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COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


GRACIAS

10 junio 2013

Oasis Capitulo 08

Capítulo 8

 

     SE QUEDARON a la subasta. Damon animó mucho la puja subastando un beso de una conocida actriz de Hollywood que se encontraba entre el público.
     Cuando terminó, Damon ayudó a Elena a levantarse de su silla y la sacó del salón por la puerta lateral. Ella lo miró mientras intentaba andar a su mismo paso y le preguntó casi sin aliento:
   
  –¿No te tienes que quedar… a hablar con los invitados o algo así?
     Él giró la cabeza para mirarla con los ojos brillantes.
     –Contrato a gente que se ocupa de eso. Yo dirijo la organización de manera anónima, y sólo aparezco de vez en cuando.
     Entonces se detuvo de repente, haciendo que Elena chocase contra él.
     –De todos modos, esta noche tengo algo mucho más importante que hacer –añadió, dándole un beso rápido para aclararle de qué hablaba.
     Ella se ruborizó, pero se obligó a contestar:
     –Esto es más importante. No quiero ser la responsable de que te marches.
     Él volvió a callarla con otro beso y se la llevó a un rincón solitario. Varias personas pasaron por su lado, pero ellos estaban ajenos a todo. Por fin se separaron para tomar aire y Elena apoyó la cabeza en el pecho de Damon. ¿Sería capaz de salir de aquella locura?
     Él le dio la mano de nuevo y salieron a la calle en silencio. En el coche, Elena se dio cuenta de que no iban hacia el hotel y se detuvieron delante de un barco restaurante algo destartalado que estaba amarrado en el Sena, cerca de la Île de la Cité. Se le encogió el corazón al verlo. Aquélla siempre había sido una de sus partes favoritas de París.
     Damon la ayudó a bajar y le dijo:
     –Pensé que tendrías hambre…
     El estómago de Elena rugió y ella sonrió.
     –Parece que conoces mis hábitos alimenticios todavía mejor que yo.
     Él sonrió también y, por un segundo, pareció mucho más joven, menos sombrío. Y Elena tuvo que contener una ola de ternura. En ese momento se acercó a ellos un hombre robusto, que saludó a Damon efusivamente. Era evidente que era un cliente bienvenido. Pronto estuvieron sentados en un tranquilo rincón con vistas al río. Elena vio a una pareja paseando por la orilla, que se detenía y se besaba, y pensó que bien podían haber sido ellos seis años antes. Suspiró.
     Damon tomó su mano y le preguntó con naturalidad:
     –¿No te gusta el sitio?
     Ella negó con la cabeza y le contestó en voz baja, evitando mirarlo a los ojos:
     –Es perfecto. Me encanta.
     «Y te quiero», pensó también, pero no lo dijo.
     Entonces llegó el camarero a tomarles nota y Elena se obligó a relajarse. Damon pidió champán y ostras y charlaron de cosas sin importancia. Por un segundo, Elena pensó que tal vez hubiese soñado las horribles revelaciones de Damon… pero sólo tenía que pensar en la organización benéfica y en el trabajo que hacía Damon para saber que no había sido un sueño.
     Cuando terminaron de cenar y después de que Damon la hubiese besado y hubiese lamido de sus labios alguna gota de champán, Elena estaba temblando de deseo. Así que cuando él se levantó y le tomó la mano para marcharse, no dudó ni un instante.
     Volvieron al hotel en silencio, de la mano. Y siguieron así hasta llegar a la suite. Elena se sintió como si hubiesen sido las dos únicas personas del mundo.
     Una vez en la habitación de Damon, éste se quitó la ropa y, una vez desnudo, le bajó a ella el vestido para dejar sus pechos al descubierto.
     –Llevo toda la noche esperando esto –le dijo con voz ronca.
     Luego la agarró por la cintura y la apretó contra él, bajó la cabeza y besó y lamió sus pechos hasta conseguir que a Elena se le entrecortase la respiración y apretase sus caderas todavía más contra él.
      Cuando la tuvo desnuda encima de la cama, debajo de él, le sujetó las manos encima de la cabeza con una mano y con la otra fue bajando por su cuerpo hasta llegar a su sexo.
     –Voy a hacer esto muy despacio… hasta que me pidas clemencia…
     Elena gimió de placer al notar sus dedos entre las piernas y arqueó las caderas. Ya quería pedirle clemencia, pero sucumbió a la experta seducción de Damon mientras éste hacía exactamente lo que le había prometido…


