Capitulo 2
Un mes después
El corazón iba a salírsele del pecho. Elena sintió un sudor frío por todo el cuerpo. Por segunda vez en pocas semanas, se encontraba en el peor lugar del mundo para ella: la mansión Salvatore. Sentía náuseas al recordar lo sucedido en la terraza. Cerró los ojos y respiró hondo. no debía pensar en Damon Salvatore en aquel momento, ni en lo que le había hecho sentir justo antes de descubrir quién era. Ni en lo difícil que había sido olvidarle.
Abrió los ojos e intentó distinguir las habitaciones en la tenue luz. Para su alivio, el lugar parecía estar vacío. Había leído en la prensa acerca de la mala salud de Georgios Salvatore, y que se hallaba des cansando en una isla griega recientemente adquirida. Sintió el abultado documento en el bolsillo interior de su chaqueta. Por eso había ido allí, se recordó. Estaba haciendo lo correcto.
Unos días atrás, se había anunciado oficialmente que Damon Salvatore iba a tomar las riendas de la empresa familiar, y a dejar Nueva York para establecerse de manera permanente en Atenas. Desde entonces, Elena se había vuelto más nerviosa y su padre más amargado y mordaz, al ver que sus posibilidades de redimirse disminuían.
El día anterior, al regresar a casa de su nuevo empleo, Elena había encontrado a su padre borracho, riéndose de un grueso documento en sus manos. al verla entrar, la había llamado y ella había obedecido, a su pesar; pero sabía bien que no debía contrariarlo.
— ¿Sabes lo que es esto? —le había preguntado él.
Ella había negado con la cabeza.
—Esto, querida hija, es mi billete para salir de la bancarrota.
¿Te das cuenta de lo que tengo en mis manos?
Ella había sacudido la cabeza de nuevo, y un escalofrío le había recorrido la espalda.
—Aquí están los secretos mejor guardados de la familia Salvatore y su destino. Son la última voluntad y el testamento de Georgios Salvatore. Ahora lo sé todo acerca de sus bienes: qué valor tienen exactamente, y cómo planea distribuirlos. También sé que su primera esposa se suicidó. Ellos han querido ocultarlo. ¿Te imaginas lo que sucedería si esto se filtrara a la gente adecuada? podría hundirlos.
Elena había sentido náuseas al comprobar que, aun después de tantos años, y de lo que el Salvatore había soportado, su padre seguía empeñado en alimentar la enemistad. La amargura lo cegaba tanto que no se daba cuenta de que algo así dejaría en peor lugar a su propia familia. por no mencionar el dolor que causaría a los Salvatore al revelar secretos familiares, si ese suicidio era cierto.
—¿Cómo lo has conseguido?
—Eso no importa —había respondido su padre haciendo un gesto con la mano.
—Has enviado a uno de tus esbirros a robarlo de la mansión
—Había deducido ella, con una repugnancia demasiado conocida.La expresión del rostro de su padre había confirmado sus sospechas.
— ¿Y qué, si lo he hecho? y ahora, lárgate. Me pones enfermo:
Cada vez que te miro me acuerdo de la zorra de tu madre.
Elena estaba tan acostumbrada a que él le hablara así, que ni se había inmutado. Su padre siempre le había echado la culpa de que su glamurosa madre los abandonara cuando ella tenía dos años.
Había salido de la habitación, esperado un poco y regresado. Su padre se había quedado dormido en su sillón, con una mano agarrando el documento y la otra sujetando una botella vacía de wiski contra su pecho. Roncaba sonoramente. Había sido sencillo quitarle los papeles y salir sin hacer ruido.
A la mañana siguiente, se había llevado el testamento al trabajo, sabedora de que su padre seguiría durmiendo la borrachera. Y casi ya de noche, se había desplazado a la mansión Salvatore. Le había entrado el pánico momentáneamente al encontrarse frente al guarda de seguridad y ser consciente de lo que iba a hacer. Había murmurado algo acerca de que había acudido a la fiesta unas semanas antes y se le había olvidado algo valioso allí.
Para su alivio, tras consultarlo con alguien, el guarda la había dejado entrar. Y aún mejor: no había encontrado a nadie en la cocina, y estaba recorriendo la silenciosa casa en busca del estudio. Dejaría los papeles en un cajón y se marcharía de allí.
