Capítulo 11
Damon
observó Merkazad desde la terraza de Stefan. Aquella vista ya no le resultaba
una amenaza. Las emociones que le hacía sentir la mujer que dormía un par de
habitaciones más allá, eran otra cuestión.
Pero
sabía que tenía que dejarla marchar.
La
idea de no volver a verla lo debilitó todavía más, pero se obligó a no
emocionarse. Era muy difícil. Había estado mucho tiempo sin emocionarse y, en
esos momentos, no podía evitarlo. Sintió ira por la mujer causante de aquel
dolor, pero la ira no tardó en verse sustituida por algo mucho más penoso.
–¿Estás
segura de que estás bien? Te noto diferente.
Elena
miró a su amiga y maldijo su intuición.
Stefan
y Bonnie habían vuelto el día anterior de su viaje a Irlanda.
Elena
murmuró algo incoherente y se sintió fatal por no poder confiarle su secreto,
pero prefería esperar, después de lo que le había ocurrido la última vez. Se
sintió vulnerable, allí tumbada, en la cama, y deseó escapar de las preguntas
de Bonnie.
–Damon
se marchó anoche –la oyó comentar.
–¿Sí?
–dijo ella intentando hablar con naturalidad.
–Ha
hablado con Stefan de lo que le ocurrió de niño… Y creo que todo va a empezar a
ir bien. Además, Damon parece interesado en ayudarlo a gobernar el país.
A Elena
le dio un vuelco el corazón al oír aquello. ¿Sería una buena noticia para su
futuro hijo?
Se
obligó a sonreír a pesar de sentirse mal.
–Me
alegro mucho por ellos. Ya era hora de que Damon compartiese lo que le ocurrió.
Era una carga demasiado pesada.
Bonnie
frunció el ceño.
–Entonces,
¿lo sabías?
Elena
se ruborizó y se maldijo por ser tan bocazas.
–Sí…
Me lo contó.
–Elena…
–Ahora
no, por favor. En otro momento. Estoy muy cansada…
Bonnie
la miró y, después de dudar unos segundos, asintió.
–De
acuerdo. Ya sabes dónde estoy.
Y Elena
le agradeció su amistad con una sonrisa. La vio salir de la habitación y luego
se quedó mirando el techo, preguntándose si algún día volvería a sentirse
entera.
Una
semana después, estaba anocheciendo y Elena había vuelto a los establos. No oyó
llegar al jeep, pero vio que, de repente, Abdul, al que tenía enfrente, abría
mucho los ojos.
Siguió
la dirección de su mirada y vio a Damon bajando del jeep, pálido y serio.
Elena
se giró hacia él y no se dio cuenta de que Abdul empezaba a sacar a los
caballos y a los mozos de allí.
–Damon…
Éste
cerró la puerta del jeep y Elena se dio cuenta de que iba vestido con vaqueros
y una camisa amplia. Parecía cansado y no se había afeitado en varios días.
Damon
se acercó y ella hizo un esfuerzo por mantener la compostura.
–¿Qué…
qué quieres?
–Nunca
te alegras de verme, Elena –dijo él, en tono un poco triste.
–¿Y
te extraña?
–No,
la verdad es que no.
–¿Qué
estás haciendo aquí, Damon?
–Podríamos
llamarlo un curso intensivo para superar mis fobias, para superarme a mí mismo.
–Pues
buena suerte, pero, si me perdonas, tengo que seguir trabajando.
Elena
se dio la vuelta e intentó alejarse, pero se le olvidó que no podía andar. Al
poner peso en el tobillo malo, gritó de dolor y, a pesar de la muleta, cayó
hacia un lado.
Damon
la agarró por la cintura y la apretó contra su cuerpo, y le dio un beso en el
cuello. Ella gimió, desesperada de deseo. Y luego intentó zafarse.
Damon
la soltó, pero Elena tuvo que agarrarse a sus brazos porque se le había caído
la muleta.
–¿Por
qué has vuelto, Damon? ¿Qué quieres? –le preguntó, con los ojos llenos de
lágrimas–. ¿Por qué no me dejas en paz? No puedo ser sólo tu amante. No puedo…
Él la
abrazó y la besó en los labios y cuando se apartó, le preguntó:
–Por
favor, ¿podemos hablar en otra parte?
Y
ella asintió. No era capaz de negarle nada a aquel hombre cuando lo tenía tan
cerca y la miraba así.
Él la
tomó en brazos.
–¿Dónde
está tu apartamento?
Y Elena
le indicó hacia su despacho, lo atravesaron y llegaron a la zona en la que
vivía. Damon la sentó con cuidado en el sofá y se apartó.
–¿Vas
a… escucharme? –le preguntó.
–No
tengo elección –murmuró ella.
–¿Cómo
está tu tobillo?
–Bien,
aunque supongo que no has venido hasta aquí para preguntarme eso.
–No.
La verdad es que no –le respondió él, pasándose una mano por el pelo–. No me
marché a Francia inmediatamente. Estuve en África, en la sede de la
organización. Pensé que allí me distraería… pero lo que hice fue darme cuenta
de lo afortunado que era. Y de todo lo que podía tener si era valiente.
Sacudió
la cabeza antes de continuar.
–Esos
niños… no tienen nada. Ni a nadie. Es difícil que vayan a poder tener una vida
normal.
