Hola

BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

06 febrero 2013

Dolor y Amor Capitulo 02


Capítulo 2
Los ojos de Damon estaban fijos en la puerta cuando Elena entró. Ella notó su breve expresión de desencanto al verla.
-Hola, piccola mia. ¿Te llamó Stefan para que le hi­cieras compañía mientras esperaba a que me desperta­ra?
Cuando Stefan la llamaba «su pequeña», su corazón no se aceleraba de aquel modo...
Sonrió, complacida y aliviada al verle hablar con tanta coherencia, aunque no pudo articular palabra du­rante unos segundos. Ella se acercó a la cama; habían vuelto a colocar la barandilla.
-No hubieran podido mantenerme alejada -dijo con más sinceridad de la que la sensatez imponía.
-La enfermera perfecta. Aún me acuerdo de ese gato... -dijo él, arrastrando las palabras. Parecía cansa­do, casi exhausto.
-Fue una mascota adorable.
-Eso pensaba mi madre. Le dejó ser el amo de la casa -replicó él, hablando de un gatito que ella había recogido de la calle cuando tenía diez años.
-Katherine se puso furiosa conmigo y quiso llamar a la perrera para que se lo llevaran -dijo ella sonriendo, hablando de su madrastra-, pero tú no la dejaste.
-¿Qué tipo de gato tienes ahora?
Ella siempre había tenido gatos, normalmente ani­males abandonados y recogidos de la calle, pero una vez había tenido un perrito, un regalo de sus padres por su cuarto cumpleaños y había llorado a mares cuando murió.
-No tengo ningún animal.
No era por decisión propia. Ahora vivía en el campus y no le permitían tener animales, pero no tenía la intención de abrumar a Damon con sus problemas, así que sonrió y se encogió de hombros.
-No me has preguntado cómo estoy...
Ella se agarró fuertemente a la barandilla para con­tener el impulso de tocarlo.
-Parece que el matón del colegio te haya dado una paliza durante el recreo.
Aquello le hizo reír y ella se alegró de oírlo. Des­pués su gesto se tornó compungido.
-Mis piernas no se mueven -su expresión y su voz se volvieron planas de repente.
Ella no podía resistir la urgencia de tomarle la mano.
-Ya lo harán. Tienes que tener paciencia. Has pasa­do por una experiencia terrible y tu cuerpo aún no ha salido del estado de shock.
Su expresión aún seguía siendo impenetrable, pero le agarró la mano con fuerza.
-¿Dónde está Caroline?
Cielos... Elena se puso roja por haber olvidado lla­marla.
-Me puse tan nerviosa cuando saliste del coma que olvidé llamarla -dijo, separando su mano de la de él—. Lo haré ahora mismo.
-Dile que venga por la mañana -dijo él con los ojos cerrados-. Seré más yo mismo entonces.
-De acuerdo -dijo ella dirigiéndose a la puerta-. Duerme bien, caro.
Aquellos apelativos cariñosos eran muy comunes entre ellos, pero ella los pronunciaba con una emoción especial que esperaba que él no notara. Damon no respon­dió.
Damon esperaba impacientemente la llegada de Caroline. Stefan y Elena habían acudido a verlo por la maña­na y se habían quedado con él hasta que se había senti­do cansado. Elena parecía agotada y más delgada de lo que recordaba. Se preguntó si su trabajo de profesora le exigiría demasiado. Tendría que hablar con su madre de ello.
Pero aún agotada, Elena exudaba una sensuali­dad que nunca había sido capaz de ignorar por com­pleto. Por momentos se sentía culpable porque su cuerpo reaccionaba ante ella, aunque en su mente la considerara más una hermana que una mujer deseable.
A pesar de las reacciones de su cuerpo, nunca se ha­bía planteado nada con ella. No se acostaba con vírge­nes y, hasta hacía poco tiempo, no se había planteado el matrimonio.
Aquellas malditas piernas seguían sin querer mo­verse y los médicos no podían decirle si la parálisis se­ría o no permanente. Elena estaba convencida de que sería temporal y así se lo había dicho una y otra vez por la mañana. Era tan dulce, que se preguntaba cómo no estaría casada aún, aunque era cierto que las chicas americanas se casaban más tarde que las italianas... Era una pena que Stefan no la tuviera en cuenta como espo­sa, porque a Damon no le hubiera importado tenerla en la familia.
