Elena no pudo dormir
mucho en lo que restó de la noche. La expresión del rostro de Damon al
enterarse de la segura razón por la que ella había ido a Londres le cortaba la
respiración. Dios, qué furioso se había puesto. Por mucho que trató, no pudo
borrar la imagen de esa ira, aunque sólo fuera por un rato, para poder seguir
durmiendo.
Y todo en nombre de la
honestidad, pensó. Decir la verdad no le había servido de mucho. Debió haber
cerrado la boca. Elena soltó un suspiro sonoro. No, tenía que decir siempre la
verdad. La madre superiora no había dejado de repetírselo una y otra vez.
Damon podía tornarse
peligroso cuando lo irritaban. Ojalá el duque de Mystic Falls hubiera
mencionado ese hecho tan importante antes que Elena se abochornara tan rotundamente
frente a él y lo enfureciera a ese extremo.
Tenía terror de volver
a encontrarse con él. Se tomó su tiempo para vestirse. Caroline la ayudó. La
criada tenía el hábito de hablar sin parar mientras le cepillaba el cabello.
Quería saber todos los detalles del día de la princesa. ¿Tenía pensado salir?
¿Querría que su dama de compañía la escoltara? Elena contestó todas las
preguntas lo mejor que pudo.
-Es probable que
tengamos que buscarnos otro lugar donde vivir después de hoy -señaló Elena.
Compartiré mis planes contigo una vez que los
haya formulado, Caroline.
La muchacha terminó de
abotonar la parte posterior del vestido matinal de Elena, en color azul
cobalto, cuando escucharon la llamada a la puerta.
Tyler solicitó que la
princesa se reuniera con su señor en el salón, lo antes posible.
Elena no creyó que
fuera buena idea hacerlo esperar. No había tiempo para trenzarse el cabello y
tampoco quería pasar por ese molesto proceso. Mientras estuvo viviendo en el
convento, no tenía dama de compañía y consideraba que esa formalidad era un
contratiempo. Por lo tanto, había tenido que aprender a trenzárselo sola.
Pidió a Caroline que se
retirase, dijo a Tyler que bajaría al salón en un momento y se acercó a su
maleta. Tomó la nota que su tutor le había escrito, se cepilló el cabello hacia
atrás, sobre los hombros, y salió del cuarto.
Estaba lista para
enfrentar al dragón. Damon la aguardaba en el salón. Estaba parado frente a la
chimenea, mirando hacia la puerta, con las manos entrelazadas en la espalda.
Elena se alivió al ver
que no tenía el entrecejo fruncido. Sólo parecía ligeramente irritado.
Elena se quedó en la
entrada, esperando a que él la invitara a entrar. Pero Damon no pronunció ni
una sola palabra durante un largo rato. Simplemente, se quedó parado allí,
mirándola. Ella creyó que tal vez él estaba tratando de controlar sus pensamientos.
O sus nervios. La joven se dio cuenta de que estaba ruborizándose por el
insolente escrutinio de Damon, pero poco después notó que ella estaba siendo
tan insolente como él, pues lo observaba de la misma manera.
Era un hombre que dificilmente pasaría
inadvertido. Tan atractivo, con un físico tan atlético y fuerte. Llevaba unos
ceñidos pantalones de montar en cuero de ante, color cervato, con botas
marrones de caña alta y una camisa blanca. Su personalidad se evidenciaba en el
modo en que lucía su ropa, pues había dejado abierto el primer botón de su
camisa y no llevaba esas horrendas corbatas almidonadas que los hombres solían
ponerse. Obviamente, era un rebelde que vivía en una sociedad de conservadores.
