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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

16 febrero 2013

Salvaje Capitulo Final


CAPITULO 9
La vida siguió su curso, pero para Elena se convirtió en algo que debía ser tolerado más que disfrutado.
Su madre ya pasaba varias horas al día fuera de la cama y Elena encontraba mayores dificultades en evitar el encuentro con Damon, cuando éste hacía sus visitas profesionales.
Todavía persistía en su memoria el recuerdo de su vergonzoso encuentro, al día siguiente de la noche de San Valentín. Ella esperó que él se mostrara igual de ansioso por esquivarla y Elena le dijo sin darle tiempo de que hablara, que no quería volver a verlo. No podría soportar que Damon llegara a darse cuenta de sus sentimientos y la compadeciera por ello.
Por suerte, la agencia que alquilaba los trajes pudo reparar el vestido y decidió que, si era sensata, apartaría de su mente los sucesos de aquella terrible noche.
El único problema era que, sin importar cuán firme fuera consigo durante el día, por la noche, al dormir perdía por completo el control y soñaba una y otra vez con Damon, y con frecuencia despertaba bañada en lágrimas. Una mañana, la señora Gilbert había comentado sobre la palidez y pérdida de peso de su hija, diciendo que parecía que fue ella la que estuvo enferma.
Pronto su madre podría prescindir de su ayuda. Originalmente, Elena pensó en quedarse en Setondale y conseguir un empleo en Newcastle o en Alnwick, pero eso fue antes de saber que Damon había regresado a su pueblo natal.
Se daba cuenta de que sus padres estaban inquietos y preocupados por su repentino cambio, pero aunque una o dos veces Katherine intentó conducir la conversación hacia el tema de Damon, Elena se las ingenió para distraerla. Lo que sentía por él era demasiado doloroso para comentarlo con alguien.
Quizá si Bonnie no estuviera en Los Ángeles, habría hablado con ella. Apenas esa mañana, la joven recibió una carta de su amiga en la que le comunicaba la fecha esperada del nacimiento del bebé y también le decía que Taylor aún no había podido encontrar una secretaria que la reemplazara. Era demasiado tarde ahora para re conocer que quizá cometió un error en no haber ido con ellos. Sin embargo tomo esa decisión con la mejor de las intenciones
El fin de mes trajo nuevas nevadas y la certeza de que la noche de amor con Damon no tendría consecuencias Aunque por lógica debió sentirse aliviada por esto en el fondo percibió una sensación de fracaso y frustración, como si el hecho de no haber concebido al hijo del hombre que amaba la hiciera, de alguna forma, menos mujer.
Razonaba que lo último que podía desear era un hijo ilegítimo, pero de cualquier manera, cada vez que pensaba en ello experimentaba una sensación de vacío interior.
— Damon preguntó ayer por ti — comentó su madre, observándola mientras permanecía inmóvil ante la ventana de la sala, contemplando con expresión distante el paisaje nevado—. Elena, hija, ¿no quieres decirme qué pasa contigo? ¿Puedo ayudarte? —preguntó la señora Gilbert, afligida, cuando la joven no respondió a su primer comentario—. No debes seguir así. Has perdido peso. . . te has vuelto reservada y melancólica. Damon tampoco se encuentra muy bien que digamos. Si han reñido, quizá podrían hablar y. ..
—No se trata de una simple riña, mamá —repuso la joven con tono sombrío sin volverse. La simple mención del nombre de Damon, era suficiente para llevar a sus ojos las ridículas lágrimas que vertía casi cada noche, cuando estaba a solas en su cuarto.
—Tu padre me dijo que Amanda regresó a Londres.
La sensación que la embargó, una mezcla de esperanza y desazón, le advirtió lo vulnerable que era. Se dijo que la partida de Amanda nada significaba y que, en todo caso, aun si la relación del médico con esa chica había terminado, de cualquier manera no había esperanza alguna de que Damon experimentara por ella lo que Elena sentía por él.
Por los comentarios de su amante respecto al deseo de Amanda de un segundo matrimonio, pudo percatarse del poco interés que el médico tenía en establecer un compromiso permanente, y Elena lo amaba demasiado para convertirse en su compañera en una aventura sexual superficial.
—Hablando de Amanda, escuché otro chisme sensacional sobre esa familia. Ni te lo imaginas. . . ¡El alcalde y Lady Anthony van a casarse! Parece que él ha estado enamorado de la dama durante muchos años, pero que el padre de ella les había negado el permiso de casarse; la esposa del vicario me lo contó. La ceremonia tendrá lugar en la capilla privada de la casa señorial y después, habrá una pequeña celebración. Me parece una de las cosas más románticas que. he oído en mucho tiempo, ¿no crees?
Era romántico, y Elena se alegró por la pareja, pero por alguna razón, saber de la dicha de otros sólo acrecentaba su propia desolación.
— Espero que no vaya a nevar pronto — oyó suspirar a Katherine —. Tu padre y yo tenemos una cita para visitar a los Hopkins mañana. No los hemos visto desde antes de Navidad.
