Capítulo
4
Elena
estaba profundamente dormida, inmersa en el más maravilloso sueño:
—Mmm —se
deslizó lánguidamente acariciando la nuca de Damon, sintiendo su piel y
enterrando después los dedos en los rizos de su pelo.
—Sabes que
esto es muy peligroso, ¿verdad? —la advertía él mientras aproximaba su cuerpo
al de ella.
—Me gusta
el peligro…
especialmente si ese peligro eres tú.
Era una delicia
ver cómo la miraba con aquellos intensos ojos verdes, sentir la armonía que
reinaba entre ellos… pero sobre todo el deseo y la excitación que ninguno de
los dos se esforzaba en ocultar. Ella esperaba sus besos con los labios
entreabiertos y después se dejaba conquistar por el éxtasis que le
proporcionaban.
—¡Damon! —aquello
no era un juego sino la búsqueda de dos seres ansiosos que unían hasta el
último centímetro de piel intentando estar lo más cerca posible. Él paseaba las
manos por la espalda desnuda y por los lugares más íntimos del cuerpo de Elena,
que respondía con gemidos de placer. Cada beso y cada caricia la acercaba un
poco más al clímax que sabía la esperaba, pero al mismo tiempo una terrible
sensación de miedo también se iba apoderando de ella con igual fuerza.
—¡No! —gritó
angustiada por el pavor a perder aquello que tanto estaba disfrutando, por
perder a Damon y su amor.
Su propio
grito la sacó de golpe del sueño y, durante unos segundos, no sabía qué estaba
pasando ni dónde se encontraba hasta que se incorporó, encendió la lamparita de
noche y se dio cuenta de que estaba en la cama de su niñez. Pero ni siquiera
eso pudo deshacer el nudo que tenía en la garganta y que apenas le permitía
respirar. Todo había sido un sueño, pero un sueño muy real en el que Damon… en
el que ellos…
—¿Qué
ocurre, Elena? Te he oído gritar.
Era Damon,
que acababa de entrar alarmado en su dormitorio.
—Nada, no
pasa nada —negó ella sin poder ocultar la tensión. De ningún modo podría
desvelarle el contenido de su sueño.
—Pero
acabas de gritar —insistió él al tiempo que se acercaba a la cama. Seguía
completamente vestido, aunque se había desabrochado algunos botones de la
camisa, lo que dejaba ver su pecho ligeramente cubierto de vello.
Elena no
podía apartar la mirada de él, era incapaz de olvidar que en el sueño ella
había estado acariciando aquella piel, se había tumbado completamente desnuda
junto a él. Sintió un tremendo escalofrío de placer.
¿Qué le
estaba pasando? Hacía años que no tenía un sueño así; probablemente desde la
adolescencia, cuando solía dormir en aquella misma cama. Quizás era la
influencia del dormitorio y de la casa entera porque, desde luego ya no deseaba
compartir ese tipo de cosas con Damon.
—A lo
mejor deberíamos llamar al médico —sugirió él sentándose en la cama—. Antes te
encontrabas mal y ahora estás temblando.
Elena era
consciente de cómo sus fuerzas comenzaban a flaquear.
—No me
pasa nada. Aparte del hecho de que me están chantajeando para que me acueste
con alguien a quien no amo, solo para que él pueda tener el hijo que quiere.
Pero —añadió con una mezcla de sarcasmo y tristeza—, no creo que le quieras
contar eso al médico. Además se te da muy bien no decirle a la gente las cosas
que deberían saber.
—¿Qué
quieres decir con eso?
—Intenta
deducirlo tú solo —lo desafió con valentía y, cuando vio que seguía mirándola
con el ceño fruncido, le dio más pistas—: No sé por qué no creo que le hayas
dicho a Katrina cuáles eran tus planes conmigo.
Respiró
hondo antes de recordarle que también se le había olvidado contarle a ella por
qué iba a casarse con ella estando enamorado de su madrastra, pero Damon la
interrumpió antes de que pudiera hacerlo.
—No, no lo
he hecho, ni sé por qué debería hacerlo.
¿Cómo
podía tener la desfachatez de decir algo así?
—¿Por qué?
—repitió Elena estupefacta pero sin el valor suficiente para desvelar lo que
realmente estaba pensando—. Sabes que se va a enterar, Caroline se lo contará
nada más verla.
