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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

16 julio 2013

En tus brazos Epílogo

Capítulo 23

De vuelta en la privacidad de su dormitorio, Elena repasó toda la información que acababa de averiguar.
Lo primero y más importante, estaba feliz de que los hombres de Blenhem no fueran a sufrir las consecuencias de haberse dejado persuadir por Barksdale. Lo que había hecho sir Damon era maravilloso, utilizando todo su poder de persuasión para conseguir el indulto del juez.
Y utilizando su influencia también. Si bien era cierto que sir Damon había mentido a sus empleados, también lo era que los había defendido en un momento de grave peligro, empleando un poder que el sencillo Damon Salvatore no habría podido ostentar.
Elena había de admitir que ocultar su identidad le había servido para recabar información y para resolver los delitos que probablemente no habría podido resolver de haber llegado a Blenhem bajo su verdadero nombre.
Y, si era capaz de absolverlo de eso… tal vez sir Damon sí poseyese realmente las virtudes que había visto en su Damon.
Aliviada como se sentía por ello, seguía sin estar segura de si su relación podría salvarse. Seguía sintiéndose incómoda con la mentira que le había contado a ella. Avergonzada por las cosas que le había dicho pensando que era otra persona.
Los golpes en la puerta interrumpieron sus pensamientos. Levantó la vista y vio a Bonnie asomar la cabeza.
—¿Tienes un minuto para hablar?
—Sí, por supuesto. Pasa —respondió Elena, curiosa por saber lo que deseaba su anfitriona. La ocupada Bonnie rara vez iba a buscarla a su habitación en mitad del día.
—¿Has pasado un rato agradable con la gente de Blenhem? —preguntó su amiga mientras se sentaba.
—Sí, gracias.
—¿No es maravillosa la noticia del sargento y los demás? Damon se ha superado esta vez al conseguir que los liberasen, lo que en estos tiempos turbulentos no es cosa fácil. Estoy segura de que habrás leído sobre la tragedia de hombres que pagaron con sus vidas por su indiscreción.
—Así es, y fue un acto muy honorable por parte de sir Damon.
—Yo he intentado no decir nada —continuó Bonnie—, aunque era evidente que había algo entre vosotros. Sé que debiste de enfurecer al descubrir que te había mentido. ¿Pero alguna vez has considerado el problema como lo debió de ver él? Si hubiera confiado en ti antes de desenmascarar a los culpables, ¿habrías sido capaz de soportar la presión, conociendo la verdad y ocultándosela a todos?
—No habría sido fácil —admitió Elena tras una pausa.
—Debes entender que Damon no podía decir la verdad hasta no haber hecho lo que fuera necesario para desenmascarar al peligroso agitador que había estado sembrando el caos por la región. A pesar de su mentira, no fue Damon quien los puso en peligro, sino Barksdale. Fue Damon quien los salvó.
—¡Eres bastante elocuente! —exclamó Elena con una sonrisa—. ¿Te escribió un discurso junto con las noticias que te envió?
—No. El discurso es mío, basado en lo que sé de los hechos. ¿Quieres saber lo que sí me escribió?
—Sí, creo que sí.
—Dado que no me dijo explícitamente que guardara el secreto, y dado que creo que te ayudará a entender mejor sus sentimientos, te lo leeré.
Sacó una carta de la manga, la desdobló y comenzó a leer:
«Bonnie, querida amiga, recurro a ti en mi momento más difícil. He conocido a la mujer a la que he estado esperando toda mi vida, Elena Gilbert, sobre la que ya te he hablado antes. Pero, como puedes esperar de alguien que siempre ha sido un torpe en cuestiones de amor, la he fastidiado por completo. Cuando estaba a punto de confesarle mis esperanzas y mis sueños, se reveló la verdad sobre mi identidad de la peor manera posible. Aunque no era lo que deseaba, me vi obligado a acceder a sus deseos y a dejar que se fuera de Blenhem. Sólo puedo dar las gracias al cielo por haber sido capaz de persuadirla para que acudiera a ti. Ahora deposito mis esperanzas y mis sueños, mi futuro entero, en tus manos. Confío en tu bondad y en tu discreción para lograr que se quede con vosotros hasta que se le pase el enfado y pueda volver a mirarme a la cara. Mientras esté contigo, por favor, ofrécele tu cariño, amiga mía. No puedo pedirte que le hables maravillas sobre mí, porque conoces mis defectos demasiado bien. Pero asegúrale, si puedes, que la quiero con todo mi corazón. Si finalmente no cree en el amor que compartimos y elige marcharse, por favor, ayúdala en todo lo posible, sabiendo que mi corazón está con ella».
Durante unos segundos, después de que Bonnie terminara de leer, ambas se quedaron en silencio.
La belleza de sus palabras, y la sinceridad de su expresión, despertó en Elena una respuesta intensa.
—Damon ha sido uno de los mejores amigos de mi marido durante años —dijo Bonnie—. Como todos nosotros, es un hombre con fallos, que comete errores.
Pero el amor no siempre es fácil, aunque sea sincero. Mi propio matrimonio comenzó como un acuerdo: Tyler salvaría la finca de mi familia; yo sería una esposa complaciente. Él había tenido una amante durante varios años antes de casarnos, y yo me dije a mí misma que tendría que asumir ese hecho. Cuando empecé a amarlo, me di cuenta de que no podía. Aunque luego resultó que él había roto con ella antes de casarnos. Pero los celos y los malentendidos estuvieron a punto de destruir nuestro amor antes de que comenzara. Tuvimos que luchar para salvarlo. Pero siempre merece la pena luchar por el verdadero amor. Sé que Damon te hizo daño y te decepcionó. Pero, si lo amabas siendo sólo Damon, ¿no podrías darle a sir Damon una segunda oportunidad? —Bonnie le entregó la carta a Elena y se puso en pie—. Mi labor ha terminado. Como Damon dice en su carta, no me corresponde a mí persuadirte. Tienes que actuar de acuerdo a la verdad que has descubierto en tu corazón. Espero verte en la cena.
Después de que Elena, demasiado emocionada para ser coherente, murmurase una respuesta afirmativa, Bonnie la dejó sola. Ella se quedó sentada largo rato, intentando ordenar los pensamientos que se arremolinaban en su cerebro.
Desdobló la carta de nuevo y la leyó varias veces.
Para cuando terminó, la indecisión había desaparecido. Invadida por una sensación de paz, supo claramente lo que tenía que hacer.
Damon Salvatore, sir Damon Salvatore, era el hombre que ella creía. Un hombre del que se había enamorado. Un hombre al que aún amaba. ¿Qué era un poco de bochorno en comparación con todo eso?
Ya le había entregado su corazón. Sin duda poseía la capacidad de ofrecerle su perdón y el coraje para comprobar si su amor podía superar la mentira y la decepción. La ilusión que creía perdida para siempre comenzó a renacer en su interior.
Se puso en pie de un salto y corrió al armario. ¡Era hora de ponerse en marcha! Partiría hacia Blenhem a primera hora del día siguiente, y, gracias a su amiga Bonnie, en esa ocasión tenía más cosas que empacar.


