Capítulo 02
A Elena
le costó controlar la ira. Lo miró mientras trataba de calmarse.
–Eso
no es asunto tuyo.
Vio
que Damon apretaba con fuerza los dientes.
–Si
ese bebé es mío, tengo que saberlo.
Se
cruzó de brazos y lo miró con firmeza.
–¿Por
qué iba a serlo?
Damon
había tenido la desfachatez de
acusarla de no serle fiel. Por eso no
entendía que entrara de esa manera en su apartamento con la sospecha de que el
bebé pudiera ser suyo.
–¿Por
qué me lo preguntas? Estuvimos comprometidos para casarnos.
Vivíamos juntos y teníamos
relaciones sexuales como todo el mundo.
Tengo derecho a saber si ese bebé es
mío.
–Bueno,
me temo que eso no hay manera de saberlo –le dijo ella sin dejar de mirarlo–. Después de todo,
me acosté con tantos hombres al mismo tiempo… incluido tu hermano, que no se te
olvide –agregó mientras se encogía de hombros.
Fue
hasta la cocina y Damon la siguió. Sabía
que estaba furioso, podía sentirlo.
–Eres
una mujerzuela, Elena. Una mujerzuela fría y calculadora. Echaste a perder todo
lo que teníamos a cambio de una
aventura sexual fuera de nuestra
relación.
Se
giró para mirarlo al oír sus duras palabras. Apretó los puños. Deseaba abofetearlo más que nada en el mundo, pero consiguió controlar la ira.
–Sal
de aquí. Vete y no vuelvas nunca más –le dijo. Damon parecía tan enfadado y frustrado como lo estaba ella misma.
–No me
voy a ninguna parte, Elena. Antes, tienes que decirme lo que quiero saber.
–Este
niño no es tuyo, ¿de acuerdo? ¿Ya estás
contento? Ahora, sal de mi casa.
–Entonces,
¿es de Jamie?
–¿Por
qué no se lo preguntas a él?
–Porque
nunca hablamos de ti –repuso Damon.
–Yo
tampoco quiero hablar de vosotros. Lo
que quiero es que salgas de mi casa. No es tu bebé–insistió ella–. Sal de una
vez de mi vida. Yo hice lo que me pediste y salí de la tuya.
–No me
dejaste más salida que pedírtelo.
Cada
vez estaba más furiosa, no podía creerlo.
–¿Cómo? Al menos
tú pudiste tomar una decisión, yo
no tuve tanta suerte.
Damon
la miraba con incredulidad.
–Desde
luego… Veo que sigues siendo la misma y
que te encanta hacerte la mártir.
Fue
hasta la puerta principal y la abrió.
Esperaba que Damon se diera por
aludido. Pero no se movió.
–¿Por
qué vives así, Elena? No puedo entender
por qué
hiciste lo que hiciste,
yo te lo habría dado todo.
De
hecho, fui lo bastante generoso como para
darte bastante dinero cuando rompimos.
Me preocupaba que pudieras verte en
una situación complicada sin mi apoyo
económico. Por eso me sorprende tanto
ver que vives en un
apartamento como este y que
tienes un trabajo que está muy por debajo
de tus capacidades.
Nunca había
odiado tanto a nadie como odiaba
a Damon en ese momento. Se dio cuenta de que lo odiaba tanto como
lo había querido. Tenía un
nudo en la garganta y no podía
respirar. Recordó el día en el que
se vio frente a él, completamente destrozada, y viendo cómo
rellenaba un cheque y se lo entregaba sin apenas mirarla.
Sus
ojos le habían demostrado entonces que
no la quería, que nunca la había
querido.
Cuando
más lo había necesitado, Damon la había
decepcionado, tratándola como si no
fuera más que una prostituta.
Sabía
que nunca iba a poder perdonárselo.
Muy
despacio, volvió a la cocina. Abrió el
cajón donde guardaba el cheque. Lo tenía
dentro de un sobre. Era un recordatorio de todos los sueños
que se habían roto y de
hasta qué punto alguien podía llegar a traicionarla. Lo miraba de vez en cuando, pero
se había prometido que nunca lo haría efectivo, por muy necesitada que estuviera.
Lo
sacó del cajón y volvió al
vestíbulo. Apretó el sobre entre sus manos y se lo tiró a él.
–Ahí
tienes tu cheque –le dijo entre dientes–. Llévatelo y sal para siempre de mi
vida.
Damon
abrió el sobre y sacó el cheque.
–No lo
entiendo –repuso él mirándola de nuevo a los ojos.
–Nunca lo entendiste –susurró ella–. Y, como veo que
no vas a salir del apartamento, me iré yo.
Antes
de que Damon pudiera detenerla, salió y
cerró tras ella la puerta.
