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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

06 junio 2013

En tus brazos Capitulo 13

Capitulo 13

Una hora más tarde, el patio estaba casi vacío. Con los últimos rayos de sol, Damon recorrió el perímetro del edificio humeante y se detuvo en la parte trasera.

Un grupo de árboles que protegían la parte de atrás de la estructura habría hecho que resultara fácil aproximarse sin ser visto desde esa dirección. Habiéndolo planeado la noche anterior, tras colocar pólvora en la paja o empaparla con aceite, alguien podría haber prendido fuego al tejado simplemente subiéndose a un árbol y lanzando desde allí un paño en llamas.


Si alguien había provocado el fuego, el calor del incendio, lo suficientemente intenso como para chamuscar los alrededores del edificio, habría destruido cualquier resto de pólvora o aceite que el culpable hubiera podido derramar durante los preparativos. A pesar de lo que Damon le había dicho a la multitud, sin testimonio alguno, sería casi imposible demostrar que alguien hubiera cometido el delito.

Aun así, le preguntaría al joven Tanner si recordaba haber olido a aceite.

Suspiró con frustración y regresó a la calesa. Tras mirar una última vez los restos de la hilandería, ayudó a la señora Gilbert a sentarse junto a Davie, se sentó después él y condujo el vehículo hacia la casa de Biddy Cuthbert.

Dejaron al chico, se quedaron el tiempo suficiente para explicarle a la anciana lo sucedido y luego retomaron el camino hacia la mansión.

Con el chico a salvo en casa, por primera vez desde que condujera la calesa a toda velocidad hacia el incendio, Damon tuvo tiempo para pensar en los acontecimientos. Tal vez la señora Gilbert estuviera pensando en ellos también, pero igualmente permaneció callada. Ni siquiera su tentadora presencia junto a él podía distraer a Damon de los catastróficos resultados del fuego.

Poco después de su llegada a la finca, tras inspeccionar el proyecto de la hilandería que Tyler había dejado a medias, Damon había decidido completar el proyecto y había escrito a Hal para preguntarle por los últimos adelantos en seguridad disponibles. Junto con el extintor de Manby, Hal le había recomendado que instalaran mangueras en el carro. Las mangueras permitirían a los bomberos dirigir el agua bombeada hacia el edificio, no sólo rociarla desde la máquina hacia el tejado. Pero, como el dinero para materiales era poco, Damon aún no había hecho los pedidos.

Si los tejedores hubieran tenido a mano una bomba de agua, tal vez podrían haber evitado las heridas del joven Tanner, y haber extinguido las llamas, o al menos haber evitado que todo el edificio quedara inservible.
Ya había gastado casi todo el dinero en efectivo que tenía para comprar semillas, herramientas de labranza y materiales, para completar la hilandería y para darles mercancías a los trabajadores. ¿De dónde sacaría el capital para volver a empezar? ¿Qué harían los trabajadores y sus familias hasta que la hilandería pudiera volver a abrirse?

Tal vez pudiera pedirle un préstamo a Tyler.

Damon sonrió amargamente. Se había creído capaz de obrar milagros al ofrecerse a comprar Blenhem. Pero Dios siempre escarmentaba a aquél que se sentía demasiado seguro de sí mismo.
Bueno, tal vez los milagros escaparan a su control, pero había mucho más que podía hacer. No dejaría que un villano decidido a destruirlo le impidiera lograr sus objetivos; devolverles la esperanza y el trabajo a los habitantes y restablecer la prosperidad de la tierra.

Costase lo que costase.


Ya era de noche cuando llegaron a la mansión. Tras entregarle las riendas al mozo, Damon ayudó a la señora Gilbert a bajar de la calesa.

El deseo que había quedado atenuado por sus pensamientos sombríos regresó entonces con fuerzas renovadas cuando le agarró la mano.

Tomó aliento y se maravilló de nuevo del poder que ejercía sobre él. Aunque estaba desalentado y cansado, sólo le hacía falta la más mínima de las caricias para provocar chispas en su interior.
Pero después de pasar la tarde arrodillada en el suelo, la señora Gilbert estaría tan agotada como él.

—Debéis de estar deseando daros un baño caliente y descansar —dijo él mientras caminaban hacia la puerta—. ¿Le digo a la señora Winston que posponga la cena hasta que os hayáis cambiado y que os lleve una bandeja a la habitación?

—Me vendría bien un baño. Pero, a no ser que prefiráis estar solo, preferiría cenar con vos.

Un torrente de felicidad inundó su corazón. Tras los tristes acontecimientos del día, deseaba su compañía desesperadamente. Dado lo cansado que estaba y lo mucho que le costaba mantener el control, debería decirle que cenase sola. Pero, después de una breve lucha interna, no pudo resistirse al placer de su compañía.

—¿Le digo a Elijah que tenga la cena preparada en una hora?

Se reunieron en el comedor para cenar; ambos parecían satisfechos de estar el uno en compañía del otro sin necesidad de hablar. Además de su cansancio, Damon sentía la garganta seca, lo cual hacía que hablar le resultase incómodo; por otra parte, la cara, la espalda y las manos le dolían de las quemaduras que se había hecho al entrar a salvar a los Tanner, aunque por suerte no le habían salido ampollas.

Cuando concluyó la cena, Damon llevó a la señora Gilbert al estudio. Se quedaron los dos sentados durante un rato, sin hablar, bebiendo vino mientras contemplaban las llamas de la chimenea. Damon pensaba que aquél era un mundo extraño y maravilloso, donde un elemento que permitía cocinar su comida y calentaba su hogar podía, en cuestión de minutos, convertirse en una bestia implacable capaz de devorar hombres, casas y futuros enteros.

Al igual que el deseo, que podía intensificar y profundizar el afecto, o herir, explotar y destruir.

—Debe de ser difícil —dijo la señora Gilbert por fin—. Ver cómo el trabajo duro y el dinero se convierten en humo.

—Desde luego que lo es.

—¿Creéis que os harán responsable por la pérdida de la hilandería?

—Soy el responsable —contestó Damon con una sonrisa.

—¡Pero nadie podría haber hecho más que vos por intentar controlar el fuego! Bombeasteis agua más que ningún otro hombre, e inspirasteis a los demás a seguir esforzándose, por no hablar de la valerosa intervención que permitió a los Tanner salir con vida del incendio. Además, no podríais haber hecho nada por evitarlo.

Brevemente, Damon le explicó los beneficios de instalar una bomba en la hilandería y la utilidad de las mangueras.

—En un intento por estirar mis limitados fondos, retrasé el momento de hacer el pedido. Si hubiera estado disponible una máquina para bombear agua, tal vez los tejedores podrían haber extinguido, o al menos minimizado el impacto de las llamas.

—Tal vez —dijo ella—. ¿Pero habría servido de algo una manguera si, como dicen algunos, el fuego fue intencionado?

—No hay manera de saberlo. En vez de pensar en decisiones que no puedo deshacer, ahora debo pensar en cómo proceder.

—Estoy segura de que se os ocurrirá algo. ¿Consultaréis con vuestro jefe? ¿Teméis que lord Englemere os despida por ello? ¡Eso sería de lo más injusto!

—Creo que puedo aseguraros que no lo hará.

—¿Entonces estáis unido a él?

Como ya había hecho antes, Damon vaciló y se preguntó si no sería mejor contarle la verdadera naturaleza de su relación con Tyler, lo que significaría también revelar su identidad. Pero convencido como estaba de que el incendio había sido provocado, y de que los posibles responsables eran dos hombres que ya habían intentado llamar la atención de la señora Gilbert, se abstuvo de decirle la verdad.

Ya habían ido a buscarla antes y probablemente volverían a hacerlo. Sería mejor que no tuviese acceso a información que pudiera ponerla en peligro.
Mientras tanto, se aseguraría de que Davie la acompañara siempre que saliera de casa.
Eligió su respuesta con cuidado y dijo:

—He trabajado con lord Englemere durante muchos años y siempre ha sido un hombre justo.

Para su tranquilidad, ella asintió, aparentemente satisfecha con la explicación.

—¿Y pensáis reconstruir la hilandería? Por lo que he oído hoy mientras atendía a los heridos, la gente de aquí está ansiosa porque continúe la empresa.

—Desde luego me encantaría reconstruirla, aunque me temo que tendría que obtener fondos adicionales. No lo sabré con seguridad hasta que no podamos inspeccionar detalladamente el edificio. Pero de un modo u otro, me aseguraré de que los trabajadores no sufran.

—Sé que lo haréis. Y ellos también. ¡Sois una figura de inspiración para ellos, señor Salvatore! No sólo vuestro comportamiento durante el incendio, sino que ya os respetaban antes por vuestro trabajo y la preocupación que demostráis por el bienestar de la gente de Blenhem, ya sean granjeros, tejedores o ancianas sin nada que comer.

—Somos una comunidad —dijo él—. Debemos trabajar todos juntos si queremos que las cosas cambien y mejoren.

—Desde luego —convino ella, y le dirigió una suave sonrisa—. Hablando de mejorar. Parece que tenéis quemaduras en la cara y en las manos. Iré a buscar el botiquín y os aplicaré un poco de ungüento.
Se puso de pie inmediatamente y salió de la habitación. Sintió la pérdida de su presencia como el frío que uno siente en la piel cuando el sol se oculta tras una nube, y el corazón le dio un vuelco de alegría cuando regresó y disipó las nubes.

—¿Aprendisteis a curar en la India? —le preguntó mientras ella abría el botiquín.

—Sí —respondió la señora Gilbert mientras sacaba los frascos—. Con tantas enfermedades peligrosas y fiebres en ese país, era importante que en cada casa hubiera alguien con conocimientos sobre el tema. Mi padre contrató a una ayah, una enfermera nativa, para ayudar con mis hermanas, y me instruyó. Así como a varios miembros del personal, le traté a mi padre un brote de fiebre y a mis hermanas varias enfermedades menos importantes.¿Ahora os importa inclinar la cabeza un poco, por favor?

Damon cerró los ojos y disfrutó de sus caricias, intoxicantes a pesar de las quemaduras.
Le extendió suavemente por la cara una sustancia con la textura de una mantequilla suave con aroma a lavanda.

—¿Os sentís mejor? —preguntó con vos rasgada.

Damon quiso decirle lo a gusto que se sentía, abrió los ojos y se encontró su rostro a escasos centímetros de su cara, con los ojos tan cerca que podía ver las pecas color ámbar que brillaban en sus iris verdes.

La fatiga y la incomodidad de las quemaduras desaparecieron al instante y fueron sustituidas por un intenso deseo.

Después de la ansiedad y la angustia del día, deseaba más que nunca la comodidad y el placer que sabía que encontraría en sus brazos, en su cama.

Casi podía saborear la dulzura de sus labios, sentir el peso aterciopelado de sus pechos en sus manos, el cálido abrazo de sus pliegues húmedos mientras la penetraba.
Deseaba utilizar sus labios, su lengua y su cuerpo para convertir sus suspiros en gemidos de placer, hacer que su respiración se acelerase hasta que enredara los dedos en su pelo y todo su cuerpo se convulsionara mientras gritaba extasiada y lo arrastraba con ella al éxtasis.

Al mirarla a los ojos, se dio cuenta de que ella también lo deseaba. Si inclinó hacia él hasta que sus pechos rozaron su camisa.

Damon podría hacer que se sintiese muy bien; que los dos se sintiesen bien. Sucumbiendo al deseo que había ido intensificándose día a día desde la primera noche en que la había tomado entre sus brazos; y juntos podrían reforzar la conexión que ya existía entre ellos, una intimidad más intensa de lo que jamás había experimentado.

¿Quién mejor que su dulce Elena sabía lo duro que había trabajado para que Blenhem Hill fuese un éxito? Ya había capturado su corazón y su alma. ¿Por qué no ofrecerle también su cuerpo a la mujer que formaba parte de Blenhem y que se preocupaba por aquel lugar tanto como él?

Un centímetro. Damon tenía que inclinar la cabeza sólo un centímetro para que sus labios se rozaran.
Pero eso no estaría bien. Elena no estaba ofreciéndose a sir Damon, sino a Damon Salvatore, el hombre al que consideraba un simple gerente. No podía aprovecharse de su confianza para unirla irrevocablemente a él hasta que no supiera quién era realmente el hombre con el que estaba.
Apartarse de aquellos labios y del suave peso de sus pechos fue lo más duro que jamás había hecho.
Estaba empapado en sudor y temblando por el esfuerzo cuando finalmente lo consiguió.

—Debo de estar más cansado de lo que pensaba —murmuró mientras se apartaba de ella, sabiendo que si no se alejaba de su presencia inmediatamente, su resolución se haría pedazos y abandonaría la habitación con ella en brazos, para pasar la noche en su cama—. Buenas noches.

Damon se dirigió hacia la puerta, atravesado por el dolor y el arrepentimiento mientras veía cómo el deseo en los ojos de Elena se convertía en confusión, y luego en dolor. Apretó los dientes y los puños, se obligó a darse la vuelta y a salir de la habitación.

 A la mañana siguiente, una Elena apática estaba sentada junto a Davie mientras éste la llevaba a la escuela, hablando con entusiasmo tras contarle orgulloso cómo, por primera vez el día anterior por la mañana, el señor Salvatore le había confiado las riendas durante un rato.

Probablemente aquél sería el último día que tendría que trabajar en el edificio. El señor Tanner iba a llevar el último cargamento de piedra; el carpintero le había dado a Davie perchas de madera para colgar en la puerta y que los niños pudieran dejar allí sus capas y sus chaquetas. Y mientras ellos trabajaban, ella revisaría los libros de texto una última vez para que estuvieran listos para el inicio de las clases la semana siguiente.

Debía sentirse excitada y entusiasmada. Pero, después de una noche en vela seguida de un desayuno solitario, pues según le había dicho Elijah, el señor Salvatore había tenido que marcharse temprano, se sentía aburrida, confusa y frustrada.

Tal vez fuera mejor no haberlo visto aquella mañana. Se había pasado la noche despierta, desesperada, consumida por el deseo, frustrada después de haber estado a punto de conseguir que el señor Salvatore desencadenase la reacción que encendería la pasión que había ido creciendo entre ellos. Con cada célula de su cuerpo deseaba sumergirse en un fuego que los consumiría con la misma fuerza con la que el incendio se había tragado la hilandería el día anterior.

En el brillo de su mirada, en la humedad de sus labios y en la tensión de su cuerpo, había notado que Damon Salvatore la deseaba tanto como ella a él. ¿Por qué entonces la había rechazado?

Después de la incredulidad, su primera respuesta había sido la indignación. ¿Cómo se atrevía a darle la espalda y a marcharse con una excusa tan barata, cuando lo que ella necesitaba era sentir sus manos sobre su cuerpo, su lengua sobre su piel, su miembro inmerso en ella.

Tras varios segundos de inmovilidad, necesarios para aceptar el hecho de que se hubiese marchado, Elena se había ido a su habitación, aún sin comprender nada. ¿Por qué si la deseaba había elegido no besarla?

Tal vez las quemaduras le doliesen más de lo que había dicho. Tal vez, tras haber dicho que jamás flirtearía con una mujer que trabajara para él, le pareciese deshonroso romper su palabra.
A lo largo de la noche de insomnio, había considerado la primera opción como aceptable. Pero había rechazado la segunda. Ella no había podido dejar más claro que le parecía honrado, que lo deseaba de todos modos.
¿O quizá la deseaba como un hombre desea a una atractiva mujer de la calle, tentado por su sensualidad pero sin interés en unirse a una mujer que se mostraba tan descaradamente disponible?
¿Acaso su comportamiento directo lo había repelido? Se sintió humillada al recordar aquella última explicación que había contemplado antes de quedarse dormida por fin.

Ahora se preguntaba si no habría otra razón más importante. ¿Podría ser que, aunque la deseara, siendo un gerente de importancia en la comunidad, no quisiera implicarse con la viuda de un caballero cuya familia la había repudiado? Una mujer con pocos contactos que él pudiera utilizar en su provecho.

Con su experiencia y su capacidad para trabajar duro, un hombre como el señor Salvatore sería capaz de dirigir una propiedad más extensa e importante para su noble patrón; sobre todo si se aliaba con una dama con los contactos adecuados.

Mientras que ella no podía hacer nada para que avanzase en su carrera.
De pronto Davie frenó el caballo y la sacó de su ensimismamiento. Entonces se dio cuenta de que habían llegado a la escuela.

—Ya hemos llegado, señora —dijo el chico mientras se bajaba de la calesa para ayudarla—. Sana y salva, como prometí. No había necesidad de que miraseis al frente todo el tiempo y agarraseis la barandilla como si temieseis que fuese a volcar en una cuneta.
Qué suerte que Davie no tuviera idea de la verdadera causa de su abstracción.

—En absoluto —respondió ella—. Sólo estaba… pensando.

—No hace falta que os preocupéis por la escuela —le aseguró Davie—. Los niños de la zona están tan ansiosos como yo por empezar. Si os dan problemas, yo estaré aquí para ocuparme de ello. ¿Necesitáis que haga algo más después de poner las perchas? El señor Salvatore me dijo que no debía dejaros sola, así que me quedaré por aquí hasta que lleguen los obreros. Puede que me necesiten.

—Tal vez puedas ayudarme a ordenar los libros.
Al mencionar los libros, al chico se le iluminaron los ojos.

—Entonces terminaré con las perchas enseguida.

Fiel a su palabra, Davie colocó las perchas antes de que Elena hubiera organizado el primer cargamento de material.

—Te manejas bien con el martillo —observó ella—. ¿Alguna vez has pensado en hacerte carpintero?

—Mi madre pensaba que debía, pero mi padre quería que me hiciese cargo de la granja. Yo nunca quise eso; no me gusta el olor a porquería en las manos. Solía escaparme al pueblo e ir a casa del carpintero o del herrero. Mi padre pronto supo dónde encontrarme. Se enfadó mucho, pero eso no me desalentó.

—¡Aplica esa determinación a tus estudios y llegarás muy lejos! ¿Ahora quieres ir a por el resto de los libros de la habitación y traérmelos a la mesa, por favor?

Davie asintió y se dirigió al almacén.

—Vaya, ¿qué es esto? —preguntó riéndose desde detrás del biombo—. ¿Este agujero es lo que el señor Tanner va a terminar hoy? Será mejor que lo haga, de lo contrario algún niño se escapará por aquí y se irá al arroyo antes de que os deis cuenta.

—¿De verdad? —preguntó Elena cuando Davie reapareció con los libros—. Entonces hasta que no se endurezca la argamasa, recordaré pedirle sólo a los alumnos más grandes que vayan a por material.

—¿Para qué es todo esto, señora? —preguntó Davie mientras colocaba los libros cuidadosamente sobre la mesa.

Uno por uno, fue enseñándole los libros; uno con sumas para matemáticas, otro con el alfabeto y las frases simples. Davie se detuvo en un libro ilustrado más grande.

—¿Y éste, señora?

—Es un libro sobre la India, lleno de leyendas y de misterios. Pensaba leer algunas de las historias en alto.

Davie fue ojeando el libro lentamente, mientras se detenía para admirar los grabados.

—Parece muy interesante. Algún día podré leerlo yo solo.

—Así es —respondió ella—. Y cuando aprendas a leer, Davie, será tuyo.

—¿Para quedármelo? —preguntó el niño, asombrado.

—Para quedártelo.

—No podéis, señora. Un libro tan bonito debe de costar mucho.

—Un libro caro debe estar en manos de alguien que realmente aprecie su valor. No se me ocurre nadie mejor que tú.

Davie comenzó a dar las gracias tartamudeando cuando oyeron a lo lejos el galope de un caballo.

Sin decir palabra, los dos se levantaron y corrieron a la puerta.

—Señor Elliot —le dijo Davie al hombre que se había detenido frente a ellos—. ¿Qué sucede?

—Uno de los hombres que siempre se reúnen en la posada, alguien de Nottingham que ha estado trabajando por la zona, vino a ver al señor Salvatore esta mañana y le dijo que el hombre que estaba detrás del incendio de la hilandería estaba oculto por la zona. Lo siguieron hasta una de las granjas abandonadas más allá de la granja de Miller. Se dice que tiene un rehén, y el rehén es la abuela Cuthbert. Yo voy a buscar a mi hermano para ver si podemos ayudar.

Davie salió corriendo y agarró las riendas del caballo para evitar que Elliot se marchara.

—¿La abuela está en peligro? —gritó—. ¿Estáis seguro?

—No, pero el señor Salvatore dijo que debíamos actuar como si la amenaza fuera real. Si estás dispuesto a ayudar, puedes venir.

—Claro que quiero —dijo Davie, y miró a Elena con aprensión—. Pero… le prometí al señor Salvatore que me quedaría con la señora Gilbert hasta que Tanner y los albañiles llegaran.

—Acabo de adelantar al carro de Tanner, que venía hacia aquí —dijo Elliot—. No tardarán.
Davie asintió.

—Tan pronto como llegue, iré yo —dijo—. ¿Una casa más allá de la granja de Miller, habéis dicho? Espero poder encontrarla.

Aunque a Elena le inquietaba la idea de quedarse sola, si la llegada de los albañiles era inminente, la urgencia que debía de sentir el chico por ir a buscar a la anciana sería mayor que la satisfacción que obtendría ella pidiéndole que se quedara.

—No, vete, Davie. La abuela te necesita. Yo estaré bien hasta que lleguen Tanner y sus hombres.

—¿Estáis segura, señora?

—Sí, estoy segura —insistió ella. Y casi antes de que terminara de pronunciar las palabras, Davie ya se había subido a la calesa.

Cuando se alejaron, Elena se quedó mirando el camino. ¿Resultaría ser el hombre al que seguían el mismo que había prendido fuego a la hilandería? ¿Sería el inquietante señor Hampton?

Cuando el jinete y la calesa desaparecieron a lo lejos, todo quedó en silencio. Aunque en realidad, a plena luz del sol, con los pájaros cantando en los árboles, la escena no parecía muy distinta a cualquiera de los otros días que había estado trabajando allí. Sin embargo, Elena tenía que admitir que se sentiría mejor cuando llegase Tanner.

Tras convencerse a sí misma de que no había peligro alguno, regresó al interior de la escuela. Dado que los albañiles llegarían pronto para terminar de tapar la pared de la habitación, sería mejor que llevase el resto de sus cosas al escritorio.
Sin dejar de prestar atención a los sonidos de fuera, con la esperanza de oír pronto el carro de Tanner, comenzó a trabajar.


Una media hora después, ya había retirado todos los libros y materiales de la zona de trabajo, pero los albañiles aún no habían llegado.

Tal vez se hubieran detenido a dar de beber a los caballos. Para distraerse, abrió el libro sobre la India, comenzó a ojearlo y fue deteniéndose en las ilustraciones que tanto habían fascinado a Davie. ¿Viajaría el niño alguna vez allí para hacer su fortuna, como había predicho? Estaba sonriendo al imaginárselo como un joven nababo hindú cuando un sonido suave y sibilino llamó su atención.
Se le puso el vello de punta al mirar hacia la puerta y comprobar para su desgracia que se trataba del señor George Hampton, que entró en la escuela con una alforja colgada del hombro.

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