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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

12 abril 2014

Once Upon a Time Capitulo 02

Elena no pudo dormir mucho en lo que restó de la noche. La expresión del rostro de Damon al enterarse de la segura razón por la que ella había ido a Londres le cortaba la respiración. Dios, qué furioso se había puesto. Por mucho que trató, no pudo borrar la imagen de esa ira, aunque sólo fuera por un rato, para poder seguir durmiendo.
Y todo en nombre de la honestidad, pensó. Decir la verdad no le había servido de mucho. Debió haber cerrado la boca. Elena soltó un suspiro sonoro. No, tenía que decir siempre la verdad. La madre superiora no había dejado de repetírselo una y otra vez.
Los pensamientos de Elena retornaron a la expresión de furia de Damon. ¿Cómo podía ser que un hombre, con un hoyuelo tan adorable en la mejilla, pudiera tener ojos tan fríos?
Damon podía tornarse peligroso cuando lo irritaban. Ojalá el duque de Mystic Falls hubiera mencionado ese hecho tan importante antes que Elena se abochornara tan rotundamente frente a él y lo enfureciera a ese extremo.
Tenía terror de volver a encontrarse con él. Se tomó su tiempo para vestirse. Caroline la ayudó. La criada tenía el hábito de hablar sin parar mientras le cepillaba el cabello. Quería saber todos los detalles del día de la princesa. ¿Tenía pensado salir? ¿Querría que su dama de compañía la escoltara? Elena contestó todas las preguntas lo mejor que pudo.
-Es probable que tengamos que buscarnos otro lugar donde vivir después de hoy -señaló Elena.
 Compartiré mis planes contigo una vez que los haya formulado, Caroline.
La muchacha terminó de abotonar la parte posterior del vestido matinal de Elena, en color azul cobalto, cuando escucharon la llamada a la puerta.
Tyler solicitó que la princesa se reuniera con su señor en el salón, lo antes posible.
Elena no creyó que fuera buena idea hacerlo esperar. No había tiempo para trenzarse el cabello y tampoco quería pasar por ese molesto proceso. Mientras estuvo viviendo en el convento, no tenía dama de compañía y consideraba que esa formalidad era un contratiempo. Por lo tanto, había tenido que aprender a trenzárselo sola.
Pidió a Caroline que se retirase, dijo a Tyler que bajaría al salón en un momento y se acercó a su maleta. Tomó la nota que su tutor le había escrito, se cepilló el cabello hacia atrás, sobre los hombros, y salió del cuarto.
Estaba lista para enfrentar al dragón. Damon la aguardaba en el salón. Estaba parado frente a la chimenea, mirando hacia la puerta, con las manos entrelazadas en la espalda.
Elena se alivió al ver que no tenía el entrecejo fruncido. Sólo parecía ligeramente irritado.
Elena se quedó en la entrada, esperando a que él la invitara a entrar. Pero Damon no pronunció ni una sola palabra durante un largo rato. Simplemente, se quedó parado allí, mirándola. Ella creyó que tal vez él estaba tratando de controlar sus pensamientos. O sus nervios. La joven se dio cuenta de que estaba ruborizándose por el insolente escrutinio de Damon, pero poco después notó que ella estaba siendo tan insolente como él, pues lo observaba de la misma manera.
 Era un hombre que dificilmente pasaría inadvertido. Tan atractivo, con un físico tan atlético y fuerte. Llevaba unos ceñidos pantalones de montar en cuero de ante, color cervato, con botas marrones de caña alta y una camisa blanca. Su personalidad se evidenciaba en el modo en que lucía su ropa, pues había dejado abierto el primer botón de su camisa y no llevaba esas horrendas corbatas almidonadas que los hombres solían ponerse. Obviamente, era un rebelde que vivía en una sociedad de conservadores.