Caroline y Bill Hopkins eran amigos de los Gilbert de mucho tiempo atrás y vivían en Alnwick. Habían pasado la Navidad y el Año Nuevo con la hija de ellos, en Leeds, pero regresaron recientemente y parecía que Damon había decidido que la señora Gilbert ya se encontraba en condiciones de hacer el viaje.
—Estoy segura de que Caroline estaría encantada de que nos acompañaras.
Elena movió la cabeza.
—No, gracias, mamá. No me siento muy sociable por el momento. En realidad, ahora que te estás recuperando, creo que debo empezar a buscar un empleo. Tendré que empezar a revisar los periódicos de Londres.
—Oh, pero. . . Elena, tu padre y yo habíamos deseado que. . . Oh, bien, es tu vida, hija.

A la mañana siguiente, temprano, los Gilbert emprendieron el camino hacia Alnwick. Había pasado menos de una hora desde su partida cuando el cielo se ensombreció ominosamente y el viento sopló con más fuerza. Observando los primero copos de nieve, Elena se estremeció y rezó para que sus padres llegaran a la casa de sus amigos sin contratiempos.
Media hora después sonó el teléfono y no se sorprendió cuando el señor Gilbert le comunicó que habían decidido quedarse a pasar la noche en Ainwick, en la casa de sus amigos.
—Me parece muy sensato, papá. Está nevando tanto que apenas puedo ver el sendero desde la ventana.
—Sí, es lo mismo acá, aunque apenas acaba de empezar. Los pronósticos del meteorológico son malos, y lo menos que necesita tu madre ahora es quedar atrapada en una tormenta de nieve. Sin embargo, se preocupa por ti, hija. ¿Estarás bien?
— Oh, papá, ya soy una adulta. He vivido sola durante muchos años, ¿recuerdas?
Oyó la risa divertida de su progenitor.
—Claro, hija. Pero ya sabes cómo son las madres.
El día se alargaba interminable ante ella. Apenas era la hora del almuerzo, aunque afuera estaba oscuro y nevaba de manera tan intensa, que era imposible ver dónde terminaba la tierra y dónde comenzaba el cielo. El viento era tan fuerte que, cuando fue a abrir la puerta trasera para recoger más leños para la chimenea, la fuerza del aire le arrebató la puerta de las manos y la estrelló contra la pared con un ruido ensordecedor.
La nieve se había acumulado ya ante la puerta y Elena tuvo que regresar para ponerse las botas, antes de salir a buscar los leños que necesitaba.
Se estaba sacudiendo la nieve de los pantalones cuando oyó el ruido del motor de un auto. Miró hacia el sendero de entrada y vio la silueta azul de un Land Rover a través de la ventisca. El vehículo se detuvo frente a la verja y, el conductor descendió.
Incluso enfundado en un grueso abrigo de lana, Elena reconoció a Damon. Llevaba la cabeza descubierta y su cabello era re vuelto por el viento.
¿Qué hacía allí?
—Elena, necesito tu ayuda —dijo, al encontrarse con ella en el umbral de la puerta frontal.
Ella lo miró con fijeza, sin responder.
— Escucha, no tengo mucho tiempo. Una de mis pacientes ha iniciado un trabajo de parto prematuro; vive en una de las granjas de la colina y no podré llevarla a tiempo al hospital. Por suerte, en el garaje de Setondale me prestaron este Land Rover que me ha servido para movilizarme.
—Pero... yo no puedo ayudar — dijo Elena con voz incierta—. No tengo preparación médica.
—No te quiero para eso —repuso Damon con cierta impaciencia—. Deseo que ayudes cuidando a los hijos de la señora. Su esposo está en el monte, con sus ovejas. Le pediría a tu madre que los cuidara, pero.
—Mamá y papá no están en casa. Se quedarán en Alnwick, con unos amigos.
Fue un trayecto espeluznante hasta la granja, apenas a unos seis kilómetros de la casa de los Gilbert, pero la cabaña estaba muy arriba en las colinas y, en consecuencia, más expuesta a las inclemencias del clima.
Tres veces el Land Rover se atascó en la nieve, y Damon tuvo que salir y usar palas y arena para que pudiera avanzar otra vez.
Elena apenas podía creer que lo lograrían cuando, por fin, Damon detuvo el vehículo frente a la granja.
Dos pequeñas cabezas asomaron por la puerta trasera a la vez que la joven se apeó del Land Rover. Los niños eran gemelos, sin duda, decidió la chica y siguió a Damon al interior de la casa. La cocina estaba calentada por el fuego de una enorme estufa, y la aflicción en el rostro de la mujer, sentada frente a ella, contaba toda la historia.
—Lamento el retraso —se disculpó Damon—. ¿Cómo se encuentra?
Elena casi pudo sentir en su cuerpo el espasmo de dolor que contrajo el rostro de la mujer, cuando ésta se inclinó hacia adelante.
Pasaron varios segundos antes que pudiera  hablar.
—No creo que tarde mucho. No sabe cuánto me alegra que haya venido, doctor —miró a Elena por primera vez cuando ésta se acerco. La mujer le dirigió una débil sonrisa
—Traje a Elena para que cuide a los niños —explicó el médico, mientras consultaba su reloj de pulsera; medía la frecuencia de las contracciones sin duda, pensó Elena con nerviosismo. Nunca había tenido mucho trato con niños y jamás había estado presente durante el nacimiento de uno.
