Capitulo 04
Damon
se apresuró a agarrar a la chica antes de que su cabeza golpeara el suelo de
madera. Cuando la levantó, miró a su alrededor para decidir dónde ponerla y se
dio cuenta de que su impresión inicial había sido errónea.
Antes
de que se desmayara, había advertido poco más que unos grandes ojos oscuros,
una barbilla decidida y el hecho de que estaba empapando la alfombra. Pero
aunque su cuerpo era pequeño y esbelto, no era una chica a quien sostenía en
brazos, sino una mujer. Sus pechos suaves presionaban contra su torso mientras
la sujetaba, y un olor a perfume exótico se mezclaba con el aroma de la lluvia
y de la lana mojada.
Su
cuerpo cansado se puso inmediatamente alerta.
Blasfemó
en voz baja por su distracción y miró a Elijah, que estaba indicándole que dejase
a la mujer sobre el sofá.
—Dijo
que era la hermana del señor Gilbert —contestó Elijah, sirviendo una copa de brandy mientras Damon se sentaba junto a ella y le frotaba
las manos para intentar despertarla—. Al principio pensé que sería otras de las
mujeres de Gilbert, pero ninguna llegaba a estas horas de la noche y empapada.
Damon
abandonó sus intentos de reanimarla frotándole las manos y le dio una suave
bofetada en la mejilla. Su cuerpo se tensó y de pronto la mujer abrió los ojos.
Ella
lo observó con la mirada perdida. Parecía no darse cuenta de dónde estaba ni
con quién. Justo cuando Damon advirtió el frío que salía de su cuerpo y se dio
cuenta de lo heladas que tenía las manos, ella comenzó a tiritar violentamente
mientras le castañeaban los dientes.
—Debe
de estar helada —murmuró él—. Elijah, alcánzame una copa, por favor —señaló
hacia el brandy antes de volver a mirar a la mujer
que tenía entre sus brazos—. Señorita… señora…
—Señora
Gilbert —dijo Elijah.
—No
os alarméis, señora Gilbert —dijo Damon—. Estáis en Blenhem Hill. Soy el señor Salvatore,
el gerente de lord Englemere. Tomad, bebed un poco de brandy
para entrar en calor.
Le
abrió la boca ligeramente y le hizo beber un poco de brandy.
Tras atragantarse, la mujer se tragó el líquido y levantó la mano para
estabilizar la copa. Los temblores se calmaron y finalmente cesaron.
La
observó mientras bebía; su mano resultaba absurdamente pequeña y delicada junto
a la de él. Aquella barbilla puntiaguda remataba una cara en forma de corazón
con nariz respingona y unos ojos grandes y oscuros, de un color imposible de
determinar a la luz del fuego. Un gorro le cubría el pelo, pero la capa de
viaje se le había abierto cuando la había sentado en el sofá, y había revelado
un cuello delicado y unos pechos turgentes. Era evidente que estaba helada,
pues incluso a través del vestido podía ver sus pezones erectos.
Se
le hizo la boca agua ante la idea de poder saborearlos.
A Damon
se le ocurrían muchas otras formas de calentarla más placenteras que el brandy. Sueltos como un perro de presa preparado para la
caza, sus pensamientos corrían libres y conjuraban imágenes de muslos blancos
alrededor de sus piernas, de aquellas manos pequeñas acariciándolo, de sus
piernas esbeltas enredadas en su cintura mientras la poseía.
El
calor se apoderó de él y comenzó a sudarle la frente. Maldición, debería
haberse quedado en Londres el tiempo suficiente para visitar el Emporio de la
señora McAllen. Hacía demasiado tiempo que no se acostaba con una mujer.
Con
una fuerza de voluntad feroz, dejó a un lado sus pensamientos lascivos. Tal vez
fuera una prostituta, pero era igual de probable que fuese la hermana de Gilbert.
Lo que significaba que era la prima de Tyler, aunque fuera lejana. Sin importar
lo que hubiera hecho su hermano, Tyler esperaría de él que tratase a su
pariente como a una dama.
En
ese momento, ella apartó la copa.
—Le
habéis dicho a Elijah que estabais buscando al señor Gilbert. ¿Vuestro hermano?
—le preguntó Damon.
Ella
asintió y sus ojos finalmente se pusieron alerta.
—¿Cómo
habéis llegado aquí sola en mitad de la noche? Empapada como estáis, debéis de
haber venido en una calesa abierta. ¿Está el cochero esperando fuera? ¿Le digo
a Elijah que vaya a por vuestras cosas?
—No…
no tengo calesa —dijo ella con voz quebrada—. No hay cochero. He… venido
andando.
—¿Habéis
venido andando desde Hazelwick? —preguntó Damon con incredulidad—. ¿Sola en la
oscuridad?
