CAPITULO
9
La vida
siguió su curso, pero para Elena se convirtió en algo que debía ser tolerado
más que disfrutado.
Su madre
ya pasaba varias horas al día fuera de la cama y Elena encontraba mayores
dificultades en evitar el encuentro con Damon, cuando éste hacía sus visitas
profesionales.
Por
suerte, la agencia que alquilaba los trajes pudo reparar el vestido y decidió
que, si era sensata, apartaría de su mente los sucesos de aquella terrible
noche.
El único
problema era que, sin importar cuán firme fuera consigo durante el día, por la
noche, al dormir perdía por completo el control y soñaba una y otra vez con Damon,
y con frecuencia despertaba bañada en lágrimas. Una mañana, la señora Gilbert
había comentado sobre la palidez y pérdida de peso de su hija, diciendo que
parecía que fue ella la que estuvo enferma.
Pronto
su madre podría prescindir de su ayuda. Originalmente, Elena pensó en quedarse
en Setondale y conseguir un empleo en Newcastle o en Alnwick, pero eso fue
antes de saber que Damon había regresado a su pueblo natal.
Se daba
cuenta de que sus padres estaban inquietos y preocupados por su repentino
cambio, pero aunque una o dos veces Katherine intentó conducir la conversación
hacia el tema de Damon, Elena se las ingenió para distraerla. Lo que sentía por
él era demasiado doloroso para comentarlo con alguien.
Quizá si
Bonnie no estuviera en Los Ángeles, habría hablado con ella. Apenas esa mañana,
la joven recibió una carta de su amiga en la que le comunicaba la fecha
esperada del nacimiento del bebé y también le decía que Taylor aún no había
podido encontrar una secretaria que la reemplazara. Era demasiado tarde ahora
para re conocer que quizá cometió un error en no haber ido con ellos. Sin
embargo tomo esa decisión con la mejor de las intenciones
El fin
de mes trajo nuevas nevadas y la certeza de que la noche de amor con Damon no
tendría consecuencias Aunque por lógica debió sentirse aliviada por esto en el
fondo percibió una sensación de fracaso y frustración, como si el hecho de no
haber concebido al hijo del hombre que amaba la hiciera, de alguna forma, menos
mujer.
Razonaba
que lo último que podía desear era un hijo ilegítimo, pero de cualquier manera,
cada vez que pensaba en ello experimentaba una sensación de vacío interior.
— Damon
preguntó ayer por ti — comentó su madre, observándola mientras permanecía
inmóvil ante la ventana de la sala, contemplando con expresión distante el
paisaje nevado—. Elena, hija, ¿no quieres decirme qué pasa contigo? ¿Puedo
ayudarte? —preguntó la señora Gilbert, afligida, cuando la joven no respondió a
su primer comentario—. No debes seguir así. Has perdido peso. . . te has vuelto
reservada y melancólica. Damon tampoco se encuentra muy bien que digamos. Si
han reñido, quizá podrían hablar y. ..
—No se
trata de una simple riña, mamá —repuso la joven con tono sombrío sin volverse.
La simple mención del nombre de Damon, era suficiente para llevar a sus ojos
las ridículas lágrimas que vertía casi cada noche, cuando estaba a solas en su
cuarto.
—Tu
padre me dijo que Amanda regresó a Londres.
La
sensación que la embargó, una mezcla de esperanza y desazón, le advirtió lo
vulnerable que era. Se dijo que la partida de Amanda nada significaba y que, en
todo caso, aun si la relación del médico con esa chica había terminado, de
cualquier manera no había esperanza alguna de que Damon experimentara por ella
lo que Elena sentía por él.
Por los
comentarios de su amante respecto al deseo de Amanda de un segundo matrimonio,
pudo percatarse del poco interés que el médico tenía en establecer un
compromiso permanente, y Elena lo amaba demasiado para convertirse en su
compañera en una aventura sexual superficial.
—Hablando
de Amanda, escuché otro chisme sensacional sobre esa familia. Ni te lo
imaginas. . . ¡El alcalde y Lady Anthony van a casarse! Parece que él ha estado
enamorado de la dama durante muchos años, pero que el padre de ella les había
negado el permiso de casarse; la esposa del vicario me lo contó. La ceremonia
tendrá lugar en la capilla privada de la casa señorial y después, habrá una
pequeña celebración. Me parece una de las cosas más románticas que. he oído en
mucho tiempo, ¿no crees?
Era
romántico, y Elena se alegró por la pareja, pero por alguna razón, saber de la
dicha de otros sólo acrecentaba su propia desolación.
— Espero
que no vaya a nevar pronto — oyó suspirar a Katherine —. Tu padre y yo tenemos
una cita para visitar a los Hopkins mañana. No los hemos visto desde antes de
Navidad.
Caroline
y Bill Hopkins eran amigos de los Gilbert de mucho tiempo atrás y vivían en
Alnwick. Habían pasado la Navidad y el Año Nuevo con la hija de ellos, en
Leeds, pero regresaron recientemente y parecía que Damon había decidido que la
señora Gilbert ya se encontraba en condiciones de hacer el viaje.
—Estoy
segura de que Caroline estaría encantada de que nos acompañaras.
Elena
movió la cabeza.