— Tengo todo listo arriba doctor — informo la mujer embarazada
—Muy bien, señora Thomson, estaré con usted en un minuto.
¿Podrás arreglártelas aquí abajo? —preguntó el médico a Elena y sonrió de manera tranquilizadora a los tres chiquillos que lo miraban con diferentes grados de azoro y temor
— Mami va a tener nuestro bebé — dijo a media voz la mayor de ellos. -
—Si, eso creo. ¿No debo hervir agua o algo? —preguntó Elena.
Damon rió.
— No.
Hacía mucho, mucho tiempo que Elena no lo había escuchado reír con naturalidad y pudo sentir que su corazón se aligeraba en respuesta, al recordar aquellos días más inocentes en los que se había conformado sólo con su amistad.
Mantener a los chicos ocupados no fue una tarea demasiado difícil. Estaban bien educados y el hecho de que la joven fuera una desconocida los inhibió un poco pero cuando Elena vio el tablero de Serpientes y escaleras y sugirió que jugaran a eso los chicos comenzaron a relajarse.
De vez en cuando, Elena alzaba la mirada hacia el piso superior rezando en silencio porque todo resultara bien para la señora Thomson y su bebé.
Cuando la mujer gritó, los gemelos alzaron la mirada con temor y uno de los pequeños se acurrucó, asustado, en el regazo de Elena. Ella le acarició la cabeza con ternura.
—Mami grita.
La joven lo miró, sin saber qué hacer o decir, pero Lyn, la mayor, salió a su rescate, diciendo con la sensatez de una adulta en miniatura:
— No te preocupes Christopher. . . es como cuando Betsy tuvo sus cachorros.
Era una forma de ver la situación, se dijo Elena con ironía y, por supuesto, los niños de una granja debían estar habituados a los alumbramientos.
El tiempo pareció alargarse mientras Elena esperaba, en temeroso silencio. ¿Cuánto tiempo tardaba en nacer un niño? Se puso de pie y se acerco a la estufa buscando más combustible
Cuando regresó, los gemelos le pidieron algo de beber y con la ayuda de Lyn, les sirvió un poco de jugo de naranja. Apenas los habia congregado para reanudar el juego de Serpientes y escaleras”, cuando otro grito desgarrador de la madre rompió el silencio.
Elena contuvo el aliento, abrazando a los gemelos, mientras Lyn, más estoica, se conformó con pararse muy cerca de la joven.
Desde el descanso de la escalera, escuchó que Damon la llamaba y Elena, aturdida, se levantó y se apresuró a atravesar el cuarto.
—¿Puedes venir un momento, Elena?
El médico parecía calmado, aunque apremiante.
Luego de tranquilizar a los pequeños, la joven subió deprisa por la escalera.
Lorna Thomson estaba acostada, con el rostro contraído y el oscuro cabello adherido a su frente y sienes por el sudor Elena experimentó una profunda compasión al escuchar sus gemidos
—¿ Que sucede? —pregunto al medico con ansiedad— Damon, yo.
—Está bien. Todo lo que quiero es que permanezcas a la cabecera de Lorna para que te sujete una mano ¿Puedes hacerlo?
La mujer se retorcía y gritaba y Elena olvidó su temor
—Moja un lienzo en agua fría, para que le limpies la cara — instruyó el médico
Cuando se sentó en el borde del lecho siguiendo las instrucciones de Damon, y sintió que las uñas de Lorna se hundían en su carne, incluso Elena, en su ignorancia, supo que el alumbramiento era inminente.
Una oleada de amor y respeto la invadió al escuchar que Damon exhortaba y tranquilizaba a la parturienta. Lo miró, observando la total concentración de su rostro antes de volverse a limpiar el rostro húmedo de la mujer con el paño
—Sólo un esfuerzo más, Lorna. Puedes hacerlo. Otro.
Un temor reverente invadió a Elena cuando, como hipnotizada, contempló el momento maravilloso del nacimiento de un ser humano. El hecho de que el bebé estuviera amoratado y cubierto de coágulos y moco, no reducía en absoluto su pasmo y admiración ante lo que acababa de presenciar y si alguien le hubiera preguntado como era la criatura habría respondido sin titubear “Bellísima”.
En su aturdimiento y asombro oyó que Damon decía con tono cansado aunque satisfecho.
— Felicitaciones, Lorna; tienes otra hija.
Desde su lugar en la cama, Elena observó, con fascinación, cómo el médico colocaba a la diminuta nena sobre el vientre de su madre. Había lágrimas en los ojos de Lorna Thomson cuando alargó una mano para tocar la cabeza húmeda de su hija.
—Elena, ¿por qué no bajas y nos preparas una taza de té? —sugirió Damon con voz apacible. Por un momento, ella permaneció inmóvil, contemplándolo y luego, como saliendo de un sueño, salió del cuarto y fue a la cocina.
Abajo, los niños la miraron con ojos dilatados e interrogantes, y Lyn preguntó al fin
-—¿Ya llegó nuestro nuevo bebé?
