CAPÍTULO 07
Caroline saludó a Damon y luego dio un paso hacia
atrás. Compartía el mismo color de cabello de su hermano y el mismo físico alto
y delgado. Pero tenía los ojos de su madre, oscuros y duros.
–Así que… – dijo
mirando a Elena de arriba abajo –…la esposa pródiga ha regresado –
–Caroline – el tono de Damon
fue de advertencia.
Su hermana lo miró con
una mirada abrasadora – ¿Qué? ¿Vas a decirme que después de lo que te hizo a ti
y a mi sobrino, vas a dejar que simplemente regrese y te haga bailar a su son,
para dejarte sin nada?
Elena se
sentía débil. Recordaba
otra conversación, una
entre él y su
hermana. Fue el mismo día en que había regresado a casa sabiendo que su vida
iba a cambiar. Caroline había viajado desde España para verlo y Elena los había
escuchado discutir en la sala de estar. Sus voces se habían elevado tanto que
fue imposible no escuchar. Y todo regresaba ahora con espeluznante detalle.
Los gritos de su
hermana sonaban estridentes e indignados – ¿Después de todos los años de dolor
y humillación que nuestro padre infligió a nuestra madre con esa puta inglesa,
vienes tú y te casas con una y encima van tener un hijo? ¿Por qué nos haces
esto? –
El tono de Damon hizo
que Elena sintiera escalofríos en la columna –Caroline, nada ha cambiado. Se
trata de un acuerdo comercial. El hecho de que ella esté esperando a mi hijo es
una consecuencia inesperada, pero me va a ahorrar la molestia de volver a
casarme para asegurarme un heredero –
La voz de su hermana
bajó peligrosamente, reflejando un tono de sospecha –
¿Estás enamorado de
ella? –
Damon rápidamente se
había echado a reír y replicado con dureza –Por supuesto que no –
–Entonces, ¿por qué te
acostaste con ella? –
La voz de Damon se
había vuelto de hielo –Eso no es asunto tuyo –
–No me puedo imaginar
que fuera divertido – La voz de Caroline había sido tan mordaz y tan rebosante
de desprecio que Elena se había sentido enferma –Es el arquetipo de la reina de
hielo –
Por un
minuto sus voces
se habían amortiguado,
pero seguían siendo acaloradas, y Elena estaba demasiado
helada de espanto como para moverse. Demasiado impresionada. Demasiado herida.
Y luego la voz de Damon se había vuelto a elevar.
–Para mí, ella no
significa más que un medio para un fin. No significa nada, ni lo significará. Y
no me importa lo que haya hecho nuestro padre, eso no va a influir en cómo voy
a vivir mi vida. Mi vida no va a ser dictada por sus faltas, y mucho menos por
ti. Ha cumplido con creces su función como mi esposa y debes aceptar eso.
–Ella realmente te ha
atrapado, ¿verdad hermanito...? – Caroline había rematado burlonamente.
Poco a poco Elena
volvió al presente. Caroline seguía allí, echándole la bronca a Damon. Y el
marido, a su lado, miraba tímidamente como disculpándose. Elena se sentía
húmeda y fría.
Luego Damon le dijo a Caroline
– ¡Es suficiente! –
Su hermana se detuvo en
medio de la diatriba y con un sonido estrangulado agarró a su marido y se
marchó. Elena se sentía como si la hubiera golpeado.
Damon se volvió para
mirarla y quedó impactado por lo pálida que estaba. Sus ojos parecían heridos.
Maldiciendo se la llevó a un rincón tranquilo. Y cuando estuvo a punto de
actuar por instinto y atraerla hacia su pecho, se sacudió dando un paso atrás.
Un torrente de auto burla lo atravesó. ¿Es que acaso se estaba ablandando?
Elena se sentía muy
cerca del borde. Damon había tratado de alcanzarla, pero sabía que si la tocaba
se disolvería. Y ver que había amagado a consolarla empeoraba las cosas en su
cabeza.
