Capitulo 22
Damon se detuvo al borde del camino. Estaban bailando. Los
tres. Detrás de la casita de invitados, bajo las estrellas, con la música que
salía a todo volumen del radiocasete que habían colocado en los escalones del
porche. Al observar a su padre, Damon comprendió de dónde provenían sus genes
de deportista. Había visto bailar a Jack en vídeos y en un concierto al que se
vio forzado a asistir con los compañeros del equipo de la universidad. Pero
observarle aquí era diferente. Recordó que algún descerebrado crítico del rock
había comparado la manera de bailar de Jack con la de Mick Jagger, pero Jack no
tenía nada que ver con ese andrógino baile contoneante y escurridizo. Él era
pura fuerza.
April bailaba descalza. Una falda larga y vaporosa se
arremolinaba en torno a sus caderas. Arqueó la espalda y se levantó el pelo.
Cuando esbozó un mohín sensual, Damon vio a la madre imprudente y
autodestructiva de su infancia, la mujer que había sido esclava de los dioses
del rock'n'roll.
Riley se quedó sin aliento y se dejó caer en el césped al
lado del perro. Jack y April cerraron los ojos. Él respondió al shimmy de April
con un movimiento de pelvis. La luz del porche arrancaba destellos de los
brazaletes de su madre. Se movían al mismo ritmo, como si llevaran años
bailando juntos. April se contoneó, frunciendo los labios en un mohín húmedo.
Jack le respondió con el característico gesto de mofa de los rockeros.
Damon no habría ido allí esa noche si April se hubiese
dignado a contestarle los correos electrónicos días atrás. Y allí estaba,
observando a las personas que lo habían concebido bailando ante sus ojos. Un
final perfecto para un día de mierda. Courtney había sido un auténtico coñazo,
y había sentido un enorme alivio cuando las otras mujeres la habían arrastrado
de regreso a Nashville para ir de compras. Los tíos se habían quedado un poco
más. Demasiado en realidad. Damon sólo quería estar con Elena, pero cuando
llegó a casa de Nita Garrison, la casa estaba a oscuras. De todas maneras había
trepado hasta el balcón, pero la puerta estaba cerrada y a través del cristal
había visto la cama vacía de Elena. Sintió una fuerte punzada de dolor antes de
recuperar la cordura. Ella no se iría hasta el sábado, después de la fiesta de
Nita. Al día siguiente arreglaría las cosas, o al menos lo intentaría.
Nada había sido lo mismo desde la excursión del Cuatro de
Julio. Algo se había torcido en ese jueguecito sexual que habían disputado. Al
principio, todo había sido un entretenimiento erótico, incluyendo todos los
cómicos intentos de Elena por parecer una mujer aterrada. Pero al final, cuando
estaban juntos, se había sentido invadido por la ternura, y algo había cambiado
en su interior. Algo que no estaba preparado para analizar.
Riley recuperó el aliento y se reincorporó al baile. Damon se
mantuvo fuera del charco de luz. Lejos de ellos. Tal y como quería estar.
Jack se acercó a Riley, y ella empezó a pavonearse delante de
él, mostrando todo un repertorio de movimientos torpes y caprichosos. April
sonrió ampliamente mientras se alejaba bailando. Su falda formaba remolinos.
Ladeó la cabeza. Giró. Y entonces vio a Damon.
Sin perder el ritmo, le tendió la mano.
Damon se quedó inmóvil. Se acercó bailando hacia él, moviendo
los brazos, incitándolo para que se uniera a ellos.
Él se quedó paralizado, aturdido, prisionero de su ADN. La
música, el baile lo atraían a un lugar donde no quería estar. Esas hélices de
material genético que había heredado habían sido canalizadas hacia el deporte,
pero ahora, esas estructuras entrelazadas lo arrastraban a sus orígenes. Al
baile.
Su padre bailaba.
Su madre bailaba y quería que él también se uniera a ellos.
Les volvió la espalda y se dirigió a paso vivo hacia la casa.
Jack se rió cuando April dejó de bailar de repente.
—Mira, Riley. Somos demasiado para ella.
Jack no había visto a Damon. April forzó una sonrisa. Jack y
Riley estaban aprendiendo a divertirse juntos, no iba echarlo a perder todo
ahora con su tristeza.
—Tengo sed —dijo ella—. Iré a por algo de beber.
Al llegar a la cocina, cerró los ojos. Era dolor lo que había
visto en la cara de Damon, no desprecio. Había querido unirse a ellos —lo había
sentido-—, pero no había sido capaz de dar el primer paso.
Se concentró en hacer un zumo de naranja para Riley y ella.
