Capítulo 13
Santa Mierda.
Ella está
aquí, mirándome con una desconcertante mirada vacía, sosteniendo un arma. Mi
subconsciente se desvanece en un desmayo, y no creo que ni siquiera las sales
aromáticas la traerán de vuelta.
Parpadeo
repetidamente a Leila mientras mi mente se va a la deriva. ¿Cómo entró?
¿En dónde
está Ethan? ¡Mierda! ¿En dónde está Ethan?
Un
progresivo y frío miedo toma mi corazón, y mi cuero cabelludo pica cuando cada
uno de los folículos en mi cabeza se aprieta con terror. ¿Qué si ella lo ha lastimado?
Empiezo a respirar rápidamente mientras la adrenalina y el miedo adormecedor de
huesos atraviesan mi cuerpo. Mantén la calma, mantén la calma, repito el mantra
una y otra vez en mi cabeza.
Ella inclina
la cabeza a un lado, mirándome como si fuera una exhibición en un espectáculo
de fenómenos. Caray, no soy el bicho raro aquí.
Se siente
como que ha pasado un eón mientras proceso todo esto, aunque en realidad sólo
ha sido una fracción de segundo. La expresión de Leila permanece vacía, y su
apariencia es tan desliñada y enfermiza como nunca. Todavía está usando aquel
abrigo sucio, y parece desesperadamente necesitar un baño. Su cabello está
grasoso y lacio, aplastado contra su cabeza, y sus ojos son de un pálido marrón,
nublado, y luce vagamente confundida.
A pesar del
hecho de que mi boca no tiene humedad en ella en absoluto, hago el intento de
hablar.
—Hola.
Leila, ¿no? —digo ásperamente. Ella sonríe, pero es un perturbador curvar de su
labio en lugar de una verdadera sonrisa.
—Ella habla
—susurra, y su voz es suave y ronca a la vez, un inquietante sonido.
—Sí, hablo
—digo gentilmente como si estuviera hablando con una niña—. ¿Estás aquí
sola? ¿En dónde está Ethan? Mi corazón
golpetea con el pensamiento de que él podría estar herido.
Su rostro
cae, tanto que pienso que está a punto de romper en llanto, se ve tan triste.
—Sola
—susurra—. Sola.
Y la
profundidad de la tristeza en aquella palabra es descorazonadora. ¿De qué habla?
¿Estoy sola? ¿Ella está sola? ¿Está sola porque hirió a Ethan? Oh…. no… tengo
que luchar con el asfixiante miedo que se arrastra por mi garganta mientras las
lágrimas amenazan con salir.
—¿Qué estás
haciendo aquí? ¿Puedo ayudarte? —Mis palabras son calmadas, una gentil pregunta
a pesar del sofocante miedo en mi garganta. Su ceño se frunce como si estuviera
completamente aturdida por mis preguntas. Pero no hace ningún movimiento
violento en mi contra. Su mano todavía está relajada alrededor de su arma. Tomo
una táctica distinta, intentando ignorar mi apretado cuero cabelludo.
—¿Te
gustaría algo de té? —¿Por qué le estoy preguntando si quiere té? Es la respuesta
de Matt a una situación emocional, subiendo a la superficie de manera inapropiada.
Jesús, tendría un ataque si me viera justo en este minuto. Su entrenamiento del
ejército habría entrado en acción, y habría desarmado a la chica para este
momento. Ella en realidad no está apuntándome. Tal vez pueda moverme. Ella
sacude la cabeza y la inclina de lado a lado como estirando el cuello.
Tomo una
profunda y preciosa bocanada de aire, tratando de calmar mi respiración
asustada, y me muevo hacia la isleta de la cocina. Ella frunce el ceño como si
no pudiera entender completamente qué estoy haciendo y se mueve un poco de modo
que todavía está frente a mí. Alcanzo la tetera y con una temblorosa mano la
lleno con el agua del grifo. Mientras me muevo, mi respiración se equilibra.
