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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

26 febrero 2013

Mentiras Capitulo 05


Capítulo 05
Sentada en la cama,  Elena reflexionó sobre  su situación y se dio cuenta de que  no podía  seguir  allí. Había  sido lo bastante tonta  como  para  creer  que podía  vivir en un lugar donde podía  cruzarse  con Jamie  en cualquier momento.

Le había sacado de quicio tener que verlo esa mañana  en el salón de Damon. Se había  sentido paralizada al instante y había  tenido que  soportar su gesto de fingida  inocencia.


No le gustaba  sentirse  tan  vulnerable, no  lo soportaba. Le habría encantado poder darle  un  buen puñetazo y contarle a Damon qué  tipo  de persona era su querido hermano.
Odiaba a Jamie por lo que le había hecho y a Damon por no ayudarla  cuando más lo había  necesitado.

Había  tomado la decisión  y no pensaba cambiar de idea. No iba a quedarse allí.
Pensó en las alternativas que tenía.  No podía  irse sin saber  a dónde. Debía  planearlo bien.  Tenía  que encontrar un lugar seguro  para ella y para el bebé.

–Quieres irte, ¿verdad?

Se sobresaltó al oír  la voz de  Damon. Le hablaba desde  la puerta. Sin saber por qué, se sintió culpable y no le gustó nada  sentirse  así.

 –No tengo  motivos para quedarme.

–Ven conmigo al salón  –le sugirió  él mientras le tendía la mano.

Durante unos cuantos segundos, se quedó mirando la mano  que le ofrecía.  Sabía que no debía  aceptarla, pero  algo en su voz la convenció y se la dio.

Damon tiró  de  ella con  suavidad  y la llevó de  la mano  al salón.
Se sentó en el sofá y le hizo un gesto para que ella se acomodara a su lado.

–Me he comportado como  un cretino y lo siento–le dijo Damon mientras se pasaba  una  mano  por  el pelo con nerviosismo–. No deberías tener que soportar más estrés en la condición en la que estás y no he hecho sino empeorar la situación.

Ella abrió  la boca  para  contestarle, pero  Damon le colocó un dedo  en los labios para impedírselo.

–Deja que  termine –le pidió–.  He estado  toda  la mañana en  la oficina.  Han  surgido algunos  problemas en un proyecto muy importante y mis socios no pueden encargarse de ellos. Tengo que  ir a supervisar unas obras y quiero que vengas conmigo.

Se quedó mirándolo sin entender. No comprendía por qué Damon parecía disfrutar desenterrando el pasado  cuando los dos sabían  que  su relación había muerto muchos meses antes  y era  irreparable. Además, había  sido el propio Damon el que  había  dado por  terminada la relación y la había  echado de su vida como  si fuera  una  bolsa de basura,  como  si no fuera  importante para él.

–Quiero cuidar de ti, Elena. Me gustaría  que  pudiéramos olvidar  lo que  ocurrió en el pasado  y concentrarnos en el presente.

–¿Estás hablando en serio?

–Sí, muy en  serio.  Tenemos que  solucionar muchas  cosas y no  podremos hacerlo si no  estás dispuesta  a pasar  algún  tiempo juntos  para  que  podamos hablar.

En ese momento, se sintió  tan  vulnerable que  le entraron ganas  de llorar.  Le habría encantado que Damon hubiera querido escucharla meses antes, no en ese momento. Le había  decepcionado más que  nadie porque él era su prometido, el que  debía  haber estado  de su lado.  Le parecía increíble que  quisiera arreglar las cosas con  ella después de tan grave traición.

Damon le acarició  suavemente la mejilla  y le sorprendió ver que  le temblaban los dedos.  Su mirada era  una  súplica  y no  supo  qué  decir.  Una  parte  de ella se negaba a continuar con esa pantomima, pero le costaba decirle  que no.

Sacudió la cabeza para negarse, pero  Damon, que seguía con la mano  en su mejilla, detuvo el movimiento mientras le acariciaba los labios con el pulgar.

