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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

31 octubre 2012

Comprado Capitulo 11


CAPÍTULO ONCE

En el trayecto de vuelta a casa después de cenar, apenas hablaron. Elena estaba sentada quieta como una estatua, presa del miedo y de la recriminación hacía sí misma por desear con todo su cuerpo al hombre que conducía a su lado.

Al llegar, Damon la agarró de la mano y la llevó escaleras arriba. Iba tan deprisa que Elena se tropezó en el último escalón, pero él no aminoró la marcha, la tomó en brazos sin mediar palabra con ella y siguió andando hacia su dormitorio.


Elena lo miró a los ojos y vio que su rostro estaba muy serio, frío y distante y se preguntó cómo iban a hacer aquello sin cariño ni afecto.

Al llegar a su habitación, Damon la depositó en el suelo. Elena tenía la respiración entrecortada e intentó ir hacia la puerta que comunicaba con su dormitorio, pero Damon se lo impidió.

—No quiero hacer esto y no lo voy a hacer —le advirtió Elena.

Damon no contestó, se acercó a ella y la besó. Elena intentó zafarse, moviendo la cabeza de un lado a otro.

—No... —protestó.

Damon se apoderó de su boca, Elena volvió a apartarse, pero Damon no se dio por vencido y comenzó a besarla por el cuello. Elena le dio puñetazos en el pecho, pero no le sirvió de nada. Sin tener que hacer mucho esfuerzo, Damon le llevó un brazo a la espalda se lo mantuvo allí.

Había algo indómito en aquel hombre que tenía Elena atrapada por completo. En aquellos momentos sentía su erección y el deseo se apoderó de ella.

La batalla estaba perdida, le temblaban las piernas Lo cierto era que no quería resistirse. Damon descendió y posó sus labios sobre el escote de Elena, que llevó la mano que tenía sobre su hombro hacia su cuello, se aferró a su pelo, momento que Damon aprovechó para agarrarla de una nalga con fuerza y apretarse contra ella.

Aquel gesto, aquella urgencia, hicieron que Elena ahogara un grito de sorpresa. Una fuerza suprema recorría su cuerpo, sentía la necesidad de conectar de la manera más íntima con aquel hombre y, de repente, supo que Damon se había dado cuenta.

Damon volvió a tomarla en brazos y la condujo hacia la cama. Tras dejarla de pie de nuevo, Elena no se movió. No se opuso tampoco. Enfadada con él por hacerla sentir débil y consigo misma por aquella respuesta que su mente no quería, lo besó con pasión y con furia. Sus lenguas se encontraron y se entrelazaron.

Presa de la ira, Elena le quitó la chaqueta, que cayó al suelo, Damon se deshizo el nudo de la corbata y se desabrochó la camisa. Al ver su torso desnudo, Elena se quedó sin respiración y, sin pensar en lo que hacía, puso las palmas de las manos sobre aquella piel bronceada y
maravillosa.

—Quítame el cinturón y los pantalones —le ordenó Damon.

Elena obedeció con manos temblorosas. Cuando acerco las manos hacia el botón de los pantalones, sintió, el calor que emanaba de la erección de Damon. Lentamente, le bajó la cremallera y le rozó con los nudillos En aquel momento, sintió que su erección pulsaba contra la tela de los calzoncillos y que Damon gemía. Al levantar la mirada, se encontró con sus ojos y tuvo la sensación de que eran los únicos habitantes del planeta.

En aquellos momentos, sólo existían ellos y lo que estaban haciendo.

Damon le apartó la mano con impaciencia, se deshizo de los pantalones y de los calzoncillos y quedó ante ella completamente desnudo. Elena se fijó entonces en que tenía un tatuaje sobre el bíceps derecho.

— ¿Qué es eso? —le preguntó.

—El símbolo de mi entrada en una banda callejera —contestó Damon con desprecio—. ¿Por qué? ¿Te excita?

Elena negó con la cabeza.

— ¿Y qué significa?

—Que no me fío de nadie —contestó Damon.

«No se fía de mí», pensó Elena.

Sin embargo, no le dio tiempo a seguir aquel hilo de pensamiento, pues Damon le estaba quitando la falda. La blusa no tardó en caer también al suelo. Elena se quitó los zapatos y Damon la tumbó sobre la cama.