Pero entonces, como si
sólo hubiese estado en su imaginación, Damon habló con un tono frío –Ella no
tenía derecho a atacarte como acaba de hacerlo –
Elena recuperó cierto
equilibrio. Sacudió la cabeza vagamente, como negando lo que él decía. Él no
tenía ni idea de cuánto la había afectado su hermana, y es que había dejado que
la perturbara nuevamente. Pensaba que había bloqueado en su mente aquella
conversación horrible, pero todavía estaba allí, marcada a fuego en su memoria.
Sin embargo había sido oportuna, no tenía que olvidar eso, porque si no lo
hubiera escuchado en ese momento, le habría contado a él... todo. Y habría
perdido el último resto de orgullo y dignidad que le quedaba.
– ¿Estás lista para
volver adentro? – Elena se limitó a asentir, con la esperanza de que el revuelo
en su vientre no se reflejara en su rostro o en sus ojos.
–Sí, por supuesto.
Sólo... necesitaba un momento... por el calor... –
Por el resto de la
noche Damon estuvo atento pero distante. Increíblemente frío.
¿Ver a
su hermana le
puso las cosas
en perspectiva? ¿Reconfirmó
sus sospechas de que Elena lo había atrapado? ¿Se arrepintió de haber
traído a Elena? ¿Estaba deseando estar con su amante?
En el camino de regreso
apenas si habló dos palabras con ella. Una tormenta se avecinaba, tronando
amenazante, y cuando se bajó del coche Elena levantó los ojos para ver rodar
las nubes que corrían por el cielo mientras la luna llena aparecía y
desaparecía. El aire era cálido, pero había tormenta en el horizonte. Sintió un
escalofrío por la espalda, como de premonición o algo así, pero no estaba
segura qué.
Una vez dentro de la
casa Damon se sacó bruscamente la corbata –Voy a tomar una copa, ¿quieres una?
–
Elena negó con la
cabeza, aunque él ni siquiera la miraba –No. Gracias. Buenas noches –
Algo hizo que se
detuviera en lo alto de la escalera y se encontró preguntando, justo antes de
que él entrara a la sala de estar – ¿Esa mujer es tu amante? –
Su ancha espalda se detuvo
y luego se volvió
lentamente, Elena querría haberse mordido la lengua, no tenía derecho a
saber. Tampoco podía leer la expresión de su cara.
– ¿Por qué? –
Ella se encogió de
hombros con torpeza –Me lo preguntaba. Parecían... cercanos
–
–Fuimos amantes hace
mucho tiempo. Pero, no, no es mi amante –
–Ah... bueno, buenas
noches entonces – Elena huyó antes de que su boca pudiera meterla en más
problemas. Aún así, una curiosa sensación de efervescencia llenaba sus venas.
Ya arriba se quitó los zapatos y chequeó cómo estaba Nick. Estaba durmiendo
tranquilamente. Acomodó el cubrecama sobre él, le dio un beso en la frente y se
fue a su habitación.
Cuando Damon entró en
la habitación de Nick un rato más tarde pudo oler el aroma de Elena
persistiendo apenas en el aire, pero podía olerlo. También pudo ver que había
acomodado a Nick correctamente. Se dejó caer pesadamente en la
silla del rincón
y se quedó
mirando pensativamente por
un largo momento.
Una hora después,
tratando de dormir, Elena aún estaba dando vueltas. Imágenes, recuerdos,
emociones, todo se arremolinaba en su cabeza. Y la más viva de todas esas
imágenes era la de Damon. Tentándola y torturándola. El aire de la habitación
parecía pesado, y se dio cuenta de que las puertas balcón estaban cerradas. Se
oyó otro trueno. Necesitaba aire, algo de brisa, así que se levantó y fue a
abrir.
El aire afuera estaba
denso, caliente e insoportablemente pesado, impregnado de la tormenta inminente,
que aún no había golpeado. Elena salió y miró hacia arriba. Casi increíblemente
las gotas de lluvia comenzaron a caer, como si hubieran estado esperando su
señal. Extendió una mano mientras caían cada vez más
y más pesadas.
En cuestión de
segundos se transformó
en un torrencial aguacero, y un
relámpago recortado iluminó el cielo.
