Capítulo 6
Conforme Damon asistía a una reunión en su nueva oficina, esa misma mañana, descubrió que no lograba concentrarse; lo cual tampoco le preocupaba, ya que estaba dos pasos por delante de todos los demás en la sala. lo único en lo que podía pensar era en Elena y en la noche anterior. Y en el aspecto de ella por la mañana, al entrar en su dormitorio: la sacudida en su pecho cuando la había visto dudar; cuánto le había costado quedarse quieto al ver su rostro ruborizado y sus grandes ojos azules, y no arrancarle el albornoz y volver a tumbarla debajo de él.
Se excitaba incluso al recordarlo, algo que no agradecía en mitad del día, en su ámbito de trabajo, y con Klaus Mikaelson mirándolo con el ceño fruncido. Tenía que recuperar la cordura, se reprendió. Elena Gilbert no valía la pena.
Por la mañana, había creído ver una vulnerabilidad en el rostro de ella que le había hecho cerrarse, protegerse frente al inevitable intento de convertir la intimidad en algo emocional. Pero luego, cuando se había acercado, la había
Visto serena y fría. Tanto, que sería un tonto si creyera alguna de las reacciones de ella.
Elena era su amante, suya, y la idea de lucirse con ella por la noche, sabiendo que no había ningún otro hombre, le resultaba tremendamente atractiva.
***
Aquella noche, Elena viajaba en el coche de Damon con un enorme nudo en la garganta. No había podido sacudirse la frialdad que él le había despertado por la mañana. De hecho, no creía que fuera a permitir que la tocara de nuevo. Justo entonces, como burlándose de su decisión, sintió la mano de él cubriendo la suya, sobre su pierna, y se le aceleró el pulso.
—Estás muy guapa esta noche.
Ella recurrió a toda su fuerza para controlar sus emociones y se giró lentamente hacia él, ocultando su torbellino interior. Forzó una sonrisa.
—Has pagado mucho para ello.
Los ojos de él, con aquellos destellos dorados, amenazaban su control. Aunque deseaba apartarse, permitió que su mano siguiera donde estaba. El esmoquin elevaba su atractivo a otro nivel.
—El dinero no tiene nada que ver con la auténtica belleza. Y tú, Elena, eres verdaderamente bella —aseguró él, sorprendido por su tono sincero.
Al ir a buscarla a su habitación, no había sabido qué se encontraría. Estaba nervioso. Y al verla de espaldas, frente a la ventana, se había quedado sin aliento. Era la primera vez que le ocurría algo así.
El vestido era largo, de color azul turquesa. Y de seda. La envolvía convirtiéndola en una diosa. Y el cabello se lo había recogido en un moño. La lujuria no le había permitido advertir nada más.
Molesto con su reacción, la había llamado para que se girara, y ella lo había hecho con la cabeza muy alta, tan lentamente que él había reaccionado como si le hiciera un striptease, ¡y ni se había quitado la ropa! le había hecho un gesto de que se acercara. Y, cuando la había visto caminar, con la seda acariciando su cuerpo...
Regresó al presente y se removió incómodo en el asiento del coche.
Por un segundo, aquella mujer fría y contenida pareció insegura. Damon reaccionó: ¿qué estaba haciendo, babeando así por ella? le apretó la mano con fuerza y sintió sus delicados huesos, y la piel algo áspera por el trabajo que había tenido que hacer, y algo se le encogió en el pecho de nuevo.
Apartó todos los sentimientos nebulosos que no ' comprendía.
— ¿Cómo crees que reaccionará tu padre mañana cuando abra el periódico y nos vea juntos? porque esto va a dar la vuelta al mundo...
Elena se estremeció e intentó apartar su mano, pero él la sujetó fuertemente. Lo odió con todas sus fuerzas. Lo único que le contuvo de bajarse del coche, según se detenía en un semáforo, fue la llamada de Katherine horas antes,
Anunciándole eufórica que se casaría con Stefan al mes siguiente. Damon había cumplido su palabra con prontitud.
—Sabes muy bien cómo reaccionará —contestó ella roncamente—: se sentirá terriblemente humillado. Damon enarcó una ceja, escéptico.
