Capítulo
8
—ESTÁS muy
callada, ¿te ocurre algo?
—Nada,
solo estaba pensando en el pasado y en mi padre… y, Katrina —respondió Elena
con énfasis deliberado, al mismo tiempo Damon estaba ofreciéndole vino de la
botella que acababa de abrir.
Unas horas
antes había ido al médico y le habían confirmado que estaba embarazada.
Aunque
sabía que una copa de vino no le haría ningún daño al bebé, no estaba dispuesta
a arriesgarse ni en lo más mínimo. Por muy pequeño, o pequeña que fuera, ya era
muy importante para Elena; también era uno de los motivos por los que estaba
pensando en su padre. Estaba pensando cuánto le habría gustado ser abuelo,
especialmente siendo Damon el padre.
—Katrina
nunca quiso a mi padre, se casó con él solo por su dinero.
Quizás era
la confirmación de su embarazo lo que la había hecho estar tan sensible; eso y
que el padre de su bebé no la amara. En la sala de espera de la consulta había
otra mujer embarazada acompañada por su pareja, que la había mirado con tal
ternura y adoración que Elena había sentido una tremenda envidia.
—Elena, Katrina
era mucho más joven que tu padre.
—Cómo no,
ahí estás tú defendiéndola —respondió ella intentando no dejarse llevar por la
furia.
—No sé a
qué viene eso —dijo Damon frunciendo el ceño—. Sabes que…
—Lo que sé
es que vi a Katrina y tú no me has dicho ni palabra de su visita —completó la
frase con áspera mordacidad.
—¿La
viste? —su gesto se hizo aún más serio al enterarse de aquello.
—Sí. ¿Qué
hiciste, Damon? La llamaste y le dijiste que podía venir sin peligro porque yo
estaba durmiendo. ¿Que estabas harto de hacer el amor… perdón, de acostarte,
con una mujer a la que no amabas? ¿Con una mujer que no era ella? Bueno, pues
esta es mi casa y mientras siga siendo así, no pienso tolerar que te traigas a
tu amante…
Hizo una
pausa para calmarse un poco porque empezaba a temblarle la voz.
—¿De qué
demonios estás hablando? —preguntó Damon visiblemente confundido antes de que
ella pudiera continuar.
—Sabes
perfectamente de lo que estoy hablando —Elena no daba crédito a su desfachatez—.
Hablo de la aventura que tienes con Katrina, la misma que tenías ya cuando ella
se casó con mi padre y cuando tú te casaste conmigo.
Notó cómo Damon
apretaba la mandíbula. Era obvio que no le gustaba lo que estaba oyendo. Pues a
Elena le daba exactamente igual. ¿Cómo pensaba que se sentía ella? ¿Cómo
pensaba que se había sentido su padre?
—¿Crees
que tengo una aventura con Katrina?
Debía de
estar costándole un verdadero esfuerzo parecer tan genuinamente sorprendido,
pensó Elena mientras caía en la cuenta de que eso era una señal más de lo
importante que era para él mantener en secreto aquella relación.
—No, Damon
—le respondió con tranquilidad—, no es que lo crea, es que estoy segura de
ello. La propia Katrina me lo dijo el día de nuestra boda.
Se hizo un
silencio largo y ensordecedor.
—¿Es eso
por lo que te marchaste?
—¿Tú qué
crees? —la amargura habló por boca de Elena—. Bueno, ya es suficiente —añadió
con voz temblorosa—. No quiero seguir hablando de ello —estaba sorprendida por
su propio autocontrol—. El pasado es el pasado, es el futuro lo que ahora me
preocupa; un futuro que me has impuesto. Lo único que quiero es dejar bien
claro que no pienso tolerar la presencia de Katrina en esta casa.
Era hora
de hablarle del niño y de suplicarle, no, de pedirle, que pensara en el efecto
que tendría en el niño si continuaba viéndose con Katrina. Pero antes de que
pudiera decir nada sonó el teléfono.
Damon dio
media vuelta y fue a contestar, al empezar a hablar tuvo la sensación de que no
quería que ella se enterara de su conversación. ¿Sería Katrina la que llamaba?
En lugar de arrancarle el teléfono de las manos como le habría gustado, salió
del salón dejándolo allí.
Mientras
andaba por el pasillo se preguntaba dónde estaba su valentía; debería haberse
enfrentado a Damon… Quizás no lo había hecho porque temía que él le diera la
espalda a ella y al hijo que llevaba dentro y eligiera a Katrina.
—Elena.
Se quedó
helada al oír la voz de Damon detrás de ella.
—Tengo que
irme a Londres, pero cuando venga tenemos que hablar; hay algunos malentendidos
que necesito aclarar.
—Ya. ¿Y
cuándo volverás? —preguntó temiéndose que ya sabía la respuesta.
—No lo sé —dijo
él con precaución—. Pero puede que tenga que quedarme allí a dormir.