Elena se aventuró más
allá y la lluvia torrencial la empapó en un segundo, pero no le importó. El
momento era mágico, el tipo de cosas que había soñado hacer durante los últimos
largos y difíciles meses. En camisón fue bajando por los escalones y se quedó
con el rostro inclinado hacia las nubes negras y amenazantes mientras la lluvia
bullía encima de ella, pegando el pelo a la cabeza. Sentía como si estuviera siendo
purificada y una alegría intensa la llenaba.
Había sobrevivido a una
horrible pesadilla y ahora estaba con su hijo. A pesar del dolor de saber que Damon
quería el divorcio, no podía pedir una felicidad más grande que ésta.
Levantando los brazos, le dio la bienvenida a la lluvia como una bendición...
– ¿Qué diablos crees
que estás haciendo? –
Elena dejó caer los
brazos al instante, sintiéndose tonta y se dio vuelta con el corazón latiendo
fuerte. Apenas podía ver a Damon a través de la lluvia, aunque sentía su
tensión y su irritación. Cuando él dio un paso más cerca pudo ver que estaba
vestido nada más que con unos breves bóxers. La lluvia corría por su pecho
creando riachuelos y ya estaba tan empapado como ella.
–Yo... estoy de pie
bajo la lluvia – respondió sin mucha convicción.
–Eso veo –
Él también pudo ver que
su camisón corto se le pegaba al cuerpo como una segunda piel y se había vuelto
translúcido. Sin poder evitarlo, sus ojos la recorrieron. El contorno de su
cuerpo se veía con claridad desde la cintura hasta las caderas, y por debajo
del ruedo se veían las largas piernas.
La prometedora sombra oscura entre ellas era una invitación muy tentadora. El
material empapado moldeaba sus pechos, aún altos y firmes, con sus puntas
duras. El deseo palpitó en su sangre, caliente e insistente.
–Dam... –
Él alzó la mirada –
¿Cómo me has llamado? –
Había una expresión en
el rostro de ella, una mirada anhelante que se estrelló contra él. Había visto
esa mirada antes. Sus ojos se clavaron en el lugar donde sus pechos subían y
bajaban rápidamente. Ya no podía oír la lluvia, lo único que podía oír era el
latido de su propio corazón, de su propio pulso.
–Te llamé Dam –
Damon sacudió la
cabeza. Tenía que salir de este hechizo –Nadie me llama así –
–Yo sí – dijo
simplemente.
Un dolor interno se
apoderó de él y se acordó de su amague instintivo para consolarla más temprano
–Elena... vuelve a la cama –
Ella dio un paso más,
pero no para irse.
Sintiendo una intensa
oleada de irritación, Damon acortó la distancia y la tomó de los hombros –
¡Maldita sea, mujer! ¿Qué te pasa? –
Elena estaba guiada por
una fuerza más fuerte de la que podía resistir. Era más que mero deseo, a pesar
de que eso también estaba allí, incendiándola de tal forma que ni siquiera
sentía la lluvia. Puso sus manos en la cintura de él y lo sintió rígido. Rezó
para que no la rechazara.
–Dam... por favor... –
–Dam, por favor ¿qué? –
Sabía que ni siquiera debería estar participando del diálogo, sólo debería
pensar en poner distancia. Pero había algo en ella, algo... diferente.
Vehemente. Sentía como si nunca hubiera conocido a esta mujer antes... o mejor
dicho sí la había conocido, en el pasado, cuando él había creído...
–Te deseo –
Esas dos simples
palabras estallaron en su cabeza. Trató de moverse pero no pudo. Las manos de
ella estaban sobre él y él quería que así fuera, sobre todo él, alrededor de
él, tocándolo, acariciándolo. Tenía el pelo pegado a la cabeza y enormes gotas
cayendo sobre sus hombros. Sin embargo un instinto de auto protección le
impedía rendirse al deseo más fuerte que había sentido en su vida.
Elena se acercó, lo
suficiente como para que sus cuerpos se tocaran ligeramente. Eran como iones
atrayéndose y se podía percibir la intensidad con que se
juntaban. Esto tenía
que ser real,
no podía ser
de su imaginación. La electricidad en el aire no
era sólo la que venía del cielo.
–Por favor –
Él negó con la cabeza.