Sí, si ella me quisiera muerta, seguramente me habría disparado ya. Me observa
con una ausente y perpleja curiosidad. Mientras enciendo la tetera, soy asediada
por el pensamiento de Ethan. ¿Está herido? ¿Atado?
—¿Hay
alguien más en el apartamento? —pregunto tentativamente.
Ella inclina
su cabeza al otro lado, y con su mano derecha, la mano que no sostiene el
revolver, agarra una hebra de su largo y grasoso cabello y empieza a enrollarlo
y desenrollarlo, tirando y retorciéndolo. Obviamente es un hábito nervioso, y mientras
que estoy distraída por esto, soy golpeada una vez más por lo mucho que se
parece a mí. Sostengo la respiración, esperando su respuesta, la ansiedad llegando
a un punto casi insoportable.
—Sola.
Completamente sola —murmura. Encuentro esto reconfortante. Quizá Ethan no está
aquí. El alivio me da poder.
—¿Estás
segura de que no quieres té o café?
—No tengo
sed —responde suavemente, y da un cauteloso paso hacia mí. Mi sentimiento de
empoderamiento se evapora. ¡Mierda! Empiezo a jadear con miedo una vez más,
sintiéndolo surgir grueso y áspero a través de mis venas. A pesar de esto y
sintiéndome más que valiente, me doy la vuelta y extraigo un par de tazas del
aparador.
—¿Qué tienes
tú que no tenga yo? —pregunta, su voz asumiendo la entonación cantarina de una
niña.
—¿A qué te
refieres, Leila? —pregunto tan gentilmente como puedo.
—El Amo… el
Sr. Salvatore… te deja llamarlo por su nombre de pila.
—No soy su
sumisa, Leila. Da… el Amo entiende que soy incapaz e inadecuada para llenar ese
papel.
Inclina la
cabeza al otro lado. Es completamente desconcertante e innatural como un gesto.
—I-na-de-cua-da.
—Prueba la palabra, sondeándola, viendo cómo se siente en su lengua—. Pero el
Amo está feliz. Lo he visto. Se ríe y sonríe. Estas reacciones son raras… muy
raras para él.
Oh.
—Te ves como yo. —Leila cambia de táctica, sorprendiéndome,
sus ojos parecen enfocarse apropiadamente en mí por primera vez—. Al Amo le
gustan las obedientes que lucen como tú y yo. Las otras, todas las mismas…. las
mismas… y aun así, tú duermes en su cama. Te vi.
¡Mierda!
Ella estaba en la habitación. No me lo imaginé.
—¿Me viste
en su cama? —susurro.
—Nunca dormí
en la cama del Amo —murmura. Ella es como un caído espectro etéreo. Media
persona. Se ve tan ligera, y a pesar del hecho que está sosteniendo un arma,
repentinamente me siento llena de simpatía por ella. Sus manos se flexionan
alrededor del arma, y mis ojos se amplían, amenazando con salirse de mi cabeza.
—¿Por qué al
Amo le gustan como nosotras? Me hace pensar en algo… algo… el Amo es oscuro… el
Amo es un oscuro hombre, pero lo amo.
No, no, no
lo es. Me erizo internamente. Él no es oscuro. Es un buen hombre, y no está en
la oscuridad. Se me ha unido en la luz. Y ahora ella está aquí, intentando arrastrarlo
de vuelta con alguna retorcida idea de que lo ama.
—Leila,
¿quieres darme el arma? —pregunto suavemente. Su mano la sostiene apretadamente,
y ella la abraza contra su pecho.
—Es mía. Es
todo lo que me queda. —Gentilmente acaricia el arma—. Así ella puede unirse a
su amor.
¡Mierda!
¿Cuál amor… Damon? Es como si me hubiera pegado en el estómago.
Sé que él
estará aquí en cualquier momento para descubrir qué está retrasándome.
¿Ella quiere
dispararle? El pensamiento es tan horroroso, que siento mi garganta arder y
doler cuando un enorme nudo se forma allí, casi estrangulándome, emparejándose
con el miedo que se ha formado fuertemente en mi estómago.