— ¿De veras? ¿O habéis planeado todo esto los dos juntos?
Detestando sentirse tan acorralada y cuestionada, Elena atacó.
— ¿Y qué si lo hemos hecho? nunca lo sabrás.
Lo vio acercarse, y se arqueó hacia atrás. No fue buena idea: él le sujetó la nuca con una mano, y la otra la posó en su seno cubierto por la seda. El vestido no
Permitía ponerse sujetador, y Elena contempló horrorizada cómo se le marcaba el pezón. Contuvo un gemido cuando él se lo acarició con el pulgar. ¿Cómo podía encenderla tanto?
—Sí que lo sabré, porque a partir de ahora, hasta que me aburra de ti, conoceré todos tus movimientos. Así que, cualquier plan que hayas urdido será inútil.
—Pero si no hemos...
Él la impidió continuar con un beso salvaje. Todo desapareció en un torbellino de deseo.
Desde que lo había sentido entrar en su habitación, Elena había deseado que la besara. No fue consciente de que el coche se detuvo, ni del carraspeo del chófer. Sólo sintió que Damon se separaba y lo vio sonreír triunfal. Elena siguió su mirada, que estaba recreándose en sus pezones erectos.
—Perfecto —afirmó él.
Y, antes de que ella se diera cuenta, Damon había salido del coche y estaba ayudándola a bajar. Elena se sintió mareada: sólo existía la mano de Damon rodeando la suya, y un sinfín de flashes y preguntas. Acababa de convertirse en propiedad pública de Damon.
Una vez acomodada en su asiento, se sintió fuera de lugar. había pasado tanto tiempo en el internado, y luego en la universidad, que nunca se había integrado del todo en la sociedad ateniense. a pesar de eso, conocía a algunas personas en la sala, y detestó que le afectara el que murmuraran sobre ella.
En el aseo, había escuchado a dos mujeres hablando de ella.
— ¿Puedes creerte que haya venido con ella? no me sorprendería que sólo lo haya hecho como una venganza contra su padre. Lleva ignorándola toda la noche...
—Pues a mí no me importaría que él me obligara a
acompañarlo como venganza... obviamente, ha visto algo en su rostro, tan angelical que no puede ser cierto.
Elena recordó aquellas hirientes palabras, y elevó la barbilla y apretó los dientes. Aquella humillación era parte del plan de Damon.
Justo entonces, vio que Meredith Mikaelson se le acercaba. Era la esposa de Niaria Mikaelson, el socio de Damon, y la única persona que la había tratado con auténtica dulzura, sin duda porque no conocía su historia. Klaus Mikaelson, sin embargo, se había pasado la noche mirándola con recelo. Elena sintió náuseas. ¿Conocería él la venganza de Damon?
—Parecías muy sola aquí, así que me vengo contigo. Los hombres, ya se sabe, se ponen a hablar de sus cosas y...
Elena sonrió tímidamente. No quería manchar la fama de aquella mujer.
—De verdad, márchate si quieres. Yo estoy bien aquí.
La vio negar con la cabeza, y entonces reparó en algo que le elevó la moral.
— ¿Dónde compraste el collar que llevas?
Meredith sonrió y le habló de que Klaus sabía lo mucho que le gustaba y que, con él, le había propuesto matrimonio.
Elena sonrió, ruborizada de orgullo.
—Es un diseño mío.
-¿Cómo?
Elena asintió.
—Estudié diseño de joyas en la universidad, y ésa fue la única pieza que vendí de las que hice para mi graduación. El resto de la colección se la regalé a mi hermana y amigas.
-¡Pues podrías haber hecho una fortuna!
Elena fue consciente de la ironía. Al poco de graduarse, sus circunstancias personales habían cambiado dramáticamente. De haber sabido que tendría que dar la espalda tan pronto a su profesión soñada, habría guardado su colección. Sonrió arrepentida.
—Preferí regalarla.
