Capítulo 23
De
vuelta en la privacidad de su dormitorio, Elena repasó toda la información que
acababa de averiguar.
Lo
primero y más importante, estaba feliz de que los hombres de Blenhem no fueran
a sufrir las consecuencias de haberse dejado persuadir por Barksdale. Lo que
había hecho sir Damon era maravilloso, utilizando todo su poder de persuasión
para conseguir el indulto del juez.
Elena
había de admitir que ocultar su identidad le había servido para recabar
información y para resolver los delitos que probablemente no habría podido
resolver de haber llegado a Blenhem bajo su verdadero nombre.
Y,
si era capaz de absolverlo de eso… tal vez sir Damon sí poseyese realmente las
virtudes que había visto en su Damon.
Aliviada
como se sentía por ello, seguía sin estar segura de si su relación podría
salvarse. Seguía sintiéndose incómoda con la mentira que le había contado a
ella. Avergonzada por las cosas que le había dicho pensando que era otra
persona.
Los
golpes en la puerta interrumpieron sus pensamientos. Levantó la vista y vio a Bonnie
asomar la cabeza.
—¿Tienes
un minuto para hablar?
—Sí,
por supuesto. Pasa —respondió Elena, curiosa por saber lo que deseaba su
anfitriona. La ocupada Bonnie rara vez iba a buscarla a su habitación en mitad
del día.
—¿Has
pasado un rato agradable con la gente de Blenhem? —preguntó su amiga mientras
se sentaba.
—Sí,
gracias.
—¿No
es maravillosa la noticia del sargento y los demás? Damon se ha superado esta
vez al conseguir que los liberasen, lo que en estos tiempos turbulentos no es
cosa fácil. Estoy segura de que habrás leído sobre la tragedia de hombres que
pagaron con sus vidas por su indiscreción.
—Así
es, y fue un acto muy honorable por parte de sir Damon.
—Yo
he intentado no decir nada —continuó Bonnie—, aunque era evidente que había
algo entre vosotros. Sé que debiste de enfurecer al descubrir que te había
mentido. ¿Pero alguna vez has considerado el problema como lo debió de ver él?
Si hubiera confiado en ti antes de desenmascarar a los culpables, ¿habrías sido
capaz de soportar la presión, conociendo la verdad y ocultándosela a todos?
—No
habría sido fácil —admitió Elena tras una pausa.
—Debes
entender que Damon no podía decir la verdad hasta no haber hecho lo que fuera
necesario para desenmascarar al peligroso agitador que había estado sembrando
el caos por la región. A pesar de su mentira, no fue Damon quien los puso en
peligro, sino Barksdale. Fue Damon quien los salvó.
—¡Eres
bastante elocuente! —exclamó Elena con una sonrisa—. ¿Te escribió un discurso
junto con las noticias que te envió?
—No.
El discurso es mío, basado en lo que sé de los hechos. ¿Quieres saber lo que sí
me escribió?
—Sí,
creo que sí.
—Dado
que no me dijo explícitamente que guardara el secreto, y dado que creo que te
ayudará a entender mejor sus sentimientos, te lo leeré.
Sacó
una carta de la manga, la desdobló y comenzó a leer:
«Bonnie,
querida amiga, recurro a ti en mi momento más difícil. He conocido a la mujer a
la que he estado esperando toda mi vida, Elena Gilbert, sobre la que ya te he
hablado antes. Pero, como puedes esperar de alguien que siempre ha sido un
torpe en cuestiones de amor, la he fastidiado por completo. Cuando estaba a
punto de confesarle mis esperanzas y mis sueños, se reveló la verdad sobre mi
identidad de la peor manera posible. Aunque no era lo que deseaba, me vi
obligado a acceder a sus deseos y a dejar que se fuera de Blenhem. Sólo puedo
dar las gracias al cielo por haber sido capaz de persuadirla para que acudiera
a ti. Ahora deposito mis esperanzas y mis sueños, mi futuro entero, en tus
manos. Confío en tu bondad y en tu discreción para lograr que se quede con
vosotros hasta que se le pase el enfado y pueda volver a mirarme a la cara.
Mientras esté contigo, por favor, ofrécele tu cariño, amiga mía. No puedo
pedirte que le hables maravillas sobre mí, porque conoces mis defectos
demasiado bien. Pero asegúrale, si puedes, que la quiero con todo mi corazón.
Si finalmente no cree en el amor que compartimos y elige marcharse, por favor,
ayúdala en todo lo posible, sabiendo que mi corazón está con ella».
Durante
unos segundos, después de que Bonnie terminara de leer, ambas se quedaron en
silencio.
