PREFACIO
Elena Gilbert vaciló un poco mientras se metía en el vestíbulo decorado en forma minimalista de la pequeña boutique hotel. No sabía que fuera tan exclusivo. A pesar de que estaba bien vestida, lo suficiente como para parecer que pertenecía a un lugar así, sentía como si todo el mundo pudiera ver bajo su piel hasta su corazón mismo. Un corazón que latía en forma inestable. Había pasado tanto tiempo desde que había estado en un lugar como éste.
Otra vida, otra mujer. Tendría que haber elegido un hotel menos lujoso, este tipo de suntuosidad le recordaba demasiado y hacía que la piel de la nuca se le erizara. Estaba completamente ajena a las miradas apreciativas que provocaba, con su pelo rojo oscuro y su perfecta piel cremosa que contrastaba con la manera graciosa en que se movía, algo torpe.
Miraba buscando un asiento y sus labios llenos y expresivos se apretaban en un línea fina mientras se daba ánimos para que el pánico creciente no se apoderara de ella. No podía pensar en el pasado ahora. Se había ido, y con él… Su paso se volvió vacilante de nuevo a medida que un dolor cortante la atravesaba, aturdiéndola con su intensidad, con su crudeza, novedoso... a pesar de que era viejo. Ella se sentía vieja, mucho más de los veintisiete años que tenía.
Encontró un asiento vacío y se hundió en él, agradecida. Al momento un camarero vino a tomar su orden de té Earl Grey. Se sentó y cruzó las piernas, respirando profundamente. Tenía que conseguirlo. Tenía que estar en control y, sobre todo en calma.
Tendría que hablar con un abogado en menos de diez minutos. Era la mejor manera de comunicarse con su marido, del que se había alejado hacía dos años... y de su bebé. Un dolor cortante se apoderó de ella de nuevo, y sintió que su control se volvía más tenue aún. Necesitaba tiempo para conectarse consigo misma. Tal vez había sido una tontería concertar una cita tan pronto, pues literalmente recién se había bajado del tren. Esta era la primera vez en dos años que salía en público otra vez. A la repleta y crecida metrópoli de Londres. Un lugar al que en realidad nunca pensó que volvería.
No. No debía pensar así. Ella estaría bien. Después de todo, ¿no había pasado por cosas muchos peores?
Este era el primer día del resto de su vida. Una página nueva, un nuevo capítulo.
Un nuevo comienzo. Y tal vez... Un pequeño y peregrino pájaro de esperanza revoloteó en su pecho. ¿Tal vez otra oportunidad de ser feliz? Aunque en verdad había tenido muy poca felicidad en su vida hasta ahora...
En ese momento un niño llamó su atención, estaba corriendo y se cayó de bruces a sus pies en el suelo de mármol. Con instintiva y ciega rapidez Elena se levantó de su asiento y levantó al niño suavemente, con las manos debajo de sus brazos y una sonrisa tranquilizadora en su rostro.
–Está bien, cariño. No creo que te hayas hecho daño realmente, ¿verdad? Se ve que eres un chico muy valiente –
El niño se puso de pie tambaleándose en sus piernas regordetas, con el rostro indeciso entre llorar y no llorar, con un gesto de puchero en sus labios. Era adorable. El pelo rubio oscuro, la piel aceitunada y los ojos enormes... eran de color violeta. Inusual y peculiar.
Muy singular y peculiar.
El shock golpeó a Elena como un puñetazo en las entrañas. Era, de hecho, el tono violeta, único y exacto, que le devolvía su propia mirada en el espejo todos los días. Acompañando ese pensamiento llegó una oleada de algo tan instintivo, tan primario e inexplicable que Elena sintió que el mundo se ponía de cabeza.
Ella se aferró al chiquillo. Él había decidido, obviamente, no llorar y la miraba cándidamente, con la boca abierta en una enorme sonrisa, mostrando sus diminutos dientes de bebé. Se frotó la frente y balbuceó algo ininteligible, pero ella no lo oyó. La conmoción era tan intensa que no podía respirar.
Éste no podía ser él... no podía ser.
¿Estaría alucinando, después de haber soñado con este momento desde hacía tanto tiempo?
Debía ser eso. Quizás haber vuelto fuera demasiado. Tal vez... Pero al mirarlo a la cara, a los ojos… Sabía que racionalmente no podría ser posible, pero, sin embargo, su corazón le decía otra cosa, cada instinto clamaba con fuerza.
Se empezó a desesperar. ¿Esto iba a suceder cada vez que viera un niño de su edad? Seguramente alguien la había visto, alguien tenía que saber ¿verdad? Alguien tenía que apartarlo de ella, porque ella no creía que fuera capaz de moverse nunca más. O de dejarlo ir.
Unos pies calzados de negro aparecieron detrás del niño. Era un hombre y apenas bastó un movimiento borroso para que tuviera una idea de su tamaño, de su magnetismo. Él se agachó para aupar al niño y su olor la invadió. Le era familiar. Su corazón dejó de latir y la sangre se heló en sus venas, a la vez que sus manos caían.
ufff¡¡ genial¡ me dejaste MUY picada con el capitulo jaja¡ espero el próximo con ganas¡ >^.^<
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