Tampoco tenía el corte
de cabello de moda. Más bien lo llevaba bastante largo, hasta los hombros por
lo menos, aventuró Elena, aunque no podía decirlo con seguridad porque lo había
sujetado en la nuca con un cordón de cuero. Definitivamente, Damon era un
hombre independiente, de imponente estatura y musculosos hombros y muslos. Elena
le halló similitud con esos feroces hombres de frontera, - cuyos retratos, en
carboncillo había visto ilustrados en los periódicos. Damon era maravillosamente
hermoso, sí, pero también se le veía ajado. Elena decidió que lo que lo salvaba
de ser totalmente inaccesible era la calidez de su sonrisa cada vez que estaba
de buen humor.
Y ahora no lo estaba.
-Pase y siéntese. Elena.
Tenemos que hablar.
-Claro -respondió ella
de inmediato.
Repentinamente, Tyler
apareció a su lado. La tomó por el codo para ayudarla a entrar al salón.
-Eso no es necesario -le gritó Damon-. Elena
puede caminar sin que la ayuden.
-Pero ella es una
princesa -recordó Tyler a su señor-. Debemos rendirle honores.
La furibunda mirada de Damon
indicó al sirviente que tenía que dejar de hacer comentarios. De mala gana
soltó el codo de Elena.
Su expresión fue de
rotunda desolación. Elena trató de sanar sus sentimientos heridos.
-Es usted un hombre muy
considerado, Tyler -lo elogió.
El mayordomo volvió a
tomarle el codo al instante. Ella permitió que la guiara hasta el sillón
tapizado en brocado. Una vez que se sentó, Tyler se arrodilló y trató de
alisarle las faldas. Pero ella se lo impidió.
-¿Necesita algo más,
princesa? -preguntó-. La cocinera le tendrá listo el desayuno en cuestión de
minutos -agregó, asintiendo con la cabeza-. ¿Le agradaría una taza de chocolate
mientras espera?
-No, gracias -respondió
ella-. Sólo necesito una pluma y tinta -dijo-. ¿Tendría la amabilidad de
conseguírmelas?
Tyler salió corriendo
del salón para cumplir con el trámite.
-Me sorprende que no
haya hecho su reverencia -gruñó Damon.
Su mofa la hizo
sonreír.
-Tiene suerte al contar con un sirviente de
tan noble corazón, Damon.
El no le respondió. Tyler
reapareció a toda carrera con los elementos que Elena había solicitado. Colocó
el tintero y la pluma sobre una angosta mesita y luego la levantó para
acercarla a la princesa.
Elena, por supuesto, le
agradeció y su gesto lo hizo ruborizar de placer.
-Cierre las puertas
cuando se retire, Tyler -le ordenó Damon-. No quiero interrupciones.
Otra vez tenía un tono
de irritación. Elena suspiró. Estaba en presencia de un hombre muy dificil.
Devolvió toda su
atención al anfitrión.
-Lo he perturbado.
Realmente, lamento muchísimo...
Damon no le permitió
terminar la disculpa.
-No me ha perturbado –le gruñó Elena se habría
reído si hubiera estado sola. Estaba totalmente perturbado y alterado.
No cabían dudas. Tenía
las mandíbulas apretadas y si eso no delataba sus verdaderos sentimientos,
pensó Elena, entonces no sabía a qué atribuirlo.
-Oh -dijo ella, sólo
para aplacarlo.
-Sin embargo -comenzó
él, con voz entrecortada, que indicaba que no estaba bromeando-, creo que cabe
establecer algunos puntos en esta situación. ¿Por qué, en nombre de Dios, creyó
usted que me casaría con usted?
-Su padre dijo que lo
haría.
Ni siquiera trató de
ocultar su exasperación.
-Soy un hombre adulto, Elena.
Tomo mis propias decisiones.
-Sí, por supuesto que
es un hombre adulto -coincidió ella-. Pero no por eso dejará de ser hijo del
conde, Damon. Es su obligación hacer lo que él quiera. Los hijos deben
obediencia a sus padres, independientemente de la edad que tengan.
-Es una ridiculez.
Elena encogió los
hombros con elegancia. Damon mantuvo su paciencia.