Fue entonces cuando Elena se fijó en lo excitado que estaba. Al instante, sintió que una estela de líquido incandescente le recorría la entrepierna. Definitivamente, estaba preparada para recibirlo, pues su cuerpo la traicionaba por completo.

Damon le quitó el sujetador, se tumbó junto a ella y se quedó mirándole los pechos. Tenía los pezones muy duros y parecían pedir a gritos que los acariciara, así que le pasó la palma de la mano sobre uno de ellos. Elena se estremeció y explotó cuando Damon se inclino sobre ella, tomó el pezón entre sus labios y comenzó succionar. Sin pensarlo, arqueó la columna y Damon la tomó de la espalda para acercarla más a él.

— ¿Qué es eso? —se sorprendió Damon al tocarle la cicatriz que tenía en la zona lumbar.

Sin darle tiempo a que contestara, la giró e inspeccionó. Elena cerró los ojos y se apartó de él con violencia. Menos mal que estaba a oscuras. Elena se sentó apoyada en el cabecero de la cama y se abrazó las rodillas. Se sentía culpable y avergonzada y tenía miedo.

¿La estaba mirando con compasión?

—No es nada.


— ¿Cómo que no? Tienes una cicatriz enorme en la espalda. ¿Cómo te has hecho esa herida? ¿Te duele?

—Sólo a veces, cuando tengo demasiada actividad física.

Damon recordó de repente cómo la había cargado al hombro e hizo una mueca de disgusto. Elena comprendió al instante.

—No lo sabías —lo tranquilizó.

—No, pero no tendría que haber sido tan poco cuidadoso.

Hubo algo en su tono de voz que hizo que Elena bajara la guardia y se olvidara de su intención de no contarle nada.

—Me lo hice hace aproximadamente cinco meses. La milicia rebelde rodeó el campamento en el que estábamos y comenzó a disparar. Mataron a veinte personas. A mí sólo me hirieron. Tuve suerte.

Damon se levantó de la cama y se puso los pantalones. Sabía perfectamente que Elena estaba intentando quitarle importancia al asunto. Seguro que estaba atemorizada cada vez que recordaba lo que había vivido. Por alguna razón, llegó a la conclusión de que le estaba ocultando algo.

Elena cerró los ojos y se dijo que no debía pensar en el pasado.

Damon comenzó a pasearse alrededor de la cama. Así que la habían tiroteado. Así que una bala le había dado. Al imaginar a Elena herida, sintió algo extraño en el pecho que lo obligó a sentarse en la cama junto a ella y a acariciarle el brazo. A pesar de lo que le acababa de contar, seguía deseándola.

—Elena... —murmuró.

Elena levantó la mirada. Parecía desesperada, lo que sorprendió a Damon. La idea de que alguien le hubiera pegado un tiro lo desazonaba de tal manera que le hubiera gustado tomar a Elena entre sus brazos y no separarse de ella jamás.

—Estoy bien. De verdad —le aseguró Elena.

Pero no era cierto. De repente, lo estaba recordando todo. Imágenes, rostros de muertos, peligro. La única manera de evitar aquella pesadilla era entregarse a Damon, a aquel hombre cuyo deseo la paralizaba. Entre sus brazos, se sentía a salvo. El deseo volvió a apoderarse de ella con fuerza.

Elena era consciente de que estaba jugando con fuego para olvidarse del dolor aunque sólo fuera durante un rato. Necesitaba sentirse viva, necesitaba que aquel hombre le contagiara su fuerza.

El hecho de que se fuera a dejar seducir... Elena prefirió no pensarlo. Raúl Carro jamás la había excitado tanto. Sin pensarlo dos veces, se tumbó bocarriba flexionó las rodillas y se quitó las bragas.


Damon la miró confuso, pero no tardó en comprender, se puso en pie, se quitó los pantalones
de nuevo volvió a tumbarse a su lado.

Elena suspiró aliviada. Aquel peligro era mucho mejor que mostrarse vulnerable ante él, así que Elena le pasó los brazos por el cuello, lo apretó contra su cuerpo y se regocijó en su calor, en su olor y en su fuerza protectora.

El calor sexual los rodeó con toda su fuerza. En pocos minutos, habían llegado al mismo punto donde lo habían dejado y lo habían sobrepasado sin dificultad. Pronto, lo único que existió en la mente de Elena fue el hombre que tenía encima moviéndose y mirándola a los ojos.

