Capítulo 23
—Ya ha pasado una semana —exclamó Damon
frustrado—. Y se niega a hablar conmigo. Aunque reniegue del hombre que fui, él
no habría tenido reparos en forzar la situación.
Damon estaba sentado en la terraza de
Laura, tomando una cerveza con Silas.
—Tienes aguante, hijo —el sheriff rio—. No puedo negarlo. La
mayoría de los hombres ya se habría marchado a estas alturas. Aún no me puedo
creer que consiguieras convencer a Laura de que no te asesinara y hasta ponerla
de tu parte.
Elena se había refugiado en su casa
sin salir más que para dar paseos por la playa. La única vez que Damon la había
interceptado en un paseo, se había escabullido y él había decidido no
molestarla más.
—No me voy a marchar —aseguró Damon—.
No me importa cuánto tiempo haga falta. La amo, y creo que ella aún me ama,
pero está dolida. Fui un auténtico bastardo. No me la merezco.
Siempre me decía
que no tenía por qué ser el mismo hombre. Pues, maldita sea, he decidido ser
otro y quiero que ella lo vea.
—Por aquí tenemos un dicho: «A lo
grande o a casa» —Silas apoyó una mano en el hombro de Damon—. Creo que debes
ir a lo grande. Muy grande.
—¿En qué estás pensando? —Damon frunció
el ceño.
—No es lo que yo esté pensando sino lo
que deberías estar pensando tú. Nos has prometido a Laura y a mí que no vas a
construir, pero ¿lo sabe ella? ¿Lo sabe el resto de la isla? Estás perdiendo la
oportunidad de demostrar de una vez por todas que eres un hombre nuevo.
—Creo que te entiendo —asintió Damon.
—No, creo que no. Convoca una reunión
en el ayuntamiento. Yo dejaré caer que vas a anunciar algo importante sobre el
complejo turístico. La gente acudirá porque querrán hacerse oír.
Confía en mí,
después de veinte años como sheriff
aquí, sé de lo que hablo.
—Pero no me servirá de nada si Elena se
niega a salir de su casa —señaló él.
—Ya se encargará Laura de que esté
allí. Tú limítate a pensar en cómo humillarte ante todo el mundo —concluyó
Silas con una sonrisa.
Damon suspiró. Tenía la sensación de
que no iba a ser uno de sus mejores momentos.
Sin embargo, si con eso lograba que Elena
lo escuchara, se tragaría su orgullo.
—¡Elena! Jamás pensé que fueras una
cobarde —contestó Silas exasperado—. Todo el mundo sabe lo que ha pasado y
están contigo.
—No me importa lo que piensen —susurró
ella—. Ya estaba preparada para ser el objeto de sus iras cuando fui a Nueva
York para darle permiso a Damon para que siguiera adelante.
—Entonces, ¿cuál es el problema? —preguntó
su abuela.
—No quiero verlo. ¿Tan difícil es de
entender? ¿Tenéis idea de lo que duele?
—Lo mejor que puedes hacer es aparecer
por allí con la cabeza bien alta. Cuanto antes termines con todo, mejor. Es
como una tirita, lo mejor es arrancarla de golpe.
—De acuerdo —Elena suspiró—. Iré. ¿Me
dejareis así en paz para que yo me ocupe de esto a mi manera? Sé que os
preocupáis, pero esto no es fácil para mí.
—Creo que todo irá mucho mejor después
de hoy —Mamaw la abrazó—. Ya lo verás.
Elena no estaba tan segura, pero
permitió que la arrastraran hasta el ayuntamiento y, cuando Silas la llevó
directamente a la primera fila, tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por no
salir corriendo.
Estaba en primera fila, a punto de oír
cómo el hombre que amaba anunciaba sus planes para un complejo que sería
posible gracias a su propia estupidez.
Con un suspiro se dejó caer en una de
las sillas, flanqueada a ambos lados por Mamaw y Silas. Varias personas se
pararon a saludar a Silas e incluso la miraron con simpatía.
Al menos nadie la estaba gritando por
permitir que el forastero construyera. Todavía no.
Rupert apareció poco después con una
inusual sonrisa en los labios. No era su sonrisa de político, era una sonrisa
sincera, encantada. Parecía casi extasiado.
Alzó las manos para pedir silencio y
frunció el ceño cuando no surtió efecto. A continuación se aclaró la garganta y
puso más cara de enfado.
Al final, Silas se puso en pie y
gritó:
—Silencio todo el mundo. El alcalde
solicita vuestra atención.
Todo el mundo quedó en silencio y
Rupert le dirigió a Silas una mirada de contrariedad.