Y entonces una oleada de algo oscuro e inexplicable lo invadió al imaginar a Stefan y Elena andando jun­tos hacia el altar. Intentó convencerse a sí mismo de que el motivo era que no estaba seguro de poder andar junto a Caroline hacia el altar cuando llegase el momen­to. Podía ser que aún estuviera en silla de ruedas, pero la idea de ver a Elena casada le había resultado desa­gradable.
¿Era acaso un egoísta que no podía soportar la ima­gen de perder la inocente adoración que ella le profesa­ba? Se sentía mal.
-¡Caro! ¡No pongas esa cara! Asustarás a las enfer­meras y entonces, ¿quién te traerá la cena? -una carca­jada acompañó la entrada de Caroline en la habitación.
Él admiró la entrada de su bella prometida en la ha­bitación. Cualquier hombre se sentiría orgulloso de te­ner a Caroline a su lado, pero ella le pertenecía a él.
-Dame un beso y no tendré que fruncir el ceño nun­ca más.
Ella arrugó los labios y dijo:
-¡Siempre pensando en lo mismo! Estás enfermo.
-Entonces bésame y haz que me sienta mejor -in­tentó él.
Una sombra atravesó sus ojos pero finalmente le ofreció los labios en un breve gesto de saludo. Él ha­bría deseado más, pero le permitió dar un paso atrás.
-No estabas aquí anoche -dijo él. Los ojos de Caroline se llenaron de lágrimas y pare­ció dolida.
-Tu hermano y esa... -debía referirse a Elena- no me llamaron hasta horas después de que despertaras.
¿Por qué no habían llamado a Caroline inmediata­mente?
-Ellos estaban aquí y tú no.
Entonces ella estalló en lágrimas.
-¡Esa chica horrible! ¡Está obsesionada contigo! No se ha separado de ti. No había sitio para mí al lado de tu cama y la mitad del personal está convencido de que tu prometida es ella.
Él no podía imaginarse a Elena siendo tan cruel.
-Estás exagerando.
Caroline le dio la espalda y se cruzó de brazos.
-En absoluto.
-Ven aquí, bella.
Ella se volvió y lo miró con los ojos llenos de lágri­mas.
-Ella mintió para entrar a tu habitación la primera noche. Les dijo que era pariente tuyo y ya no se mar­chó, como un parásito patético.
-Todo el mundo lo estaba pasando mal.
-Pero yo soy tu prometida. Quiero que le digas que deje de actuar así y que no pase tanto tiempo aquí, en el hospital. No quiero tropezarme con ella a cada ins­tante.
-¿Estás celosa? -preguntó él, no del todo disgusta­do, sobre todo teniendo en cuenta su estado físico.
-Tal vez un poco -dijo ella arrugando los labios, con gesto experto.
-Hablaré con ella -prometió él.
Elena entró a la habitación de Damon una hora des­pués de despertarse. Era la primera vez desde hacía seis noches que dormía de un tirón. Stefan había insistido en que se quedara en la habitación que había libre en su suite hasta que sus padres llegaran. Ella le había estado agradecida, puesto que el presupuesto no le llegaba para pagar un hotel de Manhattan o el traslado en taxi desde otras zonas de la ciudad más baratas. No le gus­taba la idea de dormir en su coche ni de malgastar sus pocos ahorros de esa manera.
Damon levantó la mirada, sonriendo.
Ella se detuvo a unos pocos pasos de la cama.
-Tienes mejor aspecto.
Y así era: su piel no estaba tan pálida y sus ojos pa­recían más claros.
-Elena, tenemos que hablar.
Él se había enterado de que ella no había querido marcharse de su lado; sabía que lo amaba y la compa­decía por ello.
Ella tragó saliva, intentando mantener la cabeza alta.
-Dime.
-Eres como una hermana para mí-. Ella ocultó el dolor que le causaban aquellas pala­bras y permaneció en silencio.
-Te preocupas por mi estado de salud y eso es com­prensible, pero, cara, no debes apartar a Caroline de mí.
