CAPITULO
5
Elena se
alegró de tener la excusa del accidente con el auto, para explicar su palidez y
tensión cuando subió a ver a su madre. El impacto, no sólo del descubrimiento
de su amor por Damon, sino también por la ira que él había mostrado cuando ella
habló de su rencor de ocho años de duración, no era cosa que pudiera apartar de
su mente con facilidad.
Comprendiendo
que su hija estaba trastornada y nerviosa, Katherine Gilbert tuvo la sensatez
de no interrogarla demasiado, y le sugirió, en cambio, que se acostara
temprano.
—No lo
sé. Tu padre me dijo que Damon parecía preocupado cuando llamó. Debo admitir
que esperaba verte en un estado más lamentable cuando llegaras a casa.
Lo que
su madre no sabía, reflexionó, Elena con amarga ironía, era que todas sus
heridas eran invisibles.
—¿Por
qué no entró Damon cuando te trajo? Sabe que siempre es bienvenido.
— Lady
Anthony lo Invito a cenar — explico Elena con una mentira a medias, pues el
médico había rehusado la invitación desde el principio
—A
instancias de su ahijada sin duda Damon es un hombre muy atractivo —la señora Gilbert
hizo una pausa, como si esperara que su hija negara la aseveración, pero Elena
no sabia mentir. La joven se levanto de la cama temblando ligeramente al
recordar la pasión con la que Damon la habia besado. Si Amanda hubiera sido la
que se encontró entre sus brazos, dudaba de que ella hubiera huido como una
niña asustada ¿Qué le sucedía?, se preguntó mientras se preparaba para
acostarse. Había hecho lo correcto; lo único posible, dadas las circunstancias
Lo amaba demasiado para conformarse con una breve aventura, sin importar cuán
apasiona da.
Durante
una semana, no vio a Damon y trató de convencerse de que se alegraba de ello.
La nieve que su padre había pronosticado cayó en abundancia una noche,
cubriendo la campiña con un manto blanco. Un feroz helada, posterior a la
nevada, los obligó a quedarse en casa, virtualmente incomunicados, pero Elena
descubrió. . . después de la segunda ocasión en que deliberadamente evitó estar
presente cuando su madre debía recibir la visita del médico. . . que Damon tenía
tan pocos deseos de verla como ella de encontrarse con él, pues no fue Salvatore
quien visitó a su madre, si no un colega.
Ya había
mecanografiado las notas tomadas en la reunión del comité, y las llamadas
telefónicas del alcalde y Lady Anthony confirmaron que ya efectuaban los preparativos
para el baile de máscaras.
Tan
pronto como lo permitieron las condiciones del clima, Elena y su padre fueron a
Newcastle para comprar las tarjetas de invitación en una vieja papelería. Su
padre, quien tenía asuntos de trabajo que arreglar con un abogado de la ciudad,
había sugerido que almorzaran juntos en un pequeño restaurante que siempre fue
el favorito de la joven desde pequeña. -
Un buen
fuego crepitaba en la chimenea del establecimiento y, cuando Elena indicó su
nombre, le informaron que el señor Gilbert no había llegado aún, y le
ofrecieron un asiento confortable en uno de los mullidos sillones del área del
bar.
Acababa
de ordenar una copa, cuando se abrió la puerta y entró una pareja. Elena sintió
que una tenaza de acero le constreñía el corazón al reconocer a Damon y Amanda;
ésta aferraba posesivamente el brazo del médico.
La otra
chica miró a Elena sin sonreír; sus ojos eran sombríos y amenazadores. La
secretaria apartó la mirada y se mordió el labio inferior. La vista se le nubló
mientras la fijaba en el fuego de la chimenea, pugnando por contener las
lágrimas. Damon tenía razón. No había madurado; se comportaba como una tonta
adolescente y no como una sofisticada mujer de veinticinco años.
—¡Vaya,
qué pequeño es el mundo! —comentó Amanda con su habitual afectación—. Pero,
después de todo, en estas regiones provincianas es fácil toparse con conocidos.
¿Estás sola?
Elena
tuvo dificultad en asumir un tono lo bastante cortés para responder:
—No,
estoy esperando a mi padre. Vine con él esta mañana a ordenar las invitaciones
para el baile.
