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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


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12 octubre 2012

Rivales Capitulo 04


Capítulo 4

Menos   de   tres   horas   después,  Elena   se   hallaba   en   el vestíbulo de su casa, con una maleta a sus pies. Cuando por fin había salido de la mansión Salvatore estaba casi amaneciendo, cosa que le había desorientado. Milagrosamente, su padre no se hallaba en  casa. La madrastra de  Elena le había informado de que se había marchado la noche anterior a Londres, para  intentar  que  sus  primos  le  prestaran  dinero.



Elena  había temido el  encuentro con él,porque evidentemente sabría  que  ella  se  había  llevado  el testamento.

Había despertado a su hermana y le había contado lo que sucedía, aunque omitiendo la auténtica razón por la cual Damon le había pedido que se fuera a vivir con él. Katherine, lógicamente, se había preocupado.

—Pero Elena, nos odian. ¿Y a qué te refieres con que acabas de conocerlo y te has enamorado de él? ha sido muy rápido, nunca me habías comentado nada...

Elena odiaba mentir a su hermana. Sonrió tensa y le explicó que se habían conocido en la fiesta, y que no habían querido decir nada para que su padre no se enterara.

—Katherine, no quería que te preocuparas. Ni siquiera yo sabía qué  sucedería, si  él  volvería  a  Atenas. Pero  lo  ha  hecho...
—dijo, y  se  sonrojó  al  recordar  el  beso  en  el  estudio—. Y quiere que me vaya a vivir con él.

Sé que todo parece raro y demasiado rápido, pero confía en mí,
¿De acuerdo? sé lo que me hago.

Le habló de la relación de Damon con el padre de Stefan, y de lo que había prometido hacer y, al ver la reacción de júbilo de su hermana, supo que no le quedaba más remedio que seguir su destino.

—Elena, no eres la responsable de todo. Hacer esto por nosotros es más que suficiente. Estaré bien, te lo prometo. Ya es hora de que vivas tu propia vida.

Elena se habría reído de no ser por el temor a acabar llorando. no  podría  vivir  su  propia  vida  hasta  que  Damon  se cansara de ella. Su única esperanza residía en que, al ver que era tan inexperta, se le quitarían las ganas y se contentaría con lucirla como un trofeo hasta considerar sus deudas pagadas.

¿Por  qué,  ante  esa  idea, le  invadía  la  decepción? reprimió bruscamente esa  idea. Su  mente  estaba  jugándole una  mala pasada.

Acababa de llamar al hotel donde trabajaba y se había despedido. Ya  no  tenía  solución. Inspiró  hondo  y  agarró  su pequeña maleta. Era momento de irse.

***

— ¿Tu padre no va a estar también en la mansión?

Damon la había conducido a un suntuoso dormitorio y estaba enseñándole la  puerta  que  comunicaba con  el  suyo. Elena habló más que nada para ocultar su pánico. Lo vio girarse y apoyarse tranquilamente contra la puerta.

Habían transcurrido pocas horas entre su salida y su regreso a la mansión, y le molestó el aspecto descansado y vital de Damon. Ella se sentía sudorosa, le escocían los ojos y seguía aturdida por lo sucedido.

La voz de él la devolvió al presente.

—Mi  padre  va  a  quedarse  en  la  isla  indefinidamente. Los médicos le han prohibido estresarse, y en Atenas es incapaz de mantenerse alejado del trabajo.

Elena se sintió irracionalmente culpable por esa mala relación. Pero cualquier signo de empatía sería mal aceptado. De  todas  formas, él  ignoraba  sus  sentimientos. La  llevó  al vestidor y, cuando la miró de arriba a abajo, Elena deseó que la tragara la tierra. Aún vestía la misma ropa de antes.

—Haré que un estilista te vea mañana y te prepare un vestuario  completo. A  partir  de  ahora,  parecerás  la  mujer mantenida que eres.

Elena  divisó  la  enorme  cama  por  el  rabillo  del  ojo  y  se asustó.

