Capítulo 12
Elena subió las
escaleras en una nube de dolor. ¿Por qué había permitido Damon que Caroline se
quedase?
Se detuvo frente a la puerta del dormitorio, consciente
de que no podía entrar y enfrentarse a los recuerdos. Se dio la vuelta y bajó
las escaleras.
El guarda de seguridad le hizo un gesto para que se
detuviera tras abrir la verja. Damon y su padre habían insistido en que Renata
y ella no salieran de casa sin escolta, pero Elena no quería compañía. De
ningún tipo.
Condujo por la ciudad hasta que se encontró cerca
del Duomo. El recuerdo de la vez que Damon la llevó allí la hizo parar.
Encontró un sitio, lo cual ya fue bastante sorprendente, aparcó y se dirigió a
la enorme catedral.
Ya no era una niña, pero estaba dolida y aquel enorme
lugar le resultó tan reconfortante como cuando era pequeña. Ella necesitaba la
paz que encontró dentro de la inmensa obra de arquitectura. Sus pasos la
llevaron inconscientemente hasta la roseta, el lugar al que la llevó Damon
aquel día para decirle que podía hablar con su madre, y que aunque ella
estuviera en el cielo, podría oírla.
¿Fue ese el día que empezó a amar a Damon?
No lo identificó como amor sexual hasta los quince
años, pero Damon siempre había sido la piedra angular de su vida. El único
hombre al que había deseado entregarse, con el que había deseado casarse. Pero
él no se había fijado en ella hasta el momento del accidente, cuando su egoísta
prometida lo dejó en la estacada.
Elena se apoyó contra una columna, dejándose empapar
por la misma paz que tantos peregrinos habían sentido antes que ella. Damon era
suyo, pero ¿por cuánto tiempo?
Tras pasar casi veinticuatro horas en la cama con
él, se negaba a pensar otra cosa que lo que él le había demostrado: que era
una mujer deseable a sus ojos.
Eso no quería decir que la amase, pero tampoco indicaba
la falta de sentimiento.
Pero había dejado que Caroline se quedara.
El día anterior él le había dicho que se había
sentido seguro probando su virilidad con ella, porque lo amaba. ¿Significaba
eso que la había utilizado para saber si podría volver con Caroline completo?
Sólo imaginarlo hizo que le fallaran las rodillas.
Pero Damon no era así, y ella lo sabía. ¿Por qué imaginaba
todo aquello?
-Sabía que te encontraría aquí, tesoro.
-¿Qué estás haciendo aquí?
Su expresión era sombría.
-Buscar a mi mujer huida.
-No huí -dijo ella, recostándose sobre la columna.
-No hiciste que te acompañara un guardaespaldas.
Saliste en coche sola fuera de la casa, a pesar de que los guardias de
seguridad intentaron detenerte.
-Quería estar sola -eso no era un pecado.
Él sacudió la cabeza.
-Eso no está bien.
-No puedes dirigir todos mis movimientos.
-Ni lo pretendo.
-Entonces, ¿por qué estás aquí?
-Porque tú estás aquí.
-Dejaste que Caroline se quedara en la casa -acusó
ella.
-Tenía cosas que decirle -ella lo miró de refilón
sin decir nada-. ¿No quieres saber lo que le dije?
-No -no quería saber si aún sentía algo por su ex
prometida.
-¿Cómo puedes dudar de mí después de lo de ayer?
-preguntó él en tono cada vez más irritado.
Ella lo miró con cara acusadora.
-Compartimos nuestros cuerpos. Según Caroline, eso
no es nuevo para ti.
-Compartimos nuestras almas, y eso, esposa mía, es
algo que nunca había hecho con ninguna otra mujer.
Ella deseaba creerlo con todas sus fuerzas. Las lágrimas
le quemaban los ojos y le dolía la garganta.
-¿Sí?
-Sí.
