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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

10 octubre 2012

Rivales Capitulo 02


Capitulo 2

Un mes después

El corazón iba a salírsele del pecho. Elena sintió un sudor frío por todo el cuerpo. Por segunda vez en pocas semanas, se encontraba en el peor lugar del mundo para ella: la mansión Salvatore. Sentía náuseas al recordar lo sucedido en la terraza. Cerró los ojos y respiró hondo. no debía pensar en Damon Salvatore  en  aquel  momento, ni  en  lo  que  le  había  hecho sentir justo antes de descubrir quién era. Ni en lo difícil que había sido olvidarle.



Abrió  los  ojos  e  intentó  distinguir  las  habitaciones  en  la tenue luz. Para su alivio, el lugar parecía estar vacío. Había leído en la prensa acerca de la mala salud de Georgios Salvatore, y  que  se  hallaba des cansando en  una  isla  griega recientemente adquirida. Sintió el abultado documento en el bolsillo  interior  de  su  chaqueta. Por  eso  había  ido  allí, se recordó. Estaba haciendo lo correcto.

Unos  días  atrás, se  había  anunciado  oficialmente  que Damon  Salvatore iba a tomar las riendas de la empresa familiar, y a dejar Nueva York para establecerse de manera permanente   en   Atenas.  Desde   entonces,  Elena   se   había vuelto más nerviosa y su padre más amargado y mordaz, al ver que sus posibilidades de redimirse disminuían.

El   día  anterior,  al   regresar  a   casa  de   su   nuevo  empleo, Elena había encontrado a su padre borracho, riéndose de un grueso  documento  en  sus  manos. al  verla  entrar, la  había llamado y ella había obedecido, a su pesar; pero sabía bien que no debía contrariarlo.

— ¿Sabes lo que es esto? —le había preguntado él.

Ella había negado con la cabeza.

—Esto, querida hija, es mi billete para salir de la bancarrota.
¿Te das cuenta de lo que tengo en mis manos?

Ella  había  sacudido la  cabeza de  nuevo, y  un  escalofrío le había recorrido la espalda.

—Aquí están los secretos mejor guardados de la familia Salvatore  y  su  destino. Son  la  última  voluntad  y  el testamento de Georgios Salvatore. Ahora lo sé todo acerca de sus bienes: qué valor tienen exactamente, y cómo planea distribuirlos. También  sé  que  su  primera  esposa  se  suicidó. Ellos han querido ocultarlo. ¿Te imaginas lo que sucedería si esto se filtrara a la gente adecuada? podría hundirlos.

Elena había sentido náuseas al comprobar que, aun después de tantos años, y de lo que el Salvatore había soportado, su padre seguía empeñado en alimentar la enemistad. La amargura lo cegaba tanto que no se daba cuenta de que algo así dejaría en peor lugar a su propia familia. por no mencionar el  dolor  que  causaría  a  los  Salvatore  al  revelar  secretos familiares, si ese suicidio era cierto.

—¿Cómo lo has conseguido?

—Eso no importa —había respondido su padre haciendo un gesto con la mano.

—Has enviado a uno de tus esbirros a robarlo de la mansión

—Había deducido ella, con una repugnancia demasiado conocida.La expresión del rostro de su padre había confirmado sus sospechas.

— ¿Y qué, si lo he hecho? y ahora, lárgate. Me pones enfermo:
Cada vez que te miro me acuerdo de la zorra de tu madre.

Elena estaba tan acostumbrada a que él le hablara así, que ni  se  había  inmutado. Su  padre  siempre  le  había  echado  la culpa de que su glamurosa madre los abandonara cuando ella tenía dos años.

Había salido de la habitación, esperado un poco y regresado. Su padre se había quedado dormido en su sillón, con una mano agarrando  el  documento  y  la  otra  sujetando  una  botella vacía de wiski contra su pecho. Roncaba sonoramente. Había sido sencillo quitarle los papeles y salir sin hacer ruido.