La
belleza de sus palabras, y la sinceridad de su expresión, despertó en Elena una
respuesta intensa.
—Damon
ha sido uno de los mejores amigos de mi marido durante años —dijo Bonnie—. Como
todos nosotros, es un hombre con fallos, que comete errores.
Pero
el amor no siempre es fácil, aunque sea sincero. Mi propio matrimonio comenzó
como un acuerdo: Tyler salvaría la finca de mi familia; yo sería una esposa
complaciente. Él había tenido una amante durante varios años antes de casarnos,
y yo me dije a mí misma que tendría que asumir ese hecho. Cuando empecé a
amarlo, me di cuenta de que no podía. Aunque luego resultó que él había roto
con ella antes de casarnos. Pero los celos y los malentendidos estuvieron a
punto de destruir nuestro amor antes de que comenzara. Tuvimos que luchar para
salvarlo. Pero siempre merece la pena luchar por el verdadero amor. Sé que Damon
te hizo daño y te decepcionó. Pero, si lo amabas siendo sólo Damon, ¿no podrías
darle a sir Damon una segunda oportunidad? —Bonnie le entregó la carta a Elena
y se puso en pie—. Mi labor ha terminado. Como Damon dice en su carta, no me
corresponde a mí persuadirte. Tienes que actuar de acuerdo a la verdad que has
descubierto en tu corazón. Espero verte en la cena.
Después
de que Elena, demasiado emocionada para ser coherente, murmurase una respuesta
afirmativa, Bonnie la dejó sola. Ella se quedó sentada largo rato, intentando
ordenar los pensamientos que se arremolinaban en su cerebro.
Desdobló
la carta de nuevo y la leyó varias veces.
Para
cuando terminó, la indecisión había desaparecido. Invadida por una sensación de
paz, supo claramente lo que tenía que hacer.
Damon
Salvatore, sir Damon Salvatore, era el hombre que ella creía. Un hombre del que
se había enamorado. Un hombre al que aún amaba. ¿Qué era un poco de bochorno en
comparación con todo eso?
Ya
le había entregado su corazón. Sin duda poseía la capacidad de ofrecerle su
perdón y el coraje para comprobar si su amor podía superar la mentira y la
decepción. La ilusión que creía perdida para siempre comenzó a renacer en su
interior.
Se
puso en pie de un salto y corrió al armario. ¡Era hora de ponerse en marcha!
Partiría hacia Blenhem a primera hora del día siguiente, y, gracias a su amiga Bonnie,
en esa ocasión tenía más cosas que empacar.
Varios
días más tarde, Damon estaba sentado tras su escritorio en el estudio a última
hora de la noche, intentando terminar de sumar varias columnas de números. Tras
perder la cuenta por cuarta vez, lanzó la pluma asqueado.
No
servía de nada. Había estado levantándose temprano, comiendo poco, yendo de un
lado a otro sin saber lo que hacía mientras inspeccionaba los campos y las
granjas. Incluso había ayudado a Tanner y a sus hombres a reconstruir la casa
que serviría de hogar para la maestra; un edificio que esperaba que nunca fuese
usado para eso.
Damon
quería que Elena regresara, pero con él. En su casa. En su cama. Siendo su
esposa.
Pero
no importaba lo mucho que intentara cansar a su cuerpo, pues el sueño seguía
sin llegar. La esperanza, los deseos y los recuerdos se mezclaban en su mente
confusa y angustiada, y le robaban la paz y el descanso.
Incapaz
de enfrentarse a la imagen de una cama vacía, que tantos recuerdos despertaba,
había optado por quedarse en el estudio, dormitando en el sofá cuando podía.
Tras
semanas sin dormir bien, pasaba los días como en una neblina. Había tenido que
prestar especial atención a su lengua últimamente para evitar que la fatiga
constante y la incertidumbre sobre su futuro se tradujeran en malas formas y
comentarios.
Especialmente
con la señora Winston, que se había mostrado sumamente angustiada por su
supuesta falta de respeto cuando él era Damon Salvatore, comportamiento por el
cual se había disculpado en innumerables ocasiones. A pesar de asegurarle que
él valoraba sus servicios demasiado como para despedirla, la pobre mujer
todavía se estremecía si él fruncía mínimamente el ceño.
El
problema era que no podía cabalgar lo suficientemente deprisa para escapar de
la soledad, ni para dejar atrás el miedo que se atenazaba en su estómago.
Intentaba pasar los días sin pensar en la posibilidad de haber perdido a Elena
para siempre, pero tarde o temprano lo asaltaba algún recuerdo inesperado.
