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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

19 mayo 2013

En tus brazos Capitulo 10


Capítulo 10

Mientras el sol daba paso a la tarde diez días después, Elena contemplaba satisfecha el interior de un edificio en el que ya casi se había completado el proceso de transformación en una escuela. Los carpinteros habían construido varios bancos y pupitres, así como un atril para ella. A un lado, un biombo de madera separaba el aula de una pequeña alcoba en la que ella podría almacenar material y objetos personales.


Los albañiles habían construido paredes sobre el marco original y un par de ventanas en la fachada, que llenaban el interior de luz. Antes de marcharse aquella tarde, el señor Tanner le había dicho que, salvo por una pequeña porción de pared en la alcoba, para la que necesitaba piedra de un tamaño diferente para llenar el hueco original, el trabajo estaba terminado y listo para recibir a los estudiantes.

¡Lista para comenzar! Un escalofrío recorrió su espalda ante tal expectativa. Pronto descubriría si su preparación había sido suficiente y si la confianza que la comunidad había depositado en ella estaba justificada. ¡Deseaba con todo su corazón que la escuela fuese un éxito!

Ansiaba abrirles los ojos a esos niños al mundo más allá de sus campos y sus granjas, continuar dedicando su talento y su energía a una empresa que tanto lo merecía. Y tenía que admitir que también quería ganarse la aprobación del señor Salvatore.
Quería justificar su decisión de contratarla, tan inesperada como compasiva. Deseaba que aquel trabajador incansable, experto en su campo, la considerase a ella igual de dedicada y experimentada en el suyo.
Sobre todo, deseaba que Damon Salvatore la creyese merecedora de su tiempo, de su admiración y de su afecto.

Damon, así se llamaba. Se lo había dicho el mayordomo. Un nombre noble que le había sido dado a reyes, nada menos.

¿Alguna vez aparecería ese nombre unido al suyo?

De pronto una sombra se alzó frente a ella y la sacó de su ensimismamiento. Un hombre estaba de pie en la puerta.

—Buenos días, señora.

—Buenos días, señor —dijo ella con una reverencia—. ¿Puedo ayudaros?

—Eso espero —contestó el extraño mientras entraba en la sala con una sonrisa.

De mediana edad, con una cara agradable, pero no especial, llevaba una chaqueta, botas y una corbata modesta de caballero de campo, Elena no lo reconoció de entre los asistentes a la iglesia los domingos, el único momento en que se mezclaba con vecinos que no residieran en Blenhem Hill, aunque tal vez no todos los caballeros asistieran todos los días. O quizá ni siquiera fuese de aquel condado.
Aunque no le había dado ninguna razón para sentirse incómoda, de pronto fue muy consciente del hecho de que los obreros se habían marchado y de que estaba sola con él. Sin darse cuenta, dio un paso atrás.

—¿Qué puedo hacer por vos, señor? —preguntó.

—He oído que ibais a abrir una escuela. Espero que vuestros esfuerzos lleguen a buen puerto, aunque me temo que los arrendatarios de por aquí no son un grupo muy ambicioso. Están muy aferrados a sus costumbres y se resisten a cambiar, aunque sea bueno para ellos. Pero no he venido para hablar de eso. ¿Vos sois la señora Elena Gilbert?
Elena asintió y el caballero continuó hablando.

—Yo soy George Hampton. ¡Encantado de conoceros! Y también tengo el placer de conocer a vuestro hermano. Un caballero excelente, hospitalario y sobresaliente.

—¿Conocéis a Matt?

—Desde luego, puedo presumir de ese honor. Vuestro hermano fue mi anfitrión durante varias reuniones en Blenhem Hill. Fue injusto lo que le ocurrió, por cierto. Supongo que os entristeceríais mucho al llegar aquí y no encontrarlo.

Aunque Elena ya no estaba tan segura de que el despido de su hermano hubiera sido una injusticia, la última parte de la frase no podía negarla.

—Desde luego, me sentí terriblemente mal. ¿Decís entonces que sois amigo suyo? ¿Y sabéis por casualidad cuál es su dirección actual?