—No,
gracias, mamá. No me siento muy sociable por el momento. En realidad, ahora que
te estás recuperando, creo que debo empezar a buscar un empleo. Tendré que
empezar a revisar los periódicos de Londres.
—Oh,
pero. . . Elena, tu padre y yo habíamos deseado que. . . Oh, bien, es tu vida,
hija.
A la
mañana siguiente, temprano, los Gilbert emprendieron el camino hacia Alnwick.
Había pasado menos de una hora desde su partida cuando el cielo se ensombreció
ominosamente y el viento sopló con más fuerza. Observando los primero copos de
nieve, Elena se estremeció y rezó para que sus padres llegaran a la casa de sus
amigos sin contratiempos.
Media
hora después sonó el teléfono y no se sorprendió cuando el señor Gilbert le
comunicó que habían decidido quedarse a pasar la noche en Ainwick, en la casa
de sus amigos.
—Me
parece muy sensato, papá. Está nevando tanto que apenas puedo ver el sendero
desde la ventana.
—Sí, es
lo mismo acá, aunque apenas acaba de empezar. Los pronósticos del meteorológico
son malos, y lo menos que necesita tu madre ahora es quedar atrapada en una
tormenta de nieve. Sin embargo, se preocupa por ti, hija. ¿Estarás bien?
— Oh,
papá, ya soy una adulta. He vivido sola durante muchos años, ¿recuerdas?
Oyó la
risa divertida de su progenitor.
—Claro,
hija. Pero ya sabes cómo son las madres.
El día
se alargaba interminable ante ella. Apenas era la hora del almuerzo, aunque
afuera estaba oscuro y nevaba de manera tan intensa, que era imposible ver
dónde terminaba la tierra y dónde comenzaba el cielo. El viento era tan fuerte
que, cuando fue a abrir la puerta trasera para recoger más leños para la
chimenea, la fuerza del aire le arrebató la puerta de las manos y la estrelló
contra la pared con un ruido ensordecedor.
La nieve
se había acumulado ya ante la puerta y Elena tuvo que regresar para ponerse las
botas, antes de salir a buscar los leños que necesitaba.
Se
estaba sacudiendo la nieve de los pantalones cuando oyó el ruido del motor de
un auto. Miró hacia el sendero de entrada y vio la silueta azul de un Land
Rover a través de la ventisca. El vehículo se detuvo frente a la verja y, el
conductor descendió.
Incluso
enfundado en un grueso abrigo de lana, Elena reconoció a Damon. Llevaba la
cabeza descubierta y su cabello era re vuelto por el viento.
¿Qué
hacía allí?
—Elena,
necesito tu ayuda —dijo, al encontrarse con ella en el umbral de la puerta
frontal.
Ella lo
miró con fijeza, sin responder.
—
Escucha, no tengo mucho tiempo. Una de mis pacientes ha iniciado un trabajo de
parto prematuro; vive en una de las granjas de la colina y no podré llevarla a
tiempo al hospital. Por suerte, en el garaje de Setondale me prestaron este
Land Rover que me ha servido para movilizarme.
—Pero...
yo no puedo ayudar — dijo Elena con voz incierta—. No tengo preparación médica.
—No te
quiero para eso —repuso Damon con cierta impaciencia—. Deseo que ayudes
cuidando a los hijos de la señora. Su esposo está en el monte, con sus ovejas.
Le pediría a tu madre que los cuidara, pero.
—Mamá y
papá no están en casa. Se quedarán en Alnwick, con unos amigos.
Fue un
trayecto espeluznante hasta la granja, apenas a unos seis kilómetros de la casa
de los Gilbert, pero la cabaña estaba muy arriba en las colinas y, en
consecuencia, más expuesta a las inclemencias del clima.
Tres
veces el Land Rover se atascó en la nieve, y Damon tuvo que salir y usar palas
y arena para que pudiera avanzar otra vez.
Elena
apenas podía creer que lo lograrían cuando, por fin, Damon detuvo el vehículo
frente a la granja.
Dos
pequeñas cabezas asomaron por la puerta trasera a la vez que la joven se apeó
del Land Rover. Los niños eran gemelos, sin duda, decidió la chica y siguió a Damon
al interior de la casa. La cocina estaba calentada por el fuego de una enorme
estufa, y la aflicción en el rostro de la mujer, sentada frente a ella, contaba
toda la historia.
—Lamento
el retraso —se disculpó Damon—. ¿Cómo se encuentra?
Elena
casi pudo sentir en su cuerpo el espasmo de dolor que contrajo el rostro de la
mujer, cuando ésta se inclinó hacia adelante.
Pasaron
varios segundos antes que pudiera hablar.
—No creo
que tarde mucho. No sabe cuánto me alegra que haya venido, doctor —miró a Elena
por primera vez cuando ésta se acerco. La mujer le dirigió una débil sonrisa
—Traje a
Elena para que cuide a los niños —explicó el médico, mientras consultaba su
reloj de pulsera; medía la frecuencia de las contracciones sin duda, pensó Elena
con nerviosismo. Nunca había tenido mucho trato con niños y jamás había estado
presente durante el nacimiento de uno.
— Tengo
todo listo arriba doctor — informo la mujer embarazada
—Muy
bien, señora Thomson, estaré con usted en un minuto.