Descubrió
sorprendida que estaba conteniendo la respiración en espera de que le dijera
que Katrina ya no significaba nada para él. ¿De verdad era tan estúpida?
—Nuestro
matrimonio y nuestros planes no tienen nada que ver con Katrina.
—¿Y no te
importa lo que ella piense al respecto?
—Mi deseo
de tener un hijo con los genes de tu padre no tiene por qué afectar a Katrina
en absoluto.
—¿Tampoco
a tu relación con ella? —Elena no podía hacer otra cosa que seguir insistiendo.
—Escucha,
sé lo que opinas de tu madrastra, Elena, pero ahora eres una mujer adulta. Mi
relación con ella, como tú dices, es la que es y no se puede cambiar; y lo que
siento hacia ella tampoco ha cambiado —le explicó con la mayor suavidad
posible.
Damon observó
cómo los ojos de Elena se llenaban de angustia. Sabía lo desgraciada que su
madrastra la había hecho sentir y, como acababa de decirle, a él le gustaba tan
poco Katrina como cuando John se casó con ella. Para él no era más que una
mujer superficial, egoísta y manipuladora; pero eso no alteraba el hecho de
que, como beneficiaria del testamento del señor Gilbert, Damon tenía la
responsabilidad de que recibiera los ingresos anuales a los que tenía derecho.
No obstante, era obvio que Elena no estaba dispuesta a aceptar tal cosa.
—Damon,
creo que te odio… No, sé que te odio —afirmó ella al darse cuenta con profundo
pesar del poder que seguía teniendo aquel hombre para hacerle daño. Después de
cuatro años pensando que lo había olvidado y que su amor por él había muerto
igual que su confianza y su respeto.
—Puedes
odiarme todo lo que quieras —contestó él mientras ella se había levantado de la
cama y se encontraba al lado de la ventana dándole la espalda—. Pero aun así
vas a tener un hijo mío —añadió con frialdad y, antes de que pudiera recibir
ninguna respuesta, dio media vuelta y salió del dormitorio cerrando la puerta tras
él.
Elena se
volvió a mirar y no la sorprendió comprobar que estaba temblando de los pies a
la cabeza; pero esa vez no era de miedo sino de rabia. ¿Cómo se atrevía a
decirle que quería que le diera un hijo justo después de haber admitido que
había otra mujer en su vida? Y no una mujer cualquiera, sino su madrastra, ni
más ni menos.
Elena no
pudo volver a quedarse dormida. Echó un vistazo al reloj mientras pensaba que Damon
debía de haberla oído llorar desde su habitación. No entendía por qué había
tenido aquel sueño, ni por qué la había hecho sentir tan desgraciada el
descubrimiento de que seguía queriendo a Katrina.
Cualquiera
habría dicho que eso significaba que seguía enamorada de Damon, pero no era así
y ella lo sabía. ¡Por supuesto que no! Ojalá pudiera estar en Río, donde se
había sentido tan segura sin pensar en él.
Una
vocecita dentro de su cabeza la hizo reconocer que estaba mintiéndose a sí
misma.
«Está
bien, quizás pienso en él de vez en cuando».
Pero
enseguida la vocecita volvió a protestar.
«De
acuerdo, a veces también sueño con él», tuvo que admitir para sus adentros.
Pero aquello no eran sueños sino pesadillas. Y eso no quería decir que siguiera
amándolo.
—Tienes
media hora para desayunar antes de que nos vayamos a Londres —anunció Damon en cuanto
la vio aparecer en el comedor a la mañana siguiente.
Al oír
aquello Elena se apresuró a pensar que quizás hubiera cambiado de opinión sobre
su trato a raíz de la conversación que habían tenido en su dormitorio.
Seguramente la llevaba a Londres para que pudiera tomar el primer avión a Río.
Ojalá fuera así.
—Yo nunca
desayuno. Subiré a hacer la maleta.
—¿La
maleta? —preguntó él sorprendido—. Elena, solo vamos a ver al abogado. No vamos
a pasar allí la noche. Aunque no estaría mal que te pusieras algo más formal —añadió
echando un vistazo a la indumentaria algo desgastada que llevaba puesta.
—Si no te
gusta la ropa que llevo… —espetó ella a la defensiva, pero no pudo terminar de
hablar.
