Capítulo 3
QUIEN QUIERA que haya dicho que una
mentira genera una vida propia, sabía lo que decía, reflexionó Elena tres días más
tarde.
Esa mañana, el vicario la detuvo
cuando cruzaba la calle frente a la iglesia. Se presentó y le dio la bienvenida
a su parroquia.
Por su actitud, era evidente que sabía
que ella era viuda y Elena se aborreció al tener que mentirle cuando le preguntó
si su viudez era reciente, pero, ¿qué otra alternativa tenía? En unas semanas más,
su embarazo sería evidente. Cuando decidió mudarse a una población rural
pequeña, olvido cómo florecen los chismes en límites tan estrechos y lo
descaradamente curiosa que es la gente de la vida de sus vecinos
En Londres ella y Caroline apenas
conocían a los vecinos del edificio de apartamentos, allí era constante el
acoso de personas que se acercaban a ella en la calle, presentándose, manifestándole
su asombro porque hubiera adquirido la librería y queriendo enterarse de sus
planes. No había nada malicioso en su interés, ella lo sabía, y a no ser por la
cercana presencia de Damon Salvatore, no dudaba de que nunca le habría dado
importancia.
De alguna forma, él destruyó la
abrigadora imagen que se había creado para ella. La hacía sentirse incómoda y
culpable por estar tan complacida con su embarazo, cuando él tenía una esposa
inválida. ¿Tendrían hijos?
La enormidad de la situación en la
que se veía envuelta la atormentaba, pero ya era demasiado tarde para empezar
de nuevo.
Cuatro días después del encuentro con
Damon Salvatore, recibió una llamada del contratista, pidiéndole que se
reuniera con él en la granja Whitegates
—Ya negocié la compra de las vigas con Damon, pero hay allí algo
más que quiero que vea. Cuando desmantelaron el granero descubrieron una vieja
estufa que debió ser retirada del ala estilo Tudor de la casa en algún momento,
y fue instalada en el granero posiblemente para calentar los alimentos para el
ganado.
Usted mencionó que quería instalar una estufa de esa época en su cocina
y creo que debe verla. Es una verdadera joya y el precio que piden por ella es
razonable.
Elena habría dado cualquier cosa por
decirle que confiaba en su juicio, pero advirtió el entusiasmo del hombre y
después del que ella manifestó por las modificaciones le parecería extraño que
le pidiese que adquiriera la estufa sin ella verla primero.
No tenía de qué preocuparse, se dijo.
Era de suponer que él ya hubiese tratado el asunto con Damon Salvatore y era
poco probable que este estuviese presente. Muy por el contrario, el estaría más
que interesado en evitar cualquier contacto con ella.
No podía pasar el resto de su vida
evadiéndolo y tampoco quería dar motivos para más habladurías, aunque el
sentido común le decía que era casi imposible que alguien descubriese que había
alguna relación entre ellos.
Hasta el pensar en esos términos la
hacía sentirse culpable y malhumorada. Si ella hubiese sabido que era casado.
Percatándose que Stefan Hobbs aguardaba paciente su respuesta, le prometió que
se encontraría con él en la granja, después del almuerzo.
Las obras en su propiedad ya estaban
en progreso. Se retiraron unas hojas de aglomerado para dejar al descubierto
una hermosa escalera de roble, a la que ahora le quitaban varias capas de
horrible pintura para dejarla en su estado original. Escogió reproducciones de
muebles de baño de estilo victoriano que iban de acuerdo con sus planes para la
casa, pero las obras no podían continuar sin antes reemplazar las vigas
dañadas.
Toda la instalación eléctrica de la
casa fue cambiada; la de plomería avanzaba. Todo iba sobre ruedas.
Se aparecieron dos adolescentes de
aspecto rebelde para preguntarle si podían hacer algún trabajo para ella y les
sugirió que podrían empezar por despejar la selva en que se había convertido el
jardín.