Justo en la
entrada la puerta se abre, y Damon está en el umbral, Niklaus detrás de él.
Mirando
brevemente, los ojos de Damon se deslizan sobre mí de la cabeza a los pies, y
noto la pequeña chispa de alivio en su mirada. Pero su alivio es fugaz cuando
su mirada vuela hacia Leila y se pone rígido, enfocándose en ella, sin vacilar
en lo más mínimo. La mira fijamente con una intensidad que no he visto antes,
sus ojos salvajes, enojados, y asustados.
Oh, no…. oh,
no.
Los ojos de
Leila se amplían, y por un momento, parece que su razón regresa.
Parpadea
rápidamente mientras su mano se aprieta una vez más alrededor del arma.
Mi
respiración se queda atrapada en mi garganta, y mi corazón empieza a golpetear
tan fuerte que escucho la sangre latiendo en mis orejas. ¡No, no, no!
Mi mundo se
tambalea precariamente en las manos de esta pobre y jodida mujer.
¿Disparará?
¿A ambos? ¿A Damon? El pensamiento es agobiante.
Pero después
de una eternidad, mientras el tiempo cuelga suspendido a nuestro alrededor, su
cabeza se agacha y ella lo mira, a través de unas largas pestañas, su expresión
contrita.
Damon estira
su mano, señalándole a Niklaus permanecer donde está. La cara pálida de Niklaus
traiciona su furia. Nunca lo he visto así, pero se queda inmóvil mientras Damon
y Leila se miran fijamente.
Me doy
cuenta que estoy aguantando la respiración. ¿Qué hará ella? ¿Qué hará él?
Pero sólo
continúan mirándose uno a otro. La expresión de Damon es cruda, llena de alguna
clase de emoción sin nombre. Podría ser lástima, miedo, afecto… o, ¿es amor?
¡No, por favor, no amor!
Sus ojos la
perforan y, agonizantemente lento, la atmósfera en el apartamento cambia. La
tensión está creciendo de modo que puedo sentir su conexión, la carga entre
ellos.
¡No! De
repente siento que yo soy la intrusa, metiéndome entre ellos mientras se miran
el uno al otro. Soy una intrusa, una mirona, espiando una escena prohibida e íntima
tras las cortinas.
La intensa
mirada de Damon quema más, y su porte cambia sutilmente. Luce más alto, más
angular de alguna manera, más frío, y más distante. Reconozco esta postura. Lo
he visto así antes… en su salón de juegos.
Mi cuero
cabelludo pica de nuevo. Este es Damon el Dominante, y qué tan relajado se ve.
Si nació o no para este papel, no lo sé, pero con un corazón desazonado y un
estómago enfermo, observo mientras Leila responde, sus labios separándose, su
respiración acelerándose mientras el primer sonrojo mancha sus mejillas. ¡No!
Es un vistazo poco bienvenido al pasado, es agonizante atestiguarlo.
Finalmente,
él le murmura una palabra. No puedo descifrar qué es, pero el efecto en Leila
es inmediato. Cae al piso sobre sus rodillas, su cabeza inclinada, y el arma cae
y repiquetea inútilmente a través del piso de madera. Santa Mierda.
Damon camina
calmadamente hacia donde el arma ha caído y se inclina con gracia para
recogerla. La observa con disgusto poco disimulado y luego la desliza en el
bolsillo de su chaqueta. Mira una vez más a Leila mientras ella se arrodilla obedientemente
junto a la isleta de la cocina.
—Elena, ve
con Niklaus —ordena. Niklaus cruza el umbral y me mira fijamente.
—Ethan
—susurro.
—Está abajo
—responde de manera casual, sus ojos nunca dejando a Leila.
Abajo. No
está aquí. Ethan está bien. El alivio inunda con fuerza mi sangre, y por un
momento pienso que voy a desmayarme.
—Elena. —El
tono de Damon está cortado en advertencia.
