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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

26 noviembre 2012

Recuérdame Capitulo 13


Capítulo 13
Elena arrastró a Damon de tienda en tienda, obligándole a probarse ropa más informal, como unos vaqueros, que ajustaban a la perfección al redondeado trasero y las musculosas piernas. Y una simple camiseta hacía resaltar los impresionantes músculos de su torso.

Damon salió del probador con gesto incómodo. Iba descalzo.

Elena se encontró babeando por un hombre descalzo y con vaqueros. Y no era la única.


—¡Madre mía! —exclamó Stella Jones—. Cariño, menudo ejemplar tienes ahí. No me malinterpretes, pero no he visto a nadie rellenar unos vaqueros así.

Elena taladró a la vendedora con la mirada, pero tuvo que admitir que tenía razón.

—¿Contenta? —preguntó Damon con amargura mientras alzaba las manos.

—Desde luego —murmuró Elena—. Yo y todas las mujeres de esta isla.

—¿Incluyo algún otro pantalón como ése? —Stella rio.

—Y más camisetas. Montones de camisetas. Una blanca, y quizás otra roja.

—El verde tampoco le iría nada mal con esos ojos y cabellos oscuros —aconsejó la mujer.

—Mientras vosotras lo decidís, voy a cambiarme —Damon puso los ojos en blanco.

—¡No! —exclamó Elena—. Déjatelo puesto. Así estarás más cómodo.

—Y los demás también —murmuró Stella mientras elegía más ropa.

—¿Entonces te gusto vestido con vaqueros? —Damon sonrió.

—Creo que la palabra «gustar», no le hace justicia —contestó ella.

A pesar de que Elena se había prodigado en gestos cariñosos durante todo el día, Damon no había hecho lo propio, pero en ese momento la abrazó con ternura.

—A mí también me gustas con vaqueros —observó él con una sonrisa torcida.

—Sí, claro, pero los míos son anchos y con cinturilla elástica de premamá.

—Pues se ajustan perfectamente a tu trasero.

Y para ilustrar el comentario, deslizó la mano hasta ese punto de su anatomía.

—La isla entera va a chismorrear —murmuró Elena.

—Como si no lo estuvieran haciendo ya —bufó él—. Creo que toda la población está en la calle para vernos, incluso para felicitarme por paralizar las obras. Y creo que es un secreto a voces que el bebé es mío. ¿Sobre qué más podrían chismorrear?

—Tienes razón.

—¿Por qué no regresamos a tu casa y te preparo la comida? —Damon la besó delicadamente.

—¿En qué estás pensando? —ella arqueó las cejas.

—No lo sé, pero has preparado el desayuno y me has llevado de un sitio a otro toda la mañana. Lo menos que puedo hacer es mimarte un poco. ¿Qué tal los pies?

—Los pies están bien —ella rio conmovida—, pero no diría que no a un masaje.

—Creo que podrá arreglarse —Damon le dedicó una cálida sonrisa.

—¡Oh, Damon! —Elena le rodeó el cuello con los brazos—. Ha sido un día perfecto.

Damon la miró con expresión confusa, como si no supiera cómo reaccionar.

—No sabía que comprar vaqueros te hiciera tan feliz —bromeó.

—Sólo cuando te veo con ellos puestos.

—Pues vámonos —Damon le dio una afectuosa palmada en el trasero—. Tanta compra me ha abierto el apetito.

Elena entrelazó su mano con la de él, encantada con la cercanía que se había establecido entre ellos. Con o sin recuerdos, Damon había cambiado nada más desembarcar en la isla. Se parecía más al hombre relajado y de trato fácil del que se había enamorado.

De regreso a su casa, Elena le indicó que aparcara el coche frente a la casa de su abuela.

—Quiero ver si está bien. No suelo dejarla sola tanto tiempo.

—Por supuesto —Damon asintió—. ¿Quieres que me vaya a tu casa y prepare la comida?

—Sólo si es lo que tú quieres. No me importa que me acompañes, a no ser que te sientas incómodo. Sólo hablaré con ella un par de minutos. Para asegurarme de que todo va bien.

—Entonces te acompañaré —contestó él—. Me gustaría recuperar la relación con ella. Parecéis muy unidas. ¿Pasé mucho tiempo con ella la otra vez?

—Os llevabais estupendamente —Elena sonrió—. Solías ir a verla casi todos los días, aunque yo no estuviera. La mimabas con sus flores preferidas y un montón de bollitos.

—Suena… agradable —contestó él, aunque la mera idea le parecía ridícula.

—Lo dices como si no fueras una persona… agradable.

—En más de una ocasión me han aplicado el calificativo de bastardo —él se encogió de hombros—. Sin ir más lejos, esta mañana. Me han llamado de todo: despiadado, prepotente, ambicioso, hijo de perra. Pero, ¿agradable? No.