—Ya es una niña —informó Elena— Su madre necesita dormir ahora pero en cuanto haya descansado podrán subir a verla
—Estás llorando —acusó uno de los gemelos y cuando ella se llevó una mano a los ojos humedecidos Elena se percató de que en efecto, lloraba. Se sentía privilegiada y llena de alborozo por haber podido presenciar la magia de un nacimiento. Era algo que recordaría toda su vida.
De manera involuntaria, se llevó una mano al vientre y volvió a experimentar la oleada de desolación que la había embargado cuando supo que no iba a tener al hijo de Damon.
Permanecieron en la granja hasta que regresó el esposo de Lorna. Había cesado la tormenta de nieve y el viento comenzaba a amainar. Jack Thomson les dio las gracias, con lágrimas en los ojos, y Elena se sintió avergonzada de que le agradeciera lo poco que hizo. Los niños ya habían visto a su madre y a su nueva hermana, y Lyn indicaba a sus hermanos, con tono solemne, que no debían tocar a los bebés con las manos sucias.
Había oscurecido cuando Damon y Elena salieron de la granja; la nieve comenzaba ya a congelarse. La joven se estremeció.
Les llevó casi una hora regresar a su casa y, al avistar finalmente la desviación que llevaba al sendero particular, Elena se puso tensa cuando buscó, en vano, una espiral de humo proveniente de la chimenea de la sala.
Al percibir su tensión, Damon la miró.
—¿Qué te pasa?
—Creo que se apagó el fuego de la chimenea de la sala.
Damon frunció el ceño.
—Si es así, la casa estará hecha una nevera.
— Pero tenemos calefacción central — le recordó ella cuando el médico detuvo el Land Rover frente a la puerta. La chica trató de bajar del vehículo mientras hablaba, pero Damon se le anticipó y antes que ella pudiera descender, él estaba del otro lado, ofreciéndole la mano para ayudarla a descender.
Elena lo siguió al interior de la casa, con el corazón agitado. Vio que Damon revisaba el aparato de calefacción central, buscando sin duda el piloto.
— Más vale que vengas conmigo a mi casa — informó al incorporarse—. Si te dejo aquí, te congelarás.
—¿No se molestará Amanda? —se oyó preguntar Elena, con voz áspera.
Los ojos de Damon se endurecieron.
—¿Por qué tendría que molestarse? —inquirió él con frialdad -- Eres la hija de unos viejos amigos, y no puedo permitir que pases la noche en una casa helada cuando la temperatura sigue descendiendo aún más y estando mi casa apenas a unos cientos de metros de aquí.
—Quizá tampoco tu calefacción central está funcionando —sugirió Elena, con irritación. ¿Qué había esperado? ¿Que él negara que Amanda tenía derecho a cuestionar sus decisiones?
—Es muy factible —aceptó él con voz serena; demasiado pausada para gusto de Elena—Sin embargo, al contrario que tú, tuve la sensatez de asegurarme de que todos los fuegos estuvieron encendidos antes de salir.
—Yo también lo habría hecho —respondió Elena de inmediato a su provocación —Los hubiera encendido si no me hubieses sacado de mi casa como lo hiciste.
De repente, el rostro de Damon se relajó en una amplia sonrisa; un gesto que recordó a la joven otras épocas más dichosas. Ella lo miró con enfado cuando él dijo, en son de broma:
—Siempre fuiste una terrible fierecilla, Elena. Quizá eso tenga alguna relación con el color rojizo de tu pelo —le quitó la capucha del rompevientos y le acarició un rizo rebelde.
El calor ascendió por el cuerpo de la joven mientras se apartaba de él, nerviosa.
—Tienes diez minutos para recoger todo lo que puedas necesitar. ¿A qué hora esperas que regresen tus padres? —demandó luego Damon.
—No tengo idea. Iban a regresar esta noche, pero papá llamó para avisarme que, debido a la tormenta de nieve, tendrían que quedarse a pasar la noche en Alnwick.
—Mm. . . Bien, si me das el número de sus amigos, llamaré para decirles dónde estarás mientras recoges tus cosas.
Este era el hermano mayor que ella recordaba de sus días infantiles. Estaba dispuesta a protestar que podía cuidarse sola, pero mientras buscaba el número telefónico de los amigos de sus padres, comenzó a temblar debido al aire gélido.
Damon estaba colgando el receptor cuando ella descendió por la escalera, luego de haberse cambiado de ropa y guardado otra en un maletín.
—Tus padres estaban preocupados por ti. Trataron de llamar esta tarde, para ver si te encontrabas bien. Les expliqué la situación y tu madre dijo que no te preocuparas y que regresarían mañana, antes de la hora del almuerzo.
De modo que no tenia que preocuparse se dijo Elena con ironía mientras permitía que Damon tomara de sus manos la valija y luego esperaba, con impaciencia, a que ella cerrara con llave la puerta trasera ¿Como se suponía que debía sentirse si se veía obligada a pasar la noche en la casa del hombre al que amaba y el cual no abrigaba por ella un sentimiento similar?
— La que podría preocuparse seria Amanda si supiera que he pasado la noche en tu casa —observó la joven con ironía.
