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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

10 diciembre 2012

Recuérdame Capitulo 21


Capítulo 21
Elena salió conmocionada del ascensor. Las piernas apenas la sujetaban y tenía las manos heladas. Funcionaba con el piloto automático y su cerebro apenas respondía.

Las palabras de Damon resonaban en su mente.

«La utilicé».

«La seduje».


Se tambaleó hacia la puerta donde el conserje le bloqueó el paso y le sujetó el brazo.

—Señorita Gilbert, si fuera tan amable de esperar aquí…

—¿Para qué? —ella lo miró confusa.

—Espere aquí, por favor.

Ella sacudió la cabeza y reanudó la marcha hacia la puerta, pero él la sujetó de nuevo.

—¡No me toque! —la ira empezaba a abrirse paso entre la conmoción y dio un paso atrás.

Al hacerlo, tropezó con alguien y, al girarse se encontró con la mole humana que tenía Damon como jefe de seguridad.

—Señorita Gilbert, no tenía ni idea de que estuviera en la ciudad —él frunció el ceño—. Debería haber informado al señor Salvatore para que yo pudiera ir a buscarla al aeropuerto.

El conserje respiró aliviado ante la presencia de Ramon y se apresuró a regresar a su puesto junto a la puerta.

—No voy a quedarme —le aclaró ella secamente—. En realidad iba de camino al aeropuerto.

Ramon la miró perplejo en el instante en que aparecía Klaus Beardsley.

—Gracias, Ramon, ya me ocupo yo de la señorita Gilbert.

—De eso nada —murmuró Elena mientras se volvía de nuevo hacia la puerta.

Klaus la agarró en cuanto puso un pie en la calle y la miró con dulzura. La simpatía que sintió emanar de ese hombre hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas.

—Vayamos a dar una vuelta —le ofreció amablemente—. Hace frío y no deberías subir a un taxi sin tener ni idea de adónde ir. Seguramente no habrás reservado hotel, ¿tengo razón?

—Tenía pensado quedarme con Damon —Elena sacudió la cabeza y estalló en llanto.

—Vamos —insistió él—, te llevaré a mi casa. No está lejos y tengo una habitación libre.

—Quiero regresar al aeropuerto —exclamó ella—. No hay motivo para que me quede aquí.

—De acuerdo —él dudó un instante antes de agarrarla por el codo—. Te llevaré al aeropuerto, pero no te dejaré sola hasta que te vea subida al avión. Seguramente no habrás comido.

Ella lo miró confusa ante tanta amabilidad.

—¿Por qué haces esto? —preguntó.

—Porque sé cómo te sientes —los ojos de Klaus reflejaban dolor—. Sé lo que es descubrir algo sobre alguien que te importa mucho. Sé lo que es que le mientan a uno.

—Voy a echarme a llorar.

—Puedes llorar todo lo que quieras —él sonrió y señaló hacia un coche aparcado—. Por lo que he oído, te has ganado el derecho a hacerlo.

—Ya puedes irte —insistió Elena junto al mostrador de facturación de equipaje.

—Aún te sobra tiempo. Vayamos a comer algo. Estás muy pálida y sigues temblando.

—No creo que pueda comer nada —Elena apoyó una mano en la barriga.

—Pues entonces bebe algo. Un zumo. Me aseguraré de que llegues a tiempo al embarque.

Ella suspiró. Era mucho más fácil simplemente ceder a la insistencia de Klaus, aunque no comprendiera tanto empeño. En un instante estuvo sentada en una mesita redonda con un enorme vaso de zumo de naranja enfrente.

—No irás a echarte a llorar otra vez, ¿no? —preguntó él al ver que sus ojos se humedecían.

—Lo siento —Elena respiró entrecortadamente—. Has sido muy amable y no te mereces aguantar todo esto.

—No pasa nada. Lo entiendo.

—Dijiste que sabías cómo me sentía —ella hablaba con un hilillo de voz—. ¿Quién te engañó?

—La mujer con la que me iba a casar.

—Vaya… —Elena hizo una mueca—. Es un asco, ¿verdad? Al menos Damon nunca me prometió matrimonio. Sí que lo insinuó, pero no llegó tan lejos. ¿Y qué pasó?

—Se acostó con mi hermano unas semanas después de prometernos.

—Lo siento —dijo ella—. Es asqueroso que la gente en quien confías te haga algo así.

—Eso resume más o menos cómo me siento —contestó Klaus con una risotada.

Elena apuró el zumo y dejó el vaso sobre la mesa.

—Traeré algo de comida. ¿Crees que podrás retenerlo?

—Gracias —las atenciones de Klaus resultaban conmovedoras—. No tengo hambre, pero debería comer algo.

Minutos después, Klaus regresó con una selección de sándwiches y otro vaso de zumo de naranja. En cuanto Elena dio el primer mordisco, se dio cuenta del hambre que tenía.

—¿Qué vas a hacer? —Klaus la contempló con gesto de simpatía.

—Volver a casa —Elena hizo una pausa para tragar un trozo de sándwich—. Tener un hijo. Intentar olvidar. Pasar página. Tengo a mi abuela y a toda la gente de la isla. Estaré bien.

—Me pregunto si eso fue lo que hizo Kelly —murmuró él—. Pasar página.

—¿Kelly? ¿Tu exnovia?

Él asintió.

—¿De modo que no se quedó? Con tu hermano, quería decir. Supongo que resultaría muy incómodo en las reuniones familiares.

—No, no se quedó. No tengo ni idea de adónde fue.

—Tanto mejor, seguramente. Si es la clase de persona que se acuesta con el hermano de su prometido, no merece ni que pienses en ella.

Elena siguió comiendo mientras las palabras de Damon resonaban sin parar en su cabeza.

La había humillado. Estaba furiosa, pero sobre todo, destrozada. En dos ocasiones le había permitido manipularla y hacer que lo amara. Peor aún, se había enamorado aún más profundamente de él la segunda vez. Incluso habría estado dispuesta a concederle lo que había buscado desde el principio.

Era un estúpida por creerle y no pedirle un acuerdo por escrito.

Y era aún más estúpida por amarlo.

Una lágrima resbaló por su mejilla. Se apresuró a enjugársela, pero, para su desesperación, otra ocupó su lugar.

—Lo siento, Elena, no te mereces esto —la consoló Klaus—. Damon es mi amigo, pero se pasó de la raya. Siento que te vieras mezclada en todo este asunto.

—Yo también lo siento —ella agachó la cabeza—. No debería haber venido a Nueva York. Debería haber confiado en mi instinto. Me utilizó para conseguir lo que deseaba y yo lo sabía. Si me hubiera quedado en mi casa, todo habría terminado ya.

—¿Seguro que lo habrías superado ya?

—No lo sé. Quizás… desde luego no estaría aquí llorando a kilómetros de mi casa.

—Cierto —le concedió Klaus mientras consultaba el reloj—. Es hora de embarcar. ¿Lista?

El móvil de Klaus sonó, pero, tras consultar la pantalla, rechazó la llamada.

—Gracias, Klaus, en serio. No tenías por qué ser tan amable. Te lo agradezco.

Él sonrió y la acompañó al control de seguridad.

—Bueno, pues hasta aquí hemos llegado —respiró hondo.

Le acarició una mejilla e, inesperadamente, la atrajo hacia sí para abrazarla.

—Cuídate, y también a ese bebé —se despidió con voz ronca.

—Gracias —Elena se apartó y le dedicó una sonrisa.

Cuadrando los hombros, pasó los controles. En unas horas estaría en casa.

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