Capítulo 13
Elena arrastró a Damon de tienda en
tienda, obligándole a probarse ropa más informal, como unos vaqueros, que
ajustaban a la perfección al redondeado trasero y las musculosas piernas. Y una
simple camiseta hacía resaltar los impresionantes músculos de su torso.
Damon salió del probador con gesto
incómodo. Iba descalzo.
Elena se encontró babeando por un
hombre descalzo y con vaqueros. Y no era la única.
—¡Madre mía! —exclamó Stella Jones—.
Cariño, menudo ejemplar tienes ahí. No me malinterpretes, pero no he visto a
nadie rellenar unos vaqueros así.
Elena taladró a la vendedora con la
mirada, pero tuvo que admitir que tenía razón.
—¿Contenta? —preguntó Damon con
amargura mientras alzaba las manos.
—Desde luego —murmuró Elena—. Yo y
todas las mujeres de esta isla.
—¿Incluyo algún otro pantalón como
ése? —Stella rio.
—Y más camisetas. Montones de
camisetas. Una blanca, y quizás otra roja.
—El verde tampoco le iría nada mal con
esos ojos y cabellos oscuros —aconsejó la mujer.
—Mientras vosotras lo decidís, voy a
cambiarme —Damon puso los ojos en blanco.
—¡No! —exclamó Elena—. Déjatelo
puesto. Así estarás más cómodo.
—Y los demás también —murmuró Stella
mientras elegía más ropa.
—¿Entonces te gusto vestido con
vaqueros? —Damon sonrió.
—Creo que la palabra «gustar», no le
hace justicia —contestó ella.
A pesar de que Elena se había
prodigado en gestos cariñosos durante todo el día, Damon no había hecho lo
propio, pero en ese momento la abrazó con ternura.
—A mí también me gustas con vaqueros —observó
él con una sonrisa torcida.
—Sí, claro, pero los míos son anchos y
con cinturilla elástica de premamá.
—Pues se ajustan perfectamente a tu
trasero.
Y para ilustrar el comentario, deslizó
la mano hasta ese punto de su anatomía.
—La isla entera va a chismorrear —murmuró
Elena.
—Como si no lo estuvieran haciendo ya —bufó
él—. Creo que toda la población está en la calle para vernos, incluso para
felicitarme por paralizar las obras. Y creo que es un secreto a voces que el
bebé es mío. ¿Sobre qué más podrían chismorrear?
—Tienes razón.
—¿Por qué no regresamos a tu casa y te
preparo la comida? —Damon la besó delicadamente.
—¿En qué estás pensando? —ella arqueó
las cejas.
—No lo sé, pero has preparado el
desayuno y me has llevado de un sitio a otro toda la mañana. Lo menos que puedo
hacer es mimarte un poco. ¿Qué tal los pies?
—Los pies están bien —ella rio
conmovida—, pero no diría que no a un masaje.
—Creo que podrá arreglarse —Damon le
dedicó una cálida sonrisa.
—¡Oh, Damon! —Elena le rodeó el cuello
con los brazos—. Ha sido un día perfecto.
Damon la miró con expresión confusa,
como si no supiera cómo reaccionar.
—No sabía que comprar vaqueros te
hiciera tan feliz —bromeó.
—Sólo cuando te veo con ellos puestos.
—Pues vámonos —Damon le dio una
afectuosa palmada en el trasero—. Tanta compra me ha abierto el apetito.
Elena entrelazó su mano con la de él,
encantada con la cercanía que se había establecido entre ellos. Con o sin
recuerdos, Damon había cambiado nada más desembarcar en la isla. Se parecía más
al hombre relajado y de trato fácil del que se había enamorado.
De regreso a su casa, Elena le indicó
que aparcara el coche frente a la casa de su abuela.
—Quiero ver si está bien. No suelo
dejarla sola tanto tiempo.
—Por supuesto —Damon asintió—.
¿Quieres que me vaya a tu casa y prepare la comida?
—Sólo si es lo que tú quieres. No me
importa que me acompañes, a no ser que te sientas incómodo. Sólo hablaré con
ella un par de minutos. Para asegurarme de que todo va bien.
—Entonces te acompañaré —contestó él—.
Me gustaría recuperar la relación con ella. Parecéis muy unidas. ¿Pasé mucho
tiempo con ella la otra vez?
—Os llevabais estupendamente —Elena sonrió—.
Solías ir a verla casi todos los días, aunque yo no estuviera. La mimabas con
sus flores preferidas y un montón de bollitos.
—Suena… agradable —contestó él, aunque
la mera idea le parecía ridícula.
—Lo dices como si no fueras una
persona… agradable.
—En más de una ocasión me han aplicado
el calificativo de bastardo —él se encogió de hombros—. Sin ir más lejos, esta
mañana. Me han llamado de todo: despiadado, prepotente, ambicioso, hijo de
perra. Pero, ¿agradable? No.