—¿…Puedo
comprarte otra? Eso era exactamente lo que estaba pensando y es lo que voy a
hacer en cuanto hayamos acabado con Stefan. No dudo que confías en mí como yo
en ti, pero se me ha ocurrido que si poníamos nuestro acuerdo legalmente por
escrito, te sentirías más segura. ¿Qué es eso de que no desayunas?
La rapidez
con la que había cambiado de tema la había dejado tan confundida que no sabía
qué responder. Además se había distraído en cuanto había oído que quería poner
aquel acuerdo por escrito… ¿Acuerdo? No, más bien debía decir chantaje.
—No me
extraña que estés tan delgada. Anda, toma un poco de esto —dijo sirviéndole
cereales en un tazón—. Con fruta y chocolate —le dijo sonriendo—. Eran tus
preferidos.
—Eso era
cuando tenía trece años —le recordó Elena, pero él no estaba haciéndole el
menor caso.
—No nos
vamos a ir hasta que te lo hayas comido.
—¿Por qué?
¿Tienes miedo de que la gente piense que estás matándome de hambre además de
chantajeándome? —preguntó provocadoramente.
—¿Chantajeándote?
—no pudo decir nada más al respecto porque en ese momento sonó el teléfono—. Debe
de ser la llamada de negocios que estaba esperando. Voy a contestar desde el
despacho.
Cuando se
hubo marchado Elena se quedó mirando el tazón de cereales dispuesta a no
probarlos siquiera, pero mientras pensaba en los niños de Brasil empezó a comer
de forma distraída y, cuando quiso darse cuenta, tuvo que admitir que estaban
gustándole, aunque apartó el cuenco sin terminar el contenido.
El
despacho del abogado estaba en el mismo edificio en el que había estado la
empresa de su padre y que ahora, obviamente, pertenecía a Damon.
Una enorme
nostalgia invadió a Elena al recordar todas las veces que había estado allí con
su padre. Todavía lo echaba mucho de menos, no con el indescriptible dolor de
los primeros meses, sino con una tristeza que había llegado a ser parte
inherente de su carácter.
—Llevo
siglos pensando en cambiar las oficinas de edificio —le dijo Damon mientras se
dirigían hacia el ascensor—. Todavía tengo la sensación de que en cualquier
momento va a aparecer tu padre. Sigo echándolo de menos, me imagino que siempre
lo haré.
Lo que
acababa de decir era tan parecido a lo que ella estaba pensando que Elena no
podía hablar por miedo a delatar sus emociones; lo único que podía hacer era
mirar hacia otro lado para que él no viera lo que tan claramente reflejaba su
rostro. ¿Cómo podía hablar así de su padre y al mismo tiempo traicionarlo
enamorándose de su esposa?
En la
estrechez del ascensor Damon le rozó el brazo provocándole un calambre que
recorrió su cuerpo de arriba abajo. Aquello hizo que Elena se preguntara cómo
demonios iba a engendrar un hijo con él cuando ni siquiera soportaba que la
tocara. Se las había arreglado para aguantar el beso que le había dado la noche
anterior, pero el sueño que había tenido después… Ahí no parecía que estuviera
costándole ningún esfuerzo estar con él.
—¡No! —exclamó
de pronto intentando alejar aquellos pensamientos de su cabeza.
—¿Qué
ocurre? —le preguntó Damon alarmado—. ¿Te encuentras mal otra vez? Realmente
creo que deberíamos ir al médico, puede que tengas algún virus.
—Estoy
bien —farfulló ella justo cuando se abrían las puertas del ascensor. De pronto
le rondó por la cabeza la posibilidad de cambiar de opinión; todavía estaba a
tiempo de decir que no era lo bastante fuerte para llevar a cabo ese sacrificio
y entonces podría volver a Río. Sin embargo, aunque habría deseado con todas
sus fuerzas alejarse de allí en ese mismo momento, sabía que nunca se habría
perdonado a sí misma un comportamiento tan egoísta.
En la
oficina del abogado los recibió una mujer que parecía conocer bien a Damon.
—Stefan no
tardará nada —les dijo amablemente—. No quería marcharse porque sabía que ibais
a venir, pero le han llamado para un caso urgente.
Se volvió
sonriente hacía Elena como si estuviera disculpándose. Ambas mujeres tendrían
aproximadamente la misma edad; la recepcionista tenía el pelo castaño y estaba
embarazada, lo que hizo que Elena retirara la mirada con nerviosismo.
