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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


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19 junio 2013

En tus brazos Capitulo 16

Capítulo 16

Una hora más tarde, con una copa de brandy en la mano, a la luz de una vela, Damon leía junto a la cama de Elena. La señora Winston había negado con la cabeza cuando le había dicho que quería usurpar su papel y asumir el cuidado de su paciente, pero antes de insistir más, la mujer se había levantado y le había cedido el sitio.
—Esto no es apropiado, pero sé que no le pasará nada en vuestra presencia —había susurrado el ama de llaves antes de salir de puntillas.
Mientras cenaba, la señora Winston le había relatado cómo le había tratado los pequeños cortes y magulladuras a la señora Gilbert. Salvo por un bulto en la nuca, consecuencia del golpe contra la puerta, el ama de llaves pensaba que los daños eran insignificantes. Tras mantener a su paciente despierta el tiempo suficiente para determinar que la lesión de la cabeza no era grave, había metido a Elena en la cama con una compresa en la herida.
Damon dejó el libro y disfrutó de la oportunidad de contemplarla sin ser visto. Elena tenía el pelo suelto sobre la almohada, y en su nuca podía verse la compresa que la señora Winston le había puesto. Con una mano en la sien y la cara en reposo, parecía ser la muchacha que había creído que era la noche en que llegara a Blenhem, empapada, asustada y perdida.
Ahora estaba tumbada de costado, probablemente para evitar presionar la lesión de la cabeza. Damon sintió de nuevo rabia por lo que Barksdale le había hecho.
Tal vez el linchamiento no fuera tan mala idea después de todo.
Su imagen infantil desaparecía sin embargo a la altura de los pechos, insinuados bajo el lino de la sábana. En ese momento, Elena se volvió y suspiró, de modo que sus pechos subieron y bajaron, y Damon sintió cómo todo su cuerpo se tensaba y su miembro se endurecía contra los confines de sus pantalones.
Sudando, cambió de posición. Tal vez, tras quedarse lo suficiente para comprobar que estaba tranquilamente dormida y no inconsciente por el golpe en la cabeza, debería marcharse a su habitación.
Antes de que la tentación de despertarla se hiciese demasiado fuerte.
Pero, cuando tomó esa decisión, ella volvió a moverse y se despertó. Tras unos segundos, lo enfocó con la mirada y sonrió.
—¿Cómo os sentís? —preguntó él devolviéndole la sonrisa.
—Mejor. Mucho mejor, ahora que estáis aquí.
Damon le tomó la mano sin pensar, y un sentimiento de rabia y dolor se apoderó de él al ver los cortes en sus nudillos.
—Siento mucho que estéis herida —murmuró antes de darle un beso en los dedos—. Barksdale pagará por ello.
—¿Está en el calabozo?
—Sí, y creo que se alegra de estar allí. Creo que se ha dado cuenta de que, sin su protección, algunos de los arrendatarios querrían llevárselo, y ésa sería la última vez que alguien viera a Nate Barksdale.
—Será mejor dejar que las autoridades se encarguen de él. ¿Y cómo estáis vos? Debéis de tener casi tantas magulladuras como yo, y creo que os arañé cuando… —tragó saliva y los ojos se le llenaron de lágrimas—… cuando me arrastrasteis a través del agujero. Gracias por venir a rescatarme. Si no hubierais llegado en ese momento, habría vuelto a meterme dentro. Tal vez ahora estaría con él de camino a Londres, apuntada por una pistola… a su merced.
—¿La intrépida señora Gilbert, que estuvo a punto de escabullirse por el agujero como la más rápida de las liebres? ¡Creo que no! Con lo valiente que sois, se os habría ocurrido la manera de escapar.
—No soy valiente. Estaba aterrorizada.
—Sí sois valiente —insistió él—. No os quedasteis ahí sentada. Ésa es la esencia de la valentía; actuar a pesar del miedo.
—Estaba aterrorizada hasta que os vi acercaros. Entonces supe que todo saldría bien. De un modo u otro, habríais conseguido salvarme.
—Habría cabalgado sin comida y sin dormir como un loco hasta liberaros —convino Damon—. Pero no hablemos más de eso. No puedo imaginaros a merced de Barksdale.
