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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

07 julio 2013

En tus brazos Capitulo 20

Capítulo 20

Jamás en su vida había deseado Damon pegar tanto a una persona como cuando vio a Elena salir de la vista y se giró después hacia Barksdale, que sonreía satisfecho.
Había agarrado el respaldo de la silla con fuerza para no dejar escapar su rabia. Para no estrangular al hombre que acababa de asestarle el golpe más bajo que sabía que podía asestarle.
Sólo la perseverancia adquirida a lo largo de los años le permitió seguir adelante con la vista. Aunque tras el testimonio de una docena de testigos al juez le quedó claro que Barksdale iría a juicio, Damon aún tenía trabajo que hacer, pues como el villano había dicho, las alegaciones que relacionaban a los demás con el radicalismo en la zona eran tomadas muy en serio en aquellos tiempos difíciles.
Para su sorpresa, el sargento Russell no contestó a las acusaciones de Barksdale. Aunque dijo que nunca había participado en acciones violentas, admitió haberle llevado mensajes al grupo que se reunía en la posada. Los otros también habían confesado libremente sus contactos.
Damon intentó negociar con el juez para que les concediera un indulto, pero de nada le sirvió. El magistrado mandó a juicio al sargento Russell y a los demás hombres que habían participado en el grupo, lo cual dejaba la posibilidad de que algunos pudieran ser deportados, si no colgados.
Tendría que pedirle a Tyler que ejerciese toda su influencia en el Parlamento para evitar eso. Había veces en que ser un aristócrata tenía sus beneficios.
Aunque probablemente no en lo referente a Elena. A la primera oportunidad que encontró, había abandonado la vista para ir a Blenhem e intentar convencer a Elena Gilbert de que no lo odiara por haber mentido.
Con la mano aún apoyada en su puerta, se dijo a sí mismo que al menos tendría que escucharlo. Pero según pasaban los segundos y ella no contestaba, Damon apoyó la cabeza derrotado contra la madera. Estaba intentando decidir si entrar de todas formas cuando la puerta se abrió.
Con ojos rojos que indicaban que había estado llorando, Elena le dirigió una mirada breve, como si no pudiera soportar mirarlo.
—¿Quieres acompañarme al estudio? —le preguntó.
—Preferiría no hacerlo, pero supongo que, para ser justa, al menos debería dejarte hablar.
Increíblemente aliviado, Damon se echó a un lado para dejarla pasar.
Aún evitando su mirada, Elena se sentó en el estudio, en un sillón junto al fuego, al otro lado de la habitación, donde normalmente solía sentarse a su lado.
—Di lo que quieras.
Damon relató brevemente lo ocurrido de camino a Blenhem Hill, sus preocupaciones sobre el futuro de la finca y por qué había decidido ocultar su identidad.
Tras concluir, ella asintió educadamente, como si acabase de demostrarle un teorema geométrico.
—Admito que era necesario desenmascarar a los villanos responsables del ataque y al líder del grupo. Pero, después de que nos conociéramos mejor, ¿por qué no podías haberme dicho la verdad? No pensarías que yo tenía algo que ver con ello.
—Al principio no estaba seguro —admitió él—. Tu hermano acababa de ser despedido, no por mí, en circunstancias no muy ideales. Pensé que tú podrías ser parte de algún plan para readmitirlo. Tus acciones pronto me convencieron de lo contrario. Pero a juzgar por los sentimientos que expresaste sobre la situación de hombres como Jesse Russell, pensé que tal vez simpatizaras con la causa reformista.
—¿Me creías capaz de apoyar a los delincuentes? —preguntó ella—. Veo que me equivoqué al pensar que se había forjado una amistad y una confianza entre nosotros.
—¡No, no te equivocaste! —respondió él—. Confianza, amistad y afecto. Enseguida descubrí que tenías buen corazón. Sobre todo después de que me contaras la visita de Hampton y expresaras tus temores sobre él y sobre el desasosiego generalizado. Después de eso, sólo me importaba que te mantuvieses alejada de lo que estuviese ocurriendo. A salvo. Eres por naturaleza abierta y sincera. Si Hampton o Russell hubieran venido buscando noticias, yo no quería que tuvieras información que pudieras tener que esconder. Información que, de ser revelada, podría ponerte en peligro.
