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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

27 enero 2013

¿El francés tiene un hijo? Capitulo 03


Capítulo 3
Stefan Wendell, un hombre rubio, de unos treinta años, con ojos azules y una sonrisa muy atractiva, la acompañó hasta el aparcamiento del pueblo. Soltó un gruñido cuando se dio cuenta de la hora que era.
-Voy a tener que dejarte aquí. Tengo una cita con un cliente.
-No te preocupes. Me has ayudado mucho... y gracias por el café -le dijo Elena sinceramente.
El antiguo colega de su tía había resultado ser una verdadera mina de oro en cuanto a conocimiento de todo tipo de asuntos locales.
A pesar de que iba retrasado, Stefan la acompañó hasta la vieja furgoneta cargada con sus pertenencias.
-No intentes descargar las cosas tú sola -le dijo con cierto tono imperativo mientras ella se montaba-. Yo me pasaré esta tarde y te echaré una mano.
-Te lo agradezco mucho, de verdad, pero yo la he cargado y podré descargarla.
Estaba sonrojándose por la mirada apreciativa de Stefan. Se puso en marcha y se despidió con la mano. Él le gustaba, pero esperaba que hubiera captado que le encantaría tener un amigo y nada más.
Eran las cuatro de una calurosa tarde de junio. Había tardado poco desde el puerto y la destreza de Stefan con el idioma había acelerado los trámites con el notario. Ya estaba a unos veinte kilómetros de su destino final. Sin embargo, al salir de Quimper, vio un escaparte lleno de cerámica de colores que le recordó a su infancia. Su madre había coleccionado esa cerámica y todos los años añadía una pieza más a la estantería que tenía en la cocina. Poco antes de que se mudaran a la casa nueva, Lisa, su madrastra, se había deshecho de la colección y de todo lo que pudiera tener alguna relación con la primera mujer de su marido. Después de la muerte de su padre, Elena lamentó mucho no tener nada que mantuviera vivo el recuerdo de sus padres.
Estaba atravesando Bretaña para reclamar su herencia y le resultaba imposible no acordarse de que el sueño de su madre había sido tener una casa en Francia. Naturalmente, cuando reconoció la casa de campo de dos pisos con partes de madera, estaba en la mejor disposición para sentirse emocionada y que le gustara todo lo que veía.
La puerta principal de su nueva casa daba a una gran habitación con una chimenea de granito y vigas vistas. Tenía mucha personalidad y Elena sonrió. Su sonrisa se disipó un poco cuando comprobó que la cocina consistía en un fregadero de piedra y unos fogones antiguos que daba la sensación de que no los habían encendido desde hacía siglos. Las instalaciones del aseo eran igual de primitivas. Sin embargo, la otra habitación que había en el piso de abajo fue una sorpresa muy agradable. Era un porche acristalado muy luminoso que le serviría muy bien como estudio para trabajar. En el piso superior había dos habitaciones abuhardilladas. Abrió las ventanas para que se orearan y volvió a bajar por las escaleras de roble para salir de la casa.
El jardín tenía unas vistas maravillosas, un huerto y un riachuelo precioso. Thomas disfrutaría muchísimo allí, se dijo Elena. Ya había visto todo lo que tenía que ver y decidió que tenía que analizar objetivamente su herencia. Damon había dicho que era una casita de verano demasiado ensalzada y tenía toda la razón porque no había calefacción central, ni una cocina o un baño en condiciones. También había esperado que hubiera habido algunos muebles que completaran lo poco que tenía ella, pero aparte de un par de sillas de mimbre en la habitación acristalada, la casa estaba completamente vacía. Por otro lado, el tejado y las paredes parecían sólidos, sus gastos de mantenimiento serían mínimos y, cuando tuviera unos ingresos aceptables, podría poner algunos adornos.