No iba a permitir que su padre creara más enemistades. Stefan insistía cada día a Katherine para que se fugaran, pero ella estaba manteniéndose fuerte y negándose, decidida a no arruinar el futuro de Stefan.
Avivar la vieja enemistad con la familia más poderosa de Atenas dificultaría aún más cualquier posibilidad de que ellos dos se casaran. Elena oía cada noche cómo su hermana lloraba hasta caer rendida, y sabía que la joven pareja podría verse separada para siempre si no ocurría algo pronto. Y además de todo eso, Katherine tenía que preocuparse de sus importantes exámenes de derecho.
Por un momento, la enormidad de todo aquello estuvo a punto de abrumarla.
Llegó al enorme vestíbulo y se detuvo, intentando calmar sus nervios y su respiración. se le erizó el vello de la nuca, pero se reprendió: «aquí no hay nadie. ¡sigue con el plan!».
Se acercó a una puerta entreabierta y respiró aliviada al ver que se trataba del estudio. La única luz provenía de la luna, la habitación se hallaba sumida en sombras.
Divisó un escritorio y se acercó a él. Tanteando con las manos, encontró un cajón y lo abrió, al tiempo que sacaba el testamento del bolsillo. Iba a guardarlo allí, cuando las luces se encendieron repentinamente. Elena dio un respingo asustada.
Damon Salvatore se encontraba en la puerta, cruzado de brazos y con una mirada tan intimidante, que la dejó helada. Habló sin levantar la voz, pero con tono gélido.
— ¿Qué demonios crees que estás haciendo?
***
Elena parpadeó ante la intensa luz. Le pitaban los oídos y tuvo que esforzarse para no desmayarse. No podía hablar. El cerebro y el cuerpo se le estaban derritiendo al verse frente a Damon Salvatore, imponente con unos pantalones oscuros y camisa azul claro. El hombre que había invadido sus sueños en las últimas siete semanas.
Elena abrió la boca, pero no logró articular palabra.
De unas cuantas zancadas, Damon atravesó la habitación y le quitó el testamento de las manos.
—Muy bien, Gilbert. Veamos qué has venido a buscar.
Ella, como atontada, lo vio desdoblarlo y quedarse el aliento al descubrir lo que era. su mirada la dejó helada.
—¿Pretendías robar el testamento de mi padre? ¿O cualquier cosa en la que pudieras poner tus sucias manos?
Elena negó con la cabeza, dándose cuenta de que él la había llamado por su apellido.
— ¿Sabes quién soy?
Vio que él apretaba la mandíbula y se le encogió el corazón. Damon lanzó el testamento sobre la mesa y la agarró del brazo con fuerza. Elena ahogó un grito, más de sorpresa que de dolor, y se vio casi lanzada a una silla en la esquina.
—Tras tu anterior truco, debería haber supuesto que no tienes reparos en meterte donde no resultas bienvenida.
Ella sabía que no serviría de mucho, pero de todas formas se excusó:
—Si hubiera sabido dónde iba a trabajar esa noche, no hubiera venido. Me enteré cuando ya era demasiado tarde.
El la miró desdeñoso, cruzándose de brazos.
—No me tomes por tonto. tal vez puedas engañar a otras personas con tu seductora carita inocente, pero después de lo que acabo de ver, sé que estás podrida hasta la raíz. Toda tu familia lo está.
Elena se puso en pie en un arrebato de ira. No era justo asumir que ella era como sus antepasados, o como su padre. Pero antes de que pudiera decir nada, Damon la hizo sentarse sin siquiera recurrir a la fuerza. Elena se sentía como un títere, no podía dejar de temblar. De nuevo, sentir el tacto de él le perturbaba más que sus acciones.
Apretó los puños, agradeciendo la energía que le proporcionaba la rabia.
-Estás totalmente equivocado. No he venido a robar nada. Debes saber que...
Damon hizo un gesto silenciándola. Elena se detuvo abruptamente. Por más que no le tuviera cariño a su padre, se dio cuenta de la inutilidad de echarle la culpa. Damon Salvatore se reiría en su cara: la había sorprendido con las manos en la masa, y ella no podía culpar a nadie más que a sí misma.
Lo vio pasearse con las manos en las caderas. De pronto, el recuerdo de él saliendo de la piscina encendió un fuego abrasador en su pelvis.
