La inarticulada explicación de Elena murió en sus labios. Sus sombrías y crueles palabras resonaban en su cabeza. Durante un breve y dichosamente engañoso momento no sintió reacción alguna hacia ellas, estaba entumecida, y luego, como flechas de puntas envenenadas, se unieron con la siempre presente y debilitante culpa, y se clavaron profundamente, muy profundamente en su corazón, robándole sus propias palabras o cualquier otra explicación que ella pudiera dar.
Él tenía razón. Ella no podía decir una palabra. No en este momento de todos modos. ¿Cómo podría esperar que él entendiera, si apenas había logrado entenderlo ella misma? Si apenas había comenzado, dolorosamente, a perdonarse a sí misma. Se había alejado de su propio bebé recién nacido.
¿Realmente había pensado que contarle sus razones podría absolverla? Ella no se merecía eso.
Su control estaba cerca de romperse, pero sabía que no podía darse el lujo de derrumbarse ahora. Tenía que enfrentar las consecuencias de sus actos, no buscar la absolución. Logró reunir la fuerza necesaria para alejarse bruscamente de su puño de hierro.
Damon la miró fríamente. Ella se alejó aún más y su mano frotaba el brazo donde él se lo había agarrado. La ira de él se estaba enfriando y ahora se transformaba en una contenida rabia helada. Ella se dio la vuelta por un momento, dándole la espalda, y sus ojos la recorrieron. En su traje elegante y una blusa de cuello alto pudo ver por primera vez que estaba más delgada que antes. La chaqueta corta y falda recta no ocultaba mucho. El deseo quemaba bajo e insistente en su vientre, a pesar de que todo en él se rebelaba a esta respuesta no deseada. Siempre había sido delgada, pero nunca había visto estas líneas de inconfundible fragilidad en su cuerpo, no habían estado allí antes.
Odiaba estar pensando en esto y lo sacó de su mente casi de inmediato, pero
¿había también una cierta vulnerabilidad? Su cabello castaño rojizo había sido
más abundante antes, le llegaba a la espalda, pero ahora estaba mucho más corto, dejando al descubierto la línea de su elegante cuello. Todavía tenía el porte prototípico de la clase alta que no podía ser falsificado. Ella había sido su llave de entrada a un mundo de muy difícil acceso para los extraños: las altas esferas del sistema bancario inglés, un antiguo y estrechamente vigilado grupo de la elite súper rica.
Con ella había cometido un error sumamente inusual en él, al analizar a las personas. Había sido la primera persona a la que había juzgado erróneamente, mal. Monumentalmente mal. Catastróficamente mal.
Ella se giró para mirarlo de nuevo y sus ojos estaban brillantes, sorprendiéndolo. Pero entonces endureció su determinación. Esta era la verdadera mujer con la que se había casado. Pero inexplicablemente, al mismo tiempo que pensaba eso, sus ojos se vieron involuntariamente atraídos por la cima de sus pechos que empujaban la fina seda de la blusa. Sintió que su cuerpo se tensaba aún más en respuesta a su plenitud, una tensión sensual
que inundaba sus venas. Su reacción era tan injustificada que por un momento lo aturdió. Y entonces ella habló, atravesando la neblina de su cerebro. Se dijo a sí mismo que tenía que ser el shock.
–Te guste o no, tengo derechos. Cualquier tribunal del mundo va a reconocer eso. No importa lo que yo haya hecho, finalmente me permitirían ver a mi hijo – Su voz sonaba recortada, poniendo en evidencia su buena educación con cada sílaba bien pronunciada, sacando de la mente de Damon las desagradables reacciones de su cuerpo.
Elena observó su reacción con cautela. No debía enterarse lo que le había costado llegar hasta aquí y hablarle así. Se sentía como si estuviera de regreso de la clase de dicción. Pero era la única manera que tenía de aferrarse a ese frágil control.
La cara de Damon era una pétrea máscara sin reacción, y para su sorpresa, comenzó a alejarse –Quédate en esta sala por un momento. Si intentas salir hay un guardaespaldas afuera de esta puerta que te meterá de nuevo adentro – Todo lo que él sabía era que tenía que poner algo de distancia entre ellos, hacer un balance de lo que acababa de suceder.
Elena vio con incredulidad como sus largas y poderosas zancadas lo llevaban hacia la puerta. Tardíamente fue tras él, casi tropezando –Espera… ¿a dónde vas? No hemos terminado de discutir esto –
Al llegar a la puerta se volvió y la fuerza de su fría mirada la detuvo en seco – Oh, sí…ya terminamos. Por ahora. Sólo recuerda esto: Abandonaste a tu hijo y lo dejaste conmigo. Yo puedo hacer esto fácil o muy, muy difícil. Todo depende de ti, Elena –
Cuando abrió la puerta Elena vio la forma grande y gigantesca del guardaespaldas parado afuera y oyó una vocecita charlatana decir con entusiasmo – ¡Papá!… ¡Papá! –
La puerta se cerró y sintió la cama en la parte posterior de las piernas, detrás de ella. Oír esa vocecita fue demasiado. Sus piernas se doblaron y se deslizó hasta el suelo. Durante mucho tiempo estuvo sentada así, con las piernas metidas debajo de ella, aturdida por todo. Fue sólo después de unos minutos que se dio cuenta de que tenía las mejillas húmedas por las lágrimas, y tenía un puño contra su pecho como si así pudiera calmar el dolor en su corazón.
