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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

13 octubre 2012

Rivales Capitulo 05


Capítulo 5

Las severas palabras de Damon dejaron a Elena sin habla. conforme  él  la  conducía  a  su  dormitorio, sintió  como  si  no tuviera  otra  opción. Se  reprendió  a  sí  misma: siempre  había elección.

Pero    mantener    su    dignidad    y    marcharse    tendría    consecuencias sobre la persona que más le importaba.



Además, cuando vio a Damon cerrar la puerta de un puntapié y la condujo  a  su  enorme  cama, descubrió  que  no  deseaba marcharse. ¿Estaría usando a Katherine para justificar aquello? asqueada de sí misma, se soltó de Damon. Había relegado el hecho de ser virgen a un lugar que no quería explorar, pero iba a tener que afrontarlo.

Se apartó de él y se irguió.

—No voy a acostarme contigo como cualquier concubina. Él frunció los labios.

-No, vas a acostarte como la amante que eres. Estoy seguro de que no es ni tú primera ni tu segunda vez, Elena, no te hagas la tímida —dijo él, con una sonrisa cruel—. Tengo suerte de que ahora no estés con nadie.

-¿Cómo sabes eso? —preguntó ella, casi sin aliento. Damon se le acercó.

—Porque, desde que me fui de Atenas, he hecho que te siguieran y me contaran todos tus movimientos —añadió, recogiéndole un mechón de pelo tras la oreja—. Sé que debes de estar deseando volver a vivir la vida que ya no puedes tener, debido a la codicia de tu padre.

Vio  que  él  tomaba  sus  manos, secas  y  algo  ásperas  de  tanto limpiar. Cada  vez  que  había limpiado  un  inodoro, se  había imaginado puliendo el oro blanco de una de sus creaciones.

Damon le besó las manos, acelerándole el pulso, aunque la conmoción  no  la  dejaba  reaccionar. ¿Él  había  hecho  que  la siguieran?

—No puedes negar que deseas volver a tener una vida fácil...Y yo puedo proporcionártela.

—Sólo  temporalmente  —puntualizó  Elena, con  amargura porque él en realidad no la conocía.

Sabía que  eso  le  daría la  impresión de  ser  una  avariciosa, y detestó que le importara.

Damon enarcó una ceja.

—Eso depende de ti, Elena, según cuánto me complazcas en la cama...

El  pánico  se  apoderó  de  ella. Él  creía  que  era  una  mujer experimentada. Ciertamente, la mayoría de sus compañeras lo eran. pero  Katherine  y  ella  siempre  habían  sido  de  otro  tipo, debido a la naturaleza controladora de su padre. Por eso su hermana Caroline se había revelado y había tenido un final tan trágico.

—Damon, no creo que entiendas que... él la sujetó por la nuca.

—No hay nada que comprender, excepto esto —le interrumpió y, antes de que ella pudiera reaccionar, estaba besándola por segunda vez en veinticuatro horas.

Habían ocurrido tantas cosas en tan poco tiempo, que la cabeza le daba vueltas, aunque estaba olvidándose de todo conforme él  la  besaba, despertando  una  respuesta  que  ella  no  podía evitar.

Con un gemido de desesperación, Elena posó las manos en el pecho de él y lo agarró de la camisa. Necesitaba agarrarse a algo, tan intenso era el efecto que aquel hombre tenía sobre ella.

La lengua de él buscó la suya, y Elena se derritió. Recordó lo sucedido en el estudio, y su desvergonzada respuesta. pero en  aquel momento no  tenía tiempo para sentirse humillada: sólo  podía  sentir  una  necesidad  recién  descubierta  y creciente.

Sintió  las  manos  de  Damon  en  su  espalda, bajándole  la cremallera del vestido. Elena se separó y elevó la mirada. Jadeaba, y el corazón le latía con tanta fuerza, que creyó que iba   a   desmayarse.  Sentía   los   labios   hinchados.  Sólo   pudo quedarse de pie mientras sentía la fría brisa nocturna en su piel, conforme la cremallera descendía. Y mientras tanto, Damon no dejaba de sostenerle la mirada.