—Adelante, llena  este  vestidor  de  cosas. Estaré  encantada de representar mi papel.

Él se le acercó, haciendo que se le disparara el pulso, y sonrió cínicamente.

—No creo que tengas que fingir mucho. Pero verte tan asustadiza me intriga. Creía que estarías encantada de que te hubiera   escogido   como   amante.  Olvidas   que   provengo   de Nueva York, el hábitat natural de las caza fortunas. Tus oscuras intenciones no pueden sorprenderme.

Elena quiso protestar, pero no le salían las palabras. Para su mayor consternación, Damon miró su reloj y anunció:

—Tengo  que  ir  a  trabajar.  ¿Por  qué  no  te  echas  un  rato? pareces cansada.

Y dicho eso, se marchó y ella se quedó sola. Entró en el cuarto de  baño  y  se  miró  al  espejo.  No  sólo  parecía  cansada, sino traumatizada. Exhausta y algo atontada, se quitó la ropa y se metió en la ducha un largo rato.

Luego, se secó el pelo, cerró las cortinas, se metió en la cama más suave en la que había estado nunca y se sumió en un sueño profundo.

***

Primero sintió un suave balanceo. Y luego oyó una voz grave y enternecedora. Sonrió. El balanceo se volvió más fuerte.

—Elena...

No estaba soñando. Se despertó al instante, y vio a Damon  Salvatore muy cerca de ella, demasiado, sentado en la cama y con rostro impenetrable. Entonces, recordó todo. no se encontraba  en  su  cama: estaba  en  la  mansión  de  él  y  había aceptado convertirse en su amante.

Se tapó con la sábana, a pesar de que estaba vestida con pantalones y camiseta. Se echó hacia atrás todo lo que pudo, lejos de él. Se sentía expuesta porque él la había visto durmiendo. ¿Cuánto tiempo llevaría allí?

Vio que él se ponía en pie y le preguntó con voz ronca:

— ¿Qué hora es?

—Las ocho de la tarde.

Elena se incorporó sorprendida.

— ¿He dormido todo el día?

Damon asintió y abrió las cortinas. El sol estaba poniéndose en el horizonte.  Elena  estaba  completamente  desorientada. Vio que él se disponía a salir de la habitación.

—La   cena   es   dentro   de   veinte   minutos.  Te   espero   abajo—anunció sin mirarla.

***

Mientras esperaba a Elena, Damon se acercó a las puertas del comedor  que  daban  a  la  terraza. La  terraza  adonde  había sacado a Elena la noche de la fiesta. Aún no había asimilado que  llevaba apenas  veinticuatro horas  en  Atenas, y  ella  ya vivía en  su casa. Extrañamente, sentía que era lo  que debía ser.

Al verla dormida, con una leve sonrisa y aquel lunar en la comisura de la boca, había deseado besarla. Y hacer mucho más con ella. Pero, cuando ella se había despertado, todavía se la veía cansada. tenía el pelo algo  despeinado, agolpado sobre uno  de  sus  hombros  desnudos, ya  que  se  le  había  bajado  el

Tirante  de  la  camiseta. le  había  resultado  increíblemente sexi y, al mismo tiempo, muy vulnerable, y había sentido cierta incomodidad  ante  lo  rápido  que  habían  sucedido  las  cosas desde que la había visto entrar silenciosamente en su casa. Él había  ignorado  esa  incomodidad. y las  tres  horas  que  había estado  esperando  a  que  regresara  habían  sido  una  tortura:

Había temido que ella no regresara, que lo desobedeciera. Se dio cuenta de que, al pensar en eso, había apretado los puños,y se obligó a relajarlos.

Pensó  en  el  aspecto  exhausto  de  ella  a  su  regreso, en  sus ojeras...

«Entró en esta casa a robarnos», se recordó. Con más esfuerzo del que debería, reprimió su preocupación. El deseo lo poseía. Esa noche, ella sería suya y, en poco tiempo, pasaría a ser tan predecible como el resto de las mujeres que él había conocida o, intentando utilizar la emoción de la intimidad para manipularlo.
Oyó  abrirse  la  puerta  y  se  giró  lentamente.  Elena  iba  a enfrentarse a las consecuencias de sus acciones.