—¡Aquí
estás, cariño! —dijo entonces la mujer cuando se abrió la puerta y apareció un
hombre-. Le estaba explicando a Damon que habías tenido que marcharte.
Al verlos
darse un beso Elena se fijó en que ambos llevaban anillo de casados, así que
dedujo que serían marido y mujer, justo cuando Damon los presentó como Stefan y
Bonnie Bennett.
—Encantado
de conocerla, señora Salvatore —la saludó Stefan Bennett estrechándole la mano—.
He oído hablar muchísimo de usted. Mi tío Henry la quería mucho y, por
supuesto, era muy amigo de su padre. Mi madre me ha contado muchas cosas de él
y de usted. Sé lo que habría significado para él saber que Damon y usted… han
decidido… que se han reconciliado —se quedó callado visiblemente incómodo por
lo que acababa de decir, pero Elena lo hizo sentir mejor al pedirle que la
tuteara; aunque la fastidiaba que Damon hubiera estado tan seguro de que iba a
aceptar su plan como para contarle a su abogado que se habían «reconciliado».
No debía
olvidar que era un experto manipulador.
—Sí —intervino
Bonnie Bennett—. La madre de Stefan habla mucho del señor Gilbert y de Damon,
le está muy agradecida por todo lo que hizo cuando Henry tuvo aquel terrible
ataque cardiaco y estuvo tantas horas en el hospital junto a él.
—Era lo
mínimo que podía hacer —respondió Damon sin mucha efusividad, como si no le
apeteciera hablar del tema.
Elena
sintió un escalofrío. Si Henry no hubiera tenido ese ataque al corazón, ¿habría
salido Damon tras ella para evitar que se marchara? Siempre había pensado que
la había dejado irse porque su marcha le era indiferente, o incluso se había
sentido aliviado, pero ahora parecía que estaba equivocada. ¿Estaría equivocada
en algo más?
Era obvio
que Bonnie y Stefan Bennett apreciaban mucho a Damon, sin embargo ellos no lo
conocían tan bien como ella.
—Bueno…
¿qué te parece si lo celebramos con una copa de champán? —sugirió él nada más
salieron del edificio—. No estamos lejos de un restaurante estupendo, y es la
hora de la comida…
—Puede que
tú tengas algo que celebrar, pero yo no —contestó Elena airada por su
ocurrencia.
—¿Ah, no?
Acabo de firmar un documento legal por el que me comprometo a donar un millón
de libras a tu organización benéfica, yo creo que ese es motivo más que
suficiente para una celebración —le dijo Damon mientras la agarraba del brazo.
Elena
trató de alejarse pero él no se lo permitió.
—Puede que
en otras circunstancias… pero dado que acabo de venderte mi cuerpo a cambio de
ese dinero…
Se quedó
unos segundos mirándola sin decir nada pero con esa mirada parecía estar
lanzándole una advertencia.
—Tú
querías mucho a tu padre, ¿verdad, Elena? —le preguntó con tristeza.
—Sabes que
sí.
—Entonces,
¿qué crees que le habría parecido la idea de que, sus genes, los de tu madre y
los tuyos fueran a pasar a una nueva generación?
Elena
tardó unos segundos en sobreponerse a la extraña emoción que le había provocado
aquella pregunta y, cuando lo hizo, su voz sonó temblorosa y entrecortada.
—¿Cómo
puedes hacerme esto, Damon? ¿Cómo te atreves a utilizar a mi padre para
chantajearme?
—Estás
acusándome todo el tiempo, deberías tener cuidado para que yo no empiece a
hacer lo mismo.
—¿De qué
me ibas a acusar tú? —lo desafió ella sin miedo alguno, pero en lugar de
contestar, le dijo con calma:
—Ya que no
quieres comer, podríamos ir de compras a ver si encontramos algo de ropa para
ti.
—No quiero
ropa nueva —empezó a decir ella, pero Damon no estaba haciéndole caso sino que
estaba intentando parar un taxi.
Como
todavía la tenía agarrada del brazo, tuvo que acercarse a él para dejar que
pasara un grupo de gente; al hacerlo pudo sentir la suavidad de su traje y, al
mirarlo, percibió el aura de poder que siempre había tenido, pero que ahora era
mucho más evidente. Era un poder que le daba cierto miedo, aunque lo que más
miedo le daba era ella misma.