Varios días más tarde, Damon estaba sentado tras su escritorio en el estudio a última hora de la noche, intentando terminar de sumar varias columnas de números. Tras perder la cuenta por cuarta vez, lanzó la pluma asqueado.
No servía de nada. Había estado levantándose temprano, comiendo poco, yendo de un lado a otro sin saber lo que hacía mientras inspeccionaba los campos y las granjas. Incluso había ayudado a Tanner y a sus hombres a reconstruir la casa que serviría de hogar para la maestra; un edificio que esperaba que nunca fuese usado para eso.
Damon quería que Elena regresara, pero con él. En su casa. En su cama. Siendo su esposa.
Pero no importaba lo mucho que intentara cansar a su cuerpo, pues el sueño seguía sin llegar. La esperanza, los deseos y los recuerdos se mezclaban en su mente confusa y angustiada, y le robaban la paz y el descanso.
Incapaz de enfrentarse a la imagen de una cama vacía, que tantos recuerdos despertaba, había optado por quedarse en el estudio, dormitando en el sofá cuando podía.
Tras semanas sin dormir bien, pasaba los días como en una neblina. Había tenido que prestar especial atención a su lengua últimamente para evitar que la fatiga constante y la incertidumbre sobre su futuro se tradujeran en malas formas y comentarios.
Especialmente con la señora Winston, que se había mostrado sumamente angustiada por su supuesta falta de respeto cuando él era Damon Salvatore, comportamiento por el cual se había disculpado en innumerables ocasiones. A pesar de asegurarle que él valoraba sus servicios demasiado como para despedirla, la pobre mujer todavía se estremecía si él fruncía mínimamente el ceño.
El problema era que no podía cabalgar lo suficientemente deprisa para escapar de la soledad, ni para dejar atrás el miedo que se atenazaba en su estómago. Intentaba pasar los días sin pensar en la posibilidad de haber perdido a Elena para siempre, pero tarde o temprano lo asaltaba algún recuerdo inesperado.
Si un niño le preguntaba cuándo empezaría la escuela, se la imaginaba de pie en la puerta. Si la señora Winston acompañaba la carne de salsa picante, recordaba la cara de Elena y su voz aterciopelada cuando contaba historias sobre la vida en la India.
Todos le preguntaban cuándo regresaría Elena y su angustia crecía al darse cuenta de que ni siquiera sabía si regresaría.
¿Sería el asunto de su hermano el que la mantenía en Londres tanto tiempo? Cuando terminara con aquello, ¿regresaría para darle otra oportunidad?
De pronto se sintió furioso, se puso en pie de un salto y agarró el libro de cuentas. Estaba a punto de tirarlo al fuego cuando recobró la razón.
Dejó el libro de nuevo en la mesa y se pasó las manos por el pelo. No podía seguir así, sin saber, perdido entre la esperanza y la desesperación.
Le había dado más de un mes para pensar. Si no pensaba regresar a Blenhem, iría a buscarla a Londres y descubriría cuál era su decisión. Tal vez así podría empezar a hacerse a la idea de un futuro sin ella.
Si llevada por su sentimiento del deber, Elena decidía regresar para cumplir con su obligación como maestra, pero no regresar con él, Damon tendría entonces que abandonar Blenhem. No creía que pudiera soportar saber que estaba cerca y que no podía ser suya.
Se rió amargamente. ¿A quién intentaba engañar? No creía que fuese capaz de dejarla marchar sin más. No sin intentar recuperarla.
Haría la maleta y se marcharía a Londres por la mañana.
Con energías renovadas ante la idea de hacer algo con tal de escapar de aquella angustia, Damon se dirigió a la puerta para ir al dormitorio que no había visitado durante días. Sin embargo, al colocar la mano sobre el pomo, la puerta se abrió y entró Elijah, que estuvo a punto de chocarse con él.
—Disculpad, sir Damon —dijo el mayordomo.
—¿Qué diablos haces levantado todavía? —preguntó Damon—. Yo apagaré las velas. Vete a la cama.
—Sí, sir Damon. Pero primero debo deciros que, aunque es tarde, hay una joven que desea veros.
Antes de que Damon pudiera pensar, Elena pasó junto al mayordomo y se presentó ante él con una reverencia.
—Sir Damon, disculpadme por venir tan tarde. Al menos esta vez he venido en carruaje, así que no voy a mojar vuestra alfombra.
Mirándola con incredulidad, Damon se sentía incapaz de articular palabra. La había esperado durante tanto tiempo que no podía creer que realmente fuese ella la que estaba ante sus ojos.
De pronto se dio cuenta de que estaba ofreciéndole la mano.
—¿No vais a dignaros ni a saludarme?
Tras ella, Elijah se aclaró la garganta y dijo:
—¿Traigo vino, sir Damon?
Aún perplejo, Damon asintió y el mayordomo desapareció.
Se quedó mirándola, sin poder moverse, sin poder hablar. Lo único que deseaba era dar dos pasos, abrazarla y no soltarla nunca.
Pero tal vez no fuera eso lo que ella deseaba.
Trató de recuperar la compostura y actuar de forma civilizada.
—Bienvenida, señora Gilbert. ¿No queréis sentaros junto al fuego para entrar en calor?
Elena asintió y pasó frente a él, envolviéndolo con su aroma.
—¿Puedo decir lo mucho que me alegro de verte? —preguntó él.
Tras sentarse en el sofá, ella lo miró y dijo:
—Por supuesto. Porque yo también me alegro de verte a ti.