Oh,
debiste dejarme eso a mí. Mami tiene un magnífico impresor en Londres.
La aguda
voz enervó a Elena. La joven se dijo que había algo de ridículo en una mujer
madura que llamaba “mami”, con ese tono idiota, a su madre.
—
Querido, me muero por una copa — dijo entonces Amanda, dirigiéndose a su
acompañante—. Algo suave. Te dejaré elegir; ya
sabes lo
que me gusta.
La
secretaria tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no mirar a
otra parte, mientras la ridícula mujer contemplaba, con un parpadeo de
coquetería, a Damon. Con ánimo un poco sombrío, se preguntó cuándo entendería
Amanda que ella no representaba un peligro como rival en potencia en lo que a Damon
se refería. Debería haberse dado cuenta de eso por la indiferencia con la que
él la había saludado. La expresión de desdén y disgusto debió ser evidente,
incluso para una persona tan poco observadora como la ahijada de Lady Anthony.
Mientras
Damon iba a la barra, Amanda se inclinó hacia
Elena
para preguntar con malicia: -
—¿Qué
piensas ponerte para el baile? Creo que ordenaré que me hagan un vestido nuevo.
Mi madrina sugirió que vaya otra vez con Taylor. . . Taylor Emanuel, mi diseñador,
por supuesto. Sus diseños son sencillamente divinos.
Elena
apenas logró reprimir el acre comentario de que no tenía que recalcar la
diferencia en su situación económica y social, con la mención de un famoso
diseñador de modas. Por suerte, antes que pudiera dar expresión a sus pensamientos,
Damon regresó. Sin tener que mirarlo, la secretaria sintió su presencia con
aguda percepción, y se dio cuenta de cómo prefirió sentarse al otro lado de
Amanda, lo más lejos posible de ella.
Desde-
su último encuentro, Elena había tenido tiempo para pensar en lo que él le
dijo, y aceptaba la verdad de sus vehementes comentarios. Por supuesto que él
no podía haberle hecho el amor; era claro que había sido su deber moral
rechazarla; y por supuesto que ahora comprendía por qué fue tan cruelmente
claro al enumerar los peligros a los que ella se exponía con su conducta
imprudente Pero lo que Damon no comprendía, era que ella nunca se habría
ofrecido de esa forma a otro hombre. Lo que no entendía era la intensidad de sus sentimientos hacia él.
— Estaba
diciéndole a Elena que tendré que ir a Londres para que me confeccionen un
vestido nuevo para el baile —Amanda hizo un mohín coqueto mientras sonreía a su
acompañante —. ¿Por qué no vienes conmigo, querido? Te hará bien un descanso.
Trabajas demasiado.
Una sensación
muy parecida a la náusea comenzó a florecer y crecer dentro de Elena, al verse
obligada a escuchar la charla de la pareja. Apartó la mirada, procurando no oír
la réplica del médico y sintió un gran alivio al ver que su padre entraba en el
restaurante. Casi volcó su copa por la prontitud con la que se puso de pie para
recibirlo
—Hola, Damon.
No esperaba verte aquí.
— Tuve
que venir a Newcastle para arreglar algunos asuntos.
— Y temo
que yo vine a distraerlo — intervino Amanda con una sonrisa que trató de ser
provocativa. Elena pudo darse cuenta de que estaba en la punta de la lengua de
su padre invitarlos a que almorzaran con ellos, y supo que él espectáculo de
Amanda, coqueteando con Damon, le estropearía la digestión.
Papá. .
. si no te importa, preferiría volver a casa. No tengo. . . no tengo apetito.
No le
importo lo falsas que pudieran parecer sus palabras ni delatar con ellas su
desazón. Tampoco le interesó la mirada profunda y perspicaz que le dirigió Damon.
Lo único que le importaba era salir de allí; sentía que se sofocaba.
Vio que
su padre fruncía el ceño, pero como si se percatara de su malestar, repuso con
gentileza -
— Bien,
si es lo que quieres. . . Debo admitir que no me gusta dejar sola a tu madre
demasiado tiempo.
Al salir
al aire frió de la calle Elena reflexiono extrañada en el desdén que creyó
notar en los ojos de Damon mientras la miraba partir.