A  la  mañana  siguiente, se  había  llevado  el  testamento  al trabajo, sabedora de que su padre seguiría durmiendo la borrachera. Y casi ya de noche, se había desplazado a la mansión  Salvatore. Le  había entrado el pánico momentáneamente al encontrarse frente al guarda de seguridad y ser consciente de lo que iba a hacer. Había murmurado algo acerca de que había acudido a la fiesta unas semanas antes y se le había olvidado algo valioso allí.

Para  su  alivio, tras  consultarlo  con  alguien, el  guarda  la había dejado entrar. Y aún mejor: no había encontrado a nadie en la cocina, y estaba recorriendo la silenciosa casa en busca del estudio. Dejaría los papeles en un cajón y se marcharía de allí.

No   iba   a   permitir   que   su   padre   creara   más   enemistades. Stefan insistía cada  día a  Katherine para que se  fugaran, pero ella estaba manteniéndose fuerte y negándose, decidida a no arruinar el futuro de Stefan.

Avivar la vieja enemistad con la familia más poderosa de Atenas  dificultaría  aún  más  cualquier  posibilidad  de  que ellos dos se casaran. Elena oía cada noche cómo su hermana lloraba hasta caer rendida, y sabía que la joven pareja podría verse  separada  para   siempre  si   no   ocurría  algo  pronto.  Y además de todo eso, Katherine tenía que preocuparse de sus importantes exámenes de derecho.

Por un momento, la enormidad de todo aquello estuvo a punto de abrumarla.

Llegó al enorme vestíbulo y se detuvo, intentando calmar sus nervios y su respiración. se le erizó el vello de la nuca, pero se reprendió: «aquí no hay nadie. ¡sigue con el plan!».

Se acercó a una puerta entreabierta y respiró aliviada al ver que se trataba del estudio. La única luz provenía de la luna, la habitación se hallaba sumida en sombras.

Divisó un escritorio y se acercó a él. Tanteando con las manos, encontró un cajón y lo abrió, al tiempo que sacaba el testamento  del  bolsillo.  Iba  a  guardarlo  allí,  cuando  las luces se encendieron repentinamente. Elena dio un respingo asustada.

Damon  Salvatore se  encontraba en  la  puerta, cruzado de brazos y con una mirada tan intimidante, que la dejó helada. Habló sin levantar la voz, pero con tono gélido.

— ¿Qué demonios crees que estás haciendo?

***

Elena parpadeó ante la intensa luz. Le pitaban los  oídos y tuvo que esforzarse para no desmayarse. No podía hablar. El cerebro y el cuerpo se le estaban derritiendo al verse frente a Damon Salvatore, imponente con unos pantalones oscuros y camisa azul claro. El hombre que había invadido sus sueños en las últimas siete semanas.

Elena abrió la boca, pero no logró articular palabra.

De  unas  cuantas  zancadas, Damon  atravesó  la  habitación  y  le quitó el testamento de las manos.

—Muy bien, Gilbert. Veamos qué has venido a buscar.

Ella, como atontada, lo vio desdoblarlo y quedarse el aliento al descubrir lo que era. su mirada la dejó helada.

—¿Pretendías robar el testamento de mi padre? ¿O cualquier cosa en la que pudieras poner tus sucias manos?

Elena negó con la cabeza, dándose cuenta de que él la había llamado por su apellido.

— ¿Sabes quién soy?

Vio que él apretaba la mandíbula y se le encogió el corazón. Damon lanzó el testamento sobre la mesa y la agarró del brazo con  fuerza. Elena  ahogó  un  grito, más  de  sorpresa  que  de dolor, y se vio casi lanzada a una silla en la esquina.

—Tras  tu   anterior  truco,  debería  haber  supuesto  que   no tienes reparos en meterte donde no resultas bienvenida.

Ella sabía que no serviría de mucho, pero de todas formas se excusó:

—Si hubiera sabido dónde iba a trabajar esa noche, no hubiera venido. Me enteré cuando ya era demasiado tarde.

El la miró desdeñoso, cruzándose de brazos.

