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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

10 junio 2013

En tus brazos Capitulo 14

Capítulo 14

Hampton dio un respingo, como si le sorprendiera encontrarla allí, y le dirigió una sonrisa evidentemente falsa.
—Hola, señora. No he visto fuera vuestra calesa, así que no pensé que siguierais aquí —dijo—. ¿Habéis pensado más en lo que os dije ayer?
Elena vio la distancia que había entre su mesa y la puerta al tiempo que hacía una reverencia.
Era imposible; jamás conseguiría pasar frente a él y salir fuera sin que la atrapara, si realmente pretendía evitar que se escapara. ¿Y qué haría si conseguía llegar fuera? Davie se había llevado la calesa, y con las faldas no podría correr muy deprisa.
¿Por qué diablos no llegaba Tanner con los albañiles?
Se dijo a sí misma que estaba siendo ridícula, pues el hombre no había hecho nada de momento salvo saludarla, y se obligó a contestar calmadamente:
—Sí, pero me temo que debo daros la misma respuesta.
A pesar de su determinación, un escalofrío recorrió su espalda mientras Hampton se acercaba.
—¿Estáis segura? Mis obligaciones ahora me llevan a Londres. Me vendría bien allí una dama atractiva como vos, mientras que podríais disfrutar de los teatros y de las tiendas de la ciudad. Descubriréis que soy un hombre generoso, querida, y yo prometo manteneros… entretenida.
—Una oferta muy amable, señor, pero ya viví durante algunos años en Londres. Aunque la metrópoli tiene sus encantos, prefiero el campo. No deseo ser maleducada, pero habéis mencionado que debéis comenzar un viaje y yo debo terminar mi trabajo. Tal vez quiera pasar por aquí la próxima vez que venga a Hazelwick —esbozó una sonrisa y señaló hacia la puerta.
Y entonces se quedó helada al oír a alguien acercándose; no eran caballos y ruedas de carro, sino un murmullo de voces y pisadas.
Aquél no era Tanner con sus hombres.
—Disculpad —dijo caminando hacia la puerta—. Iré a ver quién…
Se asustó cuando Hampton la agarró del brazo y tiró de ella hacia atrás.
—Lo siento, pero no vais a ninguna parte —dijo, cerró la puerta de golpe y echó el cerrojo.
—¿Qué queréis decir? —preguntó ella.
—¿Recordáis que mencionasteis los castigos para aquéllos que enfadaban a las autoridades y yo os dije que un hombre listo no se deja atrapar? Pues bien, estáis a punto de presenciarlo. Sentaos en aquel banco y guardad silencio a no ser que os dé permiso para hablar. Haced lo que os diga y no tendré que haceros daño.
—¡No tengo intención de quedarme aquí…! —exclamó, pero Hampton la agarró por los brazos y la empotró contra la puerta. Se golpeó la cabeza con tanta fuerza contra la madera que comenzó a ver estrellas ante sus ojos.
—Sentaos y no habléis —gruñó él—, a no ser que queráis probar de nuevo esto —la empujó violentamente contra el banco.
Mareada, Elena estuvo a punto de caerse, y tuvo que concentrar todos sus esfuerzos en respirar, hasta que el estómago se le asentó.
Mientras tanto, Hampton arrastró dos bancos más y los colocó tras la puerta a modo de barricada improvisada. A medida que el ruido de la gente de fuera iba haciéndose más fuerte, cerró las ventanas y las persianas, luego sacó dos pistolas de su alforja y las cargó.
En ese momento llamaron a la puerta.
—¿Señora Gilbert, estáis ahí?
Hampton le apuntó con una de las pistolas y le hizo gestos para que no dijera nada.
Pasaron unos minutos.
—No parece que haya nadie dentro —dijo la voz del hombre.
—Sé que está ahí —respondió Davie—. Apenas hace media hora que la dejé; además, nunca cierra las persianas cuando se marcha. ¡Señora Gilbert! ¿Estáis bien?
—Si contestáis, os disparo —le advirtió Hampton.
—Probablemente se haya ido a casa —dijo otra vez—. ¡Vamos! Esa alimaña debe de seguir por la zona. El señor Salvatore cuenta con nosotros para inspeccionar las casas de aquí al oeste mientras él hace un barrido hacia el pueblo.
Al oír el nombre de Damon Salvatore, las esperanzas de Elena se desvanecieron. Damon estaba a más de un kilómetro de distancia, demasiado lejos para ayudarla. Tendría que enfrentarse a Hampton ella sola.