—¡Hablemos entonces del coraje y la ingenuidad de Davie! Vos me salvasteis de Barksdale, pero yo no habría tenido la oportunidad de escapar de no haber sido por la inteligencia de Davie. ¡Deberíais haberlo oído! —se carcajeó—. Una casi podía empatizar con Barksdale, porque Davie había estudiado a la perfección cómo sacarlo de quicio. Lo distrajo tanto que, si el agujero en la pared hubiera sido un poco más grande, habría podido escapar como la liebre que decís. Por cierto, espero que no estéis enfadado con Davie. Él no tenía manera de saber que Tanner se iría con el grupo de búsqueda en vez de continuar hacia la escuela, como el señor Elliot nos había asegurado.
—No. Y aunque lo estuviera, el remordimiento ha sido mejor castigo que cualquiera que pudiera haberle impuesto yo. Ya ha demostrado ser un ayudante ejemplar. Cuando haya aprendido a leer y a sumar en vuestra escuela, creo que podría ir a la universidad. Un joven con su talento debería llegar lejos.
—¿Entonces hablaréis con vuestro patrón sobre la posibilidad de apadrinarlo? —exclamó ella—. ¡Eso sería fantástico!
—Claro que sí —respondió él. Gracias a Dios, la necesidad de ocultar su identidad pronto pasaría, y podría hablarle sinceramente.
Ansiaba poder compartir con ella los detalles de su vida que hasta el momento se había callado. No sólo sus esperanzas y aspiraciones para Blenhem, sino toda su vida.
Su infancia con una madre devota y un padre distraído que prefería la educación a las vicisitudes de la granja. Cómo desde su más tierna infancia había adorado el campo, el olor a hierba en primavera, la humedad después de la lluvia. Cómo había asumido la responsabilidad sobre las propiedades familiares cuando su padre le había ofrecido transferirle la gerencia a una edad muy temprana. Cómo había deseado encontrar un alma gemela que compartiera su pasión por la tierra.
Estaba deseando pedir su mano y llevarla a Oxford, donde sus padres se habían retirado y donde su padre podría realizar sus estudios de historia medieval. Conocería a su madre, una esposa perfecta que jamás había parecido lamentar el haber cambiado los vastos salones de la mansión Wellspring en Kent por un puñado de habitaciones en la ciudad con una pequeña servidumbre. Satisfecha con organizar las cenas y veladas en las que su marido y sus compañeros eruditos discutían sobre la política del rey Juan mientras ella charlaba con las demás esposas.
Los dos la adorarían; y estarían encantados con que su único hijo hubiera encontrado una mujer a la que amar por fin.
Damon salió de aquel ensimismamiento y vio que Elena estaba mirándolo fijamente. Toda aquella felicidad tendría que esperar hasta que el asunto del fuego y del ataque al carruaje estuviera resuelto. Y ahora, tras haberse asegurado de que sus lesiones no eran graves, lo mejor sería dejarla.
No importaba lo mucho que sus sentidos y su corazón protestaran contra aquella decisión.
Tras darle otro beso casto en los nudillos, Damon le soltó la mano.
—Será mejor que me vaya y os deje descansar.
—No os vayáis —murmuró ella agarrándole los dedos.
Un torrente de deseo recorrió su cuerpo.
Elena estaba cansada, magullada y con dolor de cabeza. Aquélla no podía ser la invitación que su cuerpo lujurioso quería que fuera. Simplemente quería sentirse segura después de los acontecimientos del día, nada más.
—Debo irme —insistió él, más para sí mismo que para ella—. Ahora que estáis despierta, no es apropiado que me quede.
Pero no conseguía soltarle la mano.
Una sonrisa perversa iluminó el rostro de Elena. Damon se quedó mirándola, incapaz de creer lo que prometía aquella sonrisa, mientras su boca se secaba y el estómago le daba un vuelco.
