Capítulo 3
Damon observó a Elena agarrar la copa con ambas manos, un gesto infantil que hizo que algo se le encogiera en el pecho. Estaba furioso con ella, y al mismo tiempo deseaba tumbarla en el sofá y terminar lo que habían empezado en el estudio. Aún podía recordar la sensación de pasear la lengua por su pezón erecto, la manera en que se había arqueado para él, y la voluntad de acero a la que había tenido que recurrir él para controlar su arrolladora respuesta.
No había tenido intención de que ocurriera ese episodio en el estudio. El impulso de besarla había nacido de la rabia porque ella tuviera un efecto tan visceral sobre él, especialmente después de saber quién era ella. Pero el beso se le había descontrolado demasiado rápido. no recordaba la última vez que se había sentido tan presa del deseo, había olvidado todas las advertencias de su mente... hasta que ella había susurrado «Damon», haciéndolo emerger de aquel trance.
Había aterrizado en Atenas hacía apenas tres horas, y todavía no se había recuperado de su decisión de dar la vuelta a su vida. Sintiéndose enormemente vulnerable de nuevo, se giró hacia el mueble bar para servirse una copa y recomponer su mente dispersa. Llevaba dispersa desde que había respondido al guarda de la puerta y había visto quién quería entrar. Por un instante, había dudado si no estaría imaginándose a Elena. Al mismo tiempo, se había emocionado al verla acercarse a la mansión. le había hecho olvidar la incomodidad de que, hasta entonces, su efecto sobre él no había disminuido.
Era obvio que ella se sentía culpable, dado que había entrado por la cocina en lugar de por la puerta principal. Luego, al verla recorrer la casa con cuidado, como la ladrona que era, a él se le había endurecido algo en el pecho.
Odiaba admitirlo, pero había pensado que tal vez la había juzgado demasiado rápido. Aunque al ver la avaricia de ella esa misma noche, se había sentido como un tonto. Ella no era ninguna inocente. ¿Acaso él no había aprendido nada después de tantos años moviéndose en la sociedad de Nueva York?
Vació su copa de un trago, diciéndose que su decisión de regresar a casa lo antes posible no había tenido nada que ver con la mujer sentada en el sofá a su espalda. Y sabía exactamente cómo tratarla y luego olvidarse de ella, para poder continuar con su nueva vida en Atenas.
***
Sentada en el sofá, con la copa en las manos, Elena se sintió como si estuviera esperando a oír sentencia. Damon llevaba un largo rato dándole la espalda, y la tensión empezaba a afectarle, a pesar de los efectos calmantes del alcohol.
Por fin, lo vio girarse y respiró aliviada. La expresión de él era impenetrable. no había sonreído ni una vez, no había mostrado ni un destello de humanidad... excepto cuando le había cuidado el corte. Elena recordó cuando le había succionado la sangre del dedo y se estremeció de placer.
Tragó saliva. El acento americano de él le había hecho creer que era uno de los invitados a la mansión aquella noche... nunca habría sospechado que oiría el acero bajo el terciopelo de aquella voz. Pero él era Damon Salvatore. Y ella, su peor enemiga.
Temió que aquello desencadenara un nuevo enfrentamiento entre ambas familias. Intentó aplacar su temor. Después de todo, ¿qué más podría sucederles? entonces pensó en Katherine y su preocupación aumentó.
Damon se sentó frente a ella con una pose masculina y dominante, que tensaba la camisa sobre su pecho de la manera más tentadora. Elena deseó contener su rubor, pero no lo logró.
— ¿Por qué viniste aquí la noche de la fiesta? Elena no podía creerlo. Contestó recelosa.
—Ya te lo he dicho, no sabía que éste era nuestro destino. Y no podía marcharme sin más, habría perdido mi empleo.
—Pero lo perdiste de todas maneras —señaló él suavemente.
Ella ahogó un grito. ¿Cómo se había enterado? claro que tampoco resultaba muy difícil deducir que sucedería.