¿Acaso él pensaba que había apartado a su novia de su lado?
Elena quiso defenderse, pero hacerlo significaría decirle que Caroline no había querido estar con él cuando había estado tan mal. Ella no podía hacer eso. Le haría demasiado daño y su estado aún era muy débil.
-No quise dejar a Caroline a un lado -dijo.
-No creo que quisieras hacerlo. Eres demasiado buena como para hacer daño a alguien a propósito, pero debes ser más considerada en lo sucesivo, ¿de acuerdo?
Ella asintió con la cabeza, articulando las palabras a duras penas.
-Lo intentaré —prometió ella.
-Caroline no quiere que vengas a visitarme tan a me­nudo -continuó Damon.
-¿Y qué quieres tú, Damon? -preguntó ella, casi de­sesperada.
-Yo quiero que mi prometida sea feliz. Estos son momentos duros para ella y no quiero darle más preo­cupaciones.
Tampoco era un buen momento para él, pero Damon nunca se daba cuenta de sus propias necesidades y sólo quería proteger a aquellos a los que amaba.
-Stefan me ha dicho que no has querido avisar a tus padres.
-No hay ninguna necesidad de estropearles las va­caciones.
-Tu madre querría estar aquí.
-No quiero que me agobien -el tono de impaciencia de su voz la hizo sonreír.
-Me sorprende que no estés trabajando.
-Stefan no ha querido traerme el ordenador portátil y el doctor ordenó que me quitaran el móvil anoche cuando me vio hablando con la oficina de Milán.
-¿Qué hora era? -preguntó ella, bastante segura de saber la respuesta.
-¿Qué hora crees tú? Cuando abre la oficina.
Debían de ser las tres de la mañana. No la sorpren­día que el doctor le hubiera quitado el teléfono móvil.
-Se supone que tienes que descansar. ¿Cómo vas a mejorar si no dejas que tu cuerpo se recupere? -dijo ella, moviendo la cabeza de un lado a otro.
-¿Qué opciones tengo? -pregunto él, indicando sus piernas inmóviles debajo de la manta.
Ella avanzó involuntariamente hasta colocarse al lado de la cama y puso su mano al lado de la de él.
-No tienes opciones por ahora, pero te pondrás bien.
Su mirada de plata se cruzó con la de Elena y le tomó la mano entrelazando los dedos.
-Cara, tu siempre piensas de forma optimista-. Ella afirmó, incapaz de hablar. El calor de su mano era un tormento tan dulce que no quería que las pala­bras se entrometieran en aquello. -Yo también. Volveré a andar -él dijo esto con tal arrogancia que, ¿cómo podía dejar de creerle?
-¿Cuándo te has limitado a andar, Damon? -dijo ella con una voz grave que le costó reconocer como suya.
Su mano libre se acercó y la acarició en la mejilla, y un gesto que ella no comprendió le atravesó el rostro. Ella se quedó inmóvil, dejándose invadir por la deliciosa sensación que le producía su tacto. Pronto habría acabado y quería aprovechar cada instante de ello. Él entrecerró los ojos.
-Caroline cree que estás enamorada de mí, cara.
-Yo... -dijo ella, tragando saliva.
-Le he dicho que eres como una hermana pequeña para mí.
¿Cómo una hermana pequeña? Ya sabía que él la consideraba como tal, pero para ella, él no era un her­mano mayor y sus sentidos estaban a punto de amoti­narse por el calor de su tacto en su mejilla y en su mano.
-Me parece bien.
Él le pasó el pulgar por los labios y ella tembló.
Sus ojos plateados se volvieron de acero.
-¿Tienes frío?
-No -susurró ella. ¿Por qué la tocaba de aquel modo?
-¿Qué está ocurriendo aquí? -la voz furiosa de Caroline rompió la magia del tacto de Damon y Elena dio un salto hacia atrás.
Ella había olvidado que tenían las manos entrelaza­das, pero él no la soltó. Elena intentó soltarse, pero Damon no la dejaba. Estaba mirando a Caroline con gesto impenetrable.
-Estoy hablando con Elena. Ella no está tan ocu­pada como otras y puede dedicarme más de cinco mi­nutos.