Tampoco tenía el corte de cabello de moda. Más bien lo llevaba bastante largo, hasta los hombros por lo menos, aventuró Elena, aunque no podía decirlo con seguridad porque lo había sujetado en la nuca con un cordón de cuero. Definitivamente, Damon era un hombre independiente, de imponente estatura y musculosos hombros y muslos. Elena le halló similitud con esos feroces hombres de frontera, - cuyos retratos, en carboncillo había visto ilustrados en los periódicos. Damon era maravillosamente hermoso, sí, pero también se le veía ajado. Elena decidió que lo que lo salvaba de ser totalmente inaccesible era la calidez de su sonrisa cada vez que estaba de buen humor.
Y ahora no lo estaba.
-Pase y siéntese. Elena. Tenemos que hablar.
-Claro -respondió ella de inmediato.
Repentinamente, Tyler apareció a su lado. La tomó por el codo para ayudarla a entrar al salón.
 -Eso no es necesario -le gritó Damon-. Elena puede caminar sin que la ayuden.
-Pero ella es una princesa -recordó Tyler a su señor-. Debemos rendirle honores.
La furibunda mirada de Damon indicó al sirviente que tenía que dejar de hacer comentarios. De mala gana soltó el codo de Elena.
Su expresión fue de rotunda desolación. Elena trató de sanar sus sentimientos heridos.
-Es usted un hombre muy considerado, Tyler -lo elogió.
El mayordomo volvió a tomarle el codo al instante. Ella permitió que la guiara hasta el sillón tapizado en brocado. Una vez que se sentó, Tyler se arrodilló y trató de alisarle las faldas. Pero ella se lo impidió.
-¿Necesita algo más, princesa? -preguntó-. La cocinera le tendrá listo el desayuno en cuestión de minutos -agregó, asintiendo con la cabeza-. ¿Le agradaría una taza de chocolate mientras espera?
-No, gracias -respondió ella-. Sólo necesito una pluma y tinta -dijo-. ¿Tendría la amabilidad de conseguírmelas?
Tyler salió corriendo del salón para cumplir con el trámite.
-Me sorprende que no haya hecho su reverencia -gruñó Damon.
Su mofa la hizo sonreír.
 -Tiene suerte al contar con un sirviente de tan noble corazón, Damon.
El no le respondió. Tyler reapareció a toda carrera con los elementos que Elena había solicitado. Colocó el tintero y la pluma sobre una angosta mesita y luego la levantó para acercarla a la princesa.
Elena, por supuesto, le agradeció y su gesto lo hizo ruborizar de placer.
-Cierre las puertas cuando se retire, Tyler -le ordenó Damon-. No quiero interrupciones. 
Otra vez tenía un tono de irritación. Elena suspiró. Estaba en presencia de un hombre muy dificil.
Devolvió toda su atención al anfitrión.
-Lo he perturbado. Realmente, lamento muchísimo... 
Damon no le permitió terminar la disculpa.
 -No me ha perturbado –le gruñó Elena se habría reído si hubiera estado sola. Estaba totalmente perturbado y alterado.
No cabían dudas. Tenía las mandíbulas apretadas y si eso no delataba sus verdaderos sentimientos, pensó Elena, entonces no sabía a qué atribuirlo.
-Oh -dijo ella, sólo para aplacarlo.
-Sin embargo -comenzó él, con voz entrecortada, que indicaba que no estaba bromeando-, creo que cabe establecer algunos puntos en esta situación. ¿Por qué, en nombre de Dios, creyó usted que me casaría con usted?
-Su padre dijo que lo haría.
Ni siquiera trató de ocultar su exasperación.
-Soy un hombre adulto, Elena. Tomo mis propias decisiones.
-Sí, por supuesto que es un hombre adulto -coincidió ella-. Pero no por eso dejará de ser hijo del conde, Damon. Es su obligación hacer lo que él quiera. Los hijos deben obediencia a sus padres, independientemente de la edad que tengan.
-Es una ridiculez.