¿Conocía él también que desde entonces estaba trabajando como camarera de planta en el suntuoso hotel Grand bretagne, doblando turnos regularmente? seguramente le encantaría saber que se había visto obligada a buscar empleo en áreas donde no investigaran a los candidatos. dado que Katherine todavía estaba en la universidad, ella no había querido llamar la atención de la prensa solicitando un empleo con un perfil más cualificado, para que la rechazaran por su apellido. la humillación estaba volviéndose algo demasiado familiar en presencia de aquel hombre.
Damon dio un trago a su copa.
—Mi foto apareció en todos los periódicos la semana de mi llegada. Tu padre se ha movido por todas partes buscando a alguien que lo rescatara... ¿y pretendes que me crea que me viste en la piscina aquella noche y no sabías quién era?
Ella sacudió la cabeza. En verdad lo desconocía, se había negado a leer las noticias acerca de la familia Salvatore y su regreso triunfal. Le dolía demasiado. Además, había estado preocupada con la nueva situación de su hermana.
Se inclinó hacia delante, con la copa entre las manos. De su interior surgió una ola de ira ante aquella arrogancia, y lo amenazada que él le hacía sentirse.
—Me creas o no, no sabía nada. ¿No te basta con que tu familia se haya esforzado al máximo para arruinar a la mía?
Damon soltó una carcajada seca, que le hizo dar un respingo.
—No veo por qué habría de bastarme cuando está claro, después de lo ocurrido esta noche, y que ha quedado grabado por las cámaras, que pretendes avivar esa enemistad. Sin duda vas a sacar algo de ello; la mayoría de la gente habría pasado de largo el drama de la familia Salvatore regresando a casa
—Replicó él, echándose también hacia delante, con los ojos echando chispas.
Elena quiso recular, pero se mantuvo fuerte y se maldijo por haberlo provocado. Por un instante, había olvidado por qué había ido allí esa noche. Junto a él se le olvidaba todo.
-¿Realmente quieres hablar de quién tiene la culpa? —le retó él, fulminándola con la mirada.
Elena sintió un escalofrío.
—No hemos hecho nada que afecte a tu familia directamente—continuó él—. La avaricia e ineptitud de tu padre han sido las responsables de la caída de la empresa Gilbert. Lo único que nosotros tuvimos que hacer fue fusionarnos con Mikaelson enterprises, y eso resaltó la débil posición de tu padre.
Elena tragó saliva. Todo eso era cierto.
-De todas formas —continuó él, recostándose en su asiento—,esto me deja con un interesante dilema.
Elena esperó en silencio, segura de que él continuaría.
—Aunque hemos obtenido nuestra venganza al ver la fortuna de los Gilbert reducida a nada, menos aún que la nuestra hace setenta años, resulta un logro algo... vacío. Y viendo el alcance de tu atrevimiento, se me ocurre desear algo más «tangible».
Elena se sintió presa del pánico, como si tuviera un nudo cada vez más apretado alrededor del cuello. La desesperación tiñó su voz.
-La bancarrota es algo muy tangible.
Damon se inclinó hacia delante de nuevo, aún más frío e implacable.
—La bancarrota es para tu padre, no para ti. No, me refiero a algo tan tangible como la acusación contra mi tío abuelo de haber violado y asesinado a una mujer embarazada de una de las familias más ricas de Atenas. tan tangible como que una familia entera se vio obligada a exiliarse de su tierra natal ante amenazas de una investigación criminal que no podían permitirse, y la posibilidad de que mi tío abuelo se enfrentara a la pena de muerte. Por no mencionar el escándalo, que duraría años.
—Basta —rogó Elena débilmente, conocedora y detractora de la historia.
Pero él no se detuvo. Sólo la miró.
— ¿Sabías que mi tío abuelo nunca superó aquella acusación y se suicidó?
Elena sintió náuseas. Aquello era peor de lo que había imaginado. Sacudió la cabeza.
—No lo sabía.
