Hola

BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

08 marzo 2013

Shades Capitulo 09


Capítulo 9 

 No puedo contener mi júbilo. Mi subconsciente me traiciona con mi boca
abierta en el silencio atónito, y pongo una sonrisa de las que dividen la
cara mientras miro con nostalgia hacia los amplios ojos torturados de
Damon.



Su confesión suave y dulce me llama en algún nivel profundo y elemental, como si
estuviera buscando indulgencia; sus tres pequeñas palabras son mi regalo del cielo.
Lágrimas picaron en mis ojos una vez más. Sí, lo haces. Sé que lo haces.
Es una comprensión liberadora, como si hubiese dejado de lado una carga. Este
hermoso, jodido hombre, a quien alguna vez pensé como mi héroe romántico,
fuerte, solitario, misterioso, posee todas estas características, pero también es frágil
y enajenado y lleno de odio hacia sí mismo. Mi corazón se llena no sólo de alegría,
sino también de dolor por su sufrimiento. Y en este momento sé que mi corazón es
lo suficientemente grande para los dos. Espero que sea lo suficientemente grande
para los dos.

Levanto los brazos para sujetar  a su querido, querido, hermoso rostro y besarlo
suavemente, vertiendo todo el amor que siento en esta dulce conexión. Quiero
devorarlo debajo de la cascada de agua caliente. Damon gime y me rodea con sus
brazos, sosteniéndome como si yo fuera el aire que necesita respirar.

—Oh, Lena —susurra con voz quebrada—. Te deseo, pero no aquí.

—Sí —murmuro fervientemente en su boca.

Él cierra la ducha y toma mi mano, sacándome y envolviéndome en mi bata de
baño. Agarrando una toalla, la envuelve alrededor de su cintura, luego toma una
más pequeña y comienza a secar suavemente mi cabello. Cuando está satisfecho,
enrolla la toalla alrededor de mi cabeza de modo que cuando me veo en el gran
espejo sobre el lavabo parece que estuviese usando un velo. Él está de pie detrás de
mí y nuestros ojos se encuentran en el espejo, de un gris provocativo a un brillante
azul, y eso me da una idea.

—¿Puedo corresponderte? —pregunto.

Él asiente, aunque su frente se arruga. Busco otra toalla de la gran cantidad de
suaves toallas apiladas junto a la cómoda y parándome frente a él de puntillas,
empiezo a secarle el cabello. Se inclina hacia adelante, haciendo el proceso más
fácil, y mientras aprovecho la oportunidad de vislumbrar su rostro debajo de la
toalla, veo que está sonriéndome como un niño pequeño.

—Hace tiempo que nadie hace esto por mí. Mucho tiempo —murmura, pero luego
frunce el ceño—. De hecho creo que nadie ha secado mi cabello jamás.

—Seguramente Grace lo hizo, ¿secarte el cabello cuando eras joven?

Sacude la cabeza, lo que dificulta mi progreso.

—No. Ella respetó mis límites desde el primer día, a pesar de que era doloroso
para ella. Yo era muy autosuficiente de niño —dice en voz baja.

Siento una patada en las costillas mientras pienso en un pequeño niño de cabello
cobrizo cuidando de sí mismo porque no le importaba a nadie más. La idea es
asquerosamente triste. Pero no quiero que mi melancolía dañe esta floreciente
intimidad.

—Bueno, me siento honrada —me burlo de él cuidadosamente.

—Ahí lo tiene, señorita Gilbert. O tal vez soy yo quien se siente honrado.

—Eso es evidente, Sr. Salvatore —respondo con aspereza.
Termino con su cabello,  busco otra toalla y me muevo alrededor hasta quedar
detrás de él. Nuestros ojos se encuentran de nuevo en el espejo y su mirada
vigilante e interrogante me obliga a hablar.

—¿Puedo probar algo?

Después de un momento, él asiente. Con mucho cuidado y muy suavemente, corro
el paño suave hacia su brazo izquierdo, tomando el agua que se ha moldeado en su
piel. Mirando hacia arriba, compruebo su expresión en el espejo. Parpadea hacia
mí, sus ojos ardiendo en los míos.

Me inclino hacia adelante y beso sus bíceps, y una parte de sus labios se curva
infinitesimalmente. Le seco el otro brazo de una manera similar, dándole pequeños
besos alrededor de sus bíceps, y una pequeña sonrisa juega en sus labios. Con
cuidado, limpio su espalda para quitar la línea de lápiz labial que todavía es
visible. No había dado la vuelta para lavarle la espalda.

—Toda la espalda —dice en voz baja—, con la toalla. —Él toma una bocanada de
aire y aprieta sus ojos mientras lo seco, cuidadosa en tocarlo sólo con la toalla.

Él tiene una espalda tan amplia y atractiva, hombros esculpidos, todos los
pequeños músculos bien definidos. Realmente se ocupa de sí mismo. La hermosa
vista se ve ensombrecida sólo por sus cicatrices.

Con dificultad, las ignoro y reprimo mi abrumadora necesidad de besar todas y
cada una de ellas. Cuando termino él exhala, y me inclino hacia delante
recompensándolo con un beso en el hombro. Poniendo mis brazos a su alrededor,
le seco el estómago. Nuestros ojos se encuentran una vez más en el espejo, tiene
una expresión divertida pero también cuidadosa.

—Sostén esto. —Le doy una pequeña toalla facial y él me frunce el ceño,
desconcertado—. ¿Recuerdas cuando estábamos en Georgia? Me hiciste tocarme
usando tus manos —agrego.

Su rostro se oscureció, pero ignoro su reacción y pongo mis brazos a su alrededor.
Mirándonos a los dos en el espejo, su belleza, su desnudes y yo con el cabello
cubierto, lucimos casi Bíblicos, como una antigua pintura barroca del Antiguo
Testamento.

Busco su mano, la cual me confía de buena gana y lo guío hacia su pecho,
secándolo, barriéndolo con la toalla suavemente, con torpeza a través de su cuerpo.
Una vez, dos veces, una vez más. Él está completamente inmovilizado, rígido por
la tensión, a excepción de sus ojos, que siguen mi mano apretada contra la suya.


Mi subconsciente mira con aprobación, su habitual boca fruncida, sonriendo, y yo
soy la suprema titiritera. La preocupación ondula su espalda en olas, pero
mantiene el contacto visual, a pesar de que sus ojos se oscurecen, son más
mortales. Tal vez mostrando sus secretos.
¿Es éste un lugar al que quiero ir? ¿Quiero enfrentarme a sus demonios?