Damon
se quedó mirando el cheque que
tenía en sus manos con incredulidad. Se sentía muy confuso. No entendía por qué Elena
estaba tan enfadada, ni por qué le
hablaba como si fuera un hombre ruin y despreciable. No creía haberle hecho
nada para que lo tratara de esa manera.
Miró a
su alrededor. Era un apartamento pequeño y muy sencillo. Los muebles eran baratos
y viejos. Fue a la cocina y
abrió la nevera. Maldijo entre dientes al ver que solo
había leche, algo de queso y un tarro de mantequilla de cacahuete. Tampoco encontró comida
en los armarios. Cada vez estaba
más enfadado. No entendía cómo
podía vivir de esa manera, ni siquiera
tenía comida.
Miró
de nuevo el cheque que sostenía en sus
manos y sacudió la cabeza. Había escrito
bastantes ceros allí como para que
pudiera mantenerse sin trabajar durante muchos meses. No conseguía comprender por qué no
lo había hecho efectivo. Tenía demasiadas preguntas en la cabeza.
Pensó que
quizás se sintiera culpable
por lo que había hecho y, aunque tarde, tenía conciencia como para no aceptar su dinero.
Lo
único que tenía claro en esos momentos era que no pensaba irse de allí. No
tenía ningún sentido que viviera de esa manera y trabajara tanto cuando podía permitirse llevar una vida mejor.
Ni siquiera quería pensar en cómo
pensaba subsistir después de que naciera el pequeño. Ya fuera o no
su hijo, no iba a irse de allí hasta asegurarse de que iba a tener una vida digna.
Creía que Elena
no se estaba cuidando. Era algo que siempre había
hecho él y estaba dispuesto a seguir
haciéndolo, le gustara a ella o no.
Elena
salió por la parte de atrás
del edificio. No volvió al
trabajo, aunque sabía que eso habría sido lo más inteligente. Podía vivir sin cobrar un día,
pero iba a echar de menos las propinas que había
estado ahorrando durante esos meses.
Necesitaba
pensar y tratar de calmarse. Había dejado
de llover, pero el cielo seguía estando cubierto y había grandes nubes
negras en la distancia.
Ella
se sentía igual por dentro. Tenía
los ojos llenos de lágrimas,
pero intentó calmarse. No quería que Damon tuviera tanto poder sobre ella.
Había un
pequeño parque infantil a tres
manzanas de su apartamento. Estaba abandonado. Nunca había visto niños
jugando allí. Los columpios estaban vacíos y el viento los mecía
suavemente.
Se
sentó en uno de los bancos. Su mente era un auténtico caos de ira,
dolor y sorpresa.
No
sabía qué hacía allí ese hombre.
A Damon
le había sorprendido verla embarazada.
Durante esos últimos meses, había pasado
mucho tiempo pensando en su relación y, al mismo tiempo, tratando de
olvidarlo. Pero no podía hacerlo.
Se
había dado cuenta de que
habían ido demasiado deprisa. Pasó
muy poco tiempo antes de que lo conociera en
un restaurante de Nueva
York hasta que se comprometieran. No había tenido ocasión de conocerlo de verdad. Se había
enamorado de él a primera vista y se había dejado llevar. No se había parado a pensar en
que Damon no estuviera siendo sincero
con ella o que en realidad no estuviera
dispuesto a comprometerse.
Los
obstáculos que habían tenido entonces le habían parecido insignificantes.
Pertenecían a dos mundos distintos. Damon procedía de una
rica familia, pero ella había
sido lo bastante inocente como
para creer que eso no
importaba y que el amor era
suficiente. Creía que
sus amigos y su familia acabarían por aceptarla.
Había sido lo bastante estúpida como para
concentrarse en ser únicamente la novia perfecta. Dejó sus estudios en la universidad, permitió que Damon le aconsejara cómo vestirse y la convenciera para que se fuera
a vivir con él.
Había creído que
el amor podía todo,
pero se había dado cuenta después de lo equivocada que había estado. Damon nunca la había querido
como ella a él. De otro modo, no la habría traicionado como lo hizo.
Cerró los ojos y respiró profundamente. No quería
llorar.
Cuando
terminó todo entre los dos, ella se
había ido de Nueva York tan deprisa como
pudo a Houston. Con mucho
trabajo, había conseguido subsistir en
esa ciudad. No era una situación ideal, pero
era todo lo que tenía.
No iba
a poder volver a la universidad hasta
que naciera el bebé. Por eso estaba trabajando tan duro y ahorrando todo lo que
podía para cuando llegara ese momento. Vivía en el apartamento más barato que había
encontrado. Pensaba mudarse a un
sitio mejor cuando naciera el
bebé. Podría entonces terminar los dos
semestres que le quedaban para licenciarse
y, con un poco de suerte, conseguir así
un trabajo mejor.