Teléfono
Para ti, Elena.
El
corazón le dio un vuelco en el pecho mientras atravesaba el vestíbulo. Se habia
dicho que se comportaba de manera absurda, que Damon no querría llamarla
especialmente después de haber comprobado, al verlo con Amanda en Newcastle,
que salía con la ahijada de Lady Anthony; de cualquier manera, su agitación no
cesó sino hasta que tomó el receptor y escuchó la conocida voz de la esposa de Taylor.
—¡Bonnie!
¿Qué?.
—
Lamento molestarte, Elena, pero necesito desesperadamente tu ayuda. Taylor debe
volar a Hollywood dentro de dos días y ya sabes cómo es. Todo se vuelve pánico y nerviosismo, y parece que ahora no
puede encontrar el manuscrito de “Padres e Hijas”. Jura y perjura que debe
estar archivado con los otros, pero no se encuentra allí, y puedes recordar lo insoportable
que se vuelve cuando se pone nervioso. Quiere llevarlo consigo pues cree que
los estadounidenses tal vez se interesen en filmar el guión. ¡Eres mi última
esperanza!
A pesar
de su propia desdicha Elena sonrió para si Los métodos de archivos de Taylor
eran notorios por su desorden.
— Pues
no se me ocurre dónde pueda encontrarse por el momento. ¿Ya intentaste en lo
que está pendiente para archivar? ¿O en la “E”?
—¿La
“E”?
— Sí, de
errores —respondió Elena, sonriente.
—He
buscado por todas partes y ya no sé que hacer.
La
secretaria tuvo compasión de Bonnie.
—
Escucha, sé que es demasiado pedir, pero.. . me preguntaba si. . . si
aceptarías venir —suplicó la mujer de su ex jefe—. Podríamos instalarte aquí,
para que pases la noche, y así me ayudarías a buscar entre los expedientes. Ya
sabes el efecto apaciguador que ejerces sobre Taylor; en este momento, quisiera
archivarlo en la letra “M”, de monstruo.
— Bonnie,
temo que no podré ir!
Hubo un
silencio, luego una breve exclamación de desaliento, que hizo sentir muy mal a Elena.
En ese momento, su padre, quien entraba en el vestíbulo, preguntó:
—¿No
podrás hacer, qué?
---Ir a
Londres —respondió Elena cubriendo el receptor con la mano—. Bonnie quiere que
la ayude a encontrar un manuscrito de su esposo.
— Por
supuesto que puedes ir. Además, te haría bien — afirmó el señor Gilbert —.
Necesitas un descanso. También podrías aprovechar para comprar un vestido para
el gran baile.
Elena
frunció el ceño. Difícilmente podría explicar a su padre, o a Bonnie, por qué
no quería ver a Taylor otra vez. Se mordió el labio inferior y luego escuchó
que la mujer del músico preguntaba con ansiedad si se había cortado la
comunicación.
—No. .
Todavía estoy aquí.
---Escucha,
Elena, detesto presionarte, pero de verdad necesito ayuda. ¡No tienes idea de
cómo están las cosas aquí! Taylor me ha vuelto loca y. . Además. . . — su voz
pareció desvanecerse por un momento y luego recuperó ímpetu cuando agregó, con
una animación que constriño el corazón
de la joven — No puedo fingir contigo Elena sospecho que anda metido en otra
aventura y eso lo ha vuelto más insoportable que nunca.
En ese
caso, se dijo la secretaria, quizá no correría mucho riesgo si veía otra vez a
su ex jefe.
—Bien si
de veras me necesitas
— ¡Oh,
eres un encanto! ¿Cuándo podrás venir?
Antes de
colgar; acordaron que Elena tomaría el primer tren, desde Newcastle, al día
siguiente y que pasaría la noche en casa de Taylor y Bonnie antes de regresar a
Setondale. La secretaria quedó conmovida hasta las lágrimas cuando, esa noche,
su padre la llamó a su estudio y le entregó un cheque por una suma muy
cuantiosa para que e comprara un vestido nuevo para el baile. Cuando ella
objetó la generosidad del señor Gilbert, recordándole lo mucho que le había
costado hacer que repararan el auto de su esposa, arruinado por el accidente,
su padre le dijo que no fuera tonta y agregó; con entusiasmo:
—Además,
el honor de Setondale depende de ti, ya lo sabes. ¡No podemos dejar que la
chica de nuestra localidad sea opacada por una extraña!