—Mi tío abuelo amaba a tu tía abuela —aseguró él con una mueca—. menudo tonto. Y, a causa de que tu familia no podía soportar que una de sus pequeñas tuviera por novio a un mero trabajador del astillero, hicieron todo lo posible por reventar el romance.
—Ya sé lo que sucedió —insistió Elena, cada vez más conmovida.
Damon rio amargamente. —sí, todo el mundo lo sabe, gracias a un viejo borracho que no pudo seguir viviendo con l a culpa, porque él había sido quien había cometido el crimen y lo había ocultado, y tu bisabuelo se lo había hecho pagar.
Su propia familia había asesinado a una de los suyos, y lo habían encubierto como cobardes. Elena se obligó a soportar la mirada de censura de Damon, aunque lo que hubiera querido sería hacerse un ovillo, avergonzada.
—Yo no soy culpable de lo que hicieron. —ni yo tampoco. Pero he pagado por ello toda mi vida: nací en otro continente, en una comunidad de exiliados, aprendiendo inglés como primera lengua, cuando debería haber sido el griego. Vi a mi abuela apagarse un poco más cada año, sabiendo que nunca podría regresar a su hogar.
Ella quiso decirle que ya era suficiente, pero no le salían las palabras.
Damon no había terminado aún:
—Mi padre estaba tan preocupado, que nos costó nuestra relación. Y a él su primera esposa. Crecí demasiado rápido, demasiado pronto, en medio de una sensación de injusticia y una necesidad de enderezar las cosas. así que, mientras tú ibas al colegio, hacías amigos, y vivías tu vida aquí, en tu hogar, yo me encontraba en el otro extremo del mundo, preguntándome cómo habrían sido las cosas si mi padre y mi abuela no se hubieran visto desterrados de su país. Preguntándome qué habíamos hecho para merecer esa lacra en nuestro apellido. ¿Tienes idea de lo que es crecer en una familia que te recuerda constantemente que no perteneces a un lugar? ¿Como si no tuvieras derecho a echar raíces?
Elena negó con la cabeza. Seguro que él no querría saber lo sola que se había sentido cuando su padre la había enviado a un internado católico ultraconservador en un paraje remoto de Irlanda.
Se sintió hueca por dentro.
—Por favor, ¿puedes decirme lo que quieres de mí, o dejarme marchar?
Damon apoyó los codos en sus rodillas, como si estuviera a gusto, y no acabara de relatar lo que había dicho.
—En realidad es muy sencillo: te deseé en el momento en que te vi, y te deseo ahora —respondió él con una sonrisa amarga—. A pesar de saber quién eres.
Elena abrió la boca y volvió a cerrarla.
—No es posible —dijo.
Se puso en pie presa del pánico y dejó su copa en una mesa, esperando que Damon no advirtiera su mano temblorosa.
Damon también se puso en pie y se miraron el uno al otro en la distancia.
—Siéntate, Elena. Aún no hemos terminado. Ella sacudió la cabeza en silencio, sintiendo que el mundo la oprimía. Damon se encogió de hombros como si no le importara.
—Vas a pagarme por todo lo que me has hecho, y vas a hacerlo como mi amante.
Elena estuvo a punto de soltar una carcajada de histeria, pero se le pasó al ver la mirada de él. Se estremeció entre sus piernas. —lo dices en serio... —por supuesto. No bromeo con cosas como ésta —aseguró él, con la mandíbula apretada—. Te deseo y quiero tenerte cerca, donde pueda verte; lejos de tu padre y sus maquinaciones. Si esa pasión entre nosotros indica algo, no creo que sea desagradable para ninguno de los dos.
Elena se estremeció de nuevo y creyó que iba a desmayarse.
-¿Quieres acostarte conmigo? él sonrió peligrosamente.
—Entre otras cosas.
—Pero...