Si
un niño le preguntaba cuándo empezaría la escuela, se la imaginaba de pie en la
puerta. Si la señora Winston acompañaba la carne de salsa picante, recordaba la
cara de Elena y su voz aterciopelada cuando contaba historias sobre la vida en
la India.
Todos
le preguntaban cuándo regresaría Elena y su angustia crecía al darse cuenta de
que ni siquiera sabía si regresaría.
¿Sería
el asunto de su hermano el que la mantenía en Londres tanto tiempo? Cuando
terminara con aquello, ¿regresaría para darle otra oportunidad?
De
pronto se sintió furioso, se puso en pie de un salto y agarró el libro de
cuentas. Estaba a punto de tirarlo al fuego cuando recobró la razón.
Dejó
el libro de nuevo en la mesa y se pasó las manos por el pelo. No podía seguir
así, sin saber, perdido entre la esperanza y la desesperación.
Le
había dado más de un mes para pensar. Si no pensaba regresar a Blenhem, iría a
buscarla a Londres y descubriría cuál era su decisión. Tal vez así podría
empezar a hacerse a la idea de un futuro sin ella.
Si
llevada por su sentimiento del deber, Elena decidía regresar para cumplir con
su obligación como maestra, pero no regresar con él, Damon tendría entonces que
abandonar Blenhem. No creía que pudiera soportar saber que estaba cerca y que
no podía ser suya.
Se
rió amargamente. ¿A quién intentaba engañar? No creía que fuese capaz de
dejarla marchar sin más. No sin intentar recuperarla.
Haría
la maleta y se marcharía a Londres por la mañana.
Con
energías renovadas ante la idea de hacer algo con tal de escapar de aquella
angustia, Damon se dirigió a la puerta para ir al dormitorio que no había
visitado durante días. Sin embargo, al colocar la mano sobre el pomo, la puerta
se abrió y entró Elijah, que estuvo a punto de chocarse con él.
—Disculpad,
sir Damon —dijo el mayordomo.
—¿Qué
diablos haces levantado todavía? —preguntó Damon—. Yo apagaré las velas. Vete a
la cama.
—Sí,
sir Damon. Pero primero debo deciros que, aunque es tarde, hay una joven que
desea veros.
Antes
de que Damon pudiera pensar, Elena pasó junto al mayordomo y se presentó ante
él con una reverencia.
—Sir
Damon, disculpadme por venir tan tarde. Al menos esta vez he venido en
carruaje, así que no voy a mojar vuestra alfombra.
Mirándola
con incredulidad, Damon se sentía incapaz de articular palabra. La había
esperado durante tanto tiempo que no podía creer que realmente fuese ella la
que estaba ante sus ojos.
De
pronto se dio cuenta de que estaba ofreciéndole la mano.
—¿No
vais a dignaros ni a saludarme?
Tras
ella, Elijah se aclaró la garganta y dijo:
—¿Traigo
vino, sir Damon?
Aún
perplejo, Damon asintió y el mayordomo desapareció.
Se
quedó mirándola, sin poder moverse, sin poder hablar. Lo único que deseaba era
dar dos pasos, abrazarla y no soltarla nunca.
Pero
tal vez no fuera eso lo que ella deseaba.
Trató
de recuperar la compostura y actuar de forma civilizada.
—Bienvenida,
señora Gilbert. ¿No queréis sentaros junto al fuego para entrar en calor?
Elena
asintió y pasó frente a él, envolviéndolo con su aroma.
—¿Puedo
decir lo mucho que me alegro de verte? —preguntó él.
Tras
sentarse en el sofá, ella lo miró y dijo:
—Por
supuesto. Porque yo también me alegro de verte a ti.
Tratando
de no dejar volar sus esperanzas demasiado pronto, Damon se sentó frente a ella
en un sillón.
Elijah
regresó con un decantador lleno, lo dejó en el estudio y se excusó. Damon
sirvió el vino con manos temblorosas mientras le inundaban los recuerdos de las
innumerables noches que habían pasado los dos charlando allí.
—Dado
que has regresado, confío en que las investigaciones sobre tu hermano hayan
dado sus frutos.
—Sí.
La policía lo localizó. Fue obligado a alistarse en la armada británica; un
cambio drástico después de haber sido uno de los hombres de Wellington. Dado
que ya ha prestado servicio como soldado, lord Englemere espera poder liberarlo
cuando el barco de Matt llegue a su próximo destino. Al menos sé que está vivo.
Pero ésa no es la razón por la que he regresado.
—¿No?
—No.
Quería darte las gracias por darme tiempo para pensar y por no obligarme a
tomar una decisión precipitada. Si lo hubieras hecho, por cierto, probablemente
te habría rechazado, y habría rechazado la opción de quedarme con los Stanhope.