—No me tomes por tonto. tal vez puedas engañar a otras personas con tu seductora carita inocente, pero después de lo que acabo de ver, sé que estás podrida hasta la raíz. Toda tu familia lo está.

Elena  se  puso  en  pie  en  un  arrebato  de  ira. No  era  justo asumir  que  ella  era  como  sus  antepasados, o  como  su  padre. Pero antes de que pudiera decir nada, Damon la hizo sentarse sin siquiera  recurrir  a   la   fuerza.  Elena  se   sentía  como   un títere, no podía dejar de temblar. De nuevo, sentir el tacto de él le perturbaba más que sus acciones.

Apretó los puños, agradeciendo la energía que le proporcionaba la rabia.

-Estás totalmente equivocado. No he venido a robar nada. Debes saber que...

Damon hizo un gesto silenciándola. Elena se detuvo abruptamente. Por más que no le tuviera cariño a su padre, se dio   cuenta   de   la   inutilidad   de   echarle   la   culpa.   Damon Salvatore se reiría en su cara: la había sorprendido con las manos en la masa, y ella no podía culpar a nadie más que a sí misma.

Lo  vio  pasearse con  las  manos  en  las  caderas. De  pronto, el recuerdo de él saliendo de la piscina encendió un fuego abrasador en su pelvis.

Invadida por el pánico, y sintiéndose profundamente vulnerable, Elena se puso en pie y se colocó tras el respaldo de la silla. ¡Como si eso pudiera protegerla! Damon se detuvo y la miró fríamente.

-¿Qué vas a hacer? —Preguntó Elena en un susurro—. ¿Vas a llamar a la policía?

Él ignoró su pregunta. Se sirvió un wiski y se lo bebió de un trago. Luego la miró, y ella vio una llama en sus ojos oscuros.

-¿Te envió tu padre esa noche? ¿Era un paso previo a hoy? ¿O esto se debe a tu propia ingenuidad? Elena se agarró al respaldo de la silla.

—Ya te lo he dicho: la noche de la fiesta no sabía adónde nos dirigíamos. Trabajaba  para  esa  empresa  de catering, no nos revelaron el destino antes por razones de seguridad.

Él casi soltó una carcajada.

—Y en  cuanto tu  padre y  tú  supisteis que  Georgios se  había marchado, aprovechaste la oportunidad. Lo que no imaginabas era encontrarme aquí.

—La prensa no ha anunciado nada.

Damon la fulminó con la mirada y ella tembló aún más. No revelaría que había revisado diariamente los periódicos durante las siete semanas, para enterarse de lo que él hacía.

—He venido una semana antes de lo previsto con la esperanza de sorprender a  algunas personas.

Ahora que estamos en un traspaso de poder, somos conscientes de que la gente creerá que somos un objetivo fácil de conquistar.

Elena sintió náuseas.

—Me  has  visto  llegar. El  guarda  de  seguridad  ha  hablado contigo..

Damon le indicó que mirara a su derecha, a la puerta por la que él había entrado. Daba a una sala llena de pantallas, correspondientes a un circuito cerrado de televisión. Y una de  ellas  mostraba  la  puerta, principal. Él  había  observado cada  uno  de  sus  pasos. Elena  sintió  rabia  al  pensar  en  el cuidado  con  el  que  había  recorrido la  casa. Se  burló  de  su propia ingenuidad. Nunca habría podido ni acercarse a aquel lugar si él no hubiera estado allí. Se giró.

Él la miraba con un rostro tan fiero, que sintió miedo. Aquel hombre no tenía nada que ver con el seductor extranjero que había conocido semanas antes.

—Tu audacia resulta abrumadora. Es evidente que mantienes la confianza en ti misma de cuando tenías una buena posición en sociedad, aunque ya no sea así.

Elena se habría reído si pudiera. Tal vez su padre fuera rico tiempo atrás, pero era un déspota y había controlado sus vidas con puño de acero. No había sido audacia lo que la había llevado   a   aquella   mansión,   sino   pánico   y   el   deseo   de enderezar un error.

