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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

11 octubre 2012

Rivales Capitulo 03



Capítulo 3

Damon  observó    a  Elena agarrar la  copa  con  ambas manos, un gesto infantil que hizo que algo se le encogiera en el pecho. Estaba furioso con ella, y al mismo tiempo deseaba tumbarla en el sofá y terminar lo que habían empezado en el estudio. Aún podía recordar la  sensación de pasear la lengua por su pezón erecto, la manera en que se había arqueado para él, y la voluntad de acero a la que había tenido que recurrir él para controlar su arrolladora respuesta.



No había tenido intención de que ocurriera ese episodio en el estudio.  El   impulso   de   besarla   había   nacido   de   la   rabia porque ella tuviera un efecto tan visceral sobre él, especialmente después de saber quién era ella. Pero el beso se le  había  descontrolado  demasiado  rápido. no  recordaba  la última  vez  que  se  había  sentido  tan  presa  del  deseo, había olvidado todas las advertencias de su mente... hasta que ella había susurrado «Damon», haciéndolo emerger de aquel trance.

Había aterrizado en Atenas hacía apenas tres horas, y todavía no se había recuperado de su decisión de dar la vuelta a su vida. Sintiéndose enormemente vulnerable de nuevo, se giró hacia el mueble bar  para servirse una copa y recomponer su mente dispersa. Llevaba dispersa desde que había respondido al guarda de la puerta y había visto quién quería entrar. Por un   instante,  había   dudado   si   no   estaría   imaginándose   a Elena. Al mismo tiempo, se había emocionado al verla acercarse  a  la  mansión.  le  había  hecho  olvidar  la incomodidad  de  que,  hasta  entonces, su  efecto  sobre  él  no había disminuido.

Era obvio que ella se sentía culpable, dado que había entrado por la cocina en lugar de por la puerta principal. Luego, al verla recorrer la casa con cuidado, como la ladrona que era, a él se le había endurecido algo en el pecho.

Odiaba  admitirlo, pero  había  pensado  que  tal  vez  la  había juzgado demasiado rápido. Aunque al ver la avaricia de ella esa misma noche, se había sentido como un tonto. Ella no era ninguna inocente. ¿Acaso él no había aprendido nada después de tantos años moviéndose en la sociedad de Nueva York?

Vació su copa de un trago, diciéndose que su decisión de regresar a casa lo antes posible no había tenido nada que ver con la mujer sentada en el sofá a su espalda. Y sabía exactamente cómo  tratarla  y  luego  olvidarse  de  ella, para poder continuar con su nueva vida en Atenas.

***

Sentada en el sofá, con la copa en las manos, Elena se sintió como si estuviera esperando a oír sentencia. Damon llevaba un largo rato dándole la espalda, y la tensión empezaba a afectarle, a pesar de los efectos calmantes del alcohol.

Por fin, lo vio girarse y respiró aliviada. La expresión de él era  impenetrable. no  había  sonreído  ni  una  vez,  no  había mostrado  ni  un  destello  de  humanidad... excepto  cuando  le había cuidado el corte. Elena recordó cuando le había succionado la sangre del dedo y se estremeció de placer.

Tragó saliva. El acento americano de él le había hecho creer que era uno de los invitados a la mansión aquella noche... nunca habría sospechado que oiría el acero bajo el terciopelo de  aquella  voz. Pero  él  era  Damon  Salvatore. Y ella, su peor enemiga.

Temió que aquello desencadenara un nuevo enfrentamiento entre  ambas  familias. Intentó  aplacar  su  temor. Después de todo, ¿qué más podría sucederles? entonces pensó en Katherine y su preocupación aumentó.

Damon   se   sentó   frente   a    ella   con   una   pose   masculina   y dominante, que tensaba la camisa sobre su pecho de la manera más  tentadora. Elena  deseó  contener  su  rubor, pero  no  lo logró.

— ¿Por qué viniste aquí la noche de la fiesta? Elena no podía creerlo. Contestó recelosa.

—Ya te lo he dicho, no sabía que éste era nuestro destino. Y no podía marcharme sin más, habría perdido mi empleo.

—Pero lo perdiste de todas maneras —señaló él suavemente.