Damon miró a Elena a los ojos y vio deseo y necesidad, así que la penetró y comenzó a moverse al mismo ritmo que sus caderas. Ambos tenían la respiración entrecortada. Elena nunca se había sentido tan bien, nunca había sentido tanto, nunca había tenido tantas sensaciones.

Mientras Damon la penetraba una y otra vez, buscó su boca y lo besó con la respiración entrecortada. Tenía todos los músculos tensos y no se podía creer que estuviera tan cerca del orgasmo tan rápido, pero las oleadas estaban empezando a ser cada vez más fuertes y no las podía controlar. Elena arqueó la espalda y gritó al llegar al clímax.

Damon siguió moviéndose dentro de su cuerpo. Aunque, al principio, la sorprendió un poco, Elena comprendió enseguida que iba a tener otro orgasmo.

Ambos cuerpos estaban cubiertos de sudor y, cuando Damon se inclinó sobre ella y le mordió un pezón. Elena sintió de nuevo que todo su cuerpo se tensaba y que comenzaba a temblar, más fuerte en aquella ocasión.

Esa vez, Damon también se tensó y, antes de derrumbarse sobre ella, depositó su semilla en su interior y, en aquel momento, Elena lo entendió todo y tuvo la sensación de que todo tenía sentido en su vida.

Tras tomar varias bocanadas de aire, Damon reunió fuerzas para tumbarse boca arriba al lado de Elena. Quería abrazarla o tomarla de la mano, pero se controló y no lo hizo.

Una buena sesión de sexo. Sólo había sido eso. La única vez en su vida en la que le había ocurrido lo mismo que en aquellos momentos había sido desastrosa, la única vez en su vida que había sentido deseos de abrazar a la mujer con la que se acababa de acostar le había costado muy caro. No le había vuelto a suceder desde entonces. Aquello demostraba que no debía fiarse de Elena.

Era igual que la otra.

Damon se puso en pie y, de repente, oyó que Elena estaba llorando. Al girarse, comprobó que tenía los ojos cerrados y el brazo puesto sobre ellos y que las lágrimas le resbalaban por las mejillas.

—Elena.



 Elena abrió los ojos y retiró el brazo, se sentó en la cama con indiferencia y recogió su ropa. Hecho aquello, fue hacia la puerta de su habitación. Sorprendido, Damon sólo pudo mirarla.

—Para que lo sepas, estoy tomando la píldora, así que no habrá consecuencias —le dijo. Y, dicho aquello, desapareció. ¿Cómo se atrevía?

Furioso, Damon fue hacia la puerta, pero se paro en seco. Él tenía mucho cuidado con aquel asunto siempre insistía mucho en proteger sus relaciones sexual y no entendía qué le había ocurrido en aquella ocasión.

Estaba furioso consigo mismo. Al recordar lo que había pasado, volvió a excitarse. Desde luego, si Elena creía que se comportaba así con todas las mujeres tenía razones para haberse enfadado.

Mientras se duchaba, se preguntó por qué se habría puesto a llorar. ¿Habría sido por algo que él había hecho?

Lo que le acababa de ocurrir era tan enorme que todavía no comprendía. Mientras se daba una ducha, Elena recordó las manos de Damon, recordó lo que le habían hecho sentir, recordó la vulnerabilidad que se había apoderado de ella cuando le había tocado la cicatriz y decidió que no quería pensar en ello.

No se podía creer que Damon no hubiera pensado en ponerse un preservativo. Para ser sincera consigo misma, ella sólo había pensado en el asunto de la protección cuando todo había terminado ya.

¿Se habría dado cuenta de que estaba llorando? ¿Se habría dado cuenta de que la había conmovido hasta las lágrimas con su cuerpo? Había llorado porque era la primera vez en su vida que experimentaba tanto placer, había llorado porque durante el último año había reprimido su parte emocional. No le había quedado más remedio. Había sido cuestión de supervivencia.

Sin embargo, aquel hombre le había hecho volver a sentir de nuevo. Elena había querido sentirse viva otra vez y ahora no sabía si iba a ser capaz de soportar la situación. Se había acostado con Damon creyéndose una mujer sofisticada, pero ahora ya no estaba tan segura.

Tras secarse, se metió en la cama y se preguntó cómo era posible que aquel hombre le hubiera devuelto algo tan precioso, aquello que le había arrebatado otro.

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