Elena
rió de buena gana, pero no tuvo corazón para decir a su padre que, por generosa
que fuera la suma que le regalaba, lo que pudiera comprar con ella jamás
lograría competir con el costoso vestido diseñado por el famoso modisto, con el
que Amanda pensaba deslumbrarlos.
Para que
su padre no tuviera que madrugar, Elena ordeno un taxi para que la llevara a
Newcastle, donde abordaría el tren. Cuando la alarma sonó, a las cuatro de la
mañana, ella se lavó y vistió como autómata. No se sintió mucho mejor cuando
por fin estuvo en el tren y salió del vagón comedor para ir a acurrucarse y
recobrar un poco del sueño perdido en la comodidad de su asiento, en la sección
de primera clase. Cuando llegó a Londres la joven recibió una grata sorpresa al
descubrir que Bonnie había ido a recibirla.
—No
debiste haberte molestado —protestó Elena, cuando se apartó del fuerte abrazo
de bienvenida—. Yo podría haber ido sola a Wimbledon y, además, debes tener mil
cosas que hacer.
---Mil y
una — aceptó Bonnie con irónico desaliento — Pero necesitaba el consuelo de un
hombro sobre el cual llorar —recibió la mirada comprensiva de Elena con una
sonrisa irónica — Oh no me compadezcas; después de todo, estoy con él por
decisión propia, pero hay ocasiones en las que me pregunto si soy estúpida o
masoquista. Me consuelo siempre pensando que, muy en el fondo, Taylor me ama. .
a su manera.
—Claro
que te quiere, Bonnie. Lo sé.
—Es
posible. Eso es lo que siempre me digo, pero empiezo a dudarlo. No sería tan
terrible si las demás compartieran tu código moral, Elena —vio la expresión de
sorpresa en el rostro de la joven secretaria y le dirigió una triste sonrisa —.
Oh, puede que sea tonta, pero no a tal grado. Las mujeres que están en mi
situación. . . las que tenemos maridos infieles. . . pronto aprendemos a
reconocer las señales de advertencia. Debo admitir que, en tu caso, me tardé un
poco más. Fue cuando quiso comprarte el abrigo de zorro que me di cuenta.
---Pero,
de cualquier manera tú…
— Yo lo
escogí, porque era un regalo que merecías con creces. Debo admitir que hubo un
momento en el que me pregunté si serías capaz de resistir. Es un hombre
atractivo, y muy persuasivo cada vez que se propone algo… pero cuando dijiste
que ibas a renunciar, comprendí que no tendría que preocuparme por tu causa.
Elena
vio que las lágrimas asomaban a los ojos de Bonnie y mal dijo en silencio a Taylor,
por su egoísmo e insensibilidad. ¡Nunca se había congratulado más de no haber
cedido al impulso de convertirse en la amante de su ex jefe!
—Oh, ¡y
me prometí que no me comportaría así! Lo que pasa es que. . . —Bonnie calló de
repente y cuando Elena la miró, se dio cuenta de que había aumentado de peso y
caminaba con menos agilidad que de costumbre.
Bonnie
notó su expresión de desconcierto y agregó con voz fatigada:
—Sí,
absurdo, ¿verdad? ¡Y a mi edad! Y no tengo idea de lo que dirá Taylor. Por el
momento, sólo cree que he comido demasiado y quiero que siga pensando así al menos
hasta que estemos instalados en Hollywood. Si le digo ahora que estoy
embarazada, lo tomaría cómo una excusa para dejarme en Inglaterra. Y ya sabemos
lo que podría suceder.
—¡Vas a
tener un bebé! ¡Es maravilloso!
—Gracias
por tu entusiasmo. . . me das ánimos. Pero no tengo idea de cómo lo vaya a
tomar Taylor. Ya lo sabes, ni una palabra a él.
