Capítulo Diez
Después de lo que pareció una
eternidad, Elena subió el coche al ferri. Para sorpresa de Damon, ella abrió la
puerta y se bajó del coche.
—¿Adónde vas?
—Venga, Damon —Elena se asomó al
interior del coche—. Hay una puesta de sol preciosa.
Salió del coche y estiró las doloridas
piernas. Respiró profundamente y disfrutó del aire salado. La brisa le revolvió
los cabellos, pero la sintió cálida a pesar del frescor de la noche.
En su impaciencia, Elena le agarró de
la mano y tiró de él hacia la cubierta, donde otras personas se habían
congregado. Algunos habían optado por permanecer en los coches, pero otros,
como Elena, se asomaban por la barandilla para contemplar el estallido dorado
en el horizonte. Rosas, morados y azules se mezclaban con el oro y se extendían
por el cielo que parecía respirar fuego.
—¿No te parece hermoso?
—Desde luego —Damon miró a Elena y
asintió.
—Tú no ves muchas puestas de sol.
—¿Y qué se supone que significa eso?
—Una vez dijiste que estabas demasiado
ocupado para verlas —ella se encogió de hombros—. Normalmente trabajabas hasta
tarde y siempre con prisas. De modo que me empeñé en enseñarte tantas como
pude. Y voy a tener que hacerlo otra vez. ¡Mira! ¡Delfines!
Damon miró hacia donde ella señalaba y
vio varios ejemplares arquearse y desaparecer bajo el agua.
—Suelen acompañar al ferri —le explicó
ella.
—¡Míralos otra vez! —Damon se vio
atrapado por la emoción del momento.
Elena sonrió y le agarró del brazo con
ternura. Parecía un gesto de lo más natural y, muy pegaditos el uno al otro,
contemplaron los delfines.
Damon sacudió la cabeza ante la
absurdez de la situación. Estaba en un ferri, sin teléfono ni conexión a
internet. Se había dejado la BlackBerry en el coche y, sobre todo, estaba
viendo jugar a unos delfines, agarrado a la madre de su hijo.
Había oído hablar de las experiencias
cercanas a la muerte y de cómo podían transformar a una persona, pero al
parecer su transformación había comenzado antes del accidente.
Acarició el brazo de Elena con el
dorso de la mano antes de besarla suavemente en la coronilla. Después suspiró.
Tenía que admitir que le gustaba la perspectiva de pasar unos días con ella en
la isla. Y no era solamente por su deseo de recuperar la memoria.
Ella lo abrazó con fuerza por la
cintura. Fue un abrazo cálido, nada sexual. Reconfortante. Por extraño que
pareciera, se sentía cómodo a su lado. Una completa extraña. Alguien a quien no
recordaba haber visto en su vida.
La abrazó con fuerza y hundió el
rostro entre los fragantes rizos negros. Y entonces deslizó una mano hasta la
redondeada barriga.
Ella se puso rígida durante unos
instantes y volvió lentamente el rostro hacia él.
Damon siguió explorando la barriga.
Algo que sólo pudo definir como mágico inundó su corazón, provocándole una
opresión en el pecho.
Era su hijo.
De alguna manera, lo supo.
Iba a ser padre.
La consciencia lo aturdió y, al mismo
tiempo, lo maravilló. No había planeado ser padre, al contrario, era sumamente
cuidadoso en sus relaciones sexuales, casi neurótico ante la posibilidad de un
embarazo no deseado.
¿Se había descuidado a propósito con Elena?
¿Había considerado la posibilidad de engendrar un hijo con ella? ¿Había
considerado ella esa posibilidad?
Frunció el ceño al recordar el
estallido de ira de la joven al afirmar que no le había bastado con engañarla y
abandonarla, sino que también había tenido que dejarla embarazada. No parecía
la reacción típica de una mujer que deseara tener un hijo.
Era evidente que ninguno de los dos lo
había planeado, pero también lo era que no se habían esforzado mucho por
evitarlo.
La besó en los labios y ella sonrió,
acurrucándose contra él. Después suspiró y se apartó.
—Casi hemos llegado. Deberíamos
regresar al coche.
Elena encendió las luces del coche e
inició el trayecto hacia su casa. Al ver varios coches aparcados en la
carretera cercana a su calle, frunció el ceño.
El corazón le empezó a latir con
fuerza. ¿Le habría pasado algo a Mamaw?
Uno de los coches era el del alcalde.
¿Qué hacía allí?
Aparcó frente a la puerta y apagó el
motor. Su abuela salió al porche seguida del alcalde Daniels, que fruncía el
ceño, y el sheriff Taylor, que no
parecía mucho más contento.
—Mamaw, ¿va todo bien? —Elena salió
del coche—. ¿Estás bien?
—Cariño, estoy bien, siento haberte
asustado. El alcalde y el sheriff
querían hacerme algunas preguntas —la mujer miró a Damon—. Todos queremos
hacerlas.
—¿Y no podía esperar? —Elena frunció
el ceño mientras miraba al alcalde—. Hemos viajado durante todo el día y
estuvimos atascados en la interestatal.
El alcalde empezó a agitar un dedo,
como hacía siempre que se ponía nervioso y el sheriff apoyó una mano en su hombro.
—Tranquilo, Rupert, dale la
oportunidad de explicarse.
—¿Explicar el qué? —exigió saber Elena.
—Explicar por qué llegó ayer a la isla
un ferri cargado de material de construcción, y por qué están preparados para
empezar a construir un complejo hotelero en las tierras que vendiste a Tricorp
Invesment —contestó el alcalde, agitando el dedo hacia Elena.
—Debe ser un error, alcalde —ella
sacudió la cabeza obstinadamente—. He estado toda la semana en Nueva York para
aclarar este lío. De haber estado programada la construcción, Damon me lo
habría dicho. Además, yo no vendí a Tricorp, vendí a Damon.
—No ha habido ningún error, Elena —el sheriff hizo un gesto de disgusto—. Yo
mismo hablé con los hombres. Les pedí los permisos. Todo es legal, incluso me
enseñaron los planos. Toda esa franja de playa va a convertirse en un complejo
vacacional con su helipuerto.
Elena se volvió boquiabierta a Damon.
—¿Damon? —preguntó angustiada, sin
apenas poder respirar.
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