Invadida por el pánico, y sintiéndose profundamente vulnerable, Elena se puso en pie y se colocó tras el respaldo de la silla. ¡Como si eso pudiera protegerla! Damon se detuvo y la miró fríamente.
-¿Qué vas a hacer? —Preguntó Elena en un susurro—. ¿Vas a llamar a la policía?
Él ignoró su pregunta. Se sirvió un wiski y se lo bebió de un trago. Luego la miró, y ella vio una llama en sus ojos oscuros.
-¿Te envió tu padre esa noche? ¿Era un paso previo a hoy? ¿O esto se debe a tu propia ingenuidad? Elena se agarró al respaldo de la silla.
—Ya te lo he dicho: la noche de la fiesta no sabía adónde nos dirigíamos. Trabajaba para esa empresa de catering, no nos revelaron el destino antes por razones de seguridad.
Él casi soltó una carcajada.
—Y en cuanto tu padre y tú supisteis que Georgios se había marchado, aprovechaste la oportunidad. Lo que no imaginabas era encontrarme aquí.
—La prensa no ha anunciado nada.
Damon la fulminó con la mirada y ella tembló aún más. No revelaría que había revisado diariamente los periódicos durante las siete semanas, para enterarse de lo que él hacía.
—He venido una semana antes de lo previsto con la esperanza de sorprender a algunas personas.
Ahora que estamos en un traspaso de poder, somos conscientes de que la gente creerá que somos un objetivo fácil de conquistar.
Elena sintió náuseas.
—Me has visto llegar. El guarda de seguridad ha hablado contigo..
Damon le indicó que mirara a su derecha, a la puerta por la que él había entrado. Daba a una sala llena de pantallas, correspondientes a un circuito cerrado de televisión. Y una de ellas mostraba la puerta, principal. Él había observado cada uno de sus pasos. Elena sintió rabia al pensar en el cuidado con el que había recorrido la casa. Se burló de su propia ingenuidad. Nunca habría podido ni acercarse a aquel lugar si él no hubiera estado allí. Se giró.
Él la miraba con un rostro tan fiero, que sintió miedo. Aquel hombre no tenía nada que ver con el seductor extranjero que había conocido semanas antes.
—Tu audacia resulta abrumadora. Es evidente que mantienes la confianza en ti misma de cuando tenías una buena posición en sociedad, aunque ya no sea así.
Elena se habría reído si pudiera. Tal vez su padre fuera rico tiempo atrás, pero era un déspota y había controlado sus vidas con puño de acero. No había sido audacia lo que la había llevado a aquella mansión, sino pánico y el deseo de enderezar un error.
—No venía a robar nada. Lo juro.
Damon señaló el testamento sobre la mesa.
— ¿Qué beneficio esperabas sacar? —inquirió, y rio sarcástico—. Qué pregunta tan estúpida. Sin duda, tu padre pretendía usar información acerca del patrimonio de mi padre, para atacarlo de alguna manera. ¿o ibas a usarla tú para intentar cazar mi fortuna, aprovechando el beso que compartimos hace semanas?
Elena se ruborizó al pensar en aquel beso, y luego recordó las palabras de su padre la noche anterior. Eso sería exactamente lo que él pensaría. Demasiado tarde, vio la mirada dura e implacable de Damon, y su mandíbula tensa. Claramente, estaba malinterpretando por qué ella se sentía culpable.
De nuevo, supo que sería inútil decir la verdad. Damon Salvatore no creería en su inocencia, especialmente cuando las circunstancias la condenaban. Tenía que salir de allí como fuera. cada vez se sentía más nerviosa y molesta ante la mirada de él.
Tímidamente, rodeó la silla. Él era un hombre de mundo, seguro que podía apelar a su parte racional.
—Escucha: tienes el testamento, siento haber entrado donde no soy bien recibida. Te prometo que, si dejas que me marche, nunca volverás a saber de mí —propuso, ignorando la manera en que se le encogió el corazón al decir eso.
No podía ni plantearse la reacción de su padre ante lo que ella había hecho, ni prometer que no volvería a cometer alguna tontería, pero no dijo nada.
Observó con recelo cómo Damon dejaba el vaso en la mesa. el aire se cargó de algo extraño, y ella no pudo resistirse a mirarlo a los ojos: brillaban igual que el momento antes de besarla aquella noche en la terraza. Vio que él la recorría con la mirada, fijándose en sus vaqueros gastados, camiseta negra y chaqueta. En sus deportivas. Y de pronto, ella estaba toda excitada.
