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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

16 abril 2013

Chantaje Capitulo 04


Capítulo 4
Elena estaba profundamente dormida, inmersa en el más maravilloso sueño:
—Mmm —se deslizó lánguidamente acariciando la nuca de Damon, sintiendo su piel y enterrando después los dedos en los rizos de su pelo.
—Sabes que esto es muy peligroso, ¿verdad? —la advertía él mientras aproximaba su cuerpo al de ella.
—Me gusta el peligro…
especialmente si ese peligro eres tú.
Era una delicia ver cómo la miraba con aquellos intensos ojos verdes, sentir la armonía que reinaba entre ellos… pero sobre todo el deseo y la excitación que ninguno de los dos se esforzaba en ocultar. Ella esperaba sus besos con los labios entreabiertos y después se dejaba conquistar por el éxtasis que le proporcionaban.
—¡Damon! —aquello no era un juego sino la búsqueda de dos seres ansiosos que unían hasta el último centímetro de piel intentando estar lo más cerca posible. Él paseaba las manos por la espalda desnuda y por los lugares más íntimos del cuerpo de Elena, que respondía con gemidos de placer. Cada beso y cada caricia la acercaba un poco más al clímax que sabía la esperaba, pero al mismo tiempo una terrible sensación de miedo también se iba apoderando de ella con igual fuerza.
—¡No! —gritó angustiada por el pavor a perder aquello que tanto estaba disfrutando, por perder a Damon y su amor.
Su propio grito la sacó de golpe del sueño y, durante unos segundos, no sabía qué estaba pasando ni dónde se encontraba hasta que se incorporó, encendió la lamparita de noche y se dio cuenta de que estaba en la cama de su niñez. Pero ni siquiera eso pudo deshacer el nudo que tenía en la garganta y que apenas le permitía respirar. Todo había sido un sueño, pero un sueño muy real en el que Damon… en el que ellos…
—¿Qué ocurre, Elena? Te he oído gritar.
Era Damon, que acababa de entrar alarmado en su dormitorio.
—Nada, no pasa nada —negó ella sin poder ocultar la tensión. De ningún modo podría desvelarle el contenido de su sueño.
—Pero acabas de gritar —insistió él al tiempo que se acercaba a la cama. Seguía completamente vestido, aunque se había desabrochado algunos botones de la camisa, lo que dejaba ver su pecho ligeramente cubierto de vello.
Elena no podía apartar la mirada de él, era incapaz de olvidar que en el sueño ella había estado acariciando aquella piel, se había tumbado completamente desnuda junto a él. Sintió un tremendo escalofrío de placer.
¿Qué le estaba pasando? Hacía años que no tenía un sueño así; probablemente desde la adolescencia, cuando solía dormir en aquella misma cama. Quizás era la influencia del dormitorio y de la casa entera porque, desde luego ya no deseaba compartir ese tipo de cosas con Damon.
—A lo mejor deberíamos llamar al médico —sugirió él sentándose en la cama—. Antes te encontrabas mal y ahora estás temblando.
Elena era consciente de cómo sus fuerzas comenzaban a flaquear.
—No me pasa nada. Aparte del hecho de que me están chantajeando para que me acueste con alguien a quien no amo, solo para que él pueda tener el hijo que quiere. Pero —añadió con una mezcla de sarcasmo y tristeza—, no creo que le quieras contar eso al médico. Además se te da muy bien no decirle a la gente las cosas que deberían saber.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Intenta deducirlo tú solo —lo desafió con valentía y, cuando vio que seguía mirándola con el ceño fruncido, le dio más pistas—: No sé por qué no creo que le hayas dicho a Katrina cuáles eran tus planes conmigo.
Respiró hondo antes de recordarle que también se le había olvidado contarle a ella por qué iba a casarse con ella estando enamorado de su madrastra, pero Damon la interrumpió antes de que pudiera hacerlo.
—No, no lo he hecho, ni sé por qué debería hacerlo.
¿Cómo podía tener la desfachatez de decir algo así?
—¿Por qué? —repitió Elena estupefacta pero sin el valor suficiente para desvelar lo que realmente estaba pensando—. Sabes que se va a enterar, Caroline se lo contará nada más verla.