No pudo contener las lágrimas y se volvió para que
no la viera, pero no encontró la paz que buscaba. El dolor la embargaba y los
sollozos no se hicieron esperar.
Él la tomó por los hombros.
-No te hagas esto a ti misma. No podemos cambiar el
pasado.
Ella se giró, apartándole las manos. Se sentía como
un animal herido, deseoso de huir.
-No me toques.
-¿No se supone que con el amor llega el perdón?
¿Perdón? ¿Por qué? ¿esperaba que lo perdonase por no
amarla? No era una cuestión de perdonar, sino de aceptar.
-No sé si puedo -dijo, casi hablando para sí misma.
-No te dejaré ir, esposa mía. Eres mía.
-Nunca he deseado pertenecer a nadie más.
-¿Y por qué me dices que no te toque?
-Estoy dolida.
-Apartarte de mí no mejorará las cosas.
Ella sintió sobrevenir otro sollozo y él la tomó en
brazos.
-Ven, cara. Vamos a casa para poder hablar con
tranquilidad.
-¿Dónde está mi casa? -dijo, pensando en la cara de
satisfacción de Caroline cuando ella salió de la sala.
-Donde yo esté -su voz vibró y su boca la buscó para
besarla casi dolorosamente.
Ella respondió con la pasión desatada de la angustia,
sin tener en cuenta el lugar donde estaba hasta que oyó a un niño preguntarle a
su madre que qué estaban haciendo ese hombre y su novia.
-Damon, bájame -dijo, pensando en los turistas que
les miraban.
-No -dijo él, lleno de rabia.
¿Por qué estaba tan enfadado?
-Piensa en tus piernas... es demasiado pronto -podía
hacerse daño.
-¿Te preocupas por mí? -dijo, y su ira pareció calmarse.
-Sí.
-¿No estás intentando apartarme de ti de nuevo?
Ella suspiró, abrazándole el cuello.
-No puedo.
Él asintió, sin rastro ya de enfado. Divertido y
orgulloso, se giró y le dijo al niño:
-No es mi novia, es mi mujer.
Mientras su madre enrojecía, el niño le respondió
despreocupado:
-Ya.
Damon guiñó un ojo y se dirigió a la salida. Aún no
la había dejado en el suelo.
-Damon...
-Te he dicho que no te iba a bajar. Si sólo cuando
te tengo entre mis brazos puedo mantenerte conmigo, ¡prepárate para pasar los
cincuenta años siguientes en mi compañía! -las palabras que debían sonar como
una broma parecían más una amenaza muy real.
No dijo nada mientras la llevaba hasta una limusina
que les esperaba fuera. El chófer abrió la puerta y Damon la bajó para que
subiera al coche. Una vez dentro, la atrajo hasta su regazo.
-¿Y el coche? -no podían dejarlo allí.
-Dile a Pietro dónde lo dejaste y él lo recogerá.
Así que le dijo al guardaespaldas dónde estaba y le
dio las llaves, sin que el posesivo Damon la soltase ni un instante.
Ella lo miró a los ojos y vio en sus profundidades
plateadas emociones que le aterraba nombrar.
-¿Por qué no echaste a Caroline?
La mano que tenía colocada sobre su muslo se movió
buscando provocarla con su caricia.
-Lo hice.
-Pero...
-Vino a nuestra casa y se atrevió a molestarte,
cara. Pude verlo en tus preciosos ojos verdes y en la rigidez de tu cuerpo.
-Pero... -seguía sin entenderlo- ¿por qué dejaste
que se quedase?
-Tenía que hacerle saber que no toleraría que se inmiscuyese
en mi vida ni en la de mi familia, que, si volvía a hacerte daño, tendría que
responder ante mí. Ya me conoce. Nos dejará tranquilos.
-¿La echaste?
-Sí. Apenas había tenido tiempo de decirle lo que
quería cuando el personal de seguridad vino a decirme que mi mujer acababa de
huir.
-No huí -dijo ella, sintiéndose culpable.
-Sí lo hiciste.
