Capítulo 4
Elena apartó sus labios de los de Damon y rodó a un
lado cuando él la soltó. Saltó de la cama y se alisó la falda corta de tablas
que llevaba, roja de vergüenza como el jersey de cuello alto que llevaba.
-¡Sucia zorra! -le gritó Caroline mientras Damon se
incorporaba.
Caroline se abalanzó sobre la cama, taconeando fuertemente
hasta llegar a ella.
-¡Es obvio! ¡No toleraré este tipo de comportamiento,
Damon! ¿Me oyes?
Elena pensó que todo el personal médico debía
haberla oído para entonces, pero no dijo nada.
Justo antes de llegar a la cama, Caroline se volvió
y se encaró con Elena.
-¿Crees que no me doy cuenta de lo que está pasando?
No soy tan tonta como para creer que fuera Damon quien empezara esto. Es
evidente que te has lanzado sobre él en un intento desesperado de hacerte notar
como mujer, pero nunca serás suficiente mujer para un hombre como Damon,
incluso paralítico.
Cada una de sus palabras hirieron el vulnerable
corazón de Elena. Sabía de sobra que no era el tipo de Damon, nunca lo había
sido. Se sintió culpable sabiendo que Caroline tenía razón: había sido ella
quien se había lanzado sobre Damon, besándolo cuando él sólo le estaba dando
buenas noticias.
Por supuesto, nada de eso explicaba el que él la hubiera
besado después, pero para un hombre tan machista como Damon, esa podía ser una
reacción automática.
Abrió la boca para pronunciar una disculpa, pero
Caroline se giró y se dirigió a Damon.
-O mandas a esa niñata a la calle o me voy para
siempre.
Elena se quedó helada. Con esas opciones, ya sabía
cuál sería su elección. Ya había pasado antes, cuando Caroline se aseguró de
que Damon no tuviera contacto con ella hasta el punto de no dejarle ir al
funeral de su padre.
-¿Y bien, Damon? -dijo Caroline, arrugando los
labios mientras lágrimas de cocodrilo afloraban a sus ojos.
-Ya sabes mi respuesta -replicó Damon.
Aquellas fueron las últimas palabras que Elena escuchó
antes de salir corriendo de la habitación tan rápidamente como sus temblorosas
piernas pudieron llevarla. Las mejillas le ardían por las lágrimas, éstas muy
reales, y aunque creyó oír que Damon la llamaba, desechó la idea por
fantasiosa.
Él ya había hecho su elección. Aunque desde el día
anterior no tenía ningún lugar al que ir, eso no le dolía ni la mitad que el
modo en que Caroline había conseguido apartarla definitivamente de la vida de
Damon.
Elena se dejó caer sobre la cama de su habitación,
aliviada de que Stefan estuviera en una reunión de negocios en Roma,
asistiendo en nombre de Damon. Así podría recoger sus cosas y llorar en
privado.
Se sentía como cuando murió su padre: sola, perdida
y dolida. Y ahora también humillada. El recuerdo de su vergonzosa reacción con
Damon la mortificaba. ¿Cómo podía haber sido tan tonta? Damon probablemente
pensaría que era una virgen ninfómana.
Gimió y enterró la cabeza en la almohada, pero eso
no ayudó demasiado. Se había comportado como una completa idiota. El teléfono
sonó, pero lo ignoró para dejarse caer más en su depresión. Probablemente
serían las limpiadoras o algo así. O tal vez los médicos de Damon. Maldición.
Se obligó a levantarse y a alargar la mano hacia el teléfono justo en el
momento en que dejó de sonar. No le daba pena haber perdido la llamada,
realmente no quería hablar con nadie en ese momento.
Al pensar que podían ser los médicos, otros pensamientos
vinieron a hundirla aún más. Si ella se iba, ¿quién iba a ocuparse de la
rehabilitación de Damon? El fisioterapeuta, por más fuerte que fuese, se sentía
intimidado por Damon e incluso Stefan evitaba llevarle la contraria a su
hermano en aquellos momentos. Había sido él quien había accedido a instalar la
línea de internet en la habitación del hospital.
Damon no tendría a nadie a su lado que se preocupase
por canalizar sus energías hacia su recuperación en lugar de hacia sus
negocios.
Las lágrimas le ardían en los ojos. Había sido una
tonta y por ello Damon tendría que sufrir. No era tan arrogante como para
creer que Damon la necesitara a ella, pero... necesitaba a alguien que
estuviese con él, y desde luego Caroline no iba a hacerlo. Era demasiado egocéntrica
como para preocuparse por los demás.
