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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


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08 marzo 2013

Mentiras Capitulo 13


Capítulo 13
Elena se despertó y vio que  Damon no  estaba  en la cama con ella. Miró el reloj y vio que eran  ya más de las nueve. Imaginó que estaría  trabajando.

Había  sido muy fácil acostumbrarse de nuevo  a esa casa y a estar  con  él. Cuando empezaron a salir unos  meses antes,  confiaban plenamente el uno  en el otro.  Pero  todo  había  cambiado, le costaba  más fiarse de  la gente  y también había  aprendido que todo  podía  cambiar muy rápidamente.
Seguía  sin entender por  qué  Damon no  la había creído. Cuando pensaba en ello, llegaba  a la conclusión de que no la había  querido tanto  como ella a él o que no confiaba en su palabra.


Fuera cual fuera  la razón,  cuando las cosas se pusieron  difíciles,  su relación se resquebrajó como  el cristal.

Y eso, le hacía  temer por  su futuro juntos.  Pero prefería no pensar en ello. A lo mejor  estaba  siendo una  estúpida al confiar  tanto  en  Damon, pero  había nacido una  esperanza nueva  en  su interior y se aferraba  a ella. Una esperanza que la cegaba  y no le dejaba ver la verdad.

Esperaba que esa vez todo  fuera  distinto.

Aunque para  ello  tuviera  que  soportar que  el hombre al que  amaba  pensara que  le había  sido in- fiel. Y nada  menos  que con su hermano.

Habían sido muchas las veces en las que se le había pasado  por  la cabeza  sacar  el tema  y tratar de conseguir que la escuchara, pero  le daba  miedo  que no la creyera.  Además, sabía que el pasado  ya no podía cambiarse.

Llevaba días sin poder pensar en otra cosa, no sabía qué hacer.  Una parte  de ella deseaba contarle la verdad.  Por otro  lado, creía que era mejor  olvidar su orgullo para poder ser feliz.
Después  de todo,  era  una  vida con  Damon lo que más anhelaba y creía  que  quizás mereciera la pena concentrarse en  ese objetivo  y no  pensar en  nada más. Pero  le dolía  que  Damon siguiera  pensando que ella había  sido capaz de traicionarlo de esa manera.

Respiró  profundamente y se levantó  de la cama. Fue hasta  el salón para  ver si Damon había  encendido la chimenea.

No sólo había encendido un buen fuego sino que la esperaba un  fabuloso  desayuno en  la mesa.  Pero lo que  más le llamó  la atención fue un precioso par de patucos de bebé.

Los tomó  con cuidado. Eran amarillos  y muy suaves.
«Porque dijiste  que  aún  no  tenías  un  par.  Te quiero, Damon», decía  la tarjeta  que  había  dejado sobre la mesa.
Se sentó en la silla con lágrimas  en los ojos.

–No debería quererte tanto  –susurró ella con emoción.

Pero no podía  evitarlo. Sabía que estaban hechos el uno  para el otro  y lo necesitaba para ser feliz.
Esa mañana fue la primera de un nuevo ritual  de conquista que  estaba  consiguiendo enamorarla más aún.
Al día siguiente, cuando salió de la cama,  se encontró con  otro  regalo.  Era un  libro  sobre  el cuidado del bebé.

Otra mañana, le dejó un par de conjuntos al lado del desayuno. Uno rosa y otro  azul.
«Por si acaso», había  escrito Damon.

Cuando fue al salón al día siguiente, no se encontró ningún regalo,  pero  sí una  nota.  En ella le decía que tenía  una  sorpresa para  ella en la habitación de invitados.
Entusiasmada, fue hacia allí.

Al abrir  la puerta, vio que  estaba  llena  de cosas para el bebé.  Había  una silla de paseo, una cuna que ya estaba montada, un columpio, varios juguetes, un cambiador…
No entendía cómo podía  haber llenado esa habitación  sin que ella se diera  cuenta.

Al lado  de la ventana había  una  mecedora con una  manta amarilla  sobre  uno  de los reposabrazos. Fue hasta  allí y la tocó.  Se sentó  después en  ella y miró a su alrededor.
Durante los dos últimos  días, se había  sentido algo más cansada, pero no le había dicho nada Damon. No quería preocuparlo.

Él se esforzaba  mucho por  hacer  que  cada  día fuera  especial.
 Era esa noche cuando habían quedado con  sus amigos  y su madre. Damon había  conseguido con  sus atenciones y su cariño que  se sintiera mucho más fuerte y le costaba  pensar que  esas personas pudieran  decir  o hacer  algo que  enturbiaran su felicidad.

Damon quería casarse con ella y creía que nada  más importaba.
Cuando llegó la hora  de prepararse para la cena, fue al armario y trató  de encontrar la ropa  perfecta para esa velada. Le preocupaba llevar algo que fuera demasiado sexy. No podía  quitarse la cabeza  que esas personas tenían una  opinión muy baja de ella.

Le entraron ganas de llevar algo muy modesto y conservador,  pero  le molestaba dejarse  influenciar por lo que otros pensaran de ella.

Seguía  frente al armario cuando Damon se le acercó por detrás  y la abrazó.  Se estremeció al sentir  que mordisqueaba su cuello.  Suspiró,  encantada con sus atenciones.

–¿Por qué estas aquí mirando tu ropa  con la vista pérdida? –le preguntó él.
Se dio la vuelta para abrazarlo y lo besó.

–Has vuelto muy pronto hoy.

–Estaba deseando verte.

–No sé qué  ponerme para  la cena.  Quiero llevar algo con lo que no parezca  la mujerzuela que creen que soy.

Damon la miró comprensivo. La apartó del armario y fue con ella a la cama. Se sentaron y la abrazó.

–Te pongas  lo que te pongas, estarás preciosa  –le dijo Damon–. Deja de preocuparte tanto.

 –Lo sé. Sé que es absurdo, pero  no puedo evitarlo. Estoy muy nerviosa.

–No quiero que te preocupes, Elena. El pasado  es el pasado. Te perdono. Y si yo te he perdonado, ellos deberían ser capaces de hacer  lo mismo.

Se quedó inmóvil  al oírlo  y sintió  un  gran  dolor en su pecho.

Damon la perdonaba por algo que no había  hecho. Le costó  no  estallar  al oírlo.  Sabía que  Damon no estaba  tratando de hacerle daño  y estaba  segura  de que  no tenía  ni idea de cuánto dolor  le habían producido sus palabras.

–Los dos cometimos errores. También tengo  yo parte  de la culpa.  Lo importante es que no permitamos que algo así vuelva a ocurrir –le dijo Damon.

Ella asintió con la cabeza. No se atrevía a hablar y tampoco sabía qué decirle.
Cerró  los ojos y lo abrazó.  Damon pensaba que estaba así por culpa de la cena. Dejó que la consolara sin decirle  que eran  sus palabras  las que más daño  le habían hecho.

Damon fue al armario y, pocos  segundos después, sacó un precioso vestido azul oscuro.  Se lo enseñó y sonrió.

–Este te quedaría fenomenal.

Cerró  los ojos. Él la había  perdonado. Le entraron ganas de llorar.
Creía  que  debería ser ella quien lo perdonara y no al revés.

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