Ella ahogó un grito. ¿Cómo se había enterado? claro que tampoco    resultaba    muy    difícil    deducir    que    sucedería.

¿Conocía  él  también  que  desde  entonces  estaba  trabajando como camarera de planta en el suntuoso hotel Grand bretagne, doblando  turnos  regularmente? seguramente  le encantaría saber que se había visto obligada a buscar empleo en  áreas  donde  no  investigaran  a  los  candidatos. dado  que Katherine   todavía   estaba   en   la   universidad,  ella   no   había querido   llamar   la   atención   de   la   prensa   solicitando   un empleo con un perfil más cualificado, para que la rechazaran por su apellido. la humillación estaba volviéndose algo demasiado familiar en presencia de aquel hombre.

Damon dio un trago a su copa.

—Mi foto apareció en todos los periódicos la semana de mi llegada. Tu padre se  ha movido  por todas partes buscando a alguien que lo rescatara... ¿y pretendes que me crea que me viste en la piscina aquella noche y no sabías quién era?

Ella  sacudió  la  cabeza. En  verdad  lo  desconocía, se  había negado a leer las noticias acerca de la familia Salvatore y su regreso  triunfal. Le  dolía  demasiado. Además, había  estado preocupada con la nueva situación de su hermana.

Se inclinó hacia delante, con la copa entre las manos. De su interior surgió una ola de ira ante aquella arrogancia, y lo amenazada que él le hacía sentirse.

—Me creas o no, no sabía nada. ¿No te basta con que tu familia se haya esforzado al máximo para arruinar a la mía?

Damon soltó una carcajada seca, que le hizo dar un respingo.

—No  veo   por   qué   habría  de   bastarme  cuando  está   claro, después de lo ocurrido esta noche, y que ha quedado grabado por las cámaras, que pretendes avivar esa enemistad. Sin duda vas a sacar algo de ello; la mayoría de la gente habría pasado de largo el drama de la familia Salvatore regresando a casa

—Replicó él, echándose también  hacia  delante, con  los  ojos echando chispas.

Elena quiso recular, pero se mantuvo fuerte y se maldijo por haberlo provocado. Por  un  instante, había olvidado por  qué había ido allí esa noche. Junto a él se le olvidaba todo.

-¿Realmente  quieres  hablar  de  quién  tiene  la  culpa?  —le retó él, fulminándola con la mirada.

Elena sintió un escalofrío.

—No hemos hecho nada que afecte a tu familia directamente—continuó él—. La avaricia e ineptitud de tu padre han sido las  responsables  de  la  caída  de  la  empresa  Gilbert. Lo único que nosotros tuvimos que hacer fue fusionarnos con Mikaelson  enterprises,  y  eso  resaltó  la  débil  posición  de  tu padre.

Elena tragó saliva. Todo eso era cierto.

-De todas formas —continuó él, recostándose en su asiento—,esto me deja con un interesante dilema.

Elena esperó en silencio, segura de que él continuaría.

—Aunque hemos  obtenido  nuestra venganza al  ver  la fortuna de los Gilbert reducida a nada, menos aún que la nuestra  hace  setenta  años, resulta  un  logro  algo... vacío. Y viendo  el  alcance  de  tu  atrevimiento, se  me  ocurre  desear algo más «tangible».

Elena  se  sintió  presa  del  pánico, como  si  tuviera  un  nudo cada  vez  más  apretado alrededor del  cuello. La desesperación tiñó su voz.

-La bancarrota es algo muy tangible.

Damon se inclinó hacia delante de nuevo, aún más frío e implacable.

—La bancarrota es para tu padre, no para ti. No, me refiero a algo tan tangible como la acusación contra mi tío abuelo de haber violado y asesinado a una mujer embarazada de una de las familias más ricas de Atenas. tan tangible como que una familia entera se vio obligada a exiliarse de su tierra natal ante  amenazas de  una  investigación criminal que  no  podían permitirse, y la posibilidad de que mi tío abuelo se enfrentara a  la  pena  de  muerte.  Por  no  mencionar  el  escándalo, que duraría años.

—Basta —rogó Elena débilmente, conocedora y detractora de la historia.

Pero él no se detuvo. Sólo la miró.

— ¿Sabías que mi tío abuelo nunca superó aquella acusación y se suicidó?