–No va a haber ningún tipo de presión, promesas ni obligaciones. Estaremos los dos solos en un  complejo  hotelero de la playa. Es un  comienzo, es todo lo que  te pido.  Solo lo que  estés dispuesta a darme.

–Pero el bebé…

–Nunca  haría  nada  que pudiera poner en peligro su bienestar. Tendrás que ir al médico y que él te dé el visto bueno para viajar.

 Tenía  que  reconocer que  la idea  era  muy tentadora. Damon le estaba pidiendo que fuera con él, no se lo ordenaba. Esa situación la devolvió al pasado  durante unos segundos y recordó lo cariñoso que había sido siempre con ella.

Pero  sabía que  no tenía  futuro, nunca podría estar con un hombre que no confiaba en su palabra, y sabía que le costaría  mucho trabajo despedirse de él después de pasar una semana  juntos  en la playa.

Se quedaron unos segundos en silencio.
Después, decidió que lo haría.  No sabía muy bien por qué, pensaba que no iban a sacar nada  en claro, pero  quería pasar  ese tiempo con él antes  de seguir adelante con su vida. Asintió con la cabeza y vio que Damon suspiraba aliviado.  Creía  que  se le daba  muy bien  fingir  que  ella le importaba, pero  no  lo creía posible.  De haber sido así, nunca la habría apartado de su lado y seguirían juntos,  esperando con ilusión la llegada  de su primer hijo.

–Iremos esta tarde  al médico. Si nos  dice  que puedes viajar, volaremos  mañana mismo. Así que deberías  aprovechar esta tarde  y esta noche para  descansar.  En cuanto lleguemos al hotel,  lo más duro que  tendrás que  hacer  cada  día será caminar de la habitación a la playa y de la playa a la habitación.

–Quiero habitaciones separadas –le pidió  ella.

–Ya he reservado una suite.

Frunció el ceño  al oírlo,  pero  decidió no protestar.

–No te arrepentirás, Elena –le dijo Damon–. Podemos hacer  esto, podemos arreglar las cosas.

 Cerró  los ojos al oír sus palabras. Damon le hablaba con tanta  intensidad que no le resultaba difícil dejarse seducir  por  lo que  le decía.  Pero  sabía  que  no iban  a poder avanzar  hasta  que  hablaran de lo que había  ocurrido en el pasado. Y ella no  quería tener que  recordar el peor  día de su vida, cuando no  encontró a nadie  que la creyera.

El médico les dijo que una  semana  de descanso y relax era justo lo que Elena necesitaba y recordó que debía  acudir  al hospital más cercano si se le hinchaban más las extremidades o tenía  algún otro síntoma de preclapsia.

Mientras  hablaban con  él, Elena miró  de vez en cuando a Damon. Éste escuchaba con  atención cada palabra del doctor, como si fuera  un preocupado esposo y padre. Y no le agradaba verlo tan interesado, todo  lo contrario.

Cuando regresaron al piso de Damon, se encontraron  varias bolsas en el vestíbulo.  Eran  de tiendas de moda  femenina, incluso una de la tienda de lencería más famosa de la ciudad.

–Estupendo, parece que  Jansen  ha traído lo que le pedí  –comentó Damon al ver las bolsas–. Todo  esto es para ti, para el viaje.

Las llevó al sofá y le hizo un gesto para que se sentara y fuera  mirando las cosas.
Algo confusa, fue al sofá. Encontró varios vestidos de premamá para  la playa, alguno de noche, bañadores,  sandalias  y varios conjuntos de lencería. Damon había  pensado en  todo  y había  acertado con  las tallas.

–No tenías por qué… –murmuró ella.

Sin que  apenas  fuera  consciente de ello, habían vuelto  a sus antiguos hábitos. Durante su relación, Damon le había  hecho muchos regalos.

–Bueno, en realidad no lo he hecho yo, sino Jansen –le explicó  Damon.