—Pero nada. Todo el mundo nos vio juntos en la fiesta. No voy a permitir que te aproveches de eso, ahora que he regresado. Por no mencionar tu fracaso de esta noche. Eres un peligro y una amenaza. Has tenido el descaro de venir dos veces a mi casa, y ahora pagarás por ello.
—Pero mi padre...
Se detuvo. «Me matará», pensó, con un creciente temor nacido mucho tiempo atrás.
Damon le quitó importancia con un gesto.
—Tu padre me importa un comino. Espero que le suponga una gran humillación ver a su preciosa hija mayor como amante de su enemigo. Todo el mundo sabrá por qué estás conmigo, calentando mi cama hasta que yo me aburra, tal vez hasta que me case. Fuera lo que fuera que hubierais planeado él y tú, ahora vamos a jugar con mis reglas. Y puedes decirle que el hecho de que seas mi amante no le supondrá ningún favor. Las
Cosas siguen como estaban. No vamos a sacarle de sus apuros.
Elena lo miró sin poder creer la dirección que había tomado su conversación. No tenía sentido desvelarle la pésima relación con su padre, él no la creería.
Estaban impactándole demasiadas cosas a la vez, además de aquellas palabras frías y calculadoras. Quería gritar que no le deseaba, pero no le salían las palabras. Además, temía la reacción de él si lo decía. Aún estaba resentida por lo que había sucedido en el estudio. Era demasiado vulnerable a él.
Sentirse tan acorralada e impotente la despertó por fin del estancamiento en que se encontraba. Él no podía obligarle a hacer eso.
—No voy a ganar nada con esta relación, porque no voy a participar. No podrías pagarme para que fuera tu amante.
Cada vez más asustada, le parecía que la opción de ser detenida por allanamiento de morada era mejor que lo que él le proponía.
Él se la quedó mirando unos instantes.
—Tienes toda la razón. No te pagaría. Pero vas a hacerlo porque no puedes negarte. El deseo entre nosotros es desafortunado, pero tangible —comenzó él, desdeñoso—. A pesar de lo que digas, en cuanto estés en mi cama intentarás seducirme. Hacerte la difícil tal vez sea parte de tu repertorio, pero no me gustan los juegos, Elena, así que estás perdiendo el tiempo.
Ella se sentía avergonzada de cómo se había entregado a él. Se encaminó hacia la puerta, rezando para que él no la tocara. Se detuvo cuando se sintió más a salvo, y se giró hacia él con la barbilla elevada.
—No lo haré porque eres el último hombre sobre la tierra con quien me acostaría —aseguró, y se dio media vuelta, con la mano en el pomo de la puerta.
— ¿De veras crees que voy a dejar que te marches?
Elena se odió a sí misma por no abrir la puerta e irse. Se giró hacia él de nuevo e intentó sonar segura de sí misma.
—No puedes detenerme.
Damon se puso en pie, con las piernas separadas y las manos en los bolsillos. Esbozó una sonrisa salvaje.
-Sí puedo.
Elena se puso más nerviosa. Reculó de espaldas a la puerta y agarró el pomo, lista para salir corriendo.
— ¿Qué vas a hacer, secuestrarme?
-Has visto demasiadas películas —dijo él con desdén, y se acercó a ella.
Elena agarró el pomo aún más fuerte, con todo su cuerpo tenso. Él se detuvo a medio metro.
—Te he sorprendido robando, y podría llamar a la policía sólo por eso, pero lo dejaré pasar porque nuestra relación ya va a despertar suficientes controversias cuando la prensa se entere.
—No vamos a tener ninguna relación —le espetó ella—. Y Además, yo no estaba...
Se calló de pronto. Evidentemente, Damon no había advertido que ella había sacado el testamento de su chaqueta. Tendría que explicarle cómo había llegado hasta allí. Con lo cual, era robo de todas maneras, aunque no lo hubiera con metido ella. Se encontraba de nuevo en la casilla de salida: condenada
Por las acciones de su padre y su propio deseo de rectificar las cosas.