Elena se dio cuenta de dos cosas de inmediato: Caroline estaba celosa y Damon lo sabía.
-He hablado con Elena acerca de dejarte tu sitio a mi lado, pero debes estar aquí para ocuparlo, bella.
El bello rostro de Caroline se encendió y su mirada se quedó fija en las manos entrelazadas.
-Tengo trabajo. Ya sabes que no puedo pasar todo el día en el hospital como hace tu mascota.
-Ella también tiene un trabajo, pero encuentra tiem­po para venir.
Como él no se había molestado en protestar por lo de la «mascota», lo hizo ella. Le dio un golpe en la mano, fuerte, y él la soltó.
-Yo no soy la mascota de nadie, Caroline. Soy una amiga y no había pensado que mis visitas a Damon pudie­ran molestarte tanto.
La expresión de Caroline no cambió.
-¿Esperas que me crea eso después de cómo te has comportado a lo largo de la pasada semana? Stefan me trata con condescendencia y sigue insistiendo en que tú te quedes en la suite de su hotel.
-¿Compartes la habitación con Stefan? -preguntó Damon, y su voz tenía un tono reprobador.
-Hay dos habitaciones en la suite. Yo estoy usando una de ellas hasta que lleguen tus padres.
-No van a venir.
-Desde luego que no, si no les llamas -dijo ella.
-No es apropiado que te quedes con un hombre sol­tero en su suite -dijo él, ignorando su protesta.
-Sería aún menos apropiado que durmiera en mi coche.
-Per favore, ahórrate los dramatismos -se burló Caroline.
Elena quiso abofetear aquellos preciosos labios rojos, pero no era una persona violenta, al menos no lo había sido hasta entonces. Tenía que haber una primera vez para todo.
-Dónde duerma yo no es asunto tuyo -dijo ella con firmeza.
Caroline miró a Elena con desdén.
-Lo es cuando te aprovechas de la generosidad de la familia de mi prometido.
-Deja de hacerte la mala y ven aquí. Quiero mi beso de buenos días -pidió Damon a Caroline.
Él tampoco se había molestado en negar que ella se estuviera aprovechando de la situación, y a Elena le pareció que él opinaba de la misma manera que su pro­metida. Le había dicho que no pasara tanto a verlo, pero había llamado la atención a Caroline por ser brusca con ella. Era algo.
Con todo, tal vez fuera el momento de volver a Massachusetts. Llevaba poco tiempo en el puesto y aún no tenía derecho a vacaciones, y dado que Damon no era pariente suyo, la administración de la universidad no consideraría su ausencia como una emergencia fami­liar. El jefe del departamento ya le había dicho, a modo de amenaza encubierta, que debía estar dando clase el lunes siguiente.
Caroline estaba obedeciendo a Damon con un entusias­mo fuera de lo común y Elena se volvió para conce­der más intimidad a la pareja, pero el beso no acababa nunca. Finalmente, el dolor de ver al hombre al que amaba besando a otra mujer fue tan fuerte, que salió de la habitación, segura de que no notarían su ausencia.
-Te dije que le gustabas -se oyó decir a Caroline. Elena sintió que la vergüenza la encendía. Había pasado ocho años acunando su amor en secreto y ahora se burlaban así de ella. Estaba furiosa con Damon tam­bién por haberla utilizado para poner celosa a su novia. Todas aquellas caricias sólo habían sido para poner fir­me a Caroline.
Era evidente que Damon estaba tan disgustado por las fugaces visitas de su novia como Stefan y ella.
-Los sentimientos de Elena por mí no son asunto tuyo -Damon notaba la hiél que había en su voz pero no intentó esconderla.
El beso de Caroline no le había hecho olvidar su agre­siva actitud frente a Elena, algo que él no iba a tolerar.
-Y no volverás a hablarle como lo has hecho cuan­do has llegado. Su interés sincero por mí no tiene nada de ridículo.
Caroline abrió los ojos en un gesto de sorpresa.
-¿Cómo puedes decir eso? Los sentimientos de otra mujer por ti son desde luego asunto mío.
