Capítulo 05
Sentada
en la cama, Elena reflexionó sobre su situación y se dio cuenta de que no podía
seguir allí. Había sido lo bastante tonta como
para creer que podía
vivir en un lugar donde podía
cruzarse con Jamie en cualquier momento.
Le
había sacado de quicio tener que verlo esa mañana en el salón de Damon. Se había sentido paralizada al instante y había tenido que
soportar su gesto de fingida
inocencia.
No le
gustaba sentirse tan
vulnerable, no lo soportaba. Le
habría encantado poder darle un buen puñetazo y contarle a Damon qué tipo
de persona era su querido hermano.
Odiaba
a Jamie por lo que le había hecho y a Damon por no ayudarla cuando más lo había necesitado.
Había tomado la decisión y no pensaba cambiar de idea. No iba a
quedarse allí.
Pensó
en las alternativas que tenía. No
podía irse sin saber a dónde. Debía planearlo bien. Tenía
que encontrar un lugar seguro
para ella y para el bebé.
–Quieres
irte, ¿verdad?
Se
sobresaltó al oír la voz de Damon. Le hablaba desde la puerta. Sin saber por qué, se sintió
culpable y no le gustó nada
sentirse así.
–No tengo
motivos para quedarme.
–Ven
conmigo al salón –le sugirió él mientras le tendía la mano.
Durante
unos cuantos segundos, se quedó mirando la mano
que le ofrecía. Sabía que no
debía aceptarla, pero algo en su voz la convenció y se la dio.
Damon
tiró de
ella con suavidad y la llevó de
la mano al salón.
Se
sentó en el sofá y le hizo un gesto para que ella se acomodara a su lado.
–Me he
comportado como un cretino y lo siento–le
dijo Damon mientras se pasaba una mano
por el pelo con nerviosismo–. No
deberías tener que soportar más estrés en la condición en la que estás y no he
hecho sino empeorar la situación.
Ella
abrió la boca para
contestarle, pero Damon le colocó
un dedo en los labios para impedírselo.
–Deja
que termine –le pidió–. He estado
toda la mañana en la oficina.
Han surgido algunos problemas en un proyecto muy importante y mis
socios no pueden encargarse de ellos. Tengo que
ir a supervisar unas obras y quiero que vengas conmigo.
Se
quedó mirándolo sin entender. No comprendía por qué Damon parecía disfrutar
desenterrando el pasado cuando los dos
sabían que su relación había muerto muchos meses antes y era
irreparable. Además, había sido
el propio Damon el que había dado por
terminada la relación y la había
echado de su vida como si
fuera una bolsa de basura, como
si no fuera importante para él.
–Quiero
cuidar de ti, Elena. Me gustaría
que pudiéramos olvidar lo que
ocurrió en el pasado y concentrarnos
en el presente.
–¿Estás
hablando en serio?
–Sí,
muy en serio. Tenemos que
solucionar muchas cosas y no podremos hacerlo si no estás dispuesta a pasar
algún tiempo juntos para
que podamos hablar.
En ese
momento, se sintió tan vulnerable que le entraron ganas de llorar.
Le habría encantado que Damon hubiera querido escucharla meses antes, no
en ese momento. Le había decepcionado
más que nadie porque él era su
prometido, el que debía haber estado
de su lado. Le parecía increíble
que quisiera arreglar las cosas con ella después de tan grave traición.
Damon
le acarició suavemente la mejilla y le sorprendió ver que le temblaban los dedos. Su mirada era
una súplica y no
supo qué decir.
Una parte de ella se negaba a continuar con esa
pantomima, pero le costaba decirle que
no.
Sacudió
la cabeza para negarse, pero Damon, que
seguía con la mano en su mejilla, detuvo
el movimiento mientras le acariciaba los labios con el pulgar.
–No va
a haber ningún tipo de presión, promesas ni obligaciones. Estaremos los dos solos
en un complejo hotelero de la playa. Es un comienzo, es todo lo que te pido.
Solo lo que estés dispuesta a
darme.
–Pero
el bebé…
–Nunca haría
nada que pudiera poner en peligro
su bienestar. Tendrás que ir al médico y que él te dé el visto bueno para
viajar.
Tenía
que reconocer que la idea
era muy tentadora. Damon le
estaba pidiendo que fuera con él, no se lo ordenaba. Esa situación la devolvió
al pasado durante unos segundos y
recordó lo cariñoso que había sido siempre con ella.
Pero sabía que
no tenía futuro, nunca podría estar
con un hombre que no confiaba en su palabra, y sabía que le costaría mucho trabajo despedirse de él después de
pasar una semana juntos en la playa.
Se
quedaron unos segundos en silencio.
Después,
decidió que lo haría. No sabía muy bien
por qué, pensaba que no iban a sacar nada
en claro, pero quería pasar ese tiempo con él antes de seguir adelante con su vida. Asintió con
la cabeza y vio que Damon suspiraba aliviado.
Creía que se le daba
muy bien fingir que
ella le importaba, pero no lo creía posible. De haber sido así, nunca la habría apartado
de su lado y seguirían juntos, esperando
con ilusión la llegada de su primer
hijo.
