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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

11 febrero 2014

Al azar Capitulo 16



El martes por la mañana, Elena entró en la oficina del editor de deportes KirkThornton en el Seattle Times. Desde que había ocupado el puesto de Chris Evans, sólo se había encontrado con Kirk en una ocasión. Esa mañana, él estaba sentado tras su escritorio cubierto de periódicos desordenados y fotografías deportivas. Tenía el teléfono en una mano y una taza de café en la otra.

Alzó la vista hacia ella, frunció el entrecejo y apretó los dientes. Separó un dedo de la taza y señaló

una silla vacía.

Elena se preguntó si siempre estaba de mal humor o si sólo lo estaba cuando la veía. De repente,

ya no parecía buena idea haber vuelto por la redacción. Ella tenía la regla, no se sentía demasiado

bien, y no quería mostrarse desagradable con él.

–Noonan cubrirá el partido de los Sonics –dijo Kirk al teléfono–. Tengo a Jensen para el partido

de esta noche de los Huskies.

Elena se volvió y miró a través del cristal de la puerta hacia la redacción, donde se afanaban los

otros periodistas deportivos. Nunca sería uno de ellos. Se lo habían dejado claro. Pero no pasaba

nada. Ella no quería ser uno de ellos. Ella quería ser mejor. Su mirada se posó en la mesa vacía de

Chris Evans. Ese trabajo no duraría siempre; Chris volvería a ocupar su puesto. Pero cuando todo

acabase, ella tendría una estupenda experiencia que añadir a su curriculum y encontraría algo mejor.

Tal vez en el Seattle Post-Intelligencer.





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–¿En qué puedo ayudarte? –le preguntó Kirk.

Elena se volvió hacia él.

–¿Por qué no sacaste mi entrevista a Pierre Dion?

Él bebió un sorbo de café y después meneó la cabeza.

–El Post-Intelligencer publicó una entrevista un día después de que firmase el contrato.

–La mía era mejor.

–La tuya, a esas alturas, era agua pasada. –Kirk miró los papeles que había sobre su mesa.

Ella no le creyó. Si alguno de los chicos hubiese hecho la entrevista, habría sacado en lugar de

enterrarla en su crónica habitual.

–¿Alguna otra cosa?

–Tengo una entrevista con Damon Salvatore.

Eso llamó la atención de Kirk.

–Nadie puede entrevistar a Salvatore.

–Pues yo lo he hecho.

–¿Cómo?

–Se lo pedí.

–Todo el mundo se lo pide.

–Me debía un favor. –Elena bajó la vista hasta sus pies, después volvió a alzarla. Kirk era

demasiado listo para decir lo que pensaba, pero ella lo sabía.

–¿Qué favor te debía?

Estuvo tentada de decirle a Kirk que se había acostado con Damon, pero después de la entrevista.

Así pues, técnicamente no había intercambiado favores sexuales para conseguirla.

–Cuando me despidieron, sólo puse una condición para volver: hacerle una entrevista exclusiva

a Damon.

–¿Y te la concedió?

–Sí. –Elena le tendió una copia impresa de la entrevista junto con un disquete. Podría habérsela

enviado por correo electrónico como hacía con las crónicas, pero quería verle la cara cuando la

leyese. Estaba orgullosa de lo que había hecho y recordaba de memoria cada palabra de la entrevista



MARTINEAU ENTRE LOS TRES PALOS

La controversia no le es ajena al portero de los Vampires Damon Matineau. Tanto su vida

privada como su carrera profesional han sido diseccionadas y debatidas, y se ha escrito tanto

sobre él que nadie sabe ya cuál es la verdad. El propio Salvatore afirma que la mayor parte de

lo que han escrito sobre su vida personal es pura ficción y que no tiene nada que ver con la

realidad. Realidad o ficción, asegura que su pasado sólo le pertenece a él, y que en la

actualidad sólo le interesa lo que sucede entre los tres palos.

Cuando me senté a entrevistar a este enigmático portero, descubrí que es una persona

franca y distante a partes iguales. Relajada e intensa. Contrastes que hacen de este antiguo

ganador del trofeo Conn Smythe uno de los mejores cancerberos de todos los tiempos en la





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NHL.