—No venía a robar nada. Lo juro.

Damon señaló el testamento sobre la mesa.

— ¿Qué beneficio esperabas sacar? —inquirió, y rio sarcástico—. Qué  pregunta tan  estúpida. Sin  duda, tu  padre pretendía   usar   información   acerca   del   patrimonio   de   mi padre, para atacarlo de  alguna manera. ¿o ibas  a  usarla tú para  intentar  cazar  mi  fortuna, aprovechando  el  beso  que compartimos hace semanas?

Elena se ruborizó al pensar en aquel beso, y luego recordó las palabras de su padre la noche anterior. Eso sería exactamente lo que él pensaría. Demasiado tarde, vio la mirada dura e implacable de Damon, y su mandíbula tensa. Claramente, estaba malinterpretando por qué ella se sentía culpable.

De   nuevo,   supo   que   sería   inútil   decir   la   verdad.   Damon Salvatore no  creería  en  su  inocencia, especialmente cuando las circunstancias la condenaban. Tenía que salir de allí como fuera.  cada  vez  se  sentía  más  nerviosa  y  molesta  ante  la mirada de él.

Tímidamente, rodeó  la  silla.  Él  era  un  hombre  de  mundo, seguro que podía apelar a su parte racional.

—Escucha: tienes el testamento, siento haber entrado donde no soy bien recibida. Te prometo que, si dejas que me marche, nunca volverás a saber de mí —propuso, ignorando la manera en que se le encogió el corazón al decir eso.

No  podía ni  plantearse la  reacción de  su  padre  ante lo  que ella había hecho, ni prometer que no volvería a cometer alguna tontería, pero no dijo nada.

Observó con recelo cómo Damon dejaba el vaso en la mesa. el aire se cargó de algo extraño, y ella no pudo resistirse a mirarlo a los  ojos: brillaban  igual  que  el  momento  antes  de  besarla aquella noche en  la  terraza. Vio  que  él  la  recorría con  la mirada, fijándose en sus vaqueros gastados, camiseta negra y chaqueta. En  sus  deportivas. Y  de  pronto, ella  estaba  toda excitada.

Se  le  aceleró  el  corazón. Presa  del  pánico,  para  negar  su reacción, se movió de nuevo, diciéndose a sí misma que él no la detendría si se marchaba de allí. Después de todo, no se había colado en la mansión a la fuerza.

Justo cuando iba a sobrepasarlo, sintió que él la agarraba del brazo y la hacía girar, tan rápido que perdió el equilibrio y le cayó encima. Se quedó sin aliento.

Al instante, él le había soltado el cabello y la agarraba de la nuca, haciéndole elevar el rostro. El otro brazo la sujetaba implacable  por  la  cintura. Elena  temió  moverse  e  incluso respirar, porque eso invitaría a un contacto que acabaría con el poco sentido común que le quedaba.

— ¿Sabes  que,  en  realidad,  me  has  hecho  un  favor, Gilbert?

Elena se encogió por dentro al oír que la llamaba por su apellido, y se odió por ello.

—Me has ahorrado un viaje. Pensaba ir a buscarte y preguntarte   por   qué   habías   acudido   aquí   esa   noche.  No creerías que ibas a salirte con la tuya, ¿verdad?

Ella no respondió, demasiado asustada de los sentimientos y sensaciones que invadían su cuerpo. Cuando Damon habló de nuevo, notó su pecho vibrando contra sus senos.

—También tenía curiosidad por saber si no habría sido demasiado severo en mi primera impresión de por qué estabas trabajando de camarera en nuestra fiesta. Después de todo, sólo porque seas la hija de Tito no era justo esperar lo peor de ti.

Elena no podía creerlo. Divisó un rayo de esperanza y comenzó a asentir. Abrió la boca, pero él no le dio la oportunidad de hablar. Su tono se endureció aún más.

