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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

18 diciembre 2012

El Marqués Epilogo


EPÍLOGO

Dos semanas después.
        
Me alegra mucho que estés de vuelta en la ciudad —dijo Bonnie mientras Elena y ella deambulaban juntas por el rutilante salón de baile, tal y como solían hacer.

—Bueno, yo también me alegro de ver que tus primas se están comportando de nuevo.

—Sí, es sorprendente la celeridad con la que cambian —repuso con sequedad

—. Debo reconocer lo mucho que he disfrutado viéndolas hacerte reverencias y arrastrarse ante ti, marquesa.
Elena rió entre dientes.

—Tal vez pueda encontrar un marqués para ti, querida. Por descontado, hay que tener siempre presente al nuevo y soltero duque de Holyfield. —Elena señaló sutilmente con la cabeza hacia Stefan Carew, que estaba apoyado en una de las columnas del salón, con el mismo aspecto insatisfecho de costumbre.
Stefan parecía muy diferente desde la muerte de su hermano: había sustituido los vistosos colores del estilo dandi por el sobrio negro de luto.

Cuando vio a Elena le dirigió una despectiva sonrisa falsa y se dio media vuelta. La joven se sacudió de encima el desagrado que le provocaba su antiguo pretendiente y le dio un empujoncito a Bonnie.

—¿Quieres visitar conmigo a los huérfanos antes de que partamos para Worcestershire? Dejaremos que los niños decoren la casa para Navidad.

—No me lo perdería por nada del mundo.

—Damon ha comprado un pianoforte usado para los pequeños, ¿te lo había contado? Vamos a cantar villancicos e, incluso, puede que les dé la primera lección de música a las niñas más mayores.

—Aún no puedo creer lo bien que tocas.

—Me encanta. Ojalá no hubiera dejado de hacerlo durante todos estos años. Antes me resultaba demasiado doloroso. Siempre fue algo que compartía con mi madre.

—Bueno, es obvio que no has perdido tu don. Ah, mira, ahí está tu esposo. Ay, Dios. —Bonnie frunció el ceño—. ¿Qué hace hablando con otra dama en aquel rincón apartado?

Elena siguió la mirada de Bonnie y sonrió acto seguido.

—Es su hermana, lady Thurloe.

—¿Los acompañamos?

Elena sacudió la cabeza, conmovida al ver que su marido por fin le había tendido la mano a su devota hermana.

—Es mejor que los dejemos tranquilos por ahora. Tienen mucho de qué hablar.


—Hace tiempo que tengo un mensaje de nuestro padre que transmitirte, Damon. Algo que dijo en su lecho de muerte y que deseaba que tú supieras.

Damon miró fijamente a los ojos a su hermana. Después de ver lo dolorosa que a lady Westwood le resultaba la ausencia de Drake, había comenzado a darse cuenta de que su propia familia podría haber padecido un sufrimiento semejante a causa de su partida. De modo que, no sin cierta cautela, había buscado a Beatrice. Suponía que estaba preparado para escuchar lo que ella tuviera que decir.

—Damon, no tienes idea de lo orgulloso que papá estaba de ti —dijo—. Estuve con él varios días al final de su vida. Hablamos muchísimo. Has de saber que estaba furiosa contigo por no estar allí cuando se estaba muriendo. Sentía que nos habías abandonado en tu búsqueda de riqueza o placer. Pero papá no quería que estuviera furiosa contigo. Hizo que le jurase que guardaría el secreto y entonces, en su lecho de muerte, me contó la verdadera razón de que siempre estuvieras ausente. Me dijo lo noble que era lo que estabas haciendo y me hizo prometer que nunca renunciaría a ti. No te preocupes, no se lo he contado a nadie. Ni siquiera a mi Paul. Nuestro padre me hizo jurarlo y he cumplido con mi palabra. —Bien.