—Bueno, pues con mi abuela te portaste de maravilla y yo te amaba por ello —insistió ella—. Y conmigo también eras maravilloso. Quizás no te relacionas con la gente apropiada.

—Puede que tengas razón —rio él.

—Deja de preocuparte tanto por lo que eras o no eras —Elena le apretó el brazo mientras su abuela les hacía un gesto con la mano para que fueran a su casa—. Quizás fuera el momento del cambio. Aquí podías empezar de cero porque nadie te conocía.

—Pues yo pienso que el secreto está en que eres una mujer especial, Elena Gilbert.

Ella volvió a sonreír mientras se bajaba del coche y saludaba a su abuela con la mano.

—Buenas tardes —Mamaw sujetó la puerta de mosquitera para que entraran.
Abrazó a su nieta y a continuación hizo lo propio con Damon.

—Vamos, vamos, entrad. Acabo de preparar una jarra de té. Traeré unos vasos. Sentaos en el porche trasero. Hace un día precioso y el mar está espléndido.

Elena llevó a Damon al porche, similar al suyo. La barandilla estaba repleta de tiestos y figuritas decorativas.

Aunque parecía un poco caótico, reflejaba muy bien la personalidad de su abuela. Mamaw no era muy aficionada a tirar nada. Con el tiempo sí se desprendía de algunas cosas, pero le gustaba coleccionar objetos que hacían más hogareña su casa.

—Esto es precioso —admiró Damon—. Tranquilo y silencioso. No hay muchas extensiones privadas de playa como ésta. Debe ser increíble ser propietario de todo esto.

—Sí, lo es —Elena se acomodó en una de las sillas y cerró los ojos con el rostro vuelto hacia el sol—. Toda la isla es así. Por eso somos tan reacios al desarrollo. Pronto la isla será como cualquier otro lugar de vacaciones, con sus camisetas típicas y las tiendas de baratijas.

—Lo que yo compré no fue más que una gota comparada con la extensión de la isla. Podríais tener lo mejor de ambos mundos. La mayor parte de la isla permanecería intacta, un tranquilo oasis, mientras que una sección diminuta se desarrollaría para que otros pudieran acceder a vuestro paraíso.

—Lo cierto es que toda esa parte de compartir nuestro paraíso con otros es, precisamente, lo que rechazamos. Hay muchas otras islas a las que pueden ir los turistas. Nosotros sólo pedimos que nos dejen tranquilos. Muchas personas llegaron aquí tras jubilarse, precisamente porque es un lugar tranquilo.

—Un complejo vacacional no arruinaría la integridad de la isla y daría un impulso a la economía.

Ella sonrió pacientemente, negándose a enfadarse y arruinar un día perfecto. Además, irritar a Damon no le haría bien a sus propósitos.

—No necesitamos una inyección de dinero en nuestra economía —contestó con dulzura.

—A todo el mundo le viene bien ganar más dinero —él enarcó las cejas incrédulo.

—No —Elena sacudió la cabeza—. Muchos de los jubilados que viven aquí eran altos ejecutivos. Algunos incluso eran gerentes de grandes empresas. Tienen más dinero del que podrán gastar en su vida.

—¿Y los demás? ¿Qué pasa con la gente que ha vivido aquí toda la vida?

—Son felices —ella se encogió de hombros—. Tenemos pescadores de gambas de tercera y cuarta generación. Tenemos tenderos locales, restauradores… Básicamente se cubren las necesidades de la isla. Vender recuerdos no es una necesidad. Puede que no tengamos mucho, pero salimos adelante y somos felices.

—Desde luego este lugar es bastante raro —observó él en tono divertido—. Me sorprende que no tengáis conexión a Internet, televisión por cable o antenas de móviles.

—Nos mantenemos al día —contestó ella—. Pero no estamos especialmente interesados en destacar. Hay algo en nuestro estilo de vida, nuestra gente y nuestra isla que no puede describirse, sólo experimentarse. Como hiciste durante las semanas que estuviste aquí.

—Y aun así estabas dispuesta a abandonar esta vida. Por mí.

—Sí —asintió ella tras un largo silencio—. Di por hecho que tendría que hacer algunos cambios. Merecía la pena… tú merecías la pena.

—Dada tu pasión por esta isla y sus habitantes, me parece increíble que me consideraras merecedor de cualquier sacrificio.

—Te menosprecias, Damon. ¿No crees merecértelo? ¿No crees que alguien podría amarte tanto como para abandonar algo importante por estar contigo?

Damon fijó su mirada en el mar, como si no tuviera respuesta.

—A lo mejor es que nunca he conocido a nadie que me tenga en tan alta estima —contestó.