Descubrió sorprendida que estaba conteniendo la respiración en espera de que le dijera que Katrina ya no significaba nada para él. ¿De verdad era tan estúpida?
—Nuestro matrimonio y nuestros planes no tienen nada que ver con Katrina.
—¿Y no te importa lo que ella piense al respecto?
—Mi deseo de tener un hijo con los genes de tu padre no tiene por qué afectar a Katrina en absoluto.
—¿Tampoco a tu relación con ella? —Elena no podía hacer otra cosa que seguir insistiendo.
—Escucha, sé lo que opinas de tu madrastra, Elena, pero ahora eres una mujer adulta. Mi relación con ella, como tú dices, es la que es y no se puede cambiar; y lo que siento hacia ella tampoco ha cambiado —le explicó con la mayor suavidad posible.
Damon observó cómo los ojos de Elena se llenaban de angustia. Sabía lo desgraciada que su madrastra la había hecho sentir y, como acababa de decirle, a él le gustaba tan poco Katrina como cuando John se casó con ella. Para él no era más que una mujer superficial, egoísta y manipuladora; pero eso no alteraba el hecho de que, como beneficiaria del testamento del señor Gilbert, Damon tenía la responsabilidad de que recibiera los ingresos anuales a los que tenía derecho. No obstante, era obvio que Elena no estaba dispuesta a aceptar tal cosa.
—Damon, creo que te odio… No, sé que te odio —afirmó ella al darse cuenta con profundo pesar del poder que seguía teniendo aquel hombre para hacerle daño. Después de cuatro años pensando que lo había olvidado y que su amor por él había muerto igual que su confianza y su respeto.
—Puedes odiarme todo lo que quieras —contestó él mientras ella se había levantado de la cama y se encontraba al lado de la ventana dándole la espalda—. Pero aun así vas a tener un hijo mío —añadió con frialdad y, antes de que pudiera recibir ninguna respuesta, dio media vuelta y salió del dormitorio cerrando la puerta tras él.
Elena se volvió a mirar y no la sorprendió comprobar que estaba temblando de los pies a la cabeza; pero esa vez no era de miedo sino de rabia. ¿Cómo se atrevía a decirle que quería que le diera un hijo justo después de haber admitido que había otra mujer en su vida? Y no una mujer cualquiera, sino su madrastra, ni más ni menos.
Elena no pudo volver a quedarse dormida. Echó un vistazo al reloj mientras pensaba que Damon debía de haberla oído llorar desde su habitación. No entendía por qué había tenido aquel sueño, ni por qué la había hecho sentir tan desgraciada el descubrimiento de que seguía queriendo a Katrina.
Cualquiera habría dicho que eso significaba que seguía enamorada de Damon, pero no era así y ella lo sabía. ¡Por supuesto que no! Ojalá pudiera estar en Río, donde se había sentido tan segura sin pensar en él.
Una vocecita dentro de su cabeza la hizo reconocer que estaba mintiéndose a sí misma.
«Está bien, quizás pienso en él de vez en cuando».
Pero enseguida la vocecita volvió a protestar.
«De acuerdo, a veces también sueño con él», tuvo que admitir para sus adentros. Pero aquello no eran sueños sino pesadillas. Y eso no quería decir que siguiera amándolo.
—Tienes media hora para desayunar antes de que nos vayamos a Londres —anunció Damon en cuanto la vio aparecer en el comedor a la mañana siguiente.
Al oír aquello Elena se apresuró a pensar que quizás hubiera cambiado de opinión sobre su trato a raíz de la conversación que habían tenido en su dormitorio. Seguramente la llevaba a Londres para que pudiera tomar el primer avión a Río. Ojalá fuera así.
—Yo nunca desayuno. Subiré a hacer la maleta.
—¿La maleta? —preguntó él sorprendido—. Elena, solo vamos a ver al abogado. No vamos a pasar allí la noche. Aunque no estaría mal que te pusieras algo más formal —añadió echando un vistazo a la indumentaria algo desgastada que llevaba puesta.
—Si no te gusta la ropa que llevo… —espetó ella a la defensiva, pero no pudo terminar de hablar.