Cada vez estaba de mejor humor. Se sentó debajo de un árbol y comió algunas cosas que había comprado en las afueras de Quimper. Una vez satisfecha el hambre con media barra de pan rellena de tomates y jamón, se puso unos pantalones cortos y una camiseta y se dispuso a limpiar la habitación donde pensaba dormir esa noche. Una hora después, cuando todo estaba completamente limpio, bajó la cama de la furgoneta. El cabecero y el pie eran de madera y llevarlos hasta la habitación no fue una tarea fácil. Estaba haciendo un último esfuerzo para subir el colchón cuando oyó que llamaban a la puerta de la casa que estaba entreabierta. Casi lo había conseguido y se agarró a él mientras intentaba recuperar el aliento. Estaba decidida a no soltarlo y estiró el cuello para intentar ver quién estaba en el umbral de la puerta, pero era imposible.
-¿Quién es? -preguntó con la esperanza de que fuera Stefan, que había llegado para echarle esa mano que le había ofrecido.
-Soy yo... -una voz masculina de tono grave y tranquilo le llegó con toda claridad-. Damon.
Ella no podía verlo y la había sorprendido completamente. Elena dejó escapar una palabra bastante ordinaria. Una palabra que no había dicho jamás y le fastidió no poder dominar siquiera su lengua. En realidad, sólo quería que se la tragara la tierra. Damon no podía haber elegido un momento peor para visitarla.
Damon entró, estiró el cuello y se preguntó si ella estaría arriba con algún hombre.
-¿Piensas bajar pronto para hablar conmigo?
Elena, que se sentía atrapada y estúpida, dio la vuelta al colchón e intentó que pasara por la esquina mientras se estiraba todo lo que podía para intentar ver a Damon. Sin embargo, ese movimiento fue suficiente para que se le escapara el colchón y la arrastrara escaleras abajo. Dio un grito, pero no sirvió de nada. El borde chocó contra las rodillas de Damon y lo desequilibró antes de que pudiera apartarse.
Damon cayó y apoyó las dos manos a ambos lados de la cara atónita de Elena. Elena recibió el impacto de un hombre de casi dos metros de alto que estaba aplastándole la parte inferior del cuerpo.
-¡Zut alors! -Damon la miró con furia.
Por un instante, mientras ella caía por las escaleras como si estuviera montada en una alfombra voladora de unos dibujos animados, todo le había parecido desenfocado, pero en ese momento se encontró mirando a unos ojos dorados como piedras preciosas que adornaban una cara masculina tan hermosa que habría cortado el aliento de cualquier mujer. Su pequeño cuerpo se mantenía tenso como la cuerda de un violín debajo del peso de Damon. Notó en su pecho algo tan poderoso como doloroso y se le secó la boca. Los recuerdos físicos la estaban dominando y los sentidos sólo querían redescubrirlo.
El aroma limpio y evocador de Damon, el mero olor de su piel, le resultó tan inmediatamente conocido, que ella misma se sorprendió. Miró sus rasgos delgados y morenos y se deleitó con las cejas de ébano, la nariz recta, los prominentes pómulos y la mandíbula firme. Luego volvió a conectar con sus impresionantes ojos y sintió una palpitación lenta y penetrante en lo más profundo de sus entrañas. Los pezones se endurecieron de forma bochornosa debajo de la camiseta. Ella no quería sentirse así, apenas podía creerse que todavía reaccionara de esa forma a su virilidad primitiva y sin artificios, pero era como si se hubiera desatado toda una cadena de reacciones que ya no podía detener.
Estaba temblando. Movió un poco las caderas hacia arriba y separó ligeramente los muslos para aguantar mejor su peso. No podía negar que el pulso que se le había desbocado aunque hacía todo lo posible por recuperar la cordura.
-¿A qué demonios crees que estás jugando? -le preguntó Damon con un tono que intentaba disimular la erección ardiente mientras se levantaba otra vez y se apartaba de ella.
Aquellas palabras fueron la perdición de Elena. La mera insinuación de que ella había bajado las escaleras montada en un colchón para golpearlo en las piernas hizo que estallara en una carcajada.
-Te parece gracioso, ¿verdad? -gruñó Damon sin dar crédito a lo que oía.
-¿A ti... no?