Tratando de no dejar volar sus esperanzas demasiado pronto, Damon se sentó frente a ella en un sillón.
Elijah regresó con un decantador lleno, lo dejó en el estudio y se excusó. Damon sirvió el vino con manos temblorosas mientras le inundaban los recuerdos de las innumerables noches que habían pasado los dos charlando allí.
—Dado que has regresado, confío en que las investigaciones sobre tu hermano hayan dado sus frutos.
—Sí. La policía lo localizó. Fue obligado a alistarse en la armada británica; un cambio drástico después de haber sido uno de los hombres de Wellington. Dado que ya ha prestado servicio como soldado, lord Englemere espera poder liberarlo cuando el barco de Matt llegue a su próximo destino. Al menos sé que está vivo. Pero ésa no es la razón por la que he regresado.
—¿No?
—No. Quería darte las gracias por darme tiempo para pensar y por no obligarme a tomar una decisión precipitada. Si lo hubieras hecho, por cierto, probablemente te habría rechazado, y habría rechazado la opción de quedarme con los Stanhope. Y por tanto habría perdido la oportunidad de conocer a una encantadora dama que ahora es amiga mía, y también a su encantador hijo. También habría renunciado a la posibilidad de que Englemere me prestara su ayuda para localizar a mi hermano, la cual ha resultado ser muy valiosa, pues sin sus contactos no sé cuánto tiempo habría tardado en encontrar a Matt. Quería darte las gracias por conseguir que liberasen al sargento Russell y a los demás. Por tu amabilidad conmigo; y por rescatarme.
—No hace falta que me des las gracias; y menos por eso.
—Oh, yo creo que sí hace falta. Pero no es sólo eso por lo que te estoy agradecida. He dejado lo mejor para el final. ¿Quieres saber lo que es?
Sin atreverse a hablar, Damon asintió.
—Aunque sigo sintiéndome abochornada cuando pienso en cómo te hablé, en cómo insulté a la aristocracia, comprendo que tuvieras que ocultar tu identidad. Entiendo que, una vez que comenzaron las mentiras, era cada vez más difícil decir la verdad.
—No debes arrepentirte de haber expresado tus opiniones —respondió Damon—. Yo no me sentí ofendido. Y sí, fue difícil. Muchas veces estuve tentado de decirte la verdad. Ojalá lo hubiera hecho… aquella última noche.
—Sí, ojalá.
—¿Habría cambiado algo?
—No lo sé. Lo único que sé es que ya no importa. Me he dado cuenta de que hacía falta ser un hombre muy valiente para permitir que Barksdale revelara la verdad en la vista, en un momento en el que tal revelación sería interpretada de la peor manera posible. Un hombre de gran carácter para dejar a un lado su honor y su estatus en favor de la gente de Blenhem; un hombre elocuente y apasionado capaz de persuadir a un juez. Todo eso confirmó lo que yo ya sabía en lo profundo de mi corazón. Finalmente quiero darte las gracias por ser el hombre al que amo con toda mi alma, el hombre con el que quiero pasar el resto de mi vida. Damon Salvatore, sir Damon, como te llames, si aún me deseas, soy tuya.
La tenía entre sus brazos antes siquiera de que acabara de hablar. La abrazó con fuerza y hundió la cara en su pelo para aspirar su aroma.
—Lo único que deseo es a ti, Elena. Tenía tanto miedo de perderte para siempre. ¿Entonces podemos volver a empezar? ¿Permitirás que te corteje?
—¡Cielos, no! Ya hemos pasado ese punto, ¿no te parece? Además, debo recordarte que los médicos de la India estaban casi seguros de que, tras perder a mi bebé, era poco probable que volviese a quedarme embarazada. Un caballero querrá un heredero, así que no creas que el matrimonio es necesario…
—¡Tonterías! —exclamo Damon—. No quiero a ninguna otra mujer en mi vida. Además, los médicos no son infalibles. En este caso, estaré encantado de intentar demostrar que se equivocaron. Así que casémonos. Entre tanto, ¿prefieres quedarte en la casa que te hemos preparado o en la posada? Quiero que todo sea apropiado esta vez.
Elena se echó hacia atrás entre sus brazos y lo observó durante unos segundos.
—¿Tan seguro estás de querer casarte conmigo?
—Con todo mi corazón.
Dos lágrimas iluminaron sus ojos antes de secárselas.
—Debería intentar disuadirte, pero soy una pecadora y no puedo. De modo que adelante. Casémonos. Y por cierto, no quiero que nada sea «apropiado» al igual que no lo quería aquella maravillosa noche hace un mes.
Separó los labios ligeramente y deslizó los dedos por su pecho.
—¿No me permitirás quedarme aquí y agradecértelo de manera «apropiada»? —murmuró—. ¿Desde esta noche en adelante, durante el resto de nuestras vidas?

—Esta noche y el resto de nuestras vidas —respondió él con la voz entrecortada por la emoción. Se inclinó para darle un beso, la tomó en brazos, apagó las velas y se la llevó de la habitación.


AUTOR:
JULIA JUSTISS

OBRA:
LOS WELLINGFORDS 5: 
UNA MUJER EN SUS BRAZOS

2 comentarios:

  1. ¡Hola! Soy fan de Crónicas Vampíricas, y si no me equivoco, la historia que escribes ahora es de época ¿no? Comenzaré el primer capítulo pronto, a ver que cara de Damon me gusta más ;)

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    Respuestas
    1. Hola bienvenida, espero te guste la historia y sí es de época.
      Ya me contarás lo que te parece

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