No se molestó en recordarle que lo que quería era
estar sola y pensar.
-¿A donde vamos?
-A casa, cara. Tal vez a la cama...
Estuvo a punto de caer en la tentación de su voz,
pero deseaba algo más que saciar su deseo físico.
-No me refiero a eso.
Él suspiró.
-No puedo obligarte a quedarte si quieres marcharte
-su fuerte abrazo no corroboraba sus palabras.
-¿Y si no quiero marcharme?
-Seré el hombre más feliz del mundo.
-No me querías cuando nos casamos.
-Estabas conmigo cuando salí del coma.
Aquello no venía a cuento, pensó ella.
-Sí.
-Fueron tus palabras, tu voz, la que me devolvió a
la vida.
Ella se mordió un labio. ¿Había sido así?
-No lo sé. Tal vez fuera el momento.
-No, tesoro. No fue eso. ¿Sabes cómo lo sé?
Ella sacudió la cabeza.
-Recuerdo lo que me dijiste. Me dijiste que me
amabas.
Podía haberlo adivinado.
-Aunque no me creas, es verdad. Te oí y me desperté.
-No podía soportar la idea de un mundo sin ti -dijo,
colocándole la mano sobre el corazón, aunque ahora no necesitara una
confirmación de su vitalidad.
-Supe desde que me desperté que me amabas, y eso me
dio vida cuando había muy poca dentro de mí.
-Pero tú no me quieres. Sólo dijiste que te importaba
-incluso pronunciar esas palabras era doloroso.
-¿Y cuando te importa alguien no lo quieres?
-¿Qué quieres decir? -la esperanza estaba empezando
a abrirse en su corazón como una rosa al sol.
-¿Cómo podrías traerme de vuelta de una muerte en
vida si no hubiera amor en mi
corazón para corresponderte?
Ella sacudió la cabeza, aterrada por creerlo.
-Al principio no me di cuenta y quise seguir como
antes... por seguridad.
-Caroline.
-Sí. A ella sólo le importaba mi dinero.
-Y tu cuerpo.
-Sin amor sólo es eso. Un cuerpo. Pero para ti sólo
existo yo, ¿verdad?
-Sí.
-¿Nunca te preguntaste por qué quise casarme antes
de salir de Nueva York?
Claro que sí, pero toda su boda había sido un despropósito.
-No entendí nada de aquello. Ni que te quisieras casar
conmigo, ni que todo fuera tan rápido.
-No quería arriesgarme a perderte y sabía que te
comprometerías seriamente. Te deseaba, pero no estaba dispuesto a admitir que
te amaba. Habría recibido mi merecido si hubieras preferido a Stefan, como
temía.
-¿Pensabas que quería a tu hermano? -¿acaso estaba
ciego? Siempre había pensado que el enfado de Damon por el tiempo pasado con su
hermano respondía a un orgullo posesivo, no a un miedo real-. Pero si nunca
flirteé con él...
-Pero él sí contigo -al recordarlo no pudo evitar
una oleada de rabia.
-Pero me dijiste que no me querías —recordó ella,
aún incapaz de creer.
-Rompí con Caroline en Nueva York.
-¿Qué?
-Le dije que no me quería casar con ella porque un
duendecillo de ojos verdes me visitaba en sueños, y se enfrentaba a mí de un
modo que ninguna otra mujer osaría.
-¿Rompiste con ella por mí? -ella pensaba que había
sido por no poder andar-. Ella dijo..
-Ella se convenció a sí misma de que lo hacía por
ella y que, cuando volviese a andar, la querría a mi lado. Pero no la quería ni
la quiero. Sólo te quiero a ti, Elena.
Al mirarlo, ella vio que tenía la expresión más
seria que había visto nunca.
-Te quiero.
-¡No puede ser! -dijo ella, llorando otra vez.
-Claro que sí, amore. Te quiero. Eres mi corazón, mi
vida y sin ti nada importa. No te lo dije porque tenía miedo, miedo de no
volver a andar y de no volver a ser un hombre de verdad...