Parpadeo
hacia él, y de repente soy incapaz de moverme. No quiero dejarlo, dejarlo con
ella. Él se mueve para estar junto a Leila mientras ella se arrodilla a sus pies.
Está encima de ella, protectoramente. Ella está tan quieta, es innatural. No puedo
apartar mis ojos de ellos dos… juntos…
—Por el amor
de Dios, Elena, ¡¿harás lo que se te dice por una vez en tu vida y te irás?!
—Los ojos de Damon se fijan en los míos mientras me lanza una mirada al rojo
vivo, su voz fría como el hielo. La rabia bajo la calma y deliberada entrega de
sus palabras es palpable.
¿Enojado
conmigo? Seguramente no. Por favor… ¡No! Siento como si me hubiera abofeteado
con fuerza. ¿Por qué quiere quedarse con ella?
—Niklaus.
Lleva a la señorita Gilbert abajo. Ahora.
Niklaus
asiente en su dirección mientras yo fijo mi mirada en Damon.
—¿Por qué?
—susurro.
—Ve. Regresa
al apartamento. —Sus ojos arden fríamente hacia mí—. Necesito estar a solas con
Leila. —Lo dice urgentemente.
Pienso que
está intentando enviar alguna clase de mensaje pero estoy tan desconcertada por
todo lo que ha sucedido que no estoy segura. Miro a Leila y noto una pequeña
sonrisa atravesando sus labios, pero por lo demás, permanece impasible. Una
completa sumisa. ¡Mierda! Mi corazón se estremece.
Esto es lo
que él necesita. Esto es lo que le gusta. ¡No!, quiero llorar.
—Señorita
Gilbert. Lena. —Niklaus extiende su mano hacia mí, implorándome que vaya. Estoy
inmovilizada por el horrible espectáculo frente a mí. Confirma mis peores
temores y representa todas mis inseguridades: Damon y Leila juntos… el Dominante
y su sumisa.
—Niklaus
—insta Damon, y Niklaus se inclina y me recoge en sus brazos.
La última cosa
que puedo ver mientras nos vamos es a Damon acariciar gentilmente la cabeza de
Leila mientras le murmura algo suavemente.
¡No!
Mientras
Niklaus me carga escaleras abajo, yazco débilmente en sus brazos, intentando
entender lo que ha sucedido en los últimos diez minutos… ¿Fue más tiempo? ¿O
menos? El concepto de tiempo me ha abandonado.
Damon y
Leila, Leila y Damon… ¿juntos? ¿Qué está haciendo con ella ahora?
—¡Jesús,
Lena! ¿Qué mierda está pasando?
Estoy
aliviada por ver a Ethan mientras camina en el pequeño vestíbulo, todavía cargando
su gran maletín. ¡Oh, gracias al cielo está bien! Cuando Niklaus me baja, prácticamente
me lanzo sobre Ethan, envolviendo mis brazos alrededor de su cuello.
—Ethan. ¡Oh,
gracias a Dios! —Lo abrazo, sosteniéndolo cerca. Estaba tan preocupada, y por
un breve momento, disfruto algo de respiro de mi creciente pánico por lo que
está pasando arriba en mi apartamento.
—¿Qué mierda
está sucediendo, Lena? ¿Quién es este tipo?
—Oh, lo
lamento, Ethan, este es Niklaus. Trabaja con Damon. Niklaus, este es Ethan, el
hermano de mi compañera de piso.
Asienten el
uno al otro.
—Lena,
arriba, ¿qué está pasando? Estaba buscando las llaves del apartamento cuando
estos tipos salieron de la nada y las tomaron. Uno de ellos era Damon…
—La voz de
Ethan se desvanece.
—Llegaste
tarde... Gracias a Dios.
—Sí. Me
encontré con un amigo de Pullman, tomamos algo rápido. Arriba, ¿qué es lo que
pasa?