El
trafico estaba muy denso y Elena no quiso distraer a su acompañante tratando de charlar con ella,
pero al fin lograron salir de la ciudad y enfilaron hacia la cómoda casa de los
Loockbood, en Wimbledon.
—Taylor
salió y los chicos están en la escuela —informó Bonnie mientras abría la puerta
frontal y precedía a la secretaria hacia el estudio de su marido—. Salió hecho
una furia. Sin duda fue a ver a Mirabelle Hastings, en busca de compasión y
consuelo.
Había,
en la voz de Bonnie, un dejo de amargura que no era habitual en ella.
—Se
cansará de esa joven, a la larga, Bonnie.
—Lo se
lo que desconozco es si no me cansaré algún día. Siempre me dije que era
afortunada por estar casada con un hombre como Taylor, y que debía pagar el
precio de mi buena suerte pero empiezo a preguntarme si no sería mejor haber
elegido a otro un hombre que me respetara y pensara un poco en mi y no solo en
el mismo
Elena la
miró, sin saber qué decir.
—Bonnie…
— ¡Oh,
no me hagas caso! Debe ser el bebé lo que me tiene en este estado de animo. Ven
ayúdame a encontrar ese maldito libreto,le pediré a Helga que nos prepare café.
Mientras
Bonnie iba a la cocina, Elena comenzó a buscar entre las carpetas del archivo
Tardaron
dos horas en hallar el manuscrito extraviado; estaba intercalado entre dos
carpetas, las correspondientes a las letras “G” y “H”, y se había deslizado
hasta el fondo del cajón.
—¡Entre
la”G” y la “H”! —exclamó Bonnie con azoro diablos tenía que hacer allí?
—Sólo
Dios sabe. . . o, más probablemente, sólo Taylor lo sabe
— dijo Elena
con ironía acostumbrada al habito de su ex jefe de dejar los documentos donde
fuera con tal de quitarlos de su escritorio.
— Bien
pues ya lo tenemos — Bonnie se desplomo en su sillón — Debes estarme odiando
por haberte hecho venir hasta acá, sólo para esto.
—No, no
te preocupes. Tenía que venir a Londres, de cualquier manera. Necesito comprar
un vestido de baile.
No hace
falta que te molestes en ir a comprar algo — aseguró Bonnie—. Lo que debes
hacer, es alquilar un traje. Podrás encontrarlo en una agencia teatral; tienen
unos atuendos fabulosos.
Bonnie
estaba en lo cierto, reconoció Elena.
—Creí
que era necesario ser miembro de la asociación teatral para alquilar algo en
uno de esos lugares.
—Ser la
esposa de Taylor tiene sus ventajas —repuso Bonnie con un guiño significativo e
irónico— . Yo te acompañaré.
Elena se
dejó persuadir pensando que Bonnie necesitaba distraerse en lugar de seguir
preocupada por las correrías de su frívolo esposo
Una hora
después, les mostraban varios vestidos de baile que habrían dejado muda a
Amanda.
—¿Qué le
parece éste? —sugirió la mujer encargada, quien tenía en la mano un
esplendoroso vestido le satén color crema — Fue diseñado para “Kate”, en la
versión modernizada de “El Abanico de Lady Chaterley”; quedará perfecto con su
pelo rojizo y su cutis tan blanco.
Elena
tocó con los dedos la delicada tela y se preguntó, maravillada, cómo habrían
logrado los diseñadores ese encantador efecto opalescente. El corpiño estaba
adornado con perlas y caía al frente en una “V”, desde la cual la amplia falda,
con crinolina, descendía con esplendor isabelino.
—Pruébatelo
—la instó Bonnie.
Elena
necesitó la ayuda de la asistente para abrochárselo a la espalda. El corpiño se
ajustaba a su talle como una segunda piel, dificultándole un poco la
respiración. Cuando comentó esto, la asistente sacudió la cabeza.
—Así es
como debe ser. Le queda perfectamente y también el largo es el adecuado. No
habrá que hacerle ajuste alguno.
Bonnie
se mostró entusiasmada
—Es
fabuloso, Elena; debes llevarlo.
—Necesitaré
una máscara —dijo la joven, dejándose persuadir. El alquiler del vestido sería
costoso, pero no tanto como comprar uno nuevo.