Lo que está fuera de duda es que hace dos años se dijo de él que estaba acabado, que sus

días en la liga nacional de hockey estaban contados. Qué equivocados estaban aquellos que

afirmaron algo semejante. Situado actualmente en el segundo puesto del ranking de porteros,

Salvatore es el líder de la liga en paradas, con un promedio de 2,00. Unas veloces manos y un

frío autocontrol son las marcas de la casa de este portero de primera línea. Demuestra siempre

tanta habilidad como carácter, y cuando está entre los tres palos, su atómica mirada intimida...



Al tiempo que Kirk iba avanzando en la lectura, fue apareciendo en su rostro una media sonrisa.

Una muestra de respeto, si bien reticente, suavizaba las líneas de su rostro, y su humor cambió casi

al instante. Elena no quería deleitarse con el cambio de actitud de Kirk Thornston respecto a ella.

Pero lo hizo. Sólo al final supo lo mucho que se había deleitado, y se sintió orgullosa. Kirk miró su

agenda.

–Haré un hueco para esto en la edición del domingo; no de éste, sino del siguiente.

Estaría de viaje ese domingo.

–Es un buen artículo, ¿verdad? –le preguntó para asegurarse.

–Sí.

Cuando Elena salió del edificio, el sol brillaba radiante, las montañas se alzaban a lo lejos y la

vida era una fuente de bondad. Mientras caminaba por John Street hacia su Honda, se permitió

disfrutar de su momento de triunfo. Tanto si la querían entre ellos como si no, los cronistas

deportivos tendrían que tomársela un poco más en serio a partir de ahora. O, como mínimo, no

podrían denigrarla con facilidad por ser la autora de las estúpidas columnas de «Soltera en la

ciudad». La Associated Press adquiriría la entrevista con Damon, y todos se enterarían. No hacía falta

decir que eso facilitaría las cosas en las salas de prensa. También cabía la posibilidad de que

ocurriese lo contrario, pero a ella no le importaba. Había hecho la entrevista por la cual todos ellos

estarían dispuestos a matar.

Sí, la vida era hermosa. El día anterior había sido otra historia. El dial anterior se había sentado

en casa delante del teléfono como una quinceañera, esperando una llamada. Tras salir del Key

Arena el domingo por la noche, estaba segura de que Damon la llamaría. Después de haberla arrastrado

al cuarto de la limpieza y obligarla a plantearse de nuevo su decisión de no acostarse nunca más con

él, esperaba que la telefonease o apareciese por su casa. Se dijo que habían establecido una

conexión personal, que habían hablado de temas importantes que iban más allá de la ropa interior, y

estaba segura de que él había conectado con ella.

Pero no era así, y mientras se quedaba sentada en el sofá viendo reportajes sobre pájaros en el

Discovery Channel, descubrió que enamorarse de Damon era la mayor tontería que había cometido en

su vida. Por supuesto, sabía de antemano la estupidez que entrañaría lo que ya era un hecho, pero no

había tenido fuerza suficiente para oponerse.

Elena condujo hasta la lavandería y lavó su ropa sucia en cuatro máquinas a la vez. Bajo la ropa

llevaba unas bragas corrientes. Aunque importaba bien poco, ese detalle ilustraba su vida en aquel

momento.

Mientras observaba la ropa dar vueltas en la secadora, Darby llamó a su teléfono móvil para

pedirle consejo. Al parecer, también él había perdido la chaveta por la persona equivocada.

–¿Crees que Caroline querría salir conmigo? –preguntó.

–No lo sé. ¿Cómo fue lo de ir a tomar una copa con ella? –le preguntó, a pesar de que Caroline





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le había llamado la mañana siguiente para contarle todos los detalles.

La velada había empezado bien pero luego había caído en picado.

–Creo que no la impresioné demasiado.

–Le contaste que perteneces a MENSA...

–Sí, ¿y qué?

–Te dije que no lo hicieses. A los que tenemos un coeficiente intelectual estándar no nos gusta

oír hablar de tu enorme cerebro.

–¿Por qué?

Elena puso los ojos en blanco.

–¿Te gustaría oír a Brad Pitt hablando de lo guapo que es?