Para su sorpresa, a pesar de su
estrafalaria apariencia, los muchachos resultaron conocedores de lo que hacían
y, le dijeron que el jardín contaba con una gran variedad de árboles y plantas
frutales. Había un invernadero en una esquina y si bien le faltaban la mayoría
de los vidrios, la madera estaba en buenas condiciones, los chicos se
ofrecieron a cambiar los vidrios, si ella lo deseaba.
Elena pensó consultar a Stefan Hobbs
si creía que los chicos estuvieran capacitados para hacer el trabajo. Habían
hecho maravillas con el jardín y sus respuestas siempre eran coherentes cuando
les hablaba. Pero, ¿por qué no habría de ser así?, se reprochó. En unos años,
ella sería la madre de un adolescente y no debía olvidar la rebeldía que esa
edad siempre conlleva.
Stefan Hobbs la esperaba cuando llegó
a la granja, en esa ocasión se estacionó en el patio, atrás de la casa. Él le
abrió la puerta del auto y la recibió con una amplia sonrisa. Para su
tranquilidad, no había señales de Damon cuando lo siguió hasta un granero.
La estufa era tan impresionante como Stefan
la describió. La miró y acarició con admiración y se sobresaltó al escuchar la
voz de Damon a su espalda. No lo vio llegar, por la posición en la que se
encontraba, pero su cuerpo se tensó de inmediato al saberlo cerca.
—Stefan, ¿podrías hacerme
el favor de ver los marcos de las ventanas francesas antes de que te marches?
Me pareció ver en ellas un poco de herrumbre.
Estaba deshaciéndose de Stefan… Elena
se sintió invadida por el pánico, cuando el constructor aceptó su petición de
buen grado y se marchó. Quería pedirle que se quedara a su lado, pero eso
provocaría los comentarios que deseaba evitar con desesperación.
Hizo el intento de seguirlo, con el
corazón latiéndole apresurado, pero Damon se paró frente a ella, impidiéndole
el paso.
— ¿Qué opina de la estufa, señora Gilbert? —le preguntó con el
tono preciso que usaría alguien para dirigirse a un desconocido. ¿Cuántas veces
habría engañado a su mujer? ¿Cuántas veces habría compartido con otras mujeres
lo que compartió con ella aquella noche?
Damon alargó la mano y le tocó el
brazo, haciéndola dar un salto. Stefan se había ido y estaban solos. Se apartó
de él como si la hubiese quemado.
— ¿Por qué despachó a Stefan?
—Porque quería hablar con usted —respondió él con calma.
Elena se alejó; tratando de controlar
el temblor de sus labios. ¿Qué iría a hacer él? ¿Acusarla de seguir
persiguiéndolo?
—No tenemos nada de qué hablar.
—Si lo hay. Quiero disculparme por mi rudeza del otro día. Por
favor, atribúyala a mi asombro. Usted es la última persona a quien esperaba ver
y me sacó de quicio.
No había duda de la sinceridad de sus
palabras. La sorprendió y la hizo perder su ventaja temporal.
—Yo tampoco esperaba verlo —fue lo único que pudo decirle, con
alivio. Se movió, tensa, cuando él tomó su mano izquierda.
—La sortija no la llevaba esa noche —la tocó y ella se sintió
ruborizar por la sensación de culpa.
—Yo...
—Me dijo que había perdido un ser querido. Nunca imaginé que
fuese su esposo.
—Yo tampoco me imaginé que tuviese esposa —por su expresión supo
que lo había sorprendido. Abrió la boca para decir algo, pero se detuvo al
escuchar que alguien lo llamaba.
—Acá estoy, Bonnie —respondió sin quitar la vista de Elena— Mi
hermana —le explicó en el momento en que entraba una mujer de elevada estatura
y cabellos oscuros.
Entre ellos había un parecido
innegable. Bonnie Salvatore tenía los ojos grises de su hermano y su estructura
ósea en ella era más suave, de acuerdo con sus hermosos rasgos femeninos.