Se le aceleró el corazón. Presa del pánico, para negar su reacción, se movió de nuevo, diciéndose a sí misma que él no la detendría si se marchaba de allí. Después de todo, no se había colado en la mansión a la fuerza.
Justo cuando iba a sobrepasarlo, sintió que él la agarraba del brazo y la hacía girar, tan rápido que perdió el equilibrio y le cayó encima. Se quedó sin aliento.
Al instante, él le había soltado el cabello y la agarraba de la nuca, haciéndole elevar el rostro. El otro brazo la sujetaba implacable por la cintura. Elena temió moverse e incluso respirar, porque eso invitaría a un contacto que acabaría con el poco sentido común que le quedaba.
— ¿Sabes que, en realidad, me has hecho un favor, Gilbert?
Elena se encogió por dentro al oír que la llamaba por su apellido, y se odió por ello.
—Me has ahorrado un viaje. Pensaba ir a buscarte y preguntarte por qué habías acudido aquí esa noche. No creerías que ibas a salirte con la tuya, ¿verdad?
Ella no respondió, demasiado asustada de los sentimientos y sensaciones que invadían su cuerpo. Cuando Damon habló de nuevo, notó su pecho vibrando contra sus senos.
—También tenía curiosidad por saber si no habría sido demasiado severo en mi primera impresión de por qué estabas trabajando de camarera en nuestra fiesta. Después de todo, sólo porque seas la hija de Tito no era justo esperar lo peor de ti.
Elena no podía creerlo. Divisó un rayo de esperanza y comenzó a asentir. Abrió la boca, pero él no le dio la oportunidad de hablar. Su tono se endureció aún más.
—Pero tus acciones de hoy te acusan sin duda alguna. En cuanto has visto la oportunidad, has regresado, y esta vez para robar algo muy valioso que podría haber sido utilizado para hacer daño a mi familia. Ese testamento contiene información sobre mi patrimonio, así que no sólo has cometido un crimen contra mi padre, también contra mí.
Un frío horror paralizó a Elena. Aquello era mucho peor de lo que habría imaginado.
—Resulta hasta gracioso lo ingenua que has sido al pensar que podías ser tan descarada. ¿De verdad crees que, si yo no hubiera estado aquí, podrías haber entrado con tanta facilidad?
Las frágiles esperanzas de Elena se desvanecieron en aquel momento. reunió fuerzas e intentó soltarse, pero lo lamentó al comprobar que Damon la apretó aún más contra él. Podía sentir su aliento casi en la boca. ¿Cuándo había acercado él tanto la cabeza?
—No serás tan ingenua de pensar que vas a irte tan fácilmente, ¿verdad, Gilbert?
Ella sintió un escalofrío de terror.
— ¿Qué quieres decir?
—Existe otra razón por la que iba a ir a en tu busca.
Elena se estremeció, perdida en las doradas profundidades de los ojos de él. Había apoyado las manos en su pecho, en un
movimiento instintivo para mantener el equilibrio, y podía sentir su corazón. Deseó mover las caderas, pero se mantuvo rígida.
—Me has quitado el sueño durante semanas —añadió él, con una mueca de desagrado—. He intentado negarlo, ignorarlo, pero este deseo no cesa. No estoy acostumbrado a negarme nada ni nadie a quien deseo. Me desprecio por ello, pero te deseo, Elena.
Ella no podía asimilar la importancia de lo que él estaba diciendo, y menos aún asimilar el tumulto de emociones que amenazaban con inundarla, al oír que él la llamaba por su nombre. Todas esas noches en que se había despertado sudando, debido a tórridos sueños, ¿él había estado pensando en ella?
Intentó separarse de nuevo, pero él la mantenía sujeta. Al ver que se inclinaba sobre ella, giró la cabeza desesperada. Él le susurró al oído en un tono suavemente letal:
—Aquella noche viniste para humillar a mi familia, e intentaste humillarme a mí. Esta noche habías venido a robarnos. Pues no vas a salirte con la tuya. Quien juega con fuego, acaba quemándose.
Elena lo miró presa del pánico. ¡Ella no había robado nada en su vida!
—Pero yo no...
