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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

27 diciembre 2012

La seductora Capitulo 06


Capitulo 06
Mientras el conductor se alejaba, Damon metió los pulgares en los bolsillos traseros y examinó el carromato como si se tratara de un coche nuevo y reluciente. Ella no le esperó para subir la escalerilla y abrir la puerta.
El interior de color rojo oscuro era tan mágico como el exterior. Los mismos unicornios que bailaban entre las vides y flores del exterior decoraban cada superficie de las vigas que sostenían el techo curvo, los costales de madera, y las paredes. En la parte posterior del carromato, se había apartado a un lado una cortina de raso adornada con ribetes y flecos, dejando a la vista una cama que a Elena le recordó la litera de un barco.
En el lado izquierdo había una litera alta con un armario de doble puerta debajo. Los muebles pequeños, envueltos en papel de estraza, habían sido depositados en el suelo.
El carromato tenía dos ventanas diminutas, una en el centro de la pared lateral donde estaba la mesa, y otra sobre la cama de atrás. Ambas tenían cortinas blancas de encaje con dibujos de casas de muñecas, y estaban recogidas con un cordón trenzado de color púrpura. Sobre un rodapié, un conejo moteado comía una sabrosa zanahoria. Era tan acogedor, tan absolutamente perfecto, que a Elena le habrían dado ganas de llorar, si no se hubiera olvidado de cómo se hacía.
Damon entró detrás de ella y miró alrededor.
—Increíble.
—Debe de haberte costado una fortuna.
—Hizo un buen trato.
No hacía falta preguntar quién.
Solo el centro del carromato tenía la altura suficiente para que Damon pudiera mantenerse completamente erguido. Comenzó a desenvolver una mesa de madera.
—Hay un tío en Nashville que está especializado en restaurar este tipo de caravana gitana. Así es como las llaman. Al parecer algún ricachón se echó atrás después de encargarla.
Caravana gitana. Le gustaba el nombre. Sugería algo exótico.
—¿Cómo te convenció April para comprarla?
—Me dijo que sería un buen lugar para acomodar a los invitados que bebieran demasiado. Además, algunos de mis amigos tienen niños, y pensé que sería entretenido para ellos.
—Ya veo, y decidiste añadirla a tu colección. La única caravana gitana de los alrededores y todo eso.
Él no lo negó.
Ella pasó la mano por las paredes.
—Hay muchas serigrafías, pero casi todo está hecho a mano. Es un buen trabajo.
Damon comenzó a curiosear, abrió las puertas de la alacena y los cajones, y examinó un aplique de hierro forjado con forma de caballito de mar.
—Tiene tomas eléctricas, así que podremos tener luz. Tengo que decírselo al electricista.
Elena quería quedarse un rato más, pero él mantuvo la puerta abierta para ella, lo que la obligó a seguirlo al jardín delantero. El electricista estaba en cuclillas ante una caja de conexiones, en la radio que tenía al lado sonaba una vieja canción de Five for Fighting. April estaba a unos metros, con un bloc de notas, estudiando las losas que se colocarían en la parte posterior de la casa. La canción de Five for Fighting terminó y comenzó a sonar «Adiós, hasta luego», una de las baladas de Jack Patriot. Los pasos de Damon vacilaron, el cambio de ritmo fue tan sutil que Elena no se habría fijado si April no hubiera levantado la cabeza de golpe al mismo tiempo. Cerró el bloc.
—Apaga la radio, Pete.
El electricista la miró por encima del hombro, pero no se movió.
—Olvídalo. —April se puso el cuaderno debajo del brazo y se metió dentro. Al mismo tiempo, Damon atravesó el jardín delantero para hablar con el electricista.
Elena echó un vistazo al descuidado jardín. En vez de buscar la manera de llegar a la ciudad para encontrar trabajo, pensó en lo que acababa de suceder. «Adiós, hasta luego», terminó y comenzó a sonar una canción de las Hermanas Moffatt, «Vidas doradas». Algunas de las mejores emisoras musicales del país se dedicaban a poner canciones de las Hermanas Moffatt desde la muerte de Marli, generalmente junto con «Adiós, hasta luego» de Jack Patriot, algo que Elena encontraba bastante vulgar ya que Jack y Marli llevaban años divorciados. Siguió pensando en todo ello mientras entraba en la casa.