Elena sintió náuseas. Aquello era peor de lo que había imaginado. Sacudió la cabeza.

—No lo sabía.

—Mi tío abuelo amaba a tu tía abuela —aseguró él con una mueca—. menudo tonto. Y, a causa de que tu familia no podía soportar que una de sus pequeñas tuviera por novio a un mero trabajador  del  astillero, hicieron  todo  lo  posible  por reventar el romance.

—Ya sé lo que sucedió —insistió Elena, cada vez más conmovida.

Damon rio amargamente. —sí, todo el mundo lo sabe, gracias a un viejo borracho que no pudo seguir viviendo con l a culpa, porque él  había sido quien había cometido el crimen y lo  había ocultado, y tu bisabuelo se lo había hecho pagar.

Su  propia  familia  había  asesinado  a  una  de  los  suyos, y  lo habían encubierto como cobardes. Elena se obligó a soportar la mirada de censura de Damon, aunque lo que hubiera querido sería hacerse un ovillo, avergonzada.

—Yo no soy culpable de lo que hicieron. —ni yo tampoco. Pero he pagado por ello toda mi vida: nací en otro continente, en una comunidad de exiliados, aprendiendo inglés como primera lengua, cuando debería haber sido el griego. Vi a mi abuela apagarse  un  poco  más  cada  año, sabiendo  que  nunca  podría regresar a su hogar.

Ella quiso decirle que ya era suficiente, pero no le salían las palabras.

Damon no había terminado aún:

—Mi padre estaba tan preocupado, que nos costó nuestra relación. Y a  él  su  primera  esposa. Crecí  demasiado  rápido, demasiado pronto, en medio de una  sensación de injusticia y una  necesidad  de  enderezar  las  cosas. así  que, mientras  tú ibas  al  colegio, hacías  amigos,  y  vivías  tu  vida  aquí,  en  tu hogar, yo me encontraba en el otro extremo del mundo, preguntándome cómo  habrían sido  las  cosas  si  mi  padre  y  mi abuela no se hubieran visto desterrados de su país. Preguntándome qué  habíamos hecho  para  merecer esa  lacra en nuestro apellido. ¿Tienes idea de lo que es crecer en una familia que te recuerda constantemente que no perteneces a un lugar? ¿Como si no tuvieras derecho a echar raíces?

Elena negó con la cabeza. Seguro que él no querría saber lo sola que se había sentido cuando su padre la había enviado a un internado católico ultraconservador en un paraje remoto de Irlanda.

Se sintió hueca por dentro.

—Por favor, ¿puedes decirme lo que quieres de mí, o dejarme marchar?

Damon apoyó los codos en sus rodillas, como si estuviera a gusto, y no acabara de relatar lo que había dicho.

—En realidad es muy sencillo: te deseé en el momento en que te   vi,  y   te   deseo   ahora   —respondió   él   con   una   sonrisa amarga—. A pesar de saber quién eres.

Elena abrió la boca y volvió a cerrarla.

—No es posible —dijo.

Se  puso  en  pie  presa  del  pánico  y  dejó  su  copa  en  una  mesa, esperando que Damon no advirtiera su mano temblorosa.

Damon también se puso en pie y se miraron el uno al otro en la distancia.

—Siéntate, Elena. Aún no hemos terminado. Ella sacudió la cabeza en silencio, sintiendo que el mundo la oprimía. Damon se encogió de hombros como si no le importara.

—Vas a pagarme por todo lo que me has hecho, y vas a hacerlo como mi amante.

Elena  estuvo a  punto  de  soltar  una  carcajada de  histeria, pero se le pasó al ver la mirada de él. Se estremeció entre sus piernas. —lo dices en serio... —por supuesto. No bromeo con cosas como ésta —aseguró él, con la mandíbula apretada—. Te deseo y quiero tenerte cerca, donde pueda verte; lejos de tu padre y sus maquinaciones. Si esa pasión entre nosotros indica algo, no creo que sea desagradable para ninguno de los dos.

Elena se estremeció de nuevo y creyó que iba a desmayarse.

-¿Quieres acostarte conmigo? él sonrió peligrosamente.
—Entre otras cosas.

—Pero...