—Creo que ya estás seco —le susurro dejando caer mi mano, mirando a la
profundidad de sus ojos grises en el espejo. Su respiración se acelera, los labios
entreabiertos.

—Te necesito, Elena —susurra.

—Yo también te necesito. —Y mientras digo esas palabras, me llama la atención
cuán reales son. No puedo imaginarme estando sin Damon, nunca.

—Déjame amarte —dice con voz quebrada.

—Sí —le respondo, y girando me transporta en sus brazos, sus labios buscando los
míos, rogándome, adorándome, acariciándome...  amándome.

*  *  *

Recorre con sus dedos mi espina dorsal arriba y abajo mientras nos miramos,
disfrutando nuestro brillo postcoital, repletos. Nos acostamos juntos, yo boca abajo
abrazando a mi almohada, él en su lado, y yo atesoro su ligero toque. Sé que ahora
mismo necesita tocarme. Soy un bálsamo para él, una fuente de consuelo, y ¿cómo
podría negarle eso? Siento exactamente lo mismo.

—Así que puedes ser gentil —murmuro.

—Hmm…  según parece, señorita Gilbert.
Sonrío.

 —No lo fuiste particularmente la primera vez que... um, hicimos esto.

—¿No? —Él sonríe—. Cuando te robé tu virtud.

—No creo que me hayas robado —murmuro con arrogancia. Por Dios, yo no soy una
doncella indefensa—. Creo que mi virtud fue ofrecida muy libre y voluntariamente.
Yo también te deseaba, y si no recuerdo mal, incuso lo disfruté. —Le sonreí
tímidamente, mordiéndome el labio.

—También yo, si no recuerdo mal, señorita Gilbert. Estamos para complacer.     —Su
voz es cansina y su rostro se suaviza, serio—. Y eso significa que eres mía,
completamente. —Todo rastro de humor se desvanece cuando me mira.

—Sí, lo soy —murmuro en respuesta—. Quiero preguntarte algo.

—Adelante.

—Tu padre biológico... ¿Sabes quién era? —Esta idea me ha estado molestando.
Su frente se arruga, y luego sacude la cabeza.

—No tengo idea. No era el salvaje que fue su proxeneta, lo cual es bueno.

—¿Cómo lo sabes?

—Es algo que mi padre... es algo que Carrick me dijo.

Miro a mi Cincuenta expectante, esperando. Él me sonríe.

—Demasiado ávida de información, Elena. —Suspira sacudiendo la cabeza—.
El proxeneta descubrió el cuerpo de la perra drogadicta y llamó a las autoridades.
Aunque le tomó cuatro días descubrirlo. Cerró la puerta cuando se fue... me dejó
con ella... con su cuerpo. —Sus ojos se nublan ante el recuerdo.

Inhalé con fuerza. Pobre bebé, el horror es demasiado sombrío para contemplar.

—La policía lo interrogó después. Negó completamente que yo tuviese algo que
ver con él, y Carrick dijo que no se parecía en nada a mí.

—¿Recuerdas cómo lucía?

—Elena, esta no es una parte de mi vida que repaso a menudo. Sí, me acuerdo
cómo lucía. Nunca lo olvidaré. —El rostro de Damon se oscurece y endurece,
 volviéndose más angular, sus ojos se congelan con ira—. ¿Podemos hablar de otra
cosa?

—Lo siento. No era mi intención disgustarte.
Sacude la cabeza.

—Son asuntos viejos, Lena. No es algo en lo que quiero pensar.

—Entonces, ¿cuál es esa sorpresa? —Tengo que cambiar de tema antes de que se
vuelva todo Cincuenta conmigo. Su expresión se ilumina de inmediato.

—¿Puedes soportar salir por un poco de aire fresco? Quiero mostrarte algo.

—Por supuesto.

Estoy maravillada de lo rápido que cambia de estado de ánimo, voluble como
siempre. Me regala una sonrisa juvenil, libre de preocupaciones, como de sólo-
tengo-veintisiete, y mi corazón da sacudidas en mi boca. Así que es algo cercano a
su corazón, puedo decir. Me aplasta juguetonamente el trasero.

—Vístete. Un par de jeans estarían bien. Espero que Niklaus haya empacado
algunos para ti.
Se levanta y tira de sus bóxer. Oh… Podría sentarme aquí todo el día, viéndolo
pasear por la habitación. Mi Diosa interior está de acuerdo, desmayándose
mientras se lo come con los ojos desde su chaise longue.

—De prisa —regaña, mandón como siempre. Miro hacia él, sonriendo.

—Sólo admiraba la vista.

Me rueda los ojos.
Mientras nos vestimos, me doy cuenta de que nos movemos con la sincronización
de dos personas que se conocen bien, cada uno atento y muy consciente del otro,
intercambiando la ocasional sonrisa tímida y dulce toque. Me doy cuenta de que
esto es tan nuevo para él como lo es para mí.

—Sécate el cabello —ordena Damon una vez que estamos vestidos.

—Dominante como siempre. —Le sonrío y él se inclina para besar mi cabello.

—Eso nunca va a cambiar, nena. No quiero que te enfermes.

Le ruedo los ojos y su boca se tuerce de la diversión.

—Mis manos aún tiemblan, ya sabes, señorita Gilbert.

—Me alegro de oírlo, Sr. Salvatore. Estaba empezando a pensar que estaba perdiendo
su ventaja —replico.

—Podría demostrarle fácilmente que ese no es el caso, si así lo desea.                 —
Damon toma un suéter color crema de punto trenzado de su bolsa y lo coloca
artísticamente sobre sus hombros. Con su camiseta blanca y pantalones vaqueros,
su cabello artísticamente desaliñado y ahora esto, luce como si hubiera salido de
las páginas de una revista de moda.

Nadie debería lucir así de bien. No sé si será la distracción momentánea de su
imagen perfecta o el conocimiento de que me ama, pero su amenaza ya no me llena
de pavor. Este es mi Cincuenta tonos, esta es la manera en que es.
Mientras tomo el secador de cabello, florece un tangible rayo de esperanza. Vamos
a encontrar un término intermedio. Sólo tenemos que reconocer las necesidades del
otro y adaptarnos a ellas. Yo puedo hacer eso, ¿verdad?

Me miro en el espejo del tocador. Tengo una camiseta azul clara que Niklaus
compró y empacó para mí. Mi cabello es un desastre, mi cara enrojecida, mis labios
hinchados; los toco recordando los ardientes besos de Damon y no puedo evitar
sonreír mientras me miro. Sí, lo sé, dijo.

*  *  *

—¿A dónde vamos exactamente? —le pregunto mientras esperamos en el vestíbulo
al chofer.