Damon le lanzo una mirada de exasperación
— ¿Por que diablos debe importarle a Amanda que pases o no la noche en mi casa? Después de todo, somos adultos conscientes, aunque tú no te comportes como tal.
Elena se removió con inquietud en su asiento.
—No es mi culpa que todos en el pueblo piensen que tú y Amanda son una pareja establecida — murmuró.
— Deja de decir tonterías, Elena. Tal vez te consuele suponer que sublimé mi deseo de Amanda al hacer el amor contigo, tal como tú exaltaste tu amor por Taylor Loockbood, pero no me harás comulgar con tus ridículas ideas sólo para calmar tu conciencia.
—Pero sales con ella — qué diablos se mostraba tan persistente en el tema?
Damon había dado vuelta hacia el sendero y Elena pudo ver su casa, adelante, a la luz de los faros del auto.
— ¿Sí? Parece que sabes más que yo sobre nuestra relación — dijo él con sequedad -—. Creí que sólo estábamos juntos debido a las circunstancias.
—Pero tú.
A punto de recordarle que habia ido a Londres con la otra mujer, Elena se dio cuenta, de repente, de que estaba incursionando en terreno peligroso y opto por un prudente silencio
—Deja de buscar excusas, Elena —agregó Damon con aspereza — Lo ocurrido entre nosotros ya sucedió y por mi parte no lo lamento.
Detuvo el Land Rover con brusquedad. Cuando Elena se enderezó en su asiento, pudo sentir que el corazón le latía con violencia contra el pecho.
— Estoy harto de soportar tus desaires. Siento no haber sido el hombre a quien querías entregar tu virginidad, lo lamento más de lo que imaginas — aseguró con voz fatigada y Elena se percató en ese momento, con una punzada de culpabilidad, que él había tenido una tarde muy pesada —. Si quieres que me disculpe por haberte hecho el amor, o que diga que me arrepiento, temo que voy a negarte ese gusto.
Por primera vez desde que lo conocía, Damon le dio la espalda; descendió del vehículo y se encaminó hacia la puerta de su casa sin ayudarla a apearse del auto o volverse a comprobar que lo seguía.
Ya habia llegado hasta su puerta cuando ella se dio cuenta del frío que sentía y logró seguirlo, con paso torpe.
Damon encendió la luz del vestíbulo y su claro resplandor revelo la tensión que contraía el rostro del médico. Parecía esperar a que ella dijese algo pero que podía agregar? ¿Que tampoco lamentaba haber hecho el amor con el? Que estaría feliz de volver a estar entre sus brazos? ¿Que se encontraba dispuesta a aceptar una aventura superficial, aunque la destrozara por dentro?
—Damon. . . ¿no podríamos declarar una tregua, aunque sea sólo por esta noche?
Ella miro por largo rato, sus ojos brillaban de forma extraña detrás de la negra cortina de pestañas. La contemplaba casi como si resintiera tener que hacerlo casi como Elena sintió que le daba un vuelco el corazón y se humedeció con la lengua los labios resecos nerviosa
—¡Dios no hagas eso! No están las cosas bastante mal ya para que te comportes de manera tan provocativa? — estallo el y masculló una imprecación ahogada mientras aproximaba su rostro al de ella. Elena se aparto con presteza y corno hacia la helada penumbra exterior mientras esas palabras resonaban en su mente fundiendo el pasado con el presente y una vez más fue la adolescente vulnerable que había acudido a él con la dádiva de su amor y deseo, para ser rechazada con crueldad.
—¡Elena! —lo oyó llamarla, pero el grito apenas penetró en el torbellino de sus pensamientos. La nieve era demasiado densa para que ella pudiera correr, pero avanzó con torpeza, sin saber a dónde iba; lo único que importaba era huir.
Cuando Damon la alcanzó ella lanzó un grito angustiado y se volvió con brusquedad para apartarlo de un empujón pero patino y cayó de espaldas en la nieve, arrastrando con ella a Damon.
El peso del médico sobre ella le sacó el aire de los pulmones.
—¡Elena! . . Oh, Dios, ¿estás bien?
Ella habia comenzado a llorar y los sollozos la sacudían de manera incontrolable. Pudo percibir la tibieza de las lagrimas sobre su rostro mientras Damon se incorporaba
El la levanto, la tomo en brazos y la llevo al interior de la casa hasta su estudio.
La nieve cubría la ropa de la joven, y ella no pareció darse cuenta de ello cuando Damon la sentó frente al fuego y comenzó a despojarla de las botas.
—Elena, lo siento. . . Lo siento. . . No quise. . . —sus palabras eran tensas, casi suplicantes y la chica se estremeció, protestando entre sollozos cuando él le quitó las medias y comenzó a frotarle los pies helados.
—Elena, escúchame. . . fue mi mal humor. Nunca quise.
Ella lo oyó maldecir entre dientes y el sonido penetró en su mente aturdida. Lo miró con ojos inexpresivos.
—Vamos hay que quitarte esta ropa húmeda —él le hablaba con suavidad, como si lo hiciera con una niña, y como tal, ella permaneció sentada dócil mientras el la dejaba cubierta sólo con la ropa interior, y luego la envolvía en una toalla grande y tibia—. Quédate aquí iré a preparar una bebida caliente —instruyo por fin.