—No quiero nada «apropiado» —dijo ella con voz rasgada—. Hoy he estado muy asustada cuando Barksdale me tenía prisionera. Pero cuando intenté escapar, lo único que pensé cuando me agarró los tobillos fue lo mucho que deseaba estar en vuestros brazos. Lo único que lamentaba era que viviría el resto de mi, probablemente, corta existencia sin haber experimentado ese placer. Ahora que el señor me ha dado otra oportunidad, no quiero pasar una noche más sin ello. Por favor, Damon… quédate conmigo.
¿Cómo iba a decirle que no cuando él había sentido el mismo miedo, y el mismo deseo? Cuando su corazón se aceleraba al oír su nombre en sus labios.
Entonces Elena tiró suavemente de su cabeza y lo besó.
Damon saboreó el dulzor del té de hierbas con miel en su boca, mientras su cabeza se llenaba con el olor de su perfume, que nunca dejaba de excitarlo. Enfrentado a la realidad del beso que en tantas ocasiones había imaginado, simplemente no pudo hacer nada por apartarse.
Se dijo a sí mismo que sólo sería un beso. Se permitiría sólo eso antes de obedecer las leyes de su honor y marcharse de la habitación. Y, si sólo tenía un beso, se aseguraría de que fuera el más tierno de todos; un beso que expresara el amor y el deseo que sentía por ella.
Le colocó las manos suavemente bajo los hombros magullados y la juntó a su cuerpo. Poco a poco intensificó el beso y cuando ella abrió la boca, Damon no pudo evitar deslizar la lengua en su interior para acariciarla. Con un leve suspiro que reverberó por todo su cuerpo, Elena se unió al juego y sus lenguas se juntaron.
La dulzura del momento hizo que se le hinchara el corazón en el pecho, mientras que otras partes más al sur de su anatomía, que no necesitaban mayor estimulación, palpitaban y ardían.
Con un gemido que Damon sintió hasta su corazón, Elena le agarró la cabeza con ambas manos. Sin pensarlo conscientemente, él se encontró a sí mismo recostándola sobre las almohadas sin dejar de besarla. Sólo un poco más, le prometió a la voz en su cabeza que continuaba lanzándole reproches. Sólo le daría a probar el deseo que le volvía loco cada vez que ella estaba cerca, un adelanto de lo que estaba por venir.
Ella recibió las caricias de su lengua con la suya propia, inclinando la cabeza para permitirle un mejor acceso mientras enredaba los dedos en su pelo.
Damon debía parar. Y pararía… pero todavía no. Durante unos preciados segundos saborearía sus labios, sólo el tiempo suficiente para almacenar recuerdos que le ayudasen a superar los momentos de soledad que lo asaltaban cada noche en la cama, mientras soñaba con poseerla y con absorber cada gota de dulzura de su cuerpo.
Deslizó la boca sobre sus labios y luego recorrió su mandíbula con la lengua hasta llegar al oído. Ella dejó de mover los dedos, se aferró a su pelo y gimió de placer.
Damon se sintió triunfal al comprobar que la excitaba tanto como ella a él. Ya no podía parar, no sin recompensarla por aquella admisión con mordiscos en el lóbulo de la oreja y en la mejilla, y con besos húmedos desde la barbilla hasta el cuello.
Mientras le acariciaba la base del cuello con la lengua, ella le agarró una mano y la colocó sobre su pecho. Damon se quedó sin aliento al sentir el pezón erecto bajo el pulgar, mientras con la otra mano ella tiraba del nudo de la corbata.
—Ahora —dijo Elena mirándolo a los ojos.
—¿Estás…?
—Ahora —repitió ella antes de reforzar su petición con un beso que no dejaba lugar a dudas.
En un instante su resistencia se hizo pedazos y Damon se encontró perdido.
Se dejó desnudar lentamente; primero le desabrochó los botones del chaleco y luego le sacó la camisa por encima de la cabeza. Él quiso devolverle el favor y quitarle el camisón, pero, antes de que pudiera agarrarlo, Elena lo tumbó junto a ella en la cama y se inclinó sobre él para lamerle los pezones desnudos con la lengua. Cualquier pensamiento racional abandonó su cerebro cuando comenzó a absorber y a mordisquear, mientras una mano iba deslizándose lentamente por debajo de la cintura de sus pantalones.
