Capítulo
20
Jamás
en su vida había deseado Damon pegar tanto a una persona como cuando vio a Elena
salir de la vista y se giró después hacia Barksdale, que sonreía satisfecho.
Había
agarrado el respaldo de la silla con fuerza para no dejar escapar su rabia.
Para no estrangular al hombre que acababa de asestarle el golpe más bajo que
sabía que podía asestarle.
Para
su sorpresa, el sargento Russell no contestó a las acusaciones de Barksdale. Aunque
dijo que nunca había participado en acciones violentas, admitió haberle llevado
mensajes al grupo que se reunía en la posada. Los otros también habían
confesado libremente sus contactos.
Damon
intentó negociar con el juez para que les concediera un indulto, pero de nada
le sirvió. El magistrado mandó a juicio al sargento Russell y a los demás
hombres que habían participado en el grupo, lo cual dejaba la posibilidad de
que algunos pudieran ser deportados, si no colgados.
Tendría
que pedirle a Tyler que ejerciese toda su influencia en el Parlamento para
evitar eso. Había veces en que ser un aristócrata tenía sus beneficios.
Aunque
probablemente no en lo referente a Elena. A la primera oportunidad que
encontró, había abandonado la vista para ir a Blenhem e intentar convencer a Elena
Gilbert de que no lo odiara por haber mentido.
Con
la mano aún apoyada en su puerta, se dijo a sí mismo que al menos tendría que
escucharlo. Pero según pasaban los segundos y ella no contestaba, Damon apoyó
la cabeza derrotado contra la madera. Estaba intentando decidir si entrar de
todas formas cuando la puerta se abrió.
Con
ojos rojos que indicaban que había estado llorando, Elena le dirigió una mirada
breve, como si no pudiera soportar mirarlo.
—¿Quieres
acompañarme al estudio? —le preguntó.
—Preferiría
no hacerlo, pero supongo que, para ser justa, al menos debería dejarte hablar.
Increíblemente
aliviado, Damon se echó a un lado para dejarla pasar.
Aún
evitando su mirada, Elena se sentó en el estudio, en un sillón junto al fuego,
al otro lado de la habitación, donde normalmente solía sentarse a su lado.
—Di
lo que quieras.
Damon
relató brevemente lo ocurrido de camino a Blenhem Hill, sus preocupaciones
sobre el futuro de la finca y por qué había decidido ocultar su identidad.
Tras
concluir, ella asintió educadamente, como si acabase de demostrarle un teorema
geométrico.
—Admito
que era necesario desenmascarar a los villanos responsables del ataque y al
líder del grupo. Pero, después de que nos conociéramos mejor, ¿por qué no podías
haberme dicho la verdad? No pensarías que yo tenía algo que ver con ello.
—Al
principio no estaba seguro —admitió él—. Tu hermano acababa de ser despedido,
no por mí, en circunstancias no muy ideales. Pensé que tú podrías ser parte de
algún plan para readmitirlo. Tus acciones pronto me convencieron de lo
contrario. Pero a juzgar por los sentimientos que expresaste sobre la situación
de hombres como Jesse Russell, pensé que tal vez simpatizaras con la causa
reformista.
—¿Me
creías capaz de apoyar a los delincuentes? —preguntó ella—. Veo que me
equivoqué al pensar que se había forjado una amistad y una confianza entre
nosotros.
—¡No,
no te equivocaste! —respondió él—. Confianza, amistad y afecto. Enseguida
descubrí que tenías buen corazón. Sobre todo después de que me contaras la
visita de Hampton y expresaras tus temores sobre él y sobre el desasosiego
generalizado. Después de eso, sólo me importaba que te mantuvieses alejada de
lo que estuviese ocurriendo. A salvo. Eres por naturaleza abierta y sincera. Si
Hampton o Russell hubieran venido buscando noticias, yo no quería que tuvieras
información que pudieras tener que esconder. Información que, de ser revelada,
podría ponerte en peligro.
—Acabé
en peligro de todas formas, sin saberlo —dijo ella.
—Además
de haberte mentido, haberte puesto en peligro sin quererlo es lo que más
lamento. Pero no puedes dudar que lo que siento por ti, lo que hemos
compartido, sea genuino. Cuando nos acostamos hace dos noches…
—¡Por
favor, no hables de eso!