—Hay una
chica, una ex de Damon. En nuestro apartamento. Ella se ha vuelto loca, y Damon
está… —Mi voz se rompe y las lágrimas inundan mis ojos.
—Oye
—susurra Ethan y me acerca una vez más—. ¿Alguien ha llamado a la policía?
—No, no es
así —lloriqueo en su pecho, y ahora que he empezado, no puedo dejar de llorar,
la tensión de este último episodio se está liberando a través de mis lágrimas.
Ethan aprieta sus brazos a mi alrededor, pero siento su perplejidad.
—Oye, Lena,
vamos a tomar algo. —Palmea mi espalda incómodamente.
Abruptamente,
también me siento incómoda, y avergonzada, y con toda honestidad, quiero estar
sola. Pero asiento, aceptando su oferta. Quiero estar lejos de aquí, lejos de
lo que sea que está sucediendo arriba.
Me vuelvo
hacia Niklaus.
—¿El
apartamento fue revisado? —le pregunto entre lágrimas, limpiándome la nariz con
la parte trasera de mi mano.
—Esta tarde.
—Niklaus se encoge de hombros a manera de disculpa y me pasa un pañuelo. Luce
devastado—. Lo lamento, Lena —murmura.
Frunzo el
ceño. Caray, se ve tan culpable. No quiero hacerlo sentir peor.
—Parece que
ella tienen una misteriosa habilidad para evadirnos —añade él, frunciendo el
ceño una vez más.
—Ethan y yo
iremos a tomar algo y luego volveremos a Escala. —Me seco los ojos.
Niklaus
cambia de un pie a otro incómodamente.
—El Sr.
Salvatore quería que se fuera al apartamento —dice calmadamente.
—Bueno,
sabemos en dónde está Leila ahora. —No puedo evitar la amargura en mi voz—. Así
que no es necesaria toda la seguridad. Dígale a Damon que lo veremos más tarde.
Niklaus abre
la boca para hablar y luego, sabiamente, la cierra de nuevo.
—¿Quieres
dejar tu maletín con Niklaus? —le pregunto a Ethan.
—No, lo
mantendré conmigo, gracias.
Ethan
asiente a Niklaus, luego me acompaña fuera de la puerta principal.
Demasiado
tarde, recuerdo que he dejado mi bolso en la parte trasera del Audi. No tengo
nada.
—Mi bolso…
—No te
preocupes —murmura Ethan, su rostro lleno de preocupación—. Está bien, yo
invito.
* * *
Escogemos un
bar atravesando la calle, sentándonos en los taburetes junto a la ventana.
Quiero ver qué está pasando… quién viene, y más importante, quién se va. Ethan
me entrega una botella de cerveza.
—¿Problemas
con una ex? —dice gentilmente.
—Es un poco
más complicado que eso —murmuro, abruptamente precavida. No puedo hablar de
esto, he firmado un CDC54. Y por primera vez, realmente resiento el hecho que
Damon no ha dicho nada acerca de rescindirlo.
—Tengo
tiempo —dice Ethan amablemente y toma un largo sorbo de su cerveza.
—Es una ex,
de hace años. Dejó a su esposo por algún tipo. Luego hace un par de semanas o
así, él murió en un accidente automovilístico, y ahora ella viene tras Damon.
—Me encojo de hombros. Ahí está, eso no fue decir mucho.
—¿Viene tras
él?
—Tenía un
arma.
—¡Qué
mierda!
—No amenazó
de verdad a nadie con ella. Creo que quería lastimarse a sí misma.
Pero es por
eso que estaba tan preocupada por ti. No sabía si estabas en el apartamento.
—Ya veo.
Ella suena inestable.
—Sí, lo es.
—¿Y qué está
haciendo Damon con ella ahora?
La sangre
abandona mi cara y la bilis sube por mi garganta.
—No lo sé
—susurro.
54 CDC:
Contrato de Confidencialidad.
Los ojos de
Ethan se amplían… y lo entiende.
Este es el
quid de mi problema. ¿Qué mierda está haciendo? Hablando, espero.