Ella
ignoró la pregunta y le puso una mano en el brazo.
—¿He…
he oído bien? ¿Matt… no está aquí?
Fuera
quien fuera, debía de estar desesperada para ir tan lejos a pie en una noche de
lluvia. A pesar de detestar lo que Gilbert había hecho, Damon no pudo evitar
sentir cierta compasión por ella.
—No.
Lo siento, señora.
—¿Sabéis
cuál es su dirección?
Damon
miró a Elijah, que negó con la cabeza.
—No,
señora.
Los
ojos se le llenaron de lágrimas antes de que se los tapara con la mano.
—Dios
mío —susurró—, ¿qué voy a hacer?
Durante
unos instantes, Damon la observó mientras trataba de controlarse. Sintió
admiración en el pecho al ver cómo ella dominaba sus emociones y se tragaba las
lágrimas.
—Esta
noche nada —dijo Damon, infinitamente agradecido por su coraje. Preferiría
enfrentarse a una plaga de conejos en el huerto que a una mujer en mitad de un
ataque de llanto—. Elijah, levanta a la señora Winston y mira si puede buscar
algo de ropa seca para la señora Gilbert —miró de nuevo a la mujer—. ¿Cenasteis
algo antes de… salir de Hazelwick?
—No
—admitió ella.
No
era de extrañar que pareciese frágil y a punto del desmayo, después de haber
estado caminando durante kilómetros sin nada en el estómago. Al observar su
cara cansada, Damon imaginó que aquélla no sería la primera comida que se había
saltado en sus viajes.
—Dile
a la señora Winston que caliente un poco del estofado de la cena —le dijo a Elijah.
La
mujer lo miró con sus ojos enormes y apretó los labios con fuerza.
Unos
labios carnosos que desearía besar.
—Habéis
sido muy amable —dijo ella—. No sé cómo agradeceros…
Damon
levantó una mano y la silenció mientras se prohibía a sí mismo pensar en las
diversas maneras en que podría demostrarle su gratitud.
—Hablaremos
por la mañana, cuando estéis más tranquila, seca y descansada. Ah, aquí está la
señora Winston —se dirigió a su ama de llaves—. Tenemos una visita inesperada.
—Sí,
señor —dijo el ama de llaves, y le dirigió a la señora Gilbert una dura mirada
de escrutinio antes de hacer una reverencia.
La
señora Gilbert se incorporó abruptamente y colocó los pies en el suelo. Damon
sintió la pérdida de sus curvas contra su cuerpo con un suspiro interno de
lamento cuando ella se levantó para devolverle la reverencia a la señora
Winston. Damon se levantó también.
—La
señora Winston os preparará ropa seca y os alimentará antes de que os vayáis a
dormir. Os veré en el desayuno. Buenas noches, señora Gilbert.
Ella
asintió con la cabeza y luego hizo una reverencia lo suficientemente elegante
como para complacer a cualquier matrona de Almack's. Si era una prostituta,
desde luego había sido bien enseñada.
—Buenas
noches, señor Salvatore. Señora Winston, estoy en deuda con vuestra amabilidad.
Damon
observó cómo seguía al ama de llaves, que debía de estar pensando a saber qué
por tener que ocuparse de una mujer medio ahogada que se presentaba sin avisar
en mitad de la noche. ¿Qué catástrofe le habría ocurrido como para ir hasta
allí sola, a pie, y probablemente sin dinero?
Siendo
la hermana de Gilbert, debía de ser una dama, si no una de alto rango. Pero
ninguna mujer de buena reputación viajaría como ella lo había hecho.
Tal
vez fuera la prostituta de Gilbert, le sugirió su imaginación lujuriosa.
Tal
vez, aunque tenía esa indescriptible elegancia y porte en su presencia.
Dado
que no le quedaba nada más por hacer aquella noche, sería mejor irse a la cama.
Caminó ausente por el resto de la habitación mientras iba apagando las velas.
Por
alguna razón, sabiendo que la hermosa señora Gilbert dormía en alguna
habitación bajo su techo, no creía que fuese a ser capaz de dormir mucho.
Tras
dar vueltas en la cama durante toda la noche, Damon se levantó a la mañana
siguiente con un sentimiento de expectación que le hinchaba el pecho. Teniendo
en cuenta la montaña de trabajo que lo aguardaba sobre las granjas dilapidadas
en Blenhem, se preguntaba por qué aquella idea le parecía excitante, hasta que lo
recordó; la señora Gilbert. Esa mañana oiría su historia y sabría qué hacer con
ella.
Tras
vestirse con cuidado, pues debía aparecer como un caballero cuando había una
dama presente, se miró en el espejo. Ni siquiera Stefan podría encontrar un
solo fallo en su atuendo aquella mañana.