-No sé qué clase de
trato ha hecho usted con mi padre y lamento que le haya hecho promesas en mi
nombre. Pero quiero que entienda que no tengo ninguna intención de casarme con
usted.
Ella bajó la cabeza y
miró la nota que tenía entre las manos.
-De acuerdo -contestó
ella.
Su consentimiento
inmediato, sin oponer objeción alguna y con un tono de voz de lo más casual,
despertó las sospechas de Damon.
-¿No está enojada por
mi rechazo?
-No, por supuesto que
no.
Ella levantó la vista y
sonrió. Damon parecía confundido.
-Estoy decepcionada
-admitió ella-. Pero no enojada, por cierto. Apenas lo conozco. No sería
razonable que me ofendiera por su negativa a casarse conmigo.
-Exactamente -coincidió
él, asintiendo con la cabeza-. No me conoce. ¿Por qué querría casarse conmigo
si...?
-Creo que ya se lo he
explicado., Su padre me dio instrucciones de que me casara con usted.
-Elena, quiero que
entienda...
Ella no lo dejó
terminar.
-Acepto su decisión, señor.
Damon sonrió a pesar de
sí. La princesa Elena parecía tan cabizbaja
-No tendrá dificultades
en encontrar a la persona correcta. Es usted una mujer hermosa, princesa.
Ella se encogió de
hombros. Obviamente, no le importó en absoluto el elogio.
-Me imagino que debe de
haberle resultado dificil pedírmelo, mencionó él.
Ella se encogió los
hombros.
-Yo no se lo pedí -lo corrigió-. Simplemente,
le expliqué cuál era el objetivo primario de su padre.
-¿Su objetivo primario?
Damon parecía estar
riéndose de ella. Elena sintió que sus mejillas se ruborizaban de la vergüenza.
-No se burle de mí,
señor. Sin su sorna, esta conversación ya me resulta bastante dificil.
Damon meneó la cabeza.
Cuando volvió a hablar, empleó un tono muy suave.
-No estaba burlándome
de usted -le dijo-. Me doy cuenta de que esto es difícil para usted. Mi padre
es el responsable de que los dos estemos en esta situación tan embarazosa.
Nunca dejará de buscarme una esposa.
-El sugirió que lo
mejor era no mencionarle nada respecto de la boda. Dijo que usted se ponía
furioso cada vez que le mencionaban la palabra "matrimonio". Quería
que yo le diera un poco más de tiempo y la oportunidad de conocerme mejor,
antes de explicarle cuál era su plan. Pensó... que tal vez aprendería a
apreciarme.
-Mire, de verdad me
agrada usted -dijo él-. Pero en este momento, no estoy en posición de casarme
con nadie. Según mis cálculos, dentro de cinco años tendré una situación
financiera lo suficientemente estable como para procurarme una esposa y poder
mantenerla.
-A la madre superiora
le caería muy en gracia, Damon -anunció Elena-. A ella le encanta calcular
todo. Dice que la vida sería caótica sin un orden previsto.
-¿Cuánto tiempo vivió
en el convento? -le preguntó, ansioso por tocar un tema que nada tuviera que
ver con el matrimonio.
-Bastante -le respondió
ella-. Damon, lo siento, pero no puedo esperar. De verdad debo casarme de
inmediato. Es una lástima -agregó con un suspiro-. Creo que habría sido un esposo
aceptable.
-¿Y cómo lo sabe?
-Su padre me lo dijo.
Damon se rió. No pudo
evitarlo. Dios, qué inocente era ella. Advirtió que la joven estrujaba la nota
entre las manos y entonces se detuvo. Ya se sentía lo suficientemente
avergonzada como para tener que soportar que él se mofara de ella.
-Yo hablaré con mi
padre y la salvaré de esa prueba -le prometió-. Sé que él le puso estas ideas
en la cabeza. Puede ser muy convincente, ¿verdad?
Ella no le respondió.
Mantuvo la mirada fija en su falda. Damon se sintió como un cretino por haberla
decepcionado. Rayos, pensó. No estaba actuando con sensatez.