Damon toca un lado de su nariz y me guiña un ojo con complicidad, mirando
como si estuviera tratando desesperadamente de contener su alegría. Francamente,
es muy poco Cincuenta.
Estuvo así cuando fuimos a volar en planeador… tal vez eso es lo que vamos a
hacer. Le devuelvo una sonrisa radiante. Se queda mirándome en esa forma
superior que tiene con su sonrisa torcida. Inclinándose, me besa suavemente.

—¿Tienes alguna idea de lo feliz que me haces sentir? —murmura.

—Sí... Lo sé con exactitud. Dado que haces lo mismo conmigo.
El conductor se acerca con el auto de Damon, luciendo una sonrisa de oreja a
oreja. Vaya, todo el mundo está tan feliz hoy.

—Grandioso auto, señor —murmura mientras le entrega las llaves. Damon le
guiña el ojo y le da una propina escandalosamente grande.
Le frunzo el ceño. Francamente.

*  *  *

Mientras circulamos a través del tráfico, Damon está sumido en sus
pensamientos. La voz de una mujer joven se escucha a través de las bocinas;  tiene
un hermoso timbre rico y suave, y me pierdo en su triste y conmovedora voz.

—Tengo que hacer un desvío. No debe tomar mucho tiempo —dice
abstraídamente, distrayéndome de la canción.
Oh, ¿por qué? Me intriga conocer la sorpresa. Mi Diosa interior está rebotando
como un niño de cinco años de edad.

—Claro —murmuro. Algo anda mal. De repente, se ve severamente determinado.
Se desvía hacia un gran concesionario de autos, detiene el suyo y voltea a mirarme
con una expresión cautelosa.

—Tenemos que conseguirte un auto nuevo —dice. Lo miro boquiabierta.
¿Ahora? ¿Un domingo? ¿Qué demonios? Y esto es un concesionario de Saab.

—¿No será un Audi? —Es, estúpidamente, la única cosa que se me ocurre decir, y
lo bendigo, incluso se ruboriza.
¡Santo cielo! Damon avergonzado. Esta es la primera vez.

—Pensé que te gustaría algo más —murmura. Está casi retorciéndose.
Oh, por favor. . . Esta es una oportunidad demasiado valiosa para no burlarme de él.
Sonrío.

—¿Un Saab?

—Sí. Un 9-3. Ven.

—¿Qué pasa contigo y los autos extranjeros?

—Los alemanes y los suecos hacen los autos más seguros del mundo, Elena.
¿En serio?

—Pensé que ya me habías ordenado otro Audi A3.
Me da una mirada oscura, divertida.

—Puedo cancelarlo. Ven. —Saliendo sin problemas del coche, se pasea con gracia
hacia mi lado y abre la puerta—. Te debo un regalo de graduación —dice en voz
baja mientras extiende la mano hacia mí.

—Damon, realmente no tienes que hacer esto.

—Sí, lo sé. Por favor. Ven. —Su tono de voz dice que no está jugando.
Me resigno a mi suerte. ¿Un Saab? ¿Quiero un Saab? Me gusta el Audi Especial
Sumisa. Era muy ingenioso.
Por supuesto, ahora está bajo una tonelada de pintura blanca...  Me estremezco. Y
ella todavía está afuera.

Tomo la mano de Damon y nos aventuramos hacia la sala de exposición.
Troy Turniansky, el vendedor, está encima de Cincuenta como un traje barato.
Puede oler una venta. Extrañamente su acento suena del Atlántico, ¿británico tal
vez? Es difícil de decir.

—¿Un Saab, señor? ¿De segunda mano? —Se frota las manos con regocijo.

—Nuevo. —Damon aprieta sus labios en una línea dura.
¡Nuevo!

—¿Tiene algún modelo en mente, señor? —Y también es adulador.

—9-3 Sport Sedan 2.0T.

—Excelente elección, señor.

—¿De qué color, Elena? —Damon inclina la cabeza.

—Em... ¿negro? —Me encojo de hombros—.  Realmente no necesitas hacer esto.
Frunce el ceño.

—El negro no es fácil de ver por la noche.
¡Oh, por el amor de Dios! Resisto a la tentación de rodar los ojos.

—Tú tienes un auto negro.
Me frunce el ceño.

—Entonces Amarillo canario brillante. —Me encojo de hombros.
Damon hace una cara, el amarillo canario definitivamente no es lo suyo.

—¿Qué color quieres que tenga? —le pregunto como si fuera un niño pequeño, lo
cual es, en muchos sentidos. La idea no es bienvenida, triste y aleccionadora a la
vez.

—Plata o blanco.


—Plata, entonces. Sabes que me quedaría con el Audi —agrego, escarmentada por
mis pensamientos.
Troy palidece, sintiendo que está perdiendo una venta.

—¿Tal vez a la señora le gustaría un convertible? —pregunta, aplaudiendo con
entusiasmo.
Mi subconsciente está encogido con disgusto, mortificado por toda la cosa de
comprar un auto, pero mi Diosa interior lo bloquea contra el suelo. ¿Convertible?
¡Baba!
Damon frunce el ceño y me mira.

—¿Convertible? —pregunta, alzando una ceja.
Me sonrojo. Es como si tuviera una línea directa con mi Diosa interior, lo que por
supuesto, tiene. Es más inoportuno a veces. Miro hacia mis manos.
Damon se gira hacia Troy.

—¿Cuáles son las estadísticas de seguridad en relación al convertible?
Troy, detectando la vulnerabilidad de Damon, se dispone a matar, soltando toda
clase de estadísticas.

Por supuesto, Damon quiere que yo esté segura. Es una religión con él, y como
el fanático que es, escucha atentamente el muy afinado golpeteo de Troy. A
Cincuenta realmente le importa.

Sí. Lo hago. Recuerdo sus susurradas y estranguladas palabras de esta mañana y un
brillo de fusión se extiende como miel caliente a través de mis venas. Este hombre,
un regalo de Dios para las mujeres, me ama.

Me encuentro sonriéndole adorablemente y cuando mira hacia mí, luce divertido
pero desconcertado por mi expresión. Sólo quiero abrazarme a mí misma, estoy tan
feliz.

—Sea lo que sea en lo que esté pensando, quiero un poco, señorita Gilbert          —
murmura mientras Troy se dirige a su computadora.

—Estoy pensando en usted, señor Salvatore.

—¿En serio? Bueno, desde luego luce intoxicada. —Me besa brevemente—. Y
gracias por aceptar el coche. Fue más fácil que la última vez.

—Bueno, no es un Audi A3.
Él sonríe.

—Ese no es el auto para ti.

—Me gustaba.