Se sonrojó, avergonzada por admitir que siendo su propia hermana no tenía idea de dónde estaba su hermano.

—Con toda… la agitación del momento, perdimos el contacto.

—Lo lamento, pero no —contestó el señor Hampton—. De hecho, he venido con la esperanza de que vos lo supierais, para poder ponerme en contacto con él. Se marchó tan deprisa que no tuve oportunidad de verlo y descubrir si había obtenido otro puesto. Si no, tenía algunas posibilidades que recomendarle. Los caballeros deben ayudar a sus amigos cuando lo necesitan, ¿no creéis?

—¡Qué amable por vuestra parte! —exclamó ella—. Estoy segura de que mi hermano aprecia tener un amigo tan leal como vos.

—Vos podríais hacer también algo por él. Si quisierais.

—¿Yo? —preguntó ella—. ¿Y qué sería eso? Claro que estoy dispuesta a ayudar a Matt en lo que pueda.

—Lo que le ocurrió a vuestro hermano no es más que un síntoma de lo que va mal en este condado, y en todos los demás. Con hombres como lord Englemere, que pisotean a los demás con su poder sólo porque trabajan con las manos en campos y en fábricas. Hombres que fabrican los bienes que enriquecen a sus señores, y aun así no tienen nada que decir sobre cómo llevar su propio gobierno. Pero se acerca el momento de que esos aristócratas paguen por su arrogancia.

Alarmada por el tono del señor Hampton, Elena abrió la boca para protestar. Pero él la silenció con sus gestos.

—Sé que diréis que no hay mucho que pueda hacer una mujer, ni siquiera una tan inteligente y resuelta como vos, señora Gilbert. Pero os equivocáis. Las mujeres en muchos condados han estado junto a sus hombres luchando contra la injusticia. Vos podríais vengar la humillación del despido de vuestro hermano; y ayudar al pueblo al mismo tiempo. Una mujer de vuestras habilidades y de vuestra belleza podría hacer algo más que malgastar su talento en una simple escuela de pueblo… aliada con un caballero que sepa cómo apreciarla.

—Si os referís a infringir la ley —dijo ella dando otro paso atrás—, creo que el resultado sería peor para el pueblo. Los hombres poderosos no renunciarán a su poder fácilmente, y aplicarán las penas más severas sobre aquéllos que se opongan a ellos.

El señor Hampton se rió.

—Sólo si los reformistas son lo suficientemente estúpidos como para dejarse atrapar. Un hombre lo suficientemente listo como para merecer a una mujer como vos se preocuparía por evitar… repercusiones desagradables. Pero si romper algunas estatuas de manera arbitraria va contra vuestros principios, podríais ser útil de… otras formas.

Al distinguir el mismo tipo de mirada lasciva que tantas veces había visto en los ojos de lord Lookbood, Elena sintió un impulso de salir corriendo de allí.

—Aprecio vuestro… fervor en nombre del pueblo —dijo intentando contener los nervios—, pero realmente no creo que pueda ayudar a vuestra causa.
Para su tranquilidad, el señor Hampton abandonó su actitud seductora tan pronto como la había adoptado.

—¿No? —preguntó arqueando una ceja—. Pronto ocurrirán cosas importantes, os lo aseguro. ¿Por qué no recordáis lo que le pasó a Matt y lo pensáis un poco? —se puso el sombrero e hizo una reverencia—. Buenos días, señora Gilbert. Tal vez vuelva en otro momento.

—Buenos días, señor Hampton —respondió ella viendo cómo salía por la puerta con total tranquilidad, como si no acabara de incitarla a infringir la ley y quién sabe a qué más.
Oyó cómo su caballo se alejaba y sintió un escalofrío por todo el cuerpo.

Caminó con piernas temblorosas hasta uno de los bancos y se sentó con el pulso acelerado.
¿Estaría aquel hombre implicado con el grupo revolucionario sobre el que el señor Salvatore la había advertido? Desde luego hablaba como un reformista radical. ¿Y era amigo de Matt? ¿Sería su hermano también de la misma opinión? ¿Habría descuidado sus tareas y ostentado una ideología reformista?