¿Podrás
arreglártelas aquí abajo? —preguntó el médico a Elena y sonrió de manera
tranquilizadora a los tres chiquillos que lo miraban con diferentes grados de
azoro y temor
— Mami
va a tener nuestro bebé — dijo a media voz la mayor de ellos. -
—Si, eso
creo. ¿No debo hervir agua o algo? —preguntó Elena.
Damon
rió.
— No.
Hacía
mucho, mucho tiempo que Elena no lo había escuchado reír con naturalidad y pudo
sentir que su corazón se aligeraba en respuesta, al recordar aquellos días más
inocentes en los que se había conformado sólo con su amistad.
Mantener
a los chicos ocupados no fue una tarea demasiado difícil. Estaban bien educados
y el hecho de que la joven fuera una desconocida los inhibió un poco pero
cuando Elena vio el tablero de Serpientes y escaleras y sugirió que jugaran a
eso los chicos comenzaron a relajarse.
De vez
en cuando, Elena alzaba la mirada hacia el piso superior rezando en silencio
porque todo resultara bien para la señora Thomson y su bebé.
Cuando
la mujer gritó, los gemelos alzaron la mirada con temor y uno de los pequeños
se acurrucó, asustado, en el regazo de Elena. Ella le acarició la cabeza con
ternura.
—Mami
grita.
La joven
lo miró, sin saber qué hacer o decir, pero Lyn, la mayor, salió a su rescate,
diciendo con la sensatez de una adulta en miniatura:
— No te
preocupes Christopher. . . es como cuando Betsy tuvo sus cachorros.
Era una
forma de ver la situación, se dijo Elena con ironía y, por supuesto, los niños
de una granja debían estar habituados a los alumbramientos.
El
tiempo pareció alargarse mientras Elena esperaba, en temeroso silencio. ¿Cuánto
tiempo tardaba en nacer un niño? Se puso de pie y se acerco a la estufa
buscando más combustible
Cuando
regresó, los gemelos le pidieron algo de beber y con la ayuda de Lyn, les
sirvió un poco de jugo de naranja. Apenas los habia congregado para reanudar el
juego de Serpientes y escaleras”, cuando otro grito desgarrador de la madre
rompió el silencio.
Elena
contuvo el aliento, abrazando a los gemelos, mientras Lyn, más estoica, se
conformó con pararse muy cerca de la joven.
Desde el
descanso de la escalera, escuchó que Damon la llamaba y Elena, aturdida, se
levantó y se apresuró a atravesar el cuarto.
—¿Puedes
venir un momento, Elena?
El
médico parecía calmado, aunque apremiante.
Luego de
tranquilizar a los pequeños, la joven subió deprisa por la escalera.
Lorna
Thomson estaba acostada, con el rostro contraído y el oscuro cabello adherido a
su frente y sienes por el sudor Elena experimentó una profunda compasión al
escuchar sus gemidos
—¿ Que
sucede? —pregunto al medico con ansiedad— Damon, yo.
—Está
bien. Todo lo que quiero es que permanezcas a la cabecera de Lorna para que te
sujete una mano ¿Puedes hacerlo?
La mujer
se retorcía y gritaba y Elena olvidó su temor
—Moja un
lienzo en agua fría, para que le limpies la cara — instruyó el médico
Cuando
se sentó en el borde del lecho siguiendo las instrucciones de Damon, y sintió
que las uñas de Lorna se hundían en su carne, incluso Elena, en su ignorancia,
supo que el alumbramiento era inminente.
Una
oleada de amor y respeto la invadió al escuchar que Damon exhortaba y
tranquilizaba a la parturienta. Lo miró, observando la total concentración de
su rostro antes de volverse a limpiar el rostro húmedo de la mujer con el paño
—Sólo un
esfuerzo más, Lorna. Puedes hacerlo. Otro.
Un temor
reverente invadió a Elena cuando, como hipnotizada, contempló el momento
maravilloso del nacimiento de un ser humano. El hecho de que el bebé estuviera
amoratado y cubierto de coágulos y moco, no reducía en absoluto su pasmo y
admiración ante lo que acababa de presenciar y si alguien le hubiera preguntado
como era la criatura habría respondido sin titubear “Bellísima”.
En su
aturdimiento y asombro oyó que Damon decía con tono cansado aunque satisfecho.
—
Felicitaciones, Lorna; tienes otra hija.
Desde su
lugar en la cama, Elena observó, con fascinación, cómo el médico colocaba a la
diminuta nena sobre el vientre de su madre. Había lágrimas en los ojos de Lorna
Thomson cuando alargó una mano para tocar la cabeza húmeda de su hija.
—Elena,
¿por qué no bajas y nos preparas una taza de té? —sugirió Damon con voz
apacible. Por un momento, ella permaneció inmóvil, contemplándolo y luego, como
saliendo de un sueño, salió del cuarto y fue a la cocina.
Abajo,
los niños la miraron con ojos dilatados e interrogantes, y Lyn preguntó al fin
-—¿Ya
llegó nuestro nuevo bebé?
—Ya es
una niña —informó Elena— Su madre necesita dormir ahora pero en cuanto haya
descansado podrán subir a verla
—Estás
llorando —acusó uno de los gemelos y cuando ella se llevó una mano a los ojos
humedecidos Elena se percató de que en efecto, lloraba. Se sentía privilegiada
y llena de alborozo por haber podido presenciar la magia de un nacimiento. Era
algo que recordaría toda su vida.