—Bueno, pues con mi abuela te portaste
de maravilla y yo te amaba por ello —insistió ella—. Y conmigo también eras maravilloso.
Quizás no te relacionas con la gente apropiada.
—Puede que tengas razón —rio él.
—Deja de preocuparte tanto por lo que
eras o no eras —Elena le apretó el brazo mientras su abuela les hacía un gesto
con la mano para que fueran a su casa—. Quizás fuera el momento del cambio.
Aquí podías empezar de cero porque nadie te conocía.
—Pues yo pienso que el secreto está en
que eres una mujer especial, Elena Gilbert.
Ella volvió a sonreír mientras se
bajaba del coche y saludaba a su abuela con la mano.
—Buenas tardes —Mamaw sujetó la puerta
de mosquitera para que entraran.
Abrazó a su nieta y a continuación
hizo lo propio con Damon.
—Vamos, vamos, entrad. Acabo de
preparar una jarra de té. Traeré unos vasos. Sentaos en el porche trasero. Hace
un día precioso y el mar está espléndido.
Elena llevó a Damon al porche, similar
al suyo. La barandilla estaba repleta de tiestos y figuritas decorativas.
Aunque parecía un poco caótico,
reflejaba muy bien la personalidad de su abuela. Mamaw no era muy aficionada a
tirar nada. Con el tiempo sí se desprendía de algunas cosas, pero le gustaba
coleccionar objetos que hacían más hogareña su casa.
—Esto es precioso —admiró Damon—.
Tranquilo y silencioso. No hay muchas extensiones privadas de playa como ésta.
Debe ser increíble ser propietario de todo esto.
—Sí, lo es —Elena se acomodó en una de
las sillas y cerró los ojos con el rostro vuelto hacia el sol—. Toda la isla es
así. Por eso somos tan reacios al desarrollo. Pronto la isla será como
cualquier otro lugar de vacaciones, con sus camisetas típicas y las tiendas de
baratijas.
—Lo que yo compré no fue más que una
gota comparada con la extensión de la isla. Podríais tener lo mejor de ambos
mundos. La mayor parte de la isla permanecería intacta, un tranquilo oasis,
mientras que una sección diminuta se desarrollaría para que otros pudieran
acceder a vuestro paraíso.
—Lo cierto es que toda esa parte de
compartir nuestro paraíso con otros es, precisamente, lo que rechazamos. Hay
muchas otras islas a las que pueden ir los turistas. Nosotros sólo pedimos que
nos dejen tranquilos. Muchas personas llegaron aquí tras jubilarse,
precisamente porque es un lugar tranquilo.
—Un complejo vacacional no arruinaría
la integridad de la isla y daría un impulso a la economía.
Ella sonrió pacientemente, negándose a
enfadarse y arruinar un día perfecto. Además, irritar a Damon no le haría bien
a sus propósitos.
—No necesitamos una inyección de
dinero en nuestra economía —contestó con dulzura.
—A todo el mundo le viene bien ganar
más dinero —él enarcó las cejas incrédulo.
—No —Elena sacudió la cabeza—. Muchos
de los jubilados que viven aquí eran altos ejecutivos. Algunos incluso eran
gerentes de grandes empresas. Tienen más dinero del que podrán gastar en su
vida.
—¿Y los demás? ¿Qué pasa con la gente
que ha vivido aquí toda la vida?
—Son felices —ella se encogió de
hombros—. Tenemos pescadores de gambas de tercera y cuarta generación. Tenemos
tenderos locales, restauradores… Básicamente se cubren las necesidades de la
isla. Vender recuerdos no es una necesidad. Puede que no tengamos mucho, pero
salimos adelante y somos felices.
—Desde luego este lugar es bastante
raro —observó él en tono divertido—. Me sorprende que no tengáis conexión a
Internet, televisión por cable o antenas de móviles.
—Nos mantenemos al día —contestó ella—.
Pero no estamos especialmente interesados en destacar. Hay algo en nuestro
estilo de vida, nuestra gente y nuestra isla que no puede describirse, sólo
experimentarse. Como hiciste durante las semanas que estuviste aquí.
—Y aun así estabas dispuesta a
abandonar esta vida. Por mí.
—Sí —asintió ella tras un largo
silencio—. Di por hecho que tendría que hacer algunos cambios. Merecía la pena…
tú merecías la pena.
—Dada tu pasión por esta isla y sus
habitantes, me parece increíble que me consideraras merecedor de cualquier
sacrificio.
—Te menosprecias, Damon. ¿No crees
merecértelo? ¿No crees que alguien podría amarte tanto como para abandonar algo
importante por estar contigo?
Damon fijó su mirada en el mar, como
si no tuviera respuesta.
—A lo mejor es que nunca he conocido a
nadie que me tenga en tan alta estima —contestó.