—Damon, lo más importante es que, cuando le pregunté si se arrepentía de algo, me dijo que solo de una cosa, que lo que más le pesaba era no haberse permitido acercarse a ti —declaró en voz baja—. Dijo que eras el mejor hijo que podía tener un hombre, pero que nunca te demostró su amor porque sabía que vendrían a llevarte. Sabía que tendría que renunciar a ti y cuantos menos lazos te unieran a nosotros, menos doloroso sería para ti cuando llegara el momento de marcharte.

Damon cerró los ojos durante largo rato.

—También has de saber cuánto le avergonzaba a papá el dinero que la Orden nos dio para poner nuestros asuntos en orden. Pero lo aceptó por el bien de mamá y por el mío. Eso fue un duro golpe para su orgullo, pero no tanto como saber que no tenía forma de protegerte de esta carga que pesa sobre nuestro linaje. No podía hacer nada al respecto y se sentía impotente. Creo que era uno de los principales motivos de que bebiera.

Damon asintió con gravedad. No le costaba creerlo. Hasta el momento no había sido capaz de ponerse en la piel de su padre, pero como padre protector de un futuro agente de la Orden ya podía comprender cómo debió de sentirse su padre al tener que dejar que Virgil se lo llevase consigo. Debió de ser aún peor para su padre, pensó Damon, porque al menos él tenía el adiestramiento y los medios para plantar batalla y, de ese modo, Dios mediante, poder evitarle aquello a su hijo.

—Seguro que recuerdas que el hábito de beber de papá se agravó después de que te marcharas. Se encerraba en sí mismo cada vez más. Solo yo, entonces en todo mi esplendor infantil, era capaz de sacarlo de su depresión de vez en cuando. Pero al menos ya no jugaba. Me dijo que los altos cargos de la Orden habían establecido esos términos con él y que si alguna vez los violaba y jugaba de nuevo, jamás volvería a verte. Ni siquiera permitieron que regresaras a casa durante las breves vacaciones escolares que tenías a veces.
Damon la miró asombrado.

—¿Dejó de jugar por mí?

Ella sintió.

—Él te amaba, Damon. Algunas personas no saben demostrarlo, y no es que lo esté excusando, pero nuestro padre poseía un corazón bondadoso. —Hizo una pausa—. Ni siquiera alcanzo a imaginar todo lo que has pasado, o lo que debiste sentir cuando, siendo niño, te arrancaron de tu hogar para ser convertido en guerrero sabiendo que tu familia había recibido un pago a cambio. Debiste pensar que te habíamos vendido. Y tal vez fuera así, no lo sé. No creo que tu amigo el escocés les diera a nuestros padres mucho donde elegir. Pero quiero que sepas que tu sacrificio no fue en vano.

—¿A qué te refieres? —se obligó a preguntar, casi sin poder hablar por el nudo que le atenazaba la garganta.

—Cuando cumplí diecisiete años, el dinero que habíamos recibido costeó mi temporada en Londres. Gracias a la cual conocí a mi Paul, el amor de mi vida. 

Y ahora tenemos dos preciosos hijos, por los que sentimos verdadera adoración, y esperamos que vengan más. Mi querido hermano, me diste la oportunidad de encontrar la felicidad y tengo que darte las gracias por todo.
Beatrice sacudió al cabeza.

—Santo cielo, si no lo hubieras hecho, si no hubieras ido con la Orden... si no nos hubieran dado ese dinero y hubiéramos continuado en la pobreza, jamás habría tenido mi temporada ni conocido a mi esposo. Me hubiera visto obligada a quedarme en el campo, en Worcestershire, y seguramente habría acabado casándome con alguno de los hijos de nuestros vecinos. ¡Con uno de los hermanos Carew!

Damon frunció el ceño y comprendió la verdad de sus palabras.

—Debido a mi posición, posiblemente me habría casado con el mayor, Hayden. ¿No lo entiendes? Su esposa, la que se ahogó en Francia... de no ser por ti, hermano, podría haber sido yo.