No podía controlar los sentimientos de Damon, sólo los suyos. «Que sea lo que
Dios quiera.» Sirvió un té helado para Jack. Él quería una cerveza, pero no era
su día de suerte. Ella no había contado con él esa noche. Riley y ella habían
estado sentadas en el patio trasero hablando de chicos y escuchando un viejo
álbum de Prince cuando apareció Jack. Antes de saber cómo, los tres se habían
puesto a bailar.
Jack y ella siempre habían sido la pareja de baile perfecta.
Tenían el mismo estilo y energía. Cuando se encontraba bajo el hechizo de la
música, no pensaba en la insensatez de tener cincuenta y dos años y seguir
fascinada todavía por Jack Patriot. Fuera, la música trepidante dio paso a una
balada. Ella salió con las bebidas y se detuvo en los escalones al ver cómo
Jack intentaba convencer a Riley para que bailara esa canción lenta.
—Pero si no sé —protestó ella.
—Súbete a mis pies.
—¡No puedo hacer eso! Soy demasiado pesada. Te aplastaría los
dedos.
—¿Una pollita flaca y huesuda como tú? A mis dedos no les
pasará nada. Venga. Súbete. —Él la tomó entre los brazos y ella subió sus pies
desnudos encima de las zapatillas de lona de su padre. Se la veía muy pequeña
al lado de él. Y hermosa, con ese pelo rizado, los ojos brillantes y la piel
dorada. April se había quedado prendada de ella.
Se sentó en los escalones y los observó. Cuando era niña,
había visto a una chica de su edad bailar con su padre de esa manera. Su propio
padre, sin embargo, la había tratado como si no fuera más que un estorbo, y
recordaba haberse encerrado en el baño para que nadie la viera llorar. Pero se
había vengado bien de él cuando se hizo mayor. Había conocido a un montón de
chicos a los que darle todo el amor que él había rechazado. Uno de ellos había
sido Jack Patriot.
Riley tenía sentido del ritmo y finalmente se sintió lo
suficientemente confiada para bajarse de los pies de su padre e intentar dar
los pasos ella sola. Jack la guiaba con facilidad. Al final, la hizo girar
sobre sí misma y le dijo que era una campeona, dejando a Riley mareada y
orgullosa. April sirvió las bebidas. Cuando terminaron, Jack anunció que ya era
muy tarde y que Riley debía acostarse, así que la llevó de vuelta a la casa.
April estaba demasiado intranquila para entrar en la casita y acostarse, así
que cogió una manta y se tumbó para mirar las estrellas. Elena se marcharía en
cuatro días, Damon en una semana y media, y ella volvería a Los Angeles justo
después. En cuanto estuviera allí, se dedicaría por entero al trabajo, al fin
había logrado su propósito en la vida.
—Damon está en la casa con Riley —dijo una voz ronca y
familiar —. No la he dejado sola.
Ella levantó la vista y vio que Jack se dirigía hacia ella a
través del césped.
—Pensé que te habías ido a dormir.
—No soy tan viejo. —Se acercó al radiocasete y buscó entre
los CD's dispersos en el escalón. Lucinda Williams comenzó a cantar «Like a
rose»—. Se acercó a la manta y le tendió la mano—. Baila conmigo.
—Es una mala idea, Jack.
—Algunos de nuestros mejores momentos han sido el resultado
de malas ideas. Deja de comportarte como una anciana.
A ella le sentó fatal que le dijera eso —algo que él ya
esperaba— y rápidamente se puso en pie.
—Si intentas meterme mano...
Los dientes de Jack brillaron cuando esbozó una amplia
sonrisa de pirata, y la tomó entre sus brazos.
—Mad Jack sólo se aprovecha de las mujeres menores de treinta
años. Aunque, ahora está oscuro y...
—Cállate y baila.
Él solía oler a sexo y cigarrillos. Ahora olía a roble, a
bergamota, y a la noche. Su cuerpo también era diferente al de aquel chico
flaco que ella recordaba. Todavía era delgado, pero había desarrollado músculo.
Su rostro también había perdido esa apariencia demacrada que tenía cuando había
llegado. La letra de la canción de Lucinda los envolvió. Se acercaron más hasta
que sólo una brizna de aire separaba sus cuerpos. De pronto ni siquiera fue
eso. Ella le rodeó el cuello con los brazos. El le colocó los suyos en torno a
la cintura. April se permitió descansar contra él. Tenía una erección, pero era
algo que estaba ahí. Manifestándose sin exigir nada.
April se dejó llevar por la música. Estaba muy excitada,
sentía que flotaba en un mar húmedo y resbaladizo. Él le acarició el pelo de la
nuca y enterró los labios en el hueco de la oreja. Ella giró la cabeza y dejó
que la besara. Fue un beso profundo, dulce, mucho más excitante que otros besos
de borrachos que se habían dado. Cuando por fin se separaron, la pregunta
implícita en los ojos de Jack atravesó el estado de ensueño de April. Ella negó
con la cabeza.