Elena se acurrucó en posición fetal y se concentró
en dejar de llorar. Perdió la noción del tiempo que pasó en esa postura, pero
en un momento dado se levantó y empezó a recoger sus cosas. El ruido de la
puerta abriéndose la
alertó de la vuelta de Stefan. No esperaba que volviera de la reunión hasta el
día siguiente, pero en algún momento tenía que enfrentarse a él y contarle todo
acerca del ultimátum de Caroline.
Salió a la salita de la suite y se detuvo en seco,
frotándose los ojos para asegurarse de que no le estaban jugando una mala
pasada.
-¿Por qué no respondiste al teléfono? -preguntó
Damon, furioso.
-No sabía que fueras tú -dijo ella, tontamente.
Allí estaba él, en la suite. Aparte de la silla de
ruedas, se parecía mucho a aquel fuerte hombre de negocios italiano. Su pelo
negro brillaba y su traje de Armani le estaba perfecto.
-Huiste -dijo él, casi intimidándola.
-Pensé que querías que me fuese -desde luego, su
prometida quería-. ¿Dónde está Caroline?
-Se ha ido -dijo él, sin expresión en el rostro.
-¿Por mi culpa? -preguntó ella, afectadísima porque
su atrevido comportamiento hubiera hecho a Damon perder a la mujer a la que
amaba.
-Porque no permito que nadie me diga quiénes deben
ser mis amigos.
Elena se mordió el labio hasta que notó el sabor de
la sangre.
-Siento haber saltado sobre ti de esa manera.
-Estabas contenta por las buenas noticias, igual que
yo.
-Pero... -reunió todo su valor para pronunciar estas
palabras- te besé.
-No es así como yo lo recuerdo, tesoro mio.
-Te... te ataqué.
-Te comportaste como una mujer cálida y apasionada
enfrentada a la inesperada cercanía física de un hombre que te atrae. No
tienes nada de lo que avergonzarte.
-Pero... Caroline...
-Se ha ido -repitió él, y sus palabras sonaron definitivas.
-¿Quieres decir, para siempre? ¿No le dijiste que no
significaba nada? Ella ya sabía que la culpa era mía.
-Ella no desea atarse a un paralítico.
Las palabras golpearon a Elena como una explosión y
se dejó caer sobre las rodillas a los pies de Damon. Le cogió de las manos y
las puso contra su pecho.
-No estás paralítico. Esto es sólo temporal. ¿No se
da cuenta? ¿Le has dicho que esta mañana sentías los pies?
-Lo que le he dicho no es asunto tuyo. Ella ha salido
de mi vida, acéptalo como lo he hecho yo -dijo con firmeza.
-Yo... -se sentía tan culpable, que no sabía qué decir.
Él giró la cabeza y miró a través de la puerta
abierta de su habitación. La maleta al lado de la cama se lo decía todo.
-¿Ibas a marcharte, verdad? -por extraño que fuera,
parecía más enfadado que por la marcha de Caroline.
-Creía que era lo que querías.
-Pues no. ¿No te dije que quería que te quedaras?
-Sí, pero...
-No hay peros que valgan. Te quedas conmigo -¡qué
arrogancia!
-Yo...
-No volverás a la universidad. Me lo prometiste.
-No podría aunque quisiera. Me han despedido
-admitió ella amargamente.
Entonces se dio cuenta de dónde tenía las manos de
él y las soltó con la velocidad de un rayo al sentir que volvía a acosarlo.
Damon la agarró posesivamente por la muñeca antes de que pudiera huir del todo
y la colocó sobre su regazo, con las piernas colgando sobre sus firmes muslos.
-¿Te despidieron? -preguntó mirándola fijamente.
-Sí, así que soy libre como el viento -intentó
sonreír ante sus perspectivas laborales. Conseguir la plaza de ayudante de
profesor universitario había sido una suerte que no pensaba que se volviera a
repetir-. Puedo quedarme contigo tanto tiempo como quieras.
-¿Y Katherine?
El nombre de su madrastra no calmó sus ánimos en
absoluto. Katherine había dejado muy claro después de la muerte de su padre que
no tenía con ella ningún lazo familiar o afectivo.
-Vendió la casa y casi todo lo que había dentro dos
meses después de la muerte de mi padre. Ahora está de crucero por la Costa Azul
francesa con uno de los antiguos alumnos de mi padre.
Los ojos de Damon se oscurecieron.