De
manera involuntaria, se llevó una mano al vientre y volvió a experimentar la
oleada de desolación que la había embargado cuando supo que no iba a tener al
hijo de Damon.
Permanecieron
en la granja hasta que regresó el esposo de Lorna. Había cesado la tormenta de
nieve y el viento comenzaba a amainar. Jack Thomson les dio las gracias, con
lágrimas en los ojos, y Elena se sintió avergonzada de que le agradeciera lo
poco que hizo. Los niños ya habían visto a su madre y a su nueva hermana, y Lyn
indicaba a sus hermanos, con tono solemne, que no debían tocar a los bebés con
las manos sucias.
Había
oscurecido cuando Damon y Elena salieron de la granja; la nieve comenzaba ya a
congelarse. La joven se estremeció.
Les
llevó casi una hora regresar a su casa y, al avistar finalmente la desviación
que llevaba al sendero particular, Elena se puso tensa cuando buscó, en vano,
una espiral de humo proveniente de la chimenea de la sala.
Al
percibir su tensión, Damon la miró.
—¿Qué te
pasa?
—Creo
que se apagó el fuego de la chimenea de la sala.
Damon
frunció el ceño.
—Si es
así, la casa estará hecha una nevera.
— Pero
tenemos calefacción central — le recordó ella cuando el médico detuvo el Land
Rover frente a la puerta. La chica trató de bajar del vehículo mientras
hablaba, pero Damon se le anticipó y antes que ella pudiera descender, él
estaba del otro lado, ofreciéndole la mano para ayudarla a descender.
Elena lo
siguió al interior de la casa, con el corazón agitado. Vio que Damon revisaba
el aparato de calefacción central, buscando sin duda el piloto.
— Más
vale que vengas conmigo a mi casa — informó al incorporarse—. Si te dejo aquí,
te congelarás.
—¿No se
molestará Amanda? —se oyó preguntar Elena, con voz áspera.
Los ojos
de Damon se endurecieron.
—¿Por
qué tendría que molestarse? —inquirió él con frialdad -- Eres la hija de unos
viejos amigos, y no puedo permitir que pases la noche en una casa helada cuando
la temperatura sigue descendiendo aún más y estando mi casa apenas a unos
cientos de metros de aquí.
—Quizá
tampoco tu calefacción central está funcionando —sugirió Elena, con irritación.
¿Qué había esperado? ¿Que él negara que Amanda tenía derecho a cuestionar sus
decisiones?
—Es muy
factible —aceptó él con voz serena; demasiado pausada para gusto de Elena—Sin
embargo, al contrario que tú, tuve la sensatez de asegurarme de que todos los
fuegos estuvieron encendidos antes de salir.
—Yo
también lo habría hecho —respondió Elena de inmediato a su provocación —Los
hubiera encendido si no me hubieses sacado de mi casa como lo hiciste.
De
repente, el rostro de Damon se relajó en una amplia sonrisa; un gesto que
recordó a la joven otras épocas más dichosas. Ella lo miró con enfado cuando él
dijo, en son de broma:
—Siempre
fuiste una terrible fierecilla, Elena. Quizá eso tenga alguna relación con el
color rojizo de tu pelo —le quitó la capucha del rompevientos y le acarició un
rizo rebelde.
El calor
ascendió por el cuerpo de la joven mientras se apartaba de él, nerviosa.
—Tienes
diez minutos para recoger todo lo que puedas necesitar. ¿A qué hora esperas que
regresen tus padres? —demandó luego Damon.
—No
tengo idea. Iban a regresar esta noche, pero papá llamó para avisarme que,
debido a la tormenta de nieve, tendrían que quedarse a pasar la noche en
Alnwick.
—Mm. . .
Bien, si me das el número de sus amigos, llamaré para decirles dónde estarás
mientras recoges tus cosas.
Este era
el hermano mayor que ella recordaba de sus días infantiles. Estaba dispuesta a
protestar que podía cuidarse sola, pero mientras buscaba el número telefónico
de los amigos de sus padres, comenzó a temblar debido al aire gélido.
Damon
estaba colgando el receptor cuando ella descendió por la escalera, luego de
haberse cambiado de ropa y guardado otra en un maletín.
—Tus
padres estaban preocupados por ti. Trataron de llamar esta tarde, para ver si
te encontrabas bien. Les expliqué la situación y tu madre dijo que no te
preocuparas y que regresarían mañana, antes de la hora del almuerzo.
De modo
que no tenia que preocuparse se dijo Elena con ironía mientras permitía que Damon
tomara de sus manos la valija y luego esperaba, con impaciencia, a que ella
cerrara con llave la puerta trasera ¿Como se suponía que debía sentirse si se
veía obligada a pasar la noche en la casa del hombre al que amaba y el cual no
abrigaba por ella un sentimiento similar?
— La que
podría preocuparse seria Amanda si supiera que he pasado la noche en tu casa
—observó la joven con ironía.
Damon le
lanzo una mirada de exasperación
— ¿Por
que diablos debe importarle a Amanda que pases o no la noche en mi casa?
Después de todo, somos adultos conscientes, aunque tú no te comportes como tal.
Elena se
removió con inquietud en su asiento.