—No —insistió Davie—. Está ahí, os lo estoy diciendo. Sabía que volvería a por ella; no se marcharía sola. Si no contesta a la puerta, es porque alguien se lo impide. Aguantad, señora Gilbert, os sacaremos de ahí. Johnston, agarra el hacha que hay junto a ese tronco. Digo que echemos la puerta abajo.
Con una maldición, Hampton se volvió hacia ella.
—Decidle que si intentan entrar, os disparo. Lo haré.
Lógicamente, Elena sabía que cometer un asesinato a sangre fría delante de testigos no era una acción muy racional; pero Hampton no parecía racional. El miedo se le agolpó en la garganta al oír cómo los de fuera comenzaban a golpear la puerta con el hacha.
—¡Decídselo ya, u os meto una bala en el cráneo! —exclamó Hampton.
—¡Davie! —gritó por fin—. Soy la señora Gilbert. Estoy aquí, retenida contra mi voluntad. El señor Hampton tiene una pistola cargada y amenaza con dispararme si intentáis entrar.
—¿Qué quieres para liberarla, Hampton? —preguntó Davie tras una pausa.
—Decidles que se marchen —le dijo Hampton a Elena—. Cuando hayan desaparecido, saldré, y vos conmigo. Y si alguien intenta detenernos, os dispararé. Cuando estemos lejos, os liberaré… o tal vez no, si me traéis buena suerte. Una pelirroja siempre es agradable. ¿Salvatore ya os ha saboreado?
A pesar de su determinación por permanecer calmada, las lágrimas de furia y de frustración resbalaron por sus mejillas.
—Sois despreciable —susurró.
—Y vos tan ingenua como el vago de vuestro hermano —contestó él riéndose—. Siempre que le tuviera la mansión arreglada y me asegurase de que tuviese prostitutas a su disposición, estaba más feliz que un cerdo en un estercolero.
—¿Señor Barksdale? —preguntó ella sorprendida.
—Sí, Barksdale, el hombre que se encargó de que el idiota de vuestro hermano sobreviviera a la guerra. Habría muerto de un tiro en su primera misión de no ser por mí. Me debía una. Yo vivía bien, sacando cada moneda de las granjas de este lugar, hasta que él decidió verificar las cuentas. Amenazó con despedirme, ¡después de lo que había hecho por él! Bien, me aseguré de que Martin le llorase a vuestro primo, lord Englemere, e hizo que lo despidieran antes de que yo me ocupara de él. Englemere me debe una también, pero a él se la haré pagar después. Ahora será un placer hacer que la hermana de Matt se abra de piernas para mí. Ahora decidles a ese puñado de estúpidos lo que tienen que hacer. Deprisa —concluyó apuntándole con la pistola.
¿Cómo se había encargado Barksdale de Matt?
—¿Por qué iba a responder…? —comenzó ella.
—Decídselo —insistió él.
Temblando de miedo y de rabia, Elena gritó:
—Quiere que todos se dispersen. Cuando os marchéis, saldrá y me llevará con él. Si no nos dejáis ir, dice que me disparará.
—¿Qué pasa? ¿Hampton no tiene boca? —preguntó Davie desde fuera—. ¿Qué tipo de hombre es, que se esconde detrás de una mujer? No debe de ser el rufián que estamos buscando. El otro es listo, un verdadero líder. Este debe de ser un simple borracho; tal vez no sea un hombre en absoluto. Tal vez sea la loca Peg, de Hazelwick, que ha oído lo del incendio y ahora se cree una revolucionaria, como los miserables que se reúnen en la posada. Escucha, Peggie, baja la pistola y sal.
Davie debió de contagiar a los demás hombres, porque de pronto empezaron a oírse más voces.
—Eso es, Peg —decían—. Sal, bonita.
Hampton-Barksdale apretó la mandíbula a medida que continuaban las burlas, y Elena pensó por un momento que iba a dispararle.
—¡Ya basta! —gritó de pronto—. Yo te demostraré con mi pistola quién es el líder, rata de cloaca, si no dejas de gritar y te marchas con tus amigos. ¿O quieres que la señora Gilbert muera por tu culpa?
Durante unos segundos, la amenaza de Barksdale resonó en el silencio. Luego volvió a oírse la voz de Davie.
—¿Has oído eso, Tanner? ¡Tenía razón! No hay ningún hombre listo ahí dentro. Es sólo el cobarde de Barksdale.
—¿Barksdale? —repitieron varias voces.
—Davie tiene razón —respondió Tanner—. ¡Es su voz!