Deseó decirle a Damon que prefería marcharse con la policía, pero sería un escándalo, y no podía hacerle eso a Katherine. El nudo alrededor de su garganta cada vez se cerraba más.
—Sí que tenemos una relación, Elena. Comenzó la noche de la fiesta. Y desde entonces, he encontrado mucha información acerca de ti.
Elena seguía agarrada al pomo, en estado de shock.
— ¿Qué tipo de información?
—Que estudiaste diseño de joyas. Pero que, desde que terminaste los estudios, no has intentado marcharte de casa, lo cual indica que tienes una relación muy estrecha con tu padre.
Elena se tragó la explicación. Se había quedado allí por su hermana, para crearle un entorno estable, ya que sus padres nunca se lo habían proporcionado. Al regresar del internado en Irlanda, tras la muerte de Carolina, Katherine y ella se habían apoyado mucho la una en la otra.
Él continuó, con fingida comprension:
—Pero desde el derrumbe del negocio de tito, te pusiste a trabajar en aquella empresa de caterin, y ahora como camarera de piso en el hotel Grand britana. Debe de ser duro estar cambiándole las sábanas a gente con la que te codeabas antes... —dijo él, pensativo—. Me preguntaba cómo alguien con tanta formación como tú se había rebajado a un trabajo de tan baja categoría, y deduje que no querías que investigaran tu procedencia. Sin duda, habías planeado volver a la vida social y encontrarte un marido rico, una vez que el apellido Gilbert hubiera perdido notoriedad.
Elena palideció al descubrir lo que él sabía y había deducido, aunque algunas cosas no fueran correctas. pensó en su sueño de montar un estudio de joyería en cuanto tuviera suficiente dinero, y en la decepción que se guardaba para sí misma cada día que no había alcanzado ese sueño.
—Estás muy equivocado —afirmó-. lo más interesante que he averiguado es que Stefan Eugénides y tu hermana están enamorados y quieren casarse, pero el padre de él no lo
Permite — continuó Damon. Elena creyó que iba a desmayarse.
—¿Es importante para ti que tu hermana se case con él?—añadió Damon. Elena se sentía cada vez peor. Se encogió de hombros, intentando disimular que el corazón le latía a mil por hora. Si Damon adivinaba lo importante que eso era para ella, haría todo lo posible para que no sucediera. Intentó esbozar una sonrisa cínica. —son jóvenes y están enamorados. Yo creo que es demasiado pronto, pero sí, quieren casarse. —creo que mientes, Elena, y que para ti y tu hermana es crucial que ellos dos se casen. ¿Por qué si no irías a interceder por ellos ante Dimitri Eugenides?
Elena comenzó a temblar visiblemente. ¿Cómo diablos sabía él eso?
—Yo creo que tu hermana está buscándose un marido rico antes de que lo perdáis todo. De esa manera, tú también tendrás la vida resuelta.
Elena negó con la cabeza. Damon hizo una mueca.
—En cierta forma, no te culpo. Sois dos pobres niñas ricas intentando sobrevivir. Y no parecéis ser conscientes de que la mayoría de la gente tiene que trabajar para ganarse la vida.
Elena se abalanzó sobre él, pero antes de poder golpearlo en el pecho, él la sujetó. Elena lo miró furiosa, sintiéndose débil e impotente.
—No tienes derecho a decir eso. No sabes nada de nosotras, ¿me has oído?
Damon se la quedó mirando un largo momento, asombrado por el tono enardecido de ella. Se fijó en sus senos firmes, moldeados por la camiseta. Su cuerpo respondió al instante. ¿A quién quería engañar? no había logrado calmar su deseo
Desde el episodio en el estudio. Sin embargo, ¿cómo se atrevía ella a hablarlo como si la hubiera insultado?
La atrajo hacia su cuerpo con brusquedad. Vio que ella tenía las mejillas encendidas. Le agarró las dos manos juntas y, con su otra mano libre, la sujetó del cuello, acercándosela más. El ambiente hervía de tensión. Damon inclinó la cabeza y reprimió un gemido. Ella olía a limpieza, a pureza. Le hacía arder de deseo. Aquella mujer sabía perfectamente lo que estaba haciendo.