     Elena se había quedado dormida, pero se despertó al notar que Damon le acariciaba el pelo y le susurraba al oído:
     –Si piensas que se ha terminado, estás muy equivocada, Elena Gilbert.
     Ella no respondió, pero notó que se le hacía un nudo en la garganta. Damon la rodeó con su cuerpo, sus respiraciones se equilibraron y Elena supo que tenía razón. Le iba a costar tanto resistirse a él como dejar de respirar.
     Lo único que podía hacer era conseguir que él la rechazase contándole lo que sentía, pero al recordar lo ocurrido seis años antes y la crueldad con la que la había tratado, le costó hacerlo. Aunque él le hubiese dicho que no había querido hacerle daño.
     Elena se mordió el labio. Había contenido la esperanza que intentaba surgir en su interior como una flor del desierto. Tenía que aprender del pasado. No podía pensar que, al volver a Merkazad, volvería a estar en brazos de Damon. Además, él sólo se quedaría allí un par de semanas más, como si fuese tan fácil sobrevivir ese tiempo…


     Al día siguiente, una vez en su avión privado, Damon miró a Elena con desconfianza. Tenía el sillón reclinado y estaba dormida, o fingía dormir. Tenía el rostro vuelto y el hecho de que pareciese ajena a su presencia lo enfadó. Nada más despegar había rechazado la comida y se había puesto a bostezar. Aunque Damon no podía culparla. Casi no habían pegado ojo en toda la noche.
     Él intentó aclarar el lío que tenía en la cabeza. No podía arrepentirse de haber seducido otra vez a Elena, porque le había parecido lo correcto. Y en esos momentos, mientras volvían a un lugar del que durante mucho tiempo no había querido ni oír hablar, su última preocupación era Merkazad. Para su sorpresa, había disfrutado mucho de los últimos días, ocupando el lugar de Stefan. Incluso había conseguido tener con él una conversación casi amistosa la noche anterior, cuando lo había llamado para informarlo de los últimos acontecimientos. Y eso era algo que no había ocurrido desde hacía mucho tiempo.
     La mujer que dormía tan tranquila, o no, cerca de él, era la causa de aquellos cambios. Damon lo sabía y eso hacía que todo su cuerpo y su cerebro le estuviesen dando la voz de alarma. Aun así, no se arrepentía de habérselo contado todo. Como mucho, se sentía culpable por haber puesto en su mente las imágenes de aquellos meses tan horribles… Frunció el ceño. Aquellas imágenes estaban empezando a desaparecer como nubes de humo.
     Apretó los labios y apartó la vista de su provocador y tentador cuerpo. Apoyó la cabeza en el respaldo del sillón y cerró los ojos. Las cosas habían cambiado mucho en los últimos seis años. Elena había madurado y había vivido, había experimentado cosas, pero, aun así, él tendría que dejarla al llegar a Merkazad, y en esa ocasión, lo suyo se terminaría para siempre. No había otra opción.


     –Detén el jeep, Damon.
     Al ver que no la obedecía inmediatamente, Elena estuvo a punto de repetírselo, pero él echó el vehículo a un lado, estaban en el patio principal del castillo de Al-Saqr. Hacia la izquierda, la carretera llevaba hacia el castillo y, a la derecha, hacia los establos y los campos de entrenamiento.
     Damon vio cómo Elena se bajaba.
     –¿Adónde crees que vas?
     Ella intentó mantenerse tranquila a pesar de que tenía el corazón acelerado y sabía que se estaba comportando como una cobarde.
     –A los establos –le respondió–. Voy a estar muy ocupada durante los próximos días.
     Damon salió también del jeep de un salto y la acorraló contra él.
     La miró a los ojos y ella se quedó al instante sin respiración. Damon apretó las caderas contra las suyas y Elena notó la erección a través de los pantalones vaqueros, empujándola.
     –¿Eso es lo que quieres? ¿Salir corriendo y esconderte en los establos?
     Elena intentó apartarlo, pero no pudo.
     –No hay nada que te impida acompañarme. No sé si te acuerdas de que tengo que trabajar.
     Damon se puso tenso de inmediato y ella deseó pedirle perdón al ver terror en lo más profundo de su mirada. Él retrocedió y le dijo en tono frío:
     –Como quieras, ya veremos cuánto aguantas.
     No hacía falta que lo dijese. No estaba preparado para enfrentarse a sus demonios. Y Elena lo entendió. Hasta ella sintió náuseas al recordar lo que Damon había tenido que hacer. Era normal que hubiese querido escapar de allí a la menor oportunidad.
     Luego se dijo en silencio que aguantaría hasta que Damon estuviese de vuelta en Francia y miles de kilómetros los separasen, pero al verlo subirse al jeep, tuvo que contener la traicionera sensación de decepción que le causaba que Damon no hubiese insistido más en que se fuese con él.
     Se dio la media vuelta y anduvo los cinco minutos que se tardaba en llegar a los establos. Al llegar al patio, que siempre había sido su lugar favorito, sintió frío, desolación y la mente se le llenó de horribles imágenes.