–Iremos
esta tarde al médico. Si nos dice
que puedes viajar, volaremos
mañana mismo. Así que deberías
aprovechar esta tarde y esta
noche para descansar. En cuanto lleguemos al hotel, lo más duro que tendrás que
hacer cada día será caminar de la habitación a la playa
y de la playa a la habitación.
–Quiero
habitaciones separadas –le pidió ella.
–Ya he
reservado una suite.
Frunció
el ceño al oírlo, pero
decidió no protestar.
–No te
arrepentirás, Elena –le dijo Damon–. Podemos hacer esto, podemos arreglar las cosas.
Cerró
los ojos al oír sus palabras. Damon le hablaba con tanta intensidad que no le resultaba difícil dejarse
seducir por lo que
le decía. Pero sabía
que no iban a poder avanzar hasta
que hablaran de lo que había ocurrido en el pasado. Y ella no quería tener que recordar el peor día de su vida, cuando no encontró a nadie que la creyera.
El
médico les dijo que una semana de descanso y relax era justo lo que Elena
necesitaba y recordó que debía
acudir al hospital más cercano si
se le hinchaban más las extremidades o tenía
algún otro síntoma de preclapsia.
Mientras hablaban con
él, Elena miró de vez en cuando a
Damon. Éste escuchaba con atención cada
palabra del doctor, como si fuera un
preocupado esposo y padre. Y no le agradaba verlo tan interesado, todo lo contrario.
Cuando
regresaron al piso de Damon, se encontraron
varias bolsas en el vestíbulo.
Eran de tiendas de moda femenina, incluso una de la tienda de lencería
más famosa de la ciudad.
–Estupendo,
parece que Jansen ha traído lo que le pedí –comentó Damon al ver las bolsas–. Todo esto es para ti, para el viaje.
Las
llevó al sofá y le hizo un gesto para que se sentara y fuera mirando las cosas.
Algo
confusa, fue al sofá. Encontró varios vestidos de premamá para la playa, alguno de noche, bañadores, sandalias
y varios conjuntos de lencería. Damon había pensado en
todo y había acertado con
las tallas.
–No
tenías por qué… –murmuró ella.
Sin
que apenas fuera
consciente de ello, habían vuelto
a sus antiguos hábitos. Durante su relación, Damon le había hecho muchos regalos.
–Bueno,
en realidad no lo he hecho yo, sino Jansen –le explicó Damon.
Le
entraron ganas de reír al imaginarse a Jansen, el apuesto secretario de Damon,
en el departamento de lencería femenina
y ropa de premamá.
–¿Cómo
está Jansen?
–Bien,
como siempre.
–Gracias
por todo esto –le dijo ella entonces.
–No
hay de qué –repuso Damon con una
sonrisa–.
¿Por
qué no
te acuestas un rato
mientras hago las maletas? Después,
podemos cenar. Como salimos mañana por la mañana, será mejor que
nos acostemos pronto.
Elena
dejó la ropa en el sofá y se levantó
lentamente. Sabía que estaba cometiendo un error y era mejor mantener las
distancias, no quería volver a cometer
los mismos errores del pasado.
Aunque
lo tenía muy claro, no podía evitar que su corazón anhelara los buenos
momentos y lo echara de menos. Sintió de
repente una tristeza inmensa y salió del salón antes de que Damon pudiera ver sus lágrimas.
A la
mañana siguiente, Damon la despertó sacudiéndole suavemente el hombro. Se duchó
mientras él le preparaba el desayuno. Cuando terminaron de comer, Damon bajó al
garaje el equipaje de los dos.
Estuvo
muy callada durante el trayecto hasta
el aeropuerto. Por un lado, le atraía
pasar una semana en la playa con Damon,
pero temía estar a solas con él. Había estado
tan concentrada en la ira y el odio que sentía por ese hombre, que no
había sido consciente de que aún estaba enamorada.
No
podía creer que amara a un hombre que no la correspondía,
sobre todo después de que la hubiera traicionado
como lo hizo. Le parecía patético que aún sintiera algo por él.
Damon
había alquilado un avión privado
para llevarlos directamente a la
isla. El vuelo duraba sólo unas
horas, pero tuvo tiempo suficiente para arrepentirse de la decisión que había
tomado y lamentó no poder dar marcha atrás.
–¿Por
qué no
echas el respaldo hacia atrás? –le sugirió Damon mientras lo hacía por
ella–. Ponte de lado y te
daré un masaje en la espalda.
Estaba
demasiado incómoda y nerviosa para que su ofrecimiento no la tentara. Se giró
hacia la ventana y esperó.
No
pudo evitar suspirar de placer cuando Damon
comenzó a masajearle la espalda. Era
increíble sentir sus manos aflojando poco a poco
la tensión que había en sus
músculos. Bostezó ruidosamente y se acomodó en el asiento.
Durante
unos minutos, olvidó el pasado y el futuro.
Se concentró en ese momento y en lo bien que le sentaba tener a Damon cuidando
de ella con dedicación y cariño,
como lo había hecho cuando estaban juntos.