—¿…Puedo comprarte otra? Eso era exactamente lo que estaba pensando y es lo que voy a hacer en cuanto hayamos acabado con Stefan. No dudo que confías en mí como yo en ti, pero se me ha ocurrido que si poníamos nuestro acuerdo legalmente por escrito, te sentirías más segura. ¿Qué es eso de que no desayunas?
La rapidez con la que había cambiado de tema la había dejado tan confundida que no sabía qué responder. Además se había distraído en cuanto había oído que quería poner aquel acuerdo por escrito… ¿Acuerdo? No, más bien debía decir chantaje.
—No me extraña que estés tan delgada. Anda, toma un poco de esto —dijo sirviéndole cereales en un tazón—. Con fruta y chocolate —le dijo sonriendo—. Eran tus preferidos.
—Eso era cuando tenía trece años —le recordó Elena, pero él no estaba haciéndole el menor caso.
—No nos vamos a ir hasta que te lo hayas comido.
—¿Por qué? ¿Tienes miedo de que la gente piense que estás matándome de hambre además de chantajeándome? —preguntó provocadoramente.
—¿Chantajeándote? —no pudo decir nada más al respecto porque en ese momento sonó el teléfono—. Debe de ser la llamada de negocios que estaba esperando. Voy a contestar desde el despacho.
Cuando se hubo marchado Elena se quedó mirando el tazón de cereales dispuesta a no probarlos siquiera, pero mientras pensaba en los niños de Brasil empezó a comer de forma distraída y, cuando quiso darse cuenta, tuvo que admitir que estaban gustándole, aunque apartó el cuenco sin terminar el contenido.
El despacho del abogado estaba en el mismo edificio en el que había estado la empresa de su padre y que ahora, obviamente, pertenecía a Damon.
Una enorme nostalgia invadió a Elena al recordar todas las veces que había estado allí con su padre. Todavía lo echaba mucho de menos, no con el indescriptible dolor de los primeros meses, sino con una tristeza que había llegado a ser parte inherente de su carácter.
—Llevo siglos pensando en cambiar las oficinas de edificio —le dijo Damon mientras se dirigían hacia el ascensor—. Todavía tengo la sensación de que en cualquier momento va a aparecer tu padre. Sigo echándolo de menos, me imagino que siempre lo haré.
Lo que acababa de decir era tan parecido a lo que ella estaba pensando que Elena no podía hablar por miedo a delatar sus emociones; lo único que podía hacer era mirar hacia otro lado para que él no viera lo que tan claramente reflejaba su rostro. ¿Cómo podía hablar así de su padre y al mismo tiempo traicionarlo enamorándose de su esposa?
En la estrechez del ascensor Damon le rozó el brazo provocándole un calambre que recorrió su cuerpo de arriba abajo. Aquello hizo que Elena se preguntara cómo demonios iba a engendrar un hijo con él cuando ni siquiera soportaba que la tocara. Se las había arreglado para aguantar el beso que le había dado la noche anterior, pero el sueño que había tenido después… Ahí no parecía que estuviera costándole ningún esfuerzo estar con él.
—¡No! —exclamó de pronto intentando alejar aquellos pensamientos de su cabeza.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Damon alarmado—. ¿Te encuentras mal otra vez? Realmente creo que deberíamos ir al médico, puede que tengas algún virus.
—Estoy bien —farfulló ella justo cuando se abrían las puertas del ascensor. De pronto le rondó por la cabeza la posibilidad de cambiar de opinión; todavía estaba a tiempo de decir que no era lo bastante fuerte para llevar a cabo ese sacrificio y entonces podría volver a Río. Sin embargo, aunque habría deseado con todas sus fuerzas alejarse de allí en ese mismo momento, sabía que nunca se habría perdonado a sí misma un comportamiento tan egoísta.
En la oficina del abogado los recibió una mujer que parecía conocer bien a Damon.
—Stefan no tardará nada —les dijo amablemente—. No quería marcharse porque sabía que ibais a venir, pero le han llamado para un caso urgente.
Se volvió sonriente hacía Elena como si estuviera disculpándose. Ambas mujeres tendrían aproximadamente la misma edad; la recepcionista tenía el pelo castaño y estaba embarazada, lo que hizo que Elena retirara la mirada con nerviosismo.