—No es
mi culpa que todos en el pueblo piensen que tú y Amanda son una pareja
establecida — murmuró.
— Deja
de decir tonterías, Elena. Tal vez te consuele suponer que sublimé mi deseo de
Amanda al hacer el amor contigo, tal como tú exaltaste tu amor por Taylor Loockbood,
pero no me harás comulgar con tus ridículas ideas sólo para calmar tu
conciencia.
—Pero
sales con ella — qué diablos se mostraba tan persistente en el tema?
Damon
había dado vuelta hacia el sendero y Elena pudo ver su casa, adelante, a la luz
de los faros del auto.
— ¿Sí?
Parece que sabes más que yo sobre nuestra relación — dijo él con sequedad -—.
Creí que sólo estábamos juntos debido a las circunstancias.
—Pero
tú.
A punto
de recordarle que habia ido a Londres con la otra mujer, Elena se dio cuenta,
de repente, de que estaba incursionando en terreno peligroso y opto por un
prudente silencio
—Deja de
buscar excusas, Elena —agregó Damon con aspereza — Lo ocurrido entre nosotros
ya sucedió y por mi parte no lo lamento.
Detuvo
el Land Rover con brusquedad. Cuando Elena se enderezó en su asiento, pudo
sentir que el corazón le latía con violencia contra el pecho.
— Estoy
harto de soportar tus desaires. Siento no haber sido el hombre a quien querías
entregar tu virginidad, lo lamento más de lo que imaginas — aseguró con voz
fatigada y Elena se percató en ese momento, con una punzada de culpabilidad,
que él había tenido una tarde muy pesada —. Si quieres que me disculpe por
haberte hecho el amor, o que diga que me arrepiento, temo que voy a negarte ese
gusto.
Por
primera vez desde que lo conocía, Damon le dio la espalda; descendió del
vehículo y se encaminó hacia la puerta de su casa sin ayudarla a apearse del
auto o volverse a comprobar que lo seguía.
Ya habia
llegado hasta su puerta cuando ella se dio cuenta del frío que sentía y logró
seguirlo, con paso torpe.
Damon
encendió la luz del vestíbulo y su claro resplandor revelo la tensión que
contraía el rostro del médico. Parecía esperar a que ella dijese algo pero que
podía agregar? ¿Que tampoco lamentaba haber hecho el amor con el? Que estaría
feliz de volver a estar entre sus brazos? ¿Que se encontraba dispuesta a
aceptar una aventura superficial, aunque la destrozara por dentro?
—Damon.
. . ¿no podríamos declarar una tregua, aunque sea sólo por esta noche?
Ella
miro por largo rato, sus ojos brillaban de forma extraña detrás de la negra
cortina de pestañas. La contemplaba casi como si resintiera tener que hacerlo casi
como Elena sintió que le daba un vuelco el corazón y se humedeció con la lengua
los labios resecos nerviosa
—¡Dios
no hagas eso! No están las cosas bastante mal ya para que te comportes de
manera tan provocativa? — estallo el y masculló una imprecación ahogada
mientras aproximaba su rostro al de ella. Elena se aparto con presteza y corno
hacia la helada penumbra exterior mientras esas palabras resonaban en su mente
fundiendo el pasado con el presente y una vez más fue la adolescente vulnerable
que había acudido a él con la dádiva de su amor y deseo, para ser rechazada con
crueldad.
—¡Elena!
—lo oyó llamarla, pero el grito apenas penetró en el torbellino de sus
pensamientos. La nieve era demasiado densa para que ella pudiera correr, pero
avanzó con torpeza, sin saber a dónde iba; lo único que importaba era huir.
Cuando Damon
la alcanzó ella lanzó un grito angustiado y se volvió con brusquedad para
apartarlo de un empujón pero patino y cayó de espaldas en la nieve, arrastrando
con ella a Damon.
El peso
del médico sobre ella le sacó el aire de los pulmones.
—¡Elena!
. . Oh, Dios, ¿estás bien?
Ella
habia comenzado a llorar y los sollozos la sacudían de manera incontrolable.
Pudo percibir la tibieza de las lagrimas sobre su rostro mientras Damon se
incorporaba
El la
levanto, la tomo en brazos y la llevo al interior de la casa hasta su estudio.
La nieve
cubría la ropa de la joven, y ella no pareció darse cuenta de ello cuando Damon
la sentó frente al fuego y comenzó a despojarla de las botas.
—Elena,
lo siento. . . Lo siento. . . No quise. . . —sus palabras eran tensas, casi
suplicantes y la chica se estremeció, protestando entre sollozos cuando él le
quitó las medias y comenzó a frotarle los pies helados.
—Elena,
escúchame. . . fue mi mal humor. Nunca quise.
Ella lo
oyó maldecir entre dientes y el sonido penetró en su mente aturdida. Lo miró
con ojos inexpresivos.
—Vamos hay
que quitarte esta ropa húmeda —él le hablaba con suavidad, como si lo hiciera
con una niña, y como tal, ella permaneció sentada dócil mientras el la dejaba
cubierta sólo con la ropa interior, y luego la envolvía en una toalla grande y
tibia—. Quédate aquí iré a preparar una bebida caliente —instruyo por fin.
Cuando él
regreso, Elena ya habia recobrado el control Damon le ofreció una de las tazas
de humeante café que llevaba en las manos.
— Lo
siento — dijo ella en un murmullo—. Fue una estupidez hacer eso.
—Todos
hacemos tonterías a veces —Damon parecía tan exhausto y demacrado, que ella
quiso acunarle la cabeza entre sus pechos y consolarlo.
—Fue
maravilloso. . . esta tarde —susurró Elena casi con timidez, buscando un tema
de conversación seguro—. Tan hermosa. . . esa nena era tan perfecta. .
Algo en
la cualidad nostálgica en su voz debió conmover a Damon, pues preguntó con
suavidad:
—¿Te
gustaría tener hijos, Elena?
Solo los
tuyos. La joven se sonrojo como si hubiera dado expresión a su pensamiento.
—Sí. . .
me gustaría.
El
rostro de Damon se ensombreció de repente. Se puso de pie y la miró con
intensidad.
—No es
posible; me prometí no entrometerme, pero no puedo permitir que arruines tu
vida sin hacer algo al respecto. Piensa en todo lo que estás sacrificando al
aferrarte a tu amor por Taylor Loockbood. El no te dará hijos; no te ama a ese
grado. Sin duda debes darte cuenta de eso. El ya tiene una mujer e hijos.
Elena lo
miró, reconfortada por el café caliente y extrañada por la intensidad en la voz
del médico.
—¿Has
estado enamorado alguna vez, Damon?
El
frunció el ceño y se apartó de la chica, de modo que su rostro quedó en la
penumbra.
—Sí —su
voz le pareció tensa a Elena.
—¿Y.. .
y ella te amaba? —¿Por qué porfiaba en atormentarse?
—Alguna
vez creí que me quería —las palabras parecieron arrancadas con dificultad de la
garganta masculina—. Pero me equivoqué
Alguna
mujer en Estados Unidos quizá, Tal vez esa era la razón por la que había
regresado a su pueblo. Sin embargo, Elena ya no podía preguntar más no tenia
derecho y tampoco la fuerza para escuchar a Damon hablando de la mujer que
habia querido a quien quizás amaba todavía
—Tengo
algunos informes que llenar ¿te molestaría si trabajo un poco?
Elena
negó con la cabeza y lo observó encaminarse hacia su escritorio, donde se
sentó. A los pocos segundos, estaba absorto por completo en lo que hacía,
dejándola en libertad de contemplarlo a sus anchas.
Damon
trabajó durante cerca de una hora, pero Elena no se había aburrido; el crujir
de los leños en el fuego, los leves sonidos procedentes del escritorio, donde
él trabajaba, y el simple hecho de estar allí, en su compañía, la llenaban de
un placer teñido de melancolía. Se quedó dormida mientras él seguía ocupado, y
no se percató del hecho de que Damon dejó su pluma para acercarse a mirarla con
expresión pensativa. La toalla había resbalado descubriendo la curva suave de
un hombro. Cuando él se inclinó para volver a cubrirla, la joven despertó.
Se
sobresaltó al verlo tan cerca.
—¿Ya
terminaste de trabajar?
— Ya —
una leve sonrisa curvó los labios del medico — Tienes hambre? ¿Quieres que
prepare algo de comer?
Ella
hizo una mueca de disgusto y repuso con voz somnolienta.
—Creo
que he perdido el apetito, a últimas fechas —por un momento, Damon la miró con
fijeza y luego dijo, con voz tensa:
— Por
Dios; Elena, ¿no estarás….?
Cuando
sus manos la tomaron por los hombros, ella enfrentó su mirada y adivinó lo que
él pensaba.
—No. . .
no estoy embarazada.
Era
absurdo suponer que por un momento habia visto que la desilusión ensombrecía
los ojos de Damon y Elena se dijo que empezar a imaginar cosas era muy mal
síntoma.
— Cuando
dije que eras provocativa no quise referirme a lo que te imaginaste ¿sabes? —
aclaró Damon de improviso
—¿Quieres
decir que no tratabas de recordarme que en alguna ocasión cometí el abominable
pecado de provocarte? Sé que no era tu intención No me explico por que salí
corriendo de esa manera. . . supongo que he tenido demasiadas impresiones este
día — se estremeció ante el recuerdo de su actitud
—¿Tienes
frío? — las manos de Damon le frotaron los brazos a través de la toalla— Más
vale que suba a encender el fuego en una de las habitaciones de otra forma te
congelaras esta noche.
—¿Solo
en una? ¿Y tu?
Por
suerte, Damon no parecio percatarse de la ambigüedad de su pregunta
— Yo no
tengo mucho frío; no necesito calefacción. Parece que poseo mi propio
termostato natural — hizo una breve pausa — Tu maletín está en el vestíbulo
¿Quieres que lo traiga?
Ella
asintió con una inclinación de la cabeza, mientras el encendía la calefacción,
ella podría ponerse algo de ropa. Aunque nada había dicho a Damon incluso su
sostén estaba empapado después de su caída en la nieve y ansiaba quitárselo.
Esperó
hasta oír las pisadas de Damon en la escalera para quitarse la toalla y
despojarse del húmedo sostén, tembló un poco por el intenso frío.
Solo
había llevado consigo una muda de ropa interior de modo que, después de un
momento de vacilación, se puso un suéter grueso, con la esperanza de que su
volumen ocultara el hecho de que no llevaba sostén.