Damon inspiró bruscamente, aturdido por aquella revelación.
Beatrice lo abrazó y, esta vez, él le devolvió el abrazo, estrechándola con mayor fuerza al cabo de un momento. La cabeza le daba vueltas mientras el pasado, que siempre había visto de una forma, adoptaba un cariz del todo nuevo y diferente.


Siempre había interpretado la actitud distante de su padre como decepción o desaprobación. Ahora comprendía que ese no era necesariamente el caso.

—Gracias por contarme todo esto. Lo cambia realmente todo.

—Creías que no le importabas a nadie.

Él asintió en silencio.

Lady Thurloe sacudió la cabeza y le sonrió con los ojos empañados por las lágrimas.

—Bueno —gimoteó, poniendo las emociones bajo control—. Al menos no tengo que preocuparme tanto por ti ahora que te has casado con Elena. —Beatrice dirigió la mirada hacia el salón de baile—. Seguramente se estará preguntando a dónde has huido.

Damon divisó a su hermosa dama, que miraba hacia ellos con manifiesta curiosidad por lo que estaban hablando. Lo compartiría con ella más tarde. Le brindó una sonrisa desde el otro lado de la estancia cuando ella lo saludó de forma coqueta.

—Sí —murmuró—, parece que me requieren.

Aquellas palabras en apariencia despreocupadas encerraban una verdad que resonó en las profundidades de su alma.

—¡Ah! Ve con ella. —Bea lo dejó ir después de darle una palmadita afectuosa en la mejilla—. La latosa de tu hermana ya te ha monopolizado bastante por el momento. —Dicho eso, se giró y saludó a Elena con la mano.

—Latosa. Supongo que sí. —Damon rió suavemente y le dio a su hermana un beso en la frente, diciéndole que la vería más tarde.

Rotherstone fue a reunirse de nuevo con su encantadora esposa.
Elena dejó escapar una exclamación muda cuando Damon se inclinó de repente y le besó los nudillos con una florida reverencia al estilo europeo.

—¡Milady! —declaró con una entonación formal—. Según recuerdo, me debes un baile desde hace ya tiempo.

Una radiante sonrisa se dibujó en el semblante de Elena. Damon podía ver la emoción que se adueñó de ella al sentir su proximidad y supo que era amado.

—Deuda que saldaré gustosa, milord —adujo con igual entusiasmo.

Los risueños y siempre atentos miembros de la alta sociedad les abrieron paso cuando el marqués escoltó a su dama hasta la pista de baile. Elena tenía posados sus delicados dedos enguantados sobre la palma de Damon, que mantenía la otra mano cerrada flojamente a la espalda con una actitud formal. 

La joven irguió la cabeza y avanzó con paso grácil. El vaporoso vestido de color azul real que llevaba moldeaba las esbeltas curvas de su cuerpo.

El resto de los presentes ni siquiera se molestó en unirse a ellos, sino que se mantuvieron apartados observando mientras la orquesta comenzaba a tocar un vals.

En el centro de la reluciente pista de baile, Elena le hizo una reverencia a su pareja que Damon correspondió con otra.

La joven posó la delicada mano derecha sobre el hombro izquierdo de Rotherstone, con los ojos azules brillando con adoración. Asimismo, Damon colocó la mano izquierda en la cintura de su esposa y, mientras la miraba fijamente, estiró el brazo derecho y abrió la palma como había hecho con su corazón.

Ella deslizó la mano en la palma de su esposo con una leve caricia. Aquella maravillosa familiaridad, el mero contacto de Elena, le hacía sentir como si hubiera regresado al hogar, estremeciendo su cuerpo de deseo.

La vibrante y grácil música los envolvió y comenzaron a bailar. Se dejaron llevar, giraron y dieron vueltas bajo la parpadeante luz de las arañas.
Ella lo miraba con ternura y Damon clavó los ojos en su esposa hasta que todo a su alrededor dejó de existir. Solo existía Elena, la auténtica luz de su vida, su verdadero amor.

Mientras la guiaba por todo el salón de baile en un vals eterno, Damon supo que ambos estaban de acuerdo en que ese baile, al fin, bien había merecido la espera.