—¡Aquí estás, cariño! —dijo entonces la mujer cuando se abrió la puerta y apareció un hombre-. Le estaba explicando a Damon que habías tenido que marcharte.
Al verlos darse un beso Elena se fijó en que ambos llevaban anillo de casados, así que dedujo que serían marido y mujer, justo cuando Damon los presentó como Stefan y Bonnie Bennett.
—Encantado de conocerla, señora Salvatore —la saludó Stefan Bennett estrechándole la mano—. He oído hablar muchísimo de usted. Mi tío Henry la quería mucho y, por supuesto, era muy amigo de su padre. Mi madre me ha contado muchas cosas de él y de usted. Sé lo que habría significado para él saber que Damon y usted… han decidido… que se han reconciliado —se quedó callado visiblemente incómodo por lo que acababa de decir, pero Elena lo hizo sentir mejor al pedirle que la tuteara; aunque la fastidiaba que Damon hubiera estado tan seguro de que iba a aceptar su plan como para contarle a su abogado que se habían «reconciliado».
No debía olvidar que era un experto manipulador.
—Sí —intervino Bonnie Bennett—. La madre de Stefan habla mucho del señor Gilbert y de Damon, le está muy agradecida por todo lo que hizo cuando Henry tuvo aquel terrible ataque cardiaco y estuvo tantas horas en el hospital junto a él.
—Era lo mínimo que podía hacer —respondió Damon sin mucha efusividad, como si no le apeteciera hablar del tema.
Elena sintió un escalofrío. Si Henry no hubiera tenido ese ataque al corazón, ¿habría salido Damon tras ella para evitar que se marchara? Siempre había pensado que la había dejado irse porque su marcha le era indiferente, o incluso se había sentido aliviado, pero ahora parecía que estaba equivocada. ¿Estaría equivocada en algo más?
Era obvio que Bonnie y Stefan Bennett apreciaban mucho a Damon, sin embargo ellos no lo conocían tan bien como ella.
—Bueno… ¿qué te parece si lo celebramos con una copa de champán? —sugirió él nada más salieron del edificio—. No estamos lejos de un restaurante estupendo, y es la hora de la comida…
—Puede que tú tengas algo que celebrar, pero yo no —contestó Elena airada por su ocurrencia.
—¿Ah, no? Acabo de firmar un documento legal por el que me comprometo a donar un millón de libras a tu organización benéfica, yo creo que ese es motivo más que suficiente para una celebración —le dijo Damon mientras la agarraba del brazo.
Elena trató de alejarse pero él no se lo permitió.
—Puede que en otras circunstancias… pero dado que acabo de venderte mi cuerpo a cambio de ese dinero…
Se quedó unos segundos mirándola sin decir nada pero con esa mirada parecía estar lanzándole una advertencia.
—Tú querías mucho a tu padre, ¿verdad, Elena? —le preguntó con tristeza.
—Sabes que sí.
—Entonces, ¿qué crees que le habría parecido la idea de que, sus genes, los de tu madre y los tuyos fueran a pasar a una nueva generación?
Elena tardó unos segundos en sobreponerse a la extraña emoción que le había provocado aquella pregunta y, cuando lo hizo, su voz sonó temblorosa y entrecortada.
—¿Cómo puedes hacerme esto, Damon? ¿Cómo te atreves a utilizar a mi padre para chantajearme?
—Estás acusándome todo el tiempo, deberías tener cuidado para que yo no empiece a hacer lo mismo.
—¿De qué me ibas a acusar tú? —lo desafió ella sin miedo alguno, pero en lugar de contestar, le dijo con calma:
—Ya que no quieres comer, podríamos ir de compras a ver si encontramos algo de ropa para ti.
—No quiero ropa nueva —empezó a decir ella, pero Damon no estaba haciéndole caso sino que estaba intentando parar un taxi.
Como todavía la tenía agarrada del brazo, tuvo que acercarse a él para dejar que pasara un grupo de gente; al hacerlo pudo sentir la suavidad de su traje y, al mirarlo, percibió el aura de poder que siempre había tenido, pero que ahora era mucho más evidente. Era un poder que le daba cierto miedo, aunque lo que más miedo le daba era ella misma.