Meredith dijo algo y la arrastró hacia Klaus y Damon. Los interrumpió eufórica y les explicó el descubrimiento. Elena vio la mirada aún más recelosa de Klaus. Damon, sin embargo, no mostraba ninguna emoción. Sin duda creía que ella mentía.
Entonces Meredith miró el reloj y dijo que, lamentándolo mucho, tenía que volver a casa y relevar a la niñera. Elena había aprendido que tenían dos hijos pequeños.
Se le encogió el pecho al ver que Klaus abrazaba a su mujer y se despedía también de ellos, a pesar de la insistencia de ella en que se quedara.
Según se marcharon, Elena hizo ademán de volver a su mesa,
pero Damon la sujetó de la mano.
-¿A dónde crees que vas?
Ella lo miró, maldiciéndose por ser tan débil. Empezaba a sentir la rebeldía creciendo en su interior.
—Iba a volver a sentarme sola en nuestra m esa, para que todos puedan ver cómo me ignoras. Pero, ahora que han terminado los discursos, ¿qué tal si me subo al estrado? podría incluso ponerme un cartel, si lo deseas.
—Basta.
-¿Por qué, Damon? ¿No es justamente lo que habías planeado: máxima especulación, máxima humillación? —explotó ella—. Pues, si te sirve de consuelo, no se habla de otra cosa en los cotilleos del tocador, y yo no salgo precisamente bien parada.
Damon fue a replicar, pero alguien los interrumpió. Para sorpresa de Elena, Damon no le soltó la mano, y se la presentó
Al recién llegado. Y el resto de la velada no la perdió de vista haciendo oscilar sus emociones aún más.
— ¿De veras diseñaste el collar de Meredith?
Se encontraban en el coche de regreso a casa. Elena, exhausta, estaba rotando la cabeza para aliviar su cuello dolorido. Se detuvo y miró a Damon con recelo.
-Por supuesto. No mentiría sobre algo así, ¿para qué?
Su sencillez removió algo profundo en él. La contempló un largo rato.
-Es una pieza muy hermosa —alabó sorprendido—. ¿Y cómo es que no has vuelto a crear joyas desde que acabaste la universidad?
Elena dio un respingo. Era un tema delicado. —No tengo ni dónde ni con qué.
Damon sacudió la cabeza.
—Pero llevas tiempo trabajando, seguro que puedes alquilar un taller.
—El equipamiento y los materiales que necesito son demasiado caros.
—Debes de lamentar haber tenido que rebajarte a trabajos de ínfima categoría.
Elena parpadeó sorprendida. Nunca había lamentado tener que trabajar, sólo el haber tenido que renunciar a su sueño. Pero había tenido que estar ahí para Katherine, y ambas necesitaban seguir viviendo con su padre para reducir gastos. Sacudió la cabeza.
—No tuve elección.
Damon se sorprendió preguntándose por qué ella no había preferido reintegrarse en la vida social de Atenas, en busca de un marido rico de su estrato social. su hermana sí que lo había hecho... igual de rápido, se obligó a reprimir su curiosidad, que le conducía a preguntarse cómo ella se había mantenido virgen. Una virgen no iba a la caza de maridos ricos.
Ella ya no era virgen; era suya. Algo primitivo y posesivo se apoderó de él. al verla sola en la mesa, había deseado ir en su busca; pero le había detenido el hecho de que eso sería señal de debilidad, sobre todo después de que Klaus Mikaelson le cuestionara por haberla convertido en su amante. Así que la había dejado sola, pero había estado pendiente de ella todo el rato, de su pose orgullosa, casi desafiante.
Y cuando ella le había hablado, había sentido vergüenza. Algo que nunca le había ocurrido con una mujer. Su plan era humillarla, pero cuando se hubiera hartado de ella. De momento, le bastaba con saber que, a la mañana siguiente, Tito Gilbert se encontraría la foto de su hija con el enemigo.
En realidad, le había conmocionado oírla decir que era el centro de todos los chismorreos.