Al  llegar  al  final  de  la  cremallera, justo  encima  de  los glúteos   de   ella,  Damon   la   abrazó   y   le   acarició   la   espalda desnuda. Elena se estremeció violentamente; los pezones le cosquilleaban. Sintió  que  él  le  desabrochaba  el  sujetador. Las cosas estaban yendo demasiado rápido.

Bruscamente, se apartó de aquellas manos zalameras, sujetándose el vestido. Iba a decir algo, cuando él comenzó a desvestirse. Y al verlo desnudo ante ella, como un orgulloso guerrero, se quedó sin aliento: tenía un torso ancho y musculoso, y su vientre plano terminaba en una mata de vello de  la  cual  emergía  una  intimidante  erección. Elena  sólo había   visto   a   un   hombre   en   aquel   estado,  y   no   estaba preparada para aquella impresionante virilidad.

Antes de darse cuenta, él le había quitado toda la ropa menos las bragas. Elena gritó, y se tapó los senos con un brazo y la entrepierna con otra mano.

Damon rió burlón.

—Deja de fingir inocencia...

—Es que yo no...

—Basta de charla —gruñó él, besándola y acercando sus cuerpos desnudos.

Elena dejó de pensar al entrar en contacto con aquella turgente  erección. A pesar  de  lo  excitada  que  estaba, no  se sentía preparada para aquello. Nunca lo estaría. Había creído que tal vez podría fingir, pero no era así.

Damon estaba llevándola a la cama y tumbándola. Las cosas iban demasiado rápido. Tenía que detenerlo, aunque estuviera volviéndola  loca. No  podía  permitir  llegar  al  mismo  punto que con Aquiles, y que Damon la mirara con el mismo horror al descubrir que era virgen. Recordaba el insoportable dolor y la terrible humillación cuando Aquiles no había podido penetrarla: le había gritado que era una frígida y que nadie querría acostarse con ella.

Aunque ella sentía que  aquella ocasión era  diferente y  no tenía  por  qué  terminar  igual,  su  cerebro  le  advertía  del dolor y la humillación que podían producirle. y enfrentarse a  lo  mismo  con  Damon  sería  mucho  peor  que  con  Aquiles. Esa conclusión fue suficiente para ponerla en acción.

Con  un  esfuerzo  descomunal,  empujó  el  pecho  de  Damon.  Él estaba acariciándole pierna arriba, haciéndole perder el control de su propio cuerpo.

Elena cambió de postura y le apartó la mano violentamente.

— ¡No!

El sonido reverberó en la habitación.

Damon se detuvo en seco. Elena lo miró, pero sólo pudo adivinar sus rasgos. Él también respiraba acelerado.

—Tengo que decirte algo... —comenzó.

Después de un largo rato, Damon se apartó y encendió una lamparita en  la  mesilla. Bruscamente, recogió sus  vaqueros del suelo y se los puso.

Elena   se   sintió   expuesta   y   se   tapó   con   la   sábana.   Él necesitaba una mujer con experiencia, como las de las fotos de internet. Sintió náuseas.

— ¿Y bien, Elena? ya puede ser bueno.

Ella se hubiera puesto en pie, pero la sábana estaba enganchada  a  la  cama.  Bajó  la  cabeza,  reuniendo  todo  su valor, y agradeció que el cabello le ocultara el rostro.

Por fin, elevó la vista.

—Soy virgen.

Damon se la quedó mirando, extrañamente quieto, y la atmósfera se volvió densa.

--, ¿Qué has dicho? Elena tragó saliva.

—Que soy virgen.

—Eso no puede ser —replicó él.

Elena  sintió  la  losa  de  la  humillación. Aquello  iba  a  ser mucho peor de lo que había imaginado. Se levantó de la cama de un salto y se subió el vestido hasta el pecho. Miró a Damon.

—Me temo que sí puede ser. No soy lo que tú... nunca he sido la amante de nadie.

Damon  hizo  un  gesto  despectivo con  la  mano. —Mientes —dijo furioso—. Este es uno de tus trucos. Ya te lo he dicho, no me gustan los juegos.

—Ni a mí —replicó ella desesperada—. Cree lo que quieras, Damon, pero  no  te  llevaría  mucho  comprobar  que  estás equivocado.