–¿Damon…?
–le dijo ella, confundida.
Él se
acercó y se sentó, demasiado cerca.
–Hace
seis años, rompiste algo en mi interior, Elena. Y siempre he sabido que tendría
que volver contigo. Desde que eras pequeña, desde el día que te vi delante de
la tumba de tus padres… siempre he sentido que podías ver en mi interior, y que
no te horrorizaba lo que veías…
A
ella se le hizo un nudo en la garganta.
–No
puedo creer que todavía te acuerdes de aquello.
–Siempre
lo he recordado, y siempre he querido volver a ti…
–No, Damon,
no me digas esas cosas, por favor… Si lo que quieres es convencerme de que
vuelva a tu cama…
Él le
agarró la mano.
–Quiero
mucho más que eso, Elena… Al volver a Francia, fui a ver al médico que me había
hecho la vasectomía. Me confirmó que no había funcionado, y me preguntó si
quería que me la volviese a hacer.
–¿Y
qué le contestaste tú?
–Que
tenía que hablarlo con alguien.
–¿Con
quién?
–Contigo.
Elena
sacudió la cabeza e intentó contener la esperanza que volvía a crecer en su
corazón.
–¿Qué
tengo que ver yo con eso?
–Todo
–respondió Damon sonriendo–. Porque no hay otra mujer en la Tierra con la que
consideraría tener hijos. Sólo contigo.
–¿Qué
me estás diciendo?
–Te
estoy diciendo que te quiero. Creo que siempre te he querido. No puedo vivir
sin ti –le confesó él, poniéndose todavía más serio–. Aunque entiendo que,
después de todo lo ocurrido, no quieras saber nada de mí. No obstante… si me
dieses una segunda oportunidad, te prometo que pasaría el resto de mi vida
haciéndote feliz y demostrándote cuánto te quiero… Eres la única que puede
redimir mi alma…
Damon
se metió la mano en el bolsillo del vaquero y sacó una pequeña caja de
terciopelo. La abrió y apareció en ella un precioso anillo con un zafiro.
–Elena,
¿me harías el honor de casarte conmigo?
Ella
se quedó en silencio unos segundos. Luego miró a Damon y luego alargó la mano
para tocarle el rostro.
–Es
un sueño. No eres real.
–Soy
real y tengo muchos defectos, como bien sabes, pero tú eres la única que puedes
convertirme de nuevo en humano. Aunque sepas que no lo merezco, que no te
merezco.
Ella
le tomó la mano.
–Te
lo mereces todo. Ambos nos lo merecemos. Y ya hay una nueva vida creciendo en
mi vientre, una prueba de que tenemos un futuro juntos.
Damon
la miró maravillado.
–Pero
¿cómo? ¿Cuándo?
Ella
se encogió de hombros y sonrió.
–¿Quién
sabe? ¿Tal vez en París?
Elena
vio alegría y miedo en los ojos de Damon y le dio un beso en la mano.
–Lo
que dije acerca de que habrías sido un padre horrible, no lo pensaba, sólo
estaba enfadada y lo pagué contigo. Pienso que vas a ser el mejor padre del
mundo.
–Me
lo merecía. Eso, y mucho más. Pero tal vez ésta sea realmente nuestra segunda
oportunidad.
Elena
tomó su rostro con ambas manos.
–Mi
amor, tienes tanto derecho como cualquiera a ser feliz. Estamos juntos y te
quiero. Siempre te he querido y siempre te querré. A ti y a nuestro bebé. Y
quiero pasar el resto de mi vida siendo feliz, y enamorada. Y, sí, quiero
casarme contigo.
Él le
dio un apasionado beso.
–Y yo
te prometo pasar el resto de mi vida queriéndote e intentando ser un buen padre
para este hijo, y para los demás que podamos tener…
–Serás
un buen padre, Damon –le contestó ella convencida.
Ninguno
de los dos oyó a Bonnie llamar a la puerta, ni tampoco la vieron entrar seguida
de Stefan. Al ver lo ocupados que estaban, éstos decidieron salir y cerrar la
puerta tras de ellos.
Dos
meses después, vestida con un vaporoso vestido color marfil y con escote
palabra de honor, Elena se casó con Damon en una ceremonia muy sencilla y
privada, celebrada en una de las terrazas del castillo.
Stefan
y Bonnie fueron los testigos mientras su hijo recién nacido dormía en el
cochecito a su lado. Damon y Elena no habían querido casarse hasta después del
bautizo del pequeño Kamil Sean.
Y
cuando la ceremonia terminó, justo cuando las estrellas estaban empezando a
brillar en el cielo, Elena y Damon fueron a disfrutar de un momento de
tranquilidad los dos solos antes de bajar a recibir a los invitados que estaban
esperando para felicitarlos en el salón de baile del castillo.
Él la
abrazó por detrás y entrelazaron las manos mientras se deleitaban con el mágico
paisaje.
Damon
había tomado la valiente decisión de hacer pública su experiencia y convertirse
en el rostro visible de la organización benéfica.
Le
dio un beso en la cabeza a Elena y ésta sonrió. No necesitaban palabras.
Estaban juntos y no necesitaban nada más.AUTOR:
ABBY GREEN
TITULO ORIGINAL:
LOS SECRETOS DEL OASIS
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