–No es lo mismo.

-Sí que lo es.

–No. Brad Pitt no necesita hablar de lo guapo que es. Todo el mundo puede apreciarlo.

Elena tuvo que admitir que estaba en lo cierto acerca de Brad.

–De acuerdo. ¿Qué te parece una estrella porno? ¿Te gustaría oír hablar a una estrella del porno

de su enorme paquete?

–No.

Elena se pasó el teléfono a la otra oreja.

–Mira, si quieres impresionar a una mujer, y en particular a Caroline, no le digas lo listo que

eres. Deja que tu inteligencia se manifieste de manera sutil.

–No se me da muy bien la sutileza –dijo él, y no estaba bromeando.

–A Caroline la impresionan los tipos que saben qué vino hay que pedir.

–¿Eso no es de maricas?

¿Y una camisa con llamas y calaveras estampadas no lo es?

–No. Llévala a algún sitio bonito.

–¿Y aceptará?

–Tú proponle un sitio realmente bonito. A Caroline le encanta vestirse bien. –Reflexionó por un

instante y preguntó–: ¿Eres miembro del Columbia Tower Club?

–Sí.

Lo había supuesto.

–Llévala allí. Eso le dará una razón para ponerse el vestido de Jimmy Choos que acaba de

comprarse. Y si empieza a hablar de zapatos y de moda, fínge estar interesado.

–Estoy muy puesto en diseñadores de moda –dijo él.

Elena sonrió.

–Buena suerte.

Tras colgar, llamó a Caroline a Nordy's y la avisó que Darby iba a llamarla. Se sorprendió de

que su amiga no pusiera grandes reparos a una cita con él.





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–Pensé que te había agobiado con su charla sobre MENSA –le recordó Elena a su amiga.

–Me agobió, pero también me hizo gracia –repuso Caroline, y Elena decidió que lo mejor era

mantenerse al margen. Como no tardó en recordarse, tenía sus propios problemas.

Esa noche, en el partido entre los Vampires y los Lightning, Damon apenas le prestó atención a Elena

cuando le llamó pedazo de tonto. No se metió con ella ni le recordó la noche que habían pasado

juntos. En la portería, estuvo casi perfecto, deteniendo los tiros con sus rápidas manos y su ancho

cuerpo. El partido acabó en empate, y luego no quiso meter a Elena en un cuarto de la limpieza ni

besarla hasta perder la cabeza.

Tampoco lo hizo dos noches después, cuando contra los Oilers consiguió mantener la portería a

cero por sexta vez esa temporada. En el vuelo a Detroit a la mañana siguiente, apenas le echó un

vistazo cuando pasó por su lado, y para ella se hizo evidente qué Damon intentaba evitarla en la medida

de lo posible. Se preguntó qué habría hecho para que él tuviese esa actitud, y analizó una y otra vez

la conversación que mantuvieron en el cuarto de la limpieza. Lo único que se le ocurrió fue que Damon

había descubierto lo que ella sentía por él e intentaba salir corriendo en la dirección contraria. Se

había pintado los labios de rojo y se había comprado una blusa roja sólo por él. Era una mujer

patética, pensó. Damon le dijo que había tenido fantasías con ella imaginando que le hacía el amor

sobre la mesa de la sala de prensa y ella le había creído. ¡Qué tonta había sido!

Y después él intentaba evitarla del todo, y ella estaba sorprendida de lo mucho que le dolía su

actitud. Habían hecho el amor y ella creía que lo habían pasado realmente bien. No le había pedido

nada, y él la había metido en el cuarto de la limpieza y le había hecho creer que quería algo más que

una noche de pasión.

Había añadido que no la veía como a una de sus admiradoras, pero el hecho era que de pronto la

trataba como si fuera una cualquiera. A Elena no sólo le dolía, sino que la irritaba. La irritaba hasta

tal punto que le hacía odiarlo. Incluso llegó a pensar que lo mejor sería dejar el trabajo para no tener

que enfrentarse a su desinterés. Pero segundos después se dijo que no iba a perjudicarse a sí misma

por culpa de un hombre. Ni siquiera por el hombre que amaba con todo su corazón. Ni siquiera

cuando cada vez que lo viera se sintiera desdichada.