***

Elena se estremeció cuando una sonriente doncella la condujo al comedor, y vio a Damon de espaldas a ella. No sabía cómo comportarse en una situación así.

No  tenía  ni  idea  de  qué  se  esperaba  de  ella. De  pronto, se sintió tremendamente sola.

Al  ver  que  él  se  giraba  lentamente, experimentó  un cataclismo.  Antes,  no  había  reparado  en   cómo  iba  vestido, estaba demasiado dormida. Pero en aquel momento se fijó en

Sus vaqueros deliciosamente gastados, que parecían una segunda piel sobre sus poderosos muslos y sus largas piernas.

Un polo negro resaltaba sus ojos oscuros y su piel cetrina. Los hombros parecían casi demasiado anchos para la tela, y de las mangas emergían unos enormes bíceps.

—Ven a contemplar las vistas, Elena.


«Ya  lo  estoy  haciendo», estuvo  a  punto  de  contestarle ella, presa  del  pánico. se  hallaba  en  una  situación  de  la  que  no podía escapar, a  causa de su impetuosidad y  su deseo de que Katherine tuviera una vida normal.

Consciente de todo eso, se acercó a Damon con su vestido negro y su cabello recogido. Se ruborizó al ver que él la examinaba de arriba a abajo. en un momento de debilidad, había investigado  por  internet  el  tipo  de  mujeres  con  las  que  él solía salir: altas, rubias, muy arregladas; experimentadas. Todo lo contrariado a ella.

—Muy recatada —murmuró él cuando se le acercó.

—De  haber  sabido  que  era  algo  informal,  yo  también  me habría puesto unos vaqueros —replicó ella tensa, con la mirada fija en el paisaje de Atenas.

Aunque era espectacular, no superaba la belleza del hombre que tenía al lado.

—Me  gusta  vestir  informal  en  casa, así  que  aquí  puedes  ir como quieras... incluso desnuda, si lo prefieres —terminó él suavemente.

Elena se ruborizó aún más ante el tono burlón. ¿Qué demonios veía en ella?

—No lo creo.

-Qué pena.

Él le ofreció una copa de vino. Elena la tomó; lo que fuera para darle valentía.

— ¿Qué te parecen las vistas? ¿A que son fabulosas?

Elena elevó la mirada y contempló el perfil de Damon, con un leve golpe en la nariz, y la cicatriz sobre el labio. Rápidamente, agachó la cabeza, temerosa de que él la sorprendiera mirándolo.

—Sí, son muy bellas —respondió.

Se acordó de algo y comprobó la hora.

—De hecho, en cualquier momento... sí, ahí lo tienes —dijo,señalando la acrópolis a lo lejos, empezando a iluminarse.

Oyó   a   Damon   tomar   aire   sorprendido,  pero   no   se   atrevió   a mirarlo.

La  acrópolis  iluminada  le  parecía  mágica. ¿Le  ocurriría  lo mismo a él? sintió una sacudida interior al pensar en que ella había crecido viendo aquello, pero él no había podido.

—La había visto iluminada antes, pero nunca el momento en que las luces comienzan a encenderse —comentó él.

Elena murmuró algo, sintiéndose tremendamente culpable, y respiró aliviada cuando la doncella entró con la cena.

Damon hizo que Elena lo precediera camino de la mesa. observó su  cabello  oscuro  y  sedoso  recogido  en  un  moño  bajo, y  su cuello  largo  y  elegante.  Luego  se  detuvo  en  sus  piernas

Desnudas,  delgadas  pero  bellamente  contorneadas, que  lo excitaban.

El nerviosismo de ella le había sorprendido. ¿Por qué seguía fingiéndolo, si ya habían establecido las cosas entre ellos? y eso de recomendarle ver la acrópolis iluminada, que en otras circunstancias él habría considerado un gesto dulcemente considerado... ella  no  estaba  comportándose como  él  habría imaginado, al   verse tan crudamente manipulada.