-Elena no supone ninguna amenaza para ti -pero cuando pronunciaba aquellas palabras se preguntaba si la habría besado si Caroline no hubiera entrado en ese momento. No se creía capaz de hacer algo tan deshon­roso. Quería a Caroline, pero no había querido soltar la mano de Elena y la suavidad de sus labios le había emocionado de un modo que no lo había hecho el largo beso de Caroline.
-Es una pequeña idiota y me enfurece que no te des cuenta de ello -las lágrimas de su prometida no conse­guían emocionarle como otras veces.
Ella había pasado muy poco tiempo al lado de su cama y sus protestas acerca de Elena simplemente no tenían sentido.
Elena esperó hasta la tarde siguiente para volver a visitar a Damon.
Él estaba hablando por un teléfono del hospital y te­cleando en un ordenador portátil cuando ella entró. Ella le dedicó una sonrisa. Nada podía mantener a Damon apartado de sus negocios mucho tiempo. Él levantó la mirada y le señaló una silla al lado de la cama para que se sentara hasta que acabara de hablar por teléfono.
La sombra bajo sus ojos le hacía parecer cansado, pero su pelo parecía más negro aún y estaba limpio y peinado como de costumbre. Llevaba un pijama azul oscuro de seda que parecía recién estrenado. Probable­mente lo fuera; ella no podía imaginarse a Damon como al tipo de hombre que dormía con pijama.
Colgó y apartó la mesita con el portátil a un lado.
-¿Has estado muy ocupada haciendo turismo? -pre­guntó él con voz cortante.
-¿Turismo? -respondió ella, incrédula.
-No has venido a verme desde ayer por la mañana.
No tenía por qué hablarle con un tono tan acusador.
-Me dijiste que a Caroline no le gustaba que viniera tan a menudo a verte.
-Eso no quiere decir que dejaras de venir del todo -sus ojos la miraban, reprobadores-. Podía haber vuel­to a caer en coma y no te habrías enterado.
Estaba furioso y a ella, en el fondo, le encantaba. Era casi como si la hubiera echado de menos.
-Ya me tienes aquí -dijo ella con suavidad-, y Stefan me lo habría dicho si hubieras empeorado.
-Sí, Stefan... cómo compartes habitación con él...
-No compartimos habitación -le examinó la cara buscando el motivo de aquel enfado- ¿te duele algo?
Él la dedicó una mirada heladora.
-Me han disparado y he sido atropellado por un co­che conducido por un hombre que no podía ver su mano a un palmo de su nariz a plena luz del día. Por supuesto que me duele.
Su voz sonaba ultrajada y ella tuvo que ocultar una mueca.
-No creo que aquel hombre esperara que cayeras delante de él.
-Cegato -murmuró Damon con un gesto de disgusto.
-Stefan dice que salvaste la vida de la mujer. Atra­paron al ladrón y tenía una lista de antecedentes bas­tante abultada, la mayoría de asaltos violentos, y había matado a dos mujeres.
Stefan también le había dicho que le mujer había acudido al hospital a dar las gracias a Damon, pero sus guardaespaldas tenían orden de no dejar pasar a nadie más que a su hermano, a Caroline y a ella.
-No la dejaste darte las gracias.
-No necesito que me dé las gracias. Soy un hombre y no podía pasar a su lado y no hacer nada.
-Si te interesa mi opinión, eres más que un hombre normal -le sonrió ella-. Eres un héroe.
Sus ojos sonrieron un poco.
-Caroline cree que todo esto -señaló a sus piernas in­móviles- es culpa mía.
Elena se levantó de un salto y le puso la mano so­bre el brazo, en un gesto de protección.
-No, no debes pensar eso. Te comportaste como el mejor de los hombres y pagaste el precio, pero no de­bes dejar que eso te impida hacerlo de nuevo.
Él le tomó la mano y ella recordó el día anterior, la maravillosa sensación de su tacto y el sentimiento de ser utilizada para darle celos a Caroline.
Ella retiró la mano y dio un paso hacia atrás.
-No voy a quedarme mucho tiempo más -dijo ella rápidamente.
-¿Por qué? ¿Tienes una cita romántica con Stefan? -preguntó el, volviendo al enfado irracional de antes.
-Me va a llevar a cenar, pero yo no lo llamaría una cita romántica.