Él  se  la  quedó mirando como  si  quisiera ver  en  su  interior. Elena  no  pudo  soportar  tanta  intensidad: bajó  la  cabeza  y sintió el impulso de disculparse, pero lo reprimió.

—No hemos tenido oportunidad de... se detuvo, avergonzada.

—Podrías habérmelo dicho cuando te anuncié que ibas a convertirte en mi amante —comentó él con tono gélido.

Ella  elevó  la  vista, furiosa. ¡Estaba  pasando  por  la  misma humillación otra vez!

— ¿Y cómo? ¿«Que sepas que soy virgen»?

Damon la fulminó con la mirada y, de pronto, se quedó inmóvil. Elena lo miró recelosa.

— ¿Regresaste aquí para acostarte conmigo, tras comentar las distintas opciones con tu padre? —inquirió él suavemente—.

¿Como una especie de sacrificio? Elena lo miró horrorizada. Negó con la cabeza. —en absoluto. ¿Cómo puedes pensar algo así? mi padre ni siquiera está aquí, se ha marchado a Londres
—dijo disgustada.

Evidentemente, él  no  quería  acostarse  con  ella, romper  su inocencia. De  pronto, Elena  no  pudo  soportar  sentirse  tan vulnerable frente a él.

—Me voy a mi habitación.

Tras un largo instante, él asintió.

—Buena idea.

Damon la observó salir de la habitación, con el vestido a medio cerrar enseñando parte de su suave espalda. Estaba conmocionado: ella era virgen. ¿O no? se maldijo a sí mismo. Efectivamente, no  tardaría  mucho  en  comprobarlo  y,  si  la poseía en aquel momento, tal y como deseaba, y ella decía la verdad... entonces, le haría daño.

De ser cierto, ella no había tenido incontables amantes, y él debía replantearse su opinión sobre ella. La incomodidad se apoderó de él. Se sentó en el borde de la cama, con la cabeza gacha. ¿Cómo era posible que alguien como ella se mantuviera virgen con veinticuatro años? por alguna razón, no se sentía preparado para profundizar en esa reflexión.

Recordó entonces la noche anterior, en su estudio. La había llevado muy cerca del orgasmo, y plenamente vestida. Había creído que ella fingía, pero si no fuera así, eso explicaría su expresión de conmoción y vergüenza.

Miró hacia la puerta por la que ella acababa de salir, y tuvo la certeza de que había dicho la verdad.

Estaba furioso consigo mismo por no haber advertido las señales. Era un experto en mujeres, pero había besado a una inocente   y   no   se   había   dado   cuenta.  Y   todo,   por   estar

Demasiado excitado. En cuanto se acercaba a  ella, las hormonas le dominaban. Hizo una mueca de disgusto.

Cuando  ella  le  había  hecho  detenerse, él  había  necesitado más  fuerza de  la  que  creía  poseer, para separarse de  aquel cuerpo  ágil  y  firme. casi  había  explotado  con  sólo  ver  sus senos, dos montículos hermosamente redondeados, coronados por  unos  pezones  pequeños  y  erectos, animándolo  a  que  los succionara.

El  deseo  estaba  apoderándose de  él  de  nuevo. Y había  algo más: ningún otro  hombre había  descubierto los  secretos del cuerpo de Elena. Sintió un extraño cosquilleo en el pecho: muchos hombres podían desearla, pero él sabría que ninguno había   sido   su   amante.  Ella   era   virgen,  y   era   suya.  Algo primario renació en su interior ante lo que eso implicaba.

Para horror suyo, en  cuando salió de la ducha, lágrimas de frustración  le  bañaron  las  mejillas.  Elena  se  llevó  las manos al rostro. No podía creer lo que sentía. No podía creer que Damon, a quien apenas conocía, le hubiera llegado tan hondo que pudiera herirla hasta aquel punto, cuando en realidad debería odiarlo. ¿Cómo podía querer que alguien como él la deseara? ¿Por qué no le hacía feliz haber quedado por encima de  él?  por  un  instante,  le  había  hecho  una  m ella  en  su insufrible confianza en sí mismo.

Por fin, salió de la ducha y se medio secó con un enorme albornoz que  colgaba  de  la  puerta. Se  sentía vacía  y  triste. Aquiles la había dejado al descubrir que era virgen, al saber que no podría complacerlo. Pero Aquiles era un adolescente. Damon Salvatore era un hombre, y muy viril. Ella había tenido razón en preocuparse: resultaba obvio que él no quería tener nada que ver con una novata. Ni por un momento se  planteó que tal vez lo hubiera pillado desprevenido; que tal vez se hubiera detenido, llevado por una intención honorable. Si se adentraba en ese terreno, le surgían multitud de sentimientos; era más sencillo pensar que él era cruel e implacable.

¿Qué sucedería a partir de entonces? ¿Tal vez Damon mantendría amantes en secreto, mientras se paseaba con ella en público, luciéndola como su amante oficial? se le encogió el corazón. Eso sería una humillación mucho mayor.

El hecho de que él no quisiera acostarse con ella hería profundamente su confianza, por mucho que intentara fingir lo contrario.

Salió del baño y apagó la luz. Entonces, oyó un sonido apagado y elevó la vista, tensa.

Damon estaba frente a ella, en vaqueros, con el botón superior abierto, dejando asomar el oscuro vello que conducía a... Elena  tragó  saliva.  ¿Tan  patética  era  que  se  dedicaba  a soñar?

—Ven aquí —ordenó él, tendiéndole una mano.

Con piernas temblorosas, intentando ignorar el cosquilleo en sus venas, Elena se le acercó, aunque se detuvo a un par de pasos de distancia, para sentirse protegida. Que él estuviera allí no significaba nada.

Entonces, él se abalanzó sobre ella y la besó. Elena abrió la boca sorprendida y Damon aprovechó la ocasión y le introdujo la lengua. Ella sintió que le temblaban las piernas y tuvo que agarrarse a la cintura de él para no caerse. Al contacto con la piel  sedosa de  él, abrió las  manos para  sentir más. No  podía explicar lo que ocurría, sólo era capaz de sentir. Ignoró las voces de advertencia en su interior.

Damon se separó un poco y, con un gesto casi tierno, le recogió un mechón de pelo húmedo detrás de la oreja. La miró fijamente, con ojos brillantes.

—Ahora eres mía, Elena, y de nadie más.

Ella  lo  miró  y  no  pudo  hablar. El  momento  era  demasiado intenso. Damon le abrió el albornoz, y ella ganó algo de confianza  en  sí  misma  ante  su  mirada  de  deseo  al  ver  su cuerpo  desnudo. Luego, él  se  lo  quitó, y  la  prenda  cayó  al suelo silenciosamente. Elena sintió una cálida humedad en su entrepierna y se contuvo para no retorcerse.

Con el corazón desbocado, observó a Damon quitarse los vaqueros de nuevo. Era tan magnífico como lo recordaba. Quiso tocarlo. Como si le adivinara el pensamiento, él le invitó a hacerlo.

Tímidamente, ella rodeó la erección con su mano, y oyó que él tomaba aliento. Era algo maravilloso, caliente y sedoso, pero con  corazón  de  acero. Movió  una  mano  arriba  y  abajo, y  se asombró al sentir que se endurecía y crecía más. Oyó el largo siseo de Damon y lo miró: tenía el rostro tenso, las pupilas dilatadas, las  mejillas más oscuras. Imaginárselo dentro de ella resultaba demasiado maravillosa.

Él le apartó la mano suavemente.

—Si continúas tocándome así, esto terminará enseguida para ambos.

Elena, que había temido estar haciéndolo mal, se ruborizó aliviada.  Damon  la  llevó  hasta  la  cama  y  la  tumbó delicadamente. Luego se le puso encima, enorme y poderoso. Hacía  un  momento, con  el  mismo  movimiento, ella  se  había sentido abrumada, pero algo había cambiado. Damon estaba comportándose con una delicadeza enormemente seductora.

La besó apasionadamente, y Elena se arqueó hacia él, buscándolo con sus manos, abrazándolo, como intentando sentir cada parte de él.

Damon rompió el beso, y ella protestó con un gimoteo que se convirtió en gemido cuando sintió que él tomaba uno de sus senos en una mano y acercaba la boca al pezón erecto. Con la otra mano, fue  subiendo por  su  muslo hasta la  entrepierna. Elena  se  arqueó  de  nuevo,  presa  de  un  intenso  deseo,  y hundió las manos en su cabello.

La boca de él cambió al otro seno, mientras sus dedos encontraban su punto más sensible. Elena ahogó un gemido cuando  sintió  que  acariciaba  sus  pliegues  húmedos  e hinchados. Luego, lo sintió descender con sus besos hasta el vientre. Elena irguió la cabeza, ebria de deseo.

—Damon... por favor...

Ni siquiera sabía qué pedía.

— ¿Qué es lo que deseas? —la animó él, con voz ronca.

Continuó acariciándola, haciéndola retorcerse de placer, hasta  que, sin  apartar  la  mirada  de  sus  ojos, introdujo  dos dedos en su interior. Elena ahogó un grito. La sensación era tan...  íntima. Mientras  mantenía  la  mano  ahí,  Damon  subió  la cabeza hasta meros centímetros de uno de los senos de ella,que lo apuntaba descaradamente.

Envalentonada, Elena se le ofreció, arqueándose. con una sonrisa  salvaje, él  sacó  la  lengua  y  jugueteó  con  el  pezón hasta  endurecerlo. Elena  echó  la  cabeza  hacia  atrás.  La deliciosa sensación de antes estaba sucediendo de nuevo, y no podía detenerla, no deseaba hacerlo.

Justo cuando iba a alcanzar la cima, Damon retiró la mano de su entrepierna y se movió levemente. Elena gimió desesperada. Oyó rasgarse un paquete. Un preservativo.

Enseguida, Damon se colocó de nuevo encima de ella. Enorme y poderoso. Lo sintió moverse entre sus piernas. —ábrete para mí, Elena...

Así  lo  hizo, ofreciéndole  acceso  a  su  interior. el  paseó  la punta del  pene  por  sus  húmedos pliegues  para  ver  si  estaba preparada.. Ella gimió y echó la cabeza hacia atrás. Empezó a mover las caderas hacia él: quería que la penetrara. Pero él se retiró un momento.

—Paciencia, Elena... —le dijo con voz ronca.

Se colocó sobre ella y la penetró, besándola al mismo tiempo como para absorber su dolor.

Ella ahogó un grito. La punzada de dolor estaba ahí, pero no como la había sentido antes. Él se retiró y la miró.

— ¿Todo bien? ella asintió.

Sintió que él se adentraba un poco más, e hizo una mueca de dolor. Pero la molestia estaba siendo rápidamente remplazada por algo maravilloso.

El corazón le brincó en el pecho.

—Todo bien, Damon —susurró.

En aquel momento, se dio cuenta de lo  mucho que él estaba conteniéndose: los hombros le temblaban ligeramente y tenía la frente bañada en sudor. Con un gemido ronco, Damon se introdujo por completo, y ella ahogó un grito, al tiempo que se arqueaba instintivamente.

No podía hablar. se sentía tan completa, tan cómo debía ser... así que se expresó con los ojos y las manos, urgiéndole a continuar, a establecer un ritmo, sin saber bien lo que hacía o pedía.

Damon se retiró y volvió a penetrarla, suave y lento al principio, permitiendo  que  se  acostumbrara  a  él. Pero  Elena  pronto sintió el deseo escalando en su interior. Quería que él fuera más rápido, más duro. Necesitaba responder a algún profundo instinto de su parte femenina.

—Damon, por favor...

—Sí, Elena... quédate conmigo.

Él atendió su incoherente petición. Con sus cuerpos bañados en   sudor,  empezó   a   penetrarla   justo   como   ella   deseaba. Elena movió las  caderas acompañándolo. Y de  pronto, toda sensación que había conocido fue alcanzada y trascendida. Dejó  de  respirar, sin  apartar  la  mirada  de  los  ojos  de  él.

¿Sabía él lo que le estaba sucediendo? lo vio sonreír como si lo supiera perfectamente y, con una última embestida, Elena se vio transportada a otro universo.

***

Damon estaba tumbado boca arriba, abrazando a Elena, apoyada sobre él. Sentía los senos de ella aplastados contra su pecho. Todavía conservaba su sabor en la boca.

Aunque la había poseído hacía poco tiempo, su cuerpo estaba preparado para repetir. De hecho, nunca se había mantenido tan excitado después de haber hecho el amor. Podía sentir los latidos  del  corazón  de  ella, recuperando  su  ritmo  normal poco a poco. Supo que se había quedado dormida.

La  cabeza  le  daba  vueltas. Él  había  practicado  mucho  sexo, pero nada comparable a lo que acababa de experimentar. Intentó racionalizarlo: tenía que deberse a que ella era virgen. De no ser así...

***

Elena fue recuperando la conciencia poco a poco. Estaba pegada al cuerpo de Damon, quien la abrazaba con fuerza. Recordó todo en glorioso tecnicolor. Ya era una mujer. Damon no  la  había  rechazado. Rápidamente, sintió  su  entrepierna húmeda, preparada de nuevo para él. Acarició su torso, explorando  los  poderosos  músculos  bajo  aquella  deliciosa piel cetrina y el vello que le hacía cosquillas. Sintió cómo se tensaban y sonrió. No quería hablar, no podía hacerlo; sólo le deseaba.

Cuando  su   mano   aventurera  encontró  lo   que   buscaba,  se alegró al notarlo tan duro y preparado. Miró a Damon a los ojos:

Al verlo tan serio, un escalofrío le recorrió la espalda, pero lo reprimió. Él detuvo su mano.

—Seguramente tienes molestias.

Ella negó con la cabeza y le tapó la boca con un dedo. Sí que tenía molestias, pero se debían a haber alcanzado la plenitud, no a sentir dolor. Agarró la otra mano de él y se la colocó en la entrepierna, para que pudiera sentir por sí mismo lo preparada que estaba.

Damon gruñó algo y, con un movimiento rápido, la tumbó de espaldas  y  se, colocó  sobre  ella, haciéndole  entreabrir  las piernas. Elena sintió el deseo aumentando en su interior. Si hubiera  podido  detenerlo  y   aminorar  el   ritmo,  lo   habría hecho.

—Damon, esto es lo que deseo. Por favor,..

Él se quedó a centímetros de la boca de ella. —ya que lo pides tan educadamente...

***

Cuando  Elena  se  despertó  de  nuevo, las  cortinas  estaban abiertas y el sol inundaba la habitación. Por un instante, se quedó en blanco. Y de pronto, fue notando ciertas molestias y sensaciones nuevas en  su  cuerpo. Recordó la  gloriosa noche pasada, y el corazón se le aceleró. Damon no estaba en la cama, de alguna manera lo había sabido al momento.

Estaba impresionada por lo rápido que su vida había cambiado completamente.  El   día   anterior,  a   esa   hora,  todavía   era virgen.

Se le desvaneció la sonrisa al darse cuenta de la enormidad de todo aquello. ¿Cómo podía sentir algo así por alguien que había dejado muy claro que la admitía como amante porque la deseaba  y  deseaba  castigarla? frunció  el  ceño  con  la  vista clavada en el techo. Estaba confusa: Damon le había arrebatado la inocencia con tanta generosidad que la abrumaba. Varias veces  había  advertido sus  esfuerzos por  contenerse, como  si temiera hacerle daño.

Elena  miró  por  debajo  de  la  sábana, ignorando  las  marcas tras una noche de seducción. No había sangre, señal del cuidado que  había tenido él, a  pesar de  haberlo urgido con desesperación.

Con un creciente sentimiento de algo grande en el pecho, Elena se levantó y se puso el albornoz, tras recogerlo del suelo. Recordó cómo había llegado allí y se ruborizó.

Sin   pensar   en   lo   que   hacía,  se   dirigió   a   la   puerta   que conectaba ambos dormitorios. Dudó unos momentos, y la abrió.

Se detuvo en seco al ver a Damon frente al espejo de su armario, anudándose  la  corbata. Él  la  miró  a  través  del  espejo  un instante y siguió con su tarea, sin ningún cambio en su expresión. Elena no sabía muy bien qué esperar, pero no aquello. Se quedó sin habla. Él resultaba tan distante e intimidatorio con  su  traje  oscuro, camisa  blanca  y  corbata... parecía el exitoso hombre de negocios que era. Nada que ver con el tierno amante de la noche anterior. De pronto, Elena supo que había sido una completa imbécil.

Damon la miró de nuevo, con tanta gelidez que la hizo ruborizarse. Enarcó una ceja.

— ¿Querías algo?

Elena  sintió  que  algo  se  rompía  en  su  interior. Damon  estaba comportándose como  si  no  acabara  de  suceder  el acontecimiento más cataclismo del mundo. De pronto, se dio cuenta  horrorizada  de  que  para  él  no  lo  había  sido. En  el mejor  de  los  casos, habría sido  algo  banal. ¿Y cómo  no  iba  a serlo, con una completa inexperta como ella?

Sacudió la cabeza.

—Sólo quería...

« ¿El qué?», se burló interiormente con amargura, maldiciendo su impulso de haber ido allí. ¿Cómo podía haberse olvidado de por qué se encontraba allí?

Eran demasiadas impresiones al mismo tiempo. Damon se giró, con el  nudo  de  la  corbata  perfecto, el  traje  impecable, el  pelo peinado hacia atrás, el rostro bien afeitado. Distante.

Elena analizó la situación rápidamente. Se apretó el cinturón del albornoz, apenas reparando en que él la observaba hacerlo. Elevó la barbilla e intentó sonar fría.

—Sólo quería saber a qué hora vendrá la estilista. Dijiste que la harías venir hoy.

Lo vio apretar la mandíbula y acercarse a ella con tranquilidad y  paso  firme. Elena  recordó aquellos muslos musculosos  entre  los  suyos  la  noche  anterior, y  se  esforzó porque  no  se  le  notara  lo  descolocada  que  se  sentía. Él  se detuvo  a  cierta  distancia y  la  recorrió  con  mirada hambrienta, que casi le hizo perder la compostura.

—Anoche fuiste una estudiante de lo más dispuesta, Elena. Creo que nuestro tiempo juntos va a ser de lo más... divertido.

Elena hirvió por dentro, de humillación y de dolor, al oír el desprecio de él. Sin duda, se había comportado desesperadamente dispuesta, se había metido en la cama de él con humillante facilidad.

Quiso devolverle la pulla, y elevó la barbilla un poco más.

—No  puedo  saberlo, ya  que  apenas  poseo  experiencia con  la que  compararlo. Pero  debo  reconocer  que  la  noche  de  ayer fue... suficientemente agradable.

La  sonora  carcajada  de  Damon  le  hizo  dar  un  respingo. Él  le lanzó una mirada de advertencia, y sonrió burlón.

—Muñeca, sé exactamente lo que fue para ti. Sentí cada estremecimiento de cada uno de tus orgasmos, así que no finjas que sólo fue «agradable».

Elena notó que algo se marchitaba en su interior. —Como he dicho,  tú  sabes  más  que  yo.  Aunque  seguro  que  pronto  se acabará la novedad.

Damon la agarró de la barbilla.

—Al contrario. No creo que esta novedad desaparezca en un tiempo. Eres  puro  fuego  debajo  de  tu  fachada  angelical, y estoy deseando explorarlo. Esto es sólo el principio —susurró él, y se apartó.

A Elena  le  pareció  ver, por  un  instante, una  mella  en  su armadura, y se le aceleró el pulso. Pero entonces él miró su reloj y dijo resueltamente:

—La estilista llegará al mediodía, seguida de una experta en tratamientos de belleza. Esta noche haremos nuestra primera aparición pública, en un baile para celebrar mi incorporación a  Salvatore shipping como director ejecutivo. Seguro que te diviertes. Va a ser en el hotel Grand bretagne, del que bien conoces  sus  sábanas  sucias. Volveré luego. Ponte  algo  apropiado para tu primera aparición como mi amante —ordenó, y le acarició  la  mejilla  con  un  dedo—. Estoy  deseando  que,  el tenerte a mi lado, revuelva las cosas.

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