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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

21 febrero 2013

Mentiras Capitulo 02


Capítulo 02

A Elena le costó controlar la ira. Lo miró mientras trataba de calmarse.

–Eso no es asunto tuyo.

Vio que Damon apretaba con fuerza los dientes.


–Si ese bebé  es mío, tengo  que saberlo.

Se cruzó de brazos y lo miró con firmeza.

–¿Por qué iba a serlo?

Damon había  tenido la desfachatez de acusarla  de no serle fiel. Por eso no entendía que entrara de esa manera en su apartamento con la sospecha de que el bebé  pudiera ser suyo.

–¿Por qué  me lo preguntas? Estuvimos  comprometidos para  casarnos.  Vivíamos juntos  y teníamos relaciones sexuales como todo  el mundo. Tengo derecho a saber si ese bebé  es mío.

–Bueno, me temo  que  eso no hay manera de saberlo  –le dijo ella sin dejar  de mirarlo–. Después  de todo,  me acosté  con tantos  hombres al mismo  tiempo… incluido tu hermano, que no se te olvide –agregó mientras se encogía de hombros.

Fue hasta la cocina  y Damon la siguió. Sabía que estaba furioso,  podía  sentirlo.

–Eres una mujerzuela, Elena. Una mujerzuela fría y calculadora. Echaste  a perder todo  lo que  teníamos a cambio  de una  aventura sexual fuera  de nuestra relación.

Se giró para mirarlo al oír sus duras palabras. Apretó los puños. Deseaba  abofetearlo más que nada  en el mundo, pero  consiguió controlar la ira.

–Sal de aquí. Vete y no vuelvas nunca más –le dijo. Damon parecía tan  enfadado y frustrado como  lo estaba ella misma.

–No me voy a ninguna parte, Elena. Antes, tienes que decirme lo que quiero saber.

–Este niño  no es tuyo, ¿de acuerdo? ¿Ya estás contento?  Ahora, sal de mi casa.

–Entonces, ¿es de Jamie?

–¿Por qué no se lo preguntas a él?

–Porque nunca hablamos de ti –repuso Damon.

–Yo tampoco quiero hablar de vosotros.  Lo que quiero es que salgas de mi casa. No es tu bebé–insistió ella–. Sal de una vez de mi vida. Yo hice lo que me pediste y salí de la tuya.

–No me dejaste  más salida que pedírtelo.

Cada vez estaba más furiosa,  no podía  creerlo.

–¿Cómo?  Al menos  tú pudiste tomar una  decisión, yo no tuve tanta  suerte.

Damon la miraba con incredulidad.

–Desde luego… Veo que sigues siendo  la misma y que te encanta hacerte la mártir.

Fue hasta la puerta principal y la abrió.  Esperaba que Damon se diera  por aludido. Pero no se movió.

–¿Por qué  vives así, Elena? No puedo entender por  qué  hiciste  lo que  hiciste,  yo te lo habría dado todo.  
De hecho, fui lo bastante generoso como  para darte  bastante dinero cuando rompimos. Me preocupaba que  pudieras verte en una  situación complicada sin mi apoyo económico. Por eso me sorprende tanto  ver que  vives en  un  apartamento como  este y que tienes un trabajo que está muy por debajo  de tus capacidades.

Nunca  había  odiado tanto  a nadie  como odiaba  a Damon en ese momento. Se dio cuenta de que lo odiaba tanto  como  lo había  querido. Tenía  un  nudo en la garganta y no podía  respirar. Recordó el día en el que  se vio frente a él, completamente destrozada, y viendo  cómo  rellenaba un cheque y se lo entregaba sin apenas  mirarla.

Sus ojos le habían demostrado entonces que  no la quería, que nunca la había  querido.
Cuando más lo había  necesitado, Damon la había decepcionado, tratándola como  si no fuera  más que una prostituta.

Sabía que nunca iba a poder perdonárselo.