Cuando él regreso, Elena ya habia recobrado el control Damon le ofreció una de las tazas de humeante café que llevaba en las manos.
— Lo siento — dijo ella en un murmullo—. Fue una estupidez hacer eso.
—Todos hacemos tonterías a veces —Damon parecía tan exhausto y demacrado, que ella quiso acunarle la cabeza entre sus pechos y consolarlo.
—Fue maravilloso. . . esta tarde —susurró Elena casi con timidez, buscando un tema de conversación seguro—. Tan hermosa. . . esa nena era tan perfecta. .
Algo en la cualidad nostálgica en su voz debió conmover a Damon, pues preguntó con suavidad:
—¿Te gustaría tener hijos, Elena?
Solo los tuyos. La joven se sonrojo como si hubiera dado expresión a su pensamiento.
—Sí. . . me gustaría.
El rostro de Damon se ensombreció de repente. Se puso de pie y la miró con intensidad.
—No es posible; me prometí no entrometerme, pero no puedo permitir que arruines tu vida sin hacer algo al respecto. Piensa en todo lo que estás sacrificando al aferrarte a tu amor por Taylor Loockbood. El no te dará hijos; no te ama a ese grado. Sin duda debes darte cuenta de eso. El ya tiene una mujer e hijos.
Elena lo miró, reconfortada por el café caliente y extrañada por la intensidad en la voz del médico.
—¿Has estado enamorado alguna vez, Damon?
El frunció el ceño y se apartó de la chica, de modo que su rostro quedó en la penumbra.
—Sí —su voz le pareció tensa a Elena.
—¿Y.. . y ella te amaba? —¿Por qué porfiaba en atormentarse?
—Alguna vez creí que me quería —las palabras parecieron arrancadas con dificultad de la garganta masculina—. Pero me equivoqué
Alguna mujer en Estados Unidos quizá, Tal vez esa era la razón por la que había regresado a su pueblo. Sin embargo, Elena ya no podía preguntar más no tenia derecho y tampoco la fuerza para escuchar a Damon hablando de la mujer que habia querido a quien quizás amaba todavía
—Tengo algunos informes que llenar ¿te molestaría si trabajo un poco?
Elena negó con la cabeza y lo observó encaminarse hacia su escritorio, donde se sentó. A los pocos segundos, estaba absorto por completo en lo que hacía, dejándola en libertad de contemplarlo a sus anchas.
Damon trabajó durante cerca de una hora, pero Elena no se había aburrido; el crujir de los leños en el fuego, los leves sonidos procedentes del escritorio, donde él trabajaba, y el simple hecho de estar allí, en su compañía, la llenaban de un placer teñido de melancolía. Se quedó dormida mientras él seguía ocupado, y no se percató del hecho de que Damon dejó su pluma para acercarse a mirarla con expresión pensativa. La toalla había resbalado descubriendo la curva suave de un hombro. Cuando él se inclinó para volver a cubrirla, la joven despertó.
Se sobresaltó al verlo tan cerca.
—¿Ya terminaste de trabajar?
— Ya — una leve sonrisa curvó los labios del medico — Tienes hambre? ¿Quieres que prepare algo de comer?
Ella hizo una mueca de disgusto y repuso con voz somnolienta.
—Creo que he perdido el apetito, a últimas fechas —por un momento, Damon la miró con fijeza y luego dijo, con voz tensa:
— Por Dios; Elena, ¿no estarás….?
Cuando sus manos la tomaron por los hombros, ella enfrentó su mirada y adivinó lo que él pensaba.
—No. . . no estoy embarazada.
Era absurdo suponer que por un momento habia visto que la desilusión ensombrecía los ojos de Damon y Elena se dijo que empezar a imaginar cosas era muy mal síntoma.
— Cuando dije que eras provocativa no quise referirme a lo que te imaginaste ¿sabes? — aclaró Damon de improviso
—¿Quieres decir que no tratabas de recordarme que en alguna ocasión cometí el abominable pecado de provocarte? Sé que no era tu intención No me explico por que salí corriendo de esa manera. . . supongo que he tenido demasiadas impresiones este día — se estremeció ante el recuerdo de su actitud
—¿Tienes frío? — las manos de Damon le frotaron los brazos a través de la toalla— Más vale que suba a encender el fuego en una de las habitaciones de otra forma te congelaras esta noche.
—¿Solo en una? ¿Y tu?
Por suerte, Damon no parecio percatarse de la ambigüedad de su pregunta
— Yo no tengo mucho frío; no necesito calefacción. Parece que poseo mi propio termostato natural — hizo una breve pausa — Tu maletín está en el vestíbulo ¿Quieres que lo traiga?
Ella asintió con una inclinación de la cabeza, mientras el encendía la calefacción, ella podría ponerse algo de ropa. Aunque nada había dicho a Damon incluso su sostén estaba empapado después de su caída en la nieve y ansiaba quitárselo.
Esperó hasta oír las pisadas de Damon en la escalera para quitarse la toalla y despojarse del húmedo sostén, tembló un poco por el intenso frío.      