—Señor, ¿el 9-3? He localizado uno en nuestro concesionario de Beverly Hills.
Podemos tenerlo aquí en un par de días. —Troy brilla con triunfo.

—¿Tope de línea?

—Sí, señor.

—Excelente. —Damon entrega su tarjeta de crédito, ¿o es la de Niklaus? La idea es
desconcertante. Me pregunto cómo es Niklaus y si Leila se encuentra en el
apartamento. Froto mi frente. Sí, allí también está todo el equipaje de Damon.

—Si me acompaña por aquí, señor... —Troy mira el nombre en la tarjeta—… Salvatore.

*  *  *

Damon abre mi puerta, y me trepo al asiento del pasajero.

—Gracias —dije cuando se sentó a mi lado.
Sonríe.

—Eres más que bienvenida, Elena.
La música comienza de nuevo mientras Damon enciende el motor.

—¿Quién es? —pregunto.

—Eva Cassidy.

—Tiene una voz preciosa.

—Lo hace, lo hizo.

—Oh.

—Murió joven.

—Oh.

—¿Estás hambrienta? No terminaste todo tu desayuno. —Me mira rápidamente,
desaprobación perfilada en su cara.
Uh-oh.

—Sí.

—Primero el almuerzo, entonces.

Damon maneja hacia el paseo marítimo y luego se dirige hacia el norte por el
Camino de Alaska. Es otro hermoso día en Seattle. Ha estado inusitadamente bien
por las últimas dos semanas, medito.

Damon luce feliz y relajado mientras nos sentamos escuchando la dulce y
conmovedora voz de Cassidy y bajamos por la carretera. ¿Alguna vez me he
sentido tan cómoda en su compañía antes? No lo sé.

Estoy menos nerviosa por sus cambios de humor, confiada en que no me va a
castigar, y él parece más cómodo conmigo también. Dobla a la izquierda, siguiendo
la ruta de la costa, y finalmente se detiene en un estacionamiento al frente de un
gran puerto.

—Comeremos aquí. Abriré tu puerta —dice de tal manera que sé que no es
aconsejable moverse, y lo veo caminar alrededor del auto. ¿Alguna vez me cansaré
de esto?

 Paseamos del brazo por la línea de la costa donde el puerto deportivo se extiende
frente a nosotros.

—Tantos barcos —murmuro con asombro. Hay cientos de ellos de todas formas y
tamaños, subiendo y bajando en las todavía tranquilas aguas del puerto deportivo.
Fuera en el Sonido hay docenas de velas en el viento, entrelazándose de un lado a
otro, disfrutando del buen tiempo. Es una saludable vista de la actividad al aire
libre. El viento ha repuntado un poco, así que puse mi chaqueta a mi alrededor.

—¿Tienes frío? —pregunta y tira de mí con fuerza contra él.

—No, sólo estoy admirando la vista.

—Podría mirarla todo el día. Vamos, por aquí.

Damon me lleva a un bar frente a la amplia línea del mar y camina hacia el
mostrador. La decoración es más “Nueva Inglaterra” que “Costa Este”, blancas
paredes de cal, muebles azul pálido, y parafernalias de navegación colgando por
todas partes. Es un brillante y alegre lugar.

—¡Señor Salvatore! —El barman saluda calurosamente a Damon—. ¿Qué puedo
ofrecerle esta tarde?

—Dante, buenas tardes. —Damon sonríe mientras ambos nos deslizamos en los
asientos del bar—. Esta encantadora señorita es Elena Gilbert.

—Bienvenida a SP's Place. —Dante me da una sonrisa amistosa. Es negro y
hermoso, sus ojos oscuros evaluándome y no encontrándome deseable,
aparentemente. Un gran pendiente de diamante me guiña desde su oreja. Me gusta
de inmediato—. ¿Qué le gustaría tomar, Elena?
Miro a Damon, que me mira expectante. Oh, me va a dejar elegir.

—Por favor, llámame Lena, y tomaré lo que sea que esté tomando Damon.     —Le
sonrío tímidamente a Dante. Cincuenta es mucho mejor para el vino que yo.

—Voy a tomar una cerveza. Éste es el único bar en Seattle donde puedes conseguir
Adnam’s Explorer.

—¿Una cerveza?

—Sí. —Me sonríe—. Dos Explorers, por favor, Dante.
Dante asiente y pone las cervezas en el bar.

—Ellos hacen una deliciosa sopa de mariscos —dice Damon.
Me está preguntando.

—Sopa y cerveza suena bien. —Le sonrío.

—¿Dos sopas? —pregunta Dante.

—Por favor. —Damon le sonríe.

Conversamos mientras comemos, como nunca antes lo hicimos. Damon está
relajado y tranquilo, luce joven, feliz, y animado a pesar de todo lo sucedido ayer.
Relata la historia de Salvatore Enterprises Holding, y mientras más revela, más siento
su pasión por arreglar las empresas y sus problemas, sus esperanzas por la
tecnología que está desarrollando, y sus sueños de hacer la tierra en el tercer
mundo más productiva. Escucho embelesada. Él es divertido, inteligente,
filantrópico, y hermoso, y me ama.

A su vez, me atormenta con preguntas acerca de Matt y mi mamá, acerca de crecer
en los frondosos bosques de Montesano, y mis breves períodos en Texas y Vegas.
Exige saber mis libros y películas favoritos, y estoy sorprendida por lo mucho que
tenemos en común.

Mientras hablamos, me parece que ha pasado de Alec Hardy a Angel, humillando
un alto ideal en un corto período de tiempo.
Es pasada las dos cuando terminamos nuestra comida. Damon paga la cuenta a
Dante, que nos da una despedida cariñosa.

—Éste es un buen lugar. Gracias por la comida —digo mientras Damon toma mi
mano y dejamos el bar.


—Vendremos de nuevo —dice, y paseamos por la costa—. Quería mostrarte algo.

—Lo sé… y no puedo esperar para verlo, sea lo que sea.

*  *  *

Caminamos de la mano a lo largo de la costa. Es una tarde muy agradable. La
gente está afuera disfrutando su domingo, paseando perros, admirando los botes,
viendo a sus chicos correr a lo largo del paseo marítimo.
Mientras nos dirigimos al puerto, los botes se vuelven más grandes
progresivamente. Damon me lleva al muelle y se detiene al frente de un enorme
catamarán.

—Pienso que podemos salir a navegar esta tarde. Éste es mi barco.
Santo cielo. Debe medir por lo menos doce, quizás quince metros. Dos elegantes
cascos blancos, una cubierta, una cabina espaciosa, y elevándose por encima de
ellos un mástil muy alto. No sé nada de botes, pero puedo decir que éste es
especial.