—Acabé en peligro de todas formas, sin saberlo —dijo ella.
—Además de haberte mentido, haberte puesto en peligro sin quererlo es lo que más lamento. Pero no puedes dudar que lo que siento por ti, lo que hemos compartido, sea genuino. Cuando nos acostamos hace dos noches…
—¡Por favor, no hables de eso!
—Pero debo hablar. Te amo, Elena. Te quiero en mi vida, permanentemente. Deseo casarme contigo…
—¡No! —gritó ella poniéndose en pie de un salto, con las lágrimas resbalándole por la mejilla—. ¡No te atrevas a decirme eso! Ahora no. No cuando sabes lo fácil que sería tentarme con caricias, convencerme para volver a tu cama una y otra vez con promesas de matrimonio que nunca llegan, hasta que todo el mundo sepa que soy mujer de un solo hombre y ya no haga falta hacer falsas promesas.
—¿Crees que te traicionaría así?
—¿Quieres decir otra vez?
—¿Entonces crees que todo lo que hemos compartido era falso?
—Sí. No… ¡No lo sé! Ahora mismo no sé quién soy ni quién eres tú.
—Sí sabes quién soy yo —dijo él—. Soy el mismo hombre que trabajaba en la escuela contigo. El que visitaba a los arrendatarios para convencerlos de dejar a sus hijos asistir a la escuela. El amigo con el que has pasado horas cada noche hablando de todos los temas imaginables. Lo único diferente ahora es que has descubierto algo más de mi nombre.
—Ese «algo más» lo cambia todo. Creía que éramos compañeros, iguales. Que estábamos a la misma altura. Pensé que eras un simple gerente, no el propietario… —de pronto se detuvo—. El que le compró la propiedad a lord Englemere. No la compraste en el mercado… lo conocías desde hacía años, según dijiste, y lo tenías en alta estima. Maldición, es un amigo íntimo, ¿verdad?
—Sí —admitió Damon.
—¡Oh, esto es cada vez mejor! —exclamó ella dando vueltas de un lado a otro de la habitación—. Qué divertido debió de parecerte cuando me metí con él… y con toda la aristocracia. No es de extrañar que tuvieras tan poco que decir al respecto. Lo cual hace que me sienta más avergonzada. ¿Cómo no ibas a verme como a una fresca que intentaba tentar a un hombre adinerado?
Sabiendo que merecía su furia, Damon toleraría muchas cosas, pero no ésa.
—¡No fue así! —exclamó poniéndose en pie también—. Me entregué a ti por amor, al igual que tú. Insúltame si quieres, pero no permitiré que ensucies lo que compartimos.
Cada músculo de su cuerpo ansiaba abrazarla para reforzar la verdad que llevaban sus palabras. Pero, al darse cuenta de su intención, ella levantó ambas manos para impedírselo.
—¡No me toques! ¡No, te lo ruego! —gritó mientras comenzaba a llorar de nuevo—. ¡No puedo soportarlo! No sé qué pensar de ti… ni de mí. Necesito tiempo. Tiempo para determinar si puedo creer lo que dices cuando ya me has mentido antes. Para decidir qué hacer después. No puedo solucionar esto contigo aquí, mirándome, y con el servicio cuchicheando, sabiendo que has estado en mi cama. Me marcharé mañana por la mañana. Me marcharé y no podrás impedírmelo —añadió cuando Damon abrió la boca para protestar—. Por favor, si realmente me quieres, déjame ir en paz.
¿Dejarla ir en paz? La idea hacía que le diese vueltas el estómago. Que se marchara era lo último que deseaba en el mundo. Si se marchaba, ¿cómo podría convencerla para que le diera otra oportunidad?
—Entiendo que quieras marcharte de la mansión. ¿Pero qué hay de la escuela y de los alumnos? Les hiciste una promesa. Podríamos acomodarte en otro sitio, cerca de la escuela.
—No —dijo ella—. Claro que tengo una responsabilidad para con los niños. Cuando haya decidido qué hacer, regresaré, al menos hasta que encontremos otra maestra. Pero no hasta que no se me prepare una casa en la que pueda vivir; lo cual, dada mi experiencia con la escuela, podría tardar semanas.