Frunció el ceño al recordar que su hermano a veces, durante su juventud, había mencionado lo injusto que era que su primo Tyler se hubiera convertido en marqués, mientras que su padre era un obrero que tenía que trabajar para vivir, como haría su hijo después de él.

El señor Hampton hablaba con el fervor de un abogado comprometido; tal vez incluso el líder de un grupo local. El señor Salvatore querría sin duda saber todo lo que recordara sobre él. Cuando dejó de oír al caballo, se dio cuenta de que probablemente debería haber ido hasta la puerta para poder dar después una descripción del animal.
Elena trató de olvidarse de la inquietud que le había provocado, se levantó y se acercó a la puerta, y se llamó a sí misma cobarde al tener que asomarse primero para comprobar que en efecto el señor Hampton se hubiese marchado.

Sería mejor regresar a la mansión. Allí ya había hecho todo lo posible; las pizarras, las tizas y los ábacos ya estaban apilados en la habitación. Sólo le faltaban los alumnos.
Desde un lugar junto al arroyo, donde Elena la había atado, la yegua que el señor Salvatore le había proporcionado la saludó con un relincho. Al parecer el animal estaba igualmente deseoso de volver a casa.
Elena suspiró anhelante. Era demasiado temprano para que el señor Salvatore hubiera terminado su jornada de trabajo y pudiera regresar con ella. Tendría que contentarse con regresar sola sin su acompañante. Después de todo, no podía esperar que fuese a cambiar sus obligaciones cada día para poder estar disponible para acompañarla desde la escuela. Incluso si llegaban a casarse.

Un cosquilleo se apoderó de ella mientras retomaba las fantasías que la visita del señor Hampton había interrumpido. ¡Qué ansiosa estaría por terminar la jornada de trabajo para comenzar la noche si se casaran! Sabiendo lo que la esperaba, estaría impaciente durante toda la tarde y disfrutaría por las noches de su presencia durante la cena, observando cómo su garganta se movía al tragar, cómo abría y cerraba los labios. Imaginando otras maneras en que podría utilizar su boca…

Estaba suspirando ante aquella imagen cuando su recién adquirido sentido del peligro la alertó de que alguien se acercaba.
Su momentánea sensación de pánico desapareció al reconocer la cojera del hombre. Le devolvió el saludo al sargento Jesse Russell y aguardó a que llegase a la puerta de la escuela.
El soldado sonrió mientras hacía una reverencia.

—Buenas tardes, señora. No esperaba tener que pedir vuestros servicios de nuevo tan pronto, pero aquí estoy. Si no os importa. Veo que los obreros se han marchado. Si ya os ibais a casa, puedo volver…

—No, no pasa nada, sargento —dijo ella—. Veo que habéis traído vuestras cosas —añadió señalando la bolsa que llevaba colgada al hombro—, lo cual es una suerte, dado que de momento sólo tengo pizarras y tiza aquí. Pero los bancos y las mesas están completos, y hay suficiente luz para iluminarlos. ¿Queréis venir a ver? Los carpinteros y los albañiles se han superado —lo condujo al interior con gran orgullo.
El sargento miró a su alrededor y asintió con aprobación.

—¡Un gran trabajo! Parece mucho más agradable que la escuela donde fui educado en Nottingham. Tenía bancos duros, sólo unos pocos candiles, y además hacía frío y no había ventanas. Y el maestro tenía varios látigos que no dudaba en usar.

—Yo espero no necesitar de eso —dijo ella.

—No creo que los necesitéis —respondió el sargento—. Todos los niños que he visto por aquí están deseando comenzar; aunque el entusiasmo por escapar de sus tareas puede verse mermado cuando descubran que la escuela también implica trabajo. Salvo por Davie Smith. Es un chico ambicioso que desea aprender. He oído que el señor Salvatore lo ha contratado como ayudante.

—Sí, pero podrá saltarse algunas de sus tareas para asistir a la escuela. Parece particularmente ansioso, y desde luego muy apto.
El soldado asintió.