—Mamá me pidió que te recordara que va a salir esta noche, por
lo que cenaremos temprano Ah, hola —tendió la mano en dirección a Elena— No me
percaté de su presencia, por las sombras.
Elena no dejó de observar la mirada
especulativa que lanzó a su hermano y sus ánimos se vinieron abajo. Si
interpretaba bien la mirada entre hermanos, Damon Salvatore sí tenía en su vida
más mujeres aparte de su esposa enferma. Se sintió indignada al interpretar la
mirada burlona de Bonnie.
—Bonnie, te presento a Elena... a la señora Gilbert —enmendó
él—. Adquirió la librería de la señora Simms, ¿no es así, señora Gilbert?
Elena lo confirmó y se vio asaltada
por un sinnúmero de preguntas de Bonnie.
— ¿Y su esposo, qué?
—La señora Gilbert es viuda —la dureza de las palabras de Damon
la sorprendió tanto a ella como a su hermana. Se produjo un silencio incomodo
y, para alivio de Elena, Stefan Hobbs reapareció.
—No veo ningún óxido en las ventanas, Damon —comentó intrigado.
— ¿No? Está bien, Stefan. Debo haberlo imaginado —Damon estaba
tan despreocupado, que Elena supo de inmediato que sólo lo dijo como excusa
para librarse de él. Pero, ¿con qué propósito? En un principio pensó que lo hacía
con el interés sincero de disculparse, pero ya lo dudaba.
No se necesitaba ser experta en
relaciones fraternales para interpretar la mirada entre los hermanos.
Le era
obvio que Bonnie estaba al tanto de que su hermano le era infiel a su esposa y
que sospechó que también estaba interesado en ella. Ahora que sabía que no lo
había buscado de forma intencional, ¿esperaba reanudar la relación?
La ira ardía en su interior. Si eso
pensaba, le esperaba una sorpresa. ¿Acaso creía que era de esas mujeres a
quienes encanta saltar a las camas de hombres casados, sin ninguna consideración?
Fue solo hasta que regresaba a la
posada cuando la ironía de sus propios pensamientos le llegó. ¿Cómo podía saber
qué clase de mujer era ella? No sabía nada de ella y así debía ser, sólo que el
destino intervino y dio al traste con sus planes.
Cuando se encontraba en su pequeño
recibidor privado, se le ocurrió preguntarse cual habría sido su reacción si él
no estuviese casado. ¿Cómo se sentiría si él no tuviera ningún lazo o
compromiso? Se mordió un labio, preocupada, sintiendo desagrado por la pregunta
y las ideas que provocaba.
A la mañana siguiente recordó que no
había preguntado a Stefan Hobbs sobre sus dos jóvenes, ayudantes y éstos se
presentaron en la librería temprano, como acordaron, para preguntar si los iba
a ocupar.
Stefan se encontraba en la granja,
viendo lo de la transportación de las vigas, y Elena se vio en un dilema. El
instinto le decía que debía contratarlos. Parecían saber lo que hacían.
Mientras decidía, uno de los chicos dio un codazo al otro.
—Mira, John, allí viene tu mamá.
Al levantar la vista, Elena vio que Bonnie
Salvatore se acercaba, tan sorprendida como su hijo de que se encontraran.
—Así que aquí estás. Espero que los dos no estén molestando a la
señora Gilbert —hablaba a su hijo, pero miraba a Elena, quien negó con la
cabeza.