—Pero  tus  acciones  de  hoy  te  acusan  sin  duda  alguna. En cuanto  has  visto  la  oportunidad, has  regresado, y  esta  vez para robar algo muy valioso que podría haber sido utilizado para hacer daño a mi familia. Ese testamento contiene información sobre mi patrimonio, así que no sólo has cometido un crimen contra mi padre, también contra mí.

Un frío horror paralizó a Elena. Aquello era mucho peor de lo que habría imaginado.

—Resulta hasta  gracioso lo  ingenua que  has  sido  al  pensar que podías ser tan descarada. ¿De verdad crees que, si yo no hubiera    estado    aquí,   podrías    haber    entrado con  tanta facilidad?

Las frágiles esperanzas de Elena se desvanecieron en aquel momento. reunió fuerzas e intentó soltarse, pero lo lamentó al  comprobar  que  Damon  la  apretó  aún  más  contra  él.  Podía sentir su aliento casi en la boca. ¿Cuándo había acercado él tanto la cabeza?

—No   serás   tan   ingenua   de   pensar   que   vas   a   irte   tan fácilmente, ¿verdad, Gilbert?

Ella sintió un escalofrío de terror.

— ¿Qué quieres decir?

—Existe otra razón por la que iba a ir a en tu busca.

Elena se estremeció, perdida en las doradas profundidades de los ojos de él. Había apoyado las manos en su pecho, en un

movimiento  instintivo  para  mantener  el  equilibrio, y  podía sentir su corazón. Deseó mover las caderas, pero se mantuvo rígida.

—Me has quitado el sueño durante semanas —añadió él, con una mueca de desagrado—. He intentado negarlo, ignorarlo, pero  este  deseo  no  cesa.  No  estoy  acostumbrado  a  negarme nada ni  nadie a  quien deseo. Me  desprecio por  ello, pero te deseo, Elena.

Ella no podía asimilar la importancia de lo que él estaba diciendo, y menos aún asimilar el tumulto de emociones que amenazaban con inundarla, al oír que él la llamaba por su nombre. Todas   esas   noches   en    que   se    había   despertado sudando, debido a tórridos sueños, ¿él había estado pensando en ella?

Intentó  separarse de  nuevo, pero  él  la  mantenía  sujeta. Al ver que se inclinaba sobre ella, giró la cabeza desesperada. Él le susurró al oído en un tono suavemente letal:

—Aquella noche viniste para humillar a mi familia, e intentaste humillarme a mí. Esta noche habías venido a robarnos. Pues no vas a salirte con la tuya. Quien juega con fuego, acaba quemándose.

Elena lo miró presa del pánico. ¡Ella no había robado nada en su vida!

—Pero yo no...

El resto de sus palabras fueron silenciadas por el arrollador beso de Damon. Estaba enfadado, y tomó lo que quiso hasta que ella  sintió  ganas  de  llorar y  lo  golpeó  con  los  puños  en  su pecho de acero, impotente.

Por fin, él se separó, con la respiración acelerada. Ella debería haber sentido asco, miedo, se dijo, al ver su mirada de deseo, pero no fue así. Se estremeció en lo más profundo de su interior, como si hubiera estado esperando aquello. Como si, a pesar  de  todo, aquello  fuera  lo  correcto. Entonces, Damon  le acarició la cabeza y las sienes, y ella se derritió aún más. No podría  soportar  la  ternura.  Sintió  el  pulgar  de  él  en  su mejilla y sólo entonces se dio cuenta de que estaba llorando.

Damon sonrió, tenso.

—Las lágrimas son un detalle efectista, Elena, pero innecesario... al  igual  que  tu  intento  de  fingir  que  no  me deseas.

Se movió ligeramente, y ella ahogó un grito al notar la erección de él contra su vientre. Su cuerpo reaccionó al instante, humedeciéndose  en  la  entrepierna. No  podía creerlo, aunque desde el momento en que lo había visto salir de la piscina...

Se perdió en la mirada de él como hipnotizada. Todo lo demás dejó de existir: quién era ella y por qué estaba allí.