Le entraron ganas de reír al imaginarse a Jansen, el apuesto secretario de Damon, en  el departamento de lencería femenina y ropa  de premamá.

–¿Cómo está Jansen?

–Bien, como siempre.

–Gracias por todo  esto –le dijo ella entonces.

–No hay de qué  –repuso Damon con  una  sonrisa–.
¿Por qué  no  te acuestas  un  rato  mientras hago  las maletas?  Después,  podemos cenar.  Como  salimos mañana por  la mañana, será mejor  que  nos acostemos pronto.

Elena dejó la ropa  en el sofá y se levantó lentamente. Sabía que estaba cometiendo un error y era mejor mantener las distancias,  no quería volver a cometer los mismos errores del pasado.
Aunque lo tenía  muy claro, no podía  evitar que su corazón anhelara los buenos momentos y lo echara de menos.  Sintió de repente una  tristeza  inmensa y salió del salón antes  de que Damon pudiera ver sus lágrimas.

A la mañana siguiente, Damon la despertó sacudiéndole suavemente el hombro. Se duchó mientras él le preparaba el desayuno. Cuando terminaron de comer, Damon bajó al garaje el equipaje de los dos.
Estuvo muy callada  durante el trayecto  hasta  el aeropuerto. Por un lado, le atraía  pasar una  semana en la playa con Damon, pero  temía  estar a solas con él. Había  estado  tan concentrada en la ira y el odio que sentía por ese hombre, que no había sido consciente de que aún estaba enamorada.

No podía  creer  que amara a un hombre que no la correspondía, sobre  todo  después de que la hubiera traicionado como  lo hizo.  Le parecía patético que aún sintiera  algo por él.
Damon había  alquilado un  avión privado  para  llevarlos directamente a la isla. El vuelo duraba sólo unas  horas,  pero  tuvo tiempo suficiente para  arrepentirse de la decisión  que había  tomado y lamentó no poder dar marcha atrás.

–¿Por qué  no  echas  el respaldo hacia  atrás? –le sugirió  Damon mientras lo hacía  por  ella–. Ponte  de lado y te daré  un masaje en la espalda.
Estaba demasiado incómoda y nerviosa  para  que su ofrecimiento no la tentara. Se giró hacia la ventana y esperó.

No pudo evitar suspirar de placer  cuando Damon comenzó a masajearle la espalda.  Era increíble sentir sus manos  aflojando poco  a poco  la tensión que  había en sus músculos.  Bostezó ruidosamente y se acomodó  en el asiento.

Durante unos minutos, olvidó el pasado  y el futuro. Se concentró en ese momento y en lo bien que le sentaba tener a Damon cuidando de ella con  dedicación y cariño, como  lo había  hecho cuando estaban juntos.

Se quedó dormida con una sonrisa en la cara. Damon la despertó cuando estaban a punto de aterrizar.  Hacía  mucho tiempo que  no  se encontraba tan relajada.

Unos minutos más tarde, Damon le rodeó los hombros mientras la ayudaba  a bajar del avión. La acompañó  al coche  que  los esperaba mientras el chofer metía  el equipaje en el maletero.
El hotel  donde iban a alojarse era muy lujoso y estaba  en  la playa. Damon le dijo que,  cuando terminaran de construir el complejo hotelero en el que estaban  trabajando, aquel  iba a parecer poco  más que un motel  de carretera.

La suite que Damon había reservado era espaciosa  y cómoda. Se sentó  en  el sofá nada  más entrar y se quedó con la vista perdida mientras contemplaba la playa privada  que tenían a su disposición. Él se arrodilló  a su lado  y le quitó  los zapatos.  Vio que  le observaba  los pies para  ver si estaban más hinchados. Después,  comenzó a masajearlos. No pudo evitar gemir al sentir  sus manos.

–¿Te gusta?

–Muchísimo –confesó  ella.

Damon siguió dándole el masaje mientras la observaba de vez en cuando. En un momento dado,  ella se llevó las manos  al vientre  y sonrió.