-Elena, este trato que
usted ha hecho con mi padre, seguramente debe incluir un beneficio. ¿De cuánto?
Damon soltó un agudo
silbido de admiración al escuchar la cifra exacta. Se apoyó contra la repisa de
la chimenea y meneó la cabeza. Estaba furioso con su padre.
-Bien, por Dios juro
que no se quedará sólo con promesa. Si él le habló de entregarle esa fortuna,
entonces tendrá que pagarla. Usted cumplió con su parte del trato...
Elena levantó la mano
para hacerlo callar, inconscientemente imitando el gesto de la madre superiora.
Damon obedeció sin
darse cuenta.
-No entendió bien, señor. Su padre no me
prometió nada. Yo le prometí a él. Sin embargo, él rechazó mi oferta. De hecho,
se asombró sobremanera por mi sugerencia de pagar por un esposo.
Damon volvió a reírse.
Estaba seguro de que ella estaba tomándole el pelo.
-Esto no tiene nada de
gracioso, Damon. Debo casarme en tres semanas y su padre está ayudándome.
Después de todo, es mi tutor.
Damon necesitaba tomar
asiento. Se dirigió hacia la silla de cuero que estaba frente a la que Elena
ocupaba y se dejó caer en ella.
-¿Va a casarse en tres
semanas?
-Sí -contestó ella-. Y
por eso he pedido ayuda a su padre.
Agitó en el aire la
nota que tenía en la mano. -Le pedí ayuda para hacer esta lista.
-¿Una lista de qué?
-De posibles
candidatos.
-¿Y? -la urgió.
-Me dijo que me casara
con usted.
Damon se inclinó hacia
adelante, colocó los codos sobre las rodillas y frunció el entrecejo.
-Escuche cuidadosamente-le
ordenó-. Yo no voy a casarme con usted.
De inmediato, Elena
tomó la pluma, la mojó en la tinta y trazó una línea en la parte superior de la
nota.
-¿Qué ha hecho?
-Lo he tachado.
-¿De dónde?
Elena se mostró
exasperada.
-De mi lista. ¿Por
casualidad conoce al conde de Templeton?
-Sí.
-¿Es un buen hombre?
-Rayos, no -masculló
él-. Es un cerdo. Usó la dote de su hermana para pagar unas cuantas deudas de
juego, pero todavía insiste en seguir apostando todas las noches.
De inmediato, Elena
mojó la pluma en la tinta otra vez y tachó el segundo nombre de la lista.
-Qué raro que su padre no supiera que el conde
tenía el vicio del juego.
-Papá ya no frecuenta
los clubes.
-Eso lo explica
-respondió ella-. Por Dios, esto va a ser más dificil de lo que suponía.
-Elena, ¿Por qué está
tan apurada en casarse?
Ella sostenía la pluma
en el aire.
-¿Cómo?-Toda su
concentración estaba en la nota.
Damon le repitió la
pregunta.
-Me dijo que tenía que
casarse en tres semanas y yo quiero saber por qué.
-La iglesia -explicó
asintiendo con la cabeza-. Damon, ¿conoce al marqués de Townsend por
casualidad? ¿Tiene algún vicio terrible?
Damon terminó con, su
paciencia.
-Baje esa lista, Elena, y concentrese por contestar
mis preguntas. ¿Qué rayos tiene que ver la iglesia con...?
Ella lo interrumpió.
-Su madre ya la reservó. También hizo todos
los arreglos. Es una dama de lo más maravillosa y organizada. Será una boda hermosa.
Ojalá pueda asistir. En contraposición a lo que sus padres querían, me he negado
a una boda pomposa. Preferí algo sencillo, más íntimo.
Damon se preguntó si su
padre se habría dado cuenta de que su pupila estaba loca.
-Déjeme ver... -comenzó
él-. Se ha encargado de arreglar todo sin un hombre para...