-¿Estás ilusionándote con poner fin a tu soltería con mi hermano? Él no está listo para asentarse aún.
Ella apretó los dientes.
-No me estoy ilusionando con nada, y mucho me­nos con la idea de casarme. Vamos a ir a cenar, porque a él no le importa estar conmigo.
-A mí no me importa estar contigo -dijo, señalán­dose al pecho con arrogancia—. Podrías cenar aquí con­migo.
-¿Qué pasa? ¿Caroline no puede liberarse un momen­to de su ajetreada agenda de modelo para cenar conti­go? -preguntó Elena con una amargura poco común en ella, aún enfadada por el modo en que él la había utilizado para poner celosa a la otra mujer el día ante­rior. Y el comentario acerca de su soltería tampoco ha­bía alentado sus sentimientos más caritativos, desde luego.
-Mi prometida no es asunto tuyo.
Elena se ablandó. No había estado bien decir eso y ella sabía que toda esa ira sólo escondía el dolor. Caroline era una persona egoísta que no sabía anteponer los intereses de otra persona a los suyos. Damon estaba can­sado y con dolores, no sabía si volvería a andar y ella portándose como una bruja también...
-Podría llamar a Stefan y decirle que compre algo para cenar y que lo traiga aquí -ofreció ella como pro­puesta de paz.
-Yo le llamaré.
Y eso hizo. Le dio una serie de instrucciones en una explosión de italiano hasta que colgó.
-Le he dicho que te busque una habitación para ti sola.
-Te he oído, pero no será necesario. Sólo me voy a quedar una noche más. Estoy segura de que mi reputa­ción y su virtud serán capaces de superar una prueba tan corta.
Damon pareció disgustado.
-Yo no he dicho que fueras a atacarlo.
-¿Cómo si no lograría una solterona como yo llevar a un fogoso italiano como tu hermano al altar?
-¿Por qué has dicho que te quedarás sólo una noche más? -dijo él, ignorando sus provocadoras palabras.
-Voy a volver a casa mañana.
-¿Por qué vas a hacer eso? No estoy bien aún. ¿Acaso me ves preparado para irme de aquí? -su voz sonaba como si estuviera a punto de explotar.
Ella no podía imaginar el motivo.
-No necesitas que me quede para agarrarte de la mano. Tienes a Stefan y a Caroline, y a tu prometida no le gusta tenerme merodeando por aquí no podía olvi­darse de aquello.
-No estuviste a mi lado durante cinco días enteros para complacer a Caroline.
Así pues, él lo sabía. Probablemente había deducido lo mucho que lo quería, lo que le daba un motivo más para marcharse. Su orgullo ya había quedado bastante dañado por los desagradables comentarios de Caroline.
-Ya estás mejor.
Él alargó la mano y la agarró por la muñeca, tirando de ella hacia la cama. Casi le hacía daño.
-No estoy bien. No puedo andar.
-Pero andarás.
La frustración era evidente en el gesto de sus labios.
-Sí. Tú y yo lo creemos, pero mi hermano y mi pro­metida tienen dudas sobre ello.
-Sólo tienes que demostrarles que se equivocan.
Él asintió con la cabeza. Su arrogante confianza en su recuperación le agradó.
-No deseo hacerlo solo —aquellas palabras pronun­ciadas por Damon la sorprendieron tanto, que no pudo responder-. Necesito que creas en mí, cara.
Ella casi se desmayó por la sorpresa que le produje­ron sus palabras.
-¿Me necesitas? -preguntó en un murmullo ahoga­do.
-Quédate -sonaba más como una orden arrogante que como una llamada de auxilio, pero Elena sabía lo que le había costado decirlo y no podía negarse.
-De acuerdo.
Él sonrió y la atrajo hacia sí para darle un beso de agradecimiento, o al menos eso supuso ella que sería, pero Damon la besó en los labios, no en la mejilla, y en el momento en que sus bocas se encontraron, el resto del mundo dejó de existir para ella.
Capitulo 03

1 comentario:

  1. genial¡ espero que caroline no aparezca ahora si no se armara jaja gracias por el capitulo¡ espero el próximo >^.^<

    ResponderEliminar

Post Relacionados

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...