      El primer día de vuelta a los establos, Elena no tuvo noticias de Damon. Sólo oyó de hablar de él, emocionadas, a las chicas que lo habían visto esa mañana. Ella se preguntó enfadada dónde se habría metido Abdul y por qué no estaba allí para hacerlas callar.
     Cuando se acostó esa noche, agotada, se encontró además insatisfecha, y se preguntó si Damon habría perdido todo el interés en ella.
     Esa noche soñó con él y se despertó sudando y con una sensación de insatisfacción todavía mayor.
     Cuando tuvo que levantarse para ir a trabajar, se preguntó si todos los días iban a ser iguales. Era una causa perdida.
     A media mañana aproximadamente, se presentó en los establos una de las camareras del castillo, con una nota metida en un sobre. Elena se giró a leerla con el corazón en un puño. Reconoció la letra nada más verla: ¿Tu día de ayer fue tan duro como el mío? Te deseo, Elena…
     Despidió a la chica, que se había quedado esperando por si quería enviar una contestación, y tardó un par de horas en recuperarse. También tardó mucho en calmar el tumulto de emociones que tenía dentro: se sentía aliviada porque Damon no se había olvidado de ella, estaba enfadada consigo misma por estar como una adolescente enamorada, enfadada con él por querer que lo suyo continuase después de lo que le había dicho en París, y enfadada con su cuerpo por desear tanto verlo.
     Estaba pensando en todo aquello cuando su teléfono móvil pitó. Elena leyó el mensaje: ¿Has leído mi nota?
     Ella lo pensó un momento antes de responder: Sí. No me interesa continuar con esta conversación. Estoy muy ocupada.
     Un segundo después llegaba otro mensaje: Yo también estoy ocupado. Por si no te has dado cuenta, soy el soberano en funciones de Merkazad. No obstante, no logro concentrarme.
     Elena se dio cuenta de que estaba sonriendo y se puso seria. Luego cerró el teléfono y volvió al trabajo. Pero según fue pasando el día, siguió recibiendo sobres, con notas cada vez más explícitas acerca del estado de excitación de Damon.
     Al final del día, Elena estaba también excitada, pero se negaba a ir a ver a Damon.
     Su única esperanza estaba en quedarse en los establos, aunque odiase utilizarlos para aquello.
     Al día siguiente ocurrió lo mismo. Nota tras nota. Mensaje tras mensaje. Dejó de leerlos porque se estaba volviendo loca, pero sólo porque no podía dejar de pensar en las cosas que le decía Damon.
     Esa noche, cuando sonó el teléfono que tenía al lado de la cama, respondió molesta:
     –¿Sí?
     Y oyó una risa.
     –¿Por qué estás tan gruñona? ¿No puedes dormir? ¿Estás demasiado caliente?
     Elena agarró el teléfono con fuerza y se obligó a hablar en tono frío:
     –De eso nada. Al contrario que tú, he estado todo el día muy ocupada.
     Él volvió a reír.
     –Por suerte, soy muy polifacético y puedo hacer muchas cosas a la vez. Aunque no ha sido fácil escribirte esas notas mientras oficiaba un acto público.
     Elena contuvo la risa al imaginárselo. No podía creerse que estuviesen actuando como dos adolescentes. Apretó las piernas por si Damon podía notarle por teléfono lo húmeda que estaba.
     –¿Estás en la cama?
     –No –mintió Elena inmediatamente.
     –Mentirosa –rió él–. ¿Qué llevas puesto?
     –Dado que no estoy en la cama, llevo unos vaqueros y una camisa.
     –Mentirosa. Deja que lo adivine. Llevas una camiseta y unas braguitas, ¿a que sí? Eso es lo que te pones cuando no estás desnuda conmigo.
     –No, la verdad que llevo un pijama abrochado de los pies hasta la cabeza.
     –Vas a ir directa al infierno de tanto mentir, Elena Gilbert.
     –Pues va a estar abarrotado, nos veremos allí.
     –Touché –respondió él, haciendo que Elena se sintiese mal–. ¿Sabes en qué estoy pensando ahora mismo?
     –Creo que prefiero no saberlo, Damon. La verdad es que estoy muy cansada…
     Él la interrumpió.
     –Estoy imaginándote aquí tumbada con el pelo suelto, con una camiseta que te deja la cintura al descubierto. Estoy pensando en cómo se te ciñe a los pechos, lo mismo que las braguitas a las caderas. Estoy pensando en cómo me gustaría quitarte la camiseta para disfrutar de esos pechos con la vista, para ver cómo se te endurecen los pezones, rogándome que los acaricie, para que mi lengua…
     –Damon –le dijo ella en tono débil, bajando la mano sin querer hacia abajo.
     –¿Damon, qué? ¿Que pare? No quieres que pare. Me quieres contigo, para que te chupe los pechos hasta que arquees la espalda mientras te acaricio entre las piernas…
     Elena se llevó las manos allí y eso le hizo volver a la fría realidad. Se sentó bruscamente en la cama y colgó el teléfono. Cuando volvió a sonar un segundo después, arrancó el cable de la pared.
     Y no pudo dormirse hasta que empezó a bajarle el calor.


