Capítulo
11
Elena sintió las palabras de Damon como una flecha clavada
en su pecho.
-No veo sólo lo
negativo -replicó, preguntándose si sería verdad.
Damon supo que estaba mintiendo.
-Tú no valoras nuestro matrimonio por un pacto que
ya no tiene nada que ver con nuestras vidas. Y buscas excusas todo el tiempo
para justificar tu desconfianza y la falta de valor que le das a nuestro
matrimonio.
¡Cómo se atrevía a decir aquello! ¡Ella lo amaba!
Era él y su padre quienes habían infravalorado su matrimonio.
-Yo no he quitado valor a nuestro matrimonio ni te
he pedido el divorcio el día siguiente a nuestra boda. Yo no te he negado el
placer de mi cuerpo ni el calor de mi corazón. Tú estás enfadada porque el amor
no fue el motivo de mi proposición de matrimonio. No obstante tú que has
profesado tu amor por mí, me has amenazado con deshonrarme delante de mi
pueblo. ¿Qué clase de amor es éste?
-Yo... -ella no sabía qué decir.
Damon decía la verdad, pero no había sido la debilidad
de su amor la causa de que hubiera hecho ciertas cosas, sino la fuerza de su
dolor. El sentimiento de rechazo... Pero él no la había rechazado nunca.
-Ahora estás ahí sentada seguramente planeando
decirme que no te toque. Da igual que seas mi esposa. A ti no te importa que yo
me esté muriendo de deseo por ti. Seguramente te gusta la idea de hacerme
sufrir.
-No. Yo...
-Te olvidas fácilmente de la intimidad que hemos
compartido...
-No es fácil -gritó ella.
-Te he prometido ser sincero. ¿Crees que no merezco
lo mismo?
-No miento.
-¿Piensas compartir mi cama?
-Sí.
Ella había decidido hacerlo. Prefería hacerlo a ser
seducida por Damon de todos modos y demostrarle que no podía reprimir su deseo
por él.
Damon la miró con un brillo de deseo que la quemó.
-Espera.
Damon se detuvo.
-Tengo que darte esto -le dio el manto de la cabeza.
-¿Por qué?
Ella respiró profundamente y luego exhaló muy
lentamente.
-Me compraste con un permiso de excavación...
Sintió que tenía que dejar las cosas claras entre
ellos.
Le había llevado tiempo decidirlo, pero debía hacerlo
antes de entregarse a Damon nuevamente.
Cuando él fue a protestar, ella lo acalló.
-Si aceptas este oro -señaló el manto-. Te estaré
comprando. Así estamos en igualdad de condiciones.
Damon no comprendía.
-¿Es importante para ti? ¿Que estemos en igualdad de
condiciones?
-Sí.
-Y si acepto tu dote, ¿será así?
Ella asintió.
Damon extendió la mano para recibir el oro.
-Espero que a ti te satisfaga tanto el intercambio
como a mí.
Ella le entregó el manto.
Luego se desabrochó el cinturón de oro de sus caderas
y lo dejó caer.
Damon se quedó quieto. Sólo le clavó la mirada.
Ella se quitó el atuendo hasta quedar desnuda.
Sus pezones estaban duros de deseo. Y se endurecieron
más al sentir la mirada de su esposo en ellos.
Toda su piel estaba sensible.
Caminó hacia él y las pequeñas campanitas del colgante
que llevaba al cuello sonaron con cada paso. Por primera vez no se puso
colorada. Estaba decidida.
Cuando llegó hasta su marido le dijo:
-Déjame que te desvista.
Elena le quitó el turbante. Le acarició el cabello
rizado. Sintió que sólo ella tenía derecho a ver a aquel hombre de aquel modo
en Jawhar y se deleitó con ese pensamiento.
Él la ayudó a que le quitase la túnica. Elena le
acarició el pecho.
Le llamaron la atención sus pezones varoniles. Su
deseo aumentó, e instintivamente los acarició.
Al tocarlos, se pusieron duros inmediatamente y ella
sintió el placer de hacerlo reaccionar de aquel modo.