—Pero nada. Todo el mundo nos vio juntos en la fiesta. No voy a permitir que te aproveches de eso, ahora que he regresado. Por no mencionar tu fracaso de esta noche. Eres un peligro y una amenaza. Has tenido el descaro de venir dos veces a mi casa, y ahora pagarás por ello.

—Pero mi padre...

Se detuvo. «Me matará», pensó, con un creciente temor nacido mucho tiempo atrás.

Damon le quitó importancia con un gesto.

—Tu padre me importa un comino. Espero que le suponga una gran humillación ver a su preciosa hija mayor como amante de su enemigo. Todo el mundo sabrá por qué estás conmigo, calentando mi cama hasta que yo me aburra, tal vez hasta que me case. Fuera lo que fuera que hubierais planeado él y tú, ahora vamos a jugar con mis reglas. Y puedes decirle que el hecho de que seas mi amante no le supondrá ningún favor. Las
Cosas siguen como estaban. No vamos a sacarle de sus apuros.

Elena lo miró sin poder creer la dirección que había tomado su conversación. No tenía sentido desvelarle la pésima relación con su padre, él no la creería.

Estaban  impactándole  demasiadas cosas  a  la  vez, además  de aquellas palabras frías y calculadoras. Quería gritar que no le deseaba, pero no le salían las palabras. Además, temía la reacción  de  él  si  lo  decía. Aún  estaba  resentida  por  lo  que había sucedido en el estudio. Era demasiado vulnerable a él.

Sentirse tan acorralada e impotente la despertó por fin del estancamiento en que se encontraba. Él no podía obligarle a hacer eso.

—No  voy  a  ganar  nada  con  esta  relación, porque  no  voy  a participar. No podrías pagarme para que fuera tu amante.

Cada vez   más   asustada,  le   parecía   que   la   opción   de   ser detenida por allanamiento de morada era mejor que lo que él le proponía.

Él se la quedó mirando unos instantes.

—Tienes  toda  la  razón. No  te  pagaría. Pero  vas  a  hacerlo porque no puedes negarte. El deseo entre nosotros es desafortunado, pero  tangible  —comenzó  él, desdeñoso—. A pesar de lo que digas, en cuanto estés en mi cama intentarás seducirme. Hacerte la difícil tal     vez sea parte de tu repertorio, pero no me gustan los juegos, Elena, así que estás perdiendo el tiempo.

Ella se sentía avergonzada de cómo se había entregado a él. Se encaminó hacia la puerta, rezando para que él no la tocara. Se detuvo cuando se sintió más a salvo, y se giró hacia él con la barbilla elevada.

—No lo haré porque eres el último hombre sobre la tierra con quien me acostaría —aseguró,  y se dio media vuelta, con la mano en el pomo de la puerta.

— ¿De veras crees que voy a dejar que te marches?

Elena se odió a sí misma por no abrir la puerta e irse. Se giró hacia él de nuevo e intentó sonar segura de sí misma.

—No puedes detenerme.

Damon se puso en pie, con las piernas separadas y las manos en los bolsillos. Esbozó una sonrisa salvaje.

-Sí puedo.

Elena se puso más nerviosa. Reculó de espaldas a la puerta y agarró el pomo, lista para salir corriendo.

— ¿Qué vas a hacer, secuestrarme?

-Has visto demasiadas películas —dijo él con desdén, y se acercó a ella.

Elena  agarró  el  pomo  aún  más  fuerte, con  todo  su  cuerpo tenso. Él se detuvo a medio metro.

—Te he sorprendido robando, y podría llamar a la policía sólo por eso, pero lo dejaré pasar porque nuestra relación ya va a despertar suficientes controversias cuando la prensa se entere.

—No  vamos  a  tener  ninguna  relación  —le  espetó  ella—. Y Además, yo no estaba...

Se  calló  de  pronto. Evidentemente, Damon  no  había  advertido que ella había sacado el testamento de su chaqueta. Tendría que explicarle cómo había llegado hasta allí. Con lo cual, era robo de todas maneras, aunque no lo hubiera con metido ella. Se  encontraba de  nuevo  en  la  casilla  de  salida: condenada
Por las acciones de su padre y su propio deseo de rectificar las cosas.