-¿Vendió tu casa? ¿Dispuso de ese modo de las pertenencias
de tu familia? -parecía indignado. Como italiano que era, le resultaba
imposible comprender el desmantelamiento del hogar de la familia y todo lo que
representaba. Los Salvatore vivían en la misma casa en Milán desde hacía más de
cien años.
-¿Dónde has vivido hasta ahora?
Ella cada vez tenía más dificultades para concentrarse
estando sentada sobre él.
-¿Qué? ¡Oh!, en un piso que me dejaba la universidad.
-¿Cuánto tiempo te han dado para mudarte?
Ella torció el gesto.
-Ayer fui a recoger mis cosas. Están en mi coche.
-¿No tienes dónde ir? -parecía que estuviera viviendo
bajo un puente.
-No. Me quedaré aquí por ahora, pero ya encontraré
algo cuando vuelvas a andar y ya no me necesites como animadora.
-Eso es inaceptable.
Ella sonrió.
-No te preocupes por eso. Soy mayor y puedo cuidar
de mí misma. Lo he hecho desde que fui a la universidad. Katherine nunca quiso
que volviera a casa, ni siquiera en verano.
-No me sorprende que pasaras las vacaciones con mis
padres.
-Tus padres son maravillosos, Damon.
-Sí, pero tú también eres muy especial.
Sus palabras la hicieron sonreír de nuevo.
-Gracias. Yo también creo que tú eres muy especial.
-¿Te parezco lo suficientemente especial como para
casarte conmigo?
Su corazón se detuvo un instante y después volvió a
latir a toda velocidad.
-¿Casarme? -repitió ella.
-Tal vez, como Caroline, no desees atarte a un
inútil.
La rabia la invadió al utilizar aquella horrible
palabra y le dio un puñetazo en el pecho.
-No vuelvas a utilizar esa horrible palabra. Incluso
si no puedes volver a moverte en toda tu vida, nunca serás un inútil.
-Si eso es lo que crees, entonces cásate conmigo.
-¡Pero tú no quieres casarte conmigo!
-Quiero niños. Mi madre espera una nuera y creo que
le gustará que seas tú, ¿no?
La idea de tener los niños de Damon la hizo temblar,
pero...
-Eso es ridículo. Estás enfadado con Caroline, pero
no deseas pasar el resto de tu vida conmigo como esposa y lo sabes.
-Quiero volver a Italia y quiero que vengas conmigo.
-Por supuesto que iré, pero no tienes que casarte
conmigo para convencerme de que vaya contigo.
-¿Y mis hijos? ¿Quieres tener hijos conmigo sin estar
casada?
-No tengo ni idea de lo que estás diciendo -dijo,
roja hasta las orejas.
-Te estoy diciendo que quiero hijos. ¿Es tan difícil
de entender?
No, no lo era. Damon sería un padre increíble y
nunca había ocultado el deseo de serlo.
-Pero...
-Tendrías que someterte a un proceso de fecundación
in vitro. No puedo... —ahora fue él quien calló y ella sabía que su orgullo se
rompería en pedacitos si decía aquellas palabras.
-Por supuesto que no. Eso es normal, pero no durará
mucho tiempo -ella intentó quitarle importancia.
Por un momento dejó su imaginación volar y se
imaginó como esposa de Damon. Pertenecerle y tener hijos con él. Era muy fácil
imaginarse embarazada de un hijo suyo... y muy, muy feliz de estar en ese
estado.
-Tal vez tengas miedo del tratamiento.
-No -dijo ella, mirándolo de frente, intentando contener
los latidos de su corazón-. Damon...
Él le puso un dedo sobre los labios.
-Piénsalo.
Ella asintió con la cabeza, enmudecida. Incluso si
no hubiera deseado casarse con Damon, no habría podido rechazarlo a la primera.
Tras la marcha de Caroline, habría sido muy cruel.
-Y mientras lo piensas, acuérdate de esto.
Sus labios sustituyeron a sus dedos sobre la boca de
ella, y en su mente se produjo un cortocircuito. Sus pezones se endurecieron
casi dolorosamente contra la seda del sujetador y empezó a notar un latido de
vacío entre los muslos. Aquel no era un beso de exploración, era un asalto a
sus sentidos y, cuando la lengua de Damon le pidió entrar en su boca, ella la
dejó sin protestar.
Aquel latido en el corazón de su feminidad se fue
incrementando, lanzando un mensaje de necesidad que no había sentido nunca antes. Ella gimió y se apretó
contra él, con los dedos firmemente agarrados contra la solapa de su chaqueta.