Elena
contuvo la risa. Había intentado ocultar lo furioso que estaba, aunque su
rostro lo había dejado muy claro. Pero había otras cosas que le preocupaban
más; como quién era la persona que acababa de llamarlo, ¡tenía que ser Katrina!
Por eso él se marchaba a Londres; a verla.
Se odió a
sí misma por no tener valor para pedirle una explicación. ¿Era ese el efecto
del amor, que la volvía vulnerable y temerosa? En aquellos momentos en los que
más debería haber tenido el cariño y el apoyo de su marido era cuando veía lo
poco que le importaba.
La imagen
de su rostro en el retrovisor del coche no hizo más que reafirmar lo que Damon sentía
por dentro. Aún no podía creer que Elena creyera que tenía una aventura con Katrina,
que, quizás fuera una mujer atractiva, pero desde luego no para él. Para él
siempre había sido fea y despreciable porque sabía cómo era en realidad. En
otros tiempos había sospechado que John Gilbert se había arrepentido de casarse
con ella pero no había tenido el valor de romper los votos porque era un hombre
demasiado bueno para hacer algo así. Pero… ¿cómo podía haber pensado Elena que
él sería capaz de hacerle algo así a su padre?
La mañana
de su boda, cuando le había preguntado si había alguien a quien quisiera él
había dado por sentado que estaba hablando de ella misma; y el horror que había
visto en sus ojos habían hecho que Damon se maldijera por lo que le había
hecho.
Había
creído que su capricho de adolescente se había venido abajo al darse cuenta de
que él la amaba de una manera demasiado profunda para una chica tan joven. Damon
recordó con dolor que había estado a punto de salir tras ella cuando Henry
había tenido el ataque y todo el mundo lo había mirado a él en busca de ayuda.
Después ya había sido demasiado tarde para intentar detenerla porque ya había
salido del país.
Había
utilizado todos sus contactos hasta que había conseguido localizarla y
asegurarse de que se encontraba bien. Desde entonces se había mantenido
informado de su paradero, de lo que hacía y de a quién veía, pero lo había
hecho por ella.
También
era por ella por lo que ahora iba camino de Londres en lugar de quedarse en
casa explicándole que jamás podría haber estado interesado en Katrina, porque
solo había una mujer en su vida y esa era Elena.
Sin
embargo aquella llamada era de la misma agencia que solía informarlo sobre Elena,
y lo llamaban para comunicarle urgentemente que el refugio de Río estaba a
punto de cerrar. Por lo visto el dueño del edifico en el que se encontraba
dicho refugio quería vender el solar y estaba haciendo todo lo posible para echar
a las monjas.
Damon sabía
cuánto significaba para Elena aquel refugio y quería hacer todo lo que
estuviera en su mano para mantenerlo abierto, incluso si para ello tenía que
financiar un nuevo local.
Se dirigía
a Londres para intentar solucionarlo sin que ella se enterara.
Elena se
quedó mirando al vacío desesperada. Damon la había dejado para ir con Katrina.
¿Qué iba a hacer ahora?
Se sentía
débil, derrotada y sola. Había desaparecido todo rastro de valor, solo quería
estar con alguien que la quisiera y que la hiciera volver a sentirse segura. De
repente echó muchísimo de menos a las monjas con las que había convivido en
Río.
¿Qué iba a
ser de ella y, lo que era más importante, qué iba a ser de su bebé? Él o ella
iba a necesitar mucho amor; tenía que estar con gente que se preocupara por él,
¡y que lo hiciera por los motivos adecuados!
Sabía muy
bien qué era lo que debía hacer.
Esa vez no
había ninguna prisa, solo una fría sensación de resignación. Hizo las maletas
con toda tranquilidad, e incluso se tomó tiempo para llamar al aeropuerto y
reservar billete en el primer vuelo a Río. Salía a medianoche, tenía tiempo de
sobra.
Medianoche.
Sin duda a esas horas Damon estaría en su apartamento de Londres junto a Katrina,
jurándole amor eterno. Una náusea la hizo salir corriendo al baño.
—También a
ti te hace sentir así —dijo en voz alta acariciándose el estómago—. Él no te
merece, cariño, por mucho que quiera tenerte. Voy a llevarte a un sitio donde
podamos ser felices sin él.
Incluso
mientras susurraba aquellas palabras dirigidas al pequeño que crecía dentro de
ella, Elena podía oír una vocecita que condenaba su comportamiento. Le decía
que, aunque Damon no la quisiera a ella, eso no quería decir que no fuera a
querer a su hijo, y que no tenía derecho a separar al pequeño de su padre para
siempre.
Pero no
quería escuchar a aquella voz.
El taxi la
estaba esperando. Salió con poco equipaje, había dejado todo lo que Damon le
había comprado excepto los anillos, esa vez no quería dejarlos atrás. Derramó
una sola lágrima en el momento de cerrar la puerta y se montó en el taxi sin
mirar atrás.