Muy despacio, volvió a la cocina.  Abrió el cajón donde guardaba el cheque. Lo tenía  dentro de un sobre.  Era un  recordatorio de todos  los sueños  que se habían roto  y de hasta  qué  punto alguien podía llegar  a traicionarla. Lo miraba de vez en  cuando, pero  se había  prometido que  nunca lo haría  efectivo, por muy necesitada que estuviera.

Lo sacó del cajón  y volvió al vestíbulo.  Apretó  el sobre entre sus manos  y se lo tiró a él.

–Ahí tienes tu cheque –le dijo entre dientes–. Llévatelo y sal para siempre de mi vida.
Damon abrió  el sobre y sacó el cheque.


–No lo entiendo –repuso él mirándola de nuevo a los ojos.

–Nunca  lo entendiste –susurró ella–. Y, como veo que no vas a salir del apartamento, me iré yo.

Antes de que  Damon pudiera detenerla, salió y cerró tras ella la puerta.



Damon se quedó mirando el cheque que  tenía  en sus manos  con incredulidad. Se sentía  muy confuso. No entendía por  qué  Elena estaba  tan  enfadada, ni por  qué  le hablaba como  si fuera  un hombre ruin  y despreciable. No creía haberle hecho nada  para que lo tratara de esa manera.

Miró a su alrededor. Era un apartamento pequeño y muy sencillo. Los muebles eran  baratos  y viejos. Fue a la cocina  y abrió  la nevera.  Maldijo entre dientes al ver que solo había  leche, algo de queso y un tarro  de mantequilla de cacahuete. Tampoco encontró  comida  en  los armarios. Cada  vez estaba  más enfadado. No entendía cómo  podía  vivir de esa manera,  ni siquiera  tenía  comida.

Miró de nuevo el cheque que sostenía  en sus manos y sacudió  la cabeza. Había escrito bastantes ceros allí como  para  que  pudiera mantenerse sin trabajar durante muchos meses.  No conseguía comprender por  qué  no lo había  hecho efectivo. Tenía  demasiadas preguntas en la cabeza.
Pensó  que  quizás se sintiera  culpable por  lo que había  hecho y, aunque tarde, tenía  conciencia como para no aceptar su dinero.


Lo único que tenía claro en esos momentos era que no pensaba irse de allí. No tenía ningún sentido que viviera de esa manera y trabajara tanto  cuando podía permitirse llevar una  vida mejor.  Ni siquiera  quería pensar en  cómo  pensaba subsistir  después de  que naciera el pequeño. Ya fuera  o no  su hijo,  no  iba a irse de allí hasta  asegurarse de que  iba a tener una vida digna.

Creía  que  Elena no  se estaba  cuidando. Era algo que  siempre había  hecho él y estaba  dispuesto a seguir haciéndolo, le gustara  a ella o no.

Elena salió por  la parte  de atrás  del edificio.  No volvió al trabajo, aunque sabía que eso habría sido lo más inteligente. Podía  vivir sin cobrar un  día,  pero iba a echar  de menos  las propinas que  había  estado ahorrando durante esos meses.

Necesitaba pensar y tratar de calmarse. Había  dejado de llover, pero  el cielo seguía  estando cubierto y había  grandes nubes  negras  en la distancia.

Ella se sentía  igual por  dentro. Tenía  los ojos llenos de lágrimas,  pero  intentó calmarse.  No quería que Damon tuviera tanto  poder sobre ella.

Había  un  pequeño parque infantil  a tres manzanas de su apartamento. Estaba abandonado. Nunca había  visto niños  jugando allí. Los columpios estaban vacíos y el viento los mecía suavemente.
Se sentó  en uno  de los bancos.  Su mente era un auténtico caos de ira, dolor  y sorpresa.

No sabía qué hacía allí ese hombre.


