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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


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14 octubre 2012

Rivales Capitulo 06


Capítulo 6

Conforme Damon asistía a una reunión en su nueva oficina, esa misma  mañana,  descubrió  que  no  lograba  concentrarse;  lo cual   tampoco   le   preocupaba,  ya   que   estaba   dos   pasos   por delante  de  todos  los  demás  en  la  sala. lo  único  en  lo  que podía  pensar era  en  Elena y  en  la  noche  anterior. Y en  el aspecto de ella por la mañana, al entrar en su dormitorio: la sacudida en su pecho cuando la había visto dudar; cuánto le había costado quedarse quieto al ver su rostro ruborizado y sus grandes ojos azules, y no arrancarle el albornoz y volver a tumbarla debajo de él.



Se excitaba incluso al recordarlo, algo que no agradecía en mitad del día, en su ámbito de trabajo, y con Klaus Mikaelson mirándolo con el ceño fruncido. Tenía que recuperar la cordura, se reprendió. Elena Gilbert no valía la pena.

Por  la  mañana, había  creído  ver  una  vulnerabilidad en  el rostro de ella que le había hecho cerrarse, protegerse frente al inevitable intento de convertir la intimidad en algo emocional. Pero  luego, cuando  se  había  acercado, la  había

Visto   serena  y   fría.  Tanto,  que   sería  un   tonto  si   creyera alguna de las reacciones de ella.

Elena era su amante, suya, y la idea de lucirse con ella por la noche, sabiendo que no había ningún otro hombre, le resultaba tremendamente atractiva.

***

Aquella  noche, Elena  viajaba  en  el  coche  de  Damon  con  un enorme  nudo  en  la  garganta. No  había  podido  sacudirse  la frialdad que él le había despertado por la mañana. De hecho, no creía que fuera a  permitir que la tocara de nuevo. Justo entonces, como burlándose de su decisión, sintió la mano de él cubriendo la suya, sobre su pierna, y se le aceleró el pulso.

—Estás muy guapa esta noche.

Ella recurrió a toda su fuerza para controlar sus emociones y se  giró  lentamente  hacia  él, ocultando  su  torbellino interior. Forzó una sonrisa.

—Has pagado mucho para ello.

Los ojos de él, con aquellos destellos dorados, amenazaban su control. Aunque deseaba apartarse, permitió que su mano siguiera  donde  estaba. El  esmoquin  elevaba  su  atractivo  a otro nivel.

—El dinero no tiene nada que ver con la auténtica belleza. Y tú, Elena, eres verdaderamente bella —aseguró él, sorprendido por su tono sincero.

Al ir a buscarla a su habitación, no había sabido qué se encontraría. Estaba nervioso. Y al verla de espaldas, frente a la ventana, se había quedado sin aliento. Era la primera vez que le ocurría algo así.

El  vestido era largo, de color azul turquesa. Y de  seda. La envolvía convirtiéndola en una diosa. Y el cabello se lo había recogido   en   un   moño.  La   lujuria   no   le   había   permitido advertir nada más.

Molesto con su reacción, la había llamado para que se girara, y ella lo había hecho con la cabeza muy alta, tan lentamente que él había reaccionado como si le hiciera un striptease, ¡y ni se había quitado la  ropa! le  había hecho un gesto  de que se acercara. Y, cuando la había visto caminar, con la seda acariciando su cuerpo...

Regresó al presente y se removió incómodo en el asiento del coche.

Por un segundo, aquella mujer fría y contenida pareció insegura. Damon  reaccionó: ¿qué estaba haciendo, babeando así por ella? le apretó la mano con fuerza y sintió sus delicados huesos, y la piel algo áspera por el trabajo que había tenido que hacer, y algo se le encogió en el pecho de nuevo.

Apartó todos los sentimientos nebulosos que no ' comprendía.

— ¿Cómo crees que reaccionará tu padre mañana cuando abra el periódico y nos vea juntos? porque esto va a dar la vuelta al mundo...

Elena  se  estremeció  e  intentó  apartar  su  mano, pero  él  la sujetó fuertemente. Lo odió con todas sus  fuerzas. Lo único que le contuvo de bajarse del coche, según se detenía en un semáforo,    fue      la      llamada     de      Katherine     horas      antes,

Anunciándole eufórica que se casaría con Stefan al mes siguiente. Damon había cumplido su palabra con prontitud.