—Wow… —murmuro asombrada.

—Construido por mi compañía —dice orgullosamente y mi corazón se hincha—.
Ella ha sido diseñada desde cero por los mejores arquitectos navales en el mundo y
construida aquí en Seattle en mi patio. Tiene motores eléctricos híbridos, paneles
de cruz asimétricos, una vela mayor con cubierta cuadrada…

—Está bien… me has perdido Damon.
Él ríe.

—Ella es un gran barco.

—Ella se ve muy bien, Sr. Salvatore.


—Ella lo hace, Srta. Gilbert.

—¿Cuál es su nombre?

Tira de mí hacia el costado entontes puedo ver su nombre: The Grace. Estoy
sorprendida.

—¿La nombraste por tu mamá?

—Sí. —Él ladea la cabeza hacia un lado, burlón—. ¿Por qué encuentras eso
extraño?

Me encojo de hombros. Estoy sorprendida, él siempre parecía ambivalente en su
presencia.

—Adoro a mi mamá, Elena. ¿Por qué no nombraría a un barco por ella?
Me sonrojo.

—No, eso no es lo que… es sólo… —Mierda, ¿cómo puedo poner esto en palabras?

—Elena, Grace Trevelyan salvó mi vida. Le debo todo.

Lo miro, y dejo que la reverencia en su confesión con voz suave se arrastre sobre
mí. Es obvio para mí, por primera vez, que ama a su madre. ¿Por qué entonces su
extraña y tensa ambivalencia hacia ella?

—¿Quieres venir a bordo? —pregunta, sus ojos brillantes, excitados.

—Sí, por favor. —Sonrío.

Luce encantado y encantador en un paquete delicioso. Agarrando mi mano,
avanza por la pequeña pasarela y me lleva a bordo para que nos paremos sobre la
cubierta bajo un toldo rígido.

A un lado hay una mesa y una banqueta en forma de U forrada en cuero azul
pálido, en la que se pueden sentar al menos ocho personas. Miro a través de las
puertas corredizas al interior de la cabina y salto, sorprendida cuando espío a
alguien ahí. El alto hombre rubio abre las puertas corredizas y sale, —todo
bronceado, cabello rizado y ojos marrones— usando una descolorida camiseta polo
de mangas cortas, bermudas, y zapatos náuticos. Debe estar a principio de los
treinta años.

—Mac —saluda Damon.

—¡Señor Salvatore! Bienvenido de nuevo. —Estrechan sus manos.

—Elena, éste es Liam McConnell. Liam, mi novia, Elena Gilbert.
¡Novia! Mi Diosa interior realizó un rápido arabesco. Ella todavía sigue sonriendo
por el convertible. Tengo que acostumbrarme a esto, ésta no es la primera vez que
dice eso, pero oírlo decirlo todavía es una conmoción.

—¿Cómo está? —Liam y yo nos estrechamos las manos.

—Llámame Mac —dice cálidamente, y no puedo ubicar su acento—. Bienvenida a
bordo, señorita Gilbert.

—Lena, por favor —murmuro, ruborizándome. Él tiene profundos ojos marrones.

—¿Cómo se está perfilando, Mac? —interviene Damon rápidamente, y por un
momento, pienso que está hablando de mí.

—Ella está lista para el rock and roll, señor —señala Mac. Oh, el bote, The Grace.
Tonta de mí.

—Vamos a ponerla en marcha, entonces.

—¿Va a salir con ella?

—Sip. —Damon le da a Mac una rápida sonrisa maliciosa—. ¿Visita rápida,
Elena?

—Sí, por favor.

Lo sigo al interior de la cabina. Un sofá en forma de L de cuero color crema está
directamente en frente de nosotros, y sobre éste, una gran ventana curva ofrece
una vista panorámica de puerto deportivo. Hacia la izquierda está el área de
cocina, muy bien provista, todo en madera clara.

—Éste es el salón principal. Al lado de la cocina —dice Damon, ondeando su
mano hacia la cocina.

Toma mi mano y me lleva a través de la cabina principal. Es sorprendentemente
espaciosa. El piso es de la misma madera clara. Se ve moderno y elegante y tiene
un ambiente luminoso, aireado, pero todo es muy funcional, como si no pasara
mucho tiempo aquí.

—Baños de ambos lados. —Damon apunta a dos puertas, luego abre una puerta
pequeña, de forma extraña directamente frente a nosotros y entra. Estamos en una
habitación de lujo. Oh…

Tiene una cama de cabaña de un tamaño descomunal y es toda de lino azul pálido
y madera clara como su dormitorio en La Escala. Damon obviamente elige un
tema y se pega a éste.

—Esta es la cabina principal. —Baja su mirada hacia mí, sus ojos grises brillando—.
Tú eres la primera chica aquí, aparte de la familia —sonríe—. Ellos no cuentan.
Me sonrojo bajo su mirada caliente, y mi pulso se acelera. ¿De verdad? Otra primera
vez. Me tira dentro de sus brazos, sus dedos enredados en mi cabello, y me besa,
largo y duro. Ambos estamos sin aliento cuando se retira.

—Podría tener que bautizar esta cama —susurra contra mi boca.
Oh, ¡en el mar!

—Pero no ahora. Vamos, Mac estará soltando amarras. —Ignoro la punzada de
desilusión mientras toma mi mano y me conduce de vuelta a través del salón.
Indica otra puerta.

—Allí la oficina, y aquí en la parte delantera dos cabinas más.

—¿Entonces cuántos pueden dormir a bordo?

—Este es un catamarán de seis literas. He tenido sólo a mi familia a bordo, sin
embargo. Me gusta navegar solo. Pero no cuando tú estás aquí. Necesito mantener
un ojo en ti.

Escarba en un cofre y saca un chaleco salvavidas rojo brillante.

—Aquí. —Poniéndolo sobre mi cabeza, tensa todas las correas, una leve sonrisa
jugando en sus labios.

—Amas atarme, ¿no?

—De cualquier forma —dice, una sonrisa maliciosa en sus labios.

—Eres un pervertido.

—Lo sé. —Levanta sus cejas y su sonrisa se ensancha.

—Mi pervertido —murmuro.

—Sí, tuyo.

Una vez asegurada, agarra los lados de la chaqueta y me besa.

—Siempre —respira, luego me suelta antes que tenga la posibilidad de responder.
¡Siempre! Santa mierda.

—Vamos. —Toma mi mano y me conduce afuera, subiendo unos escalones, y hacia
el piso superior a una pequeña cabina que alberga un gran timón y un elevado
asiento. En la proa del barco, Mac está haciendo algo con las sogas.