—Para nada. De hecho, me ayudaron a limpiar la selva que tenía
por jardín —vio que Bonnie fruncía el ceño y su hijo le dijo, molesto:
—Papá dijo que si quería una bicicleta nueva, yo tendría que
comprarla, así que Mike y yo tratamos de ganarnos algún dinero extra —Bonnie
seguía frunciendo el ceño, por lo que Elena intervino:
—Con sinceridad, los dos han sido de gran ayuda y estaba por
pedirles que se encarguen de reemplazar los vidrios de mi invernadero —era
evidente, por la expresión de Bonnie Salvatore, que no dudaba de la capacidad
de los muchachos, por lo que se alegró de su decisión. Cuando los chicos
partieron a tomar medidas de los vidrios, Bonnie Salvatore comentó:
—Mira, venía a disculparme por mi error de ayer, no tenía idea
de que tu viudez fuese tan reciente. Charles, el vicario, me habló de ello
anoche. Debes haber pensado que fue un gran error de mi parte el que ya
estuviese uniéndote a mi hermano. Para mi fortuna, él ya está acostumbrado a
mis intentos de casarlo —vio la reacción de sorpresa de Elena e hizo una pausa—
¿Sucede algo?
—No, solo se trata de que pensaba que Damon, su hermano, estaba
casado. El ama de llaves habló de una señora Salvatore.
—Con seguridad se refirió a mi madre —respondió Bonnie con una
sonrisa— Vive con Damon porque ha vivido en la granja toda su vida. De muchas
formas, fue una bendición que nuestro tío le heredara la granja a Damon, aún
cuando debo reconocer que me sorprendió que él decidiese volver a hacerse cargo
de ella.
Creo que fue el hecho de que mamá siempre haya vivido allí lo que
inclinó la balanza. Así que pensabas que Damon era casado —musitó, mirando a Elena—.
Estoy ansiosa de decírselo. Él cree que todos los hombres casados tienen un
aura especial que los señala —rió alegre, a pesar de la confusión de Elena. Lo
último que ella quería era que Damon se enterase de que discutió su estado
civil con su hermana, por inocente que ello fuese.
El enterarse de que no era casado la
inquietó. ¿Por qué? Debería sentirse complacida, en vista de su reacción inicial
al pensar que había hecho el amor con un hombre casado.
Casado o no, nada podría alterar el
carácter transitorio de su relación, se dijo más tarde, cuando quedó a solas.
Desde que se enteró de que Damon y su familia desempeñaban un papel importante
en la pequeña comunidad en la que ahora vivía, sentía temor.
Temor de que el futuro que había
proyectado para ella y su hijo se vería amenazado por su presencia. ¿Y por qué
habría de ser así? Aunque Damon llegase a pensar que el niño que ella esperaba
era suyo, no estaba en posición de averiguarlo. No; si llegaba a abrigar una
sospecha como ésa, lo más probable sería que querría guardársela.
Entonces, ¿por qué sentía esa
intranquilidad, esa sensación de que al mudarse a ese pueblo puso a su hijo y a
ella misma en una situación vulnerable?
Olvídate de Damon Salvatore, se
ordenó esa noche mientras se preparaba para dormir, pero a la mañana siguiente
descubrió que olvidarse de Damon no le sería nada fácil.
Pasaba frente a la rectoría, camino a
su librería, cuando se encontró con el vicario. La saludó con una sonrisa y
caminó a su lado.
—Bonnie Salvatore me informó que contrató los servicios de John
y el joven Mike Hennes para reparar su invernadero. Me interesa saber qué
resultados obtienen. Trato de coordinar una fuerza de trabajo de jóvenes para
que realicen labores voluntarias para los ancianos. Fue idea de Damon, en
realidad, pero creo que es una buena causa.
Por fortuna para su tranquilidad
mental, ya habían llegado a la tienda y pudo escapar, prometiendo al clérigo
que le entregaría un informe sobre los muchachos.
La satisfizo ver que la labor de
reemplazar las vigas iba muy adelantada. Dos hombres estaban ocupados en lo que
habría de ser su cocina, haciendo espacio para la estufa adquirida en la granja
Whitegates.
Stefan Hobbs salió a recibirla,
sonriendo complacido ante su sorpresa al ver la labor realizada.
—Todo va bien, ¿no le parece? Damon me llamó esta mañana para
averiguar si las vigas llegaron sin contratiempos. Se mostró muy interesado cuando
lo enteré de sus planes. Piensa remodelar la sección estilo Tudor de su casa.