—¿Por qué? —susurró él, acariciándole el pelo.
—Ya no tengo rollos de una noche.
—Te prometo que esto durará más de una noche. —Le acarició la
sien con el pulgar—. ¿Acaso no te preguntas cómo sería si nos dejáramos llevar?
Más de lo que él podía imaginar.
—Siempre me hago preguntas sobre cosas que no son buenas para
mí.
—¿Estás segura? No somos crios.
Ella se apartó.
—Ya no me atraen los rockeros guapos.
—April...
Sonó el móvil en los escalones. «Gracias, Dios mío.» Ella se
apresuró hacia el porche.
—No irás a contestar... —dijo él.
—Tengo que hacerlo. —Mientras se acercaba a los escalones, se
apretó los labios con el dorso de la mano, pero no sabía si era para borrar el
beso o para conservarlo—. ¿Sí?
—April, soy Ed.
—Ed. Estaba esperando tu llamada. —Entró con rapidez en la
casita de invitados.
Transcurrió media hora antes de que ella dejase de hablar por
teléfono. Salió para recoger las cosas y se quedó sorprendida al ver a Jack
todavía allí, tumbado sobre la manta, mirando las estrellas. Tenía una rodilla
doblada y el brazo bajo la cabeza. Se sintió demasiado feliz al ver que la
había esperado.
Jack le habló sin mirarla.
—Háblame de él.
Ella oyó el tono áspero de su voz y recordó aquellos viejos
ataques de celos. Si no hubiera dejado esos juegos hacía mucho tiempo, le
habría dicho que se fuera al infierno, pero se sentó en la manta y dejó que la
falda formara pliegues alrededor de sus rodillas.
—Ellos.
—¿Cuántos?
—¿Ahora mismo? Tres.
Ella se puso rígida cuando él se giró para mirarla de frente.
Pero no la atacó.
—Entonces no son tus amantes.
Fue una afirmación, no una pregunta.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo sé.
—Esos hombres me llaman a todas horas.
—¿Por qué lo hacen?
April sólo percibió curiosidad en su tono. O a él no le
importaba que estuviera con ellos, o había comenzado a entender a la mujer en
la que se había convertido. Se recostó en la manta.
—Soy alcohólica y drogadicta rehabilitada. Llevo años en
Alcohólicos Anónimos. Ahora mismo soy la orientadora de tres hombres y una
mujer, pero no resulta fácil al no estar en Los Angeles, aunque ellos no
quisieron cambiar de orientador.
—Comprendo que no lo hicieran. Seguro que eres muy buena. —Se
apoyó en un codo para mirarla—. Jamás te he olvidado, ¿lo sabes, no?
Ella tenía que recordar cómo eran las cosas realmente, y no
cómo quería que fueran.
—No soy yo lo que no puedes olvidar. Es la culpabilidad que
sientes por Damon.
—Conozco la diferencia, y eres la única mujer que jamás he
podido olvidar.
Mientras April lo miraba fijamente a los ojos, él inclinó la
cabeza y la besó otra vez. Su boca se volvió suave y maleable bajo la de él.
Pero cuando sintió la mano de Jack entre las piernas, recordó que los
sentimientos de Jack hacia ella siempre comenzaban y terminaban debajo de los
pantalones. Salió de debajo de él y se puso de pie.
—Ya te lo he dicho. Ahora no hago estas cosas.
—¿Esperas que crea que has renunciado al sexo?
—Sólo con los rockeros. —Se dirigió a los escalones para
apagar la música y recoger las cosas—. He mantenido tres largas relaciones
desde que estoy sobria. Un policía, un productor de televisión y el fotógrafo
que me introdujo en Galería de Corazones. Todos eran tíos estupendos, y ninguno
cantaba. Ni siquiera en los karaokes.
A través de la oscuridad, ella vio la suave sonrisa burlona
de Jack cuando se puso de pie.
—Pobre April. Mira que privarte de toda esa pasión de los
rockeros.
—Al menos, me respeto a mí misma. Que es más de lo que tú
puedes decir.
—Sé que te sentirás decepcionada, April, pero hace mucho
tiempo que dejé los rollos de una noche. Ahora tengo relaciones de verdad. —Recogió
la manta y la arrastró hacia ella—. Es lo único que tú y yo no hemos intentado
nunca. Quizá haya llegado el momento de que lo probemos.
Ella se quedó tan aturdida que no pudo más que clavar los
ojos en él. Jack le puso la manta en las manos, la besó suavemente en la
mejilla, y la dejó sola.