Pero su «por favor» caló e hizo eco en todo su cuerpo dolorido. Pudo ver
sus ojos. La
lluvia estaba parando,
las gotas de
agua brillaban sobre su piel y se aferraban a sus largas pestañas, y no
fue lo suficientemente fuerte como
dar marcha atrás
o analizar lo
que estaba pasando.
Con un movimiento
urgente y un gemido gutural surgido de alguna parte profunda de su interior, Damon
puso las manos alrededor de la cabeza de Elena, ahuecándola y entrelazando sus
cuerpos. Luego levantó la cara y tomó su boca con la suya.
Su beso fue apasionado
y todo lo que Elena había soñado. Se dejó caer sobre su cuerpo, con sus brazos
alrededor de su estrecha cintura y los pechos aplastados contra su torso. No
podía creer que esto estuviera sucediendo, pero la lluvia y la tormenta había
añadido un elemento mágico.
Damon seguía acunando
su cabeza con sus manos alrededor de su cara, evitando que se moviera una
pulgada mientras saqueaba su boca. Su lengua buscaba la suya, danzante y
enredada. Elena podía sentir el calor acumulándose en su bajo vientre. Se
olvidó de la ropa mojada pegándose a su cuerpo, sólo podía sentir la evidencia
de la excitación de Damon contra ella. Sintió que una fuerza ferozmente
exultante la atravesaba.
Cuando Damon retrocedió
abrió los ojos con párpados pesados. Los de él estaban teñidos de un azul
oscuro, llenos de deseo. Sin decir una palabra, se inclinó y la recogió
poniendo un brazo debajo de sus piernas. Se volvió y se dirigió rápidamente a
su propia habitación. Elena tuvo una rápida impresión de colores oscuros y de
una enorme cama antes de que la dejara en el suelo delante de él. Sus piernas
se sentían débiles.
Lo miró, ahora muy
consciente de su camisón húmedo pegado a su cuerpo, y la horrible realidad
quiso entrometerse.
Como si Damon leyera
sus dudas rápidamente sacó una mano y alzó la cara hacia la suya, negando con
la cabeza. Su boca tenía una sonrisa dura –No hay marcha atrás desde aquí –
Y antes de que ella
supiera lo que estaba haciendo, él llevó sus manos a la parte de arriba de su
camisón de algodón fino y lo rasgó de arriba abajo. Elena se quedó sin aliento.
Sacudió el camisón de sus hombros para que cayera hacia atrás de ella, y en un
segundo se quitó de encima sus calzoncillos.
Estaban desnudos,
uno frente al
otro. Antes, Elena
habría estado encogiéndose de
miedo, con los dedos de los pies hacia arriba, pero ahora... ella se sentía más
allá. Por muchas razones. La menos importante de las cuales era su deseo y el
recuerdo de cómo él la podía hacer sentir. Eso hacía que se sintiera ardiente,
burlándose de cualquier muestra de vergüenza.
Podía sentir las gotas
de lluvia en las puntas de su cabello caer sobre su piel y estremecerla
ligeramente, causándole piel de gallina. Sus pechos se sentían apretados,
doloridos. Su respiración se detuvo en su garganta mientras veía deslizarse la
mirada de Damon, y a su mano venir y acopar un pecho. El aliento de Elena se
volvió jadeante.
Damon perezosamente
sintió el peso de su pecho en
la mano. Todas las terminaciones
nerviosas de Elena se encogieron y el centro de sus pechos clamaba su toque. Él
inclinó la cabeza, con el aliento aligerado, y los párpados agitados de Elena
se cerraron. Pero entonces, en lugar de tomar el pico tenso en su boca
caliente, sintió que sacaba la lengua y lamía una gota de lluvia que se había
quedado en la punta después de haberse deslizado sobre el declive del seno.
Puso las manos sobre
sus hombros anchos para no caerse. El pasado y el presente se entrelazaban. Lo
único que se mantenía constante eran las sensaciones y la forma en que la hacía
sentir. Elena se entregó a él, y dio las gracias a Dios porque le había dado
una segunda oportunidad.
Ella abrió los ojos y
clavó sus dedos en su pelo mojado, levantándole la cabeza y dando
un paso hasta
quedar contra él.
Su erección se
sentía pesada, atrapada entre sus
cuerpos, luego ella se estiró hasta darle un beso.