—Y recuerda una cosa —le dijo justo cuando consiguió que un taxi parara—, a partir de esta noche dormirás en mi cama.
Elena, perdió la mirada en las calles mientras pedía al cielo que se quedara embarazada rápidamente. Ojalá bastara con acostarse con él una sola vez.
El motivo de tal petición no era que le diera miedo el sexo; no estaba en la época victoriana cuando virginidad era sinónimo de desconocimiento. Además, en Río había hablado con niños y niñas que se habían visto obligados a vender su cuerpo para sobrevivir y que le habían contado explícitamente lo que solían pedirles. Si dándole un hijo a Damon podía salvar a uno de esos niños…
El hijo de Damon y ella. De forma inconsciente, Elena se volvió a mirarlo y, al igual que había hecho ella solo unos segundos antes, estaba concentrado en lo que había al otro lado de la ventanilla del coche. Se aclaró la garganta para decirle algo, pero no tuvo oportunidad de hacerlo porque habían llegado a su destino.
—No, no, esto es más que suficiente —protestó Elena desesperada al ver la cantidad de prendas que le había traído la dependienta de la boutique.
Aunque al principio se había visto tentada por el diseño y la abundancia de prendas, ahora sentía una especie de náusea que le recordaba a lo que sentía de niña después de comer demasiado helado. Por muy bonito que fuese todo aquello, su conciencia estaba haciéndola sentir culpable al pensar en la de niños que se podrían alimentar con el dinero que se iba a gastar allí.
Se miró en el espejo para ver los vaqueros que acababa de ponerse. La dependienta le estaba explicando cómo el diseño de aquellos pantalones estaba pensado para ajustarse y resaltar las curvas femeninas y Damon debía de estar de acuerdo porque no dejaba de mirarla; o quizás estuviera pensando que aquellos tejanos eran demasiado sexys para una mujer como ella.
—No me veo con ellos —murmuró ella dubitativa.
—¿Por qué no? —le preguntó Damon extrañado—. A mí me parece que te quedan muy bien.
Pero Elena no vio en él más que un gesto de menosprecio, seguramente porque Katrina siempre vestía a la moda y con ropa muy sexy; debía de estar comparándola con ella, que se sentía incómoda con unos simples vaqueros.
¿Pensaría que vistiéndola de aquel modo iba a resultarle más atractiva más parecida al tipo de mujeres que a él le gustaban?
Elena nunca olvidaría los comentarios de desprecio que le había hecho Katrina el día de su boda y, quizás esos comentarios habían sido la causa de que desde entonces, siempre hubiera preferido la ropa ancha que ocultara su figura más que resaltarla.
De pronto se dio cuenta de que, hasta que decidió que quería tener un hijo con ella, Damon nunca había mostrado el menor interés físico por ella. Antes de su boda ni siquiera la había besado de verdad… Sin embargo ahora quería comprarle ropa que exaltara sus cualidades femeninas. ¿Por qué? ¿Por qué así le sería más fácil acostarse con ella? ¿Por qué la haría parecerse más a Katrina?
—No —insistió ella dirigiéndose a la dependienta—. Son demasiado caros y no creo que fuera a ponérmelos mucho.
—Nos los llevamos —intervino Damon zanjando la cuestión—. Si es por tu conciencia social —dijo mirando a Elena con una sonrisa en los labios—, déjame que te recuerde que es mi dinero lo que vamos a gastarnos.
—¿Tu dinero? —repitió ella enfadada—. Pues déjame que te recuerde yo a ti que puedo comprarme mi propia ropa. Aunque no era mucho, en Río recibía un sueldo por el trabajo que hacía.
Antes de poder oír aquello la dependienta se había alejado de ellos con total discreción.
—Ya sé que puedes hacerlo —admitió Damon—. Pero creo que un marido puede concederle a su esposa ciertos caprichos.
—Si lo que quieres es darme un «capricho» —respondió ella con soberbia—, hay otras cosas que me harían más ilusión.
—No has cambiado nada, Elena —la sonrisa que había en sus labios se hizo aún más amplia y luminosa—. Me acuerdo de lo sorprendido que se quedó tu padre, y lo furiosa que se puso Katrina, aquella vez que insististe en que, en lugar de comprarte un vestido para la fiesta de Navidad, comprara comida para unos caballitos que habían dejado abandonados cerca del pueblo.