-Incluso paralizado de cuello para abajo el resto de
tu vida, siempre serás todo lo que un hombre debe ser para mi —lo interrrumpió
ella.
Sus ojos se cerraron y tembló. Después, la besó suavemente.
-Cualquier hombre daría su vida por tener este amor,
cara. Es tan bello y real, que pensé que no estaría a la altura. Ayer por la
mañana me di cuenta de que estabas sufriendo y que no volvería a permitir que
sufrieras así.
Ella consideró que no era el momento de recordarle
que traer un hijo al mundo no era exactamente indoloro. Tuvo la sensación de
que él hubiera preferido adoptar y ella quería tener sus propios hijos.
Le tomó la cara con las manos y sus ojos brillaron
sospechosamente.
-Te quiero con toda mi alma, tesoro. Eres mi alma
gemela y agradezco a il buon Dio que apareciera ese ladrón y que ese coche me
atropellara. Si no, te habría perdido, el único tesoro real de mi vida.
Su corazón casi se detuvo al escuchar esas palabras.
-No puedes decirlo en serio.
-Sí, y ahora entiendo lo que decía mi madre. Ella
sabía que hubiera sido un desgraciado si me hubiera casado con Caroline y que
mi vida será mucho mejor contigo a mi lado. ¿Qué supone un poco de dolor y trabajo
cuando lo que se obtiene es el regalo del amor?
Ella no hubiera hablado tan a la ligera de lo que le
había pasado.
-Podrías haber tenido todo mi amor sin todo eso.
-Tú me lo habrías dado, sí. Pero yo no estaba listo
para recibirlo. No veía tu belleza ni lo importante que eras para mí.
Aunque no estaba de acuerdo con su madre ni con él
en que el accidente había sido bueno, no podía negar que se sentía feliz al
escucharle decir esas palabras.
-Te quiero.
-Sí. Nunca me cansaré de oírtelo decir, amore.
Se besaron apasionadamente hasta que llegaron a
casa, y allí continuaron diciéndoselo y demostrándoselo durante toda la noche.
La bendición de su matrimonio era todo lo que una
madre italiana podía desear. Renata no ahorró esfuerzos para que su boda
siguiera todos los mandatos de la tradición, incluyendo el vestido blanco de la
novia y la mantilla blanca española que Elena se había probado.
Esto le dio tanta autenticidad a la ocasión que
Damon insistió en llevarse a Elena de luna de miel. Cuando llegaron al hotel de
lujo en Suiza y estuvieron detrás de la puerta, ella le demostró su amor por él
del modo más íntimo posible.
Recordando lo mucho que le gustaba su pelo, se lo
soltó y lo utilizó como pincel para pintar esta vez sobre él, como le había
enseñado, llevándolo hasta el borde de la pasión y el deseo. Después, tumbados
se susurraron palabras de amor en italiano y en inglés.
-Mi bebé está ahí dentro, puedo sentirlo -dijo Damon,
colocando su mano sobre el vientre de ella. Ella sonrió misteriosamente.
-Yo también lo siento.
-Te quiero, tesoro.
-No más que yo a ti, caro.
Ocho meses después, quedó claro que no se habían
equivocado y ella dio a luz mellizos. Damon estaba tan convencido de su
potencia sexual que pensaba que tanto la inseminación intrauterina como el
acto sexual habían dado fruto. ¿Por qué iba a dudar ella de él?
El amor de ella lo había sacado de una muerte en
vida, ¿por qué no podía el amor de él fructificar, no una vez sino dos?
FIN
TITULO:
EN EL DOLOR Y EN EL AMOR
AUTOR:
LUCY MONROE
genial¡ me encanto el final gracias¡ >^.^<
ResponderEliminarMe alegro que te guste, ya le estoy dando los últimos retoques a las siguientes historias, así que mañana seguramente habrá estreno
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