientes en mi compañía! -las palabras que debían sonar como una broma parecían más una amenaza muy real.
No dijo nada mientras la llevaba hasta una limusina que les esperaba fuera. El chófer abrió la puerta y Damon la bajó para que subiera al coche. Una vez dentro, la atrajo hasta su regazo.
-¿Y el coche? -no podían dejarlo allí.
-Dile a Pietro dónde lo dejaste y él lo recogerá.
Así que le dijo al guardaespaldas dónde estaba y le dio las llaves, sin que el posesivo Damon la soltase ni un instante.
Ella lo miró a los ojos y vio en sus profundidades plateadas emociones que le aterraba nombrar.
-¿Por qué no echaste a Caroline?
La mano que tenía colocada sobre su muslo se mo­vió buscando provocarla con su caricia.
-Lo hice.
-Pero...
-Vino a nuestra casa y se atrevió a molestarte, cara. Pude verlo en tus preciosos ojos verdes y en la rigidez de tu cuerpo.
-Pero... -seguía sin entenderlo- ¿por qué dejaste que se quedase?
-Tenía que hacerle saber que no toleraría que se in­miscuyese en mi vida ni en la de mi familia, que, si volvía a hacerte daño, tendría que responder ante mí. Ya me conoce. Nos dejará tranquilos.
-¿La echaste?
-Sí. Apenas había tenido tiempo de decirle lo que quería cuando el personal de seguridad vino a decirme que mi mujer acababa de huir.
-No huí -dijo ella, sintiéndose culpable.
-Sí lo hiciste.
No se molestó en recordarle que lo que quería era estar sola y pensar.
-¿A donde vamos?
-A casa, cara. Tal vez a la cama...
Estuvo a punto de caer en la tentación de su voz, pero deseaba algo más que saciar su deseo físico.
-No me refiero a eso.
Él suspiró.
-No puedo obligarte a quedarte si quieres marcharte -su fuerte abrazo no corroboraba sus palabras.
-¿Y si no quiero marcharme?
-Seré el hombre más feliz del mundo.
-No me querías cuando nos casamos.
-Estabas conmigo cuando salí del coma.
Aquello no venía a cuento, pensó ella.
-Sí.
-Fueron tus palabras, tu voz, la que me devolvió a la vida.
Ella se mordió un labio. ¿Había sido así?
-No lo sé. Tal vez fuera el momento.
-No, tesoro. No fue eso. ¿Sabes cómo lo sé?
Ella sacudió la cabeza.
-Recuerdo lo que me dijiste. Me dijiste que me amabas.
Podía haberlo adivinado.
-Aunque no me creas, es verdad. Te oí y me desper­té.
-No podía soportar la idea de un mundo sin ti -dijo, colocándole la mano sobre el corazón, aunque ahora no necesitara una confirmación de su vitalidad.
-Supe desde que me desperté que me amabas, y eso me dio vida cuando había muy poca dentro de mí.
-Pero tú no me quieres. Sólo dijiste que te importa­ba -incluso pronunciar esas palabras era doloroso.
-¿Y cuando te importa alguien no lo quieres?
-¿Qué quieres decir? -la esperanza estaba empe­zando a abrirse en su corazón como una rosa al sol.
-¿Cómo podrías traerme de vuelta de una muerte en vida si no hubiera amor en mi corazón para corresponderte?
Ella sacudió la cabeza, aterrada por creerlo.
-Al principio no me di cuenta y quise seguir como antes... por seguridad.
-Caroline.
-Sí. A ella sólo le importaba mi dinero.
-Y tu cuerpo.
-Sin amor sólo es eso. Un cuerpo. Pero para ti sólo existo yo, ¿verdad?
-Sí.
-¿Nunca te preguntaste por qué quise casarme antes de salir de Nueva York?
Claro que sí, pero toda su boda había sido un des­propósito.
-No entendí nada de aquello. Ni que te quisieras ca­sar conmigo, ni que todo fuera tan rápido.
-No quería arriesgarme a perderte y sabía que te comprometerías seriamente. Te deseaba, pero no estaba dispuesto a admitir que te amaba. Habría recibido mi merecido si hubieras preferido a Stefan, como temía.
-¿Pensabas que quería a tu hermano? -¿acaso esta­ba ciego? Siempre había pensado que el enfado de Damon por el tiempo pasado con su hermano respondía a un orgullo posesivo, no a un miedo real-. Pero si nunca flirteé con él...
-Pero él sí contigo -al recordarlo no pudo evitar una oleada de rabia.
-Pero me dijiste que no me querías —recordó ella, aún incapaz de creer.
-Rompí con Caroline en Nueva York.
-¿Qué?
-Le dije que no me quería casar con ella porque un duendecillo de ojos verdes me visitaba en sueños, y se enfrentaba a mí de un modo que ninguna otra mujer osaría.
-¿Rompiste con ella por mí? -ella pensaba que ha­bía sido por no poder andar-. Ella dijo..
-Ella se convenció a sí misma de que lo hacía por ella y que, cuando volviese a andar, la querría a mi lado. Pero no la quería ni la quiero. Sólo te quiero a ti, Elena.
Al mirarlo, ella vio que tenía la expresión más seria que había visto nunca.
-Te quiero.
-¡No puede ser! -dijo ella, llorando otra vez.
-Claro que sí, amore. Te quiero. Eres mi corazón, mi vida y sin ti nada importa. No te lo dije porque tenía miedo, miedo de no volver a andar y de no volver a ser un hombre de verdad...
-Incluso paralizado de cuello para abajo el resto de tu vida, siempre serás todo lo que un hombre debe ser para mi —lo interrrumpió ella.
Sus ojos se cerraron y tembló. Después, la besó sua­vemente.
-Cualquier hombre daría su vida por tener este amor, cara. Es tan bello y real, que pensé que no esta­ría a la altura. Ayer por la mañana me di cuenta de que estabas sufriendo y que no volvería a permitir que su­frieras así.
Ella consideró que no era el momento de recordarle que traer un hijo al mundo no era exactamente indolo­ro. Tuvo la sensación de que él hubiera preferido adop­tar y ella quería tener sus propios hijos.
Le tomó la cara con las manos y sus ojos brillaron sospechosamente.
-Te quiero con toda mi alma, tesoro. Eres mi alma gemela y agradezco a il buon Dio que apareciera ese ladrón y que ese coche me atropellara. Si no, te habría perdido, el único tesoro real de mi vida.
Su corazón casi se detuvo al escuchar esas palabras.
-No puedes decirlo en serio.
-Sí, y ahora entiendo lo que decía mi madre. Ella sabía que hubiera sido un desgraciado si me hubiera casado con Caroline y que mi vida será mucho mejor contigo a mi lado. ¿Qué supone un poco de dolor y tra­bajo cuando lo que se obtiene es el regalo del amor?
Ella no hubiera hablado tan a la ligera de lo que le había pasado.
-Podrías haber tenido todo mi amor sin todo eso.
-Tú me lo habrías dado, sí. Pero yo no estaba listo para recibirlo. No veía tu belleza ni lo importante que eras para mí.
Aunque no estaba de acuerdo con su madre ni con él en que el accidente había sido bueno, no podía negar que se sentía feliz al escucharle decir esas palabras.
-Te quiero.
-Sí. Nunca me cansaré de oírtelo decir, amore.
Se besaron apasionadamente hasta que llegaron a casa, y allí continuaron diciéndoselo y demostrándose­lo durante toda la noche.