A Damon le había  sorprendido verla embarazada. Durante esos últimos meses, había pasado  mucho tiempo pensando en su relación y, al mismo tiempo, tratando de olvidarlo.  Pero no podía  hacerlo.
Se había  dado  cuenta de que  habían ido  demasiado deprisa. Pasó muy poco tiempo antes de que lo conociera en  un  restaurante de  Nueva  York hasta que se comprometieran. No había tenido ocasión  de conocerlo de verdad.  Se había  enamorado de él a primera vista y se había  dejado llevar. No se había parado a pensar en que Damon no estuviera siendo  sincero con ella o que en realidad no estuviera  dispuesto a comprometerse.

Los obstáculos que habían tenido entonces le habían parecido insignificantes. Pertenecían a dos mundos distintos. Damon procedía de  una  rica  familia, pero  ella había  sido lo bastante inocente como  para creer  que  eso no  importaba y que  el amor  era  suficiente.  Creía  que  sus amigos  y su familia  acabarían por aceptarla.

Había  sido lo bastante estúpida como  para  concentrarse en ser únicamente la novia perfecta. Dejó sus estudios  en la universidad, permitió que  Damon le aconsejara cómo  vestirse y la convenciera para  que se fuera  a vivir con él.

Había  creído que  el amor  podía  todo,  pero  se había dado  cuenta después de lo equivocada que  había estado. Damon nunca la había querido como ella a él. De otro modo, no la habría traicionado como lo hizo.
Cerró  los ojos y respiró profundamente. No quería llorar.


Cuando terminó todo  entre los dos, ella se había ido  de Nueva York tan  deprisa como  pudo a Houston.  Con mucho trabajo, había  conseguido subsistir en esa ciudad. No era  una  situación ideal,  pero  era todo  lo que tenía.

No iba a poder volver a la universidad hasta  que naciera el bebé. Por eso estaba trabajando tan duro  y ahorrando todo  lo que  podía  para  cuando llegara ese momento. Vivía en  el apartamento más barato que  había  encontrado. Pensaba mudarse a un  sitio mejor  cuando naciera el bebé.  Podría entonces terminar los dos semestres que le quedaban para  licenciarse y, con un poco de suerte,  conseguir así un trabajo mejor.  

No quería depender de Damon Salvatore. Tampoco quería saber nada de su familia ni de su dinero.
Ese era su plan,  pero  la aparición de Damon había conseguido trastocar su vida. Se frotó  las sienes con las yemas de los dedos.  Le dolía  la cabeza  y estaba muy cansada. No sabía qué se traía ese hombre entre manos,  pero  estaba  demasiado agotada para  pensar en ello.

Le molestaba estar reaccionando de esa manera. Creía que no tenía  por qué huir  de él ni esconderse en un  banco  del parque. Ella no  había  hecho nada malo y no iba a permitir que Damon trastocara sus planes.  Estaba  decidida a conseguir que  saliera  de su apartamento y dispuesta a llamar  a la Policía si llegaba el caso.

Creía  que  ese hombre ya no tenía  ningún poder sobre ella.
 Imaginó que había  reaccionado así por la sorpresa. Su aparición había  sido inesperada y no había  tenido  tiempo para reflexionar.

Respiró  profundamente un par de veces para tratar de calmarse. Pero  tenía  un nudo en la garganta. Le dio la impresión de que no le iba a ser nada  fácil librarse  de Damon y que  ese hombre podría llegar  a trastocar sus planes.

Creía  que,  si a Damon se le metía  en la cabeza que ese bebé  era suyo, no iba a poder quitárselo de encima. Pero,  si trataba de convencerlo de que  no  era así, Damon iba a pensar que su hermano era el padre.

La situación era  muy complicada. Lo primero que quería hacer  era sacar a Damon de su piso. No tenía tanto  dinero ni contactos como él, pero tampoco estaba dispuesta a dejar que la avasallara.
Le cayó una  gota de lluvia en la cabeza  y suspiró frustrada. Había  empezado a llover de nuevo.  Si no regresaba al apartamento cuanto antes, acabaría empapada.

De vuelta hacia  allí, consiguió animarse un poco al pensar que  quizás se hubiera ido  ya. Aunque andaba  deprisa, llegó  completamente empapada a casa. Estaba  temblando cuando abrió  la puerta del apartamento.