—Pero
debo hablar. Te amo, Elena. Te quiero en mi vida, permanentemente. Deseo
casarme contigo…
—¡No!
—gritó ella poniéndose en pie de un salto, con las lágrimas resbalándole por la
mejilla—. ¡No te atrevas a decirme eso! Ahora no. No cuando sabes lo fácil que
sería tentarme con caricias, convencerme para volver a tu cama una y otra vez
con promesas de matrimonio que nunca llegan, hasta que todo el mundo sepa que
soy mujer de un solo hombre y ya no haga falta hacer falsas promesas.
—¿Crees
que te traicionaría así?
—¿Quieres
decir otra vez?
—¿Entonces
crees que todo lo que hemos compartido era falso?
—Sí.
No… ¡No lo sé! Ahora mismo no sé quién soy ni quién eres tú.
—Sí
sabes quién soy yo —dijo él—. Soy el mismo hombre que trabajaba en la escuela
contigo. El que visitaba a los arrendatarios para convencerlos de dejar a sus
hijos asistir a la escuela. El amigo con el que has pasado horas cada noche
hablando de todos los temas imaginables. Lo único diferente ahora es que has
descubierto algo más de mi nombre.
—Ese
«algo más» lo cambia todo. Creía que éramos compañeros, iguales. Que estábamos
a la misma altura. Pensé que eras un simple gerente, no el propietario… —de
pronto se detuvo—. El que le compró la propiedad a lord Englemere. No la
compraste en el mercado… lo conocías desde hacía años, según dijiste, y lo
tenías en alta estima. Maldición, es un amigo íntimo, ¿verdad?
—Sí
—admitió Damon.
—¡Oh,
esto es cada vez mejor! —exclamó ella dando vueltas de un lado a otro de la
habitación—. Qué divertido debió de parecerte cuando me metí con él… y con toda
la aristocracia. No es de extrañar que tuvieras tan poco que decir al respecto.
Lo cual hace que me sienta más avergonzada. ¿Cómo no ibas a verme como a una
fresca que intentaba tentar a un hombre adinerado?
Sabiendo
que merecía su furia, Damon toleraría muchas cosas, pero no ésa.
—¡No
fue así! —exclamó poniéndose en pie también—. Me entregué a ti por amor, al
igual que tú. Insúltame si quieres, pero no permitiré que ensucies lo que
compartimos.
Cada
músculo de su cuerpo ansiaba abrazarla para reforzar la verdad que llevaban sus
palabras. Pero, al darse cuenta de su intención, ella levantó ambas manos para
impedírselo.
—¡No
me toques! ¡No, te lo ruego! —gritó mientras comenzaba a llorar de nuevo—. ¡No
puedo soportarlo! No sé qué pensar de ti… ni de mí. Necesito tiempo. Tiempo
para determinar si puedo creer lo que dices cuando ya me has mentido antes.
Para decidir qué hacer después. No puedo solucionar esto contigo aquí,
mirándome, y con el servicio cuchicheando, sabiendo que has estado en mi cama.
Me marcharé mañana por la mañana. Me marcharé y no podrás impedírmelo —añadió
cuando Damon abrió la boca para protestar—. Por favor, si realmente me quieres,
déjame ir en paz.
¿Dejarla
ir en paz? La idea hacía que le diese vueltas el estómago. Que se marchara era
lo último que deseaba en el mundo. Si se marchaba, ¿cómo podría convencerla
para que le diera otra oportunidad?
—Entiendo
que quieras marcharte de la mansión. ¿Pero qué hay de la escuela y de los
alumnos? Les hiciste una promesa. Podríamos acomodarte en otro sitio, cerca de
la escuela.
—No
—dijo ella—. Claro que tengo una responsabilidad para con los niños. Cuando
haya decidido qué hacer, regresaré, al menos hasta que encontremos otra
maestra. Pero no hasta que no se me prepare una casa en la que pueda vivir; lo
cual, dada mi experiencia con la escuela, podría tardar semanas.
—¿Y
qué pasa con Davie? ¡Él cuenta contigo!
—Me
olvidará —contestó ella mirando hacia otro lado—. Sir Damon puede hacer por él
mucho más de lo que yo podría hacer nunca.