«Ah,
Damon Salvatore, qué hombre tan guapo eres», se dijo a sí mismo con una
carcajada. No rico como Hal, ni con un título tan distinguido como Tyler, pero
un hombre atractivo al fin y al cabo. Tal vez lo suficientemente atractivo como
para llevarse a la cama a su visita inesperada si resultaba ser menos que una
dama.
Se
apresuró al pequeño salón donde Elijah le sirvió el desayuno. Acababa de dar el
primer sorbo al café cuando la puerta se abrió y apareció la señora Gilbert.
Damon
se levantó con intención de saludarla y las palabras se le atascaron en la
garganta.
Aquellos
enormes ojos oscuros bajo unas expresivas cejas arqueadas resultaron ser
verdes; del verde del musgo aterciopelado junto a un arroyo que lo invitaba a
uno a sentarse y a escuchar el ruido del agua. ¡Y su pelo! Sin el gorro de la
noche anterior, acariciado por la luz del sol, consistía en un conjunto de
trenzas de color caoba que brillaban como una pizca de cobre.
Aunque
el delicado vestido que llevaba tenía un escote modesto, el lazo que llevaba
bajo la cintura lograba realzar sus pechos. Para ser una dama menuda, cuya
cabeza apenas le llegaba a la barbilla, tenía unos pechos deliciosamente
voluptuosos.
Damon
apretó los puños y trató de controlar su deseo de acariciarlos.
Uno
por uno, fue catalogando sus otros encantos; unos hombros y un cuello
delicados, brazos esbeltos, muñecas finas, manos pequeñas.
Seca
y vestida, le resultaba incluso más atractiva que a la luz del fuego.
—Buenos
días, señor Salvatore —dijo ella por fin, e hizo que Damon se diera cuenta
sobresaltado de que había estado evaluándola descaradamente.
—Buenos
días para vos también, señora Gilbert —respondió apresuradamente—. Por favor,
servios lo que queráis de los platos. ¿Queréis café?
—Sí,
gracias.
Le
indicó con la cabeza a Elijah que le sirviera una taza y aguardó mientras ella
llenaba su plato. Se sentó y comenzó a comer con mordiscos delicados, como si
estuviera saboreando cada bocado… mientras él saboreaba el juego de aquellos
labios tentadores. Cuántas cosas le gustaría hacer con aquellos labios.
Gracias
a años de educación, sólo le hacía falta una pequeña porción de su cerebro para
mantener una conversación educada.
Sin
embargo, sus respuestas abiertas y aparentemente sinceras a sus preguntas sobre
su hogar, su niñez con su hermano, su estancia en la India y su posterior
matrimonio comenzaron a hacerle ver con desilusión que probablemente fuera
justo lo que decía ser: la hermana de Matt Gilbert, por tanto la prima de Tyler,
por tanto más allá del alcance de su imaginación lasciva.
Aunque
eso seguía sin explicar cómo había acabado empapada en su puerta a medianoche.
En
cualquier caso, sería mejor dejar de imaginársela desnuda a la luz de la luna y
comenzar a pensar en tratarla como a una dama.
Aguardó
a que ambos hubieran terminado de desayunar, le pidió a Elijah que les sirviera
una taza más y le dio permiso para retirarse. Era el momento de descubrir lo
que se proponía aquella mujer.
—Y
bien, señora Gilbert, ¿cómo acabasteis en Blenhem Hill en mitad de la noche?
Ella
le dirigió una mirada de dolor y sus mejillas se sonrojaron.
—Por
muy humillantes que sean los detalles, después de vuestra hospitalidad hacia
una total desconocida, supongo que os debo la verdad.
—Como
deseéis.
—Mi
marido era soldado, como ya os he dicho —comenzó tras una pausa—. Más o menos
un año después de nuestra boda en la India, yo caí enferma. Él temía por mi
salud, de modo que insistió en que regresara a Inglaterra. Más tarde, descubrí
que él había sucumbido a la fiebre. Como su familia nunca estuvo de acuerdo con
nuestro matrimonio y yo no tenía dinero para volver a la India con mi padre,
acepté un puesto como institutriz. Mis jefes, lord y lady Lookbood, pasan casi
todo el año en Londres o visitando las fincas de campo de sus amigos, mientras
que sus hijas residen en Selbourne Abbey, en Hampshire.
—Un
paisaje precioso —intervino él.