Puso el
que acababa de quitarse con el resto de la ropa mojada antes de ponerse una
falda plisada, de lana. Damon se quedó unos momentos mirándola desde el umbral
cuando regresó al estudio.
—Empieza
a nevar otra vez —informó.
Casi en
el momento en que pronunciaba esas palabras, las luces oscilaron y luego se
apagaron. Afuera ululó el viento.
— ¡Lo
que nos faltaba! — estallo el médico
¿Tienes
linternas de pilas? —indagó Elena con ironía.
— Es
probable que haya alguna en el sótano, pero no quiero arriesgarme a ir allí y
romperme la cabeza. Tendremos que conformarnos con velas.
Velas y
luz de chimenea; era muy íntimo, muy romántico, pensó Elena. ¡Lo que a ella le
faltaba! -
—
Cuéntame sobre los Estados Unidos
Damon
estaba sentado frente a ella y, por un momento, mientras la miraba, la joven
creyó que él había adivinado cómo la afectaba su cercanía.
—No hay
mucho que contar —empezó a decir el médico; no obstante, algunas de las
historias y anécdotas que le contó resultaron divertidas y, mientras escuchaba
la joven rió y él también, olvidando que la risa compartida era tan peligrosa
como el silencio compartido. . . quizá más.
Cenaron
estofado de carne y verduras que Damon había preparado y servido, negándose a
que Elena lo ayudara y luego, mientras envolvía con las manos una taza de
humeante chocolate, Elena sintió que la embargaba un delicioso sopor. Dejo la
taza sobre una mesita y se reclinó contra el respaldo de su sillón. Sólo
cerraría los ojos un momento.
Media
hora después seguía dormida, Damon se inclino para mirarla y la tomo en brazos.
Ella se desperezo un poco y se acurruco contra el con un suspiro de
satisfacción. Los brazos masculinos la ciñeron más estrechamente y Damon
frunció el ceño.
Arriba,
en el cuarto que él le había preparado, la luz de la chimenea danzaba en los
muros, iluminando los diseños florales del papel tapiz.
Él la
depositó sobre la cama y luego añadió más leños al fuego, antes de regresar al
lado de la joven. No podía dejarla dormir con la ropa puesta.
Elena
despertó y lo miró con los ojos nublados por el sueño mientras el empezaba a
quitarle el suéter. La joven tiro de la prenda y se la apretó contra el cuerpo,
en ademán de protesta.
—Elena
no puedes dormir vestida. Mira te traje tu ropa de dormir.
Aturdida
por el sueño la joven trato de recordar por que era tan importante que Damon no
la despojara del suéter pero fue un esfuerzo demasiado grande, de manera que
dejó que se lo quitara y solo recordó la razón cuando sintió el aire frió sobre
los pechos desnudos.
Ella vio
su expresión al mirarla, y sintió su propia respuesta a esa expresión
hambrienta en el vientre.
No se
asombró cuando Damon se acercó para tomarla entre sus brazos, parte de ella
habia esperado que la tocara esa noche. . . lo habia esperado y deseado.
Sus
labios se unieron con suavidad a los de él, y su piel se deleitó en la
sensación del contacto de las manos que la recorrían ávidas
Podía
percibir el palpitar del corazón de Damon y supo que el de ella latía con igual
frenesí. Había deseo y ansiedad en la forma como él la besaba, y no pudo negar
una respuesta a esa pasión.
—Elena
déjame permanecer contigo esta noche —susurro el contra su piel, mientras
besaba la delicada curva del cuello femenino—. Te deseo tanto.
Irónicamente,
si Damon no hubiera hablado, ella habría ido al infierno mismo con el, pero el
sonido casi angustioso de su voz habia roto el delicado hechizo y Elena se
aparto del médico dominada por la tensión y emoción.
—No
puedo.
—¿Por
qué? —la voz de su amante brotó densa y torturada— ¿Es a causa de él? —el
rostro del doctor se contrajo y Elena se sobrecogió al reconocer los celos en
el brillo siniestro de los ojos masculinos—. Es posible que lo ames, Elena,
pero no puedes tenerlo. Además, es a mí a quien deseas. -
Le
acarició un seno para subrayar su aseveración y la sensación obligó a la joven
a lanzar un gemido de placer.
—Déjame
permanecer contigo esta noche. . . —repitió Damon, suplicante.
—No —la
negativa escapó de la garganta de la angustiada joven. Eso era demasiado ya no
podía mentir más — No entiendes Damon. No amo a Taylor, nunca lo he querido. .
. Es cierto que él me deseó durante algún tiempo, tal como desea a miles de
mujeres; y no niego que es atractivo, pero nunca lo he amado.
Damon la
contemplo con dureza, mas ella le sostuvo la mirada hasta que él quedó
convencido de que no mentía. El médico pareció ponerse más tenso y luego dijo
con voz sofocada
—Si no
lo amas, entonces ¿por qué?. .
Ella no
lo dejó terminar.
— ¿No
puedes adivinarlo? No deseo tener sólo una relación sexual contigo. Damon. . .
— lo vio respingar ante esas palabras. Parecía ofendido, lastimado—. No puedo
acostarme más contigo; no deseo comprometerme en una aventura pasajera, porque
eso me destrozaría. Te amo demasiado.