Lo necesita, por supuesto. No se ha tocado desde antes de los tiempos de su
tío. Es evidente que el viejo perdió el interés después de la muerte de su hijo
y su esposa en aquel accidente carretero. Fue el mismo accidente que mató al
padre de Damon, de hecho. Sucedió poco después de que
Damon se marchara a
América. Supongo que todos sabíamos que tendría que venir a hacerse cargo de la
granja. Hay quienes dicen que no quería hacerlo, pero tuvo que tomar en cuenta
a su madre.
Consciente de que escuchaba algo que
iba más allá de un chismorreo, Elena se apresuró a cambiar el tema de
conversación, preguntando a Stefan cuándo esperaba terminar la parte principal
de la remodelación. Después de mirarla extrañado, el hombre captó el mensaje y
dejó de hablar de Damon y su familia. Hablar de él sin que estuviese presente
la hacía sentirse incómoda; como si lo estuviera espiando. No quería enterarse
de nada respecto a él, se dijo más tarde, cuando iba de regreso al hostal.
Hacía calor, y antes de llegar a su
destino, la delgada blusa de algodón estaba adherida a su piel, haciéndola
bajar el ritmo de su paso y preguntarse de las restricciones que le imponía la
maternidad inminente.
Nunca se había sentido mejor hasta
que Damon reapareció en su vida… El embarazo trajo a su piel un suave brillo y
una nueva tranquilidad a su mente. El saber que iba a tener un hijo la ayudó a
aceptar la enfermedad y la muerte de Caroline. Era como si la criatura fuese un
regalo divino para compensarla por la pérdida de su amiga.
Quizá algunas personas habrían
considerado sus pensamientos tontos o blasfemos, pero a ella la reconfortaban.
Su hijo no sería un reemplazo de Caroline; de cualquier forma, ella no lo
deseaba así, pero sería la confirmación de que la vida también incluye algo más
que pena y dolor.
Parecía que habiendo logrado una vez
borrar de su mente al padre de su hijo, ahora se la castigaba haciéndola oír su
nombre en boca de todos con quienes se encontraba. En alguna parte se enteró de
que trabajó en la granja de su tío cuando niño, pero que siempre fue
independiente y quería abrirse paso en la vida. Alguien más la informó de que
tenía un buen trabajo cuando prestó sus servicios en un criadero de caballos de
pura sangre, allá en Estados Unidos, pero que tuvo que abandonarlo a la muerte
de su tío, ya que nadie más podía hacerse cargo de la granja y cuidar de su
madre.
Pero lo que más sorprendió a Elena
fue el darse cuenta del gran respeto y admiración que todos sentían por él.
Whitegates era la granja más grande del rumbo y la familia Salvatore muy
respetada, pero al parecer Damon era mucho más accesible que su tío, hombre que
siempre fue muy retraído. Por el vicario, Elena se enteró de que Damon estaba
muy interesado en ayudar a sus semejantes, que era muy generoso con los
necesitados.
Ella se había sentido muy segura sin
saber nada de él, pero lo que no quería saber le era presentado contra su
voluntad y ello la atemorizaba, sin entender el motivo.
Lo vio en el pueblo en una o dos
ocasiones y siempre se apresuró a tomar la dirección opuesta, para no
encontrarse con él, no pudiendo comprender el motivo de sus actos.
Pasó otra semana y las obras de
remodelación continuaban. El momento en que tendría que hacer los pedidos de
mercancía se acercaba. Pensó que pasar unos días en Londres, para visitar a los
distribuidores y arreglar varios asuntos financieros, no le caería mal antes de
que el embarazo se lo impidiese. Por lo tanto, anunció a Stefan y a la señora Young,
la administradora de la posada, que estaría ausente durante tres días. Decidió
dejar el auto y viajó en tren.
La sorprendió lo mucho que el ruido y
ritmo acelerado de Londres la molestaban. Era casi su ciudad natal y, no
obstante, después de estar unas semanas fuera, ya se sentía extraña. El
ambiente estaba lleno de polvo y olía a gasolina y no podía respirar bien.