Y por tanto habría perdido la oportunidad de conocer a una encantadora dama que
ahora es amiga mía, y también a su encantador hijo. También habría renunciado a
la posibilidad de que Englemere me prestara su ayuda para localizar a mi
hermano, la cual ha resultado ser muy valiosa, pues sin sus contactos no sé
cuánto tiempo habría tardado en encontrar a Matt. Quería darte las gracias por
conseguir que liberasen al sargento Russell y a los demás. Por tu amabilidad
conmigo; y por rescatarme.
—No
hace falta que me des las gracias; y menos por eso.
—Oh,
yo creo que sí hace falta. Pero no es sólo eso por lo que te estoy agradecida.
He dejado lo mejor para el final. ¿Quieres saber lo que es?
Sin
atreverse a hablar, Damon asintió.
—Aunque
sigo sintiéndome abochornada cuando pienso en cómo te hablé, en cómo insulté a la
aristocracia, comprendo que tuvieras que ocultar tu identidad. Entiendo que,
una vez que comenzaron las mentiras, era cada vez más difícil decir la verdad.
—No
debes arrepentirte de haber expresado tus opiniones —respondió Damon—. Yo no me
sentí ofendido. Y sí, fue difícil. Muchas veces estuve tentado de decirte la
verdad. Ojalá lo hubiera hecho… aquella última noche.
—Sí,
ojalá.
—¿Habría
cambiado algo?
—No
lo sé. Lo único que sé es que ya no importa. Me he dado cuenta de que hacía
falta ser un hombre muy valiente para permitir que Barksdale revelara la verdad
en la vista, en un momento en el que tal revelación sería interpretada de la
peor manera posible. Un hombre de gran carácter para dejar a un lado su honor y
su estatus en favor de la gente de Blenhem; un hombre elocuente y apasionado
capaz de persuadir a un juez. Todo eso confirmó lo que yo ya sabía en lo
profundo de mi corazón. Finalmente quiero darte las gracias por ser el hombre
al que amo con toda mi alma, el hombre con el que quiero pasar el resto de mi
vida. Damon Salvatore, sir Damon, como te llames, si aún me deseas, soy tuya.
La
tenía entre sus brazos antes siquiera de que acabara de hablar. La abrazó con
fuerza y hundió la cara en su pelo para aspirar su aroma.
—Lo
único que deseo es a ti, Elena. Tenía tanto miedo de perderte para siempre.
¿Entonces podemos volver a empezar? ¿Permitirás que te corteje?
—¡Cielos,
no! Ya hemos pasado ese punto, ¿no te parece? Además, debo recordarte que los
médicos de la India estaban casi seguros de que, tras perder a mi bebé, era
poco probable que volviese a quedarme embarazada. Un caballero querrá un
heredero, así que no creas que el matrimonio es necesario…
—¡Tonterías!
—exclamo Damon—. No quiero a ninguna otra mujer en mi vida. Además, los médicos
no son infalibles. En este caso, estaré encantado de intentar demostrar que se
equivocaron. Así que casémonos. Entre tanto, ¿prefieres quedarte en la casa que
te hemos preparado o en la posada? Quiero que todo sea apropiado esta vez.
Elena
se echó hacia atrás entre sus brazos y lo observó durante unos segundos.
—¿Tan
seguro estás de querer casarte conmigo?
—Con
todo mi corazón.
Dos
lágrimas iluminaron sus ojos antes de secárselas.
—Debería
intentar disuadirte, pero soy una pecadora y no puedo. De modo que adelante. Casémonos.
Y por cierto, no quiero que nada sea «apropiado» al igual que no lo quería
aquella maravillosa noche hace un mes.
Separó
los labios ligeramente y deslizó los dedos por su pecho.
—¿No
me permitirás quedarme aquí y agradecértelo de manera «apropiada»? —murmuró—.
¿Desde esta noche en adelante, durante el resto de nuestras vidas?
—Esta
noche y el resto de nuestras vidas —respondió él con la voz entrecortada por la
emoción. Se inclinó para darle un beso, la tomó en brazos, apagó las velas y se
la llevó de la habitación.
AUTOR:
JULIA JUSTISS
OBRA:
LOS WELLINGFORDS 5:
UNA MUJER EN SUS BRAZOS
¡Hola! Soy fan de Crónicas Vampíricas, y si no me equivoco, la historia que escribes ahora es de época ¿no? Comenzaré el primer capítulo pronto, a ver que cara de Damon me gusta más ;)
ResponderEliminarHola bienvenida, espero te guste la historia y sí es de época.
EliminarYa me contarás lo que te parece