Una vez en su habitación ese mismo día, intentó escribir una agria columna de «Soltera en la

ciudad», pero en lugar de escribir se quedó mirando el lago Michigan desde su ventana. Su relación

con Damon habría acabado igualmente, se dijo. Mejor pronto que tarde. Como mínimo, de ese modo no

se sentiría culpable por el artículo de «Bomboncito de Miel». Pero eso no tranquilizó su conciencia.

Unas cuantas horas después, al ver que el teléfono no sonaba, intentó convencerse diciéndose

que Damon estaba demasiado ocupado con las cosas del equipo para llamar. O para encontrarse con

una de sus muñequitas Barbie. No quería pensar en él con otra, pero no podía evitarlo. Y al

imaginar a Damon besando o tocando a una mujer que no fuese ella temía enloquecer.

A las seis de la tarde, se encontró con Darby en uno de los restaurantes del hotel. A lo largo de

la cena, se bebió dos martinis mientras le escuchaba hablar de Caroline.

Después de la cena, fueron al bar del hotel. Cinco de los jugadores de los Vampires estaban

sentados bebiendo cerveza, picando algo, y viendo cómo los Denver les daban a los Kings un

repaso. Damon estaba entre ellos. Al verlo, sintió aprensión y alivio a la vez. No estaba con ninguna

Barbie.

–Eh, Tiburoncito –la saludaron. Todos menos Damon.

Su entrecejo fruncido y la fría mirada de sus ojos azules le hicieron saber que Damon no se alegraba

de verla, lo que la descorazonó aún más.

Se sentó entre Niklaus y Fish, y tuvo mucho cuidado de no cruzar la mirada con Damon. Temía que





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todos los jugadores sentados a la mesa descubrieran que estaba enamorada del portero. Que él

también se diese cuenta y se mostrase incluso más distante, lo que con toda probabilidad era

imposible.

Sin embargo, no podía obligarse a hacer caso omiso de él, y acabó mirando hacia el otro lado de

la mesa. Se lo veía muy relajado. A excepción de su intensa mirada, que parecía dispuesta a

atravesar el cerebro de todo aquel que se pusiese delante. Alargó el brazo para coger su vaso y

bebió un trago de agua. Mantuvo un cubito de hielo en la boca y una gota le quedó colgando del

labio. Sorbió el hielo y ella apartó la mirada.

–He leído tu columna «Soltera en la ciudad» –le dijo Fish–. Creo que estás en lo cierto al decir

que los chicos buenos son los que acaban llevándose el gato al agua. Yo soy un chico bueno, y tuve

que dejarle mi casa en Mercer a mi ex esposa.

–Eso fue porque te pilló con otra mujer –le recordó Sutter–. Eso la jodio mucho.

–Sí, no me lo recuerdes –gruñó Fish, y miró a Elena–. ¿Qué estás escribiendo ahora?

Elena no tenía nada entre manos. Nada sobre lo que quisiera hablar, en cualquier caso, pero dijo:

–¿Los rollos de una noche son buena idea? –preguntó.

Se arrepintió de inmediato.

–Yo creo que sí –repuso Peluso desde el otro extremo de la mesa.

–Sí.

–Yo creo que sí.

–A menos que estés casado –apuntó Fish–. No estarás pensando en experimentarlo, ¿verdad?

Ella se encogió de hombros y se forzó a mostrarse distante y fría. Ajena. Como un hombre.

–Estoy dándole vueltas al asunto. Hay un periodista deportivo de Detroit que no está nada mal.

Hablé con él la última vez que estuve allí.

Damon se puso en pie, y ella le vio acercarse a la barra. Vestía una camisa de rayas azules y blancas

y llevaba el trasero enfundado en unos Levi's.

–Si alguna vez necesitas ayuda con tus columnas, podemos explicarte qué pensamos los tíos en

realidad –dijo Peluso.

Elena prefería no saberlo. Le asustaba demasiado.

–Tal vez te lo pregunte cuando tenga claro el enfoque que quiero dar a la columna.

–Estupendo.

Elena alzó la vista justo para ver a Damon regresar con los dardos.