Deseó  decirle  a  Damon  que  prefería  marcharse  con  la  policía, pero sería un escándalo, y no podía hacerle eso a Katherine. El nudo alrededor de su garganta cada vez se cerraba más.

—Sí que tenemos una relación, Elena. Comenzó la noche de la fiesta. Y desde entonces, he encontrado mucha información acerca de ti.

Elena seguía agarrada al pomo, en estado de shock.

— ¿Qué tipo de información?

—Que estudiaste diseño de joyas. Pero que, desde que terminaste los estudios, no has intentado marcharte de casa, lo  cual indica que  tienes una  relación muy estrecha con  tu padre.

Elena se tragó la explicación. Se había quedado allí por su hermana, para crearle un entorno estable, ya que sus padres nunca se lo habían proporcionado. Al regresar del internado en Irlanda, tras la muerte de Carolina, Katherine y ella se habían apoyado mucho la una en la otra.

Él continuó, con fingida comprension:

—Pero  desde  el  derrumbe del  negocio  de  tito, te  pusiste  a trabajar en aquella empresa de caterin, y ahora como camarera  de  piso  en  el  hotel  Grand  britana. Debe  de  ser duro estar cambiándole las sábanas a gente con la que te codeabas antes... —dijo él, pensativo—. Me preguntaba cómo alguien con tanta formación como tú se  había rebajado a un trabajo  de  tan  baja  categoría, y  deduje  que  no  querías  que investigaran tu  procedencia. Sin  duda, habías planeado volver a la vida social y encontrarte un marido rico, una vez que el apellido Gilbert hubiera perdido notoriedad.

 Elena   palideció   al   descubrir   lo   que   él   sabía   y   había deducido, aunque  algunas  cosas  no  fueran  correctas. pensó en   su   sueño   de   montar   un   estudio   de   joyería   en   cuanto tuviera suficiente dinero, y en la decepción que se guardaba para  sí  misma  cada  día  que  no  había  alcanzado  ese  sueño.

—Estás muy equivocado —afirmó-. lo más interesante que he averiguado es que Stefan Eugénides y tu hermana están enamorados  y  quieren  casarse,  pero  el  padre  de  él  no  lo

Permite — continuó Damon. Elena creyó que iba a desmayarse.
—¿Es  importante  para  ti   que  tu  hermana  se  case  con  él?—añadió Damon.  Elena se sentía cada vez peor. Se encogió de hombros, intentando disimular que el corazón le latía a mil por hora. Si Damon adivinaba lo importante que eso era para ella, haría todo lo posible para que no sucediera. Intentó esbozar una sonrisa cínica. —son jóvenes y están enamorados. Yo creo que es demasiado pronto, pero sí, quieren casarse. —creo que mientes, Elena, y  que  para  ti  y  tu  hermana  es  crucial  que ellos dos se casen. ¿Por qué si no irías a interceder por ellos ante Dimitri Eugenides?

 Elena comenzó a temblar visiblemente. ¿Cómo diablos sabía él eso?

—Yo  creo  que  tu  hermana  está  buscándose  un  marido  rico antes de que lo perdáis todo. De esa manera, tú también tendrás la vida resuelta.

Elena negó con la cabeza. Damon hizo una mueca.

—En  cierta  forma, no  te  culpo. Sois  dos  pobres  niñas  ricas intentando sobrevivir. Y no parecéis ser conscientes de que la mayoría de la gente tiene que trabajar para ganarse la vida.

Elena se abalanzó sobre él, pero antes de poder golpearlo en el  pecho, él  la  sujetó. Elena  lo  miró  furiosa, sintiéndose débil e impotente.

—No tienes derecho a  decir eso. No  sabes nada  de  nosotras, ¿me has oído?

Damon se la quedó mirando un largo momento, asombrado por el tono  enardecido de  ella. Se  fijó  en  sus  senos  firmes, moldeados por la camiseta. Su cuerpo respondió al  instante. ¿A quién quería engañar? no había logrado calmar su deseo

Desde el episodio en el estudio. Sin embargo, ¿cómo se atrevía ella a hablarlo como si la hubiera insultado?