Elena notó cómo se le llenaban los ojos de lágrimas al recordar aquello. A su padre le había encantado que se preocupara tanto por esos animales y al final, ante la insistencia de Katrina, había comprado la comida pero también un vestido horroroso lleno de lazos rosas que había elegido su madrastra sin darse cuenta, o sin querer darse cuenta, de que ya era una adolescente.
Katrina otra vez. ¿Estaría Damon pensando en ella en ese mismo instante? ¿Desearía estar comprándole ropa a ella en lugar de a Elena?
—De todas maneras —dijo antes de que sus pensamientos se apoderaran de ella por completo—, no sería muy lógico comprar ahora toda esta ropa —Damon la miró confundido y ella se sonrojó ante la idea de tener que darle aquella explicación—. Estas cosas son bastante ajustadas y… bueno… probablemente dentro de nada tenga que buscar prendas un poco más anchas —al ver su sonrisa al darse cuenta de a qué se estaba refiriendo, Elena se sintió aún más incómoda.
—Si te refieres a que pronto necesitarás ropa de premamá, tienes razón —asintió sin ocultar cuánto se estaba divirtiendo—. Pero creo que nuestra reconciliación ya va a ocasionar suficiente curiosidad sin que parezca que estás embarazada —entonces la miró de soslayo y añadió con dulzura—: He de decir que me has sorprendido; no pensaba que te apeteciera tanto llevar a cabo nuestro acuerdo.
—¡No es eso lo que quería decir! —protestó ella tan rápido como pudo. No podía creer que se atreviera a bromear con ese tema—. Es solo que no quiero ver cómo tiras el dinero en ropa que…
—¿Te sentirás mejor si te digo que por cada libra que gastes, daré otra a ese refugio?
Elena se quedó boquiabierta pero reaccionó inmediatamente. No quería verlo de aquel modo, no quería recordar lo maravilloso y especial que una vez había pensado que era.
—Eso es soborno —dijo para paliar su momentánea debilidad.
—Bueno, tú decides —respondió él sin darle mayor importancia—. Pero piensa que cuanto menos te gastes en ti, menos recibirán esos niños.
¿Habría algo que no fuera capaz de hacer con tal de salirse con la suya? El caso era que, al salir de la tienda, Elena tenía un vestuario totalmente renovado y un increíble sentimiento de culpabilidad; aunque también pensó en que los niños brasileños iban a disfrutar de una buena cantidad de dinero extra.
—Me imagino que tampoco ahora querrás celebrar nuestras adquisiciones en Soda Fountain —mencionó Damon nada más salir de la boutique.
Por alguna razón, el mero hecho de escuchar el nombre de aquel lugar al que tantas veces había ido con su padre la llenó de una emoción tal que la dejó parada en mitad de la calle. Solo por un instante deseó que las cosas fueran diferentes: que Damon y ella estuvieran haciendo un verdadero esfuerzo por empezar de nuevo y que ese hijo que planeaban tener fuera el fruto del amor y el entendimiento que había surgido entre ellos.
¿Qué diablos le pasaba? ¿Es que la sola mención de Soda Fountain bastaba para que olvidara la traición de la que había sido víctima? No podía ser cierto que fuera una mujer tan débil y vulnerable.
Levantó la cabeza llena de orgullo y respondió con una sonrisa:
—La verdad es que no creo que un tentempié lleno de calorías vaya bien con la ropa tan ajustada que acabamos de comprar.
—Sin embargo yo creo que no te vendría nada mal engordar un poco.
¡Por supuesto que pensaba eso! Katrina era mucho más voluptuosa que ella.
—Bueno, si te sales con la tuya, lo haré pronto —respondió Elena y, acto seguido empezó a arderle la cara por el rubor.
Damon la miró durante unos segundos esbozando una pícara sonrisa.
—Si eso es una sugerencia…
Elena lo interrumpió al instante negando con la cabeza.
—El día que te sugiera que me lleves a la cama —le dijo con furia—, será…
—Ten cuidado, Elena —respondió él suavemente—. Ya te he advertido del peligro de ponerme a prueba.

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