—Sabes muy bien cómo reaccionará —contestó ella roncamente—: se sentirá terriblemente humillado. Damon enarcó una ceja, escéptico.

— ¿De veras? ¿O habéis planeado todo esto los dos juntos?

Detestando  sentirse  tan  acorralada  y  cuestionada, Elena atacó.

— ¿Y qué si lo hemos hecho? nunca lo sabrás.

Lo vio acercarse, y se arqueó hacia atrás. No fue buena idea: él le sujetó la nuca con una mano, y la otra la posó en su seno cubierto por la seda. El vestido no
Permitía ponerse sujetador, y Elena contempló horrorizada cómo se le marcaba el pezón. Contuvo un gemido cuando él se lo acarició con el pulgar. ¿Cómo podía encenderla tanto?

—Sí  que  lo  sabré, porque  a  partir  de  ahora,  hasta  que  me aburra de ti, conoceré todos tus movimientos. Así que, cualquier plan que hayas urdido será inútil.

—Pero si no hemos...

Él la impidió continuar con un beso salvaje. Todo desapareció en un torbellino de deseo.

Desde que lo  había sentido entrar en su  habitación, Elena había  deseado  que  la  besara. No  fue  consciente  de  que  el coche se detuvo, ni del carraspeo del chófer. Sólo sintió que Damon  se  separaba  y  lo  vio  sonreír  triunfal. Elena  siguió  su mirada, que estaba recreándose en sus pezones erectos.

—Perfecto —afirmó él.

Y, antes  de  que  ella  se  diera  cuenta, Damon  había  salido  del coche y estaba ayudándola a bajar. Elena se sintió mareada: sólo existía la mano de Damon rodeando la suya, y un sinfín de flashes y preguntas. Acababa de convertirse en propiedad pública de Damon.

Una  vez  acomodada en  su  asiento, se  sintió fuera  de  lugar. había  pasado  tanto  tiempo  en  el  internado, y  luego  en  la universidad, que  nunca  se  había  integrado  del  todo  en  la sociedad ateniense. a pesar de eso, conocía a algunas personas en  la  sala,  y  detestó  que  le  afectara  el  que  murmuraran sobre ella.

En el aseo, había escuchado a dos mujeres hablando de ella.

— ¿Puedes creerte que haya venido con ella? no me sorprendería  que   sólo   lo   haya   hecho   como   una   venganza contra su padre. Lleva ignorándola toda la noche...

—Pues    a    mí    no    me    importaría    que    él    me    obligara    a
acompañarlo como venganza... obviamente, ha visto algo en su rostro, tan angelical que no puede ser cierto.

Elena recordó aquellas hirientes palabras, y elevó la barbilla y apretó los dientes. Aquella humillación era parte del plan de Damon.

Justo  entonces, vio  que  Meredith Mikaelson  se  le  acercaba. Era  la esposa de Niaria Mikaelson, el socio de Damon, y la única persona que la había tratado con auténtica dulzura, sin duda porque  no  conocía  su  historia. Klaus Mikaelson, sin  embargo, se había  pasado  la  noche  mirándola  con  recelo. Elena  sintió náuseas. ¿Conocería él la venganza de Damon?

—Parecías   muy   sola   aquí,  así   que   me   vengo   contigo.  Los hombres, ya se sabe, se ponen a hablar de sus cosas y...

Elena  sonrió  tímidamente. No  quería  manchar  la  fama  de aquella mujer.

—De verdad, márchate si quieres. Yo estoy bien aquí.

La vio negar con la cabeza, y entonces reparó en algo que le elevó la moral.

— ¿Dónde compraste el collar que llevas?

Meredith  sonrió  y  le  habló  de  que  Klaus  sabía  lo  mucho  que  le gustaba y que, con él, le había propuesto matrimonio.

Elena sonrió, ruborizada de orgullo.

—Es un diseño mío.

-¿Cómo?

Elena asintió.

—Estudié  diseño  de  joyas  en  la  universidad, y  ésa  fue  la única pieza que vendí de las que hice para mi graduación. El resto de la colección se la regalé a mi hermana y  amigas.

-¡Pues podrías haber hecho una fortuna!

Elena fue consciente de la ironía. Al poco de graduarse, sus circunstancias personales habían cambiado dramáticamente. De haber sabido que tendría que dar la espalda tan pronto a su profesión soñada, habría guardado su colección. Sonrió arrepentida.

—Preferí regalarla.