—¿Es aquí dónde aprendiste todos tus trucos de cuerda? —pregunto a Damon
inocentemente.

—Los clavos de amarre han venido muy bien —dice, mirándome
valorativamente—. Señorita Gilbert, suena curiosa. Me gusta tu curiosidad, nena.
Estaré más que feliz de demostrar qué puedo hacer con una cuerda. —Me sonríe, y
lo miro de vuelta sin inmutarme como si me hubiera disgustado. Su cara decae.

—Te tengo. —Sonrío.

Su boca se tuerce y estrecha sus ojos.

—Voy a tener que tratar contigo más tarde, pero justo ahora, tengo que manejar mi
bote. —Se sienta en los controles, presiona un botón, y el motor ruge a la vida.


Mac viene arrimándose por el lado del barco, sonriéndome, y salta a la cubierta
inferior donde comienza a desatar la soga. Quizás él sabe algunos trucos con
cuerdas también. La idea surge inoportuna en mi cabeza y me sonrojo.
Mi subconsciente me mira. Mentalmente me encojo de hombros hacia ella y miro a
Damon, culpo a Cincuenta. Levanta el receptor y radio llamando a los
guardacostas mientras Mac dice que estamos listos para ir.

Una vez más, estoy deslumbrada por la experiencia de Damon. Es tan
competente. ¿No hay nada que este hombre no pueda hacer? Luego recuerdo su
serio intento de cortar y picar un pimiento en mi apartamento el viernes. El
recuerdo me hace sonreír.
Lentamente, Damon saca a The Grace fuera de su amarradero y hacia la entrada
del puerto. Detrás de nosotros una pequeña multitud se ha reunido en el muelle
para ver nuestra partida. Niños pequeños están saludando, y les devuelvo el
saludo.

Damon mira sobre su hombro, luego me tira entre sus piernas y señala varios
diales y aparatos en la cabina del piloto.

—Toma el timón —ordena, mandón como siempre, pero hago lo que me dijo.

—¡Sí, sí, capitán! —Río.

Colocando las manos cómodamente sobre las mías, continúa dirigiendo nuestro
rumbo fuera de la marina, y en pocos minutos, estamos en mar abierto, golpeando
dentro de las frías aguas azules del Estrecho de Puget. Lejos de la sombra de la
pared de protección de la marina, el viento es más fuerte, y los tonos del mar
ruedan debajo de nosotros.

No puedo evitar sonreír, sintiendo la emoción de Damon, esto es tan divertido.
Hacemos una gran curva hasta que nos estamos dirigiendo hacia el oeste, hacia la
Península Olímpica, con el viento detrás de nosotros.

—Salimos a tiempo —dice Damon, emocionado—.  Aquí, tómala. Mantenla en
este rumbo.

¿Qué? Sonríe, reaccionando ante el horror en mi cara.

—Nena, es realmente fácil. Sostén el timón y mantén tu mirada en el horizonte
sobre el arco. Lo vas a hacer genial, siempre lo haces. Cuando las velas suban,
sentirás el arrastre. Sólo tienes que mantenerla constante. Voy a indicarte cómo —
hace un movimiento de recorte a través de su garganta—, y puedes cortar los
motores. Con este botón de aquí. —Señala a un botón negro de gran tamaño—.
¿Entiendes?

—Sí. —Asiento frenéticamente, sintiendo pánico. ¡Jesús, esperaba no hacer nada!
Me besa rápidamente, luego se baja de la silla de capitán, y se mueve dando saltos
a la parte delantera del barco para unirse a Mac donde inicia el despliegue de
velas, cuerdas de desvinculación, y los  abrestantes de operación y poleas. Trabajan
muy bien juntos en equipo, gritando diversos términos náuticos entre sí, y es
reconfortante ver a Cincuenta interactuando con alguien más de una manera tan
despreocupada.

Tal vez Mac es amigo de Cincuenta. No parece tener muchos, en la medida que
puedo decir, pero entonces, yo no tengo muchos tampoco. Bueno, no aquí en
Seattle. La única amiga que tengo está de vacaciones tomando sol  en St. James, en
la costa oeste de Barbados.
Tengo una repentina punzada por Katrina. Extraño a mi compañera de habitación
más de lo que pensaba que haría cuando se fue. Espero que ella cambie de opinión
y vuelva a casa con su hermano Ethan, en lugar de prolongar su estancia con Elliot,
el hermano de Damon.

Damon y Mac izan la vela mayor. Se llena y sopla cuando el viento se apodera de
ella hambrientamente y el barco se tambalea de repente, comprimiéndose hacia
adelante. Lo siento a través del timón. ¡Vaya!
Se ponen a trabajar en la vela de proa, y observo fascinada a medida que vuela por
el mástil. El viento la atrapa, extendiéndola tensa.

—¡Mantenla constante nena y corta los motores! —Cristian grita hacía mí sobre en
el viento, indicándome que apague los motores. Sólo puedo escuchar su voz, pero
asiento entusiásticamente, mirando al hombre que amo, todo despeinado,
entusiasmado y apoyándose en contra de la inclinación y orientación de la
embarcación.

Presiono el botón, el rugido de los motores se detiene, y The Grace se eleva hacia la
Península Olímpica, casi rozando el agua como si estuviera volando. Quiero chillar
y gritar y animar, ésta tiene que ser una de las experiencias más emocionantes de
mi vida, excepto por quizás el planeador, y tal vez la Habitación Roja del Dolor.
¡Santo cielo, este barco se puede mover! Me mantengo firme, agarrando el timón,
luchando contra él, y Damon está detrás de mí una vez más, sus manos sobre las
mías.

—¿Qué piensas? —grita por encima del sonido del viento y el mar.

—¡Damon! Esto es fantástico.
Rebosa de alegría, con una sonrisa de oreja a oreja.

—Espera hasta pasar el bosquecillo. —Señala con la barbilla hacia Mac, quien está
desplegando el espinaquer, una vela que es de un rico color rojo oscuro. Me
recuerda a las paredes del cuarto de juegos.

—Interesante color —grito.
Me da una sonrisa lobuna y un guiño. Oh, es intencionado.
Las copas del bosquecillo sobresalen, una extraña forma elíptica, poniendo a The
Grace sobre marcha. Encontrando su dirección, acelera sobre el estrecho.

—Vela asimétrica. Para la velocidad. —Damon responde a mi pregunta no dicha.

—Es increíble. —No puedo pensar en nada mejor que decir. Tengo la sonrisa más
ridícula en mi cara mientras nos movemos rápidamente a través del agua, en
dirección a la majestuosidad de las Montañas Olímpicas y la Isla de Bainbridge.
Mirando hacia atrás, veo a Seattle reduciéndose detrás de nosotros, el Monte
Rainier en la distancia.