No quería depender de Damon
Salvatore. Tampoco quería saber nada de su familia ni de su dinero.
Ese
era su plan, pero la aparición de Damon había conseguido trastocar
su vida. Se frotó las sienes con las
yemas de los dedos. Le dolía la cabeza
y estaba muy cansada. No sabía qué se traía ese hombre entre manos, pero
estaba demasiado agotada
para pensar en ello.
Le
molestaba estar reaccionando de esa manera. Creía que no tenía por qué huir
de él ni esconderse en un
banco del parque. Ella no había
hecho nada malo y no iba a permitir que Damon trastocara sus planes. Estaba
decidida a conseguir que
saliera de su apartamento y
dispuesta a llamar a la Policía si llegaba
el caso.
Creía que
ese hombre ya no tenía ningún
poder sobre ella.
Imaginó que había reaccionado así por la sorpresa. Su aparición
había sido inesperada y no había tenido
tiempo para reflexionar.
Respiró profundamente un par de veces para tratar de
calmarse. Pero tenía un nudo en la garganta. Le dio la impresión
de que no le iba a ser nada fácil
librarse de Damon y que ese hombre podría llegar a trastocar sus planes.
Creía que,
si a Damon se le metía en la
cabeza que ese bebé era suyo, no iba a
poder quitárselo de encima. Pero, si
trataba de convencerlo de que no era así, Damon iba a pensar que su hermano
era el padre.
La
situación era muy complicada. Lo primero
que quería hacer era sacar a Damon de su
piso. No tenía tanto dinero ni contactos
como él, pero tampoco estaba dispuesta a dejar que la avasallara.
Le
cayó una gota de lluvia en la
cabeza y suspiró frustrada. Había empezado a llover de nuevo. Si no regresaba al apartamento cuanto antes,
acabaría empapada.
De
vuelta hacia allí, consiguió animarse un
poco al pensar que quizás se hubiera
ido ya. Aunque andaba deprisa, llegó completamente empapada a casa. Estaba temblando cuando abrió la puerta del apartamento.
No le
sorprendió ver que Damon seguía en el salón, dando vueltas como un león
enjaulado. Se giró hacia ella al oírla entrar.
–¿Dónde demonios has estado? –le preguntó enfadado.
–Eso
no es asunto tuyo.
–Claro que lo
es. No volviste al trabajo. Está lloviendo
y estás empapada. ¿Acaso te has vuelto loca?
Se
echó a reír al oírlo.
–Parece que
sí. O puede que estuviera loca y ya no lo esté. Sal de aquí, Damon.
Este es mi apartamento y no tienes derecho a estar en mi casa. No puedes hacer lo que
quieras. Si no me dejas otra
opción, te juro que llamaré la
Policía y conseguiré que me den una orden de alejamiento.
Damon
la miró sorprendido y con el ceño fruncido.
–¿Acaso
crees que te haría daño?
–No
creo que
seas capaz de pegarme, pero hay otras maneras de hacer daño a
la gente.
Él maldijo entre dientes, parecía frustrado.
–Tienes
que comer. No hay nada de comida en el apartamento. ¿No te das cuenta de
que tienes que cuidarte y cuidar del bebé? Estás trabajando de pie todo el día y no comes lo suficiente.
–Hablas como
si de verdad te importara –repuso
ella–. Pero los dos sabemos que no es
así. No te preocupes por mí, Damon. Cuido muy bien
de mí misma y también del bebé.
Damon
fue hacia ella con ira.
–Claro que
me importa. No fui yo el que echó todo a perder. Fuiste tú la que lo
hiciste, que no se te olvide.
No
podía creerlo. Levantó la mano
temblorosa y le señaló la puerta.
–Sal
de aquí. Ahora mismo
–le dijo con firmeza.
–De
acuerdo. Me iré, pero volveré mañana a
las nueve de la mañana –repuso Damon.
Frunció el ceño al oír sus palabras.
–Tienes cita con el médico y voy a llevarte.
Se dio
cuenta de que había aprovechado bien el tiempo que le había dejado solo en su apartamento. Aunque un hombre con
los contactos que tenía él, sólo necesitaba hacer un
par de llamadas para
conseguir cualquier cosa que pudiera necesitar.
–Puede
que no
lo entiendas, Damon. Tendré que dejártelo muy claro. No pienso ir a ningún sitio contigo. No somos nada y
no tienes que
cuidar de mí. Tengo mi propio médico y no vas a llevarme a ningún otro.
–¿Y
cuándo fue la última vez que viste a tu médico? –le preguntó él–.
Tienes muy mal aspecto, Elena. No te estás cuidando. Y eso no puede ser bueno ni para ti ni para el bebé.
–No
finjas que te importa –insistió ella–. Limítate a salir de aquí, por favor.
