CAPÍTULO
13
El
agotamiento que Damon había estado
sintiendo en el avión de vuelta a Sardinia se había desvanecido como por arte
de magia nada más cruzar las puertas de la villa. Ya estaba deseando ver a Elena;
tal vez estaba junto a la piscina... o jugando en el mar con Doppo... o
echándose una siesta, lo que resultaba más tentador todavía...
Justo
en ese momento la enfermera de su padre salió al vestíbulo.
—Ah,
signore Salvatore. Si está buscando a su esposa, ha salido... —soltó una
pequeña carcajada. —Ha sido bastante teatral, la verdad.
—¿A
qué te refieres?
Al
ver la expresión de Damon, la mujer se apresuró a decir:
—Oh,
no, no se preocupe, no ha sucedido nada. Es el perro... Estábamos en el jardín
y de pronto... se ha desmayado. Caroline y Tommaso habían salido a comprar y yo
no podía dejar solo a su padre, así que Elena lo ha llevado al veterinario.
Se
sintió aliviado de que a ella no le hubiera pasado nada, pero entonces... le
entró el pánico.
—¿Has
dicho que lo ha llevado al veterinario?
—Sí,
pero de eso ya hace unas tres horas, así que a menos que aún siga allí...
—¿Cómo
ha ido?
—Le
he dicho que podía llevarse mi coche. No tengo prisa, mi turno no termina hasta
las...
Damon no esperó a que la mujer terminara. Salió
corriendo de la casa y se subió a su moto de un salto. Lo único que podía ver
era el terror en el rostro de Elena aquel día en Dublín cuando pensó que iban a
chocar contra un coche.
Al
llegar a la clínica descubrió que Elena ya se había marchado. La veterinaria le
estaba explicando que Doppo se había deshidratado y que se quedaría allí dos
días ingresado, pero la interrumpió para preguntarle:
—¿Cuándo
se ha marchado mi mujer?
—No
hace mucho... estaba algo pálida. Le he preguntado si quería que llamara a
alguien, pero me ha dicho que estaría bien...
De
nuevo en la moto, Damon se forzó a
calmarse y a centrarse para poder encontrarla, pero justo en ese momento vio un
pequeño coche aparcado al otro lado de la carretera y a Elena sentada sobre la
hierba junto a la puerta abierta; estaba claro que había estado vomitando.
Bajó
de la moto y fue directamente a ella para tomarla en sus brazos. Estaba
temblando y tan pálida que se asustó al verla así. En un momento de claridad,
había sacado una botella de agua de una máquina en la clínica y la hizo beber.
—Damon...
—Shh.
No hables. Ahora voy a llevarte a casa. Ya estás a salvo —le dijo mientras la
tomaba en brazos.
—El
coche. Es el coche de la enfermera. No lo he golpeado, ¿verdad? —el miedo de su
voz hizo que se le encogiera el corazón.
—No,
cielo, el coche está bien. Y Doppo está bien.
Se
subió a la moto y la sentó en su regazo. Le dijo que se agarrara y ella lo
hizo, sin protestar.
Ya
de vuelta en la villa, Elena se sentía más fuerte... y también como una
verdadera estúpida. En el camino de vuelta, al verse sola, sin Doppo, se había
derrumbado y había rememorado el fatal accidente con todo lujo de detalles.
Bajó
de la moto sin ayuda y dijo temblorosa:
—Creí
que podría hacerlo. Qué estupidez. Ni siquiera era yo la que conducía esa
noche, pero no he podido...
—Lo
entiendo, pero ¿en qué estabas pensando? ¿Por qué no me has llamado o has
esperado a que Tommaso y Caroline volvieran?
Elena
miró a Damon y pudo ver que había
palidecido,
—¿Estás
enfadado porque he salido de la villa?
—Claro
que no. Estoy enfadado porque casi arriesgas tu vida por un perro.
—Pero
se había desmayado, Damon, no sabía si respiraba... Y después de todo lo que ha
pasado no podía dejar que Doppo muriera sólo porque a mí me daba demasiado
miedo conducir.
Damon farfulló algo ininteligible y la metió en
casa para llevarla al salón, donde la sentó antes de servirle una copa de
whisky.
—No,
gracias —dijo ella arrugando la nariz.
—Bien
—Damon se la bebió de un trago antes de
sentarse a su lado. —Creo que es hora de que me cuentes cómo acabaste en el
coche con ellos esa noche.
—No
quiero hablar de ello —dijo Elena al levantarse. —Eso no te devolverá a tu
hermana.
—No,
pero creo que has estado castigándote demasiado por algo que no fue culpa tuya.
—Pues
hasta hace poco tiempo te hacía muy feliz culparme por ello...
Damon se levantó, sonrojado.
—Sí,
es verdad, pero me equivocaba y lo hacía porque estaba hundido y porque pensaba
que eras como tu hermano —se acercó a ella, le tomó las manos y la sentó en el
sofá. —Elena, si no le cuentas a alguien lo que pasó esa noche, entonces nunca
podrás liberarte.
—¿Pero
es que no lo ves? Nunca me libraré de ello... si no hubiera estado allí, si no
hubiera pensado que tenía que vigilarlos...
—Cuéntamelo,
Elena. Merezco saber lo que le pasó a mi hermana.
¿Cómo
podía negarle eso? Lo miró a través de un velo de lágrimas y comenzó a
explicárselo todo: esa noche Bonnie y Nicklaus habían estado en el apartamento
y ella había cocinado para los dos. Después había oído a Nicklaus hablar por
teléfono y quedando en ir al club. Elena tenía la noche libre y por una vez Nicklaus
no la había obligado a llevarlos porque tenía un coche nuevo con el que quería
impresionar a Bonnie.
Ese
mismo día había descubierto que tenía planeado llevarse a Bonnie a Las Vegas en
cuestión de semanas para proponerle matrimonio. Todo formaba parte de su plan
para hacerlo sin que la familia de ella interfiriera y no tuviera que firmar
ningún acuerdo prematrimonial.
En
ese punto miró a Damon.
—Apreciaba
a Bonnie. Era muy dulce conmigo. No se merecía haber conocido a mi hermano... Nicklaus
sabía que nos caíamos bien y por eso se aseguraba de que no la viera mucho
—sonrió con tristeza. —Yo quería ayudarla, pero no sabía qué hacer... si hablar
con ella o avisar a su familia... Bonnie os había mencionado en alguna ocasión,
pero yo descubrí lo del plan de Nicklaus ese mismo día... y pensé que había
tiempo. Aquella noche no podía dejar que la llevara a la ciudad estando tan
borracho... y ella no estaba mejor. Lo convencí para que me dejara conducir,
pensé que les estaría haciendo un favor, que estaría protegiendo a tu hermana.
Me sentía tan mal por lo que tenía planeado que quería encontrar un modo de
detenerlo...
Él
le agarró la mano con fuerza.
—Elena,
dime qué pasó.
—En
el último minuto Nicklaus insistió en conducir y me subí al coche pensando que
al menos así podría asegurarme de que condujera con precaución. Ninguno de los
dos quiso ponerse el cinturón y después... comenzó a caer una lluvia
torrencial. De pronto vi luces viniendo hacia nosotros, Nicklaus había tomado
una vía de acceso equivocada y estaba conduciendo en sentido contrario. Eso es
todo lo que recuerdo, hasta que alguien estaba ayudándome a salir del coche.
En
ese momento Damon se levantó y la
levantó a ella del sofá. Elena se tambaleó ligeramente, porque aún se sentía
algo aturdida.
—Estás
agotada.
Asintió
y no dijo ni una palabra cuando él la agarró de la mano y la llevó a la cocina.
En silencio. Le preparó una tortilla e insistió en que comiera. Después, Elena dejó
que la llevara al dormitorio y, con un casto beso en la frente, se despidió de
ella en la puerta.
—Que
descanses, Elena. Hablaremos mañana.
Al
día siguiente, Elena se despertó algo desorientada porque había dormido casi
catorce horas. Salió de la cama y se dio una ducha, tras la cual se puso un
vestido de tirantes negro. Mientras se vestía una parte de ella se rebeló
contra ese color y pensó que había llegado el momento de seguir adelante y
empezar a liberarse de su pena, aunque el hecho de que Damon hubiera precipitado ese cambio la puso muy
nerviosa.
Entró
en el comedor, pero allí no encontró ni a Damon
ni a Salvatore. Imaginó que Salvatore podía seguir durmiendo y fue al
despacho.
—Buenos
días. Os estaba buscando.
—Ahora
mismo iba a ir a buscarte —le respondió Damon
cuando se toparon en la puerta del despacho. Estaba vestido con un traje
de chaqueta. —Tenemos que hablar.
Cuando
entraron en el despacho, él estaba tan serio que Elena se asustó. Le indicó que
se sentara y, al hacerlo, ella se sintió algo estúpida, como si estuviera en
una entrevista de trabajo. Miró a su alrededor y vio que los papeles con los
que había estado trabajando no estaban allí,
—¿Qué
has hecho con los papeles? Yo los habría colocado.
—Los
he destruido.
—Pero
aún no te había dado el informe. —Sé lo que hizo Nicklaus y ya no supone una
amenaza.
—Pero...
entonces... eso podrías haberlo hecho hace semanas.
—Sí...
pero mientras yo aún te veía como una amenaza, tenía que asegurarme de que
sabía lo que había hecho tu hermano.
—¿Y
corno sabes que ya no soy una amenaza?
—Aún
lo eres, Elena. Ese es el problema, aunque no me refiero a esa clase de amenaza
—la miró fijamente antes de levantarse e ir hacia la ventana. —Me llamas Damon
cuando hacemos el amor.
Elena
se sonrojó e inmediatamente olvidó cuál era esa amenaza de la que estaba
hablando. De pronto sintió la necesidad de protegerse, de defenderse,
—Lo
siento... no significa...
Él
sacudió la cabeza y sonrió.
—No,
no te disculpes. Me gusta. Hace mucho tiempo que nadie me llama Damon.
—Pero
esa noche en Londres...
La
sonrisa desapareció.
—Me
presenté como Dam, sí, porque cuando te conocí no tenía intención de llevarte a
la cama. Mi único deseo esa noche era encontrarte y hacerte saber lo que creía
que habías hecho. Pero lo cierto era que yo mismo me sentía culpable por no
haberla protegido. Habíamos discutido unas semanas antes de que muriera y me
dijo que no me metiera en su vida, que la dejara en paz... —No es culpa tuya
que conociera a Nicklaus. —Lo sé, pero aun así... Cuando entré en el club y te
vi allí sentada con ese vestido, y te giraste y me miraste... he estado perdido
desde ese momento. Elena, y todo por lo que me hiciste al mirarme. Antes de
conocerte habría tenido náuseas de pensar en sentirme atraído por la hermana de
Nicklaus, pero después, en cuanto nos vimos, ocurrió todo lo contrario y me vi
actuando por puro instinto y diciéndote que me llamaba Dam... fue como si
tuviera que ser otra persona para justificar la atracción que sentía por ti. En
mi mente me convencí de que estaba ocultando mi identidad para ver lo
mercenaria y manipuladora que eras. Y cuando te pedí que vinieras a mi hotel y
te negaste... En ese momento lo único que podía pensar era en lo furioso que
estaba por el hecho de que me hubieras rechazado mientras que yo te deseaba
tanto. Vi mi orgullo herido y casi olvidé para qué había ido a buscarte —dijo
con una risa amarga.
—Pero
después volví... —añadió Elena. Él se acercó y la miró.
—Pero
después volviste —sorprendiéndola, se arrodilló ante ella y le preguntó—: ¿Por
qué volviste, Elena?
—Me
sentí atraída. Jamás había conocido a alguien que me hiciera sentir así... y
esa semana... había sido terrible. Saliste de la nada y de pronto fue como si
en el mundo no existiera nada más que tu. Sólo... sólo quería perderme en esa
sensación. Quería huir del dolor, de la pena.
Damon volvió a asomarse a la ventana, con las manos
metidas en los bolsillos. Finalmente, volvió a girarse hacia ella.
—Te
debo una disculpa. Elena. Más que una disculpa. Por todo y, sobre todo, por esa
noche, por la mañana siguiente. Estaba enfadado conmigo mismo por haber perdido
el control y lo pagué contigo. Cuando apareciste en Dublín y me contaste lo del
embarazo, te insulté porque pensaba que eras como las otras mujeres a las que
había conocido en mi vida.
—Tu
padre me contó lo de tu madre —le dijo ella en voz baja.
—Sí.
Mi madre dejó una familia rota. Mi padre nunca se recuperó, y él y yo nos
volcamos en Bonnie, la sobreprotegimos... corno si con eso pudiéramos suplir el
abandono de su madre.
—¿Era
ésa la razón por la que pensabas que abandonaría a mi bebé a cambio de dinero?
Él
se estremeció y asintió lentamente.
—Yo
nunca habría hecho eso, Damon. Nada en este mundo me habría convencido para
alejarme de mi bebé, de mi hijo. Nada. Me habría quedado. Por eso me resultó
tan sencillo firmar el acuerdo prematrimonial. No me importa el dinero —«y me
importas tú», tuvo que admitirse a sí misma.
Deseaba
que él la creyera y su corazón se aceleró al ver cierta expresión en los ojos
de Damon.
—Lo
sé —dijo él. —Te creo. Y no sabes cuánto me ha costado volver a confiar. Mi
madre nos partió el corazón y desde ese día me he negado la necesidad
instintiva de formar mi propia familia.
—Pero
¿por qué insististe en casarte conmigo?
—Me
dije que lo hacía porque estabas embarazada de mi hijo, me dije que era para
detener un escándalo mediático, me dije que era para controlarte y castigarte
haciéndote ver que no podrías sacar ningún beneficio de tu marido
millonario.... pero la realidad es que mis razones para casarme contigo eran
mucho más ambiguas —tomó aire antes de continuar. —Porque desde el momento en
que nos conocimos, comencé a cambiar. Tú me has cambiado.
Elena
tardó en asimilar esas palabras. Damon se
sentó frente a ella, que estaba temblando, y le tomó las manos.
—Ayer,
cuando llegué a casa y te habías ido... cuando me enteré de que habías
conducido y te encontré en la carretera creo que envejecí décadas en cuestión
de medía hora. Te imaginaba tirada en el fondo de un barranco.
—Pero
estoy bien.
—Lo
sé, pero eso me hizo ver algo. Desde el principio te juzgué como una mujer mala
y manipuladora, como una caza fortunas, pero todas esas ideas comenzaron a caer
mucho antes de que estuviera preparado para admitirlo. Fue cuando te vi firmar
el acuerdo prematrimonial sin inmutarte, cuando vi la conexión que tenéis mi
padre y tú, tu determinación a vestir de negro. Y la noche de tu cumpleaños,
que fue un desastre.
Cuando
ella intentó protestar ante ese último comentario, él añadió:
—Lo
fue. Y luego vino... el aborto... Perdimos al bebé por mi empecinamiento.
—Damon,
no puedes decir eso. No pienses eso. No fue culpa tuya.
—Tengo
que dejarte marchar, Elena. Nunca debería haberte traído aquí. Siento mucho
haberle traído más dolor y sufrimiento a tu vida. El bebé...
Elena
no podía respirar. Se levantó. Sabía que debería estar contenta con esas
palabras, pero se sentía como si se estuviera muriendo.
—Pero
la deuda. Aún te debo la deuda —dijo en un intento patético de buscar una
excusa para quedarse.
Damon también se levantó.
—Ya
está saldada.
—No…
—Ya
está, Elena. Tú fuiste tan víctima de tu hermano como Bonnie. Hago esto por ti,
y en su memoria. Ella no te desearía algo así y yo tampoco.
—Pero...
—le costaba asimilar que él quisiera que se fuera y que ella no estuviera feliz
ante la idea de quedar libre.
—Ya
eres libre, Elena. Puedes irte a casa. Ya he buscado un piso en Dublín. Te lo
comprare para ayudarte a empezar de nuevo y también puedo encontrarte un
trabajo.
—No.
No tienes por qué hacer eso —le dijo llorando.
—Claro
que puedo.
Se
quedaron en silencio un instante antes de que Damon añadiera, mirándola a los ojos:
—Es
lo mínimo que puedo hacer por la mujer que amo y a la que tanto daño he hecho.
ayy¡ me mato el final del capitulo¡ jaja fue genial gracias¡ ^.^ y espero el próximo con ganas¡
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