Tres hombres hablando en un idioma que no entendía colocaban las puertas superiores de los armarios. April estaba sentada en un rincón del comedor mirando con el ceño fruncido una hoja de su bloc.
—Tú eres artista —le dijo a Elena cuando entró—. ¿Puedes ayudarme con esto? No se me da mal la ropa, pero con los detalles arquitectónicos me pierdo, en especial cuando no estoy segura de qué es lo que quiero.
Elena había esperado conseguir otro donut, pero en la caja sólo quedaba azúcar glaseado y un par de manchas de mermelada.
—Es el porche cerrado para la parte trasera de la casa —dijo April.
Elena se sentó a su lado y miró el dibujo. Mientras los hombres charlaban, April le explicó lo que había imaginado.
—No quiero que parezca el porche de una cabaña de pesca. Quiero grandes ventanales de suelo a techo para que entre mucha luz y molduras en todo el perímetro, aunque no sé de qué tipo.
Elena lo pensó unos minutos y comenzó a esbozar algunos adornos sencillos.
—Me gusta ése —dijo April—. ¿Podrías dibujarme la pared? ¿Con las ventanas?
Elena esbozó cada una de las paredes como April la había descrito. Hicieron algunos ajustes y entre las dos llegaron a un acuerdo.
—Eres muy hábil —dijo April cuando los trabajadores hicieron una pausa para fumarse un cigarrillo—. ¿Te interesaría hacer algunos bocetos interiores para mí? A lo mejor estoy suponiendo demasiado. No sé exactamente cuánto tiempo vas a quedarte ni qué tipo de relación tienes con Damon.
—Elena y yo estamos comprometidos —dijo Damon desde la puerta.
Ninguna de las dos lo había oído acercarse. Dejó la taza vacía de café encima de la cocina y se acercó para coger el boceto de Elena—. Se quedará mientras yo esté aquí.
—¿Comprometidos? —dijo April.
Él ni siquiera levantó la vista del boceto.
—Exacto.
Elena apenas pudo evitar poner los ojos en blanco. Éste era un claro ejemplo del desprecio que sentía hacia su madre. Quería recordarle lo poco que le importaba; tan poco, que ni siquiera se había molestado en decirle que se casaba. Una crueldad hacia alguien que se suponía que estaba al borde de la muerte.
—Enhorabuena.—April dejó el lápiz sobre la mesa—. ¿Cuánto hace que os conocéis?
—Lo suficiente —dijo él.
Elena no podía fingir que lo que había visto April unas horas antes no había ocurrido.
—Lo que pasó anoche fue una equivocación. Quiero que sepas que me acosté en la cama totalmente vestida.
April arqueó una ceja con escepticismo.
Elena intentó parecer avergonzada.
—Hice voto de castidad cuando tenía trece años.
—¿Que hiciste qué?
—No hizo voto de castidad —dijo Damon con un suspiro.
En realidad, Elena sí lo había hecho, aunque incluso a los trece años había tenido serias dudas al respecto. Sin embargo, si se hubiera negado a hacer aquel pacto con Dios, la Hermana Lucas la habría vuelto completamente loca.
—Damon no está de acuerdo, pero para mí la noche de bodas tiene un significado especial. Por eso dormiré en la caravana esta noche.
Él bufó. April miró a Elena durante largo rato y luego a él.
—Es muy guapa.
—En eso sí que estoy de acuerdo. —Colocó el boceto sobre la mesa—. Pero no te cortes y di lo que piensas en realidad de ella. Créeme, le he dicho cosas bastante peores.
—¡Eh!
—La primera vez que la vi fue en una feria. —Se dirigió a la cocina para examinar las puertas del mueble superior—. Había metido la cara por uno de esos paneles de madera, es normal que llamara mi atención. Debes admitir que tiene una cara excepcional. Para cuando vi el resto, era demasiado tarde.
—Sigo aquí sentada —les recordó Elena.
—Yo no le veo nada malo —dijo April sin demasiada convicción.
—Tiene un montón de cualidades maravillosas. —Probó los goznes de la alacena—. Así que pasé lo demás por alto.
Elena ya tenía una vaga idea de a dónde conducía esa conversación, así que se limitó a pasar el dedo por el azúcar glaseado del fondo de la caja de donuts.
—No a todo el mundo le interesa la moda, Damon. No es un gran pecado. —Lo decía una mujer que bien podría haberse subido encima de la mesa en ese momento y recorrerla como si participara en un desfile.
—Me ha prometido que en cuanto nos casemos me dejará escoger su vestuario —dijo él.
Elena miró la nevera.
—¿Hay huevos? ¿Y un poco de queso para hacer una tortilla?
Los pendientes de plata de April se enredaron en un mechón de su pelo.
—Tendrás que acostumbrarte, Elena. Cuando Damon tenía tres años, le daba un berrinche si no le tenía preparado sus Underoors, ya sabes, esos calzoncillos con dibujos de superhéroes. En tercero cambió a los de Ocean Pacific, y se pasó la mayor parte de secundaria usando los de Ralph Lauren. Te juro que aprendió a leer con Las etiquetas de la ropa interior.
Que April se pusiera a recordar cosas del pasado fue un gran error. El labio superior de Damon se afinó considerablemente.
—Me sorprende que te acuerdes de tantas cosas de tus años oscuros. —Se acercó a Elena y posó la mano sobre su hombro de una manera tan posesiva que ella se preguntó si su falso compromiso sería una treta para asegurarse de tener siempre a alguien de su lado. Damon aún no se había dado cuenta de que se había topado con Benedict Arnold[1] y que ella cambiaba de bando como de chaqueta.
—Por si Damon no te lo ha contado —dijo April—. Era drogadicta.
Elena no sabía cómo responder a eso.
—Y también fui una groupie —añadió April con sequedad—. Damon se pasó casi toda su infancia entre niñeras e internados para que yo pudiera continuar con mi sueño de colocarme y acostarme con toda estrella del rock que pillara.
Realmente, Elena seguía sin saber qué decir. Damon dejó caer la mano de su hombro y se apartó.
—Esto... ¿y cuánto tiempo llevas limpia? —dijo Elena.
—Unos diez años. La mayoría de ellos los he empleado de una manera muy respetable. Y he trabajado por mi cuenta los últimos siete.
—¿A qué te dedicas?
—Soy estilista de moda en Los Ángeles.
—¿Estilista? Genial. ¿Y qué es lo que haces exactamente?
—Por el amor de Dios, Elena. —Damon le arrancó la taza de las manos y se la llevó al fregadero.
—Trabajo para actrices de Hollywood con más dinero que gusto —dijo April.
—Parece genial.
—-En realidad, todo es pura diplomacia.
Elena podía comprenderlo.
—¿Algo así como convencer a una celebridad cincuentona de que no lleve minifalda?
—Cuidado, Elena —dijo Damon—, estás pisando terreno peligroso. April tiene cincuenta y dos años, pero te aseguro que tiene el armario repleto de minifaldas de todos los colores.
Elena miró las piernas sin fin de la madre de Damon.
—Y seguro que todas le quedan de vicio.
Él se apartó del fregadero.
—Vamos al pueblo. Tengo que comprar algunas cosas.
—Tienes que comprar comestibles —dijo April-—. Yo como en la casita de invitados, así que aquí no hay mucho para picar.
—Vale, ya lo haremos. —Con Elena a remolque se dirigió hacia la puerta.

Elena rompió el silencio cuando Damon se incorporó a toda velocidad a la carretera.
—No pienso mentir. Como me pregunte por el color del vestido de las damas de honor, le digo la verdad.
—No habrá damas de honor, así que no tienes por qué preocuparte—dijo él con sarcasmo—. Nos fugaremos a las Vegas.
—Cualquiera que me conozca sabe que nunca me casaría en Las Vegas.
—Ella no te conoce.
—Pero tú sí, y casarse allí es como admitir ante el mundo que eres demasiado vago para planear algo mejor. Yo tengo mi orgullo.
Él subió el volumen de la radio para no oírla. Elena odiaba juzgar mal a la gente, en especial a los hombres, y no podía creer que él se estuviera comportando de manera tan insensible cuando teóricamente su madre estaba a un paso de la muerte. Bajó el volumen para volver a la carga.
—Siempre he querido ir a Hawai, pero hasta ahora no he podido permitirme el lujo. Me gustaría que nos casáramos allí. En la playa de algún hotel, al atardecer. Será estupendo tener un marido rico.
—¡No vamos a casarnos!
—Exacto —replicó ella—. Por eso no quiero mentirle a tu madre.
—¿Trabajas para mí o no?
Ella se incorporó en el asiento.
—¿Trabajo? Ahora que has sacado el tema, ¿por qué no hablamos de eso?
—Ahora no.
Él parecía tan irritado que ella guardó silencio.
Pasaron por delante de un viejo molino de algodón casi tragado por la maleza, seguida de una autocaravana en buen estado y un campo de golf que anunciaba karaoke la noche de los viernes. Aquí y allá había arados viejos o ruedas sosteniendo un buzón. Decidió Elena había llegado el momento de entrometerse en la vida privada de su falso prometido.
—Ahora que estamos comprometidos, ¿no crees que ha llegado el momento de que me hables de tu padre?
Damon tensó ligeramente los dedos sobre el volante.
—No.
—Soy muy buena atando cabos.
—No los ates.
—Me lo pones difícil. En cuanto se me mete una idea en la cabeza....
Él le dirigió una mirada asesina.
—No hablo de mi padre. Ni contigo ni con nadie.
Discutió consigo misma sólo un momento antes de tomar una decisión.
—Si de verdad quieres mantener su identidad en secreto, no deberías cambiar de emisora cada vez que ponen una canción de Jack Patriot.
Él aflojó los dedos y los desplazó sobre el volante en un gesto demasiado casual.
—Estás imaginando cosas. Mi padre fue el batería de Jack Patriot durante un tiempo. Eso es todo.
—Anthony Willis es el único batería que ha tenido. Y como es negro...
—Repásate la historia del rock, nena. Willis se perdió la gira de Universal Omens por tener el brazo roto.
Damon podía estar diciendo la verdad, pero por alguna razón Elena no lo creía. April había hablado antes de su relación con las estrellas del rock, y Elena había visto cómo los dos se quedaban paralizados al sonar «Adiós, hasta luego» en la radio. La posibilidad de que Damon fuera hijo de Jack Patriot la dejaba anonadada. Le gustaba el rock desde que tenía diez años. Donde fuera que viviera, había llevado sus discos consigo y había pegado recortes de revistas en las libretas del colegio. La letra de esa canción le había hecho sentirse menos sola.
Un letrero les daba la bienvenida al pueblo de Garrison. Un segundo letrero anunciaba que el pueblo estaba a la venta, y que si alguien quería comprarlo debía contactar con Nita Garrison. Elena se volvió en el asiento en cuanto lo pasaron.
—¿Has visto eso? ¿Puede alguien vender un pueblo?
—Vendieron uno en eBay hace tiempo —dijo él.
—Es cierto. ¿Recuerdas cuando Kim Basinger compró aquel pequeño pueblo de Georgia? Había olvidado que estamos en el sur. Sólo aquí puede pasar esa clase de cosas.
—Mientras estés aquí, será mejor que te guardes esa opinión para ti—dijo él.
Pasaron por delante de una funeraria de estilo Partenón y una iglesia. La mayoría de los edificios eran de color arena y parecían haber sido construidos a principios del siglo XX. La ancha calle Mayor tenía coches aparcados a ambos lados. Elena vio un restaurante, una farmacia, una tienda de segunda mano y una panadería. Al lado de una tienda de antigüedades llamada El Ático de Tía Mirthe había un ciervo disecado de cuya cornamenta colgaba el cartel de abierto. Justo enfrente, unos viejos árboles daban sombra a un parque con un reloj de arena y unas farolas de hierro negro con tulipas blancas. Damon aparcó delante de la farmacia.
A pesar de su anterior comentario, Elena dudaba que Damon la incluyera en su nómina, y se preguntó si podría encontrar trabajo en el pueblo.
—¿No ves nada extraño? —dijo ella cuando él apagó el motor.
—¿Aparte de ti?
—No hay ningún establecimiento de comida rápida. —Bajó del coche y observó la calle que, aunque algo descuidada, no dejaba de ser pintoresca—. En realidad, ahora que lo pienso, no he visto ningún restaurante de carretera durante todo el trayecto. No es un pueblo grande, pero sí lo suficiente para que hubiera un NAPA Auto Part o un Blockbuster. A simple vista no veo ninguno. Si no fuera por los coches y la ropa de la gente, no sabría decir en qué año estamos.
—Es interesante que menciones la ropa. —Se dedicó a estudiar sus pantalones cortos de ciclista y la camiseta de camuflaje—. Me parece que no has leído la parte de tu contrato que hace referencia a tu vestuario.
—¿Ese galimatías? Lo tiré.
Apareció de pronto la cara de una mujer en el escaparate de Peluquería-Spa de Barb que estaba al lado de la farmacia. En la compañía de seguros, al otro lado de la calle, un hombre calvo los observaba desde detrás de un cartel que anunciaba la venta benéfica de objetos usados a favor de la iglesia. Elena imaginó un montón de cabezas similares observándolos desde los escaparates de sus negocios. En un pueblo tan pequeño, la noticia de la llegada de un vecino famoso se propagaba con rapidez.
Siguió a Damon a la farmacia, manteniéndose tres prudenciales pasos por detrás de él, lo que pareció molestarle, aunque él se lo había buscado con su actitud. Damon desapareció en la parte de atrás de la tienda mientras ella hablaba con la cajera y descubría que allí no había ofertas de empleo. Dos mujeres entraron con prisa en el establecimiento, una blanca y otra negra. Les siguió el hombre de la agencia de seguros y una mujer mayor con el pelo mojado. Después apareció un hombre delgado con una etiqueta de plástico en la solapa que lo identificaba como Steve.
—Ahí está —le dijo el hombre de la compañía de seguros a los demás.
Todos estiraron el cuello para ver a Damon. Una mujer con un brillante traje de chaqueta rosa entró corriendo en el local, sus zapatos resonaban en el pasillo de baldosa. Parecía tener la edad de Elena, demasiado joven para llevar tanta laca en el pelo, ¿pero quién era ella para criticar el peinado de nadie? Ella misma debería habérselo cortado antes de salir de Seattle con tanta rapidez. Se acercó con indecisión hacia el expositor de rímel mientras la mujer llamaba a gritos a Damon, pronunciando su nombre con un arrastrado acento sureño.
—Damon, justo estábamos comentando tu llegada a la granja. Iba a pasarme por allí para darte la bienvenida.
Elena miró con atención desde el expositor a tiempo de ver cómo Damon componía un semblante inexpresivo al reconocerla.
—Mónica. Qué agradable sorpresa. —Llevaba un cortaúñas, un paquete de vendas Ace y lo que parecía una caja de plantillas de gel. Nada de condones.
—Bueno, estás en boca de todo el mundo —dijo Mónica—. Todos estábamos esperando que aparecieras. ¿ No es un encanto Susan O'Hara? ¿ No es fantástico lo que está haciendo en la granja?
—Sí, es fantástico.
Mónica lo miraba como un sediento miraría a un vaso helado de té dulce.
—Espero que te quedes un tiempo en el pueblo.
—No lo sé. Depende de cómo vayan las cosas.
—No puedes marcharte sin haber conocido a todos los promotores de Garrison. Estaré más que encantada de dar un pequeño cóctel para presentarte a todo el mundo. —Lo tomó por el brazo—. Te encantará estar aquí.
Damon estaba acostumbrado a que invadieran su espacio personal, y no se apartó, pero señaló la zona de cosméticos con la cabeza.
—He venido con alguien que quiero que conozcas. Elena, acércate, quiero presentarte a mi administradora.
Elena tuvo el impulso de esconderse detrás del expositor de rímel, pero se reprimió. Quizá esa mujer podría ayudarla a encontrar empleo. Compuso su sonrisa más educada y se acercó. Damon apartó la posesiva mano de su administradora para rodear a Elena con el brazo.
—Elena, ésta es Mónica Doyle. Mónica, mi prometida, Elena Gilbert.
Ahora fue él quien arrastró las palabras.
—Nos vamos a casar en Hawai —dijo él—. En la playa, al atardecer. Elena quería ir a Las Vegas, pero yo no soy tan vago como para hacer eso. —Damon era perfectamente capaz de quitarse a las mujeres de encima sin tener que recurrir a una prometida imaginaría, pero al parecer debía de estar hastiado de que todas esas mujeres se lanzaran a por él. Tenía que admitir que estaba sorprendida.
A Mónica le había cambiado la expresión de la cara, pero se esmeró en ocultar su decepción tras unos rápidos parpadeos y una evaluadora mirada a la apariencia de Elena. La administradora miró la camiseta de camuflaje que Elena se había llevado de la lavandería de su bloque de apartamentos después de que pasara un mes sin que nadie la reclamara.
—Eres una chica guapa, ¿no?
—Eso es lo que dice Damon —dijo Elena con modestia—. Yo aún no me explico cómo logró que superara mi aversión a los trogloditas machistas.
Con un apretón de advertencia Damon casi le sepultó la cara en su axila que olía deliciosamente a uno de esos desodorantes caros para hombres que venían en botes fálicos de algún famoso diseñador. Permaneció así unos segundos antes de apartar finalmente la cabeza.
—Cuando entramos en el pueblo me fijé en un letrero que anunciaba la venta del pueblo. ¿Va en serio?
Mónica frunció sus labios bien perfilados.
—Es cosa de esa mujer odiosa, Nita Garrison. Algunas personas no merecen que se hable de ellas. Mejor hablamos de otra cosa.
—Pero, ¿es cierto? —preguntó Elena—. ¿De verdad ha puesto el pueblo a la venta?
—Supongo que dependerá de lo que consideres el pueblo.
Elena iba a preguntarle qué consideraba el pueblo, pero Mónica ya estaba llamando a las personas que habían quedado rezagadas en los pasillos para poder presentarlas.
Lograron escabullirse diez minutos después.
—Rompo el compromiso —gruñó Elena mientras seguía a Damon al coche—. Das demasiados quebraderos de cabeza.
—No te preocupes, cariño, nuestro amor es lo suficientemente fuerte para sobrevivir a 1os duros golpes de la vida. —Se detuvo junto a una máquina expendedora de periódicos.
Presentarme como tu prometida te ha hecho parecer rídículo a ti, no a mí. —dijo ella—. Esa gente no es ciega. No pegamos ni con cola.
—Tienes serios problemas de autoestima, Elena. —Buscó cambio en el bolsillo.
—¿Yo? Vuelve a intentarlo. Nadie se creerá que un cerebrito como yo se sienta atraída por un cabeza de chorlito como tú. —La ignoró y compró un periódico. Elena se le adelantó—. Antes de ir al supermercado, necesito buscar trabajo. ¿Por qué no almuerzas mientras miro algo por ahí?
Él se metió el periódico bajo el brazo.
—Ya te lo he dicho. Trabajas para mí.
—¿Haciendo qué? —Lo miró con los ojos entornados-—. Y, ¿cuánto pagas, por cierto?
—Eso no debe preocuparte.
Él llevaba toda la mañana de un humor pésimo y eso empezaba a molestarla. No era culpa suya que la madre de Damon se estuviera muriendo. Bueno, sí, era culpa suya, pero él no lo sabía, y no debería pagarlo con ella.
Cuando llegaron al supermercado, hubo más presentaciones de gente que le daba la bienvenida al pueblo. Él se mostraba cordial con todo el mundo, desde el dependiente con espinillas a un pobre viejo lisiado con una gorra de los veteranos de guerra. Los niños estaban en la escuela, pero acarició cabecitas de bebés, tomó puñitos llenos de babas entre sus grandes manos, y conversó con una adorable niña de tres años que se llamaba Reggie y no quería usar el orínal. Damon era a la vez la persona más egocéntrica y decente que había conocido, aunque la parte decente de él parecía pasar olímpicamente de ella.
Mientras Damon ejercía de relaciones públicas, ella aprovechó para hacer las compras en el supermercado. No había mucho dónde escoger, pero sí tenían lo necesario. Se encontró con él en la caja, donde tuvo que permanecer con la boca cerrada mientras él sacaba la VISA. No podía continuar así. Tenía que ganar algo de dinero.

Damon descargó las compras y dejó que Elena decidiera dónde ponerlas mientras él metía el coche en el granero. Ni siquiera Annabelle conocía la verdadera identidad de su padre, pero Elena la había descubierto en sólo cuatro días. Era la persona más intuitiva que había conocido nunca, por no mencionar esa mente retorcida que lo mantenía en guardia para ser el más listo del juego.
Después de despejar un espacio en el granero para su coche, buscó una pala y un azadón en el cobertizo y comenzó a arrancar la maleza que rodeaba la casa. Mientras aspiraba el olor a madreselva, recordó por qué había comprado ese lugar en vez de la casa en el sur de California que pensaba adquirir. Porque estar allí lo hacía sentir bien. Le encantaban los antiguos edificios y las colinas que resguardaban la granja. Le encantaba saber que esa tierra había durado más que un partido de fútbol americano. Pero sobre todo, le encantaba la privacidad. Ninguna abarrotada playa del sur de California podría ofrecerle eso, y si en algún momento añoraba el aire del océano, siempre podía volar a la costa.
Apenas sabía lo que era disfrutar de privacidad. Primero, había crecido en internados, luego había pasado a una universidad donde su carrera deportiva lo había convertido en el centro de atención. Después de eso, hizo del fútbol su profesión. Por último, debido a esos malditos anuncios de Zona de Anotación, lo reconocían incluso los que no seguían el fútbol americano.
Se tensó al oír el tintineo de unas pulseras. Sintió que la amargura le retorcía el estómago. Ella estaba intentando cargarse ese lugar como se había cargado todo lo demás.
—Pensaba contratar un equipo de jardineros —le dijo su madre.
El clavó la pala en la maleza.
—Ya me ocuparé de eso cuando sea necesario. —No le importaba cuánto tiempo llevara sobria. Cada vez que la miraba, recordaba el maquillaje corrido por las lágrimas, sus palabras balbuceantes, y el peso de sus brazos en el cuello cuando le suplicaba, drogada y borracha, su perdón.
—Siempre te ha gustado estar al aire libre. —Ella se acercó—. No sé mucho de plantas, pero creo que estás a punto de arrancar una mata de peonías.
Considerando la vida que había llevado, su madre debería parecerse a Keith Richards, pero no lo era así. Su cuerpo era esbelto, la línea de la mandíbula era demasiado firme para ser totalmente natural. Incluso le ofendía ese pelo largo. Tenía cincuenta y dos años, por el amor de Dios. Era una edad apropiada para cortárselo. Cuando era adolescente, se había metido en más de una pelea con sus compañeros de clase por haber dado una descripción demasíado detallada de su culo o de cualquier otra parte del cuerpo que ella hubiera decidido enseñar en alguna de sus raras visitas.
Ella desenterró una lata con la punta del zapato.
—No me estoy muriendo.
—Bueno, de eso ya me di cuenta anoche. —Y Elena pagaría por esa mentira.
—Ni siquiera estoy enferma. Lamento que no lo puedas celebrar.
—Quizás el año que viene.
Ella no se inmutó.
—Elena tiene un gran corazón. Es una persona interesante. Distinta a lo que hubiera esperado.
Al parecer April había ido a recabar información, pero ya se podía ir olvidando.
—Por eso le pedí que se casara conmigo.
—Tiene los ojos inocentes de una niña, pero además hay algo sexy en ella.
Como un libro de rimas infantiles de Mamá Ganso no apto para menores.
—No es que no sea guapa —continuó April— aunque podría mejorar. No sé. Sea lo que sea, ella no parece consciente de ello.
—Es un desastre. —Demasiado tarde, se acordó que debía mostrarse loco por ella—. Que esté enamorado de ella no quiere decir que esté ciego. Me siento atraído por su personalidad.
—Ya, de eso me he dado cuenta.
Cogió el azadón y se dispuso a arrancar la maleza que rodeaba un rosal. Sabía que era un rosal porque le quedaban un par de rosas.
—¿Te enteraste de lo de Marli Moffatt? —dijo ella.
El azadón dio contra una piedra.
—Imposible no hacerlo. Sale en todas las noticias.
—Supongo que su hija acabará viviendo con la hermana de Marli. Dios sabe que Jack no hará nada más que enviarle un cheque.
Damon soltó el azadón y cogió la pala otra vez.
Ella se puso a juguetear con las pulseras.
—Espero que te hayas dado cuenta de que echarme de aquí no es una buena idea, no si quieres vivir aquí con comodidad este verano. Desapareceré de tu vida en tres o cuatro semanas.
—Eso fue lo que dijiste en noviembre cuando apareciste en el partido contra los Chargers.
—No volverá a ocurrir.
Él clavó la pala en la tierra, luego la levantó. Ella había estado pendiente de infinidad de cosas durante todo el día. Era difícil reconciliar esa eficiencia con la mujer drogada que perdía a su hijo con regularidad.
—¿Por qué debería creerte esta vez?
—Porque ya estoy harta de vivir con la culpa. No vas a perdonarme nunca, y no voy a volver a pedirte perdón de nuevo. En cuanto la casa esté terminada, me iré.
—¿Por qué estás haciendo esto? ¿Para qué esta jodida charada?
Ella se encogió de hombros, parecía aburrida... como si fuera la última cliente del bar después de que la diversión hubiera acabado.
—Creí que sería una buena idea, eso es todo.
—¡Oye, Susan! —El electricista salido asomó la cabeza—. ¿Podrías venir un momento?
Damon desenterró otra piedra mientras April se marchaba. Ahora que había visto cómo ella manejaba esas situaciones, sabía que seria el único en salir perjudicado si la obligaba a marcharse. Siempre podía volver a Chicago hasta que la casa quedara terminada, pero no iba a permitir que April lo ahuyentara. Nunca huía de nadie, en especial de su madre. Aunque tampoco podía soportar la idea de estar a solas con ella, ni siquiera en una propiedad de cien acres, ésa era la razón por la que había dejado que Elena se quedara, más por necesidad que por impulso. Era su amortiguador.
Imaginó que un cardo era la cabeza de Elena y lo arrancó con un golpe limpio. La mentira sobre April había traspasado todos los límites. Aunque había conocido a bastantes mujeres manipuladoras, esta se llevaba la palma, pero antes de enfrentarse a ella, tenía intención de darle suficiente cuerda para que se ahorcara sola.
Cuando los carpinteros se fueron, se había deshecho de la peor parte de maleza sin cargarse las peonías. Aquel maldito hombro le dolía como un condenado, pero había estado inactivo demasiado tiempo y no le importó. Le había venido bien un poco de ejercicio físico.
Al salir del cobertizo, le llegó el olor a algo delicioso por la ventana abierta de la cocina. Elena se había puesto a cocinar, pero él no pensaba quedarse para la cena, pues no tenía ninguna duda de que Elena Había invitado a su madre a cenar.
Mientras se dirigía a la casa, sus pensamientos regresaron bruscamente a Marli Moffatt y a la hija de once años que ella había dejado atrás. Su hermanastra. La idea era surrealista. Sabía cómo se sentía uno al ser huérfano, y una cosa era segura: esa pobre niña iba a tener que valerse por sí misma, porque Jack Patriot no se encargaría de ella.




[1]        Benedict Arnold (1741- 1801): General británico que en la guerra de Independencia Americana se pasó al bando de los americanos. (N. de las T.)

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