La bendición de su matrimonio era todo lo que una madre italiana podía desear. Renata no ahorró esfuer­zos para que su boda siguiera todos los mandatos de la tradición, incluyendo el vestido blanco de la novia y la mantilla blanca española que Elena se había probado.
Esto le dio tanta autenticidad a la ocasión que Damon insistió en llevarse a Elena de luna de miel. Cuando llegaron al hotel de lujo en Suiza y estuvieron detrás de la puerta, ella le demostró su amor por él del modo más íntimo posible.
Recordando lo mucho que le gustaba su pelo, se lo soltó y lo utilizó como pincel para pintar esta vez sobre él, como le había enseñado, llevándolo hasta el borde de la pasión y el deseo. Después, tumbados se susurra­ron palabras de amor en italiano y en inglés.
-Mi bebé está ahí dentro, puedo sentirlo -dijo Damon, colocando su mano sobre el vientre de ella. Ella sonrió misteriosamente.
-Yo también lo siento.
-Te quiero, tesoro.
-No más que yo a ti, caro.
Ocho meses después, quedó claro que no se habían equivocado y ella dio a luz mellizos. Damon estaba tan convencido de su potencia sexual que pensaba que tan­to la inseminación intrauterina como el acto sexual ha­bían dado fruto. ¿Por qué iba a dudar ella de él?
El amor de ella lo había sacado de una muerte en vida, ¿por qué no podía el amor de él fructificar, no una vez sino dos?

FIN
TITULO:
EN EL DOLOR Y EN EL AMOR
AUTOR:
LUCY MONROE

2 comentarios:

  1. genial¡ me encanto el final gracias¡ >^.^<

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  2. Me alegro que te guste, ya le estoy dando los últimos retoques a las siguientes historias, así que mañana seguramente habrá estreno

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