—Lo
es, sí. Fui muy feliz allí. Hasta que… hasta que mis jefes regresaron. No hay
manera agradable de contarlo. Lord Lookbood persigue a cualquier mujer que se
le ponga por delante, hayan o no alentado su interés. Yo desde luego no lo
alenté, pero él siguió persiguiéndome. A pesar de mi vigilancia constante,
consiguió acorralarme en mi dormitorio, donde lady Lookbood nos descubrió en…
en una postura comprometida. Me echó de la casa aquella misma noche. Sin dinero
y sin referencias, no se me ocurrió nada salvo acudir a Matt. Pero encontré
impedimentos a cada paso del camino, de modo que cuando llegué aquí ya no tenía
recursos. Así que vine andando desde Hazelwick. Y ahora ya lo sabéis todo.
Con
las mejillas aún sonrojadas, agachó la mirada y se miró las manos, como si no
pudiera soportar mirarlo y ver tal vez la censura en sus ojos.
Si
estaba fingiendo, lo hacía de maravilla. Parecía una dama de la cabeza a los
pies. Excepto por aquellos labios carnosos y sus pechos turgentes.
Incluso
aunque su historia fuese cierta, Damon sintió cierta compasión hacia lord Lookbood.
La señora Gilbert era un bocado muy sabroso a los ojos de cualquier libertino.
Pero
sólo un poco, pues consideraba que un hombre que acosaba a una mujer, y más a
una que dependía de él, no merecía más que desprecio.
¿Habría
acosado lord Lookbood a la señora Gilbert? ¿O sería aquella mujer con cuerpo de
tentadora una tentadora en realidad? En cualquier caso, ¿qué iba a hacer con
ella?
Si
había sido despedida por libertinaje, entendía que hubiese decidido lanzarse en
busca de su hermano hasta esperar a que apareciera otro pichón. Su sorpresa al
descubrir que Gilbert ya no estaba en Blenhem había sido genuina, y Damon
estaba bastante seguro de que su súbita aparición en la casa no formaba parte
de un plan perverso maquinado por los dos hermanos.
Si
era en realidad la hermana de Matt Gilbert, y parecía que así era, entonces era
también la prima de lord Englemere. Aunque parecía preocupada por su futuro, Damon
sabía que Tyler nunca abandonaría a un pariente suyo; y la adorable Bonnie
probablemente la ayudaría a encontrar trabajo.
Pero
él no podía enviarles a una mujer que podría ser una prostituta.
¿Cómo
podría estar seguro?
En
aquel momento, ella dependía enteramente de él. De pronto se le ocurrió una
manera de poner a prueba su veracidad; un plan que revivió sus pensamientos
lujuriosos con una cierta sensación de culpa y excitación.
Con
su hermano lejos de allí y con Damon como único apoyo, si su moral era más laxa
de lo que debería, se mostraría más o menos dispuesta a aceptar un acuerdo que
sería lucrativo para ella y placentero para ambos.
No
era que pensase realmente en convertirla en su amante, pero si ella no
rechazaba sus avances, Damon sabría que no debía molestar a Tyler con el tema.
En
tal caso, un billete a Londres y dinero suficiente para vivir hasta encontrar
otro protector sería suficiente para cumplir con la responsabilidad que Tyler
pudiera tener hacia ella.
Ella
seguía sentada mirando hacia abajo, como si estuviera pensando. Mientras la
contemplaba, el cuerpo de Damon protestó contra la decisión de no aprovecharse
de sus encantos, si acaso ella respondiera a sus avances. Rechazó aquella
debilidad con impaciencia. En alguna ocasión había hecho uso de damas de la
profesión, pero nunca tendría una amante, pues no era lo suficientemente
perverso como para corromper a una inocente, ni lo suficientemente rico para
satisfacer los exquisitos gustos de una cortesana, ni estaba dispuesto a
conformarse con una mujer de vasta experiencia. Aunque no tenía intención de
plantar su semilla en tierra virgen, tampoco deseaba cultivar lo que
previamente había sido suelo común.
De
hecho siempre había esperado poder saciar permanentemente sus deseos carnales
en los brazos de una esposa. Aunque, después de su reciente fracaso en el campo
del cortejo, pensaba dedicarse sólo a la agricultura en un futuro próximo.
Aun
así, tuvo que hacer un esfuerzo por no escuchar a la voz de su cabeza, que le
decía que, si era una mujer de virtud fácil, no tendría nada de malo
aprovecharse de ella una vez antes de mandarla de vuelta a donde fuera.
Dado
que la señora Gilbert aún estaba perdida en los pensamientos sobre su futuro,
lo mejor sería actuar inmediatamente para determinar cuál era la respuesta.
¿Pero cómo trataba uno a una mujer así? Él nunca había jugado el papel de
libertino y no estaba seguro de cómo hacerlo. Aunque, por suerte, no tenía que
fingir su deseo hacia ella.
Cuando se
acercara, ¿ella le ofrecería sus labios… o le daría una bofetada?
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