—Una
máscara . . tengo la ideal —dijo la encargada—. Espere un momento.
— ¡Allí
tienes! — exclamó Bonnie cuando, un momento después, su joven amiga se probaba
la máscara—. Perfecta.
La
careta estaba hecha de un material parecido al del vestido y estaba adornada
con perlas. Daba al rostro de Elena un efecto irreal y mágico, haciendo que sus
labios parecieran más plenos, y acentuaba el óvalo perfecto de sus ojos.
—Magnífico
—anunció Bonnie y agregó, dirigiéndose a la encargada—: La llevamos.
Mientras
envolvían el vestido y la correspondiente máscara, Elena y su amiga
contemplaron, fascinadas, los demás trajes y vestidos colgados en el mismo
armario
El auto
de Taylor estaba estacionado frente a la casa cuando regresaron y de inmediato
la joven secretaria se dio cuenta del cambio en el ánimo de Bonnie. Pareció
encerrarse en su interior y Elena sintió una profunda pena por ella.
—Vaya,
por fin llegas, Bonnie; ¿en dónde diablos estabas? Ya sabes que teníamos que
asistir a la función de esta noche —la voz irritada de Taylor callo de
improviso cuando vio a Elena, parada junto a su esposa. La joven lo vio
sonrojarse ligeramente y mirarla con nerviosidad, como quien es sorprendido en
un acto reprobable. Era uno de esos hombres que, en público, son encantadores
con sus esposas y se guardan los regaños y las insolencias para la intimidad—. Elena,
querida. . . ¿Qué haces aquí? —no hizo el intento de abrazarla.
—Le pedí
que viniera para ayudarme a buscar tu manuscrito
—
explico Bonnie con tono cortante
La
secretaria vio que su ex jefe se apoyaba con inquietud, primero en un pie y
luego en el otro.
— Lo
hallamos archivado entre la G y la H — agregó su esposa con sequedad Taylor
tuvo la decencia de parecer avergonzado aunque no demasiado
—¿Ah,
sí? Supongo que he sido un poco gruñón últimamente. . . imagino que es este
asunto de tener que ir a los Estados Unidos.
—¿De
veras? Creí que seria por el otro asunto que tienes en mente.
Elena no
supo quién se asombró más, si ella o Taylor. Este miró a su esposa con perplejidad.
Era tan poco habitual que Bonnie usara ese tono tajante con su esposo que nadie
supo qué decir.
Fue
hasta que la señora Loockbood se alejó hacia la cocina, que Taylor pareció
relajarse un poco. Exhaló un profundo suspiro y lanzó una leve imprecación.
—No sé
qué diablos le sucede a Bonnie.
—¿No lo
sabes? —inquirió Elena con deliberada ironía.
—¿Qué
demonios insinúas? —el autor se mostró irritable e indignado, como siempre que
se sabía en falta, y no hubo la menor gentileza en la forma en que tomó a su ex
secretaria del brazo para llevarla hacia el estudio — ¿Que esta sucediendo
aquí? — demando con tono gruñón—. Bonnie ha estado insoportable estas últimas
semanas; nunca se había portado así.
—Quizá
está harta de un esposo que le es infiel sin césar —sugirió Elena, con marcada
intención, y enseguida se arrepintió de sus palabras. Después de todo, no tenía
derecho a inmiscuirse en los problemas conyugales ajenos.
—¿Quieres
decir que lo sabe? ¿Te lo dijo ella?
A veces
ese hombre podía ser increíblemente obtuso. Elena lo miró con ironía.
—Siempre
lo ha sabido, Taylor —aseguró—. Lo que sucede es que, en el pasado, prefirió
hacerse de la vista gorda. ¿Por qué crees que no quise tener una aventura
contigo? No porque no me haya visto tentada — casi soltó una carcajada al notar
la expresión complacida de su ex jefe—. Eres un hombre atractivo, y muy
persuasivo cuando te propones algo, pero Bonnie es mi amiga. La quiero
demasiado para lastimarla con algo, que, en el mejor de los casos, sería una
fugaz calaverada tuya.