No le sorprendió ver que Damon seguía en el salón, dando vueltas como un león enjaulado. Se giró hacia ella al oírla entrar.

–¿Dónde  demonios has estado?  –le preguntó enfadado.

–Eso no es asunto tuyo.


–Claro  que  lo es. No volviste al trabajo. Está lloviendo  y estás empapada. ¿Acaso te has vuelto loca?

Se echó  a reír al oírlo.

–Parece  que  sí. O puede que  estuviera  loca y ya no lo esté. Sal de aquí, Damon. Este es mi apartamento y no tienes derecho a estar en mi casa. No puedes hacer  lo que  quieras. Si no  me  dejas otra  opción, te juro que llamaré  la Policía y conseguiré que me den una orden de alejamiento.

Damon la miró sorprendido y con el ceño fruncido.

–¿Acaso crees que te haría daño?

–No creo  que  seas capaz  de pegarme, pero  hay otras maneras de hacer  daño  a la gente.

Él maldijo  entre dientes, parecía frustrado.

–Tienes que comer. No hay nada  de comida  en el apartamento. ¿No te das cuenta de que  tienes  que cuidarte y cuidar del bebé?  Estás trabajando de pie todo  el día y no comes lo suficiente.

–Hablas  como  si de verdad  te importara –repuso ella–. Pero los dos sabemos  que no es así. No te preocupes  por  mí, Damon. Cuido  muy bien  de mí misma y también del bebé.

Damon fue hacia ella con ira.

–Claro  que  me  importa. No fui yo el que  echó todo a perder. Fuiste tú la que lo hiciste, que no se te olvide.

No podía  creerlo. Levantó  la mano  temblorosa y le señaló la puerta.

–Sal de aquí.  Ahora  mismo  –le dijo con  firmeza.

–De acuerdo. Me iré, pero  volveré mañana a las nueve de la mañana –repuso Damon.
 Frunció el ceño  al oír sus palabras.

–Tienes  cita con el médico y voy a llevarte.

Se dio cuenta de que  había  aprovechado bien  el tiempo que le había  dejado solo en su apartamento. Aunque un  hombre con  los contactos que  tenía  él, sólo necesitaba hacer  un  par  de llamadas  para  conseguir cualquier cosa que pudiera necesitar.

–Puede que  no  lo entiendas, Damon. Tendré que dejártelo muy claro. No pienso  ir a ningún sitio contigo. No somos  nada  y no  tienes  que  cuidar de mí. Tengo mi propio médico y no  vas a llevarme  a ningún otro.

–¿Y cuándo fue la última  vez que  viste a tu médico? –le preguntó él–. Tienes  muy mal aspecto,  Elena. No te estás cuidando. Y eso no  puede ser bueno ni para ti ni para el bebé.

–No finjas que te importa –insistió ella–. Limítate a salir de aquí, por favor.

Damon abrió  la boca  para  protestar, pero  no  lo hizo. Fue hacia la puerta y se giró antes de salir.

–A las nueve de la mañana. Voy a llevarte al médico lo quieras  o no.

–Cuando las ranas críen pelo –murmuró ella mientras cerraba la puerta de golpe.

A la mañana siguiente, Elena se despertó temprano, como hacía cada día. Pero miró el reloj y vio que había dormido más de la cuenta. Iba a tener que darse prisa para llegar al restaurante a las seis. Se duchó rápidamente y se vistió.

 Cuando abrió la puerta para salir de casa, suspiró al ver que  Damon no  la esperaba en las escaleras.  Ese hombre estaba  trastornando su vida y consiguiendo que se convirtiera en una  persona paranoica. Se dio cuenta de que no había conseguido olvidarlo.  Lo había sabido  en  cuanto lo vio en  el restaurante el día anterior.

Pocos minutos después, llegó al trabajo. Kelly  ya estaba sirviendo  desayunos  a los clientes  más madrugadores. Se puso el delantal y salió al comedor con el blog de notas  en la mano.  Durante la primera hora, intentó concentrarse en  el trabajo y no  pensar en Damon, pero  no  tuvo demasiado éxito.  Se equivocó con  tres de los desayunos  que  sirvió y derramó café caliente encima de uno  de sus clientes.  

Decidió  que lo mejor  que podía  hacer  era volver a la cocina  y tratar de calmarse.
Estaba ya un  poco  mejor  y lista para  volver a trabajar cuando entró Matt en la cocina hecho una furia.

–¿Qué  demonios estás haciendo aquí?  –le preguntó.

–Trabajo aquí, ¿no lo recuerdas? –repuso ella con el ceño  fruncido.

–Ya no. Fuera de aquí.

Palideció  al oírlo  y se le hizo un  nudo en la garganta.  No podía  creerlo.

–¿Me estás despidiendo?

–Ayer te fuiste del restaurante durante las horas de más trabajo. Sin decir nada,  sin avisar. Y no volviste durante todo  el día.  ¿Qué  demonios esperabas?

 Vuelves hoy como si no hubiera pasado  nada  y varios clientes  se han  quejado.

Respiró  profundamente y trató  de tranquilizarse.

–Matt,  necesito este trabajo. Ayer… no  me encontraba bien, ¿de acuerdo? No volverá a ocurrir.

–Eso ya lo sé. No volverá a pasar.  No debería haberte  contratado –le dijo su jefe–. Pero  necesitaba desesperadamente una  camarera. De otro  modo, nunca habría contratado a una embarazada.

No quería tener que suplicarle, pero  no le quedaba otra  opción. Sabía que nadie  iba a contratarla en su estado.  Solo necesitaba unos  meses  más, hasta que  naciera el bebé.  Para  entonces, esperaba haber podido ahorrar ya dinero suficiente como  para  poder  cuidar  del niño  durante unos  meses y terminar la carrera.

–Por favor –le dijo con lágrimas en los ojos–. Dame otra oportunidad. Nunca  volveré a quejarme, lo prometo.  Ni volveré a faltar. Necesito  este trabajo.

Pero Matt sacó un sobre del bolsillo de su camisa y se lo entregó.

–Aquí tienes  lo que  se te debe,  menos  el día de ayer, claro.

Lo aceptó con manos temblorosas. Matt salió de la cocina  sin decir nada  más.
Estaba  furiosa.  Aunque habían pasado  meses, Damon seguía arruinando su vida. Se quitó  el delantal y lo tiró  al suelo.  Salió por  la puerta de atrás  como había  hecho el día anterior.

De vuelta al apartamento, miró  el sobre  que  llevaba en la mano.  Se sentía  desolada. Y se arrepintió en  ese momento de haber dejado que  el orgullo la dominara. Debería haber aceptado el cheque que Damon le dio. Así habría tenido la oportunidad de terminar sus estudios  y poder cuidar  de su pequeño.

Tenía  muchas razones  para  rechazar su dinero y para  haber roto  ese cheque en  mil pedazos.  Creía que por eso lo había  conservado durante seis meses, porque una parte  de ella esperaba poder tener la satisfacción  de devolvérselo  en persona.

Había  sido importante para  ella poder hacerlo y que Damon no tuviera la satisfacción  de acallar su conciencia  con ese dinero como  si fuera  una  prostituta.

Pero  su maldito orgullo había  sido la causa  de que  tuviera  que  trabajar de pie durante muchas horas al día y de que  no pudiera permitirse un apartamento algo mejor.

Decidió que tenía  que dejar de lado su orgullo, ir al primer banco  que  encontrara y hacer  efectivo el cheque de Damon Salvatore.

1 comentario:

  1. interesante¡ me encanto y tiene una pinta buenísima¡ espero el próximo¡ y me muero de la curiosidad por saber lo que ocurrió de verdad (y eso que solo va por el 2) jaja gracias y espero el próximo >^.^<

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