La pasión se apoderó de
ellos, alcanzándolos. Se besaron con furia. Las manos de Damon recorrían a Elena
desde la espalda hasta las nalgas, apoyando en ellas sus grandes manos. La
atrajo hacia arriba y contra él, de modo que la protuberancia dolorida de su
excitación le diera justo allí. Elena respondió, buscando con sus manos,
tratando de tocarlo, y luego metiendo una mano entre ellos y dejando sus dedos
tentadoramente cerca de su longitud.
Damon se separó, respirando con dificultad y
con los ojos
brillantes –Es suficiente –
Elena sintió un momento
de puro miedo cuando pensó que la había llevado hasta este punto sólo para
rechazarla después, pero luego, cuando la llevó cargando hasta la cama y la
acostó, el alivio la inundó. Vio cómo llegaba hasta un cajón cercano y se ponía
un preservativo. Mientras lo observaba, algo dentro de ella se cayó. No parecía
bien tener esa barrera entre ellos, pero no podía decir nada, no con el peso de
la historia a su alrededor, así que no dijo nada.
Damon, totalmente ajeno
a las turbulencias de su cabeza, se acostó junto a ella y corrió la palma de la mano hacia abajo,
sobre sus pechos, sus picos tensos, su vientre, y más abajo. Ella
instintivamente abrió las piernas y por un instante vio cruzar algo oscuro en
su rostro, pero luego desapareció.
Él se inclinó y lamió
alrededor de la aureola de su pecho por un segundo, mientras su mano hurgaba
entre sus piernas para encontrar el calor húmedo. En el mismo instante en que
por fin tomó un pezón turgente plenamente en su boca, dos dedos empujaron en su
canal resbaladizo, y su pulgar encontró instantáneamente la yema hinchada y
sensible de su deseo. Elena casi saltó de la cama. Nunca había estado tan
excitada, tan sensible.
Se movió contra su
mano, con los ojos cerrados y los músculos de su cuello tensos como cables,
mientras Damon amamantaba su otro pecho, sus caderas se levantaban en muda
súplica. Pero no era suficiente. Ella lo quería en su interior, donde había
soñado con él en sus largas noches solitarias.
–Dam… ¡Dam! –
Damon casi no la oyó
con la bruma del deseo nublando su cerebro. Ella era suave y sedosa, fragante,
y se sentía como el paraíso en la tierra. Era tan sensible como recordaba, más
increíblemente sensible que cualquier otra mujer que hubiera conocido. Eso no
había cambiado.
Ella se aferró a sus hombros, alejando las caderas.
Sus ojos estaban tan oscuros que parecían negros. Podía ver sus pezones,
mojados por sus atenciones, y él, en respuesta, se puso más duro.
–No – dijo ella
jadeante –Te quiero dentro de mí –
Por un momento
suspendido en el tiempo se miraron mutuamente. Y entonces, rompiendo el
hechizo, Elena se colocó de modo que quedó debajo de él, quien se acostó entre
sus piernas. No hubo vacilación. Damon le ahuecó una nalga, que tenía la
firmeza de un melocotón. Las piernas de ella se abrieron aún más, y colocándose
con cuidado, entró en ella. Él observó cómo la cabeza de ella iba hacia atrás,
la forma en que respiraba profundamente mientas lo jalaba, y su mente se volvía
difusa. Era exactamente la misma manera en que ella lo había tomado antes.
Recordaba aquel otro tiempo como si fuera ayer, como si fuera ahora. Y era
ahora.
Poniéndose sobre ella
apropiadamente, descansando su peso encima de sus brazos, él comenzó a empujar
adentro y afuera. Elena había soltado el aliento y mirado hacia arriba cuando
él se había retirado. Puso sus piernas alrededor de su cintura, Damon no podía
dejar de gemir de intenso placer cuando la sintió más profundamente. Estaba
enterrado muy dentro ahora…
Durante un largo
momento montaron la ola, y lucharon por mantener ese placer hasta último
momento. Pero Elena sabía que no podía prolongarlo más. Podía sentir los
temblores incrementarse, y la deliciosa rigidez hacerse cargo, creciendo y
creciendo. El ritmo de Damon aumentó y el sudor brillaba sobre su piel. Las
gotas de lluvia se habían ido, evaporadas por el calor de la pasión y en
un segundo el mundo de Elena estalló
a su alrededor en un
millón de estrellas.