Elena encogió los hombros con elegancia. Damon mantuvo su paciencia.
-No sé qué clase de trato ha hecho usted con mi padre y lamento que le haya hecho promesas en mi nombre. Pero quiero que entienda que no tengo ninguna intención de casarme con usted.
Ella bajó la cabeza y miró la nota que tenía entre las manos.
-De acuerdo -contestó ella.
Su consentimiento inmediato, sin oponer objeción alguna y con un tono de voz de lo más casual, despertó las sospechas de Damon.
-¿No está enojada por mi rechazo?
-No, por supuesto que no.
Ella levantó la vista y sonrió. Damon parecía confundido.
-Estoy decepcionada -admitió ella-. Pero no enojada, por cierto. Apenas lo conozco. No sería razonable que me ofendiera por su negativa a casarse conmigo.
-Exactamente -coincidió él, asintiendo con la cabeza-. No me conoce. ¿Por qué querría casarse conmigo si...?
-Creo que ya se lo he explicado., Su padre me dio instrucciones de que me casara con usted.
-Elena, quiero que entienda...
Ella no lo dejó terminar.
 -Acepto su decisión, señor.
Damon sonrió a pesar de sí. La princesa Elena parecía tan cabizbaja
-No tendrá dificultades en encontrar a la persona correcta. Es usted una mujer hermosa, princesa.
Ella se encogió de hombros. Obviamente, no le importó en absoluto el elogio.
-Me imagino que debe de haberle resultado dificil pedírmelo, mencionó él.
Ella se encogió los hombros.
 -Yo no se lo pedí -lo corrigió-. Simplemente, le expliqué cuál era el objetivo primario de su padre.
-¿Su objetivo primario?
Damon parecía estar riéndose de ella. Elena sintió que sus mejillas se ruborizaban de la vergüenza.
-No se burle de mí, señor. Sin su sorna, esta conversación ya me resulta bastante dificil.
Damon meneó la cabeza. Cuando volvió a hablar, empleó un tono muy suave.
-No estaba burlándome de usted -le dijo-. Me doy cuenta de que esto es difícil para usted. Mi padre es el responsable de que los dos estemos en esta situación tan embarazosa. Nunca dejará de buscarme una esposa.
-El sugirió que lo mejor era no mencionarle nada respecto de la boda. Dijo que usted se ponía furioso cada vez que le mencionaban la palabra "matrimonio". Quería que yo le diera un poco más de tiempo y la oportunidad de conocerme mejor, antes de explicarle cuál era su plan. Pensó... que tal vez aprendería a apreciarme.
-Mire, de verdad me agrada usted -dijo él-. Pero en este momento, no estoy en posición de casarme con nadie. Según mis cálculos, dentro de cinco años tendré una situación financiera lo suficientemente estable como para procurarme una esposa y poder mantenerla.
-A la madre superiora le caería muy en gracia, Damon -anunció Elena-. A ella le encanta calcular todo. Dice que la vida sería caótica sin un orden previsto.
-¿Cuánto tiempo vivió en el convento? -le preguntó, ansioso por tocar un tema que nada tuviera que ver con el matrimonio.
-Bastante -le respondió ella-. Damon, lo siento, pero no puedo esperar. De verdad debo casarme de inmediato. Es una lástima -agregó con un suspiro-. Creo que habría sido un esposo aceptable.
-¿Y cómo lo sabe?
-Su padre me lo dijo.
Damon se rió. No pudo evitarlo. Dios, qué inocente era ella. Advirtió que la joven estrujaba la nota entre las manos y entonces se detuvo. Ya se sentía lo suficientemente avergonzada como para tener que soportar que él se mofara de ella.
-Yo hablaré con mi padre y la salvaré de esa prueba -le prometió-. Sé que él le puso estas ideas en la cabeza. Puede ser muy convincente, ¿verdad?