«Oh, me ponen enfermo», pensó Stefan Carew.
Al menos en esos momentos ostentaba un título más elevado que el de Rotherstone aunque, de algún modo, incluso el ducado recién obtenido era un pobre consuelo comparado con la irritante felicidad que se reflejaba en el semblante de la pareja.

«Me largo de aquí.»

Abandonó el salón de baile con la cabeza bien erguida, como de costumbre, disfrutando al ver que los demás le ofrecían las reverencias que ahora le debían. Pero, en verdad, aquello estaba volviéndose monótono.

Fue a casa, pero segundos antes de entrar en el estudio tenuemente iluminado para servirse una copa de coñac, sintió de pronto una presencia.
Dio media vuelta y vio la figura de un hombre sentado tranquilamente, con los pies apoyados sobre su escritorio.

—¡Usted!

—Hola, excelencia.

El corazón de Stefan comenzó a retumbar de inmediato. El desconocido lo había abordado brevemente en una ocasión, meses atrás, en el baile del final del verano.

—¿C-cómo ha entrado aquí?

—¿Disfrutando de su nuevo título?

—¿Qué hace en mi casa?

—Oh, no sea ingenuo. —La silueta se movió, delgada y mortífera. El hombre bajó los pies al suelo y se levantó de la butaca. Stefan tragó saliva con dificultad.

—¿Qué es lo que quiere?

—Simplemente su cooperación, tal y como hablamos. —Una sonrisa lobuna relampagueó en la penumbra.

—No tengo ni idea de a qué se refiere.

—No finja que no sabe de lo que hablo o lo que he hecho por usted. Es hora de pagar el precio, mi distinguido amigo.

Dresden Bloodwell salió de entre las sombras.
Stefan retrocedió con el corazón latiéndole desaforadamente en el pecho.

—¡Yo nunca le pedí que matase a mi hermano!

—No malgaste mi tiempo —se burló el desconocido—. Sabía perfectamente lo que pretendía hacer y, según recuerdo, no puso una sola objeción. Así que cállese. Y no olvide, excelencia, que tiene tres hermanos menores. No tengo el menor inconveniente en acabar uno por uno con todos hasta dar con alguno que finalmente coopere. Bien, si desea seguir con su miserable vida y en posesión de su bonito ducado le sugiero que se siente, cierre el pico y haga exactamente lo que yo le diga.

Alargó el brazo sin previo aviso y lo agarró del pescuezo. Stefan profirió un quejido mientras intentaba soltar esa implacable mano.
El asesino arrimó el rostro para mirar a Stefan a los ojos. Los de Bloodwell 
eran tan negros como la muerte y tan profundos como un pozo sin fondo.

—Escúcheme. Le he convertido en duque por un motivo y ahora es usted mío. Así son las cosas... excelencia. Aténgase a las consecuencias si se olvida de ello. 

—Dicho aquello, empujó a Stefan a la butaca de piel más cercana y procedió a explicarle.

—¿Qué quiere de mí? —susurró Stefan temblando como una hoja.

—Es muy simple —respondió Dresden mientras tiraba del puño de la camisa para colocarlo—. Cuando nos conocimos se jactó de ser amigo del regente; es hora de que estreche esa amistad. Ahora que es duque no debería tener problemas para acceder a Carlton House...


Drake podía escuchar las voces de James y de Talón al otro lado de la puerta de su cuarto en el hotel Pulteney, enzarzados en una conversación no demasiado amistosa con el convicto que habían sacado de Newgate llamado O'Banyon. El tipo era una especie de corsario.

—Está hecho —decía O'Banyon—. La chica está a buen recaudo.

—¿La tiene? —preguntó Talón con apremio.

—Sí. No fue difícil.

—¿Y bien, dónde está? Se suponía que debía traerla aquí—dijo James indignado.