Damon
abrió la boca para
protestar, pero no lo hizo. Fue hacia la puerta y se giró antes
de salir.
–A las
nueve de la mañana. Voy a llevarte al médico lo quieras o no.
–Cuando
las ranas críen pelo –murmuró ella mientras cerraba la puerta de golpe.
A la
mañana siguiente, Elena se despertó temprano, como hacía cada día. Pero miró el
reloj y vio que había dormido más de la cuenta. Iba a tener que darse prisa
para llegar al restaurante a las seis. Se duchó rápidamente y se vistió.
Cuando abrió la puerta para salir de casa,
suspiró al ver que Damon no la esperaba en las escaleras. Ese hombre estaba trastornando su vida y consiguiendo que se
convirtiera en una persona paranoica. Se
dio cuenta de que no había conseguido olvidarlo. Lo había sabido en
cuanto lo vio en el restaurante
el día anterior.
Pocos
minutos después, llegó al trabajo. Kelly
ya estaba sirviendo desayunos a los clientes más madrugadores. Se puso el delantal y salió
al comedor con el blog de notas en la
mano. Durante la primera hora, intentó
concentrarse en el trabajo y no pensar en Damon, pero no
tuvo demasiado éxito. Se equivocó
con tres de los desayunos que
sirvió y derramó café caliente encima de uno de sus clientes.
Decidió
que lo mejor que podía hacer era volver a la cocina y tratar de calmarse.
Estaba
ya un poco mejor
y lista para volver a trabajar
cuando entró Matt en la cocina hecho una furia.
–¿Qué demonios estás haciendo aquí? –le preguntó.
–Trabajo
aquí, ¿no lo recuerdas? –repuso ella con el ceño fruncido.
–Ya
no. Fuera de aquí.
Palideció al oírlo
y se le hizo un nudo en la garganta. No podía
creerlo.
–¿Me
estás despidiendo?
–Ayer
te fuiste del restaurante durante las horas de más trabajo. Sin decir nada, sin avisar. Y no volviste durante todo el día.
¿Qué demonios esperabas?
Vuelves hoy como si no hubiera pasado nada y
varios clientes se han quejado.
Respiró profundamente y trató de tranquilizarse.
–Matt, necesito este trabajo. Ayer… no me encontraba bien, ¿de acuerdo? No volverá a
ocurrir.
–Eso
ya lo sé. No volverá a pasar. No debería
haberte contratado –le dijo su jefe–.
Pero necesitaba desesperadamente
una camarera. De otro modo, nunca habría contratado a una
embarazada.
No
quería tener que suplicarle, pero no le
quedaba otra opción. Sabía que
nadie iba a contratarla en su
estado. Solo necesitaba unos meses
más, hasta que naciera el
bebé. Para entonces, esperaba haber podido ahorrar ya dinero
suficiente como para poder
cuidar del niño durante unos
meses y terminar la carrera.
–Por
favor –le dijo con lágrimas en los ojos–. Dame otra oportunidad. Nunca volveré a quejarme, lo prometo. Ni volveré a faltar. Necesito este trabajo.
Pero Matt
sacó un sobre del bolsillo de su camisa y se lo entregó.
–Aquí
tienes lo que se te debe,
menos el día de ayer, claro.
Lo
aceptó con manos temblorosas. Matt salió de la cocina sin decir nada más.
Estaba furiosa.
Aunque habían pasado meses, Damon
seguía arruinando su vida. Se quitó el
delantal y lo tiró al suelo. Salió por
la puerta de atrás como
había hecho el día anterior.
De
vuelta al apartamento, miró el
sobre que llevaba en la mano. Se sentía
desolada. Y se arrepintió en ese
momento de haber dejado que el orgullo
la dominara. Debería haber aceptado el cheque que Damon le dio. Así habría
tenido la oportunidad de terminar sus estudios
y poder cuidar de su pequeño.
Tenía muchas razones para
rechazar su dinero y para haber
roto ese cheque en mil pedazos.
Creía que por eso lo había
conservado durante seis meses, porque una parte de ella esperaba poder tener la satisfacción de devolvérselo en persona.
Había sido importante para ella poder hacerlo y que Damon no tuviera la
satisfacción de acallar su conciencia con ese dinero como si fuera
una prostituta.
Pero su maldito orgullo había sido la causa
de que tuviera que
trabajar de pie durante muchas horas al día y de que no pudiera permitirse un apartamento algo
mejor.
Decidió
que tenía que dejar de lado su orgullo,
ir al primer banco que encontrara y hacer efectivo el cheque de Damon Salvatore.
interesante¡ me encanto y tiene una pinta buenísima¡ espero el próximo¡ y me muero de la curiosidad por saber lo que ocurrió de verdad (y eso que solo va por el 2) jaja gracias y espero el próximo >^.^<
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