Solo había llevado consigo una muda de ropa interior de modo que, después de un momento de vacilación, se puso un suéter grueso, con la esperanza de que su volumen ocultara el hecho de que no llevaba sostén.
Puso el que acababa de quitarse con el resto de la ropa mojada antes de ponerse una falda plisada, de lana. Damon se quedó unos momentos mirándola desde el umbral cuando regresó al estudio.
—Empieza a nevar otra vez —informó.
Casi en el momento en que pronunciaba esas palabras, las luces oscilaron y luego se apagaron. Afuera ululó el viento.
— ¡Lo que nos faltaba! — estallo el médico
¿Tienes linternas de pilas? —indagó Elena con ironía.
— Es probable que haya alguna en el sótano, pero no quiero arriesgarme a ir allí y romperme la cabeza. Tendremos que conformarnos con velas.
Velas y luz de chimenea; era muy íntimo, muy romántico, pensó Elena. ¡Lo que a ella le faltaba! -
— Cuéntame sobre los Estados Unidos
Damon estaba sentado frente a ella y, por un momento, mientras la miraba, la joven creyó que él había adivinado cómo la afectaba su cercanía.
—No hay mucho que contar —empezó a decir el médico; no obstante, algunas de las historias y anécdotas que le contó resultaron divertidas y, mientras escuchaba la joven rió y él también, olvidando que la risa compartida era tan peligrosa como el silencio compartido. . . quizá más.
Cenaron estofado de carne y verduras que Damon había preparado y servido, negándose a que Elena lo ayudara y luego, mientras envolvía con las manos una taza de humeante chocolate, Elena sintió que la embargaba un delicioso sopor. Dejo la taza sobre una mesita y se reclinó contra el respaldo de su sillón. Sólo cerraría los ojos un momento.
Media hora después seguía dormida, Damon se inclino para mirarla y la tomo en brazos. Ella se desperezo un poco y se acurruco contra el con un suspiro de satisfacción. Los brazos masculinos la ciñeron más estrechamente y Damon frunció el ceño.
Arriba, en el cuarto que él le había preparado, la luz de la chimenea danzaba en los muros, iluminando los diseños florales del papel tapiz.
Él la depositó sobre la cama y luego añadió más leños al fuego, antes de regresar al lado de la joven. No podía dejarla dormir con la ropa puesta.
Elena despertó y lo miró con los ojos nublados por el sueño mientras el empezaba a quitarle el suéter. La joven tiro de la prenda y se la apretó contra el cuerpo, en ademán de protesta.
—Elena no puedes dormir vestida. Mira te traje tu ropa de dormir.
Aturdida por el sueño la joven trato de recordar por que era tan importante que Damon no la despojara del suéter pero fue un esfuerzo demasiado grande, de manera que dejó que se lo quitara y solo recordó la razón cuando sintió el aire frió sobre los pechos desnudos.
Ella vio su expresión al mirarla, y sintió su propia respuesta a esa expresión hambrienta en el vientre.
No se asombró cuando Damon se acercó para tomarla entre sus brazos, parte de ella habia esperado que la tocara esa noche. . . lo habia esperado y deseado.
Sus labios se unieron con suavidad a los de él, y su piel se deleitó en la sensación del contacto de las manos que la recorrían ávidas
Podía percibir el palpitar del corazón de Damon y supo que el de ella latía con igual frenesí. Había deseo y ansiedad en la forma como él la besaba, y no pudo negar una respuesta a esa pasión.
—Elena déjame permanecer contigo esta noche —susurro el contra su piel, mientras besaba la delicada curva del cuello femenino—. Te deseo tanto.
Irónicamente, si Damon no hubiera hablado, ella habría ido al infierno mismo con el, pero el sonido casi angustioso de su voz habia roto el delicado hechizo y Elena se aparto del médico dominada por la tensión y emoción.
—No puedo.
—¿Por qué? —la voz de su amante brotó densa y torturada— ¿Es a causa de él? —el rostro del doctor se contrajo y Elena se sobrecogió al reconocer los celos en el brillo siniestro de los ojos masculinos—. Es posible que lo ames, Elena, pero no puedes tenerlo. Además, es a mí a quien deseas. -
Le acarició un seno para subrayar su aseveración y la sensación obligó a la joven a lanzar un gemido de placer.
—Déjame permanecer contigo esta noche. . . —repitió Damon, suplicante.
—No —la negativa escapó de la garganta de la angustiada joven. Eso era demasiado ya no podía mentir más — No entiendes Damon. No amo a Taylor, nunca lo he querido. . . Es cierto que él me deseó durante algún tiempo, tal como desea a miles de mujeres; y no niego que es atractivo, pero nunca lo he amado.
Damon la contemplo con dureza, mas ella le sostuvo la mirada hasta que él quedó convencido de que no mentía. El médico pareció ponerse más tenso y luego dijo con voz sofocada
—Si no lo amas, entonces ¿por qué?. .
Ella no lo dejó terminar.
— ¿No puedes adivinarlo? No deseo tener sólo una relación sexual contigo. Damon. . . — lo vio respingar ante esas palabras. Parecía ofendido, lastimado—. No puedo acostarme más contigo; no deseo comprometerme en una aventura pasajera, porque eso me destrozaría. Te amo demasiado.