A las siete de la mañana siguiente, Damon llegó al porche
trasero de la casa de Nita. Odiaba saber que había lastimado a Elena el día
anterior. La única razón de que la hubiera mantenido al margen era que no quería
contestar a las preguntas que sus amigos le harían. ¿Cómo podía explicarles
quién era ella cuando ni él mismo se aclaraba? Sabía cómo manejar a las mujeres
como amante o como amigo, pero no como ambas cosas a la vez.
Una paloma sobrevoló el tejado de Nita cuando llegó a la
puerta trasera. Entró sin llamar. Nita estaba sentada a la mesa de la cocina
con una enorme peluca rubia y una bata con flores de muchos colores.
—Voy a llamar a la policía —dijo ella, más molesta que
enfadada—. Te arrestarán por allanamiento de morada.
Él se acuclilló para rascar detrás de las orejas a un Tango
semidormido.
—¿Puedo tomar antes un café?
—Son apenas las siete. Deberías haber llamado.
—No estaba de humor para hacerlo. Es lo mismo que cuando
usted se presenta en mi casa sin molestarse en llamar.
—Mentiroso. Siempre llamo. Y Elena aún está durmiendo, así
que vete y no la molestes.
Él llenó dos tazas con el café cargado de Nita.
—¿Qué hace en la cama tan tarde?
—Eso no te incumbe. —Finalmente la indignación de Nita
burbujeó hacia la superficie, y lo apuntó con el dedo índice como si fuera una
pistola.
—Le has roto el corazón. Y ni siquiera te importa.
—Elena está enfadada, no dolida. —Miró a Tango—. Déjenos
solos un rato.
La silla chirrió cuando ella se levantó bruscamente de la
mesa.
—Un consejo señor Casanova. Si yo fuera tú, le echaría un
vistazo a lo que ella oculta bajo el lavabo del baño.
Ignorándola, se dirigió arriba.
A Elena no le sorprendió oír a Damon hablando con Nita en la
planta de abajo. Los rayos de sol entraban por las puertas del balcón mientras
terminaba de subirse los vaqueros. No hubiera podido soportar que entrara por
el balcón la noche anterior, así que había pasado la noche en el dormitorio que
había junto al de Nita. Ahora él intentaría engatusarla para congraciarse con
ella. Vaya suerte la suya.
Al sentarse en la cama para ponerse las sandalias, él
apareció por la puerta. Rubio, macizo e irresistible. Elena tiró con brusquedad
de la correa de la sandalia.
—Tengo que hacer un montón de cosas antes de la fiesta de
mañana para Nita, y no quiero discutir ahora.
Él dejó la taza de café en la mesilla de noche.
—Sé que estás cabreada.
Estar cabreada sólo era la punta del iceberg, luego estaba
ese otro asunto que era un secreto.
—Más tarde, Damon. Los hombres de pelo en pecho evitan este
tipo de discusiones.
—Déjate de tonterías. —Como siempre, la voz del quarterback
que llevaba dentro la tomó por sorpresa—. Lo de ayer no fue nada personal. No
de la manera que crees.
—Te aseguro que lo sentí como algo muy personal.
—Crees que me avergonzaba presentarte a mis amigos por esas
ropas que llevas y tu aspecto descuidado, pero nada más lejos de la verdad.
Ella se puso de pie con rapidez.
—No malgastes saliva. No soy el tipo de mujer con el que tus
amigos esperan ver a Malibú Damon, y no querías ponerlos a prueba.
—¿Realmente piensas que soy así de mezquino?
—No. Creo que te comportaste como un caballero, tratando de
no ponerme en evidencia presentándome como si fuera sólo una amiga con derecho
a roce.
—Eres más que una amiga, Elena. Eres uno de mis mejores
amigos.
—¿Y eso qué significa? ¿Que soy tu coleguita o... un
amiguete?
Él se pasó la mano por el pelo.
—No tenía intención de lastimarte. Sólo quiero que lo que hay
entre nosotros siga manteniéndose en privado.
—Como todas las demás cosas de tu vida que quieres mantener
en privado. ¿No te pierdes con tanto secretismo?
—No tienes ni idea de lo que significa ser un personaje
público —replicó él—. Tengo que ser precavido.
Ella cogió la taza de café y agarró con rapidez el bolso de
los pies de la cama.
—Lo que quiere decir que me he convertido en otro de tus
sucios secretitos.
—Ése es un golpe bajo.
Ella no podía continuar con aquella discusión, no cuando
tenía su propio secreto que ocultar.
—Te lo voy a poner bien fácil. Hoy es viernes. Mañana es la
fiesta de Nita. Tengo que resolver unas cosas el domingo, pero a primera hora
del lunes pondré rumbo a lo desconocido.
La expresión de Damon se volvió furiosa.
—No digas gilipolleces.