No había apreciado realmente cuán hermoso y robusto es el paisaje de los
alrededores de Seattle, verde, exuberante, y con árboles de hoja perenne de clima
templado, y acantilados que sobresalen aquí y allá. Tiene una belleza salvaje pero
serena, en esta gloriosa tarde soleada, que me quita el aliento. La quietud es
impresionante en comparación con nuestra velocidad a medida que avanzamos
con rapidez a través del agua.

—¿A qué velocidad vamos?

—Está haciendo 15 nudos.

—No tengo idea de lo que significa.

—Son aproximadamente 27 kilómetros por hora.

—¿Eso es todo? Se siente mucho más rápido.
Él aprieta mis manos, sonriendo.

—Te ves hermosa, Elena. Es bueno ver un poco de color en tus mejillas. . . y no
de rubor. Te ves como lo haces en las fotos de Stefan.
Me doy la vuelta y lo beso.

—Usted sabe cómo hacer que una chica pase un buen momento, Sr. Salvatore.

—Estamos para complacer, señorita Gilbert. —Saca mi cabello fuera del camino y
besa la parte de atrás de mi cuello, enviando deliciosos hormigueos en mi
espalda—. Me gusta verte feliz —murmura y aprieta sus brazos alrededor de mí.

Miro hacia fuera sobre la ancha agua azul, preguntándome qué podría haber hecho
en el pasado para tener a la fortuna sonriéndome y entregándome a este hermoso
hombre.

Sí, eres una perra con suerte, mi subconsciente chasquea. Pero tienes trabajo que
practicar en ser fría con él. No va a querer esta mierda de vainilla para siempre... vas a
tener que comprometerte. Miro mentalmente a su cara, sarcástica, insolente y
descanso mi cabeza contra el pecho de Damon. Pero en el fondo sé que mi
subconsciente tiene razón, pero destierro los pensamientos. No quiero echar a
perder mi día.

*  *  *

Una hora más tarde, estamos anclados en una cala pequeña y solitaria fuera de la
isla de Bainbridge. Mac se ha ido a tierra en el inflable, por qué, no sé, pero tengo
mis sospechas porque tan pronto como Mac inicia el motor fuera de borda,
Damon toma mi mano y casi me arrastra a su camarote, un hombre con una
misión.

Ahora está delante de mí, exudando su embriagadora sensualidad mientras sus
hábiles dedos hacen el trabajo rápido de las correas de mi chaleco salvavidas. Lo
lanza a un lado y mira fijamente hacia mí, sus oscuros ojos dilatados.
Ya estoy perdida y apenas me ha tocado. Levanta la mano a mi rostro, y sus dedos
se mueven por mi barbilla, la columna de mi garganta, mi esternón, abrasándome
con su toque, hacía el primer botón de mi blusa azul.

—Quiero verte. —Exhala y con destreza desabrocha el botón. Inclinado, planta un
suave beso en mis labios entreabiertos. Estoy jadeando y con ganas, suscitadas por
la potente combinación de su cautivadora belleza, su sexualidad en bruto en los
confines de esta cabina, y el suave balanceo de la embarcación. Él está de vuelta.

—Desnúdate para mí —susurra, sus ojos ardiendo.

Oh mi… Estoy muy feliz de cumplir. Sin quitar mis ojos de él, poco a poco
desabrocho cada botón, saboreando su ardiente mirada. ¡Oh, esto es algo
embriagador! Puedo ver su deseo, es evidente en su rostro… y en otros lugares.
Dejo que mi blusa caiga al suelo y alcanzo el botón de mis jeans.

—Para —ordena—. Siéntate.

Me siento en el borde de la cama, y en un movimiento fluido está de rodillas
delante de mí, deshaciendo los cordones primero de una, luego de la otra zapatilla
deportiva, tirando cada una fuera, seguidas de mis calcetines. Levanta mi pie
izquierdo y lo alza, planta un suave beso en la yema de mi dedo gordo, y a
continuación, roza los dientes contra él.

—¡Ah! —gimo mientras siento el efecto en la ingle. Se para en un suave
movimiento, extiende la mano hacía mí, y me tira para arriba, afuera de la cama.

—Continua —dice y se pone de nuevo a mirarme.

Bajo con facilidad la cremallera de mis jeans y engancho los pulgares en la cintura
como en un desfile y luego deslizo los jeans de algodón por mis piernas. Una suave
sonrisa juega en sus labios, pero sus ojos siguen siendo oscuros.
Y no sé si es porque me hizo el amor esta mañana, y quiero decir que realmente me
hizo el amor, suavemente, dulcemente, o si fue su apasionada declaración de “sí…
lo hago” pero no me siento avergonzada en absoluto. Quiero ser sexy para este
hombre. Se merece algo sexy, me hace sentir sexy.

Está bien, esto es nuevo para mí, pero estoy aprendiendo bajo su experta tutela. Y,
entonces otra vez, mucho es nuevo para él, también. Equilibra el sube y baja entre
nosotros un poco, creo.

Estoy usando mi nueva ropa interior, una tanga de encaje blanco y sujetador a
juego de una marca de diseño con un precio demasiado elevado. Salgo de mis
jeans y estoy allí para él en la lencería que ha pagado, pero ya no me siento barata.
Me siento de él.

Llegando atrás, desengancho el sujetador, deslizando las correas por mis brazos y
colocándolo en la parte superior de la blusa. Lentamente, deslizo mis bragas,
dejándolas caer a mis tobillos, y saliendo de ellas, sorprendida por mi gracia.
De pie delante de él, estoy desnuda y sin vergüenza, y sé que es porque me ama.
No tengo qué ocultar. No dice nada, sólo me mira. Todo lo que veo es su deseo, su
adoración incluso, y algo más, la profundidad de su necesidad, la profundidad de
su amor por mí.



Se agacha, levanta el borde de su suéter de color crema, y tira de él sobre su
cabeza, seguido por la camiseta, dejando al descubierto su pecho, sin apartar sus
audaces ojos grises de los míos. Sus zapatos y los calcetines siguen antes de que
agarre el botón de sus jeans.
Alcanzándolo, le susurro:

—Déjame.
Sus labios se fruncen brevemente formando un ooh, y sonríe.

—Adelante.