Ya lo había dicho ¡Ahora la dejaría en paz! Se aparto de el volviéndole la espalda, y esperó escuchar la puerta al cerrarse cuando el saliera Damon tenía su propio código de honor ya que sabía la verdad, entenderla. De modo que ella esperó, tensa y peligrosamente cerca de perder su frágil control
Cuando él la toco respingó como si hubiera sido quemada por un carbón ardiente, Damon la hizo volverse hacia él.
— Quiero que me expliques bien esto — pidió el médico con lentitud. Respiraba con agitación como si controlara con dificultad una oleada interior de furia — ¿No quieres acostarte conmigo porque me amas?
Por primera vez en su vida Elena tuvo miedo de que Damon no reaccionara como ella había supuesto. Parecía enfadado violenta y peligrosamente enfadado y la miraba con una expresión que le puso piel de gallina.
—¿Es eso lo que dices?
— Sí.
La soltó de forma tan inesperada que ella se fue de espaldas sobre la cama sin dejar de mirarlo con expresión azorada. El tenia la mirada fija en el techo y respiraba con dificultad.
—No puedo creerlo —su voz era monótona y dura.
— ¿Por qué supones que hice el amor contigo? — preguntó Elena con voz trémula, insegura—. Te aseguro que no fue por algo que tuviera relación con Taylor.
— Todos estos años luché contra mí, contra el impulso de regresar. . . Me decía que lo que habías sentido era sólo un enamoramiento de adolescente. Me mantuve en contacto con tus padres, traté de sonsacarles toda la información que fuera posible. Pensé que eras feliz en Londres, la mujer profesional que daba prioridad a su trabajo y ponía en segundo plano al amor. Trate por todos los medios de olvidarte y convencerme de que no estaba loco por haberme enamorado de una niña de diecisiete años. ¿Tienes idea de lo que sufrí? Me sentía como una especie de pervertido ¿Que pudo hacerte pensar que lo que deseaba era tener un amorío pasajero contigo?
Ella estaba demasiado estupefacta para hablar.
— Yo. . . Tú sólo. . . Tú sólo dijiste que. .  que me deseabas. . . y yo creí que era sólo sexo. . Me dijiste, cuando mencioné a Amanda, que no te interesaba el matrimonio Y
—¡Y por supuesto que con ella no me interesaba, en absoluto! Sólo ha habido una mujer en mi vida con la que he querido casarme. . . y ésa eres tú.
Extendió los brazos hacia ella y la estrechó contra su pecho. Su voz brotó ahogada contra el cabello de la joven.
— Elena. . . mi amor. . . Al pensar en lo cerca que estuvimos de perdernos. . . Esta noche, cuando dijiste que no querías hacer el amor conmigo. . . — calló de repente y la abrazó con una angustia incontenible.
—No podía hacer el amor contigo; tenía miedo de lo que podría revelar si eso sucedía ¿De verdad me has amado durante todos estos años? —la voz le temblaba por la emoción.
La sonrisa de Damon fue maliciosa.
—¿Quieres que te demuestre cuánto? —rió con suavidad al observar la expresión de la joven—. Cuando tenías diecisiete, yo contaba con veinticinco años; era lo bastante maduro para saber lo que quería de la vida, lo bastante mayor para que me aterrorizaran mis sentimientos por ti. Una de las razones por las que fui a los Estados Unidos, fue porque no podía confiar en mí, no me creía capaz de controlarme para no iniciar una relación para la que tú no estabas preparada. Habría sido demasiado fácil valerme de tus sentimientos de adolescente para persuadirte de que te casaras conmigo; pero sabía que no estaba bien, que no era correcto.
Le acarició el labio inferior con el pulgar y ella lo atrapó entre los dientes mordisqueando con suavidad, sus ojos se dilataron cuando percibió el profundo suspiro que lo sacudió.
— Lo primero que voy a hacer, cuando esta nieve nos permita salir es conseguir una licencia matrimonial — anuncio Damon con voz profunda-
Elena rió entonces, era un sonido alegre claro dichoso ¡Ahora estaba segura del amor de Damon!
— ¿Y mientras tanto? —preguntó, incitante.
—Cuando te pregunté esta tarde si estabas embarazada, deseaba que lo estuvieras. Entonces habría tenido que casarme contigo, o al menos eso me dije; aunque temo que un instinto masculino muy primitivo todavía me hace pensar que quizá ésa sea una buena forma de asegurarme de que no cambies de parecer.
Un hijo de Damon. La emoción estremeció a la joven y las lágrimas asomaron a sus ojos. Alargó los brazos, invitándolo a amarla.
— Quédate conmigo esta noche —suplicó al oído del médico—. Ya hemos pasado demasiadas noches separados.
—¿Estas segura de que es lo que deseas? —ella pudo ver la tensión que brillaba en sus ojos mientras esperaba la respuesta.
— Lo estoy, mi amor. Nunca estuve más segura de algo en toda mi vida.
FIN
TÍTULO ORIGINAL:
ADORACIÓN SALVAJE
AUTOR:
PENNY JORDAN

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