Ya lo
había dicho ¡Ahora la dejaría en paz! Se aparto de el volviéndole la espalda, y
esperó escuchar la puerta al cerrarse cuando el saliera Damon tenía su propio
código de honor ya que sabía la verdad, entenderla. De modo que ella esperó,
tensa y peligrosamente cerca de perder su frágil control
Cuando
él la toco respingó como si hubiera sido quemada por un carbón ardiente, Damon
la hizo volverse hacia él.
— Quiero
que me expliques bien esto — pidió el médico con lentitud. Respiraba con
agitación como si controlara con dificultad una oleada interior de furia — ¿No
quieres acostarte conmigo porque me amas?
Por
primera vez en su vida Elena tuvo miedo de que Damon no reaccionara como ella
había supuesto. Parecía enfadado violenta y peligrosamente enfadado y la miraba
con una expresión que le puso piel de gallina.
—¿Es eso
lo que dices?
— Sí.
La soltó
de forma tan inesperada que ella se fue de espaldas sobre la cama sin dejar de
mirarlo con expresión azorada. El tenia la mirada fija en el techo y respiraba
con dificultad.
—No
puedo creerlo —su voz era monótona y dura.
— ¿Por
qué supones que hice el amor contigo? — preguntó Elena con voz trémula,
insegura—. Te aseguro que no fue por algo que tuviera relación con Taylor.
— Todos
estos años luché contra mí, contra el impulso de regresar. . . Me decía que lo
que habías sentido era sólo un enamoramiento de adolescente. Me mantuve en
contacto con tus padres, traté de sonsacarles toda la información que fuera posible.
Pensé que eras feliz en Londres, la mujer profesional que daba prioridad a su
trabajo y ponía en segundo plano al amor. Trate por todos los medios de
olvidarte y convencerme de que no estaba loco por haberme enamorado de una niña
de diecisiete años. ¿Tienes idea de lo que sufrí? Me sentía como una especie de
pervertido ¿Que pudo hacerte pensar que lo que deseaba era tener un amorío
pasajero contigo?
Ella
estaba demasiado estupefacta para hablar.
— Yo. .
. Tú sólo. . . Tú sólo dijiste que. . que me deseabas. . . y yo creí que era sólo
sexo. . Me dijiste, cuando mencioné a Amanda, que no te interesaba el
matrimonio Y
—¡Y por
supuesto que con ella no me interesaba, en absoluto! Sólo ha habido una mujer
en mi vida con la que he querido casarme. . . y ésa eres tú.
Extendió
los brazos hacia ella y la estrechó contra su pecho. Su voz brotó ahogada
contra el cabello de la joven.
— Elena.
. . mi amor. . . Al pensar en lo cerca que estuvimos de perdernos. . . Esta
noche, cuando dijiste que no querías hacer el amor conmigo. . . — calló de
repente y la abrazó con una angustia incontenible.
—No
podía hacer el amor contigo; tenía miedo de lo que podría revelar si eso
sucedía ¿De verdad me has amado durante todos estos años? —la voz le temblaba
por la emoción.
La sonrisa
de Damon fue maliciosa.
—¿Quieres
que te demuestre cuánto? —rió con suavidad al observar la expresión de la
joven—. Cuando tenías diecisiete, yo contaba con veinticinco años; era lo
bastante maduro para saber lo que quería de la vida, lo bastante mayor para que
me aterrorizaran mis sentimientos por ti. Una de las razones por las que fui a
los Estados Unidos, fue porque no podía confiar en mí, no me creía capaz de
controlarme para no iniciar una relación para la que tú no estabas preparada.
Habría sido demasiado fácil valerme de tus sentimientos de adolescente para
persuadirte de que te casaras conmigo; pero sabía que no estaba bien, que no
era correcto.
Le
acarició el labio inferior con el pulgar y ella lo atrapó entre los dientes
mordisqueando con suavidad, sus ojos se dilataron cuando percibió el profundo
suspiro que lo sacudió.
— Lo
primero que voy a hacer, cuando esta nieve nos permita salir es conseguir una
licencia matrimonial — anuncio Damon con voz profunda-
Elena rió
entonces, era un sonido alegre claro dichoso ¡Ahora estaba segura del amor de Damon!
— ¿Y
mientras tanto? —preguntó, incitante.
—Cuando
te pregunté esta tarde si estabas embarazada, deseaba que lo estuvieras.
Entonces habría tenido que casarme contigo, o al menos eso me dije; aunque temo
que un instinto masculino muy primitivo todavía me hace pensar que quizá ésa
sea una buena forma de asegurarme de que no cambies de parecer.
Un hijo
de Damon. La emoción estremeció a la joven y las lágrimas asomaron a sus ojos.
Alargó los brazos, invitándolo a amarla.
—
Quédate conmigo esta noche —suplicó al oído del médico—. Ya hemos pasado
demasiadas noches separados.
—¿Estas
segura de que es lo que deseas? —ella pudo ver la tensión que brillaba en sus
ojos mientras esperaba la respuesta.
— Lo
estoy, mi amor. Nunca estuve más segura de algo en toda mi vida.
FIN
TÍTULO ORIGINAL:
ADORACIÓN SALVAJE
AUTOR:
PENNY JORDAN
genial el final¡ me encanto¡ gracias¡ >^.^<
ResponderEliminar