Anhelaba volver a ver los verdes campos y los árboles, y los pies le dolían por
el fuerte calor del pavimento.
Para su fortuna, arregló sus asuntos
más pronto de lo que anticipó. Todas sus amistades compartían los mismos
intereses profesionales y se alejaron durante la última enfermedad de Caroline.
Ahora conocía a más personas que las
que conoció en todo el tiempo que vivió en Londres y, aparte de la indeseable
reaparición de Damon en su vida, no lamentaba haberse marchado de la ciudad.
Tuvo que ir a firmar unos papeles relativos a la sucesión de Caroline y después
de hacerlo con el abogado, fue al cementerio, llevando una pequeña planta de
romero.
La sembró con cuidado, apartando las
lágrimas que brotaban de sus ojos. No tenía creencias religiosas muy profundas
y le era un tanto difícil asociar a Caroline con esa pequeña porción de terreno
y rodeada de lotes similares, pero encontró una extraña calma al escarbar la
tierra y sembrar la planta. Tocó sus hojas y su tallo.
Mientras estuvo en la oficina del
abogado, le habló del advenimiento de su hijo y él le recomendó que dispusiese
fondos a su favor, por si acaso algo desafortunado le ocurriese a ella.
—Dios nos libre de que ocurra, por supuesto, pero uno nunca sabe
y como madre soltera nunca tendrá la tranquilidad de que el padre se hará cargo
de la criatura.
Esa advertencia despertó toda una
serie de inquietudes que ocuparon su mente durante el trayecto de regreso a
casa.
Sus padres eran sus familiares más
próximos, por supuesto, pero vivían en Australia y no pensaban volver. ¿Qué
sucedería si ella moría en un accidente automovilístico, por ejemplo?
Su hijo quedaría totalmente
desprotegido… exceptuando a Damon Salvatore. La idea se deslizó en su mente,
como la serpiente que tentó a Eva. Damon era el padre de su hijo. Damon era un
hombre compasivo y responsable, tenido en alta estima por quienes lo conocían.
Un hombre que siempre hacia frente a sus compromisos.
Disgustada, se negó a seguir pensando
en el asunto. Su hijo sería su responsabilidad y de nadie más. No quería
compartirlo con nadie. No moriría… nada habría de ocurrirle.
Bajó del tren en un estado de ánimo
rebelde, reprochando al abogado el haberla inquietado con su advertencia.
Los aromas de césped recién podado y
el aire fresco se mezclaban con los del mercado de ganado, no tan agradables,
por su puesto, pero mejores que el aire contaminado de Londres.
Era día de mercado y varios
comerciantes todavía recogían su mercancía cuando ella pasó frente a ellos.
El sonido de una bocina de auto,
cuando cruzaba la plaza, la hizo volverse. No reconoció el elegante Daimier que
se acercaba. El cristal de una ventana se bajó y escuchó la voz familiar de Damon.
— ¿Quieres que te lleve? Pasaré frente al hostal.
—No, no quiero —sabía que sus palabras eran cortantes y hasta
groseras, y se sintió ruborizar. Una ceja negra se arqueó y la mirada gris se
endureció un poco. Tensa, esperó que subiera el vidrio y se alejara; pero, en
vez de ello, le dijo con voz suave.
—Sube, Elena, así podremos discutirlo en el camino.
Quiso negarse, su intención era
negarse, pero se sabía observada y eso la inquietaba. Se encontraba en una
población pequeña y a la gente le gusta hablar. Lo último que quería era que su
nombre fuese relacionado con el de él, en cualquier contexto, por lo que subió
al auto.
—April me dijo que fuiste a Londres
April era la señora Young del hotel y
Elena lo resintió. ¿Por qué él no la dejaba en paz, por qué siempre tenía que
seguirla? Quería olvidarlo, olvidar que aquella noche de felicidad que
compartieron no existió. Pero si existió, reconoció temerosa cuando, contra su
voluntad, su mirada se dirigió a su largo muslo al cambiar de velocidad y el
auto emprendió la marcha.