     Al día siguiente, Elena decidió aferrarse a su determinación de no ceder, a pesar de ser cada vez más débil. Esa mañana llegaron más notas, pero no pudo leerlas. Las devolvió sin abrir.
     Así que más tarde, cuando oyó llegar a un jeep, se dio la vuelta con el corazón acelerado y sintió que su determinación se venía abajo.
     Damon bajó del vehículo y ella se sintió débil de deseo, pero supo que no podía ceder.
     Él la miró fijamente unos segundos antes de decirle:
     –Ven al castillo conmigo, Elena.
     Ella negó con la cabeza y retrocedió a pesar de que su cuerpo le gritaba que hiciese lo contrario. En ese momento, uno de los mozos del establo sacó un caballo muy cerca de allí. Damon miró al caballo y luego a ella.
     Se había puesto pálido, apretó los dientes y murmuró:
     –Maldita seas, Elena. No estoy preparado para esto.
     Y luego volvió a subirse al jeep y se marchó, haciendo que se sintiese como si hubiese hecho algo muy cruel, dejándola con la sensación de que podía hacerle daño y eso la impactó.
     Seguía allí parada cuando Abdul salió de uno de los establos. Éste sólo la miró y sacudió la cabeza, y Elena se sintió todavía peor.
     Esa noche casi no pudo dormir. Como era de esperar, al día siguiente no hubo más notas ni llamadas de Damon. Y ella siguió sintiéndose culpable al tiempo que seguía convencida de que no debía ceder a la atracción que sentía por él.
     Empezó a trabajar aturdida y a las cuatro de la tarde, cuando sonó el teléfono en su despacho, estaba agotada.
     La llamada hizo que le entrasen ganas de llorar. Tenía que ir en helicóptero a un oasis aislado en el que había un pueblo beduino. Y teniendo en cuenta la hora del día que era, lo más probable era que tuviese que hacer noche.
     Al parecer, una yegua no podía parir y su dueño temía por su vida y la del potro. Recogió sus cosas y llamó al piloto del helicóptero antes de ir hacia la plataforma que había detrás del castillo. De camino, intentó no pensar en el hombre que había dentro de él… en algún lugar.
     Sobrevolaron el montañoso y escarpado terreno y a Elena se le encogió el corazón de la emoción por aquel país en ocasiones tan inhóspito. Los beduinos eran quienes habían luchado contra los invasores muchos años antes, y quienes habían salvado al jeque y a su familia de la cárcel. Quienes habían salvado a Damon.
     Elena vio el pueblo a lo lejos, un minúsculo paraíso verde en aquel paisaje lunar. Estaban muy cerca cuando vio que había un jeep esperándola y eso levantó sus sospechas, pero se dijo a sí misma que estaba exagerando.
     Cuando bajó del helicóptero la estaba esperando un chófer que la llevó al pueblo. Una vez allí, no vio a los aldeanos ni a ningún niño esperándola, como solía ocurrir siempre que iba, ya que siempre les llevaba algo. Se aseguró a sí misma que se debía a que era tarde.
     Pero entonces vio una tienda enorme. El tipo de tienda que utilizaba Stefan cuando viajaba por el país. Y empezó a picarle todo cuando vio que el jeep se detenía delante. Elena salió y, en ese momento, oyó cómo despegaba el helicóptero.

     Entonces vio salir de la tienda a un hombre alto, moreno e imponente, vestido con la ropa de ceremonia de Merkazad. Cómo no se lo había imaginado… Damon.

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