—Y
recuerda una cosa —le dijo justo cuando consiguió que un taxi parara—, a partir
de esta noche dormirás en mi cama.
Elena,
perdió la mirada en las calles mientras pedía al cielo que se quedara
embarazada rápidamente. Ojalá bastara con acostarse con él una sola vez.
El motivo
de tal petición no era que le diera miedo el sexo; no estaba en la época victoriana
cuando virginidad era sinónimo de desconocimiento. Además, en Río había hablado
con niños y niñas que se habían visto obligados a vender su cuerpo para
sobrevivir y que le habían contado explícitamente lo que solían pedirles. Si
dándole un hijo a Damon podía salvar a uno de esos niños…
El hijo de
Damon y ella. De forma inconsciente, Elena se volvió a mirarlo y, al igual que
había hecho ella solo unos segundos antes, estaba concentrado en lo que había
al otro lado de la ventanilla del coche. Se aclaró la garganta para decirle
algo, pero no tuvo oportunidad de hacerlo porque habían llegado a su destino.
—No, no,
esto es más que suficiente —protestó Elena desesperada al ver la cantidad de
prendas que le había traído la dependienta de la boutique.
Aunque al
principio se había visto tentada por el diseño y la abundancia de prendas,
ahora sentía una especie de náusea que le recordaba a lo que sentía de niña
después de comer demasiado helado. Por muy bonito que fuese todo aquello, su
conciencia estaba haciéndola sentir culpable al pensar en la de niños que se
podrían alimentar con el dinero que se iba a gastar allí.
Se miró en
el espejo para ver los vaqueros que acababa de ponerse. La dependienta le
estaba explicando cómo el diseño de aquellos pantalones estaba pensado para
ajustarse y resaltar las curvas femeninas y Damon debía de estar de acuerdo
porque no dejaba de mirarla; o quizás estuviera pensando que aquellos tejanos
eran demasiado sexys para una mujer como ella.
—No me veo
con ellos —murmuró ella dubitativa.
—¿Por qué
no? —le preguntó Damon extrañado—. A mí me parece que te quedan muy bien.
Pero Elena
no vio en él más que un gesto de menosprecio, seguramente porque Katrina
siempre vestía a la moda y con ropa muy sexy; debía de estar comparándola con ella,
que se sentía incómoda con unos simples vaqueros.
¿Pensaría
que vistiéndola de aquel modo iba a resultarle más atractiva más parecida al
tipo de mujeres que a él le gustaban?
Elena
nunca olvidaría los comentarios de desprecio que le había hecho Katrina el día
de su boda y, quizás esos comentarios habían sido la causa de que desde
entonces, siempre hubiera preferido la ropa ancha que ocultara su figura más
que resaltarla.
De pronto
se dio cuenta de que, hasta que decidió que quería tener un hijo con ella, Damon
nunca había mostrado el menor interés físico por ella. Antes de su boda ni
siquiera la había besado de verdad… Sin embargo ahora quería comprarle ropa que
exaltara sus cualidades femeninas. ¿Por qué? ¿Por qué así le sería más fácil
acostarse con ella? ¿Por qué la haría parecerse más a Katrina?
—No —insistió
ella dirigiéndose a la dependienta—. Son demasiado caros y no creo que fuera a
ponérmelos mucho.
—Nos los
llevamos —intervino Damon zanjando la cuestión—. Si es por tu conciencia social
—dijo mirando a Elena con una sonrisa en los labios—, déjame que te recuerde
que es mi dinero lo que vamos a gastarnos.
—¿Tu
dinero? —repitió ella enfadada—. Pues déjame que te recuerde yo a ti que puedo
comprarme mi propia ropa. Aunque no era mucho, en Río recibía un sueldo por el
trabajo que hacía.
Antes de
poder oír aquello la dependienta se había alejado de ellos con total
discreción.
—Ya sé que
puedes hacerlo —admitió Damon—. Pero creo que un marido puede concederle a su
esposa ciertos caprichos.
—Si lo que
quieres es darme un «capricho» —respondió ella con soberbia—, hay otras cosas
que me harían más ilusión.
—No has
cambiado nada, Elena —la sonrisa que había en sus labios se hizo aún más amplia
y luminosa—. Me acuerdo de lo sorprendido que se quedó tu padre, y lo furiosa
que se puso Katrina, aquella vez que insististe en que, en lugar de comprarte
un vestido para la fiesta de Navidad, comprara comida para unos caballitos que
habían dejado abandonados cerca del pueblo.