Se quedó suspendida por
un buen rato, y ahora, mientras caía, se dio cuenta de la culminación de él. Su
cuerpo se sacudía pulsante, todavía empujando esporádica, estrujando el placer
hasta final, hasta que finalmente se tendió sobre ella, y ella lo abrazó con
fuerza dentro de ella, dentro de sus brazos.
Después de un largo
momento Damon encontró la fuerza para moverse y soltar a Elena, liberándola de
su peso. Salirse de su cuerpo le provocó un anhelo, una sensación de dolor creciente,
y para disimularlo se levantó de la cama y entró al cuarto de baño para
ocuparse del preservativo. Después de que lo hubo hecho, se miró en el espejo
del baño, con la puerta cerrada firmemente, separándolo de la mujer que yacía
en la cama, a pocos metros de distancia.
Las palabras ¿Qué
demonios ha pasado? retumbaban en su cabeza, pero le parecía que era banalizar
lo sucedido si ponía palabras a lo que acababa de suceder. Lo único que sabía
es que en un momento estaba de pie frente a ella bajo la lluvia, preguntándole
qué estaba haciendo, y al siguiente... al siguiente estaba debajo de él,
hundiéndose en ella como un hombre muerto de hambre que había encontrado un
oasis en medio del desierto.
Sabía lo que había
sucedido. Lo había embrujado. Seguramente lo había oído entrar en su habitación
y preparándose había salido con nada más que un fino camisón a la lluvia. Y
había esperado, sabiendo que él habría escuchado su puerta abrirse y que iría a
investigar. Ella había sentido su vulnerabilidad, y así lo tuvo directamente
donde ella quería. Y él... él quedó completamente expuesto en su deseo por
ella.
Deseo. Eso era todo.
Se enderezó. No tenía
por qué sentirse expuesto o vulnerable. ¿Desde cuándo para él el deseo estaba
ligado a lo emocional? Desde aquella primera noche, y ahora esta noche... Damon
bajó un puño sobre el lavabo con más fuerza de lo debido. No, no era así. Pudo
recordar su gemido entrecortado pidiendo por favor... como si realmente lo
hubiera querido decir, incluso como si nunca se hubiera ido, abandonándolo.
Pues bien, había obtenido lo que había pedido.
Esto no era nada más
que lo que le debía. En algún momento durante su matrimonio cambió de un día
para otro, se convirtió de pronto en la reina de hielo. Y no iba a permitir que
sucediera de nuevo, al menos no hasta que estuviera completamente satisfecho. Y
si pensaba que estas lindas maniobritas
iban a
conseguirle algo extra
por el divorcio,
entonces sería un
buen momento de la venganza cuando descubriera que todo había sido en
vano.
Elena yacía en la cama
sin poder moverse. Aún después de pasados ya varios minutos, las réplicas y
pequeños temblores seguían pulsando a través de su cuerpo. Sus músculos aún
estaban levemente tensos. Damon salió del baño y ella volvió la cabeza. No pudo
leer su expresión, pero sintió un escalofrío por la espalda, percibiendo algo
siniestro en el aire.
La pasión de hacía
momentos pareció enfriarse en segundos, y recordó de qué forma tan lasciva se
había comportado, otra vez.
Él vino y se paró al
lado de la cama, y no le gustó lo que vio en sus ojos. Vio que se estaba
excitando de nuevo y, a pesar de su temor, también pudo sentir su respuesta.
Juntó las piernas, a pesar de que quería abrirlas para él, y se tapó sus pechos
con los brazos, a pesar de que quería arquearse para ofrecérselos de nuevo.
La confusión y el miedo
guerrearon con el poderoso y doliente deseo. ¿Esperaba que ella se fuera? Hizo
un movimiento para salir de la cama, pero una mano tibia y grande la detuvo y
la empujó hacia abajo.