Damon introdujo su mano bajo el jersey y empezó a acariciar la suave piel de su
espalda, haciéndola temblar. Después, sintió el chasquido de su sujetador y una
mano masculina que acariciaba su pecho. Se sintió invadida por el placer.
Nunca le había permitido a ningún chico que llegara tan lejos.
Pero aquel era Damon, y ella se moría por sus
caricias. Ella gritó y el sonido se perdió en su boca cuando sus dedos
empezaron a pellizcar y a acariciarle suavemente el pezón. La sensación entre
sus piernas aumentó así como el deseo de gritar. Se agitó en su regazo, incapaz
de controlar el impulso de moverse.
El retiró la boca de la suya y ella lo persiguió con
los labios. No podía dejar de besarla en ese momento. Pero no lo hizo,
simplemente trasladó sus labios hasta un punto sensible detrás de su oreja.
Ella tembló, se agitó y gimió.
Mientras sus manos seguían atormentando su pecho,
sus labios hacían estragos en su nuca.
-Qué dulce sabes, tesoro mio -y quiso saborear cada
centímetro de sus labios.
Cuando el jersey de cuello alto pareció interponerse
en su camino, le dijo que se lo quitara.
-¿Qué? -los ojos de Elena se abrieron como platos,
confundida.
Pero él no respondió. Un minuto después, ya le estaba
subiendo el jersey por encima del torso. Su piel se encogía donde él la tocaba,
pero ella no se dio cuenta del torbellino de pasión en que había entrado hasta
que vio el jersey rojo y su sujetador sobre la alfombra. Estaba totalmente
desnuda de cintura para arriba, descubierta ante la sensual mirada de Damon.
Sus ojos plateados estaban fijos en sus pechos desnudos. Sus manos corrieron a
tapar la vulnerabilidad de sus curvas.
-No deberías mirarme así.
Él no retiró la mirada ni un ápice, sino que delicadamente
la tomó de las muñecas, rozando la piel de sus pechos.
-Déjame que te vea -dijo él.
-Pero...
-Quieres que te vea -aquello resultó demasiado
arrogante.
-No.
-Sí, cara mia. Te excita que te mire, que vea lo que
a otros les ocultas.
Ella agitó la cabeza, negándolo, pero en realidad,
tenía razón. Ella estaba muy impactada por su mirada y dejó que le apartara las
manos de los pechos.
Ella nunca había hecho topless; la palidez de su
piel contrastaba con el toque rosado y excitado que coronaba sus pechos.
Él alargó un dedo y rozó el pezón endurecido de un
pecho.
-Bella... -dijo esto con tal reverencia, que ella
sintió que sus ojos se humedecían de nuevo-. Bella mia.
Añadió esto con tono posesivo mientras la abrazaba
fuertemente.
Ella tembló. Sus manos empezaron a moldearla
suavemente, acariciándola, pellizcando suavemente con tal maestría, que ella
evitó pensar cómo habría aprendido aquello.
Ella lo miraba fascinada mientras bajaba la cabeza;
sus labios se cerraron sobre su pezón y al ver sus labios contra su piel, ella
creyó que ardería de excitación.
Todo se volvió borroso. La sensación era eléctrica
y, cuando empezó a pellizcarla y a jugar con la lengua, las pequeñas descargas
de placer se hicieron tan insoportables, que ella cerró los ojos, echó la
cabeza hacia atrás y empezó a suplicar:
-¡Por favor, Damon, por favor!
Ella no sabía qué estaba pidiendo, pero sabía que necesitaba
algo. Su cuerpo parecía estar en llamas y era incapaz de concentrarse después
de haber soñado con ese momento durante tanto tiempo, por fin sus fantasías se
habían hecho realidad. Sólo había amado a aquel hombre en toda su vida.
Una carcajada masculina contestó a sus súplicas
mientras empezaba a pasarle una mano por la pantorrilla. Le hizo cosquillas
detrás de la rodilla haciendo que ella se encogiera, y después empezó a
recorrer la parte interna del muslo. Sus piernas se abrieron casi
instintivamente y él siguió con su exploración hasta que llegó al centro de su
feminidad. Ella dio un respingo por la sensación y gritó. Él volvió a
acariciarla por encima de las braguitas y ella gimió, acercándose más a sus
dedos exploradores.
Con el pulgar, él levantó la suave tela y la tocó de
la forma más íntima posible, haciéndola temblar de miedo y placer. Ella nunca
había hecho aquello y nunca había pensado que dejaría que otro hombre distinto
de Damon lo hiciera. Para algunas cosas era tan inocente como una adolescente.