La agarró y se la sentó en el regazo. Ella se resistió. Le acarició la espalda a través de la fina seda y la besó en el brazo desnudo. Sintió que ella se relajaba algo y sonrió. La atrajo hacia sí y, con la otra mano, empezó a acariciarle los muslos, firmemente apretados. Los entreabrió haciendo algo de fuerza. Sintió el calor a través de la seda, y su inevitable erección. La sujetó de la barbilla e hizo que lo mirara. No le gustó la mirada de ella, demasiado desnuda, demasiado llena de cosas que él no quería saber. Así que la besó salvajemente y, triunfal, sintió que ella se le entregaba, lo que le excitó tanto que, cuando llegaron a la mansión, estaba ansioso por penetrarla.
Al final de la semana, el mundo entero sabía que Damon Salvatore tenía una nueva amante. Los paparazis acampaban a las puertas de la mansión. Ambos habían salido todas las noches, y la respuesta había sido una creciente histeria de titulares, a cual más humillante para ella. Justo lo que Damon había planeado.
Una mañana, Elena había bajado a desayunar y había encontrado allí a Damon. Sorprendida y nerviosa, le había preguntado:
-¿Y a tu padre no va a hacerle daño esto? lleva toda su vida intentando vengar vuestro apellido. Él la había fulminado con la mirada.
—Mi padre no tiene nada que decir respecto a quién elijo como amante. Además, vengar el apellido es justamente lo que yo estoy haciendo. Si él supiera lo que hiciste, la amenaza que representas, apoyaría mis métodos sin dudarlo.
-Y tú, ¿ya has hablado con tu padre?
Ella había sacudido la cabeza, pálida. Sabía por Katherine que su padre se encontraba en un estado permanente de ebriedad. Su viaje a Londres no había tenido éxito. Al menos, cuando Katherine se casara, se iría a vivir con Stefan, y ella quedaría libre para vivir donde quisiera. Un lugar donde lamerse las heridas tras acabar con Damon.
-No, no hemos hablado —había respondido, ignorando la mirada recelosa de Damon.
Sola en su vestidor, se contempló en el espejo. Estaba agotada. Desde el rencuentro con Damon la fatídica noche en su estudio, no había tenido ocasión de tomar aliento.
Él la consumía completamente. Por las noches, enseñaba a su cuerpo lo poderosamente que podía responder al suyo. Aunque ella seguía avergonzándose de su reacción ante él. Y se pasaba los días recordando momentos que la encendían de nuevo.
No recordaba la vida sin él, sin la cicatriz encima de su boca que la maravillaba.
Intentó no pensar en él y se miró al espejo. Se había puesto el vestido más atrevido hasta el momento: dorado, con escote palabra de honor, y cinturón, sandalias y pendientes de aro dorados.
Al ver las joyas que él le había comprado, se le había encogido el corazón. Cuánto deseaba volver a diseñar sus propias piezas... sencillas, como el collar de mariposa de Meredith.
Oyó un ruido y, al girarse, vio a Damon apoyado en la puerta, listo para salir. Elena se sintió vulnerable al ser observada. Así solía ser. Él se marchaba cada día al trabajo cuando ella se despertaba con el cuerpo exhausto por la larga noche de sexo. Luego, regresaba a casa, se arreglaba para salir, e iba a buscarla cuando ella también estaba lista. Con la menor conversación posible. Con la menor implicación emocional posible.
La noche anterior, mientras asistían a la inauguración de una galería de arte, Elena había notado que él se tensaba al ver a una pareja discutiendo. Ella le había apretado la mano y se habían apartado de la escena, él con expresión de asco. Elena no había comprendido su reacción, desproporcionada para aquella pelea doméstica.
Esa preocupación por él le hacía aún mis vulnerable, se reprendió. No le importaba lo que Damon sintiera, sólo que gracias a él su hermana sería feliz.
Reunió cuanta confianza pudo y se llevó una mano a la cadera.
— ¿Y bien? ¿Te parece un vestido suficientemente de amante?
Vio que él apretaba la mandíbula, y se estremeció. —no me provoques, Elena —advirtió el.
Se la comió con la mirada hasta advertir que sus bravuconadas se desvanecían. Entonces, dijo cortante:
—Es perfecto. Justo lo que la prensa espera que te pongas. Vamos.
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