Sólo
hablando. Aun así, todo lo que puedo ver en mi mente es su mano acariciando el
cabello de ella.
Está
trastornada y Damon se preocupa por ella, eso es todo, racionalizo. Pero en la parte
trasera de mi cabeza, mi subconsciente está sacudiendo su cabeza tristemente.
Es más que
eso. Leila fue capaz de suplir sus necesidades en una forma que yo no.
El
pensamiento es deprimente.
Intento
enfocarme en todo lo que hemos hecho en los últimos días, su declaración de
amor, su humor coqueto, su alegría. Pero las palabras de Elena siguen regresando
para mofarse de mí. Es cierto lo que dicen de los que escuchan a escondidas.
¿No lo extrañas…
tu salón de juegos?
Termino mi
cerveza en un tiempo record, y Ethan pide una más. No soy una buena compañía,
pero para su crédito, se queda conmigo, charlando, intentado levantar mi
espíritu, hablando de Barbados, y de las travesuras de Katrina y Elliot, lo que
es maravillosamente distractor. Pero es sólo eso, una distracción.
Mi mente, mi
corazón y mi alma están todavía en ese apartamento con mi Cincuenta Tonos y la
mujer que solía ser su sumisa. Una mujer que cree que todavía lo ama. Una mujer
que luce como yo.
Durante
nuestra tercera cerveza, un Land Cruiser55 con ventanas fuertemente tintadas se
estaciona junto al Audi frente al apartamento. Reconozco al Dr. Flynn cuando se
baja, acompañado por una mujer vestida por lo que parecen scrubs azul pálido.
Tengo un vistazo de Niklaus cuando los guía a través de la puerta principal.
—¿Quién es
ese? —pregunta Ethan.
55 Land
Cruiser: Vehículo todo terreno de la marca Toyota.
—Su nombre
es Dr. Flynn. Damon lo conoce.
—¿Qué tipo
de doctor?
—Un
psiquiatra.
—Oh.
Ambos
observamos, y unos cuantos minutos después, regresan. Damon está cargando a
Leila, que está envuelta en una sábana. ¿Qué? Observo horrorizada cuando todos
entran al Cruiser, y este se aleja.
Ethan me
mira simpáticamente, y me siento desolada, completamente desolada.
—¿Puedo
tomar algo más fuerte? —le pregunto a Ethan, mi voz pequeña.
—Seguro.
¿Qué te gustaría?
—Un brandy.
Por favor.
Ethan
asiente y regresa al bar. Miro a través de la ventana a la puerta principal.
Momentos
después, Niklaus sale, sube al Audi, y se dirige hacia Escala… ¿tras de Damon?
No lo sé.
Ethan pone
un gran brandy frente a mí.
—Vamos,
Gilbert. Emborrachémonos.
Sueno como
la mejor oferta que he tenido en un tiempo. Tintineamos vasos y tomo un sorbo
del abrasador líquido ambarino, el fiero calor una distracción bienvenida del
atroz dolor que florece en mi corazón.
* * *
Es tarde, y
me siento confusa. Ethan y yo estamos fuera del apartamento. Él insiste en
llevarme de vuelta a Escala, pero no se quedará. Ha llamado al amigo con el que
fue por un trago más temprano y arregló quedarse con él.
—Entonces, aquí es donde vive el Mogul. —Ethan
silba entre sus dientes, impresionado.
Asiento.
—¿Seguro que
no quieres que entre contigo? —pregunta.
—No,
necesito enfrentar esto… o simplemente ir a la cama.
—¿Te veo
mañana?
—Sí.
Gracias, Ethan. —Lo abrazo.
—Lo
resolverás, Gilbert —murmura contra mi oreja. Me libera y observa mientras me
dirijo al edificio.
—Nos vemos
—dice. Le ofrezco una débil sonrisa y me despido con la mano, luego presiono el
botón del ascensor.