Ella no le respondió. Mantuvo la mirada fija en su falda. Damon se sintió como un cretino por haberla decepcionado. Rayos, pensó. No estaba actuando con sensatez.
-Elena, este trato que usted ha hecho con mi padre, seguramente debe incluir un beneficio. ¿De cuánto?
Damon soltó un agudo silbido de admiración al escuchar la cifra exacta. Se apoyó contra la repisa de la chimenea y meneó la cabeza. Estaba furioso con su padre.
-Bien, por Dios juro que no se quedará sólo con promesa. Si él le habló de entregarle esa fortuna, entonces tendrá que pagarla. Usted cumplió con su parte del trato...
Elena levantó la mano para hacerlo callar, inconscientemente imitando el gesto de la madre superiora.
Damon obedeció sin darse cuenta.
 -No entendió bien, señor. Su padre no me prometió nada. Yo le prometí a él. Sin embargo, él rechazó mi oferta. De hecho, se asombró sobremanera por mi sugerencia de pagar por un esposo.
Damon volvió a reírse. Estaba seguro de que ella estaba tomándole el pelo.
-Esto no tiene nada de gracioso, Damon. Debo casarme en tres semanas y su padre está ayudándome. Después de todo, es mi tutor.
Damon necesitaba tomar asiento. Se dirigió hacia la silla de cuero que estaba frente a la que Elena ocupaba y se dejó caer en ella.
-¿Va a casarse en tres semanas?
-Sí -contestó ella-. Y por eso he pedido ayuda a su padre.
Agitó en el aire la nota que tenía en la mano. -Le pedí ayuda para hacer esta lista.
-¿Una lista de qué?
-De posibles candidatos.
-¿Y? -la urgió.
-Me dijo que me casara con usted.
Damon se inclinó hacia adelante, colocó los codos sobre las rodillas y frunció el entrecejo.
-Escuche cuidadosamente-le ordenó-. Yo no voy a casarme con usted.
De inmediato, Elena tomó la pluma, la mojó en la tinta y trazó una línea en la parte superior de la nota.
-¿Qué ha hecho?
-Lo he tachado.
-¿De dónde?

Elena se mostró exasperada.
-De mi lista. ¿Por casualidad conoce al conde de Templeton?
-Sí.
-¿Es un buen hombre?
-Rayos, no -masculló él-. Es un cerdo. Usó la dote de su hermana para pagar unas cuantas deudas de juego, pero todavía insiste en seguir apostando todas las noches.
De inmediato, Elena mojó la pluma en la tinta otra vez y tachó el segundo nombre de la lista.
 -Qué raro que su padre no supiera que el conde tenía el vicio del juego.
-Papá ya no frecuenta los clubes.
-Eso lo explica -respondió ella-. Por Dios, esto va a ser más dificil de lo que suponía.
-Elena, ¿Por qué está tan apurada en casarse? 
Ella sostenía la pluma en el aire.
-¿Cómo?-Toda su concentración estaba en la nota.
Damon le repitió la pregunta.
-Me dijo que tenía que casarse en tres semanas y yo quiero saber por qué.
-La iglesia -explicó asintiendo con la cabeza-. Damon, ¿conoce al marqués de Townsend por casualidad? ¿Tiene algún vicio terrible?
Damon terminó con, su paciencia.
 -Baje esa lista, Elena, y concentrese por contestar mis preguntas. ¿Qué rayos tiene que ver la iglesia con...?
Ella lo interrumpió.
 -Su madre ya la reservó. También hizo todos los arreglos. Es una dama de lo más maravillosa y organizada. Será una boda hermosa. Ojalá pueda asistir. En contraposición a lo que sus padres querían, me he negado a una boda pomposa. Preferí algo sencillo, más íntimo. 
Damon se preguntó si su padre se habría dado cuenta de que su pupila estaba loca.
-Déjeme ver... -comenzó él-. Se ha encargado de arreglar todo sin un hombre para...