Se
quedó dormida con una sonrisa en la cara. Damon la despertó cuando estaban a
punto de aterrizar. Hacía mucho tiempo que no se
encontraba tan relajada.
Unos
minutos más tarde, Damon le rodeó los hombros mientras la ayudaba a bajar del avión. La acompañó al coche
que los esperaba mientras el
chofer metía el equipaje en el maletero.
El
hotel donde iban a alojarse era muy
lujoso y estaba en la playa. Damon le dijo que, cuando terminaran de construir el complejo
hotelero en el que estaban trabajando,
aquel iba a parecer poco más que un motel de carretera.
La
suite que Damon había reservado era espaciosa
y cómoda. Se sentó en el sofá nada
más entrar y se quedó con la vista perdida mientras contemplaba la playa
privada que tenían a su disposición. Él
se arrodilló a su lado y le quitó
los zapatos. Vio que le observaba
los pies para ver si estaban más
hinchados. Después, comenzó a
masajearlos. No pudo evitar gemir al sentir
sus manos.
–¿Te
gusta?
–Muchísimo
–confesó ella.
Damon
siguió dándole el masaje mientras la observaba de vez en cuando. En un momento
dado, ella se llevó las manos al vientre
y sonrió.
–¿Se
está moviendo? –le preguntó Damon.
Asintió
con la cabeza.
–¿Puedo tocarlo?
Tomó la mano
de Damon y la colocó donde había
tenido la suya unos segundos antes. Sonrió
al ver la expresión de sorpresa en su rostro cuando el bebé le dio una patada.
–¡Es
increíble! ¿Te duele?
–No
–repuso ella riendo–. No siempre es agradable, pero no duele.
Damon
siguió con la mano en el mismo sitio durante
unos segundos más. Vio que estaba
muy serio. Poco después, se levantó.
–¿Quieres cenar
en la terraza o preferirías ir al restaurante?
–Aquí,
por favor –le dijo ella–. Me gustan
mucho las vistas que tenemos y estaremos más a gusto en la habitación.
Damon
asintió y fue hasta donde estaba el teléfono para pedir la cena.
Media hora
más tarde, un camarero les llevó
la comida en un carro
y preparó la mesa en la terraza de
la suite. Comieron en silencio,
disfrutando del atardecer y el sonido
de las olas.
Cuando
terminaron, Damon le sugirió que se acostara, pero ella no estaba cansada. Hacía mucho tiempo
que no
se sentía tan relajada y estaba deseando dar
un paseo por la
playa. Se lo dijo y el frunció el ceño,
no parecía gustarle la idea,
pero terminó accediendo.
Fue
maravilloso pasear por la tranquila
playa, con la brisa marina agitando su
larga melena. Se quitó las sandalias y se agachó
para recogerlas, pero Damon se le adelantó. Le encantaba
sentir la arena mojada entre sus
dedos. Se acercó al agua
y se quedó ensimismada mirando el ir y venir del
agua sobre sus pies.
Damon
también se descalzó y se acercó hasta donde estaba ella. Siguieron paseando y él le rodeó la cintura con el
brazo, pero ella se resistía, no
quería acercarse más a él.
–No
deberíamos ir muy lejos –comentó Damon poco
después–. Tienes que hacer
reposo, recuérdalo. Le prometí al médico que ibas a descansar.
–Esto
es mucho más descansado que pasar doce horas al día en pie –repuso ella.
–Eso
no volverá a pasar –le dijo Damon con seriedad mientras le apretaba más la cintura.
Ella
no dijo nada, pero se apartó de él para volver al hotel.
Cuando
entraron en la suite, fue directa al sofá.
–¿Quieres beber algo? –le preguntó él.
–Un
zumo, si es posible.
Damon
buscó en
el frigorífico de la suite y
volvió poco después a su lado con un zumo de naranja.
–Deberías
acostarte ya –le dijo él–. Ya tendrás
tiempo de conocer bien este sitio cuando
hayas dormido.
Estaba cansada, pero no le
apetecía dar por terminado un día que había sido maravilloso. Estar con él después de tantos meses le provocaba sentimientos agridulces.
No
podía seguir pensando en el pasado. Iba
a estar allí con Damon una semana
y le habría encantado poder partir de cero.
El sofá era tan mullido y bajo que, aunque lo intentó durante bastante tiempo, no
pudo levantarse. Se echó a reír, le pareció una situación muy cómica. Damon se acercó, tomó
sus manos y tiró de ella.
Se
quedaron durante algún tiempo el
uno frente al otro y aprovechó el momento para estudiar sus facciones. Era la primera vez que lo miraba de esa manera, sin tratar de
esconder sus emociones.
–Buenas noches, Damon –susurró ella.
Durante
unos segundos, le pareció que él estaba a punto de besarla. De haberlo hecho, no sabía cómo habría
reaccionado.
–Buenas noches, Elena. Que descanses
–le dijo él entonces.
Se fue
al dormitorio pensando en lo que acababa
de ocurrir y lamentando que no hubiera pasado
nada más.
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