Damon inclinó la cabeza de nuevo, y esa vez fue firme pero seductor, arrancándole un  suspiro desde lo  más  hondo. Con una maestría que ella apenas advirtió, le hizo entreabrir la boca y, al sentir la lengua de él en la suya, un calor líquido inundó  su  pelvis.  Elena  se  movió  instintivamente, apenas consciente de lo que hacía. Sólo sabía que quería más.

Damon la apretó más fuertemente contra sí y gimió, sin dejar de besarla.  Ella   lo   abrazó   por   el   cuello   y   se   arqueó   para sentirlo más, entrelazando los dedos en su sedoso cabello.

Cuando Damon dejó de besarla, ella gimió lamentándolo. Abrió los ojos y, al verlo sonriendo tan sexi y tentador, el corazón le dio un vuelco. Un mechón de pelo le caía sobre la frente: se lo apartó con una mano temblorosa, siguiendo un impulso instintivo.

Él acercó la mano a su cintura y, tras un instante de vértigo, la deslizó bajo la camiseta. Sentir su mano sobre la piel desnuda le disparó el corazón. Según la mano ascendía, ella sintió los senos cada vez más llenos, hasta que, con un movimiento insoportablemente lento, él apartó el sujetador.

Elena  se  mordió  el  labio  inferior.  Estaba  fuera  de  sí,  y sentía como si una parte de ella se hubiera hecho a un lado, y observara con creciente horror cómo se dejaba tocar con tanta libertad. Pero se hallaba en las garras de algo tan poderoso que no podía moverse.

Damon acarició el pezón erecto y, con un rápido movimiento, le quitó la camiseta. Al verlo contemplando sus senos desnudos, Elena creyó desmayarse de deseo. Lo vio inclinar la cabeza, y ella  supo  que  debería  apartarse... pero  no  pudo.  Y  cuando sintió que le cubría el pezón con la boca, echó la cabeza hacia atrás y lo agarró fuertemente por los hombros.

Estaba   siendo   rápidamente   transportada   a   un   lugar   sin retomo. El  placer  era  tan  intenso, que  temió  explotar. Damon introdujo una mano entre las piernas de ella, obligándole a abrirlas, y  ella  se  perdió completamente. Nunca había perdido el control de su cuerpo de aquella manera.

Él la acarició a través de los vaqueros, triste barrera para sus expertas  caricias. Sabía  exactamente  dónde  tocarla, y mientras tanto succionaba implacable el pezón. Elena gritó desesperada: quería que se detuviera y, al mismo tiempo, que continuara.

Sintió que se le tensaba el cuerpo y renunció a cualquier esperanza de mantener el control. El resto del mundo había dejado de existir. Aquélla era su realidad.

—Damon... —rogó  en  un  ronco  susurro, sin  saber  bien  lo  que buscaba.

Súbitamente, Damon se detuvo y la apartó de sí, sujetándola por los hombros.

Durante un largo momento, Elena se mantuvo en estado de shock, con la respiración acelerada, mientras el mundo volvía a su lugar. El corazón le latía con fuerza y tenía el cuerpo empapado en sudor. Él le colocó el sujetador en su lugar, con tal brusquedad que Elena hizo una mueca de dolor al sentir el material apretando sus pezones hipersensibilizados.

No podía creer que... detuvo sus pensamientos al darse cuenta de que tenía las manos sobre el pecho de él, agarrándole la camisa. Las apartó como si se las hubiera quemado. entonces se dio cuenta de que las piernas no la sujetaban, y estuvo a punto de caerse a los pies de Damon, de no ser porque él la sujetó y la sentó de nuevo en la silla, maldiciendo.

Elena  dejó  que  el  cabello  le  ocultara el  rostro. No  se  le ocurría ninguna palabra que expresara lo expuesta y vulnerable que se sentía. Damon había querido humillarla, y en un  segundo  ella  se  había  transformado en  una desvergonzada en sus brazos. Cómo debía de estar riéndose de ella.