Damon vestía un traje formal,
parecido al que llevaba en Londres. Al verlo así, nadie lo tomaría por un
granjero; más parecía un empresario de éxito... un constructor de imperios. Un
viajero espacial, no un ser terrenal.
Sólo sus manos, encallecidas y
bronceadas, indicaban que no pasaba el día detrás de un escritorio de oficina.
Elena las miró y, contra su voluntad,
recordó la sensación de ellas sobre su cuerpo. Se ruborizó avergonzada, al
sentir el efecto de esos recuerdos en su cuerpo. Sabía que sus pezones se
endurecieron contra los confines de su ropa. Sentía un dolor en el bajo
vientre, sensación mezcla de angustia y necesidad que era diferente a lo que
antes hubiese sentido.
El camino estaba desierto y si él
decidía tomarla en sus brazos en ese momento… Sintió que la reacción la
convulsionaba, era como sentirse destrozada por necesidades en conflicto.
Quería escapar de su lado, olvidarse
de que lo había conocido; construir para ella y su hijo una burbuja de
seguridad que excluyese al resto del mundo y, sin embargo, al mismo tiempo,
casi con violencia, quería extender la mano y tocarlo, y más aún, quería que él
la tocara.
El auto disminuyó la velocidad y
durante un instante pensó que él convertiría sus pensamientos en realidad. Lo
miró, asombrada por sus sentimientos y su vulnerabilidad. Lo escuchó contener
el aliento y lanzar una maldición entre dientes.
—Elena —su voz sonaba quebrada, como si tuviese grava en la garganta.
Alargó la mano para tocarla y entonces ella se percató de que sólo había bajado
la velocidad para entrar al estacionamiento del hotel.
La vergüenza y el alivio la inundaron
en iguales proporciones. Abrió la puerta y estaba dispuesta a bajarse del auto
antes de que se detuviese por completo, balbuceando un agradecimiento
incomprensible, desesperada de escapar de lo que estuvo a punto de hacer.
—Elena.
Lo escuchó llamarla, pero se negó a
detenerse y regresar. Su corazón latía con fuerza al entrar en el hotel, pero él
no la siguió. De alguna forma, logró contestar las preguntas de April
referentes a su viaje, mientras esperaba su llave, ansiosa de llegar al
santuario de su habitación.
¡Dios santo! ¿Qué le había ocurrido?
Lo miró y... ¿y qué? ¿Lo deseó? Se estremeció con violencia y casi cayó sobre
la cama. Sí, lo deseó; lo deseaba y lo necesitaba.
Sólo fue una reacción a la
advertencia del abogado, se dijo. Era factible que llegase a experimentar esas
extrañas explosiones emocionales mientras estuviera embarazada. ¡Eran sus
hormonas las responsables, no sus emociones! No sentía nada por Damon. Si no… ¿Cómo
era posible?
Por algún motivo a él le agradaba
fingir que la deseaba, pero ya era un hombre maduro y experimentado; debió
tener muchas mujeres en su vida; la forma en que le hizo el amor era prueba de
ello y Bonnie insinuó que a su hermano le gustaba jugar en el campo romántico y
que no tenía intenciones de sentar cabeza.
Por supuesto que era un hombre de
fuertes impulsos sexuales. Quizá esa era la respuesta que ella buscaba. No
tenía una amante regular en ese momento; se sentía frustrado sexualmente y sólo
buscaba renovar la relación sexual que sostuvieron en Londres. No había nada
amenazador en ello. Después de todo, él no tenía por qué saber que lo que para
él fue probablemente un incidente común, para ella fue una ocasión única.
Era una tontería que se sintiera amenazada por él. Una vez que se convenciese de que no volvería a la cama con él, dejaría de perseguirla De ello estaba segura…
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