–Me debes el desquite –le dijo–. Juguemos con las mismas reglas de la vez anterior.

–Creo que no –repuso ella.

–Pues yo sí. –La cogió del brazo y la hizo levantarse–. Elige los que te parezcan mejores –

añadió poniéndole los dardos en la palma de la mano. A continuación le susurró al oído–: No me

obligues a arrastrarte hasta la línea.

Su mirada tenía un brillo feroz, demencial. De acuerdo. Ya que no podía patearle el culo, le

daría una buena paliza con los dardos.

–Recuerda las reglas –dijo Damon mientras ella examinaba los dardos–. Después no podrás llorar

como una niña si pierdes.





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–No podrías ganarme ni en tu mejor día. –Elena meneó la cabeza y escogió los tres mejores

dardos–. Éste no es un deporte para mariquitas como tú, Salvatore, y aquí no tienes casco ni

compañeros que te protejan.

–Eso ha sido un golpe bajo, Tiburoncito –le dijo Sutter.

–Así es como habláis vosotros –replicó Elena.

–Lo que has dicho no está bien –señaló Fish.

–La última vez, muchachos, me llamasteis lesbiana –les recordó. Todos se encogieron de

hombros–. Jugadores de hockey... –dijo y recorrió la distancia que la separaba de la zona de dardos.

Rozó el brazo de Damon con el hombro y sintió el contacto en todo su cuerpo. Amplió la distancia

entre ellos.

–¿Qué estás haciendo aquí con él? –preguntó Damon cuando se detuvieron en la línea.

–¿Con quién?

–Con Darby.

–Hemos cenado juntos.

–¿Te estás acostando con él?

De no haberse sentido tan contrariada, Elena se habría echado a reír.

–No es asunto tuyo.

–¿Y qué hay del periodista de Detroit?

No había ningún periodista de Detroit, pero no iba a decírselo.

–¿Qué pasa con él?

–¿Te estás acostando con él?

–Creí que no te interesaba con quién me acostaba o en qué posturas prefería hacerlo.

Él la miró fijamente, después dijo entre dientes:

–Empieza a tirar de una maldita vez.

Elena alzó la vista para mirarlo a los ojos, que parecían lanzar llamas azules, como cuando un

contrario pretendía meterle un gol. Era evidente que estaba enfadado con ella, desquiciado.

–Apártate –le dijo cuando se preparó para lanzar el primer dardo–. Te voy a dar una paliza. –El

primer lanzamiento consiguió un doble y acabó anotando ochenta puntos en total.

Damon anotó cuarenta y le entregó los dardos con brusquedad.

–La luz aquí es una mierda.

–No. –Ella sonrió y, con gran placer, añadió–: Capullo.

Él entornó los ojos. Las consecuencias de semanas de rabia y dolor afloraron sin que ninguno de

los dos pudiera ni quisiera evitarlo.

–Peor aún... –añadió Elena–. Eres un quejica.

Los compañeros de Damon soltaron un silbido.

–Damon se va a comer viva a Tiburoncito –dijo Sutter desde un costado.

Por acuerdo tácito, ambos fueron a sus respectivos rincones. Elena lanzó para anotar sesenta y

cinco. Damon anotó treinta y cuatro.





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–Refréscame la memoria. ¿Por qué te llaman Damon, el afortunado? –preguntó Elena, mordaz,

mientras iba en busca de los dardos.

Él los arrancó de la diana lentamente, al tiempo que aparecía en su boca una sonrisa licenciosa.

Una sonrisa que le hizo saber a Elena que estaba recordándola de rodillas besando su tatuaje. .

–Estoy seguro de que, si te esfuerzas, obtendrás la respuesta por ti misma.

–No. –Elena negó con la cabeza–. Hay cosas que no merece la pena recordarlas.

Tendió la mano y él depositó los dardos en su palma.

En lugar de ir donde estaban sus compañeros, Damon se quedó junto al ella y le dijo:

–Podría hacértelo recordar.

–No, gracias –dijo ella. A continuación obtuvo un triple ocho y un triple veinte–. Una vez fue

suficiente.

–¿Ah sí? –dijo él–. Entonces, ¿por qué lo hicimos tres veces?