Meredith dijo algo y la arrastró hacia Klaus y Damon. Los interrumpió eufórica   y   les   explicó   el   descubrimiento.  Elena   vio   la mirada aún más recelosa de Klaus. Damon, sin embargo, no mostraba ninguna emoción. Sin duda creía que ella mentía.

Entonces Meredith miró el reloj y dijo que, lamentándolo mucho, tenía que volver a casa y relevar a la niñera. Elena había aprendido que tenían dos hijos pequeños.

Se le encogió el pecho al ver que Klaus abrazaba a su mujer y se despedía también de ellos, a pesar de la insistencia de ella en que se quedara.

Según se marcharon, Elena hizo ademán de volver a su mesa,
pero Damon la sujetó de la mano.

-¿A dónde crees que vas?

Ella  lo  miró, maldiciéndose  por  ser  tan  débil. Empezaba  a sentir la rebeldía creciendo en su interior.

—Iba  a  volver  a  sentarme  sola  en  nuestra  m esa, para  que todos puedan ver cómo me ignoras. Pero, ahora que han terminado los discursos, ¿qué tal si me subo al estrado? podría incluso ponerme un cartel, si lo deseas.

—Basta.

-¿Por qué, Damon? ¿No es justamente lo que habías planeado: máxima especulación, máxima humillación? —explotó ella—. Pues, si te sirve de consuelo, no se habla de otra cosa en los cotilleos del tocador, y yo no salgo precisamente bien parada.

Damon   fue   a   replicar,  pero   alguien   los   interrumpió.  Para sorpresa de Elena, Damon no le soltó la mano, y se la presentó

Al  recién  llegado. Y el  resto  de  la  velada  no  la  perdió  de vista haciendo oscilar sus emociones aún más.

— ¿De veras diseñaste el collar de Meredith?

Se   encontraban   en   el   coche   de   regreso   a   casa.  Elena, exhausta, estaba  rotando  la  cabeza  para  aliviar  su  cuello dolorido. Se detuvo y miró a Damon con recelo.

-Por supuesto. No mentiría sobre algo así, ¿para qué?

Su sencillez removió algo profundo en  él. La contempló un largo rato.

-Es una pieza muy hermosa —alabó sorprendido—. ¿Y cómo es que no has vuelto a crear joyas desde que acabaste la universidad?

Elena dio un respingo. Era un tema delicado. —No tengo ni dónde ni con qué.

Damon sacudió la cabeza.

—Pero llevas tiempo trabajando, seguro que puedes alquilar un taller.

—El  equipamiento  y  los  materiales  que  necesito  son demasiado caros.

—Debes de lamentar haber tenido que  rebajarte a  trabajos de ínfima categoría.

Elena parpadeó sorprendida. Nunca había lamentado tener que trabajar, sólo el haber tenido que renunciar a su sueño. Pero había tenido que estar ahí para Katherine, y ambas necesitaban seguir viviendo con su padre para reducir gastos. Sacudió la cabeza.

—No tuve elección.

Damon se sorprendió preguntándose por qué ella no había preferido reintegrarse en la vida social de Atenas, en busca de un marido rico de su estrato social. su hermana sí que lo había hecho... igual de rápido, se obligó a reprimir su curiosidad, que le conducía a preguntarse cómo ella se había mantenido  virgen. Una  virgen  no  iba  a  la  caza  de  maridos ricos.

Ella ya no era virgen; era suya. Algo primitivo y posesivo se apoderó de él. al verla sola en la mesa, había deseado ir en su busca; pero le había detenido el hecho de que eso sería señal de debilidad, sobre todo después de que Klaus Mikaelson le cuestionara por haberla convertido en su amante. Así que la había dejado sola, pero había estado pendiente de ella todo el rato, de su pose orgullosa, casi desafiante.

Y  cuando  ella  le  había  hablado, había  sentido  vergüenza. Algo que nunca le había ocurrido con una mujer. Su plan era humillarla, pero cuando se hubiera hartado de ella. De momento, le bastaba con saber que, a la mañana siguiente, Tito Gilbert se encontraría la foto de su hija con el enemigo.

En  realidad, le  había  conmocionado oírla  decir  que  era  el centro de todos los chismorreos.