-Yo no puedo llevarme los laureles por eso -lo interrumpió-. Como ya le he explicado, su madre se encargó de todo.
-¿No cree que está encarando todo esto desde el ángulo equivocado, Elena? Por lo general, se busca al novio en primer término.
-Estoy de acuerdo con usted, pero esta circunstancia es de lo más inusual. Simplemente, debo casarme enseguida.
-¿Por qué?
-Por favor, no crea que soy grosera, pero como se ha negado a casarse conmigo, me parece que lo mejor será que no sepa nada más. Sin embargo, me agradaría mucho recibir su colaboración, si usted estuviera dispuesto a dármela.
Damon no tenía ninguna intención de dejar las cosas como estaban. Tenía que averiguar la razón por la que Elena tenía tanta urgencia en casarse y lo haría antes de que el día llegara a su fin. Decidió que tendría que recurrir a alguna trampa y dejar las preguntas para más tarde.
-Será un placer ayudarla -dijo él-. ¿Qué necesita?
-¿Sería tan amable de darme los nombres de cinco... no, digamos, seis, hombres convenientes? Los entrevistaré a todos esta semana y para el próximo lunes ya habré hecho mi elección.
Dios, cómo lo exasperaba.
-¿Cuáles son sus requisitos? -le preguntó sumisamente.
-Primero, debe ser honorable -comenzó ella-.Segundo, tiene que tener título. Mi padre se retorcería en su tumba si yo me casara con un plebeyo.
-Yo no tengo título -le recordó él.
-Pero fue nombrado caballero y eso tiene valor.
 Damon rió.
-Descartó el requisito más importante, ¿verdad? Tiene que ser acaudalado.
Elena frunció el ceño.
 -Creo que acaba de insultarme -le dijo-. Pero de todas maneras, le perdono el cinismo porque todavía no me conoce bien.
-Elena, la mayoría de las mujeres que buscan esposo, quieren tener una vida sin sobresaltos -le explicó.
-La riqueza no es importante para mí -le contestó ella-. Usted no tiene un centavo en los bolsillos y de todas maneras, yo quería casarme con usted, ¿lo recuerda?
Él se inquietó por tanta honestidad.
 -¿Cómo sabe si soy rico o pobre?
-Su padre me lo dijo. ¿Sabe, Damon? Cuando frunce el entrecejo me recuerda a un dragón. Yo solía, pensar que sor María Felicidad era un dragón, aunque no tenía las agallas suficientes para decírselo en la cara. Su ceño es así de feroz y creo que el apodo le queda mejor a usted que a ella.
Damon no permitiría que ella lo hiciera morder el anzuelo, ni que ella cambiara de tema.
-¿Qué otros requisitos tiene para un esposo?
-Tendrá que dejarme en paz -le respondió después de un momento de consideración-. No quiero un hombre que esté... revoloteando todo el tiempo.
Damon volvió a reír. Pero se arrepintió en cuanto vio la expresión de la joven. Había herido sus sentimientos. Oh, Dios, hasta tenía los ojos llenos de lágrimas.
-Particularmente, a mí tampoco me gustaría tener una esposa que estuviera revoloteando a mi alrededor todo el tiempo -comentó, en un intento por aliviarla.
Pero Elena ni lo miró.
 -¿Una mujer rica lo atraería? -le preguntó.
-No -admitió él-. Hace mucho tomé la determinación de hacer mi propia fortuna sin ninguna ayuda exterior. Y quiero cumplir la promesa. Mi hermano me ofreció un préstamo para mí y mi socio. Por supuesto, también mi padre lo lizo.
-Pero usted rechazó las ofertas de ambos -dijo ella-. Su padre lo cree demasiado independiente.
Damon decidió cambiar el tema.
 -¿Su esposo podrá compartir su cama?
Ella se negó a contestarle. Volvió a alzar la pluma.

 -Empiece con su lista, por favor. 

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