-Sí. Tócame. Muéstrame que me deseas tanto como yo
te deseo a ti.
Las palabras de Damon aumentaron su deseo y la
determinación de hacer lo que él le decía. Se inclinó hacia adelante y lamió
cada uno de los pezones; luego hizo círculos con la lengua, saboreando su piel
salada y aspirando la fragancia masculina de su cuerpo.
-El aire del desierto te ha convertido en una tentadora.
Ella sonrió y tomó uno de sus pezones con la boca
hasta que él gimió de placer.
Luego tiró del cordón de la cintura del calzoncillo
blanco y lo desató. Lo único que sujetaba su ropa interior era el cuerpo de
ella encima del de él.
-Quítatelos.
-¿El haberme comprado te da derecho a darme órdenes
como a un esclavo? -preguntó Damon con humor en los ojos.
Ella supo que estaba bromeando, que no estaba
ofendido.
-Por supuesto -respondió ella.
Él alzó las cejas y la miró con aire de depredador.
-Entonces tú también eres mi esclava.
Elena tragó saliva. El juego estaba tomando un curso
inesperado y se estaba poniendo nerviosa.
-Sí -respondió.
Damon no dijo nada; pero la dejó quitarle la prenda.
Ante sus ojos apareció una piel satinada y dura dándole
la bienvenida.
El recuerdo de sentirlo dentro de ella era
excitante, sintió Elena.
—Quítate la ropa que te queda —le ordenó él.
Ella se estremeció de deseo.
Lo único que le quedaba protegiéndola de él era un
trozo pequeño de encaje.
Pero ella no necesitaba protección de él. Ahora, no.
Ella deseaba lo que iba a suceder.
Se quitó las braguitas, dejando al descubierto unos
rizos rubios húmedos.
-Ven conmigo -dijo Damon.
Ella se acercó a él. Tanto que la punta de su
masculinidad le rozó el estómago.
Damon le tomó la mano y la llevó hasta su sexo.
-Tócame -le pidió.
Ella llevó su mano hasta él con dedos temblorosos.
La dureza tibia de su piel satinada la fascinó y la acarició en toda su
longitud. Él dejó escapar un sonido incoherente de deseo y echó hacia atrás la
cabeza.
Ella siguió acariciándolo y llevó su pulgar hasta la
punta. Él se estremeció y le pidió:
-Más.
Fue una orden y un ruego imposible de desobedecer.
Y lo siguió acariciando más y más.
De pronto Damon le tomó la mano y le dijo:
-Suficiente -tomó aliento y agregó-: Ahora me toca a
mí.
¿Tocarla?, se preguntó ella.
-Ser el que dirige -le aclaró Damon.
Ella sonrió.
-Llévame a la cama -le pidió a él.
Él no lo dudó. La alzó en sus brazos y la llevó a la
cama que estaba en el centro de la habitación. Damon se arrodilló con ella en
brazos encima de la colcha. Bajó su cabeza y la besó.
Aquel beso le llegó hasta dentro de su ser.
Damon era su marido y lo deseaba, y siempre lo desearía.
Damon le besó el cuello.
-Te necesito, Damon.
Él la quemó con la mirada.
-Te he deseado desesperadamente...-dijo él.
-Ahora me tienes.
-Sí. Te tengo. Jamás te dejaré marchar.
Elena no quería pensar en el futuro. Quería
concentrarse en el presente. Lo besó apasionadamente.
El calor de su lengua la invadió y enseguida el beso
se hizo devorador y carnal.
Damon le hizo el amor con las manos, con su boca y
finalmente con su cuerpo. Cuando explotó dentro de ella, Elena lo acompañó con
su propio estallido de placer.
Luego permanecieron con sus cuerpos entrelazados,
sudorosos.
Damon se desembarazó de sus brazos y ella protestó
con un gemido.
-Shhh, pequeña gatita. Sólo quiero que estés cómoda.
Damon la arropó con su cuerpo y con la colcha de
seda. Había apagado las luces y soltado las cuerdas de la cortina que rodeaba
la cama, aumentando la intimidad entre ellos.