Damon se
frotó los ojos cansados al mismo tiempo que colgaba el teléfono. Había
conseguido solventar la crisis del refugio; había convencido al propietario de
que le vendiera a él el edificio, eso sí, a un precio escandaloso, pero no lo
lamentaba porque sabía lo feliz que iba a hacer a Elena con ello. No obstante,
todavía quedaban muchos detalles que ultimar: tenía que hacer varias llamadas
telefónicas para ponerse en contacto con el banco, los abogados… Pero antes de
nada…
Miró al
reloj, seguramente Elena seguiría despierta y él necesitaba oír su voz
desesperadamente. Le había costado mucho dejarla allí sin poder deshacer el
ridículo malentendido que los había hecho perder cuatro años de sus vidas, pero
quería hacerlo con todo el tiempo que fuera necesario y no a toda prisa. Sin
embargo en ese momento necesitaba hablar con ella aunque fuera solo un momento,
al menos podría decirle cuánto la quería.
Después de
tres intentos Damon estaba empezando a ponerse muy nervioso. Era posible que
estuviera dormida, o que simplemente no quisiera contestar al teléfono; pero
algo le decía que había algo más.
Sin perder
ni un segundo en analizar lo que sentía, agarró las llaves del coche y salió de
la oficina.
El
aeropuerto estaba lleno de gente, pero había mucho tiempo antes de que llegara
la hora de facturar su equipaje. Así que para distraerse Elena empezó a
planificar todo lo que tenía que hacer al llegar a Río. Lo primero era reservar
habitación en un hotel ya que seguramente su antiguo apartamento estaría
ocupado y, aunque estuviera libre, debía encontrar un sitio más adecuado para
vivir con un bebé. También tendría que buscarse un trabajo para mantenerse a
ella y al niño; quizás tuviera que volver a trabajar de profesora en lugar de
dedicar todo su tiempo a la organización benéfica.
Ya era
casi la hora de facturar cuando se dio cuenta de que antes tenía que ir al
servicio; cosas del embarazo. Una chica muy joven salió de allí al mismo tiempo
que ella y, al verla, Elena pensó que parecía estar sola y algo triste, por lo
que sintió cierto instinto de protección hacia ella. Pero una vez en la sala la
joven echó a correr hacia un señor que la esperaba a varios metros.
—¡Papi! —dijo
mientras ambos se abrazaban emocionados.
—Vamos,
tienes que marcharte ya, si pierdes el avión tu madre no te dejará volver a
venir a verme.
Se podía
percibir la angustia en las palabras del hombre. Elena se quedó paralizada
observando la escena.
—No quiero
volver, quiero quedarme aquí contigo —decía la niña con lágrimas en los ojos.
Aquello
fue un verdadero golpe para Elena. De pronto pensó que alguna vez su hijo
estaría en la misma situación que aquella chica. ¿Era eso lo que deseaba para
su pequeño en lugar de ofrecerle el amor de una familia, de un padre y una
madre que siempre estuviesen a su lado?
Si volvía
a Río para criar a su niño sola y le negaba todo eso, ¿qué pensaría de ella
cuando fuera mayor y se diera cuenta de lo que otros habían tenido y él no?
Quizás no lo entendiera y la culpara por ello o, peor aún, quizás se resignaba
a sufrir sin decir nada.
Pensó en
la relación que ella había tenido con su padre y se dio cuenta de que no podía
negarle a su hijo tener un vínculo tan maravilloso como el que solo se puede establecer
con un padre. Por mucho que le doliera, sabía que Damon iba a adorar a ese
niño. Mientras pensaba aquello comenzó a andar alejándose del mostrador de
facturación de equipaje; primero anduvo despacio, pero sus pasos se hicieron
cada vez más rápidos hasta que casi estuvo corriendo. No paró hasta que llegó a
la parada de taxis y tomó uno para salir de allí cuanto antes.
Normalmente
tardaba unas dos horas en llegar a casa desde Londres, menos si era de noche;
pero en esa ocasión tuvo mala suerte con el tráfico y cuando aparcó el coche
habían pasado casi tres horas.
Encontró
la casa a oscuras y sin Elena. Se había marchado sin darle ninguna explicación,
no había dejado ni una nota.
Su cepillo
y el perfume que siempre utilizaba seguían en su mesita de noche; su olor
seguía en el ambiente. Damon cerró los ojos angustiado y al hacerlo vio los
ojos de Elena cuando lo había acusado de tener una relación con Katrina. ¿Cómo
podía haber estado tan ciega? Pero sobre todo, ¿cómo podía él haber sido tan
estúpido?
¿Por
qué demonios se había marchado sin decirle que todo era mentira? ¿Por qué la
había dejado allí sola y destrozada? Ella lo creía culpable de la mayor
atrocidad del mundo: la traición, a ella y a su padre. Claro que tenía muchas
otras cosas que reprocharle de las que sí era culpable, como el modo en el que
la había tratado desde su regreso y todo lo que no le había dicho.
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