Le ardían las mejillas. Recordaba la manera en la que había dicho «Damon», un susurro ronco, con el cuerpo a punto de alcanzar una cumbre desconocida para ella, una experiencia que sus nervios excitados ardían por tener incluso en aquel momento. Había  creído  estar  enamorada  de  su  novio  de  la universidad, pero él ni siquiera había logrado... tragó saliva. y sin  embargo  allí, con  alguien  que  claramente  la  despreciaba... se encogió por dentro de mortificación.

—Elena...

De pronto, la voz de él estaba demasiado cerca. Elena dio un respingo, furiosa ante su propia reacción. Damon le ofrecía una copa con lo que parecía brandy. Con un brusco movimiento, la hizo saltar por los aires y la vio estrellarse contra la esquina de la habitación, derramando su contenido por el suelo. Miró a Damon abrumada.

—Estoy tan...

Él la hizo callar con rostro serio.

—Podrías haberte negado, Elena. Los dos hemos participado en lo que acaba de suceder, así que no te hagas la víctima. Ni que fueras virgen.

¡Si él supiera! aquellas palabras la hirieron profundamente. Se  estremeció con  una  mezcla de  emociones contradictorias. Estaba  contenta  por  haber  estrellado  la  copa,  y  al  mismo tiempo  quería  apresurarse  a  limpiarla. Quería  abofetear  a Damon, cuando ella nunca había hecho daño a nadie, y también quería lanzarse en sus brazos y rogarle que la besara de nuevo. El cuerpo le cosquilleaba aún de deseo.

Haciendo un gran esfuerzo, elevó la barbilla.

—No he visto la copa. Lo siento.

La mirada de él relampagueó a modo de respuesta. para poner espacio entre ambos, Elena se acercó con piernas temblorosas a los restos de la copa y empezó a recogerlos. Oyó un gruñido y ahogó un grito cuando él la hizo levantarse.

—Déjalo. haré  que  alguien  se  ocupe  de  ello. Estaban  muy cerca  de  nuevo, y  ella  volvió  a  sentir  la  reciente humillación.

Algo atrajo la atención de  Damon, que bajó la mirada. —estás sangrando.

Elena  se  miró  las  manos. no  se  había  dado  cuenta, pero  se había  hecho  un  corte  muy  feo  en  un  dedo. Damon  le  quitó  el cristal de las manos y lo dejó en una mesa. Luego, sujetando cuidadosamente  la  mano  herida,  llamó  por  teléfono  y  dio unas instrucciones en griego.

Elena se habría quedado impresionada si hubiera podido pensar con claridad. Lo único que pudo hacer fue seguir a Damon escaleras  arriba  hasta  un  espacioso  cuarto  de  baño. Lo  vio sacar un botiquín y se ruborizó.

—No tienes por qué. yo lo...

—Siéntate y calla.

Ella  obedeció, y  observó  sin  dar  crédito  cómo  él  se arrodillaba e inspeccionaba el corte. De pronto, se lo llevó a la boca y lo succionó en profundidad.

Elena se quedó sin respiración. intentó retirar el dedo, pero Damon  tenía  demasiada  fuerza. Cuando  por  fin  la  soltó,  dijo mientras lo inspeccionaba de nuevo:

—Quiero asegurarme de  que  no  tiene ningún  cristal. Es  un corte profundo, pero no creo que necesite puntos.

Maravillada, y sintiendo como si la realidad tal y como ella la conocía hubiera desaparecido, Elena le observó limBonnierle el corte como un experto y taparlo con una tirita.

Después,  como   si   no   hubiera   o currido   nada   fuera   de   lo normal, él la condujo de nuevo al piso inferior, a un salón al otro lado del vestíbulo. allí, la soltó de la mano y Elena se sentó en el borde de un sofá, temiendo no poder mantenerse en pie.

Damon sirvió una copa de algo dorado oscuro, como sus ojos, y se lo ofreció. sin una sonrisa. Elena la aceptó, evitando su mirada. ella no bebía apenas alcohol, pero en aquel momento agradeció el atontamiento que le produciría.

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