—Claro que sí —agregó Davie—. Es propio de él amenazar a mujeres y pegar a los niños. Tuvo que golpearme en la cabeza y arrastrarme en mitad de la noche. Ni siquiera es lo suficientemente valiente para enfrentarse a un niño. ¿Tenías miedo de enfrentarte conmigo de día, Barksdale, porque temes que me escape como una culebra por un agujero?
—El jefe de la hilandería debería haberte fustigado hasta matarte —respondió Barksdale—. Pero no te preocupes. Algún día volveré para terminar el trabajo, gusano asqueroso.
—Amenazas y palabrería, como siempre —dijo Davie—. Si tan hombre eres, ven a por mí ahora. Tienes una pistola y yo sólo un tirachinas. Abre una de las ventanas y veremos quién tiene mejor puntería.
—¡Davie, no! —gritó Elena.
—¿O eres demasiado cobarde para disparar, incluso desde detrás de esa pared de piedra? ¡Será mejor que te enfrentes a mí ahora, porque no pienso escaparme por un agujero, asustado de alguien como tú!
Con un grito de furia, Barksdale se acercó a la ventana y abrió una persiana y se ocultó tras el muro para que fuera difícil alcanzarle.
—¡Muéstrate, hijo de perra, y veremos quién sabe disparar!
Mientras Barksdale centraba su atención en el exterior, la cabeza de Elena de pronto se despejó.
—No me escaparé por una rendija… —Davie estaba intentando enfurecer a Barksdale para distraerlo y que ella pudiera escapar.
Y el chico debía de haberse expuesto, pues un coro de voces comenzó a gritar: «¡Davie, agáchate!» «¡No salgas ahí fuera!» «¡Tonto, te matará!».
Barksdale sacó la pistola por la ventana y disparó. Luego volvió a ocultarse a toda velocidad cuando una avalancha de piedras entraron volando por el hueco.
—Ya os dije que no puede alcanzarle a nada —se oyó la voz de Davie—. ¿Te he despeinado con las piedras, Barksdale? ¡Con las próximas te magullaré tu bonita mejilla! ¿O estás demasiado asustado como para dar la cara?
Con un gruñido, Barksdale tiró la pistola vacía y agarró la otra antes de volver a asomarse a la ventana.
—¡No hablarás tanto con una bala en el estómago, gusano!
Rezando para que el segundo disparo de Barksdale fuera tan poco efectivo como el primero, Elena respiró profundamente y aguardó a que apretara el gatillo. Durante los próximos segundos, cuando ambas armas estuvieran descargadas y su secuestrador estuviera ocupado esquivando las piedras que Davie le lanzara, ella tendría que aprovechar la oportunidad e intentar escapar.
¿Sería capaz de colarse por el agujero de la pared? Mejor intentarlo y fallar que no hacer nada y quedarse sentada esperando a que Barksdale la usase como rehén… o algo peor.
Cuando sonó el disparo que había estado esperando, se dirigió hacia la habitación, aunque su sigilo no fue necesario. Con la atención puesta en Davie, Barksdale no miró en su dirección.
El corazón le dio un vuelco cuando se arrodilló frente al hueco y retiró la cubierta de paja. Tal vez un niño travieso fuese capaz de colarse por allí, pero ella nunca lo conseguiría.
A pesar de esa convicción, comenzó a intentarlo con todas sus fuerzas, intentando arrancar con las manos más pedazos de piedra.
El sonido de su respiración entrecortada le inundaba los oídos. Sabiendo que tenía pocos segundos antes de que Barksdale se diera cuenta de su ausencia, se lanzó al suelo, pasó la cabeza por el agujero y empujó con fuerza.
No servía de nada; por mucho que se retorcía, no podía pasar los dos hombros. Y entonces oyó lo que había estado temiendo.
—¿Qué diablos? —exclamó Barksdale. En un lugar tan pequeño, poca duda cabía sobre dónde habría ido. Con las lágrimas resbalándole por las mejillas, Elena golpeó los hombros contra la roca.
Segundos más tarde, unas pisadas fueron acompañadas de la maliciosa risa de Barksdale.
—Vaya, señora Gilbert, con el trasero en el aire y las faldas por las rodillas. Qué imagen tan tentadora. Pero tendré que esperar hasta más tarde para disfrutar de vos.

Mientras Elena buscaba algo al otro lado de la pared a lo que asirse, Barksdale le agarró los tobillos.

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