—¿Por qué? ¿Por qué lo dejo yo y no tú? —Todas las emociones
que ella no quería sentir (tristeza, miedo, dolor), la invadieron de golpe,
pero las contuvo a fuerza de voluntad—. La vida es corta, Boo. Ya tengo un
coche de alquiler, y compré un mapa de carreteras nuevecito. Ha sido un placer
estar contigo, pero ya es hora de que siga mi camino.
Ella se estaba comportando de una manera irracional, y cerró
los puños.
—Por lo que se ve, necesitas tiempo para madurar. —Sus
palabras fueron tan frías que ella medio esperaba ver una nubecilla de vapor
saliendo de su boca—. Hablaremos de esto mañana en la fiesta de Nita. Tal vez
entonces puedas pensar como un ser humano racional. —Salió a grandes zancadas
de la habitación.
Ella se recostó en la cama, deseando tontamente que él la
hubiera tomado entre sus brazos para pedirle perdón. Esperaba como mínimo que
le hubiera dicho algo sobre los murales antes de comenzar el asalto. Ya los
habría visto a esas alturas. El día anterior, había recibido un sobre en el
buzón de Nita con un cheque de April. Eso era todo. Ninguna nota personal.
April y Damon tenían un gusto impecable. Estaba claro que odiaban los murales.
Había sabido que lo harían. Pero, a pesar de todo, había esperado que no lo
hicieran.
Damon recorrió la alfombra rosa del pasillo. Si se
concentraba en retorcerle el cuello a Elena, no tendría que pensar en que se
había comportado como un imbécil. Odiaba saber que la había lastimado. Elena creía
de verdad que a él le avergonzaba presentarla a sus amigos, pero no era
vergüenza lo que sentía. Si esos tíos se hubieran molestado en hablar con ella
en vez de tratarla como a una criada, se habrían enamorado de Elena al
instante. Pero Damon no quería que nadie —en especial sus compañeros de equipo—
vieran algo personal en la relación que mantenía con Elena cuando todavía era
algo muy reciente. Caramba, ni siquiera hacía dos meses que la conocía.
Y ahora ella pensaba dejarle. Debería haber comprendido desde
el principio que no podía contar con ella. Pero después de cómo la había
tratado ayer, tampoco podía culparla.
Al bajar las escaleras recordó algo que le había dicho Nita.
A la anciana le encantaba meter cizaña, pero también era cierto que se
preocupaba por Elena a su retorcida manera. Se dio la vuelta y volvió arriba.
El baño de Elena tenía las paredes rosas, toallas del mismo
color y una cortina de ducha estampada con botellas de champán. Una toalla,
húmeda de la ducha, colgaba torcida del toallero. Él se inclinó frente al
lavabo, abrió la puerta del mueble, y clavó los ojos en la cajita que tenía
delante.
Oyó unos pasos apresurados a sus espaldas.
—¿Qué estás haciendo? —dijo ella sin aliento.
Cuando la mente de Damon registró lo que veía, se le subió la
sangre a la cabeza. Cogió la caja y de alguna manera logró ponerse de pie.
—¡Deja eso! —gritó ella.
—Me dijiste que tomabas la píldora.
—Y la tomo.
Además, también habían usado condones. Con excepción de un
par de veces..., la miró. Ella estaba paralizada, con los ojos muy abiertos y
la piel pálida. Él sostuvo en alto el kit de la prueba del embarazo.
—Supongo que esto no pertenece a Nita.
Ella intentó dirigirle una mirada obstinada, pero no pudo.
Las pestañas le rozaron las mejillas cuando bajó la mirada.
—Hace unas semanas, después de tomar esos camarones en mal
estado en Josie's, vomité la píldora. En aquel momento no me di cuenta.
Un tren de alta velocidad se acercaba para arrollarlo.
—¿Me estás diciendo que vomitar la píldora puede hacer que te
quedes embarazada?
—Es posible, supongo. Tenía que haber tenido la regla la
semana pasada, y no sabía por qué no me venía. Luego recordé lo sucedido con la
píldora.
Él giró la caja entre las manos. El pitido del tren le
taladraba la cabeza.
—No la has abierto.
—Mañana. Después de la fiesta de Nita.
—No. Ni hablar. —La hizo entrar en el cuarto de baño y cerró
la puerta con la palma de la mano. Sintió que se le entumecían los dedos—. Lo
harás hoy. Ahora mismo. —Desgarró el celofán de la cajita.
Elena lo conocía al dedillo, y sabía que ésa era una pelea
que no iba a ganar.
—Espera en el pasillo —dijo ella.
—Ni de coña. —Abrió la cajita de un tirón.
—Acabo de hacer pis.