Antes de que pasara un segundo, la boca ávida y ardiente de Damon se había adueñado de la de Elena para frenar aquellas risas casi histéricas. Era una tentación erótica en estado puro. Una excitación electrizante se apoderó de Elena por primera vez en casi cuatro años. La cabeza le daba vueltas y el aire le quemaba en la garganta. La descarada introducción de su lengua en la humedad de su boca la estremeció hasta lo más profundo de su ser. - Perdió cualquier contacto con la realidad, lo agarró y dejó de ser una pareja pasiva. Le rodeó el cuerpo con los brazos, le acarició la espalda hasta alcanzar los hombros y le pasó los dedos de las manos por el pelo negro y sedoso.
-¿Damon...?
-No...
Damon se apartó de ella con un movimiento brusco. La miró con la respiración entrecortada y unos ojos como ascuas doradas que resaltaban sus rasgos salvajes y la tensión que tenía escrita en cada línea de su cara delgada y poderosa. Se puso de pie con un movimiento ágil, pero necesitó de toda su fuerza de voluntad para apartarse de ella. Darse cuenta le molestó y le sorprendió y, sobre todo, le desconcertó saber que lo que había acabado con su extraordinario dominio de sí mismo había sido aquella risa que tanto le recordó a aquel verano.
Nunca había olvidado esa risa contagiosa tan característica de ella; esa costumbre de soltar una carcajada en el momento o en el lugar menos apropiados; esa capacidad para levantarle el ánimo cuando lo tenía bajo. Él, un cínico solitario, había gozado con esa calidez, con esa tranquilidad confiada y extravagante con la que parecía amar. Damon mantenía un gesto inexpresivo. El amor que ella le había ofrecido no valía un comino, pero el sexo había sido extraordinario, se recordó con una mezcla de diversión y amargura.
-¿Por qué lo has hecho? -le recriminó Elena vacilantemente.
-¿Tú que crees, chérie?
El tono grave y seductor estremeció a Elena.
-No debiste hacerlo. Es agua pasada.
Elena, temblando como una hoja en medio de un huracán, se levantó y le dio la espalda. Las rodillas apenas la sujetaban. Los labios enrojecidos todavía la abrasaban y lo único que quería era volver a hundirse en sus brazos para deleitarse con sus besos hasta que la espantosa sensación de pérdida que había tenido por él se evaporara como un mal recuerdo.
Sin embargo, no debería estar pensando así de un hombre que la había utilizado y se había desembarazado de ella sin ningún miramiento. En realidad, era aterrador reconocer que todavía sentía ese anhelo y que era tan vulnerable. ¿Dónde estaban su orgullo y su inteligencia?
-¿Cómo has sabido que me mudaba hoy? -le preguntó mientras se agachaba para agarrar el colchón y ponerlo otra vez de costado.
Alguien que sabía que ella tenía una cita con el notario para recoger las llaves, había cometido el error de comunicárselo a Katherine Salvatore y esta había interrumpido inmediatamente la jornada laboral de Damon. Había dejado a su madre en manos del atento médico, pero su paciencia había pasado por una prueba muy dolorosa. Su difunto padre sólo había ido a una de las fiestas campestres de Bennett, por lo que él, Damon, no podía entender que su madre considerara que aquellos prados descuidados fueran como tierra sagrada.
-Entiendo que quieras echar una ojeada a tu herencia -comentó Damon con una tranquilidad forzada-. Naturalmente, tendrás curiosidad, pero no puedo creerme que estés pensando en vivir aquí.
-¿Por qué no puedes creerlo?
-Pas possible... no es habitable -le contestó él.
Elena lo miró por el rabillo del ojo. Su traje tenía un corte impecable que le realzaba los anchos hombros, las estrechas caderas y los muslos largos y poderosos. Estaba impresionante y, sin darse cuenta, la mirada disimulada había dejado de serlo para convertirse en una mirada descarada. Se sonrojó cuando él arqueó una ceja con un gesto de sorpresa. Elena apoyó una esquina del colchón en el último escalón y le lanzó otra mirada.
¿No piensas echarme una mano? frunció el ceño como si lo hubiera desconcertado.
-Naturalmente, no debe ser fácil estar en forma cuando pasas todo el día en una oficina -Elena suspiró.
Damon esbozó una sonrisa amplia y completamente inesperada.
-¿Crees que voy a tragarme un anzuelo tan evidente?