Damon arqueó las caderas para frotar su miembro contra sus dedos, pero ella, sin dejar de saborear sus pezones, apartó la mano y la deslizó por su abdomen y alrededor de su cintura hacia sus nalgas, lo que le hizo gemir con frustración.
Murmurando suavemente, Elena sacó la mano de debajo de la prenda, pero antes de que él pudiera protestar, comenzó a desabrocharle el pantalón. Segundos después, el aire frío acarició su piel caliente cuando su erección quedó libre.
Elena se inclinó sobre él y Damon sintió entonces la humedad de su boca sobre su vientre, acariciándolo y lamiéndolo lentamente en dirección al lugar que más deseaba.
Su único pensamiento racional fue saber que, una vez que llegara allí, él duraría lo mismo que un helado en un día caluroso.
Aun así, le llevó varios segundos ser capaz de murmurar.
—¡No!
Levantó una mano para detenerla y ella lo miró con una sonrisa.
—Deseo hacer esto —dijo deslizando un dedo suavemente por su miembro—. Lo he deseado prácticamente desde la noche que nos conocimos. Déjame hacerlo, por favor.
Las palabras formaban círculos al ritmo de sus caricias. Le llevó varios segundos reunir la fuerza suficiente para asentir y contestar:
—Será… un placer.
Un brillo travieso iluminó entonces sus ojos.
—Eso espero —dijo antes de agacharse y capturar su miembro en la boca.
Todo lo que quedó entonces fue el placer, que se extendía por todo su cuerpo a gran velocidad. Con un grito que intentó controlar, Damon se perdió en un mar de sacudidas al alcanzar el éxtasis.
Cuando el mundo dejó de dar vueltas y todo volvió a su sitio, abrió los ojos y vio su cara sonriente.
—¿Lo ha sido? —preguntó ella.
—¿Qué si lo ha sido? —repitió él—. No tengo palabras para expresarlo —contestó mientras le acariciaba la mejilla con un dedo.
—Para mí también —susurró Elena.
—Aunque me siento egoísta —confesó él.
—No. He sido yo la egoísta. Porque ahora, cuando volvamos a hacer el amor, durará mucho más.
—¡Chica lista! —contestó él riéndose—. Sí, durará.
Más que eso, se prometió a sí mismo que conseguiría que ardiera de deseo y que gritara su nombre una y otra vez. Crearía para ella una noche que jamás olvidaría, una que la uniría a él para siempre.
—Es vuestro turno, señora —añadió, pues estaba deseando empezar.
—Elena —dijo ella—. Llámame Elena.
—Elena —repitió él, entonces le agarró el borde del camisón y se lo sacó por encima de la cabeza.
Se quedó sin aliento al contemplarla desnuda por primera vez, sentada ante él, con sus pechos turgentes y sus pezones erectos bajo su mirada. Incapaz de resistir la tentación, se inclinó para saborear uno.
Ella echó la cabeza hacia atrás y se estremeció. Su respiración entrecortada le instó a seguir cuando, tras dedicar atención a ambos pechos, siguió bajando. Le separó las piernas y deslizó las manos por la cara interna de sus muslos antes de agacharse y lamer suavemente el centro húmedo de su deseo, hasta que ella se retorció y gritó de placer.
Damon la abrazó contra su pecho hasta que sus latidos se calmaron y su respiración se relajó… mientras que la suave caricia de su piel desnuda contra su cuerpo comenzó a excitarlo de nuevo.
Tras unos minutos acurrucada entre sus brazos, Elena se estiró y le acarició el cuello con la nariz.
—Tenía razón —susurró con una carcajada mientras le acariciaba la espalda desnuda y presionaba sus caderas contra su erección.
—Mucha razón —afirmó él.
—Excelente. Estoy deseando volver a empezar.
Y sin más se retorció bajo su cuerpo, le rodeó las caderas con las piernas y se arqueó hacia arriba para permitir que la penetrara.
La sensación de estar dentro de ella, rodeado por su piel caliente y húmeda, resultaba más maravillosa de lo que podía haber imaginado.

—No te haré esperar más —le prometió antes de comenzar a moverse.

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