Doy un paso hacia él, deslizando mis dedos sin miedo dentro de la pretina de sus
jeans, y tirando por lo que se ve obligado a dar un paso más cerca de mí. Jadea
involuntariamente con mi inesperada audacia, luego me sonríe. Desabrocho el
botón, pero antes de bajar la cremallera dejo vagar mis dedos, trazando su erección
a través del suave  pantalón de algodón. Flexiona sus caderas en la palma de mi
mano y cierra los ojos un instante, disfrutando de mi tacto.

—Te estás volviendo tan audaz, Lena, tan valiente —susurra y toma mi cara entre
ambas manos, inclinándose para besarme profundamente.

Pongo mis manos en sus caderas, la mitad en su fría piel y la otra mitad en la baja
pretina de sus pantalones.

—Tú también —murmuro contra sus labios mientras mis pulgares frotan lentos
círculos sobre su piel, y él sonríe.

—Quítalos.

Muevo mis manos a la parte delantera de sus jeans y tiro hacia abajo la cremallera.
Mis intrépidos dedos se mueven a través del vello púbico de su erección, y lo
sujeto con fuerza.

Hace un sonido bajo en su garganta, su dulce aliento lavando sobre mí, y me besa
de nuevo, amorosamente. A medida que mi mano se mueve por encima de él, en
torno a él, acariciándolo, apretándolo con fuerza, pone sus brazos alrededor de mí,
su mano derecha plana contra el centro de mi espalda y sus dedos propagándose.
Su mano izquierda está en mi cabello, sosteniéndome en su boca.

—Oh, te deseo tanto, nena —respira, y de repente da un paso atrás para quitarse
los pantalones y calzoncillos en un rápido y ágil movimiento. Es un hermoso
espectáculo, dentro o fuera de su ropa, cada centímetro de él.
Es perfecto. Su belleza profanada sólo por sus cicatrices pienso con tristeza. Y ellas
corren profundamente en su piel.

—¿Qué pasa, Lena? —murmura y acaricia suavemente mí mejilla con sus nudillos.

—Nada. Ámame, ahora.

Él tira de mí hacia sus brazos, me besa, retorciendo las manos en mi cabello.
Nuestras lenguas entrelazadas, me encamina hacia atrás a la cama y suavemente
me reduce en ella, siguiéndome hacia abajo de manera que él está yaciendo a mi
lado.
Dirige su nariz a lo largo de la línea de mí mandíbula mientras mis manos se
mueven a su cabello.

—¿Tienes alguna idea de lo exquisito que es tu aroma, Lena? Es irresistible.
Sus palabras hacen lo de siempre  —llamean en mi sangre, aceleran mi pulso—, y
él arrastra su nariz bajando por mi garganta, a través de mis pechos, besándome
reverentemente mientras lo hace.

—Eres tan hermosa —murmura, mientras toma uno de mis pezones en la boca y
succiona suavemente.
Gimo mientras arqueo mi cuerpo de la cama.

—Déjame escucharte, nena.

Su mano se arrastra hasta mi cintura, y estoy en la gloria con la sensación de su
tacto, piel con piel, su boca hambrienta en mis pechos y sus hábiles y largos dedos
acariciándome, rozándome, apreciándome. Moviéndose sobre mis caderas, detrás
de mí, y por mi pierna hasta mi rodilla, y todo este tiempo está besando y
chupando mis pechos. Oh mi…
Agarrando mi rodilla, de repente tira de mi pierna, que se enreda sobre sus
caderas, haciéndome jadear, y siento más que ver su sonrisa responder sobre mi
piel. Me pasa por encima por lo que estoy a horcajadas sobre él y me entrega un
paquete de papel de aluminio.

Me desplazo hacia atrás, tomándolo en mis manos, y simplemente no puedo
resistirme a él en toda su gloria. Me inclino y lo beso, llevándolo a mi boca, mi
lengua girando a su alrededor, y luego chupando. Se queja y flexiona la cadera por
lo que está más profundo en mi boca.

Mmm… tiene buen sabor. Lo quiero dentro de mí. Me siento y lo miro, está sin
aliento, la boca abierta, mirándome fijamente.
A toda prisa rasgo el condón y lo desenrollo sobre él. Extiende sus manos para mí.
Tomo una y con la otra mano, me situó por encima de él, luego, lentamente, lo
reclamo como mío.

Él gime bajo en su garganta, cerrando sus ojos.
La sensación de él dentro de mí... estirándome... llenándome, me quejo suavemente, es
divina. Coloca sus manos sobre mis caderas y me mueve hacia arriba, abajo, y
empuja dentro de mí. Oh... esto es tan bueno.

—Oh, nena —susurra, y de repente se sienta así que estamos cara a cara, y la
sensación es extraordinaria, tan llena. Grito, agarrando sus brazos más arriba
mientras toma mi cabeza en sus manos y me mira a los ojos, sus ojos grises
intensos, ardiendo de deseo.

—Oh, Lena. Lo que me haces sentir —murmura y me besa apasionadamente con
ferviente ardor. Lo beso de vuelta, mareada con la deliciosa sensación de él
enterrado profundamente en mí.

—Oh. Te amo —murmuro. Él se queja, como si le doliera escuchar mis palabras
susurradas y se da la vuelta, me lleva con él sin romper nuestro valioso contacto,
por lo que estoy yaciendo debajo de él. Envuelvo mis piernas alrededor de su
cintura.

Se queda mirando hacia abajo con maravillada adoración, y estoy segura de que
reflejo su expresión mientras acaricio su hermoso rostro. Muy lentamente,
comienza a moverse, cerrando los ojos mientras lo hace y gimiendo suavemente.
El suave balanceo del barco y la paz y la calmada tranquilidad de la cabina se
rompen solamente por nuestro aliento mezclándose mientras él se mueve
lentamente dentro y fuera de mí, tan controlado y tan bueno, es celestial. Pone su
brazo sobre mi cabeza, su mano en mi cabello, y acaricia mi cara con la otra
mientras se inclina para besarme.

Estoy arropada por él, mientras él me ama, moviéndose lentamente dentro y fuera,
disfrutando de mí. Lo toco, apegándome a los límites, sus brazos, su cabello, su
espalda, su hermoso trasero y mi respiración se acelera mientras su ritmo
constante me empuja más y más alto. Está besando mi boca, la barbilla, la
mandíbula, y luego acariciando mi oreja. Puedo oír sus respiraciones entrecortadas
con cada suave embestida de su cuerpo.

Mi cuerpo empieza a temblar. Oh... Esta sensación que ahora conozco tan bien... Estoy
cerca... Oh...

—Eso es, nena... renuncia a ello por mí... Por favor... Lena —murmura y sus
palabras son mi perdición.

—Damon —digo en voz alta, y él gime mientras ambos nos venimos juntos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Post Relacionados

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...