–¿Qué problema tienes? –Lo miró por encima del hombro–. ¿Tu ego necesita un poco de

estímulo esta noche?

–Sí. Entre otras cosas.

Damon había decidido hablar con ella, seguro de que caería rendida a sus pies y volvería a besar su

tatuaje. Fue un error de cálculo.

–No me interesa. Búscate a otra.

–No quiero a nadie más. –Sus palabras parecieron una tierna caricia cuando añadió–: Te quiero

a ti, Elena.

La rabia desapareció, dando paso a un profundo dolor. Elena sintió un nudo en el estómago y que

le daba un vuelco el corazón. Antes de echarse a llorar como una niña, le entregó los dardos.

–Mala suerte –dijo antes de volverse sobre sus talones y salir del bar.

Llegó a su habitación en el piso veintiuno antes de que se le emborronase la visión. No quería

llorar delante de Damon Salvatore, se dijo mientras se enjugaba los ojos con un pañuelo de papel. Diez

minutos después de llegar a su habitación, él llamó a su puerta con fuerza. Temiendo que el

estruendo alertara a los de seguridad, le dejó entrar.

–¿Qué quieres, Damon? –preguntó con los brazos cruzados, marcando las distancias.

Él entró en la habitación y la obligó a retroceder unos cuantos pasos.

–A ti –respondió mientras cerraba la puerta a sus espaldas.

–No me interesa.

Damon se acercó tanto a ella que los antebrazos de Elena le rozaron el pecho. Estaba invadiendo su

espacio de manera deliberada, y ella siguió reculando hacia el otro lado de la habitación, lejos del

perfume de su colonia.

–Me dijiste que no pensabas en mí como si fuese una más, pero así es como haces que me

sienta.

–Lo lamento. –Damon bajó la vista–. No quería que te sintieses así.

–Ya es demasiado tarde. No puedes irte a la cama conmigo y después darme de lado, como si no

fuese nadie.





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–Nunca he pensado que no fueses nadie. –Volvió a mirarla de frente con sus profundos ojos

azules–. No he dejado de pensar en ti ni un instante, Elena.

–¿Cuándo? ¿Mientras estabas con otras mujeres?

–No he estado con nadie desde que estuve contigo.

Elena se sentía aliviada, pero al mismo tiempo furiosa.

–¿Pensabas en mí mientras intentabas ignorarme?

–Sí.

–¿Y cuando me rehuías?

–En todas esas ocasiones y en todos los momentos intermedios.

–Sí, claro.

–He estado pensando en ti, Elena, te lo juro. –Avanzó hacia ella hasta detenerse a pocos

centímetros de su cuerpo–. Todo el tiempo.

Semanas atrás le había dicho exactamente lo mismo, y le había creído. Pero esta vez no.

–Ya me conozco esa historia, y no te creo –replicó ella, pero algo en lo profundo de su ser

quería creerle. Mala señal. Dio un paso atrás y chocó contra el borde de la cama.

–Es verdad. Dormido o despierto, no puedo sacarte de mi cabeza. –La cogió por los hombros y

la obligó a tumbarse en la cama–. Eres una complicación innecesaria para mí. –Colocó las manos a

ambos lados de la cabeza de Elena y la rodilla entre sus muslos–. Pero eres la complicación que

quiero, que voy a asumir.

Elena apoyó sus manos sobre el pecho de Damon para detenerlo. A través del algodón de su camisa

sintió el calor que desprendía su pecho.

–No creo que sepas lo que quieres.

–Sí lo sé. Te quiero a ti, y estar contigo es un millón de veces mejor que estar sin ti. No voy a

luchar más contra eso. –La besó entre las cejas–. No voy a luchar contra lo que siento por ti. Es una

batalla perdida, y no voy a librarla.

Aquellas palabras hicieron que la rabia que Elena sentía se desvaneciese, pero el miedo seguía

oprimiendo su corazón.

–¿Qué es lo que sientes? –preguntó, aunque no estaba completamente segura de querer conocer

la respuesta.

Damon le rozó la frente con los labios.

–Siento como si me hubieses golpeado entre los ojos con un stick.