—Sí, pensé en eso —replicó O'Banyon con cierta nota de insolencia en su ronca voz—. Pero se me ocurrió que una vez que tengan a la chica ya no me necesitan, ¿verdad, caballeros? No quería correr el riesgo de que me enviasen de vuelta a la prisión en cuanto hubiera cumplido con mi parte.

—¿Qué ha hecho con ella? —exigió saber James.

—Ya se lo he dicho, está a buen recaudo.

—¿Ha implicado a alguien para que le ayude sin nuestra autorización?

—¡No se preocupen! Solo es un viejo camarada de mis días como marino. 
Vamos a hacerlo a mi manera.

—¡Cómo se atreve!

—Escúcheme, viejo.

Drake se puso tenso detrás de la puerta, deseando acudir en auxilio de James si O'Banyon lo amenazaba.

—Parece que no se dan cuenta de que me necesitan —dijo el feroz convicto—. Sobre todo cuando el padre de la chica vuelve por mar para pagar su rescate. Puedes creerte muy malo, tuerto, pero nunca has tratado con alguien como el capitán Fox. ¿Por qué cree que tenía a su hijita viviendo encerrada? Robarle el tesoro a un pirata es malo de por sí—les advirtió O'Banyon—. Han secuestrado a su hija y tendrá graves consecuencias. Confíen en mí, soy el único que sé cómo tratar con el padre, y el capitán es el único que sabe dónde se encuentra la tumba del alquimista.

—Entonces, ¿qué sugiere que hagamos, eh? —inquirió James, que parecía estar perdiendo la paciencia.

—Esperar, fundamentalmente. Igual que tenemos que hacer en el mar. Pasará un tiempo hasta que el mensaje llegue al padre y más tiempo aún hasta que el viejo zorro de mar regrese a Inglaterra —dijo haciendo alusión al apellido del capitán—. Por no hablar del hecho de que la guardia costera querrá detenerlo en cuanto ponga el pie en suelo inglés. Entretanto, tengo intención de disfrutar de mi libertad.

Drake vio a Talón agarrar al mugriento O'Banyon de la camisa a través de la rendija de la puerta.

—¿Crees que puedes jugárnosla y salirte con la tuya?

—Quítame las manos de encima, tuerto. Para llegar hasta el tesoro del alquimista necesitas al capitán Fox; y para atraer al capitán necesitas a su preciosa hija. Y para ponerle las manos encima a la muchacha, me necesitas a mí, ya que soy el único que sabe dónde está encerrada ahora la preciosa moza.
James le hizo una señal a Talón, que soltó a O'Banyon furioso.

—Yo no alteraría al señor Talón si fuera usted, O'Banyon. Ha matado a hombres por mucho menos, se lo puedo asegurar.

—Bueno, también yo, viejo amigo, créame. También yo.

—Al menos dígame si la señorita Fox está a salvo. Carecerá de valor como rehén si está muerta.

—Sí, está a salvo. La joven señorita Kate no se encuentra muy cómoda, eso seguro, pero no corre peligro.

—¿Confía pues en aquel que la retiene?

O'Banyon sonrió de oreja a oreja.

—Francamente, señor, no confío en nadie.

La muchacha estaba sentada en un frío suelo de piedra, hecha un ovillo y temblando. No podía ver nada debido a la venda que le cubría los ojos. Tenía las manos atadas, con las muñecas unidas delante, apoyadas sobre las rodillas dobladas.

Kate se negaba a llorar, obligándose en su lugar a agudizar los sentidos disponibles para captar algo, lo que fuera. Unos pesados pasos por encima de ella. Voces broncas, principalmente masculinas. Un almacén concurrido. Gente arrastrando cajas o cajones en el piso de arriba. ¿Quiénes eran? Comerciantes corrientes no.

« ¿Contrabandistas?»

El olor salobre que impregnaba el frío aire hizo que su memoria se remontase a años y años atrás, a mástiles balanceándose contra el cielo azul. La sonrisa audaz de su padre mientras hacía de ella un contramaestre, diciéndole las órdenes que debía gritar a la tripulación con su aguda vocecilla infantil. « ¡Orientad la gavia, perezosos bastardos! ¡Enderezad y mantened el curso!»