—Está
mucho más unido a ti que a mí. No hace falta que te marches mientras te
preparan una casa. Quédate en el pueblo. ¡En la posada! El señor Kirkbride
estará encantado de ofrecerte alojamiento, que sería financiado por la finca.
Por lo que respecta a la gente de Blenhem, podríamos decir que desde el
principio el plan había sido acomodar a la maestra más cerca de la escuela.
—¿Quedarme
en el pueblo, cuando todo el mundo sepa lo de nuestra… relación? —preguntó
ella—. ¡Por qué claro que se sabrá la noticia! Puede que la señora Winston o Elijah
no digan nada, ¿pero crees que las doncellas dejarán escapar un cotilleo tan
jugoso? Si me marcho inmediatamente tal vez la noticia pierda interés, sobre
todo si les dices que las revelaciones de Barksdale me hicieron marcharme a
Londres inmediatamente a buscar a mi hermano.
—Nunca
es adecuado tomar una decisión cuando uno está enfadado —dijo él, desesperado y
sin más argumentos—. Márchate si sientes que debes hacerlo, pero por favor, Elena,
espera al menos unos días. No puedo soportar pensar que nos separemos estando
enfadada.
—Damon,
si cedo a tu persuasión y me quedo, aunque sea unos días, me conocerán como tu
amante. Acabaré despreciándome a mí misma… y a ti. Por favor, déjame marchar.
Damon
jamás se había enfrentado a un desafío que no fuese capaz de dominar.
Pero
Elena tenía razón. No podía obligarla a amarlo. La Elena que había escapado de
lord Lookbood, que había insistido en ir al incendio para curar a los heridos,
la que se había enfrentado a Barksdale, tal vez tomaría una decisión que no le
gustaría si la presionaba más en ese momento.
Además,
si después de tener tiempo para pensar en ello, decidía creer que lo que había
entre ellos no era algo maravilloso que mereciese la pena salvar, entonces no
importaba nada de lo que él pudiera decir o hacer.
Finalmente
Damon se obligó a pronunciar las palabras más duras que jamás había
pronunciado.
—Entonces
vete, si quieres.
—Gracias
—susurró ella.
—Has
hablado de irte a Londres —dijo él entonces—. Deja que te envíe con lord
Englemere…
—¡Jamás!
—gritó Elena—. ¿El hombre que desencadenó toda esta catástrofe? Englemere es la
última persona en Inglaterra con la que deseo ponerme en contacto. Iré a ver al
abogado de Matt, que sabrá cómo contactar con él y con el resto de mi familia.
—Lord
Englemere es tu familia —insistió Damon—. Un primo carnal que ahora vive en
Londres.
—Prefiero
quedarme con los de mi mismo estatus.
—Así
sería. Eres la hija de un caballero; él es hijo de un caballero. Además, has
dicho que querías buscar a tu hermano. Ponte en contacto con su abogado, pero,
si él no sabe dónde está, Englemere podría ayudarte a buscarlo, si realmente
deseas localizarlo lo antes posible.
Finalmente
había dicho algo que había logrado distraerla. Elena se enderezó, se secó las
lágrimas y lo miró.
—¡No
puedes imaginar lo alarmada que me sentí! Sabía que no podía haber estado tan
engañada con la personalidad de Matt. Barksdale me dijo que mi hermano había
descubierto su juego y, cuando amenazó con despedirlo, él engañó a Martin para
que consiguiese que lo despidieran. Después, Barksdale me dijo que se ocupó de Matt.
No puedo imaginar lo que le hizo, pero dada su crueldad, temo que le haya hecho
mucho daño.
Así
que Gilbert había descubierto al fin la culpabilidad de su ayudante, pensó Damon.
Tal vez el hombre no fuese tan malo, después de todo.
—¿Barksdale
amenazó a tu hermano? Lord Englemere querrá saberlo. Tu hermano también es su
primo. Si Gilbert fue despedido injustamente, Englemere querrá compensarlo; si
Barksdale cometió alguna ofensa contra tu hermano, querrá encontrarlo y hacer
que preste declaración sobre ese villano. Además, te debo al menos una parte de
tu salario. Pero, como mencioné después del incendio, me queda poco dinero en
efectivo. No exageraba cuando dije que tendría que pedirle un préstamo a
Englemere para reconstruir la hilandería. Si accedes a verlo, él podrá pagarte
lo que se te debe. Déjame al menos hacer eso. Cuando hayas hablado con él sobre
tu hermano, podrás hacer lo que desees.