No había dicho que estuviese enamorado de ella, pero lo de sentirse golpeado por un stick en la

cabeza sonaba bastante bien. En lugar de apartarlo de su lado, le acarició el pecho con las manos.

–¿Y eso es bueno?

–No lo parece. Has convertido mi vida en un caos.

Le gustó oír eso, porque ella también se sentía sumida en el caos. Intentó mantenerse en el

recuerdo del dolor, pero lo que hizo fue sacarle la camisa de los pantalones. Lo miró a los ojos y

después contempló su boca.

–¿Cómo te hiciste esa cicatriz en el mentón? –le preguntó.





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–Me caí de la bicicleta cuando tenía unos diez años.

–¿Y la de la mejilla? –Ella deslizó las manos bajo su camisa y le tocó los marcados músculos y

la carne prieta.

–Una pelea en un bar, cuando tenía veintitrés años –respondió él en voz muy baja–. ¿Alguna

otra pregunta antes de que te desnude?

–¿Te dolió cuando te hicieron el tatuaje?

–No lo recuerdo. –Se inclinó sobre ella y la besó–. Estaba bastante perdido por aquel entonces.

Silenció cualquier otra pregunta con un beso que fue haciéndose más y más profundo. El beso

fue suave, cariñoso, pero Elena no estaba de humor para suavidad y cariño. Le hizo rodar sobre la

cama y se colocó encima de él, como si se tratase de una montaña que ya había conquistado pero

que estaba dispuesta a explorar otra vez. El beso se hizo más apasionado a medida que le

desabotonaba la camisa. Con las manos bajo la cabeza, Damon observó a Elena desde abajo mientras

ella recorría su cuerpo con las manos y la boca. Al llegar a sus hombros, él le apartó el pelo de la

cara y la atrajo de nuevo hacia sí para besarla. Entonces fue él quien la hizo rodar hasta dejarla boca

arriba y la desnudó mientras la besaba: los hombros, el cuello, los pechos. Yacieron abrazados, y

cuando ya no pudieron resistirlo más ella desenrolló un preservativo en su erecto miembro y de

nuevo se colocó a horcajadas sobre él. Cuando Elena descendió para encajarse en él, Damon alzó las

caderas para adentrarse hasta lo más profundo de su interior.

–Elena –susurró–, no te muevas.

Ella apretó los músculos alrededor de Damon, de cuyo pecho brotó un gemido. Damon cerró los ojos, y

cuando volvió a abrirlos, la lujuria brillaba en los ojos de Elena. Él deslizó una mano por su nuca y

con la otra la cogió por la cadera mientras la besaba en los labios con dulzura. Su lengua apenas

rozó la de Elena. Recorrió su espalda con una mano y volvió a bajarla hasta la cadera, acariciándola,

encendiendo un poderoso fuego en su interior. Elena apartó su boca al tiempo que Damon aceleraba el

ritmo de sus movimientos. En sus ojos azules se reflejaba la pasión. Susurró su nombre como si de

una suave caricia se tratase. La ardiente tensión de su interior hizo que Elena apretase con fuerza

hasta llegar al clímax en un arrebato incontrolable de placer.

Su orgasmo excitó aún más a Damon, que clavó los dedos en las caderas de Elena mientras entraba y

salía de ella sin parar, cada vez con mayor intensidad hasta llegar al orgasmo.

Elena se desplomó encima de Damon, y él la abrazó con fuerza, respirando de forma entrecortada. La

apretó contra su pecho sudoroso como si quisiese retenerla ahí.

–Dios mío –susurró al oído de Elena respirando con dificultad–. Ha sido mejor que la última vez.

¡Y la última vez fue de sobresaliente!

Ella asintió con la cabeza; estaba demasiado arrobada para hablar. Había pasado algo. Algo

diferente. Algo mejor. Algo que iba más allá del placer físico. Algo que no podía describir.

–Elena.

-¿Sí?

–Nada. Sólo quería asegurarme que seguías viva.

Ella sonrió y le dio un beso en el cuello. Ese algo venía a decir que él también la sentía en su

interior. No era tan tonta como para decirse que se trataba de amor. Pero era algo. Se quedó con eso,



porque, fuera lo que fuese, era muchísimo mejor que no tener nada en absoluto.

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