—Pues vuelve a hacerlo. —Sus manos, normalmente tan ágiles,
le temblaron cuando intentó desdoblar el prospecto.
—Date la vuelta —dijo ella.
—Déjalo ya, Elena. Acabemos con esto de una vez.
En silencio, ella tomó la cajita. Él permaneció allí,
observándola. Esperando. Al final, Elena consiguió acabar el trabajo.
El prospecto decía que debían esperar tres minutos. El
controló el tiempo en el Rolex. Tenía tres esferas, una de ellas era un
tacometro, pero a él lo único que le interesaba era el lento recorrido del
segundero. Mientras pasaba el tiempo, una docena de pensamientos a los que no
podía dar nombre —a los que no quería dar nombre—, cruzaron por su cabeza.
—¿No ha pasado ya el tiempo? —dijo ella finalmente.
El estaba sudando. Parpadeó y asintió.
—Mira tú —susurró ella.
Él cogió la varilla con las manos húmedas y pegajosas, y la
estudió. Al final levantó la mirada y buscó la de ella.
—No estás embarazada.
Ella asintió, indiferente.
—Vale. Ahora vete.
Damon dio vueltas en la camioneta durante un par de horas y
acabó en una carretera secundaria. Detuvo el vehículo en el arcén y se bajó. No
eran ni las diez y ya se preveía que sería un día abrasador. Oyó el sonido del
agua y lo siguió hasta el bosque, donde llegó hasta un riachuelo. En la orilla
había una lata de aceite oxidada junto a unas llantas viejas, los muelles de un
colchón, unos conos de señalización y más trastos abandonados. No estaba bien
que la gente tirara tanta mierda.
Se puso manos a la obra y comenzó a sacar la basura del agua.
Poco después tenía las deportivas empapadas y estaba cubierto de lodo y grasa.
Resbaló en unas rocas llenas de musgo y se mojó los pantalones cortos, pero el
agua fría le sentó bien. Le habría gustado que hubiera más basura que recoger
así podría pasarse allí todo el día, pero en poco tiempo el riachuelo estaba
limpio.
Su mundo se desmoronaba. Cuando subió a la camioneta, casi no
podía respirar. Daría una caminata al llegar a la granja para aclarar las
ideas. Pero no fue eso lo que hizo. Sin querer, se encontró recorriendo la
estrecha senda que llevaba a la casita de invitados.
El sonido de la guitarra llegó a él cuando salió de la
camioneta. Jack estaba sentado en el porche en una silla de la cocina, tenía
los tobillos desnudos cruzados sobre la barandilla, y la guitarra contra el
pecho. Tenía barba de tres días, una camiseta de Virgin Records, y unos
pantalones cortos de deporte de color negro. Los calcetines enlodados de Damon colgaban
alrededor de sus tobillos y las deportivas rechinaban cuando se acercó al
porche. Una cautela familiar asomó a los ojos de Jack, pero siguió tocando.
—Parece que has perdido un concurso de lucha de cerdos.
—¿ Hay alguien más por aquí?
Jack rasgueó un par de acordes.
—Riley está montando en bicicleta, April salió a correr. Creo
que estarán pronto de vuelta.
Damon no estaba allí por ellas. Se detuvo al pie de los
escalones.
—Elena y yo no estamos comprometidos. La recogí en las
afueras de Denver hace un par de meses.
—Me lo dijo April. Es una pena. Me gusta esa chica. Me hace
reír.
Damon se frotó los pegotes de barro que tenía entre los
nudillos.
—Fui a ver a Elena esta mañana. Hace un par de horas. —Ahora
notaba el estómago revuelto, e intentó respirar profundamente—. Ella creía que
podía estar embarazada.
Jack levantó la cabeza y dejó de tocar.
—¿Lo está?
Un pájaro cantó en el tejado de cinc. Damon negó con la
cabeza.
—No.
—Felicidades.
Damon se metió las manos en los bolsillos húmedos y pegajosos
y luego las sacó otra vez.
—Esas pruebas de embarazo que se compran en las farmacias,
tienes que... quizá ya lo sabes. Tienes que esperar tres minutos para conocer
el resultado.
—Ya.
—La cosa es... que tuve que esperar esos tres minutos y... y
un montón de pensamientos cruzaron por mi cabeza.
—Supongo que es normal.
Los escalones rechinaron cuando Damon subió al porche.
—Pensaba en que tendría que pagarle a Elena un seguro médico
y me preguntaba si debía confiar a mi abogado la manutención del niño o dejar
que lo hiciera mi agente. O cómo lograría mantenerlo al margen de la prensa. Ya
conoces el percal.
Jack se levantó y dejó la guitarra en la silla.
—Una reacción motivada por el pánico. Recuerdo los síntomas.