La atrajo hacia su cuerpo con brusquedad. Vio que ella tenía las mejillas encendidas. Le agarró las dos manos juntas y, con su otra mano libre, la sujetó del cuello, acercándosela más. El   ambiente   hervía   de   tensión.  Damon   inclinó   la   cabeza   y reprimió un gemido. Ella olía a limpieza, a pureza. Le hacía arder  de  deseo. Aquella  mujer  sabía  perfectamente  lo  que estaba haciendo.

—Aún no he terminado contigo, Elena.

—Sí que hemos terminado. Me gustaría marcharme ya —dijo ella con voz temblorosa.

Damon  lo  advirtió. Su  aliento  le  encantaba. Deseaba  volver  a besarla, pero algo le hizo contenerse.

—Aún no hemos terminado, porque no te he dicho qué más sé. Puedo ofrecerte algo que, a pesar de tus altaneras protestas, no creo que puedas rechazar.

Ella se soltó por fin; dio un paso atrás y se cruzó de brazos.

—No quiero oír nada de lo que puedas decir...

—Puedo  convencer  a  Dimitri  Eugenides  de  que  bendiga  la boda entre su hijo y tu hermana.

Elena lo miró boquiabierta. — ¿a qué te refieres?

— ¿Ya no te parecen tan jóvenes para casarse? —se burló él, triunfal.

Él tenía razón, pero estaba equivocado en las causas.

—Tan   sólo   dime   a   qué   te   refieres   —le   espetó   Elena,
Sintiéndose cada vez más vulnerable.

—Muy  sencillo: Dimitri  quiere  hacer  negocios  conmigo. te garantizo  que,  en  cuanto  se  conozca  que  eres  mi  amante, Dimitri estará deseando complacerme.

Puedo  poner  como  condición  a  nuestro  negocio  que  permita que Stefan se case con tu hermana.

Elena sacudió la cabeza, mientras se le llenaba el corazón de esperanza.

—No lo permitirá, odia a nuestra familia.

—Hará  lo  que  yo  le  pida, créeme  —aseguró  Damon  con arrogancia.

Elena se sentó en una silla cercana. La cabeza le daba vueltas. Con sólo chasquear los dedos, Damon podía lograr lo que ella más deseaba en el mundo: facilitarle las cosas a Katherine.

Lo miró, de pie ante ella como un mercenario. No le importó lo que  él  pensara, sólo  supo que  tenía  que  hacer lo  que  fuera necesario. Se puso en pie.

—Supongo que tu condición para hacerlo será que yo acceda a convertirme en tu amante, ¿cierto?

Damon frunció la boca, y la miró enfadado.

—No intentes hacerte la víctima. Ambos nos deseamos, aunque tú pareces decidida a negarlo.

-El asunto es que no ayudarías a Katherine y Stefan a menos que yo esté contigo, ¿no es así?

Él se encogió de hombros con indiferencia.

—Digamos  que   entonces  lo   que   les  suceda  me   importaría menos de lo que me importa ahora. ¿Por qué iba a molestarme en hacer eso, a menos que obtenga algo a cambio?

-Yo —dijo ella, reprochándose la respuesta de su cuerpo ante la idea.

Se odió porque no le disgustaba la oferta de Damon. Pero ¿cómo iba a oponerse a aquella oportunidad para que su hermana y Stefan fueran felices? Katherine estaba embarazada de tres meses, y no querría que todo el mundo se enterara el día de la boda.

-Si acepto, será con una condición.

Damon le lanzó una mirada de advertencia. —adelante.

—Quiero que Katherine y Stefan se casen lo antes posible. Damon la miró con cinismo.

—No creas que el hecho de que ellos se casen supondrá el fin de nuestro romance, Elena. No pienso dejarte marchar hasta estar saciado.

Elena se estremeció de nuevo. ¿Cómo reaccionaría él cuando descubriera que era virgen? no le parecía el tipo de hombre al que le gustara tener novatas en la cama.

Damon estaba mirándola pensativo.

—No veo motivo para no atender tu petición, dado que a partir de ahora eres mía —dijo.

La vio palidecer y no le gustó. Se acercó a ella y la sujetó de la  nuca.  Sintió  su  sedoso  cabello,  y  tuvo  que  contener  su deseo.

—Lo que cuenta es el presente. Voy a ordenar a mi chófer que te lleve a casa para que hagas la maleta y te traiga de vuelta a mí. Así de sencillo.

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