Elena notó
cómo se le llenaban los ojos de lágrimas al recordar aquello. A su padre le
había encantado que se preocupara tanto por esos animales y al final, ante la
insistencia de Katrina, había comprado la comida pero también un vestido
horroroso lleno de lazos rosas que había elegido su madrastra sin darse cuenta,
o sin querer darse cuenta, de que ya era una adolescente.
Katrina
otra vez. ¿Estaría Damon pensando en ella en ese mismo instante? ¿Desearía
estar comprándole ropa a ella en lugar de a Elena?
—De todas
maneras —dijo antes de que sus pensamientos se apoderaran de ella por completo—,
no sería muy lógico comprar ahora toda esta ropa —Damon la miró confundido y
ella se sonrojó ante la idea de tener que darle aquella explicación—. Estas
cosas son bastante ajustadas y… bueno… probablemente dentro de nada tenga que
buscar prendas un poco más anchas —al ver su sonrisa al darse cuenta de a qué
se estaba refiriendo, Elena se sintió aún más incómoda.
—Si te
refieres a que pronto necesitarás ropa de premamá, tienes razón —asintió sin
ocultar cuánto se estaba divirtiendo—. Pero creo que nuestra reconciliación ya
va a ocasionar suficiente curiosidad sin que parezca que estás embarazada —entonces
la miró de soslayo y añadió con dulzura—: He de decir que me has sorprendido;
no pensaba que te apeteciera tanto llevar a cabo nuestro acuerdo.
—¡No es
eso lo que quería decir! —protestó ella tan rápido como pudo. No podía creer
que se atreviera a bromear con ese tema—. Es solo que no quiero ver cómo tiras
el dinero en ropa que…
—¿Te
sentirás mejor si te digo que por cada libra que gastes, daré otra a ese
refugio?
Elena se
quedó boquiabierta pero reaccionó inmediatamente. No quería verlo de aquel
modo, no quería recordar lo maravilloso y especial que una vez había pensado
que era.
—Eso es
soborno —dijo para paliar su momentánea debilidad.
—Bueno, tú
decides —respondió él sin darle mayor importancia—. Pero piensa que cuanto
menos te gastes en ti, menos recibirán esos niños.
¿Habría
algo que no fuera capaz de hacer con tal de salirse con la suya? El caso era
que, al salir de la tienda, Elena tenía un vestuario totalmente renovado y un
increíble sentimiento de culpabilidad; aunque también pensó en que los niños
brasileños iban a disfrutar de una buena cantidad de dinero extra.
—Me
imagino que tampoco ahora querrás celebrar nuestras adquisiciones en Soda
Fountain —mencionó Damon nada más salir de la boutique.
Por alguna
razón, el mero hecho de escuchar el nombre de aquel lugar al que tantas veces
había ido con su padre la llenó de una emoción tal que la dejó parada en mitad
de la calle. Solo por un instante deseó que las cosas fueran diferentes: que Damon
y ella estuvieran haciendo un verdadero esfuerzo por empezar de nuevo y que ese
hijo que planeaban tener fuera el fruto del amor y el entendimiento que había
surgido entre ellos.
¿Qué
diablos le pasaba? ¿Es que la sola mención de Soda Fountain bastaba para que
olvidara la traición de la que había sido víctima? No podía ser cierto que
fuera una mujer tan débil y vulnerable.
Levantó la
cabeza llena de orgullo y respondió con una sonrisa:
—La verdad
es que no creo que un tentempié lleno de calorías vaya bien con la ropa tan
ajustada que acabamos de comprar.
—Sin
embargo yo creo que no te vendría nada mal engordar un poco.
¡Por
supuesto que pensaba eso! Katrina era mucho más voluptuosa que ella.
—Bueno, si
te sales con la tuya, lo haré pronto —respondió Elena y, acto seguido empezó a
arderle la cara por el rubor.
Damon la
miró durante unos segundos esbozando una pícara sonrisa.
—Si eso es
una sugerencia…
Elena lo
interrumpió al instante negando con la cabeza.
—El día
que te sugiera que me lleves a la cama —le dijo con furia—, será…
—Ten
cuidado, Elena —respondió él suavemente—. Ya te he advertido del peligro de
ponerme a prueba.
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