—Sí, bueno, cuando tuviste esa reacción de pánico ¿tenías
qué... veinticuatro años? Yo tengo treinta y uno.
—Tenía veintitrés, pero para el caso es lo mismo. Si no
pensabas casarte con Elena, al menos tenías que dejar arregladas algunas cosas.
—No es lo mismo. April estaba como una cabra. Elena no. Es
una de las personas más cuerdas que conozco. —Tenía intención de detenerse en
ese momento, pero no pudo—. Me dijo que la he convertido en uno de mis sucios
secretitos.
—Las personas que no han padecido la fama no lo entienden.
—Eso es lo que le dije a ella. —Se frotó el estómago
revuelto—. Pero en esos tres minutos y... lo que estuve pensando. Con tantos
planes que hacer: el abogado, la manutención del crío...
—Es normal que toda esa clase de mierda te cruce por la
cabeza de vez en cuando. Olvídalo.
—¿Cómo se supone que debo hacerlo? De tal padre, tal hijo,
¿no?
Damon se sentía como si le estuviera abriendo su corazón,
pero Jack se burló.
—No te pongas a mi nivel. Te he visto con Riley. Si Elena hubiera
estado embarazada, no le habrías vuelto la espalda a ese niño. Habrías estado a
su lado mientras crecía.
Damon debería poner punto y final a la conversación, pero se
le doblaron las rodillas y se encontró sentado en el escalón.
—¿Por qué hiciste las cosas de esa manera, Jack?
—¿Por qué demonios crees que lo hice? —replicó Jack
sarcástico—. Podría endulzarlo para ti, pero el meollo del asunto es que no
sabía cómo tratar a April, y no quería preocuparme por ti. Era una estrella del
rock, nene. Un icono americano. Estaba demasiado ocupado concediendo
entrevistas y dejando que todos me besaran el culo. De haber cedido, habría
tenido que comportarme como un padre, y ¿dónde estaría la diversión entonces?
Damon dejó caer las manos entre las rodillas y jugueteó con
la pintura descascarillada del escalón.
—Pero cambiaste, ¿no?
—Nunca.
Damon se puso de pie.
—No digas gilipolleces. Recuerdo esas reuniones padre-hijo
cuando tenía catorce y quince años. Intentabas compensar todos esos años
perdidos mientras yo te escupía a la cara,
Jack agarró la guitarra.
—Mira, estoy trabajando en una canción. Justo porque ahora
quieras escarbar en esa vieja mierda no quiere decir que yo también tenga que
coger una pala.
—Sólo dime una cosa. Si tuvieses que volver a hacerlo desde
el principio...
—No puedo hacerlo, así que déjalo.
—Pero si pudieras...
—¡Si pudiera hacerlo de nuevo, te habría arrancado de su
lado! —dijo ferozmente—. ¿Y sabes qué? En cuanto te hubiera tenido conmigo,
habría aprendido a ser un padre. Por fortuna para ti, eso no ocurrió porque,
como bien sabes, has sabido encontrar tu propio camino y te ha ido
estupendamente. Cualquier hombre se enorgullecería de tener un hijo como tú.
Ahora, ¿estás satisfecho ya o tenemos que darnos un jodido abrazo?
El nudo del estomago de Damon se aligeró por fin. Ahora podía
respirar con alivio.
Jack dejó la guitarra a un lado.
—No puedes hacer las paces conmigo hasta que no las hagas con
tu madre. Se lo merece.
Damon se frotó la puntera enlodada de la deportiva contra el
escalón inferior.
—No es fácil.
—Es mejor que seguir sufriendo.
Damon se dio la vuelta y enfiló hacia la camioneta.
Damon dejó los calcetines y las deportivas enlodadas en el
porche. Como siempre, nadie se había acordado de cerrar la puerta principal.
Dentro, la casa estaba fresca y tranquila. Había gorras suyas colgadas en el
perchero. Al lado de la bandeja metálica donde dejaba las monedas y las llaves
había una foto de él de cuando tenía ocho o nueve años. Tenía el pecho desnudo
y huesudo, las rodillas nudosas bajo los pantalones cortos, y un casco de
fútbol americano sobre su pequeña cabeza. April se la había tomado un verano
cuando estaban viviendo en Venice Beach. Las fotos de su infancia estaban por
toda la casa, incluso las que ni siquiera recordaba.
La noche anterior, Riley había intentado forzarle a ver los
murales, pero él había querido verlos con Elena por primera vez, y se había
negado. Ahora, pasó por delante del comedor sin asomarse y llegó a la sala. Los
sofás, muy largos, eran perfectos para su estatura, y el televisor había sido
colocado de manera que él pudiera ver los partidos sin que la luz se reflejara
en la pantalla. El vidrio tallado que protegía la mesita de madera de café
hacía que fueran innecesarios los posavasos. Los cajones tenían todo lo que
podía necesitar: libros, los mandos a distancia, cortaúñas. En el piso
superior, ninguna de las camas tenía pies, y las encimeras de los baños estaban
más altas de lo normal. Las duchas eran espaciosas y de los toalleros colgaban
toallas enormes, sus preferidas. Y era April quien lo había hecho todo.