Elena se quedó clavada ante lo arrebatador de aquella sonrisa que conocía tan bien. El agarró el colchón con sus manos largas y fuertes, lo subió escaleras arriba, dobló con facilidad la esquina que había causado tantos problemas y se paró ante la habitación donde estaba montada la estructura de la cama.
-¿De dónde has sacado la cama? ¿De un vertedero? -le preguntó Damon.
-Es vieja, pero sólida.
Sin embargo, la cama procedía de algo bastante parecido a un vertedero, aunque no pensaba reconocerlo. Casi todos los efectos y muebles que tenía en la furgoneta habían llegado del desván y el garaje de su tía, que Alison estaba vaciando.
-Todavía no me has dicho qué haces aquí -le dijo Elena a Damon mientras se agachaba para rebuscar en una caja de cartón hasta que encontró unas sábanas.
Damon observó la sábana que estaba extendiendo y se dio cuenta de que estaba cuidadosamente remendada con una tela de un color levemente distinto. La visión de la sábana remendada le sorprendió más de lo que quiso reconocer. Se la imaginó como una Cenicienta sentada a la luz de una vela y extendió las manos con un gesto desdeñoso.
-¿Por qué gastas tus fuerzas en esto? No puedes vivir aquí...
-Tú no podrías vivir aquí -le replicó Elena, que estaba remetiendo las sábanas para mantenerse ocupada y no mirarlo como una colegiala atontada-. Tú no podrías vivir sin todos tus lujos, pero yo estaré muy contenta con lo más esencial...
-Esa cama es doble... ¿con quién piensas compartirla? -le preguntó Damon de improviso.
Elena se imaginó a Thomas, que se metía en su cama a primera hora de la mañana y sonrió ligeramente.
Damon se acercó a ella con el gesto tenso y los ojos brillantes por la ira.
-Si has decidido vivir en Duvernay, sólo habrá un hombre en tu cama y ese hombre seré yo, ¿entiendes?
Elena se irguió para mirarlo sin poder dar crédito a lo que había oído.
-¿Te has vuelto loco?
-¿Es lo que querías? ¿Por eso has venido? -ronroneó Damon aunque la pregunta tenía una insolencia que cortaba como un cuchillo-. ¿Quieres retomarlo donde lo dejamos aquel verano?
Elena le dio un tortazo, impulsada únicamente por una ira profunda e incontrolable.
-¿Te vale eso como respuesta?
A Damon le sorprendió tanto el ataque físico, que retrocedió un paso.
Sus ojos dorados reflejaban una impresión evidente y Elena se sonrojó.
-Me has obligado a hacerlo...
Damon la agarró con fuerza de las muñecas.
-Entonces, tendré que asegurarme de que no lo vuelvas a hacer.
Elena intentó soltarse, pero no lo consiguió.
-¡Tú tienes la culpa! -le gritó llena de impotencia-. Has sido un grosero. Estoy en mi casa y tengo todo el derecho a estar aquí. Si entras en ella, lo mínimo es que te comportes con educación...
-¿O me violarás?
Elena seguía intentando zafarse de él y notó que la cara le ardía por la sardónica interrupción.
-¿No puedo venir a Francia sin que creas que sólo he venido para perseguirte?
Él hizo una mueca arrebatadora con la boca.
-A lo mejor quiero, que me caces...
-Pero yo no quiero volver a tener nada que ver contigo...
-¿No? -le preguntó Damon mientras la atraía hacia sí.
-No... -le aseguró Elena a pesar de que el corazón le latía a toda velocidad.
-Puedo comportarme con muy buena educación -susurró Damon.
-No cuando estás conmigo...
-Me has enfadado...
Bajó la arrogante cabeza morena para besarle la palma de una mano mientras le soltaba la otra. Ella se estremeció por la caricia. Ella retrocedió en el tiempo. Apretó los muslos con fuerza al sentir que se derretía. Se sentía sensible e inflamada y la vergüenza la atravesaba como un dardo. Ella era apasionada como lo era él y eso había sido una fuente de placer y descubrimientos. Había creído que hacían una pareja perfecta, pero en ese momento, cuando notaba que la sangre le fluía como lava ardiente, se sentía asustada y le parecía un signo de debilidad. Ella lo miraba sin poder contener el anhelo casi insoportable.
-No lo hagas...
-Que no, haga, ¿qué? -le preguntó Damon con tono ronco-. Que no haga... ¿esto?
Le pasó la mano por el pelo para inclinarle la cabeza hacia atrás y le rozó el labio inferior con la punta de la lengua. Elena tembló al sentir el aliento ardiente.
-O, ¿esto?
El entró en los labios separados y ella gimió hasta que la dominó la impotencia cuando él volvió a separar la cabeza.
-Dime qué quieres, chérie.
Ella levantó una mano como si se moviera con voluntad propia y la hundió en su pelo. Se puso de puntillas y lo atrajo hacia sí porque quería sentir su boca más que cualquier otra cosa en el mundo. Él la levantó en vilo y la besó con fuerza antes de dar un paso y dejarla en la cama. En ese instante, la cama cedió y se derrumbó con estrépito.
Damon soltó un juramento, volvió a recogerla del colchón y se alejó un poco con ella en brazos.
-Me había olvidado de que...todavía no he apretado los tornillos -balbució Elena.
-Podrías haberte hecho daño -Damon volvió a dejarla en el suelo.
-Me alegro de que haya pasado, ha evitado que hiciéramos una tontería -aseguró Elena.
Se oyeron unos pasos de hombre que subían por la escalera.
-¿Elena? -preguntó una voz conocida-. ¿Te pasa algo? He visto la puerta abierta y al entrar he oído un estruendo.
Elena, con una sonrisa, rodeó la figura inmóvil de Damon y fue a las escaleras.
-Stefan... me alegro de que hayas venido y voy a aprovecharme descaradamente de ti. ¿Qué tal se te dan los destornilladores?
Damon, con mirada torva, observó al joven rubio que sonreía de satisfacción. Deseó darle una patada que lo mandara escaleras abajo.
-He traído la caja de herramientas -le reconoció
Stefan mientras pasaba junto a Damon.
Damon estaba tan dolido, que casi le hizo una mueca de burla.
-Stefan..., te presento a Damon.
Ninguno de los dos extendió la mano y se saludaron con un gesto de la cabeza.
Elena intentó pasar por alto que Damon hacía que Stefan pareciera bajo, delgaducho y mal afeitado. -Arreglaré la cama fácilmente -le aseguró el inglés antes de ponerse a silbar.
-¿Puedo hablar contigo abajo? -le preguntó Damon a Elena con un susurro.
Elena empezó a bajar con la espalda rígida.
-¿Ese manitas silbador va a vivir aquí contigo?-le preguntó inexpresivamente Damon.
-Creo que no es de tu incumbencia.
-Entonces, ¿puedo volver arriba y partirle el cuello?
Elena palideció.
-Estoy siendo muy claro. No quiero a ningún hombre cerca de ti. ¿Quién es?
Elena lo miró a los ojos y se le secó la boca. -No tienes derecho...
Damon se volvió hacia las escaleras. -Iré a preguntárselo...
-¡No! -exclamó Elena espantada-. Es un amigo de mi tía que vive por aquí. Por amor de Dios, lo he conocido hoy.
A Damon le parecía que no había llegado a pensar nada de lo que había dicho o hecho desde que había entrado en aquella casa, pero que ella reconociera que sólo era un conocido había apaciguado la ira irracional que intentaba contener.
Elena salió hasta el Ferrari plateado que había aparcado delante de la casa.
-Quiero que te marches y... que no vuelvas...
 -No me mientas...
Ella cerró los puños con todas sus fuerzas y luchó con toda su alma contra su flaqueza.
-No voy a vender esta casa, voy a quedarme... Eso es todo lo que necesitas saber...
-¿Para que los dos nos quedemos despiertos en las noches calurosas?
Damon avanzó un poco y la acorraló contra la superficie metálica caliente por el sol.
-Dímelo ahora -le ordenó él con un tono inflexible.
-No...
Elena, casi hipnotizada por el seductor brillo de sus ojos, lo miró con las pupilas dilatadas y el cuerpo ardiendo con una excitación casi irrefrenable.
-Dilo como lo piensas -la apremió Damon mientras se inclinaba sobre ella.
La puerta de la casa se cerró con un portazo y los dos se separaron bruscamente.
Stefan miró a Elena con un gesto de disculpa. -Lo siento... ha sido el viento.
-Es un majadero muy listo -gruñó Damon con un tono amenazador.
Elena se alejó sonrojada y sin decir una palabra. No se volvió para mirarlo porque darle la espalda le había costado un esfuerzo casi sobrehumano.
El Ferrari se puso en marcha y Stefan puso los ojos en blanco.
-Veros a los dos es muy... ilustrativo.
-¿Verme con... Damon? -Elena frunció el ceño-. ¿De qué estás hablando?
-Creo que nunca había visto una atracción tan fuerte. Acabo de salir de una relación bastante larga y ahora comprendo lo que era no tener... la chispa... sentir ese fuego.
Elena, sorprendida de que su reacción a Damon fuera evidente incluso para un desconocido, se puso roja como un tomate.
-Lo has interpretado mal...
-No, no lo creo, pero sé ocuparme de mis asuntos.
Stefan, con una sonrisa, le preguntó qué quería bajar de la furgoneta y ella le indicó unos muebles que había comprado con la intención de hacer que la habitación de Thomas fuera más agradable.
Después de un par de horas, con la furgoneta vacía y sola otra vez, Elena se desnudó para lavarse el pelo y el resto de su cuerpo; sólo contaba con un lavabo y un cazo. Cuando se metió en su anticuada cama, seguía pensando en Damon. El pasado siempre la asaltaba cuando se sentía más débil; siempre miraba hacia atrás para intentar dar con el momento exacto en el que su fantasía de felicidad eterna había empezado a resquebrajarse.
Al final de la tercera semana de vacaciones, cuando llevaba una semana con Damon, Caroline había aparecido de visita. Damon estaba hablando por teléfono mientras ella apoyaba la cabeza en su regazo medio dormida. Todavía recordaba haber levantado la cabeza para ver a la encantadora morena con un traje de lino marrón que estaba en la puerta con una sonrisa radiante y que los saludaba con la mano de forma muy amistosa. Caroline le había parecido muy simpática, recordó Elena con amargura. Naturalmente, ella tenía diecisiete años y había aceptado a Caroline por su apariencia y a la otra mujer le resultó fácil ganarse su confianza.
-Yo creía que me encontraría con Eloise... No debería comentarlo -le susurró Caroline como si fuera su mejor amiga en el preciso instante en que Damon se alejó-. Pero estaba deseando que Damon conociera a alguien nuevo y parecéis muy felices juntos. Por favor, no me pongas en un compromiso, no digas que la he mencionado.
La amiga de la infancia de Damon sólo había necesitado media hora para plantar las semillas de la inseguridad y la desconfianza. Enseguida supo quién era la modelo de París que Caroline daba por sentado que seguía con Damon y la inteligente morena le ofreció algunos valiosos consejos para su relación con Damon.
-No quisiera entrometerme, pero creo que debo advertirte de que Damon en realidad detesta que le mimen constantemente. Habla de otros novios, le encanta la competencia. No se concentra mucho en lo que dicen las mujeres...
Naturalmente, le bastaron algunas preguntas bien formuladas para darse cuenta de que no era una estudiante de arte de veintiún años. Damon nunca le había preguntado cosas concretas. ¿Por qué se le habría ocurrido fingir ser alguien que no era desde la primera vez que se conocieron?, se preguntó Elena con cierta preocupación. Ella pensó que un hombre con un Ferrari y una villa fantástica no haría ni caso a una chica de diecisiete años recién salida del colegio. Se había adelantado cuatro años a lo que le gustaría ser en el futuro. Después de ese ataque de imaginación no tuvo que fingir nada más porque su relación se basó en el presente más inmediato.
No estuvieron separados ni un día hasta que Damon tuvo que ir a París por trabajo. Nadie le preguntaba adónde iba ni qué hacía, ya que su padre tenía bastante con lidiar con el temperamento de su joven mujer. En realidad, parecía que siempre se sentía amenazado, recordó Elena con amargura. Gracias a las rabietas de Lisa, los amigos de su familia se habían metido en una dinámica de actividad frenética para intentar encubrir que estaban pasando unas vacaciones espantosas. Sólo las más jóvenes del grupo habían comprendido que si Elena prefería quedarse sola todos los días y todas las noches era por algo más que por culpa de su madrastra.
-¿Qué es lo que más te gusta de mí? -le había preguntado una noche a Damon.
-¿Qué te hace pensar que hay algo que me gusta? -Damon soltó una carcajada cuando ella le dio un puñetazo de broma en las costillas-. Que nunca intentas ser lo que no eres -dijo con una seriedad impresionante-. Agradezco saber a qué atenerme...
Ella se deshizo en sonrisas hasta que comprendió que lo que acababa de oír debería helarle la sangre. A un hombre que valoraba la sinceridad y la honradez no le gustaría mucho una jovencita que le había contado un montón de mentiras para intentar parecer más madura y sofisticada. Durante aquellos últimos días, ella se había sentido más insegura porque Damon estaba más silencioso y distante con ella y temía que empezara a aburrirse de la relación.
-Creo que está distanciándose de mí -le confesó a Bennett cuando la visitó por segunda vez en su villa.
-Damon es serio y profundo por naturaleza -la tranquilizó la anciana-. No es fácil entender a los hombres complejos, sobre todo si son jóvenes e impulsivos.
Cuando, unos días después, Caroline reveló «accidentalmente» la edad que tenía Elena, Damon sacó a relucir un genio que ella no había llegado a imaginarse. Sin embargo, la peor humillación seguramente fuera cuando Damon, sin aviso previo, fue a la granja decidido a conocer a sus padres. Lisa salió de la piscina con los pechos desnudos para coquetear con él y eso provocó una discusión de borrachos entre su padre y su madrastra. Damon se comportó demasiado correcta y discretamente. Elena, que captó el rechazo que disimulaba, sintió una vergüenza enorme por su familia.
-¿Debo considerar que me has dejado? -le preguntó horrorizada mientras él se montaba en su deportivo.
-Me he metido en esto precipitadamente. Tengo que pensar -le dijo antes de darle un beso fugaz que la dejó sin respiración para separarse inmediatamente después-. Solo.
-¡No creas que voy a quedarme sentada esperándote! -le avisó ella, que súbitamente se sentía muy asustada por el nuevo distanciamiento que notaba en él y por la rígida disciplina que se había impuesto cuando estaba con ella.
Damon la miró con una tristeza tan sincera, que ella se sintió incómoda.
-Pareces tan joven... No puedo creerme que otra persona me haya desvelado lo que yo tendría que haber sabido desde el principio.
Se fue a París y no la llamó por teléfono ni se puso en contacto con ella. Caroline dejó caer que habría ido a ver a Eloise, que había pasado casi todo el verano trabajando en Londres. Elena, atormentada por su silencio, buscó la compañía de sus amigas por primera vez en todas las vacaciones. Hizo todo lo posible para no demostrar que tenía el corazón hecho añicos. Nunca pudo imaginarse que la próxima vez que vería a Damon sería en la sala de espera de un hospital después de una tragedia inimaginable que no dejaba resquicio alguno para los sentimientos personales ni el diálogo.


Damon, con una toalla atada a la cintura y mojado por la ducha, miraba al infinito por la enorme ventana del dormitorio.
Se sentía desasosegado por la mera idea de saber que Elena estaba al otro lado de los terrenos que rodeaban la casa de sus antepasados. Además, la había dejado con un tal Stefan, un desconocido mal afeitado. Un desconocido que también la deseaba. ¿Acaso no era raro que un hombre fuera de visita con la caja de herramientas en la mano? ¿Un hombre no podría interpretar la amistosa naturalidad de Elena como una invitación a algo más? ¿Cómo no se le habría ocurrido que Elena podía estar en peligro? La había dejado a merced de un manitas sonriente que podía ser un psicópata. Se quitó la toalla y empezó a vestirse.
Había una luz tenue en los dos pisos de la casa de campo. Damon se bajó del coche, avanzó por el sendero y se paró junto a un viejo árbol para mirar dentro de un agujero que había en el tronco. Sacó una llave polvorienta, pero volvió a dejarla en su sitio con el ceño fruncido. Golpeó la puerta con la aldaba...

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