Elena se arrebujó contra él.
-El nombre de pequeña gatita te va bien. Te acurrucas
como un gatito, feliz de calentarte con mi piel.
-Me haces sentir pequeña.
-Sólo en tu recuerdo eres una Amazona gigante.
Ella besó su pecho.
-Lo sé. Pero me gusta cómo me haces sentir.
No sólo la hacía sentir pequeña, sino protegida y
mimada.
-Me alegro de que sea así.
-¿Cuánto tiempo estaremos aquí? -preguntó ella
jugando con el vello de su pecho.
-Podemos irnos a nuestro hogar de Kadar cuando
quieras.
-¿No se sentirá ofendido tu abuelo si no nos quedamos
más tiempo?
Habían planeado estar un tiempo corto en el palacio
del rey Asad y unos días con el pueblo de su abuelo.
-A él le gustaría que nos quedásemos el tiempo suficiente
para que yo sea el jinete de su camello favorito en las carreras.
-¿Cuándo son las carreras?
-Dentro de dos días. Participarán otros dos campamentos.
-A mí no me importa quedarme, si a ti te apetece
hacerlo -dijo ella.
Le gustaba su hermana y le parecía fascinante la
forma de vida beduina.
-Me gustaría quedarme -él la abrazó.
-¿Vas a enseñarme a montar a camello?
-¿Estás segura de que quieres aprender? Parecías muy
nerviosa esta mañana.
-Se movía la silla. Y creí que se podía caer.
-Yo no te expondría a ningún riesgo.
Por primera vez ella sintió que aquel extraño en el
que él se había convertido, no era un extraño en absoluto. Era Damon. Un
hombre complejo, con muchas facetas. A veces duro, otras protector y tierno.
Pero en esencia el hombre del que ella se había enamorado. Su jeque.
Elena se lo pasó muy bien los días siguientes.
Latifah era una compañía maravillosa. Le había enseñado
los movimientos básicos de las danzas orientales mientras Damon compartía el
tiempo con su abuelo. La siguiente lección fue aprender a montar en camello,
algo más difícil.
Le dolían los muslos del ejercicio, pero la danza se los agilizó. Y
los masajes de Damon aquella noche completaron su recuperación.
El bailar y el montar a camello no fue lo único que
aprendió en el campamento. Damon también le enseñó todas las noches todo el
placer que su cuerpo era capaz de experimentar. Cuando estaban haciendo el
amor, a ella le resultaba fácil olvidarse de los verdaderos motivos por los
que se había casado.
Mientras Elena disfrutaba observando a su marido y
a Ahmed disputarse el primer puesto en la carrera, parecía ajena por completo
al acuerdo de su matrimonio.
-No sabía que los camellos podían moverse tan rápidamente.
Latifah se rió.
-Son magníficos, ¿no crees?
-Pero, ¿qué pasa si los camellos se tropiezan? ¿Y si
tira a Damon?
Latifah se volvió a reír.
-¿Damon?
-Es un hombre como cualquier otro, de carne y huesos
que puede romperse.
-Cuidas mucho a mi hermano, ¿no? -preguntó Latifah,
seria.
-Sí -admitió Elena, sin dejar de mirar a los camellos
de la carrera-. Lo amo. Por eso me casé con él.
-Me alegro. Creo que él se lo merece.
Elena se asustó al ver que Damon hacía un movimiento
con el camello que lo ponía en peligro.
Latifah la tranquilizó.
-Es un gran jinete. Casi siempre gana la carrera,
para pesar de mi marido. No está mal que Ahmed no gane siempre.
Elena se rió.
Latifah se rió también.
-No soy desleal, pero mi marido se pone insufrible
después de ganar una carrera.
-La arrogancia es una característica de la familia,
¿no?
Sabía que Ahmed y Damon eran primos.
-Sí.
-¿Así que quieres que sea yo quien sufra el síndrome
de marido insufrible, no?
-Creo que mi hermano ya se considera el ganador.
Está muy satisfecho de que seas su esposa.
Dos horas más tarde, Elena y el ganador de la
carrera de camellos subieron a un helicóptero.