Oyó el eco de sus sollozos de borrachera.
«No te enfades conmigo, cariño. Todo mejorará. Te lo prometo.
Dime que me quieres, cariño. Si me dices que me quieres te prometo que no
beberé más.»
La mujer que lo había asfixiado con su amor tortuoso y
errático no podría haber creado ese oasis en el que se había convertido su
casa.
Ya había tenido suficiente por ese día. Necesitaba tiempo
para analizar todos esos sentimientos confusos con calma, salvo que ya había
tenido años, y, ¿para qué habían servido? A través de la puerta corredera, vio
que April subía al porche cubierto. Jack y él habían construido ese porche,
pero ella lo había creado: techos altos, ventanas paladianas, suelos de color
pizarra que se mantenían frescos incluso en los días más cálidos.
Ella se llevó las manos a los lumbares mientras se recuperaba
de la carrera. Su cuerpo brillaba de sudor. Llevaba pantalones cortos de
ciclista de color negro, un top en azul eléctrico, y se había recogido el pelo
en una coleta torcida mucho más elegante que el peinado descuidado de Elena.
Damon necesitaba una ducha. Necesitaba estar a solas.
Necesitaba hablar con Elena, que lo comprendía todo. Pero lo que hizo fue
agarrar la manilla de la puerta corredera y salir en silencio al porche.
La temperatura ya había alcanzado los treinta grados
centígrados, pero el suelo estaba frío contra sus pies desnudos. April le daba
la espalda. Él había movido las sillas la noche anterior cuando había regado el
porche con la manguera, y ella las estaba colocando de nuevo. Damon se dirigió
hacia el reproductor de CD's que había en cima de una estantería de hierro
Forjado. No se molestó en mirar qué CD estaba puesto. Si era de su madre,
serviría. Le dio al botón.
April se giró de golpe cuando la música salió con estrépito
de los pequeños altavoces. Abrió la boca, sorprendida. Observó que estaba
cubierto de barro y comenzó a decir algo, pero él habló primero.
—¿Bailas?
Ella lo miró fijamente. Pasaron unos agonizantes segundos sin
que dijera nada. No podía pensar en nada para animarla, así que comenzó a
llevar el ritmo. Con los pies, las caderas, los hombros. Ella estaba
paralizada. Él le tendió la mano, pero su madre —esa mujer que vivía para
bailar cuando el resto de los mortales andaban— había olvidado cómo moverse.
—Puedes hacerlo —susurró él.
Ella soltó un sollozo ahogado, un sonido entre el llanto y la
risa. Luego arqueó la espalda, levantó los brazos y se abandonó a la música.
Bailaron hasta que el sudor resbaló por sus cuerpos. De rock
a rap, se esmeraron en sus movimientos, cada uno intentando superar al otro. A
April se le pegaban los mechones de cabellos al cuello, y las gotas de lodo
caían de las piernas desnudas de Damon al suelo de pizarra. Mientras bailaban,
él se acordó de que ésa no era la primera vez. Había bailado con él cuando era
niño. Lo arrancaba de los videojuegos o la tele, algunas veces incluso de su
desayuno si ella llegaba tarde a casa. Al parecer, se había olvidado de los
buenos ratos.
En medio de una canción, la música se interrumpió de repente.
Se oyó el graznido de un cuervo rompiendo el silencio. Vieron que una Riley
enfadada había apagado el reproductor de CD's y los miraba con las manos en las
caderas.
—¡Está demasiado alto!
—Oye, vuelve a ponerlo —dijo April.
—¿ Qué estáis haciendo ? Es hora de almorzar, no de bailar.
—Cualquier momento es bueno para bailar—dijo Damon—. ¿Tú que
opinas April? ¿Deberíamos dejar que mi hermanita bailara con nosotros?
April alzó la nariz.
—Dudo que pueda llevar nuestro ritmo.
—Claro que puedo llevarlo —dijo Riley—. Pero tengo hambre. Y
vosotros oléis fatal.
Damon se encogió de hombros mirando a April.
—No puede llevar nuestro ritmo. Riley arrugó el ceño ante la
afrenta. —¿Quién lo dice?
April y Damon la miraron fijamente. Riley les devolvió la
mirada con cólera. Luego puso de nuevo la música, y bailaron todos juntos.
genial¡ me encanta¡ espero el próximo con ganas¡ ^^
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