—De nuevo te relacionas con las personas equivocadas. Y desde luego sales con mujeres que no son las adecuadas.

La malicia en el tono de voz hizo que él sonriera.

—¿Por qué tengo la sensación de que intenté alejarme de ti, pero que tú no lo consentiste?

—De eso nada —ella frunció el ceño—. Parecías… —su expresión se volvió pensativa—. 

Te mostraste muy abierto a lo que sucedió entre nosotros. Y desde luego fuiste tú quien me persiguió.

—Empiezo a pensar que tengo un doble que va por ahí suplantándome. Sé que no paro de decirlo, pero ese hombre al que describes es tan distinto a mí que me parece un completo extraño. Si no lo supiera, diría que el accidente fue anterior a mi llegada aquí.

—¿Tanto te horroriza?

—No, yo no he dicho eso —él la miró a los ojos—. No estoy avergonzado ni enfadado. 

Piensa en cosas que jamás harías. Y ahora imagina que alguien te dice que hiciste todas esas cosas, aunque no las recuerdes. Dirías que se habían vuelto locos ellos, no tú.

—De acuerdo, lo comprendo. No es que no puedas aceptar a la persona que eras.

—Es que no le entiendo —musitó Damon—. Ni entiendo el porqué.

—A lo mejor al verme decidiste que tenía que ser tuya, aunque te costara la vida.

—Eso sí lo entiendo —él se acercó a escasos milímetros de su boca—, porque tengo esa sensación cada vez más a menudo.

Elena salvó la distancia que los separaba y lo besó con ternura. Él respondió con juguetones y seductores besos en las comisuras de los labios.

—El té está preparado, pero me parece que no os interesa —rio Mamaw.

—Por supuesto que quiero tu té —Elena se volvió hacia su abuela—. Es el mejor del sur.

—¿Y a mí me gusta? —preguntó Damon con una tímida sonrisa.

—Ya lo creo, jovencito —Mamaw le entregó un vaso—. Dijiste que era mejor que todos esos vinos elegantes que bebías en la ciudad.

—Bueno, pues si lo dije, debe ser verdad —Damon sonrió mientras tomaba un sorbo.

—Siéntate, Mamaw. Hemos venido a verte, no para estar aquí solos.

—Elena me contó que habías sufrido un accidente de avión —la anciana se sentó en una silla—. Debió ser muy traumático.

—No recuerdo gran cosa del accidente —Damon asintió—, aunque sí tengo algunos recuerdos, sobre todo del alivio que sentí al saberme vivo. Pero el resto está en una nebulosa, incluyendo las semanas anteriores al accidente, como te habrá contado Elena.

—Lo siento —Mamaw asintió—. Elena estaba muy disgustada. Estaba segura de que la habías engañado, dejándola embarazada.

—Mamaw, no… —Elena sintió cómo el calor ascendía por su nuca.

—No pasa nada —Damon se dirigió a Elena—. Estoy seguro de que ella también estaba enfadada conmigo y no tiene por qué fingir lo contrario.

—Me gustan los hombres sinceros y directos —ella asintió—. Creo que nos llevaremos bien.

—Eso espero… —él se interrumpió—. ¿Cómo solía llamarla?

—Ella es Mamaw para todos —Elena rio.

—Si te resulta más cómodo, puedes llamarme Laura —la mujer le dio una palmada en la pierna—. Casi nadie lo hace, salvo el alcalde, porque considera que un hombre de su posición no debería mostrarse tan familiar.

—Laura te va bien. Un bonito nombre para una bonita dama.

Para regocijo de su nieta, la mujer se sonrojó visiblemente.

—¿Estás bien, Mamaw? ¿Necesitas que te traigamos algo? —preguntó Elena.

—No, hija, estoy bien. Silas vino a verme y le llevó mi lista de la compra a su sobrino, que trabaja ahora como repartidor en la tienda de comestibles.

—¿Te tomas el medicamento todos los días?

—Parece ella la abuela y yo la alocada nieta —Mamaw puso los ojos en blanco—. Disculpa, pero no fui yo la que se quedó embarazada. Yo sabía tomarme la píldora.

—¡Mamaw!

—Bueno, es verdad —la mujer se encogió de hombros.

—¡Por Dios! —gruñó Elena—. Hoy tienes la escopeta cargada. Debería haberme ido a casa.

A Damon le dio un ataque de risa y se le saltaron las lágrimas.

—Vosotras dos sois divertidísimas.

—De acuerdo —Elena se levantó y tiró del brazo de Damon—. Ya he pasado bastante vergüenza. Está claro que mi abuelita se encuentra en plena forma. Vayámonos a casa, me muero de hambre.

Damon soltó otra carcajada y se agachó para besar a Mamaw en la mejilla.

—Encantado de volver a conocerte.

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