Finalmente Elena se levantó y fue al baño, donde se salpicó la cara con agua. Se secó con una toalla y estudió su reflejo. Tenía el rostro pálido y los ojos enormes. Se veía y se sentía como un ciervo encandilado por los faros. Tenía que lucir como si estuviera controlada, no fuera de sus cabales y aterrorizada. Por el rabillo del ojo se dio cuenta de que su bolso estaba sobre la cama. Damon lo debió recoger de donde se había caído cuando se desmayó. Hubiera querido
tener maquillaje, pero no lo tenía, el maquillaje había sido la última cosa en su mente durante mucho tiempo.
Regresó a la habitación y se frotó las mejillas intentando que recuperaran algo de color. De pie ante la ventana, con la misma vista que había estado observando Damon sólo un rato antes, abrazó su cuerpo tenso. Todavía no podía creer cómo el destino los había unido. Era ridículo. Había elegido este hotel sobre todo porque estaba cerca de St. Pancras, donde había bajado del tren de París, y porque la oficina de su abogado estaba incómodamente cerca de las oficinas de Damon en Londres. Había mirado en el apartado A en Internet, y elegido Alhambra Hotel. Pero al final habría sido más seguro reunirse con Tyler Lockwood en su oficina.
Sintió un fugaz momento de humor irónico. Había contado con poder reunir toda su información, apostando a que Damon estaría muy probablemente en España. Se le mandaría una carta para hacerle saber sus deseos y sus intenciones de conocer a su hijo... Pero en lugar de eso, allí estaban. La oportunidad de explicar en profundidad sus razones para haberse ido ese día dejando sólo una carta se había esfumado. Afrontada con la ira virulenta de Damon, sabía que él no estaba de humor para escuchar, y posiblemente no lo estaría por algún tiempo. Ahora él creía que la había atrapado en medio de una cita vespertina. El peor comienzo posible para cualquier tipo de reunión.
Y luego estaba su hijo. Su bebé. Nick. Era tan hermoso. Elena llevó la mano a la cortina, agarrándola con fuerza al sentir que la debilidad la invadía, convirtiendo sus piernas en gelatina.
Encontrarse otra vez con Damon era algo para lo que se había preparado. Pero,
¿cómo se preparaba uno para recibir al niño que creía que nunca más vería? Cada paso de aquella caminata que la alejó de él estaba grabada a fuego en su
memoria. Se había despertado al fin de la pesadilla que revivía cada uno de esos pasos casi todas las noches durante los últimos dos años. Su magullado y maltratado corazón latía inestable contra su pecho. Ese dolor indescriptible y la alegría indeleble de verlo se arremolinaban en conjunto, haciéndola sentir ganas de llorar y reír al mismo tiempo.
Elena oyó que la puerta se abría detrás de ella. Su mano se tensó sobre la cortina antes de soltarla. Respiró hondo y se volvió. Damon. Tenía la cara tan dura y austera que Elena contuvo el aliento. La odiaba. Podía percibirlo tangiblemente mientras entraba y se paraba frente a ella con la cabeza hacia atrás, mirándola con los párpados pesados y velados. Sus ojos azules eran trozos de hielo.
–Tengo algunos asuntos que atender aquí en el hotel. Estás en libertad de irte si así lo deseas –
Su mente y el corazón se apretaron en un espasmo doloroso ante su cambio
de posición. La idea de estar tan cerca de su hijo y tener que despedirse hoy era dolorosa e insoportable.
–No – Negó ella con la cabeza –No me voy a ninguna parte. Volví a Londres para ponerme en contacto contigo. Cree lo que quieras, pero no tenía ni idea de que este hotel fuera tuyo. Ahora no me voy hasta que te comprometas conmigo para que pueda ver a Nick.
La boca de él hizo un gesto de desagrado inconfundible. Obviamente no lo esperaba. Pero también había algo en ese gesto que ella no podía identificar.
¿Un indicio de resignación? ¿Se daba cuenta de que no podía despedirla?
–Muy bien. En ese caso, permanecerás en esta habitación esta noche y mañana por la mañana podremos discutir las cosas –
Elena lo miró con escepticismo. Ella había esperado más de una pelea. ¿Por qué no la estaba arrojando por las escaleras? Estaba jugando con ella. Era un maestro de la táctica.
–No hay necesidad de mirarme tan sospechosamente, Elena. Eres, después de todo, mi esposa ¿no? Naturalmente estoy muy contento de volver a verte –
Con una mirada burlona en el rostro, se alejó antes de girar y salir de la habitación. Cuando una puerta exterior se cerró también, Elena supo que estaba completamente sola al fin. Vacilante, abrió la puerta de la parte exterior de la suite y miró a su alrededor. Su maleta también había sido subida. Respirando un poco más fácilmente, por primera vez en horas, Elena fue hasta un sofá y se sentó. Medio distraída, sintió algo debajo de ella y lo sacó hacia fuera. Era un animal peludo de juguete.
Nick. Con mano temblorosa se lo llevó cerca de la cara y respiró profundo. El pozo de la emoción se levantaba para engullirla de nuevo y ella ya no podía contenerse. Agarrando el pequeño peluche, Elena se acurrucó en el sofá y cedió a la tormenta.
Esa noche, mucho más tarde, Damon se encontraba en la puerta de la suite al final del pasillo de su habitación privada. ¿Qué estaba haciendo aquí? Abrió la puerta y entró. La luz era tenue y las cortinas aún estaban abiertas, y justo cuando caminaba hacia la habitación vio la forma en el sofá.
Su corazón se precipitó. ¿Por qué simplemente no podía desaparecer? Él sabía muy bien por qué.
Sin dudas ella había vuelto para llevarse todo lo que sus pequeñas manos codiciosas pudieran cargar, incluyendo a su hijo. La miró. Casi se rió a
carcajadas cuando vio un juguete de Nick apretado con fuerza en su mano, cerca de la cara. Ella había regresado de no importa qué roca, bajo la cual seguramente se había estado escondiendo, como una actriz preparada al costado del escenario, lista para hacer su entrada.
Sin embargo, muy a su pesar, frente a su cuerpo dormido, no pudo hacer nada para frenar el torrente de recuerdos. La primera vez que la había visto había sido en un salón de actos abarrotado de gente donde él había acudido para reunirse con Jonathan Gilbert . El padre de Elena había sido un hombre en una situación desesperada, a punto de irse públicamente a la bancarrota, a menos que llegara con Damon a un acuerdo mutuamente beneficioso. Gilbert sabía que Damon quería entrar en aquel círculo e Damon sabía lo que Gilbert necesitaba para salvarse de la humillación pública y la ruina. En medio de todo esto había estado Elena. Quien había formado parte del trato.
La había visto a través de aquella habitación llena de gente y, como un viejo cliché, sus ojos se cruzaron. Se había sentido un poco aturdido por la intensa sombra oscura de sus ojos color azul violeta, su seriedad, cuando tantas otras mujeres lo miraban con una expresión completamente diferente.
Había lucido increíblemente torpe, de hecho, demasiado torpe, y ahora sabía a ciencia cierta que todo había sido una actuación. Luego había divisado a su padre a un lado de ella y él había sumado dos más dos. Esta era la hija con la que el viejo quería que se casara. Gilbert lo había cebado con que si se casaba con ella tomaría su parte en la importante herencia de su madre.
Había dejado que Gilbert creyera que deseaba una novia que viniera con una dote, sospechando que el banquero tenía planes para sí mismo con la herencia de su hija. Damon no tenía necesidad de la dote, por supuesto, pero lo que necesitaba, mucho más importante, era ese otro nivel de aceptación. La aceptación social. Sin una auténticamente esposa inglesa de la alta sociedad, su toma de control del sillón de Gilbert en el banco sería siempre mal vista. Estaría en el ostracismo social como un mendigo en las calles. Pero, en cambio, si se trataba de la fusión de dos grandes familias, una española, con conexiones en la formidable industria bancaria de allí y la otra inglesa, entonces era una historia diferente. La aceptación sería inmediata, y consolidaría su control sobre la banca europea.
Tenía la boca apretada en gesto de rechazo por la forma en que sus pensamientos parecían desafiarlo y llevarlo a un lugar al que no quería volver otra vez. Con lo que él no había contado era con el lugar que su dócil y modesta nueva esposa tomaría en su vida. Y lo que le había hecho cuando había descubierto la verdadera profundidad de su carácter avaro y superficial. Y lo que le había hecho al regresar a aquel cuarto de hospital, cuando descubrió que se había ido, dejando nada más que una nota y sus anillos de boda.
Había hecho el tonto más grande del mundo, porque todo el tiempo, justo hasta ese momento, él había creído que ella era diferente.
Dio un paso atrás sin hacer ruido saliendo de la habitación y se comprometió con todo en su cuerpo, a que ella pagaría por sus acciones un millón de veces más.
mm.. me da pena elena¡ me muero de ganas de saber la razón por la que se fue¡ gracias¡ ^^
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