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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


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05 marzo 2013

Mentiras Capitulo 10


Capítulo 10
–Parece  que  no  se da  por  vencida,  ¿verdad?–murmuró Elena al ver que Charlotte se acercaba.

Damon levantó  la vista y suspiró.  No parecía gustarle nada  la interrupción. Después  de  pasar  toda  la mañana y parte  de la tarde  en la cama, habían decidido salir a cenar.  Y, nada más sentarse a la mesa, vieron  que  se les acercaba Charlotte, que  parecía haber estado  vigilándolos  como un halcón.

No estaba  celosa.  Creía  que  Charlotte no  era  el tipo  de  mujer  que  le podía  gustar  a Damon. Lo que más le molestaba era  ver que  había  otras  personas que  sabían  demasiados detalles  sobre  su relación. Siempre había  sabido  que  ella no  les gustaba  a los amigos ni a la familia de Damon.


Le había dado  la impresión de que él empezaba a entenderlo, pero  sabía que siempre iban a tener esa presión en su relación.

Charlotte se detuvo  frente a la mesa  y se agachó para  darle  un  beso  en  la mejilla  a Damon, dejándole una marca  de carmín.

Elena suspiró  con  resignación. Sabía que  tendría que soportar otra desagradable escena.
Ella estaba molesta,  pero  vio que Damon parecía furioso.

 –Charlotte, ¿qué demonios…?

–No te enfades. Sólo venía a despedirme. Mi vuelo sale mañana por la mañana y quería hablar contigo para ver cuándo podíamos vernos en Nueva York. Tu madre está deseando que  vayamos a cenar  a su casa –repuso Charlotte mientras miraba a Elena con cierto  desdén.

Sabía  que  estaba  tratando de  provocarla, pero Elena aprovechó la ocasión  para bostezar  y mirar  a la recién llegada  como si su presencia la aburriera.

–¿Qué te parece este fin de semana?  –le preguntó Charlotte–. Estoy segura de que a Elena no le importará. 

Después de todo,  tú y yo somos viejos amigos.

–Pero  me importa a mí –repuso Damon–. Si no tienes nada  más que  decirme, preferiríamos que  nos dejaras  solos, por favor.

–Ya te llamaré  –murmuró Charlotte.

Cuando se quedaron solos, Damon la miró con frustración.

–Lo siento  muchísimo, Elena. Quiero que  sepas que no he hecho nada  para alentarla.

Sonrió  al oírlo  y le ofreció  su servilleta  para  que se limpiara el carmín.

–Ya me lo imaginaba. Ya fuiste bastante claro con ella ayer, no sé por  qué  ha vuelto a insistir. Me pregunto qué le habrá prometido tu madre.

–No dejemos que  eche  a perder lo que  ha sido hasta ahora un día increíble –le dijo él.

–¿Dices eso por  el sexo? Veo que es lo único  que necesitáis  los hombres para  pensar que  un  día  ha sido increíble –bromeó ella.

 –Bueno,  es verdad.  Pero  es que  contigo no  ha sido sólo sexo, sino mucho más, Elena.

Se sonrojó al oírlo.  Parecía  hablar con  sinceridad.  Estaba  consiguiendo que  comenzara a soñar con  cosas que  le habían parecido imposibles hasta ese momento, como  que  pudieran volver a retomar su relación.

–¿Qué  quieres hacer  después de cenar?  –le preguntó ella.

–¿Qué te parece si damos otro paseo por la playa? A lo mejor  podríamos ir al chiringuito que  el hotel tiene  en la playa y bailar un rato. Mañana podríamos aprovechar para  ir a algún  otro  sitio si no  estás demasiado  cansada. He alquilado un coche  descapotable para  que podamos trasladarnos con comodidad.

–Me parece un plan increíble y muy divertido.

Se dio  cuenta de que  había  pasado  demasiados meses sin hacer  nada  divertido, le encantaba estar allí con  él y poder disfrutar sin preocupaciones. No pudo evitar sonreír al pensar en ello.

–Me encanta verte sonreír otra vez –susurró Damon–. Estás preciosa cuando sonríes.  Quiero que  seas feliz, Elena. Haré todo lo necesario para que lo seas.

Con esas palabras, sintió  que  se iba desvaneciendo parte  del dolor  y la ira que  habían atenazado su corazón durante meses.

–Quiero que  esto funcione –le confesó  ella entonces.

–¿Por qué no cobraste el cheque que te di, Elena? Lo hice para  que  pudieras tener una  seguridad económica durante algún  tiempo. ¿Sabes lo que sentí al verte trabajando en ese restaurante y viviendo en un pequeño y viejo apartamento? Ni siquiera  tenías  comida allí.

–Solía comer  en el trabajo –le explicó  ella.

–¿Crees que  eso hace  que  me sienta  mejor?  ¿Por qué no usaste el dinero que te di? Podrías  haber terminado tus estudios  en  la universidad. No tendrías por  qué  haberte puesto a trabajar, al menos  durante algún  tiempo.

–Tengo orgullo, Damon. Supongo que, si no hubiera conseguido ese trabajo, y lo hubiera necesitado para comer, habría terminado por hacer  efectivo un cheque que me hacía sentir  muy poca cosa.

–¿Tanto  me odiabas?  –quiso saber Damon–. ¿Preferías trabajar y vivir en condiciones tan pésimas antes que aceptar algo mío?

–No me  hagas  preguntas si no  estás preparado para oír las respuestas.

–Creo que ya me has contestado –repuso Damon cerrando los ojos.

–Tú también me odiabas  –le dijo ella. Damon negó  con la cabeza.

–¿Como que no? Me insultaste e hiciste cosas horribles, como tirarme ese cheque a la cara. Lo hiciste con tanto  desprecio que  aún  recuerdo cómo  me hiciste sentir.

–¿Qué esperabas? Por el amor  de Dios, Elena, acababa de saber que te habías acostado con mi hermano. ¡Llevabas en el dedo  la sortija con la que nos habíamos  prometido, ya estábamos organizando la boda  y te acostaste  con mi hermano!

 –Y por supuesto, él no tiene  la culpa de nada  –repuso  enfadada–. Dime,  Damon, ¿cuánto tardaste en perdonarlo? ¿Cuánto  tiempo pasó antes  de que  volviera a entrar y salir de tu casa y os juntarais todas las semanas  para ir a cenar  a casa de tu madre?

Damon parecía furioso.

–Pasó algún  tiempo. Estaba muy enfadado con él y contigo. Pero al final, tuve que decidir si estaba dispuesto a dejar  que  aquello echase  a perder nuestra relación. Jamie  es mi hermano.

Elena se incorporó en  el sofá, olvidando que  habían prometido no hablar del pasado.

–Y yo era  la mujer  con  la que  querías casarte, Damon. ¿No me merecía al menos  la misma consideración?

–Estaba enfadado y creo  que  tenía  derecho a estarlo.  No me  voy a disculpar por  ello,  pero  ahora quiero que lo intentemos de nuevo.  Los dos cometimos errores.

Tuvo que  respirar profundamente para  tratar de tranquilizarse. Le costaba  hablar del pasado  sin que volviera a sentir  la misma rabia  y el mismo  dolor  de siempre.

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