–¿Se está moviendo? –le preguntó Damon.
Asintió con la cabeza.

–¿Puedo  tocarlo?

Tomó  la mano  de Damon y la colocó  donde había tenido la suya unos  segundos antes.  Sonrió  al ver la expresión de sorpresa en su rostro  cuando el bebé le dio una patada.

–¡Es increíble! ¿Te duele?

–No –repuso ella riendo–. No siempre es agradable, pero  no duele.

Damon siguió con la mano  en el mismo sitio durante unos  segundos más. Vio que  estaba  muy serio. Poco después, se levantó.

–¿Quieres  cenar  en  la terraza  o preferirías ir al restaurante?

–Aquí, por favor –le dijo ella–. Me gustan  mucho las vistas que tenemos y estaremos más a gusto en la habitación.

Damon asintió  y fue hasta donde estaba  el teléfono para pedir la cena.
Media  hora  más tarde, un  camarero les llevó la comida  en un  carro  y preparó la mesa en la terraza de  la suite.  Comieron en  silencio,  disfrutando del atardecer y el sonido  de las olas.

Cuando terminaron, Damon le sugirió  que  se acostara, pero  ella no estaba cansada. Hacía mucho tiempo que  no  se sentía  tan  relajada y estaba  deseando dar  un  paseo  por  la playa. Se lo dijo y el frunció el ceño,  no parecía gustarle  la idea, pero  terminó accediendo.

Fue maravilloso  pasear por la tranquila playa, con la brisa  marina agitando su larga  melena. Se quitó las sandalias  y se agachó  para  recogerlas, pero  Damon se le adelantó. Le encantaba sentir  la arena mojada entre sus dedos.  Se acercó  al agua  y se quedó ensimismada mirando el ir y venir  del  agua  sobre  sus pies.

Damon también se descalzó y se acercó hasta donde estaba  ella. Siguieron paseando y él le rodeó la cintura  con  el brazo,  pero  ella se resistía,  no  quería acercarse más a él.

–No deberíamos ir muy lejos –comentó Damon poco  después–. Tienes  que  hacer  reposo, recuérdalo. Le prometí al médico que ibas a descansar.

–Esto es mucho más descansado que  pasar  doce horas al día en pie –repuso ella.

–Eso no  volverá a pasar  –le dijo Damon con  seriedad mientras le apretaba más la cintura.
Ella no dijo nada,  pero  se apartó de él para volver al hotel.

Cuando entraron en  la suite,  fue directa al sofá.

–¿Quieres  beber algo? –le preguntó él.

–Un zumo, si es posible.

Damon buscó  en  el frigorífico de la suite  y volvió poco después a su lado con un zumo de naranja.

–Deberías acostarte ya –le dijo  él–. Ya tendrás tiempo de conocer bien  este sitio cuando hayas dormido.

Estaba  cansada, pero  no  le apetecía dar  por  terminado un día que había  sido maravilloso.  Estar con él después de tantos  meses le provocaba sentimientos agridulces.
No podía  seguir pensando en el pasado. Iba a estar allí con  Damon una  semana  y le habría encantado poder partir de cero.

 El sofá era tan mullido y bajo que,  aunque lo intentó durante bastante tiempo, no pudo levantarse. Se echó  a reír,  le pareció una  situación muy cómica. Damon se acercó,  tomó  sus manos  y tiró de ella.
Se quedaron durante algún  tiempo el uno  frente al otro  y aprovechó el momento para  estudiar sus facciones.  Era la primera vez que  lo miraba de esa manera, sin tratar de esconder sus emociones.

–Buenas  noches, Damon –susurró ella.

Durante unos  segundos, le pareció que  él estaba a punto de besarla.  De haberlo hecho, no sabía cómo habría reaccionado.

–Buenas  noches, Elena. Que  descanses  –le dijo él entonces.
Se fue al dormitorio pensando en lo que  acababa de ocurrir y lamentando que no hubiera pasado  nada más.

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