Se sentaron. Damon la fulminó con la mirada, pero ella tenía la vista gacha, y estaba atareada enderezando sus cubiertos y su servilleta. Tramaba  algo, intentaba desarmarlo por  alguna razón, se dijo Damon. Recordó que había pasado por su casa, y su padre debía de haberle aconsejado. Maldijo en  voz baja. No confiaba en ella, ¿por qué intentaba comprender su comporta- miento? el  único  comportamiento  que  debía  importarle  era como su amante, tanto en sociedad como en su cama.

Elena se esforzó por comerse la deliciosa cena, pero le sabía a serrín. Lo único que existía para ella era el hombre cenando a su izquierda. No podía apartar la  mirada de sus manos, de aspecto tan poderoso. La tensión iba aumentando, sobre todo cuando imaginaba esas manos en  otros  lugares. Por ejemplo, sobre ella.

Él, sin embargo, parecía feliz de concentrarse en su comida. Elena tenía multitud de preguntas para hacerle: ¿esperaba acostarse con ella esa noche? ¿Cómo reaccionaría cuando descubriera  su  falta  de  experiencia?  ¿La  rechazaría  como había hecho Aquiles? ¿Y por qué esa idea le dolía tanto? ¿por qué  no  podía  dejar  de  pensar  en  él, a  pesar  de  que  estaba chantajeándola?

Se  sentía  más  confusa  y  vulnerable  que  nunca. Sintió  algo rozándole la pierna bajo la mesa y dio un grito, al tiempo que se le caía el cuchillo al suelo. Entonces vio que se trataba de un  gato.  Después  de  disculparse, y  de  que  la  doncella  le llevara un cuchillo nuevo, se quedaron solos de nuevo.

Damon dejó los cubiertos en el plato y Elena dio un respingo.

— ¿Por qué estás tan tensa?

Ella lo miró con recelo. Intentó responder, pero no le salían las  palabras. De  pronto, el  ambiente se  había  vuelto denso, cargado de electricidad. ¿Era eso el deseo?

— ¿No tienes apetito? —inquirió él, enarcando una ceja.

Ella negó con la cabeza y vio que él clavaba la mirada en su boca.  Sintió  un   cosquilleo.  ¿por   qué  diablos  no   podía  ser inmune  a  él,  ponerse  en  pie  asqueada  y  decirle  que,  si  la tocaba, llamaría a la policía? pues porque seguramente sería él quien avisara a la policía, y Katherine y Stefan volverían al punto de partida. O a algo peor, dada la tormenta mediática.

De  pronto,  le  asaltó  la  auténtica  razón:  a  pesar  de  todo, quería que él la tocara. Lo deseaba desde el momento en que lo  había  visto  salir  de  la  piscina... odiaba  admitirlo, sobre todo   cuando   había   eliminado   el   sexo   de   su   vida   tras   su primera experiencia.

Sus  hormonas  la  habían  traicionado  y  se  habían  puesto  del lado de aquel hombre.

De    pronto,   Damon    se    puso   en    pie.   Los    ojos    le    brillaban,prometedores.

—A mí también se me ha pasado el hambre de comida.

Algo en su tono de voz resonó en el interior de Elena. Vio que él le tendía una mano, y dudó antes de tomarla. Se dijo que  aquello  era  parte  del  acuerdo. Estaba  asegurando  la libertad y felicidad de Katherine. Lo único que tenía que hacer era... se tropezó conforme salían del comedor. Se encontraron con la doncella, y Damon explicó que estaban cansados y se iban a la cama.

A Elena se le encendieron las mejillas y, conforme subían las escaleras, intentó soltarse, presa del pánico.

—Sabe exactamente lo que vamos a hacer.

—Espero que sí. Eres mi amante —señaló él secamente—. Y, si los chismorreos aquí se parecen algo a los de Nueva York, mañana toda Atenas sabrá que me he acostado con Elena Gilbert.

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