—Con su juventud, su salud y su espíritu, y la ayuda de un hombre tan experimentado como Damon Salvatore, llegará a ser alguien importante. No necesitará el tipo de ayuda a la que recurren aquéllos menos capaces.

Elena pensó que Russell se veía reflejado en Davie Smith antes de que la guerra y las circunstancias mutilaran su cuerpo y rompieran sus sueños.

—Uno de los beneficios de aprender, como bien sabréis, es darse cuenta de que la verdadera valía de un hombre no reside en la fuerza del cuerpo, sino en la apertura de mente y en la bondad de corazón —dijo ella.

—Ojalá el mundo lo viera de esa forma, señora. Pero muchas gracias por el aliento.

—¿En qué puedo ayudaros hoy? —preguntó Elena mientras le quitaba la bolsa del hombro.

—Lord Evers ha rechazado mi petición de dinero. No me gusta la idea, pero tengo un amigo del ejército, herido como yo, que me dijo mientras nos recuperábamos que, si alguna vez tenía problemas, me pusiera en contacto con él. Decía que su padre tenía muchas propiedades y podría ofrecerme un puesto. Yo no quiero dedicarme a arar, pero puede que convenza al padre para que me preste el dinero en vez de darme el trabajo. Tras mi estancia en Hazelwick, estoy decidido a emigrar. Aquí no me queda nada. Será mejor dejar de luchar contra eso y de atormentarme con lo que nunca podrá ser. No es justo culpar a una chica por no desear a un soldado lisiado e inservible, sin importar las promesas que le hiciera antes de la guerra.
¿De modo que el sargento había vuelto de la guerra y se había visto rechazado por su novia a causa de sus lesiones?

—¡Tonterías! —exclamó ella—. Puede que estéis parado actualmente, pero con vuestra educación e inteligencia, pronto encontraréis otro puesto, quizá incluso uno mejor.

—De una manera u otra, saldré adelante —declaró él—. Perdonad por parecer tan decaído. Es sólo que… cuando un hombre ama a una mujer, quiere ser capaz de ofrecérselo todo; la fuerza de un cuerpo sano así como un corazón pleno, y ese futuro brillante que le prometió cuando ella le juró fidelidad. Aunque no cumpliera su parte del trato —añadió amargamente—. Ella eligió, y no fue a mí. Por difícil que sea aceptarlo, es hora de metérmelo en la cabeza y seguir adelante —su tono amargo cambió de pronto y en su rostro se dibujó una sonrisa—. Pero una mujer tiene una manera de invadir la mente y el corazón de un hombre que resulta difícil superar.

Elena pensó inmediatamente en Jeremy, y el corazón se le encogió de dolor.

—¡No estoy de acuerdo, sargento! No sólo las mujeres tienen la capacidad de invadir y lastimar corazones; ni causar dolor por aquello que es difícil de superar.

—Disculpad por hablar sobre mi pena cuando vuestra pérdida debe de ser mucho más profunda que mi decepción. Bien, aunque me parece desagradable, ¿empezamos con la carta?

Elena asintió y colocó los materiales sobre la mesa. Comenzó a escribir lo que él iba dictándole, pero su atención seguía puesta en la chica que lo había rechazado. Tras volver a guardar las cosas y después de que el sargento le diera las gracias, ella no pudo evitar añadir:

—El amor de un hombre sincero, leal y sabio no tiene precio, sargento. Fuera quien fuera esa dama, fue una tonta al dejaros marchar. Ojalá encontréis a alguien que os merezca.

El sargento le dirigió una sonrisa y contestó:

—Gracias, señora. Espero que vos también encontréis a un buen hombre.
«Ya lo he encontrado», dijo una voz en su cabeza. «Si él me desea».

Tras despedirse, Elena se quedó de pie en la puerta y observó cómo el sargento se alejaba en dirección al pueblo. Su tristeza se convirtió segundos después en alegría cuando, aproximándose en dirección contraria, divisó una calesa familiar.
¡Tal vez el señor Salvatore fuese a pasarse después de todo!

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