Damon le tomó la mano y no la soltó durante todo el
viaje.
La primera vista que tuvo del palacio de Damon fue
desde el aire. El palacio de Jawhar era impresionante. Tenía cúpulas en el
techo y una arquitectura totalmente oriental.
El helicóptero aterrizó en un valle a varios metros
del palacio. Los hombres de la guardia privada del rey Asad los esperaban para
llevarlos al palacio.
Damon quiso mostrarle el palacio.
No era tan grande como el de su tío, pero era impresionante
también.
Tenía una cúpula de cristal como techo de una sala
que formaba el observatorio. Estaba lleno de libros acerca de las estrellas.
Algunos estaban en inglés, otros en francés y otros en árabe.
Pero lo que más le llamó la atención fue un
telescopio en el centro de la sala, colocado sobre una mesa. Era un telescopio
de George Lee e Hijos en perfectas condiciones.
Elena se acercó a él como si la atrajera un imán,
con la mano extendida para tocarlo.
-Es hermoso.
-Sabía que te gustaría.
Ella lo miró.
-Creí que habías fingido tu interés por los telescopios
para que tuviéramos algo en común.
-El telescopio era de mi padre. Él tenía pasión por
ellos. Pero al final me empezaron a interesar sinceramente, más allá de
considerarlo una forma de acercarme a ti.
Cuanto más tiempo pasaba con él, el motivo por el
que se habían conocido parecía tener menos importancia. Ella sabía que ése
había sido su plan cuando la había secuestrado.
-¿Vas a seguir yendo a las reuniones de la Sociedad
de Telescopios Antiguos conmigo? -preguntó Elena.
-Me gustaría hacerlo.
Ella sonrió.
-Quiero darte este telescopio como regalo de boda. A
mi padre le habría gustado que una aficionada a su hobby fuera quien lo
tuviera, sobre todo su nuera.
-No sé qué decir.
El le tomó las manos y agregó:
-Dime que lo aceptas.
Ella sintió que aceptarlo era como aceptar la permanencia
de su matrimonio. ¿Estaba preparada para hacerlo?
Daba igual lo que sintiera él por ella. El asunto
era la vida con Damon o la vida sin él. Por otro lado, estaba la posibilidad
de estar embarazada. Era pronto para saberlo. Pero no podía quitarse la
sensación de que podría estarlo.
Pero aun sin un bebé, en los últimos días había conocido
lo rica que era la vida con Damon. ¿Realmente quería volver a su vida anterior
sin él?
-Has luchado fuertemente para que este matrimonio
se mantenga -dijo ella.
-Jamás te dejaré marchar.
-Mi opinión también cuenta, Damon.
Damon se dio la vuelta y con un movimiento violento
le dijo:
-¿Cuándo dejarás de discutir por esto? Tú eres mi
esposa. No te dejaré marchar. Tú eres la madre de mis hijos. Podrías estar
embarazada incluso ahora. ¿No lo tienes en cuenta cuando piensas en dejarme?
—No he planeado nada.
Elena se puso una mano en el vientre y sintió cierta
ternura.
-¿Crees que podría estar embarazada de verdad?
-Si no es así, no será porque yo no lo haya intentado.
-Parece que estás dispuesto a todo para mantener
nuestro matrimonio.
Él le había prometido fidelidad, honestidad, y que
consideraría sus deseos por encima de otras consideraciones. Era más de lo que
muchos matrimonios tenían, pensó. Y según Latifah, el amor venía después. Aun
así, no había ninguna garantía de que él llegase a amarla.
Y si la amaba, ¿qué garantía había de que lo siguiera
haciendo? Damon era un marido que cumplía sus promesas siempre...
-No quiero terminar nuestro matrimonio. No quiero
dejarte -dijo ella, por fin.
Damon le sonrió. Parecía muy feliz. No podría serlo
si ella no significase algo para él.
Elena le dio la mano.
-Podemos seguir practicando a ver si fundamos una
familia, ¿no?
Él se rió fuertemente. La llevó al dormitorio y volvieron a compartir otra noche de amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario