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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

05 febrero 2013

Dolor y Amor Capitulo 01


Capítulo 1
Sus labios se dirigían hacia los de ella. ¿Se encontrarían por fín? Nunca antes había ocurrido a pesar de que ella lo deseaba profundamente. Él inclinó la cabeza ligeramente y su corazón se aceleró. Oh, sí... esta vez sí. Pero cuando ella se preparaba para el deseado encuentro, él empezó a alejarse. Su imagen se disolvió por completo cuando el discordante sonido del teléfono la obligó a salir de su ensoñación.
Elena Gilbert tomó el teléfono inalámbrico aún algo perdida en el mundo de los sueños, un mundo en el que Damon Salvatore no estaba prometido con la fa­mosa modelo Caroline Forbes.
Con voz somnolienta respondió al teléfono:
-¿Sí?
-Elena, ha ocurrido algo terrible.
La voz de Stefan Salvatore le hizo abrir los ojos de golpe.
-¿Algo terrible? -preguntó ella, sentándose de un salto y encendiendo la luz casi a la vez.
-Porca miseria. ¿Cómo te lo digo? -dudó mientras ella esperaba la terrible noticia que ya presentía-. Es Damon. Está en coma.
-¿Dónde está? -preguntó ella, saltando de la cama con los verdes ojos encendidos por el terror.
Ni siquiera preguntó qué había pasado, ya se entera­ría de eso más adelante. Necesitaba saber dónde estaba Damon y llegar allí cuanto antes, así que empezó a quitar­se el pijama.
-Está en un hospital en Nueva York.
¿En Nueva York? Ni siquiera sabía que Damon es­tuviera en Estados Unidos, pero la verdad era que había evitado tener contacto con él desde que había anunciado su compromiso con Caroline dos meses an­tes.
Con un pie aún enredado en el pantalón del pijama, Elena consiguió llegar hasta la mesa y encontrar lápiz y papel.
-¿En qué hospital? -tomó nota-. Estaré allí en cuanto pueda.
Colgó el teléfono antes de que Stefan pudiera decir una palabra más, pero lo entendería. Él había pensado en llamarla aunque era noche cerrada, mientras que sus padres hubieran esperado innecesariamente por educa­ción hasta la mañana siguiente. El hermano de Damon sa­bía que ella amaba a Damon Salvatore desde que tenía quince años.
Habían sido ocho años de sentimientos ocultos y no correspondidos y el reciente compromiso con otra mu­jer que no había logrado acabar con su amor.
Recorrió el apartamento a toda velocidad, juntando las pocas cosas que necesitaba para el viaje a Nueva York en una bolsa de viaje. Pensó en tomar un avión. En coche se tardaba dos horas y media, pero tardaría aún más si tenía que ir hasta el aeropuerto, reservar un vuelo y después volar hasta Nueva York. Además ella no podía hacer lo que los Salvatore... no podía soñar con las atenciones de primera clase, ni subirse al próxi­mo avión a no ser que hubiera sitios libres en clase tu­rista.
No se paró a peinarse el largo pelo castaño que le llegaba a la cintura y lo dejó trenzado. Tampoco se maquilló. Se vistió con unos vaqueros gastados, un jersey ligero y deportivas. No se puso sujetador ni cal­cetines.
Poco después de dos horas estaba entrando en el hospital y preguntando por Damon.
La mujer que estaba detrás del mostrador de infor­mación la miró y preguntó:
-¿Es familia suya?
-Sí -mintió ella sin pensarlo dos veces.
Los Salvatore siempre habían dicho que ella era como de la familia, la única familia que le quedaba a ella, y el hecho de no tener vínculo de sangre era irrele­vante en aquel momento.
La mujer asintió con la cabeza:
-Llamaré a un ordenanza para que la acompañe.
Cinco minutos después, que a ella le parecieron cin­co horas, un joven vestido con una bata verde llegó para acompañarla hasta la UCI.
-Me alegro de que esté aquí. Llamamos a su familia a Italia hace tres horas -entonces, justo antes de que Stefan la llamara-, y aún tardarán otras cinco o seis ho­ras en llegar. En casos como éste, tener a los seres que­ridos cerca en las primeras horas puede ser importante.
Bueno, tal vez ella no fuese uno de sus seres queri­dos, pero ella sí lo quería y eso tenía que servir de algo.
-¿Qué quiere decir con eso de «en casos como este»?
-Usted ya sabe que el señor Salvatore está en coma, ¿no?
-Sí.
-El estado de coma es aún un misterio incluso con los avances médicos actuales, pero creemos que la pre­sencia de las personas importantes en la vida del pa­ciente puede ayudar a sacarlo de este estado.
El ordenanza dijo esto con un tono ácido que ella no pudo comprender.
Se detuvieron en la entrada de la UCI para que las enfermeras le dieran instrucciones para su visita a Damon. Allí se enteró también de que el supuesto orde­nanza que tan bien conocía el estado de Damon no era tal, sino un interno, ayudante del médico de guardia de la UCI.
Al entrar en la UCI, ignoró toda la parafernalia mé­dica alrededor de Damon y sólo se fijó en el hombre de más de un metro y noventa que estaba en la cama. Casi dos metros de vida, tan inertes como una figura de es­cayola. Sus preciosos ojos plateados estaban cerrados y tenía lesiones en la cara y una mancha rojiza en un hombro.
No parecía llevar nada bajo la sábana y la manta que le cubrían hasta el pecho. Su respiración era tan débil, que Elena se llevó un susto tremendo al pensar que no respiraba en absoluto.
Avanzó hasta la cama y alargó la mano para tocarlo. Necesitaba desesperadamente sentir la fuerza de la vida latir bajo su piel. Al ver que no tenía ninguna venda, colocó suavemente la mano sobre la parte izquierda de su pecho y casi le fallaron las rodillas por la emoción.
El latido constante del corazón de Damon bajo sus de­dos era la prueba de que, por muy pálido que estuviera, seguía vivo.
-Te quiero, Damon. No puedes morir, por favor. Lu­cha, sigue luchando.
No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que el interno le pasó un pañuelo de papel para que se secara las lágrimas que le corrían por las mejillas. Ella lo tomó y se secó sin quitarle los ojos de encima al hom­bre que estaba en la cama.
-¿Qué ocurrió? -preguntó ella.
-¿No se lo han dicho?
-Colgué el teléfono antes de que su hermano tuvie­ra tiempo de decírmelo. Llegar aquí cuanto antes me pareció más importante que entretenerme con detalles -admitió ella.
-Le dispararon cuando intentaba salvar a una mujer de un atraco.
-¿Le dispararon? -las únicas vendas que podía ver eran las que tenía en la cabeza.
-La bala sólo le rozó el cráneo -dijo el interno se­ñalando las gasas-, pero cayó al suelo en medio de la carretera y un coche lo atropello.
-¿Y las heridas?
-Se las hizo un coche.
-¿Hay algún daño permanente?
-Los médicos no lo creen, pero no podremos saber­lo hasta que no se despierte.
Algo en su voz hizo que Elena se pusiera en aler­ta:
-Dígamelo.
-Alguno de los traumatismos puede provocar una parálisis temporal o permanente, pero no podremos sa­berlo hasta que no salga del coma.
-¿Dónde está el médico?
Quería más información, más opiniones aparte de la de un interno, por muy informado que pareciera.
-Está haciendo la ronda y vendrá dentro de poco a ver al señor Salvatore. Podrá hablar con él entonces.
Ella asintió con la cabeza y sus ojos volvieron a po­sarse sobre Damon, olvidando por completo que el inter­no también estaba en el pequeño cubículo. Sólo conta­ba Damon. Él había llenado su mundo durante tanto tiempo, que la idea de seguir viviendo sin él hacía que el dolor que sintió cuando supo que se había compro­metido fuera insignificante en comparación.
-Tienes que despertar, Damon. Tienes que vivir. Yo no puedo vivir sin ti, ninguno de nosotros, en realidad. Tu madre, tu padre, tu hermano. Todos te necesitamos. Por favor, no nos dejes. No me dejes -incluso se obligó a sí misma a mencionar a Caroline y su próxima boda-. Pronto estarás casado y tendrás niños, Damon. Es lo que tú querías... siempre decías que querías tener la casa llena de niños.
En su sueño infantil, ella era la madre de esos ni­ños, pero ahora no le importaba si los hijos eran de Caroline. Lo único que Elena deseaba era que Damon vi­viera. Siguió hablándole, pidiéndole que se despertara, que no abandonara y le repitió una y otra vez lo mucho que lo amaba.
El médico llegó al cabo de un rato. Examinó la his­toria de Damon y los monitores electrónicos que lo rodea­ban.
-Todos sus signos vitales parecen correctos.
-¿No puede hacer nada para despertarlo? -dijo ella, con la voz rota por las lágrimas.
El doctor sacudió la cabeza.
-Lo siento. Ya hemos probado con estimulantes, pero sin éxito.
Elena apretó la mano inmóvil de Damon.
-Supongo que tendrá que despertarse él solo enton­ces. Es tan obstinado como una mula, pero lo hará.
El doctor sonrió y sus ojos azules brillaron por un momento.
-Estoy seguro de ello. En mi opinión, tener a sus familiares cerca es de gran ayuda -había cierto tono de censura en la voz, pero Elena no lo interpretó como si se refiriera a ella.
-Sus padres y su hermano llegarán tan pronto como les sea posible. El vuelo desde Milán es largo, aunque vengan en jet privado.
-Desde luego, pero es un pena que su prometida no encontrara el modo de quedarse.
-¿Caroline está aquí? ¿En Nueva York?
-Llamamos a la señorita Forbes a su hotel. Cuan­do llegó, se puso histérica al verlo, furiosa con él por arriesgar su vida por una mujer «tan estúpida como para no saber que no tenía que salir sola por la noches» -en esta ocasión el tono de censura era patente.
-Pero, ¿por qué no está ella aquí? -tal vez Caroline hubiera salido un momento.
-Se quedó una hora o así, pero cuando le dijimos que estaba en coma y que no sabíamos cuando saldría de él, decidió marcharse. Dejó un número de contacto para que la llamáramos «cuando se despertara» -otra vez el tono de censura.
-Debe de estar pasándolo muy mal -Elena volvió a mirar el cuerpo inmóvil de Damon, comprendiendo per­fectamente que su prometida se derrumbara ante la vi­sión. Ella no podía ni imaginarse abandonándolo, pero estaba claro que cada uno reaccionaba ante el miedo a su manera.
-Ella dormirá bien esta noche. Insistió en que le re­cetáramos un tranquilizante -añadió el doctor.
Elena asintió sin pensarlo pues toda su atención estaba de nuevo fija en Damon. Acarició la piel de su mano con el pulgar.
-Está caliente... se hace difícil creer que no esté simplemente dormido.
El doctor hizo algunos comentarios acerca de las di­ferencias fisiológicas entre el estado de coma y el sue­ño normal que ella escuchó sólo a medias.
-¿Puedo quedarme? -preguntó ella, sabiendo que tendrían que llevársela a la fuerza del lado de Damon.
El doctor soltó una carcajada.
-¿Qué hará si le digo que no?
-Me pondré una bata verde y una mascarilla y me meteré a escondidas bajo su cama -admitió, sorpren­diéndose de tener humor para gastar bromas con Damon en tan mal estado.
-Era lo que pensaba. ¿Es usted su hermana? -pre­guntó el doctor.
Ella sintió que sus mejillas enrojecían... ¿debía mentir de nuevo? Al ver la mirada comprensiva del médico creyó que esta vez no sería necesario.
-No, soy una amiga de la familia. La observó un momento antes de asentir con la ca­beza.
-No se lo diré a nadie. Es obvio que se preocupa por esta persona y su presencia será más beneficiosa que dañina.
-Gracias -dijo ella mientras una oleada de alivio la recorría de pies a cabeza.
-Es por el bien del paciente.
El médico salió del cubículo pensando que era una pena que su paciente no estuviera comprometido con aquella mujer pequeñita que obviamente se preocupaba más por él que la bella diosa del corazón de hielo.
Elena apenas se percató de la marcha del doctor porque los recuerdos con Damon empezaron a asaltarla.
-¿Recuerdas cuando murió mi madre? Yo tenía cin­co años y tú trece; tenías que odiarme por andar siem­pre detrás de ti... Stefan me decía a menudo que era una pesada, pero tú nunca lo hiciste. Me tomaste de la mano y hablamos de mi madre. Me llevaste al Duomo, aquel lugar tan bello, y me dijiste que allí estaría más cerca de ella. Tú me reconfortaste en aquellos duros momentos.
Ella intentó evitar pensar en lo distinto que había sido cuando su padre murió. Hacía un año de aquello y Damon ya estaba saliendo con Caroline... ella no había teni­do tiempo y se había asegurado de que Damon tampoco lo tuviera.
-Damon, ahora lo que quiero es que te pongas mejor ¿me oyes? Creía que nada podía dolerme más que el anuncio de tu compromiso, pero estaba equivocada. Si mueres, yo no quiero seguir viviendo ¿Me estás escu­chando, Damon? -se echó hacia delante, apoyando la cabeza en su fuerte brazo-. Por favor, no te mueras -pidió ella mientras las lágrimas bañaban de nuevo su rostro.
Elena estaba dormitando con la cabeza apoyada al lado de la pierna de Damon cuando oyó una voz familiar.


-¿Elena? Despierta, piccola mia.
Ella levantó la cabeza y se dio cuenta de que en aquellas cinco horas había quitado la barandilla de la cama y se había puesto lo más cerca que le era posible de él. Sentía la necesidad del contacto físico para recor­dar que Damon aún estaba vivo.
-Stefan, ¿dónde están tus padres?
Él torció el gesto.
-Se fueron de crucero hace tan sólo dos días en el yate de unos amigos para celebrar su aniversario. Mi padre insistió en permanecer incomunicados y no vol­verán hasta dentro de un mes. No tengo manera de con­tactar con ellos, pues sólo Damon tenía esa información.
No dijo que, por supuesto, Damon no podría decírselo. A Elena le dio un vuelco el corazón al pensar en la re­acción de los padres de Damon cuando supieran del acci­dente de su hijo y que Stefan no había podido contactar con ellos.
-Si muere... -dijo Stefan con la voz invadida por la emoción.
-No morirá -dijo ella mirando con fiereza a la viva imagen de Damon que era Stefan-. No le dejaré.
Stefan la abrazó sin decir nada. No era necesario, pues ambos sabían que ella no podría hacer que Damon viviera, pero eso no iba a impedirle a ella intentarlo.
-El médico dice que su estado no ha cambiado des­de que lo estabilizaron poco después de traerlo aquí.
-Sí -dijo ella, que había estado allí todo el tiempo.
-¿Cuándo has venido? -preguntó él.
-Un par de horas después de que tú llamaras.
-Pero se tarda más de dos horas en llegar hasta aquí... -ella suspiró y se encogió de brazos. -Menos mal que no te han puesto una multa. Damon se hubiera enfadado mucho contigo por ello.
-Cuando salga del coma, puede sermonearme todo lo que quiera por mi forma de conducir-. Stefan asintió.
-Tienes razón -dijo, antes de recorrer el cuarto con la mirada como si estuviera buscando algo-. ¿Dónde está Caroline? Creía que ella había venido con él en este viaje. Tenía que aparecer en algún programa mientras Damon asistía a la conferencia de finanzas.
Ella le contó lo que el doctor había dicho y Stefan juró elocuentemente en italiano antes de pasarse al ára­be al ver cómo la cara de ella enrojecía.
-Lo siento mucho. Es una zorra y mi hermano es tan tonto que no se da cuenta.
La idea de Damon perdidamente enamorado era a la vez divertida y dolorosa.
-No puedo imaginarme a Damon perdiendo la cabeza sólo por una cara bonita, Stefan. Estoy segura de que hay cosas de Caroline que él admira de verdad puesto que, después de todo, va a casarse con ella. Debe de quererla -pronunciar aquellas palabras le resultaba do­loroso, pero apretó los dientes al asumir el deseo que Damon sentía por otra mujer. Stefan se rió.
-Lo que le pasa es que está obsesionado sexualmente con ella. Ella sabe cómo utilizar su cuerpo para manejarlo a su gusto.
-Yo... -dijo ella con la cara aún más enrojecida.
-Tú eres muy inocente, piccola -suspiró Stefan. Ella no quería entrar en el tema de su virginidad a los veintitrés años. Nunca había deseado a otro hombre que no fuera Damon y él siempre la había considerado una hermana pequeña.
-¿Qué tal el vuelo?
-No tengo ni idea -respondió él, sacudiendo la ca­beza-. Me lo he pasado rezando.
Ella le tomó la mano pero sin dejar el contacto con el hombre que estaba en la cama.
-Se pondrá bien, Stefan. Tiene que ponerse bien.
-¿Has comido algo desde que llegaste?
-No he tenido hambre.
-Hace horas que tenías que haber desayunado -la regañó él.