El resto de sus palabras fueron silenciadas por el arrollador beso de Damon. Estaba enfadado, y tomó lo que quiso hasta que ella sintió ganas de llorar y lo golpeó con los puños en su pecho de acero, impotente.
Por fin, él se separó, con la respiración acelerada. Ella debería haber sentido asco, miedo, se dijo, al ver su mirada de deseo, pero no fue así. Se estremeció en lo más profundo de su interior, como si hubiera estado esperando aquello. Como si, a pesar de todo, aquello fuera lo correcto. Entonces, Damon le acarició la cabeza y las sienes, y ella se derritió aún más. No podría soportar la ternura. Sintió el pulgar de él en su mejilla y sólo entonces se dio cuenta de que estaba llorando.
Damon sonrió, tenso.
—Las lágrimas son un detalle efectista, Elena, pero innecesario... al igual que tu intento de fingir que no me deseas.
Se movió ligeramente, y ella ahogó un grito al notar la erección de él contra su vientre. Su cuerpo reaccionó al instante, humedeciéndose en la entrepierna. No podía creerlo, aunque desde el momento en que lo había visto salir de la piscina...
Se perdió en la mirada de él como hipnotizada. Todo lo demás dejó de existir: quién era ella y por qué estaba allí.
Damon inclinó la cabeza de nuevo, y esa vez fue firme pero seductor, arrancándole un suspiro desde lo más hondo. Con una maestría que ella apenas advirtió, le hizo entreabrir la boca y, al sentir la lengua de él en la suya, un calor líquido inundó su pelvis. Elena se movió instintivamente, apenas consciente de lo que hacía. Sólo sabía que quería más.
Damon la apretó más fuertemente contra sí y gimió, sin dejar de besarla. Ella lo abrazó por el cuello y se arqueó para sentirlo más, entrelazando los dedos en su sedoso cabello.
Cuando Damon dejó de besarla, ella gimió lamentándolo. Abrió los ojos y, al verlo sonriendo tan sexi y tentador, el corazón le dio un vuelco. Un mechón de pelo le caía sobre la frente: se lo apartó con una mano temblorosa, siguiendo un impulso instintivo.
Él acercó la mano a su cintura y, tras un instante de vértigo, la deslizó bajo la camiseta. Sentir su mano sobre la piel desnuda le disparó el corazón. Según la mano ascendía, ella sintió los senos cada vez más llenos, hasta que, con un movimiento insoportablemente lento, él apartó el sujetador.
Elena se mordió el labio inferior. Estaba fuera de sí, y sentía como si una parte de ella se hubiera hecho a un lado, y observara con creciente horror cómo se dejaba tocar con tanta libertad. Pero se hallaba en las garras de algo tan poderoso que no podía moverse.
Damon acarició el pezón erecto y, con un rápido movimiento, le quitó la camiseta. Al verlo contemplando sus senos desnudos, Elena creyó desmayarse de deseo. Lo vio inclinar la cabeza, y ella supo que debería apartarse... pero no pudo. Y cuando sintió que le cubría el pezón con la boca, echó la cabeza hacia atrás y lo agarró fuertemente por los hombros.
Estaba siendo rápidamente transportada a un lugar sin retomo. El placer era tan intenso, que temió explotar. Damon introdujo una mano entre las piernas de ella, obligándole a abrirlas, y ella se perdió completamente. Nunca había perdido el control de su cuerpo de aquella manera.
Él la acarició a través de los vaqueros, triste barrera para sus expertas caricias. Sabía exactamente dónde tocarla, y mientras tanto succionaba implacable el pezón. Elena gritó desesperada: quería que se detuviera y, al mismo tiempo, que continuara.
Sintió que se le tensaba el cuerpo y renunció a cualquier esperanza de mantener el control. El resto del mundo había dejado de existir. Aquélla era su realidad.
—Damon... —rogó en un ronco susurro, sin saber bien lo que buscaba.
Súbitamente, Damon se detuvo y la apartó de sí, sujetándola por los hombros.
Durante un largo momento, Elena se mantuvo en estado de shock, con la respiración acelerada, mientras el mundo volvía a su lugar. El corazón le latía con fuerza y tenía el cuerpo empapado en sudor. Él le colocó el sujetador en su lugar, con tal brusquedad que Elena hizo una mueca de dolor al sentir el material apretando sus pezones hipersensibilizados.