De repente escuchó que una puerta crujía en lo alto de la escalera de madera sobre el húmedo y gélido sótano donde sus captores la habían depositado. Alguien se acercaba. Kate se quedó inmóvil escuchando con tanta atención como pudo.

Les había oído hablar antes, pero en esos momentos sus voces sonaban inesperadamente agitadas.

—¡Me importa un cuerno lo que dijo O'Banyon! ¡La vuelta a casa del duque lo cambia todo!

—¿Qué vamos a hacer?

—¡No lo sé, pero tenemos que deshacernos de ella antes de que Warrington regrese!

—¿Qué quieres decir con deshacernos de ella? ¿Que la matemos? ¿Que la soltemos?

Kate contuvo el aliento, agudizando el oído. « ¡Menuda elección!» El retumbar de su corazón apenas la dejaba oír.
Se hizo el silencio.

—No lo sé —respondió el contrabandista que parecía estar al mando—. Podríamos decirle a O'Banyon que la muchacha se escapó.

—Pero ¿y el dinero?

—¿A quién prefieres enfadar, a O'Banyon o a la Bestia? « ¿La Bestia?», pensó Kate con creciente pánico.

—Bueno, eso ni se pregunta.

—¡A mí me lo vas a decir!

—Ojalá nos hubieran avisado antes de que su excelencia iba a venir.

—Tarde o temprano tenía que venir. Este maldito lugar, y todo lo que hay en kilómetros a la redonda, es suyo.

—¿Qué vamos a hacer con ella cuando él esté aquí? Ese gigantesco demonio va a asarnos vivos por el naufragio del mes pasado. Si se entera de que ahora hemos tomado parte en un secuestro...

—Sí —dijo el primero de forma sombría—. Bueno... quizá haya un modo de que podamos matar dos pájaros de un tiro.

—¿A qué te refieres?

—Si O'Banyon quiere a la muchacha, dejemos que sea él quien se enfrente al duque de Warrington.

—¿Quieres decir que... le entreguemos la chica a la Bestia?

—¡Sí! Como un pequeño presente. Ya sabes, un pequeño regalito de bienvenida de parte de los muchachos, ¿eh?

—¡Sí, es brillante! ¡Puede que así no nos sacuda demasiado!

—¡Eso! Es lo bastante bonita para él. Ya sabes cómo es con las mujeres. Un regalito de bienvenida como ella tendría que aplacar parte de su cólera.

—Cierto, y jugar con ella lo mantendrá ocupado al menos durante una noche o dos, mientras nosotros concluimos nuestros asuntos.

—Podría funcionar.

—¿Has oído eso, muchacha? Causas un buen montón de problemas —dijo el líder, que sin duda tenía dolorida la entrepierna por la patada que ella le había propinado cuando llegó—. ¡A ver qué tal se te da con la Bestia! Como se te ocurra ser una deslenguada con él, desearás estar de nuevo en este sótano.

—Ay, no llores, chica —se burló el otro—. Hay cosas peores que convertirse en la concubina de la Bestia. Claro que no se me ocurre ninguna ahora mismo...

A Kate le daba vueltas la cabeza mientras las carcajadas soeces de los contrabandistas resonaban por doquier en la oscuridad. Se estremeció de pavor.
«No tengo miedo —pensó Kate una y otra vez—. No tengo miedo...»

FIN




Mi Perverso Marqués

Gaelen Foley



 

4 comentarios:

  1. Me encanto la historia, quisiera saber si tiene segunda parte y como la encuentro

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  2. Me encanto la historia, quisiera saber si tiene segunda parte y como la encuentro

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  3. Siento responderte tan tarde pero sí hay más libros este es el Libro 1º de la serie "Club Infierno"

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  4. los siguientes libros son mi peligroso duque,mi irresistible conde ya publicados en español, pero contando la historia de otros personajes.el cuarto está en inglés se llama My ruthless prince que cuenta la historia de Drake.

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