Damon
sabía que, si lograba que Elena fuese a Stanhope House, Bonnie, la esposa de su
amigo, la convencería para quedarse.
—Muy
bien —dijo ella tras una pausa—. Iré a ver a lord Englemere. Y pensaré en tus
explicaciones; no puedo prometerte nada más. Ahora, creo que ya hemos dicho
todo lo necesario —se estiró e hizo una reverencia formal—. Buenas noches, sir Damon.
Aceptaré el dinero para el viaje a Londres, pero por favor, no intentéis verme
otra vez antes de que me vaya.
¿Cómo
podía dejar que se fuera sin un último abrazo?
—¿No
podemos al menos estrecharnos la mano y separarnos como amigos? —preguntó.
—No
sería… sabio —respondió ella con voz temblorosa mientras caminaba hacia la
puerta.
—Como
desees. Por favor, créeme cuando te digo que nunca quise hacerte daño, Elena.
Que Dios esté contigo, mi amor.
Elena
asintió con la cabeza y salió de la habitación.
Abrumado
por la inmensidad del desastre, Damon se dejó caer sobre una silla y se llevó
las manos a la cabeza.
De
pie junto a la ventana a la mañana siguiente, Damon vio cómo Elena se alejaba
en la calesa. Aunque tenía muchas cosas que hacer, no había podido evitar
retrasar su marcha al trabajo para poder verla por última vez.
No
había dormido en toda la noche; dividido entre intentar impedirle físicamente
que se marchara y permitirle hacer su voluntad sin oponerse. Finalmente había
optado por lo segundo.
Pero
un futuro sin ella se extendía ante él como un desierto. Enfrentado a la
catástrofe de perderla para siempre, incluso el deseo lo había abandonado.
Tanto mejor. Si aquello acababa en una ruptura total, nunca volvería a probar
sus caricias.
Pero
se negaba a rendirse todavía. Dado que ella no le había dado otra opción, le
daría el tiempo que necesitase para meditar sus palabras. Mientras tanto, fiel
a su palabra, él acondicionaría una casa para su uso, si acaso regresaba para
cumplir con sus obligaciones como maestra.
Si
no… Esperaba que la bondad de Bonnie y la necesidad de Elena de encontrar a su
hermano la mantuvieran en Londres, pero aunque partiera hacia la India para
reunirse con su familia, o incluso si aquel incidente había afianzado sus
inclinaciones republicanas y se marchaba a América para empezar una nueva vida,
la seguiría de todos modos.
Damon
creía con todo su corazón en la verdad y en la valía del amor que habían
compartido. Nunca le daría la espalda a eso sin ver a Elena una vez más. No se
rendiría a no ser que, cuando volvieran a verse, ella lo convenciera de que lo
suyo había acabado.
Mientras
tanto, durante su noche en vela, Damon había escrito varias cartas a Londres que,
dado que Elena había rechazado el dinero extra que le había dejado para viajar
en vehículo privado, llegarían antes de que ella concluyese su trayecto en
coche de viajeros.
En
una le explicaba toda la situación a Bonnie y le rogaba ayuda para evitar que Elena
se fuese de Londres. También le pedía que le dijese cuándo sería un buen
momento para intentar aproximarse a ella.
Una
segunda carta dirigida a Tyler detallaba las amenazas de Barksdale a Matt y le
pedía a su amigo que utilizase a sus contactos en el ministerio para
investigar, si Elena descubría en efecto que su hermano había desaparecido.
También le pedía ayuda a Tyler en nombre de los hombres contra los que
Barksdale había testificado, si fuese necesario.
Cuando
el carruaje que transportaba a Elena se perdió de vista, Damon dejó las cartas
junto a la ventana. Tomó aliento y se dirigió hacia la puerta.
Seguiría
adelante; tendría que hacerlo. Y entre su tenacidad y el sentido común de Bonnie,
se negaba a creer que todo estuviese perdido.
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