—De nuevo te relacionas con las
personas equivocadas. Y desde luego sales con mujeres que no son las adecuadas.
La malicia en el tono de voz hizo que
él sonriera.
—¿Por qué tengo la sensación de que
intenté alejarme de ti, pero que tú no lo consentiste?
—De eso nada —ella frunció el ceño—.
Parecías… —su expresión se volvió pensativa—.
Te mostraste muy abierto a lo que
sucedió entre nosotros. Y desde luego fuiste tú quien me persiguió.
—Empiezo a pensar que tengo un doble
que va por ahí suplantándome. Sé que no paro de decirlo, pero ese hombre al que
describes es tan distinto a mí que me parece un completo extraño. Si no lo
supiera, diría que el accidente fue anterior a mi llegada aquí.
—¿Tanto te horroriza?
—No, yo no he dicho eso —él la miró a
los ojos—. No estoy avergonzado ni enfadado.
Piensa en cosas que jamás harías.
Y ahora imagina que alguien te dice que hiciste todas esas cosas, aunque no las
recuerdes. Dirías que se habían vuelto locos ellos, no tú.
—De acuerdo, lo comprendo. No es que
no puedas aceptar a la persona que eras.
—Es que no le entiendo —musitó Damon—.
Ni entiendo el porqué.
—A lo mejor al verme decidiste que
tenía que ser tuya, aunque te costara la vida.
—Eso sí lo entiendo —él se acercó a
escasos milímetros de su boca—, porque tengo esa sensación cada vez más a
menudo.
Elena salvó la distancia que los
separaba y lo besó con ternura. Él respondió con juguetones y seductores besos
en las comisuras de los labios.
—El té está preparado, pero me parece
que no os interesa —rio Mamaw.
—Por supuesto que quiero tu té —Elena se
volvió hacia su abuela—. Es el mejor del sur.
—¿Y a mí me gusta? —preguntó Damon con
una tímida sonrisa.
—Ya lo creo, jovencito —Mamaw le
entregó un vaso—. Dijiste que era mejor que todos esos vinos elegantes que
bebías en la ciudad.
—Bueno, pues si lo dije, debe ser
verdad —Damon sonrió mientras tomaba un sorbo.
—Siéntate, Mamaw. Hemos venido a
verte, no para estar aquí solos.
—Elena me contó que habías sufrido un
accidente de avión —la anciana se sentó en una silla—. Debió ser muy
traumático.
—No recuerdo gran cosa del accidente —Damon
asintió—, aunque sí tengo algunos recuerdos, sobre todo del alivio que sentí al
saberme vivo. Pero el resto está en una nebulosa, incluyendo las semanas
anteriores al accidente, como te habrá contado Elena.
—Lo siento —Mamaw asintió—. Elena estaba
muy disgustada. Estaba segura de que la habías engañado, dejándola embarazada.
—Mamaw, no… —Elena sintió cómo el
calor ascendía por su nuca.
—No pasa nada —Damon se dirigió a Elena—.
Estoy seguro de que ella también estaba enfadada conmigo y no tiene por qué
fingir lo contrario.
—Me gustan los hombres sinceros y
directos —ella asintió—. Creo que nos llevaremos bien.
—Eso espero… —él se interrumpió—.
¿Cómo solía llamarla?
—Ella es Mamaw para todos —Elena rio.
—Si te resulta más cómodo, puedes
llamarme Laura —la mujer le dio una palmada en la pierna—. Casi nadie lo hace,
salvo el alcalde, porque considera que un hombre de su posición no debería
mostrarse tan familiar.
—Laura te va bien. Un bonito nombre
para una bonita dama.
Para regocijo de su nieta, la mujer se
sonrojó visiblemente.
—¿Estás bien, Mamaw? ¿Necesitas que te
traigamos algo? —preguntó Elena.
—No, hija, estoy bien. Silas vino a
verme y le llevó mi lista de la compra a su sobrino, que trabaja ahora como
repartidor en la tienda de comestibles.
—¿Te tomas el medicamento todos los
días?
—Parece ella la abuela y yo la alocada
nieta —Mamaw puso los ojos en blanco—. Disculpa, pero no fui yo la que se quedó
embarazada. Yo sabía tomarme la píldora.
—¡Mamaw!
—Bueno, es verdad —la mujer se encogió
de hombros.
—¡Por Dios! —gruñó Elena—. Hoy tienes
la escopeta cargada. Debería haberme ido a casa.
A Damon le dio un ataque de risa y se
le saltaron las lágrimas.
—Vosotras dos sois divertidísimas.
—De acuerdo —Elena se levantó y tiró
del brazo de Damon—. Ya he pasado bastante vergüenza. Está claro que mi
abuelita se encuentra en plena forma. Vayámonos a casa, me muero de hambre.
Damon soltó otra carcajada y se agachó
para besar a Mamaw en la mejilla.
—Encantado de volver a conocerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario