Capítulo 17
—Ha hecho bien, señor Salvatore —observó
Silas Taylor en el porche de la casa de Laura.
La abuela de Elena había invitado a
todo el mundo a tomar té, limonada y sus famosas galletas de manteca de cacahuete.
Y por todo el mundo, se entendía a cualquiera que pasara frente a su casa.
Damon estaba estupefacto. Él estaba
acostumbrado a listas de invitados, pero a Laura no parecía importarle. En
realidad, cuanta más gente llegaba a su casa, más contenta parecía.
—Mis inversores no estarían de acuerdo
—contestó secamente al sheriff.
—Ya encontrarán otro lugar en el que
invertir su dinero —Silas se encogió de hombros—. Esa gente siempre encuentra a
alguien dispuesto a aceptar dinero.
Damon estuvo a punto de echarse a
reír. Detrás de aquello había meses de análisis financieros, planos, inversores
seducidos, planes hechos junto con Klaus, Stefan y Cam…
—Puede que sí, pero yo perderé toda mi
credibilidad y respeto —contestó al fin—. La próxima vez que busque su respaldo,
no estarán tan dispuestos a ofrecérmelo.
—¿Y qué ganarás? —Silas miró hacia Elena,
que hablaba con un pequeño grupo—. A mí me parece que has ganado más de lo que
has perdido. Piénsatelo, chico.
«Chico». Damon estuvo a punto de
soltar una carcajada. Cierto que el sheriff
le sacaba al menos treinta años, pero nadie le había llamado «chico» desde que
era pequeño.
El tiempo se agotaba. La BlackBerry
estaba llena de mensajes y llamadas perdidas y su buzón de entrada estaba a
punto de estallar. Pronto acabaría la semana y Stefan aparecería con Klaus y
Cam.
Durante los últimos días, había
ignorado todo lo que no fuera estar con Elena. Habían pasado el día caminando
por la playa, cocinando, riendo, hablando de nada y de todo.
Habían hecho el amor, comido y vuelto
a hacer el amor. Sentía una urgencia que no podía explicar, como si tuviera que
encajar toda una vida en unos pocos días.
Tendría que empezar a tomar
decisiones. No podía retrasarlo por más tiempo. Aún no tenía ni idea de lo que
iba a hacer, pero no podía perder a Elena por culpa de un hotel. Por culpa del
dinero.
—¿Te apetece tomar algo, Damon? —preguntó
la sonriente abuela de Elena.
—No, gracias. Estoy bien. No
desatiendas a tus invitados por mí.
—Estarán bien. Además, tú también eres
un invitado. ¿Qué tal tu estancia aquí?
Damon buscó a Elena con la mirada y
ésta pareció presentirlo pues levantó la vista hacia él y su rostro se iluminó
con una resplandeciente sonrisa.
—Estoy disfrutando muchísimo. Sólo
siento no recordar haber estado aquí antes.
—Quizás sea mejor que no lo recuerdes…
Tras la enigmática frase, Laura le dio
unas palmadas en el hombro y se marchó.
Damon hundió las manos en los
bolsillos y se volvió hacia el mar. No era persona de esconderse, pero en esos
momentos lo estaba haciendo. Era como vivir en una burbuja. Nada podía
afectarle, pero el mundo exterior seguía allí, esperando. Cuanto más pospusiera
lo inevitable, más miedo le daría.
—Damon, ¿sucede algo?
La dulce voz de Elena lo alcanzó a la
vez que la suave mano lo agarraba del brazo.
—No, sólo pensaba —él se soltó para
abrazarla por la cintura y atraerla hacia sí.
—¿En qué?
—En lo que debo hacer.
—¿Por qué no vamos a dar un paseo? —sugirió
ella.
Incapaz de resistirse, la besó en la
frente. Se amoldaba muy bien a su ánimo, del mismo modo que él era capaz de
anticipar sus reacciones.
Así debían ser las parejas tras años
de matrimonio, supuso.
Ella le tomó la mano y tiró de él
hacia el camino empedrado que atravesaba el jardín y se dirigía a la playa.
Se acercaron a la orilla, llena de
espuma, y Elena sonrió encantada mientras daban un salto hacia atrás para
evitar que una ola más grande les mojara.
En pocos minutos, las casas de Laura y
Elena no fueron más que dos puntos lejanos mientras se acercaban a las tierras
que Damon había adquirido.
—Mi padre solía traerme aquí —le contó
ella—. Solía decirme que no había nada como poseer un trozo de cielo. Al
venderla, me siento como si le hubiera traicionado.
Damon hizo una mueca de disgusto,
sintiéndose aún más culpable por su actuación en todo el asunto. Poco importaba
que de no haber sido él, otra persona hubiera comprado la tierra. Elena ya no
podía pagar los impuestos y, de no haber surgido ningún comprador, al final se
la habrían embargado. En cualquier caso iba a dejar de ser suya.
«Pero tú tienes el poder de
devolvérsela», le dijo una voz en su cerebro.
Era cierto. Las tierras eran suyas, no
de su empresa ni de sus socios. Los inversores habían sido contactados para
construir el complejo vacacional.
—Te amo —ella le apretó la mano.
Damon la miró sobresaltado ante el
espontáneo gesto de afecto.
—Parecías necesitarlo —Elena sonrió.
—Y lo necesitaba —él la abrazó con
fuerza—. No debería sorprenderme que siempre parezcas saber qué decir —respiró
hondo—. Yo también te amo, Elena.
—¿Has recuperado la memoria? —ella
abrió los ojos desmesuradamente.
—No, pero no importa —Damon sacudió la
cabeza—. Dijiste que yo te amaba. Y sé que ahora te amo. Lo que importa es el
presente.
Ella asintió sin decir palabra.
—Toda esta historia ya no me parece
tan delirante —admitió él—. No podía aceptar el hecho de haberme enamorado de
ti en unas cuantas semanas, pero ahora mismo lo estoy después de unos pocos
días.
—¿Estás seguro?
Damon sonrió aunque su corazón se
encogió ante la expresión de esperanza y temor que asomó a los ojos de Elena.
—He sido muy torpe —él le sujetó la
barbilla y la besó en los labios—. No tengo experiencia alguna en decirle a una
mujer que la amo. Imagino que habrá maneras más románticas de hacerlo, pero no
se me ocurría ninguna otra.
—¡Oh, Damon! —los ojos de Elena brillaban
llenos de amor y alegría—. Sentía tanto miedo e inseguridad…
—Lo siento. No quiero que te
preocupes. Te amo.
—Yo también te amo —ella le rodeó el
cuello con los brazos y lo abrazó con fuerza.
Lentamente, Damon se soltó y la
apartó, mirándola muy serio. Parecía un poco preocupada ante su expresión e
intentó suavizarla para que se tranquilizase. Sin embargo, no podía ofrecerle
consuelo. Aún no.
—Mañana tengo que marcharme —anunció
con amargura.
—¿Por… por qué? —Elena se puso lívida.
—Tengo que regresar para aclarar las
cosas con mis socios y nuestros inversores. He evitado este momento todo lo que
he podido, pero ya no puedo posponerlo más. Antes de marcharme, quería que
supieras cómo me siento. No quiero que dudes ni por un instante de que esta vez
regresaré.
El rostro de Elena reflejaba
incertidumbre y sus ojos se humedecieron. Se notaba que no se fiaba
completamente de él.
—Podrías venirte conmigo —sugirió.
Estaba dispuesto a cualquier cosa para disipar sus temores—. Sólo serán unos
días. Sé que no te gusta estar lejos de… aquí.
—Lo que no me gusta es estar lejos de
ti, Damon —ella le agarró del brazo.
—Entonces ven conmigo. No te mentiré, Elena,
no sé si podré solucionarlo. Sólo puedo prometerte que lo intentaré.
—Confío en ti.
Él la abrazó con fuerza y enterró el
rostro entre sus cabellos. Esa mujer conseguía hacerle desear ser el hombre que
ella afirmaba que era.
—¿Vendrás conmigo?
—Sí, Damon, iré contigo.
—Pase lo que pase, Elena, quiero que
sepas que te amo y que quiero que lo nuestro funcione. Necesito que confíes en
ello.
—Confío en ti, Damon. Sé que lo harás.
Él sonrió, parte de la ansiedad se
había esfumado. Le había inquietado tener que expresar sus sentimientos, pero,
tras hacerlo, se dio cuenta de que le hubiera resultado más difícil no abrirle
su corazón.
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