–Dam... – Ella ya
estaba sin aliento –Pensé... ¿Quieres que me vaya? –
En la penumbra Elena
vio que un músculo de su mandíbula se movía –No tengo dudas de que eso es lo
que tienes en mente, pero no hemos terminado todavía
–Yo… –
Pero él la silenció con
la boca y deslizó su cuerpo al lado de ella, atrapándola con sus brazos y
poniendo un mulso de músculos duros sobre sus piernas. Pudo sentir su erección
cada vez con mayor insistencia y reafirmada contra su cuerpo, y ella supo que
no se quería ir, que no podía irse a ninguna parte.
Mucho más tarde el
clima afuera se había calmado. Sin mirar, Elena sabía el cielo estaría
despejado. Ella yacía rodeada por los brazos de Damon, con su espalda contra su
pecho. Se sentía saciada, completa y en paz por primera vez en casi dos años.
Había llorado cuando habían hecho el amor, sólo unos momentos antes, pero había
enterrado la cabeza en el hombro de Damon, disfrazando los sollozos de emoción
indefensa con sus gemidos. No creía que los hubiera escuchado. Oró para que no
lo hubiera hecho.
Como si sintiera su
vigilia, Damon se cambió de posición detrás de ella. Elena contuvo la
respiración cuando sintió que la soltaba y salía de la cama. Cerró los ojos con
fuerza, y entonces ella sintió que volvía y la alzaba en sus brazos. No podía
jugar a estar dormida, pues la tensión en su cuerpo la delataba.
– ¿Qué estás…? – Se
calló cuando vio a dónde iba. Caminaba hacia la puerta contigua, y se inclinó
para abrirla expertamente antes de entrar a su habitación y depositarla en su
propia cama, sobre las cubiertas y desnuda. Su lámpara de noche había
quedado encendida, y
en la luz
suave Elena se
sintió ridículamente expuesta.
La mirada de él, ahora
fría después la pasión vivida, se deslizó hacia abajo por su cuerpo y volvió a
subir, deteniéndose súbitamente en sus pechos. Ella sintió que se encogían.
Tuvo el presentimiento de algo malo. Él no la miraba con deseo, sino con
curiosidad. Damon se inclinó ligeramente hacia abajo, acercándose, y Elena
retrocedió. Pero él se agachó aún más sobre la cama y le agarró un brazo para
que dejara de esconderse. Sintiendo que se hundía como un plomo, ella supo
exactamente lo que estaba mirando, lo que no había visto antes, a la luz tenue
de su habitación. Cerró los ojos.
Una cicatriz, de unos
dos centímetros de ancho, en el centro de su pecho, debajo de sus senos.
– ¿Qué es eso? –
Elena abrió los ojos y
vio su dedo avanzar para tocarla, pero ella sacudió su brazo libre y le golpeó
la mano –No es nada. Sólo una cicatriz de... – su mente trabajó febrilmente
–... un alfiler de gancho que se me clavó –
La miró a los ojos,
mientras que con otra mano aún la agarraba firmemente. Por un
momento pareció que
iba a preguntar,
pero luego se
encogió de hombros. Y eso fue
como una bofetada en la cara. No le importaba.
Se levantó ágilmente de
la cama y la miró, totalmente a gusto con su desnudez. Elena frunció el ceño y
miró hacia arriba, sintiendo mucha desventaja. Su
actitud distante
excluía toda idea de decirle exactamente lo que la cicatriz era,
lo que significaba.
–Dam... acerca de… –
–En primer lugar, no me
llames Dam. No me gusta –
–Pero pensé que te
gustaba cuando estábamos… –
Él se rió con dureza –
¿Antes de que abandonaras este matrimonio? ¿Antes de que abandonaras a Nick?
Bueno, eso era antes, esto es ahora –
Un dolor familiar la
azotó – ¿Pero qué hay acerca de...? ¿Qué pasa con lo que acaba de suceder...? –
Odiaba esa incertidumbre en su voz, y revolvió hasta encontrar las sábanas para
cubrirse.
Damon empezó a alejarse
y su cuerpo alto, delgado y enérgico era una visión de la perfección. La piel
dorada se extendía reluciente sobre sus músculos duros. Cuando llegó a la
puerta se volvió.
genial gracias¡ me dio pena con lo que le dijo al final¡ y de que sera la cicatriz? ^^
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