La  agarró  y  se  la  sentó  en  el  regazo. Ella  se  resistió. Le acarició la espalda a  través de la fina  seda y  la  besó en  el brazo desnudo. Sintió que ella se relajaba algo y sonrió. La atrajo hacia sí  y, con la otra mano, empezó a  acariciarle los muslos, firmemente apretados. Los entreabrió haciendo algo de fuerza. Sintió el calor a través de la seda, y su inevitable erección. La sujetó de la barbilla e hizo que lo mirara. No le gustó la mirada de ella, demasiado desnuda, demasiado llena de cosas que él no quería saber. Así que la besó salvajemente y, triunfal, sintió que ella se le entregaba, lo que le excitó tanto que, cuando llegaron a la  mansión, estaba ansioso por penetrarla.

Al final de la semana, el mundo entero sabía que Damon Salvatore tenía una nueva amante. Los paparazis acampaban a las puertas de la mansión. Ambos habían salido todas las noches, y  la  respuesta  había  sido  una  creciente  histeria  de titulares, a cual más humillante para ella. Justo lo que Damon había planeado.

Una mañana, Elena había bajado a desayunar y había encontrado   allí   a   Damon.  Sorprendida   y   nerviosa, le había preguntado:

-¿Y a tu padre no va a hacerle daño esto? lleva toda su vida intentando vengar vuestro apellido. Él la había fulminado con la mirada.

—Mi  padre  no  tiene  nada  que  decir  respecto  a  quién  elijo como amante. Además, vengar el apellido es justamente lo que yo estoy haciendo. Si él supiera lo que hiciste, la amenaza que representas, apoyaría mis métodos sin dudarlo.

-Y tú, ¿ya has hablado con tu padre?

Ella había sacudido la cabeza, pálida. Sabía por Katherine que su padre se encontraba en un estado permanente de ebriedad. Su viaje   a   Londres   no   había   tenido  éxito.  Al   menos,  cuando Katherine se casara, se iría a vivir con Stefan, y ella quedaría libre para vivir donde quisiera. Un lugar donde lamerse las heridas tras acabar con Damon.

-No, no hemos hablado —había respondido, ignorando la mirada recelosa de Damon.

Sola en su vestidor, se contempló en el espejo. Estaba agotada. Desde el rencuentro con Damon la fatídica noche en su estudio, no había tenido ocasión de tomar aliento.

Él la consumía completamente. Por las noches, enseñaba a su cuerpo lo poderosamente que podía responder al suyo. Aunque ella  seguía  avergonzándose  de   su  reacción  ante   él.  Y  se pasaba los días recordando momentos que la encendían de nuevo.

No recordaba la vida sin él, sin la cicatriz encima de su boca que la maravillaba.

Intentó no pensar en él y se miró al espejo. Se había puesto el vestido  más  atrevido  hasta  el  momento: dorado, con  escote palabra de honor, y  cinturón, sandalias y  pendientes de aro dorados.

Al ver las joyas que él le había comprado, se le había encogido el corazón. Cuánto deseaba volver a diseñar sus propias piezas... sencillas, como el collar de mariposa de Meredith.

Oyó  un  ruido  y, al  girarse, vio  a  Damon  apoyado  en  la  puerta, listo para salir. Elena se sintió vulnerable al ser observada. Así solía ser. Él se marchaba cada día al trabajo cuando ella se despertaba con el  cuerpo exhausto por la larga noche de sexo. Luego, regresaba a casa, se arreglaba para salir, e iba a buscarla  cuando  ella  también  estaba  lista.  Con  la  menor conversación  posible.  Con   la   menor  implicación  emocional posible.

La noche anterior, mientras asistían a la inauguración de una galería de arte, Elena había notado que él se tensaba al ver a una pareja discutiendo. Ella le había apretado la mano y se habían apartado de la escena, él con expresión de asco. Elena no había comprendido su reacción, desproporcionada para aquella pelea doméstica.

Esa preocupación por él le hacía aún mis vulnerable, se reprendió.  No  le  importaba  lo  que  Damon  sintiera,  sólo  que gracias a él su hermana sería feliz.

Reunió  cuanta  confianza  pudo  y  se  llevó  una  mano  a   la cadera.

— ¿Y bien? ¿Te parece un vestido suficientemente de amante?

Vio que él  apretaba la mandíbula, y  se  estremeció. —no me provoques, Elena —advirtió el.

Se  la  comió  con  la  mirada  hasta  advertir que  sus bravuconadas se desvanecían. Entonces, dijo cortante:

—Es  perfecto. Justo  lo  que  la  prensa  espera  que  te  pongas. Vamos.

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