No podía creer que... detuvo sus pensamientos al darse cuenta de que tenía las manos sobre el pecho de él, agarrándole la camisa. Las apartó como si se las hubiera quemado. entonces se dio cuenta de que las piernas no la sujetaban, y estuvo a punto de caerse a los pies de Damon, de no ser porque él la sujetó y la sentó de nuevo en la silla, maldiciendo.
Elena dejó que el cabello le ocultara el rostro. No se le ocurría ninguna palabra que expresara lo expuesta y vulnerable que se sentía. Damon había querido humillarla, y en un segundo ella se había transformado en una desvergonzada en sus brazos. Cómo debía de estar riéndose de ella.
Le ardían las mejillas. Recordaba la manera en la que había dicho «Damon», un susurro ronco, con el cuerpo a punto de alcanzar una cumbre desconocida para ella, una experiencia que sus nervios excitados ardían por tener incluso en aquel momento. Había creído estar enamorada de su novio de la universidad, pero él ni siquiera había logrado... tragó saliva. y sin embargo allí, con alguien que claramente la despreciaba... se encogió por dentro de mortificación.
—Elena...
De pronto, la voz de él estaba demasiado cerca. Elena dio un respingo, furiosa ante su propia reacción. Damon le ofrecía una copa con lo que parecía brandy. Con un brusco movimiento, la hizo saltar por los aires y la vio estrellarse contra la esquina de la habitación, derramando su contenido por el suelo. Miró a Damon abrumada.
—Estoy tan...
Él la hizo callar con rostro serio.
—Podrías haberte negado, Elena. Los dos hemos participado en lo que acaba de suceder, así que no te hagas la víctima. Ni que fueras virgen.
¡Si él supiera! aquellas palabras la hirieron profundamente. Se estremeció con una mezcla de emociones contradictorias. Estaba contenta por haber estrellado la copa, y al mismo tiempo quería apresurarse a limpiarla. Quería abofetear a Damon, cuando ella nunca había hecho daño a nadie, y también quería lanzarse en sus brazos y rogarle que la besara de nuevo. El cuerpo le cosquilleaba aún de deseo.
Haciendo un gran esfuerzo, elevó la barbilla.
—No he visto la copa. Lo siento.
La mirada de él relampagueó a modo de respuesta. para poner espacio entre ambos, Elena se acercó con piernas temblorosas a los restos de la copa y empezó a recogerlos. Oyó un gruñido y ahogó un grito cuando él la hizo levantarse.
—Déjalo. haré que alguien se ocupe de ello. Estaban muy cerca de nuevo, y ella volvió a sentir la reciente humillación.
Algo atrajo la atención de Damon, que bajó la mirada. —estás sangrando.
Elena se miró las manos. no se había dado cuenta, pero se había hecho un corte muy feo en un dedo. Damon le quitó el cristal de las manos y lo dejó en una mesa. Luego, sujetando cuidadosamente la mano herida, llamó por teléfono y dio unas instrucciones en griego.
Elena se habría quedado impresionada si hubiera podido pensar con claridad. Lo único que pudo hacer fue seguir a Damon escaleras arriba hasta un espacioso cuarto de baño. Lo vio sacar un botiquín y se ruborizó.
—No tienes por qué. yo lo...
—Siéntate y calla.
Ella obedeció, y observó sin dar crédito cómo él se arrodillaba e inspeccionaba el corte. De pronto, se lo llevó a la boca y lo succionó en profundidad.
Elena se quedó sin respiración. intentó retirar el dedo, pero Damon tenía demasiada fuerza. Cuando por fin la soltó, dijo mientras lo inspeccionaba de nuevo:
—Quiero asegurarme de que no tiene ningún cristal. Es un corte profundo, pero no creo que necesite puntos.
Maravillada, y sintiendo como si la realidad tal y como ella la conocía hubiera desaparecido, Elena le observó limBonnierle el corte como un experto y taparlo con una tirita.
Después, como si no hubiera o currido nada fuera de lo normal, él la condujo de nuevo al piso inferior, a un salón al otro lado del vestíbulo. allí, la soltó de la mano y Elena se sentó en el borde de un sofá, temiendo no poder mantenerse en pie.
Damon sirvió una copa de algo dorado oscuro, como sus ojos, y se lo ofreció. sin una sonrisa. Elena la aceptó, evitando su mirada. ella no bebía apenas alcohol, pero en aquel momento agradeció el atontamiento que le produciría.
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