-Yo no puedo llevarme
los laureles por eso -lo interrumpió-. Como ya le he explicado, su madre se
encargó de todo.
-¿No cree que está
encarando todo esto desde el ángulo equivocado, Elena? Por lo general, se busca
al novio en primer término.
-Estoy de acuerdo con
usted, pero esta circunstancia es de lo más inusual. Simplemente, debo casarme
enseguida.
-¿Por qué?
-Por favor, no crea que
soy grosera, pero como se ha negado a casarse conmigo, me parece que lo mejor
será que no sepa nada más. Sin embargo, me agradaría mucho recibir su
colaboración, si usted estuviera dispuesto a dármela.
Damon no tenía ninguna
intención de dejar las cosas como estaban. Tenía que averiguar la razón por la
que Elena tenía tanta urgencia en casarse y lo haría antes de que el día
llegara a su fin. Decidió que tendría que recurrir a alguna trampa y dejar las preguntas
para más tarde.
-Será un placer
ayudarla -dijo él-. ¿Qué necesita?
-¿Sería tan amable de
darme los nombres de cinco... no, digamos, seis, hombres convenientes? Los
entrevistaré a todos esta semana y para el próximo lunes ya habré hecho mi
elección.
Dios, cómo lo
exasperaba.
-¿Cuáles son sus
requisitos? -le preguntó sumisamente.
-Primero, debe ser
honorable -comenzó ella-.Segundo, tiene que tener título. Mi padre se
retorcería en su tumba si yo me casara con un plebeyo.
-Yo no tengo título -le
recordó él.
-Pero fue nombrado
caballero y eso tiene valor.
Damon rió.
-Descartó el requisito
más importante, ¿verdad? Tiene que ser acaudalado.
Elena frunció el ceño.
-Creo que acaba de insultarme -le dijo-. Pero
de todas maneras, le perdono el cinismo porque todavía no me conoce bien.
-Elena, la mayoría de
las mujeres que buscan esposo, quieren tener una vida sin sobresaltos -le
explicó.
-La riqueza no es
importante para mí -le contestó ella-. Usted no tiene un centavo en los bolsillos
y de todas maneras, yo quería casarme con usted, ¿lo recuerda?
Él se inquietó por
tanta honestidad.
-¿Cómo sabe si soy rico o pobre?
-Su padre me lo dijo.
¿Sabe, Damon? Cuando frunce el entrecejo me recuerda a un dragón. Yo solía,
pensar que sor María Felicidad era un dragón, aunque no tenía las agallas
suficientes para decírselo en la cara. Su ceño es así de feroz y creo que el
apodo le queda mejor a usted que a ella.
Damon no permitiría que
ella lo hiciera morder el anzuelo, ni que ella cambiara de tema.
-¿Qué otros requisitos
tiene para un esposo?
-Tendrá que dejarme en
paz -le respondió después de un momento de consideración-. No quiero un hombre
que esté... revoloteando todo el tiempo.
Damon volvió a reír.
Pero se arrepintió en cuanto vio la expresión de la joven. Había herido sus
sentimientos. Oh, Dios, hasta tenía los ojos llenos de lágrimas.
-Particularmente, a mí
tampoco me gustaría tener una esposa que estuviera revoloteando a mi alrededor
todo el tiempo -comentó, en un intento por aliviarla.
Pero Elena ni lo miró.
-¿Una mujer rica lo atraería? -le preguntó.
-No -admitió él-. Hace
mucho tomé la determinación de hacer mi propia fortuna sin ninguna ayuda
exterior. Y quiero cumplir la promesa. Mi hermano me ofreció un préstamo para
mí y mi socio. Por supuesto, también mi padre lo lizo.
-Pero usted rechazó las
ofertas de ambos -dijo ella-. Su padre lo cree demasiado independiente.
Damon decidió cambiar
el tema.
-¿Su esposo podrá compartir su cama?
Ella se negó a
contestarle. Volvió a alzar la pluma.
-Empiece con su lista, por favor.
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