Las puertas
del ascensor se abren, y entro en el apartamento de Damon. Niklaus no está
esperando, lo que es inusual. Abriendo las puertas dobles, me dirijo hacia el
gran salón. Damon está al teléfono, caminando por la habitación cerca del piano.
—Está aquí
—espeta. Se da la vuelta para mirarme ferozmente mientras cuelga el teléfono—.
¿En dónde mierda has estado? —gruñe, pero no hace ningún movimiento hacia mí.
Mierda,
¿está enojado conmigo? ¿Él es quien acaba de pasar Dios sabe cuánto tiempo con
su ex novia chiflada, y está enojado conmigo?
—¿Has estado
bebiendo? —pregunta, horrorizado.
—Un poco.
—No pensé que fuera obvio.
Jadea y
desliza su mano a través de su cabello.
—Te dije que
regresaras aquí. —Su voz está amenazadoramente calmada—. Son las diez y quince.
He estado preocupado por ti.
—Fui por uno
o tres tragos con Ethan mientras atendías a tu ex —siseo—. No sabía cuánto
tiempo te tomarías… con ella.
Entrecierra
los ojos y da unos cuantos pasos hacia mí pero se detiene.
—¿Por qué lo
dices de esa forma?
Me encojo de
hombros y miro mis dedos.
—Lena, ¿qué
sucede? —Y por primera vez, escucho algo además de rabia en su voz.
¿Qué?
¿Miedo?
Trago,
intentando resolver qué decir.
—¿En dónde
está Leila? —pregunto, mirándolo.
—En un
hospital psiquiátrico en Fremont —dice, y su cara está escrutando la mía—.
Lena, ¿qué pasa? —Se mueve hacia mí hasta que está justo en frente de mí—. ¿Qué
está mal? —Él susurra.
Sacudo la
cabeza.
—No soy
buena para ti.
—¿Qué?
—susurra, sus ojos ampliándose en alarma—. ¿Por qué crees eso? ¿Cómo puedes
creer posible eso?
—No puedo
ser todo lo que necesitas.
—Eres todo
lo que necesito.
—El verte
con ella… —Mi voz se apaga.
—¿Por qué me
haces esto? Esto no es acerca de ti, Lena. Es sobre ella. —Toma un áspero
aliento, deslizando su mano por su cabello una vez más—. Por el momento, ella
es una chica muy enferma.
—Pero lo
sentí… lo que ustedes tenían.
—¿Qué? No.
—Se estira por mí, y yo retrocedo instintivamente. Deja caer su mano, parpadeando
hacia mí. Se ve como si estuviera lleno de pánico.
—¿Te vas a
ir? —susurra mientras sus ojos se amplían con miedo.
No digo nada
mientras intento reunir mis pensamientos.
—No puedes
—ruega.
—Damon… yo…
—Lucho por organizar mis pensamientos. ¿Qué estoy tratando de decir? Necesito
tiempo, tiempo para procesar esto. Dame tiempo.
—No. ¡No!
—dice.
—Yo…
Él mira
salvajemente alrededor de la habitación. ¿En busca de inspiración?
¿Intervención
divina? No lo sé.
—No te
puedes ir. ¡Lena, te amo!
—También te
amo, Damon, es sólo…
—No… ¡no!
—dice con desesperación y pone ambas manos sobre su cabeza.
—Damon…
—No
—susurra, sus ojos amplios por el pánico, y de repente cae sobre sus rodillas frente
a mí, la cabeza inclinada, sus manos con dedos largos extendidas sobre sus muslos.
Toma una profunda respiración y no se mueve.
¿Qué?
—Damon, ¿qué
estás haciendo?
Continua con
su mirada abajo, sin mirarme.
—¡Damon!
¿Qué estás haciendo? —Mi voz es aguda. No se mueve—. ¡Damon, mírame! —ordeno
con pánico.
Su cabeza se
levanta sin vacilar, y me observa pasivamente con su fría mirada gris, está
casi sereno… expectante.
Mierda…
Damon. El sumiso
No hay comentarios:
Publicar un comentario