Y así es como pasaron los cuatro días siguientes. Damon fue trasladado a una habitación individual a peti­ción de Stefan y Elena aprovechó para ducharse. Aparte de eso, se negó a alejarse de Damon. Stefan le lle­vaba la comida y la bebida a la habitación.
Caroline pasaba a ver a Damon una vez al día y se queda­ba unos cinco minutos, mirando a Elena con una mez­cla de burla y pena.
-¿De verdad crees que por no separarte de él las co­sas cambiarán algo? Se despertará cuando se tenga que despertar y entonces me querrá a mí a su lado.
Elena no se molestaba en discutir; sin duda Caroline tenía razón, pero realmente no le importaba.
Eran las tres de la mañana del quinto día y todo era silencio en el hospital. La enfermera había pasado a ver a Damon a medianoche y desde entonces nadie del perso­nal sanitario había pasado por allí. Stefan dormitaba en un sillón en una esquina de la habitación y Elena, como no podía dormir, hablaba y acariciaba a Damon a la vez que lo miraba llena de amor.
-Te quiero Damon, te quiero más que a mi propia vida. Por favor, despierta. No me importa si lo haces para ca­sarte con Caroline y para darle a ella los hijos que yo de­searía tener. No me importa si me echas a patadas de tu vida cuando sepas que me he comportado como una idiota durante los últimos cinco días pero... despierta.
Su última palabra estaba inundada de desesperación y deseaba tanto descubrir algún signo de que la había escuchado que, cuando él se movió, Elena pensó que su imaginación la estaba jugando una mala pasada. Pero los músculos de sus brazos se estaban moviendo a es­pasmos y empezó a mover la cabeza de un lado a otro.
-¡Está despertando! ¡Stefan, rápido! -gritó mientras apretaba el pulsador para llamar a las enfermeras.
Stefan saltó de la silla totalmente despierto. Des­pués de eso, todo pasó muy rápido. La enfermera llegó corriendo y pronto la siguieron un médico y otra enfer­mera, que echó a Stefan y a Elena de la habitación. Después comenzó la espera; Elena andaba de arriba abajo mientras Stefan se sentaba y luego se levantaba, andaba un poco y finalmente se volvía a sentar. Cuando por fin apareció un médico por la sala de espera les sonrió. Era el mismo que había estado de guardia la no­che que ingresaron a Damon.
-Está despierto aunque un poco desorientado. Pue­den verlo cinco minutos cada uno.
Stefan entró primero. Cuando volvió a la sala de es­pera, en su rostro se reflejaba una expresión de preocu­pación.
Ella estaba desesperada por ver a Damon y hubiera pa­sado por encima de Stefan sin dirigirle una palabra si no hubiera sido porque él la detuvo agarrándola por un brazo.
-Espera, cara. Hay algo que debo decirte.
-¿Qué ocurre?
Stefan tragó saliva compulsivamente y la miró a los ojos. La angustia que vio en sus ojos la aterró por un momento.
-¿Qué...? ¿qué pasa? ¿ha vuelto a entrar en coma?
-No. Él... -Stefan inspiró profundamente- no puede mover las piernas.



2 comentarios:

  1. ala¡ que bomba se llevo la pobre jaja¡ acaba de empezar y la caroline esa ya me cae fatal jaja¡ gracias y espero el próximo¡ >^.^<

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  2. Jajaja eso mismo pensé yo, me alegro que te guste

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