—Aún no he terminado contigo, Elena.
—Sí que hemos terminado. Me gustaría marcharme ya —dijo ella con voz temblorosa.
Damon lo advirtió. Su aliento le encantaba. Deseaba volver a besarla, pero algo le hizo contenerse.
—Aún no hemos terminado, porque no te he dicho qué más sé. Puedo ofrecerte algo que, a pesar de tus altaneras protestas, no creo que puedas rechazar.
Ella se soltó por fin; dio un paso atrás y se cruzó de brazos.
—No quiero oír nada de lo que puedas decir...
—Puedo convencer a Dimitri Eugenides de que bendiga la boda entre su hijo y tu hermana.
Elena lo miró boquiabierta. — ¿a qué te refieres?
— ¿Ya no te parecen tan jóvenes para casarse? —se burló él, triunfal.
Él tenía razón, pero estaba equivocado en las causas.
—Tan sólo dime a qué te refieres —le espetó Elena,
Sintiéndose cada vez más vulnerable.
—Muy sencillo: Dimitri quiere hacer negocios conmigo. te garantizo que, en cuanto se conozca que eres mi amante, Dimitri estará deseando complacerme.
Puedo poner como condición a nuestro negocio que permita que Stefan se case con tu hermana.
Elena sacudió la cabeza, mientras se le llenaba el corazón de esperanza.
—No lo permitirá, odia a nuestra familia.
—Hará lo que yo le pida, créeme —aseguró Damon con arrogancia.
Elena se sentó en una silla cercana. La cabeza le daba vueltas. Con sólo chasquear los dedos, Damon podía lograr lo que ella más deseaba en el mundo: facilitarle las cosas a Katherine.
Lo miró, de pie ante ella como un mercenario. No le importó lo que él pensara, sólo supo que tenía que hacer lo que fuera necesario. Se puso en pie.
—Supongo que tu condición para hacerlo será que yo acceda a convertirme en tu amante, ¿cierto?
Damon frunció la boca, y la miró enfadado.
—No intentes hacerte la víctima. Ambos nos deseamos, aunque tú pareces decidida a negarlo.
-El asunto es que no ayudarías a Katherine y Stefan a menos que yo esté contigo, ¿no es así?
Él se encogió de hombros con indiferencia.
—Digamos que entonces lo que les suceda me importaría menos de lo que me importa ahora. ¿Por qué iba a molestarme en hacer eso, a menos que obtenga algo a cambio?
-Yo —dijo ella, reprochándose la respuesta de su cuerpo ante la idea.
Se odió porque no le disgustaba la oferta de Damon. Pero ¿cómo iba a oponerse a aquella oportunidad para que su hermana y Stefan fueran felices? Katherine estaba embarazada de tres meses, y no querría que todo el mundo se enterara el día de la boda.
-Si acepto, será con una condición.
Damon le lanzó una mirada de advertencia. —adelante.
—Quiero que Katherine y Stefan se casen lo antes posible. Damon la miró con cinismo.
—No creas que el hecho de que ellos se casen supondrá el fin de nuestro romance, Elena. No pienso dejarte marchar hasta estar saciado.
Elena se estremeció de nuevo. ¿Cómo reaccionaría él cuando descubriera que era virgen? no le parecía el tipo de hombre al que le gustara tener novatas en la cama.
Damon estaba mirándola pensativo.
—No veo motivo para no atender tu petición, dado que a partir de ahora eres mía —dijo.
La vio palidecer y no le gustó. Se acercó a ella y la sujetó de la nuca. Sintió su sedoso cabello, y tuvo que contener su deseo.
—Lo que cuenta es el presente. Voy a ordenar a mi chófer que te lleve a casa para que hagas la maleta y te traiga de vuelta a mí. Así de sencillo.
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