—¿Y qué pasa con Davie? ¡Él cuenta contigo!
—Me olvidará —contestó ella mirando hacia otro lado—. Sir Damon puede hacer por él mucho más de lo que yo podría hacer nunca.
—Está mucho más unido a ti que a mí. No hace falta que te marches mientras te preparan una casa. Quédate en el pueblo. ¡En la posada! El señor Kirkbride estará encantado de ofrecerte alojamiento, que sería financiado por la finca. Por lo que respecta a la gente de Blenhem, podríamos decir que desde el principio el plan había sido acomodar a la maestra más cerca de la escuela.
—¿Quedarme en el pueblo, cuando todo el mundo sepa lo de nuestra… relación? —preguntó ella—. ¡Por qué claro que se sabrá la noticia! Puede que la señora Winston o Elijah no digan nada, ¿pero crees que las doncellas dejarán escapar un cotilleo tan jugoso? Si me marcho inmediatamente tal vez la noticia pierda interés, sobre todo si les dices que las revelaciones de Barksdale me hicieron marcharme a Londres inmediatamente a buscar a mi hermano.
—Nunca es adecuado tomar una decisión cuando uno está enfadado —dijo él, desesperado y sin más argumentos—. Márchate si sientes que debes hacerlo, pero por favor, Elena, espera al menos unos días. No puedo soportar pensar que nos separemos estando enfadada.
—Damon, si cedo a tu persuasión y me quedo, aunque sea unos días, me conocerán como tu amante. Acabaré despreciándome a mí misma… y a ti. Por favor, déjame marchar.
Damon jamás se había enfrentado a un desafío que no fuese capaz de dominar.
Pero Elena tenía razón. No podía obligarla a amarlo. La Elena que había escapado de lord Lookbood, que había insistido en ir al incendio para curar a los heridos, la que se había enfrentado a Barksdale, tal vez tomaría una decisión que no le gustaría si la presionaba más en ese momento.
Además, si después de tener tiempo para pensar en ello, decidía creer que lo que había entre ellos no era algo maravilloso que mereciese la pena salvar, entonces no importaba nada de lo que él pudiera decir o hacer.
Finalmente Damon se obligó a pronunciar las palabras más duras que jamás había pronunciado.
—Entonces vete, si quieres.
—Gracias —susurró ella.
—Has hablado de irte a Londres —dijo él entonces—. Deja que te envíe con lord Englemere…
—¡Jamás! —gritó Elena—. ¿El hombre que desencadenó toda esta catástrofe? Englemere es la última persona en Inglaterra con la que deseo ponerme en contacto. Iré a ver al abogado de Matt, que sabrá cómo contactar con él y con el resto de mi familia.
—Lord Englemere es tu familia —insistió Damon—. Un primo carnal que ahora vive en Londres.
—Prefiero quedarme con los de mi mismo estatus.
—Así sería. Eres la hija de un caballero; él es hijo de un caballero. Además, has dicho que querías buscar a tu hermano. Ponte en contacto con su abogado, pero, si él no sabe dónde está, Englemere podría ayudarte a buscarlo, si realmente deseas localizarlo lo antes posible.
Finalmente había dicho algo que había logrado distraerla. Elena se enderezó, se secó las lágrimas y lo miró.
—¡No puedes imaginar lo alarmada que me sentí! Sabía que no podía haber estado tan engañada con la personalidad de Matt. Barksdale me dijo que mi hermano había descubierto su juego y, cuando amenazó con despedirlo, él engañó a Martin para que consiguiese que lo despidieran. Después, Barksdale me dijo que se ocupó de Matt. No puedo imaginar lo que le hizo, pero dada su crueldad, temo que le haya hecho mucho daño.
Así que Gilbert había descubierto al fin la culpabilidad de su ayudante, pensó Damon. Tal vez el hombre no fuese tan malo, después de todo.
—¿Barksdale amenazó a tu hermano? Lord Englemere querrá saberlo. Tu hermano también es su primo. Si Gilbert fue despedido injustamente, Englemere querrá compensarlo; si Barksdale cometió alguna ofensa contra tu hermano, querrá encontrarlo y hacer que preste declaración sobre ese villano. Además, te debo al menos una parte de tu salario. Pero, como mencioné después del incendio, me queda poco dinero en efectivo. No exageraba cuando dije que tendría que pedirle un préstamo a Englemere para reconstruir la hilandería. Si accedes a verlo, él podrá pagarte lo que se te debe. Déjame al menos hacer eso. Cuando hayas hablado con él sobre tu hermano, podrás hacer lo que desees.
Damon sabía que, si lograba que Elena fuese a Stanhope House, Bonnie, la esposa de su amigo, la convencería para quedarse.
—Muy bien —dijo ella tras una pausa—. Iré a ver a lord Englemere. Y pensaré en tus explicaciones; no puedo prometerte nada más. Ahora, creo que ya hemos dicho todo lo necesario —se estiró e hizo una reverencia formal—. Buenas noches, sir Damon. Aceptaré el dinero para el viaje a Londres, pero por favor, no intentéis verme otra vez antes de que me vaya.
¿Cómo podía dejar que se fuera sin un último abrazo?
—¿No podemos al menos estrecharnos la mano y separarnos como amigos? —preguntó.
—No sería… sabio —respondió ella con voz temblorosa mientras caminaba hacia la puerta.
—Como desees. Por favor, créeme cuando te digo que nunca quise hacerte daño, Elena. Que Dios esté contigo, mi amor.
Elena asintió con la cabeza y salió de la habitación.
Abrumado por la inmensidad del desastre, Damon se dejó caer sobre una silla y se llevó las manos a la cabeza.


De pie junto a la ventana a la mañana siguiente, Damon vio cómo Elena se alejaba en la calesa. Aunque tenía muchas cosas que hacer, no había podido evitar retrasar su marcha al trabajo para poder verla por última vez.
No había dormido en toda la noche; dividido entre intentar impedirle físicamente que se marchara y permitirle hacer su voluntad sin oponerse. Finalmente había optado por lo segundo.
Pero un futuro sin ella se extendía ante él como un desierto. Enfrentado a la catástrofe de perderla para siempre, incluso el deseo lo había abandonado. Tanto mejor. Si aquello acababa en una ruptura total, nunca volvería a probar sus caricias.
Pero se negaba a rendirse todavía. Dado que ella no le había dado otra opción, le daría el tiempo que necesitase para meditar sus palabras. Mientras tanto, fiel a su palabra, él acondicionaría una casa para su uso, si acaso regresaba para cumplir con sus obligaciones como maestra.
Si no… Esperaba que la bondad de Bonnie y la necesidad de Elena de encontrar a su hermano la mantuvieran en Londres, pero aunque partiera hacia la India para reunirse con su familia, o incluso si aquel incidente había afianzado sus inclinaciones republicanas y se marchaba a América para empezar una nueva vida, la seguiría de todos modos.
Damon creía con todo su corazón en la verdad y en la valía del amor que habían compartido. Nunca le daría la espalda a eso sin ver a Elena una vez más. No se rendiría a no ser que, cuando volvieran a verse, ella lo convenciera de que lo suyo había acabado.
Mientras tanto, durante su noche en vela, Damon había escrito varias cartas a Londres que, dado que Elena había rechazado el dinero extra que le había dejado para viajar en vehículo privado, llegarían antes de que ella concluyese su trayecto en coche de viajeros.
En una le explicaba toda la situación a Bonnie y le rogaba ayuda para evitar que Elena se fuese de Londres. También le pedía que le dijese cuándo sería un buen momento para intentar aproximarse a ella.
Una segunda carta dirigida a Tyler detallaba las amenazas de Barksdale a Matt y le pedía a su amigo que utilizase a sus contactos en el ministerio para investigar, si Elena descubría en efecto que su hermano había desaparecido. También le pedía ayuda a Tyler en nombre de los hombres contra los que Barksdale había testificado, si fuese necesario.
Cuando el carruaje que transportaba a Elena se perdió de vista, Damon dejó las cartas junto a la ventana. Tomó aliento y se dirigió hacia la puerta.
Seguiría adelante; tendría que hacerlo. Y entre su tenacidad y el sentido común de Bonnie, se negaba a creer que todo estuviese perdido.

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