-¿Qué me estás haciendo? -susurró ella.
-Amarte...
Aquella palabra sonaba tan bien. Ella podía imaginarse
que él estaba realmente haciéndole el amor y que la tocaba para saciar su
propia necesidad. Esa dulce idea incrementó su placer hasta la inconsciencia.
En aquel momento, era como si Damon la amase tanto como ella lo amaba a él.
Entonces él la obligó a levantarse; ¿ya había acabado?
La sola idea hizo que la necesidad se hiciera aún más acuciante.
Pero él le bajó la cremallera de la falda y la dejó
caer sobre la alfombra. Después le quitó las bragas a juego con el sujetador y
dejó que se deslizaran por sus piernas hasta llegar a sus pies.
Ella se quitó las botas y los calcetines, deseando
volver a la seguridad de su regazo cuanto antes, y su deseo se cumplió casi al
instante, cuando él volvió a atraerla hacia sí y siguió probando la
sensibilidad de su piel.
Él quiso probar la calidez de su profundidad con un
dedo mientras acariciaba dulcemente con el pulgar la zona más sensible de su
cuerpo.
Otra vez los gemidos, el temblor aumentó; su cuerpo
parecía un volcán a punto de entrar en erupción. Ella se sentía al borde de un
precipicio, deseosa por saltar, pero aterrada por los resultados.
-Déjate ir, cara mia -dijo antes de besarla con una
pasión que sólo había sentido en sueños-. Dame el regalo de tu placer.
Ella llego al climax entre un estallido de fuegos artificiales
y terremotos. El placer duró mucho y ella gritó y gimió, pidiéndole que parara
y suplicándole que continuara. El siguió tocándola hasta que las convulsiones
de su cuerpo casi la hicieron saltar de su regazo, pero ella estaba agarrada a
su cuerpo con firmeza.
Elena intentó decir algo, pero era incapaz de articular
una frase coherente, hasta que se encontró a sí misma temblando en una serie de
climax que la dejaron agotada y casi inconsciente en sus brazos. Él la atrajo
hacia sí y llevó la silla de ruedas hasta su habitación. Allí la colocó sobre
la cama y la arropó cariñosamente.
-Duerme, tesoro. Hablaremos mañana.
Elena despertó antes del amanecer sintiendo el tacto
extraño de las sábanas sobre su piel desnuda. Sólo tardó un segundo en recordar
todo lo que había pasado el día anterior. Se notó enrojecer al recordar cómo había
permitido a Damon tocar todos sus puntos íntimos y cómo la había hecho gritar
de placer y suplicar. Y él ni siquiera se había quitado la chaqueta.
¿Por qué lo había hecho? Hasta el día anterior,
Damon nunca se había fijado en ella como mujer y ahora, de repente, le había
hecho el amor con una pasión que la había dejado casi en estado comatoso. De
acuerdo, técnicamente no había sido sexo de verdad, pero ella sentía que no
podía haber contacto más íntimo.
Sólo al recordar el modo en que la había dominado
hacía que su pulso volviera a dispararse. Había cumplido su fantasía de un
modo tan espectacular, que podría vivir de recuerdos toda la vida.
Pero, si él quería casarse con ella, no tendría que
hacerlo. Si ella accedía, él no se echaría atrás, tenía demasiado sentido del
honor como para eso. Pero realmente no podía desear casarse con ella. Caroline
lo había rechazado y él había respondido con la típica reacción Salvatore. Le
había pedido matrimonio a otra mujer y le había hecho el amor para hacer crecer
su ego. Damon era un hombre machista y necesitaba sentir que era atractivo a
las mujeres.
Elena se llevó la mano a los lugares que él había
tocado el día anterior y que ahora se sentían deseosos de su tacto. No parecían
haber cambiado... y sin embargo se sentía mucho más mujer, mucho más femenina.
Damon le había hecho ese regalo: la había hecho sentirse
mujer de verdad.
Lo menos que podía hacer era darle a su vez el regalo
de su comprensión como compensación. No utilizaría su reacción emocional del
día anterior para atraparlo en un matrimonio que seguro no desearía tras
haberlo consultado con la almohada.
Ella aplastó sin piedad sus sueños infantiles de ser
su mujer y la madre de sus hijos y se levantó para ducharse e ir al hospital.
Así vería a Damon temprano y no tendría demasiado tiempo para preocuparse por
todo aquello.
ayy que le contestara? espero que carolina no vuelva mas¡ gracias por el capitulo y espero el próximo¡ >^.^<
ResponderEliminar