—¡Oh, Elena,
por favor! ¡Tú sabes que…
La joven
no lo dejó terminar:
— Vamos,
Taylor. . . Te conozco demasiado para hacerme ilusiones. Llega una nueva cara,
te convences de que te has enamorado, pero una vez que termina la emoción de la
conquista, te cansas y vuelves a Bonnie. La buena, dulce y comprensiva Bonnie.
Como el niño que regresa con mamá, después de sus correrías y travesuras. Pero.
. . ¿te has puesto a pensar en lo que sucedería si algún día llegaras y no la
encontraras aquí, esperándote?
Fue evidente
para la joven que !el nunca había imaginado tal posibilidad. Taylor sólo pudo
mirarla con la expresión azorada y dolida de un niño malcriado.
—Pero. .
. ella siempre estará aquí; Bonnie es. . es parte de mi...
—¿Estas
seguro? —preguntó Elena con ironía y vio que la duda ensombrecía los ojos de su
interlocutor—. Te ama, Taylor —agregó con suavidad—. Pero el amor no dura para
siempre. Sobre todo, cuando no se le cultiva.
El autor
tragó saliva y miró a la joven, con ojos consternados.
—¿Quieres
decirme que Bonnie ha encontrado a otro? —preguntó con voz tensa y casi trémula
— . Se ha portado de forma muy extraña estos días. Eso explicaría —miro a Elena
con una expresión parecida al pánico y ella se apresuró a decir:
—Ella no
me ha dicho eso, pero sé que es desdichada.
— ¿Bonnie.
. . desdichada?
Taylor
parecía tan agraviado ante semejante posibilidad que, de no haber sido por la
seriedad del momento, Elena se habría echado a reír.
Ya había
interferido mucho. . . quizá demasiado, se dijo cuando su ex jefe se volvió
hacia la ventana, para mirar al exterior con expresión ceñuda y sombría.
Ella no
dudaba de que amara a su esposa, pero era un amor inmaduro, infantil; el amor
de un niño malcriado hacia la madre que todo lo perdona y tolera.
Cualquiera
que fuese el resultado de su intervención, al menos Elena sabia una cosa, que Taylor
la consideraba otra vez como una simple amiga. Sentía alivio al pensar que
había dejado de ser una conquista en potencia para él.
Más
tarde, esa noche, la joven se asombró ante la firmeza con la que Bonnie se negó
a acompañarlo al teatro
— Le
hará bien ser rechazado de vez en cuando, su dulce amante no actuará esta
noche; la suplente ocupará su lugar, de modo que no tendrá el consuelo de
verla. Sospecho que es por eso que quiso que lo acompañara, pero por primera
vez, decidí no interpretar el papel de emergente en el bate —Elena sonrió ante
la expresión empleada por su amiga. El rostro de Bonnie cambió entonces y su
mirada se tornó sombría, angustiada— ¡Oh, Elena, soy una tonta! ¿Por qué no me
rindo de una vez? ¿Por qué soporto esto? No puedo seguir compitiendo con...
—No
tienes que hacerlo. El te quiere, Bonnie. Lo que sucede es que necesita
recordar de vez en cuando lo mucho que te ama. Nunca cambiará; siempre será el
mismo mujeriego infatigable, pero debiste ver su cara esta tarde, cuando sugerí
que podrías cansarte de él.
Bonnie
miró a su amiga con fijeza.
— ¿Le
dijiste que?
—Aja. .
. y él pareció tan consternado, como un niño al que se le dice que no existe
Santa Claus.
—Hm. . .
Nunca traté de provocarle celos. Elena sonrió, divertida.
— Bien,
en tu lugar, no lo intentaría con demasiado entusiasmo— miró con expresión
significativa el vientre de su amiga —. Con la vívida imaginación de Taylor.
— ¡Oh,
Dios, es cierto! Bueno, supongo que entonces guardaré esa treta para mejor
ocasión. . . después que el bebé haya nacido. Como sabes, no podemos darle a Taylor
demasiados sustos de una sola vez.
Ambas
rieron y Elena se alegró de ver a su amiga más animada. Las dos se asombraron
al darse cuenta de que Taylor llegaba a casa temprano, pero Elena decidió, con
tacto, ir a su habitación, con la excusa de que la agitada vida londinense la
había dejado exhausta.
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