—Tenemos hoy aquí a Damon Salvatore —se
volvió hacia el auditorio y sonrió—, de Tricorp Investment Opportunities, que
nos va a hablar de la propiedad que recientemente ha adquirido en la isla. Por
favor, prestémosle toda nuestra atención.
Damon subió al estrado y Elena quedó
espantada ante su apariencia. En primer lugar, iba vestido con vaqueros y una
camiseta. Parecía cansado y desastrado. Llevaba los cabellos revueltos y no
daba la sensación de haberse afeitado aquella mañana.
Unas oscuras sombras enmarcaban sus
ojos y su piel tenía un tono grisáceo poco habitual.
Se aclaró la garganta y echó un
vistazo a la congregación antes de posar los ojos en ella.
Parecía… nervioso. Algo imposible en
semejante hombre de negocios.
—Vine a esta isla con un único
propósito: comprar la propiedad que Elena Gilbert había puesto en venta.
Varios insultos murmurados recorrieron
la sala, pero Damon continuó imperturbable.
—Al hacerse evidente que ella ponía
una serie de condiciones para vender la tierra, opté por seducirla.
Básicamente, estaba dispuesto a cualquier cosa para convencerla de que
cumpliría su voluntad, sin tener que ponerlo por escrito.
Mamaw tuvo que sujetar a su nieta para
que no saltara de la silla.
—Siéntate. Debes escucharle. Déjale
terminar. Damon alzó las manos para acallar los airados murmullos de la gente
antes de posar su mirada en Elena quien, lentamente, se acomodó de nuevo en la
silla.
—No me siento orgulloso de lo que
hice, pero así era yo antes. Me marché sin intención de regresar hasta el
inicio de las obras. Pero mi avión se estrelló y perdí la memoria del tiempo
que había pasado aquí. Agradezco a ese accidente haber cambiado mi vida.
En la sala se hizo un silencio
sepulcral.
—Regresé con Elena para intentar
recuperar la memoria. Pero lo que hice fue enamorarme de la isla, y de Elena. Y
en esta ocasión de verdad. Ella insistía en que yo no tenía por qué seguir
siendo la persona que había sido, que podía cambiar y ser la persona que
quisiera ser. Y tenía razón. Ya no quiero ser la persona que era. Quiero ser
alguien de quien poder sentirme orgulloso, alguien de quien ella pueda sentirse
orgullosa. Quiero ser el hombre al que Elena Gilbert ama.
Los ojos de Elena se inundaron de
lágrimas y Mamaw le apretó la mano.
—He decidido devolverle a Elena sus
tierras para que haga con ellas lo que le plazca. Lo único que yo quiero es a
ella. Y a nuestro hijo.
Dejó de hablar con evidentes muestras
de estar haciendo un esfuerzo por conservar la compostura. Sus dedos se
aferraron al borde del atril, pero se notaba que temblaban.
A continuación bajó hasta la primera
fila, deteniéndose justo frente a ella y, apoyando una rodilla en el suelo, le
tomó una mano, estirándole los dedos, que entrelazó con los suyos.
—Te amo, Elena. Perdóname. Cásate
conmigo. Conviérteme en un hombre mejor de lo que era. Pasaré el resto de mi
vida siendo ese hombre para ti y nuestros hijos.
Un sollozo escapó de la garganta de Elena
en el instante mismo en que se lanzaba en brazos de Damon enterrando el rostro
en su cuello y llorando desconsoladamente.
Él la abrazó con fuerza y se
estremeció, a punto de desmoronarse también.
Le besó la oreja, la sien, la frente,
la cabeza. Y luego se apartó, tomándole el rostro entre las manos y cubriéndolo
de besos.
A su alrededor se oyeron suspiros y
exclamaciones, incluso un amago de aplauso, pero Elena sólo era consciente de
aquello que más necesitaba en el mundo: Damon.
—Contéstame por favor, nena —murmuró
él—. No me tortures más. Dime que no te he perdido para siempre. Puedo ser el
hombre que quieres que sea. Dame una oportunidad.
—Ya eres el hombre que quiero que seas
—ella lo besó y le acarició el rostro—. Te amo, Damon y sí. Sí me casaré
contigo.
—¡Ha dicho que sí! —él se puso en pie
de un salto y la levantó en vilo.
Todo el mundo estalló en vítores.
Mamaw hipó indecorosamente y, cuando Silas le entregó un pañuelo, se sonó la
nariz ruidosamente antes de volver a hipar.
Lentamente, Damon depositó a Elena en
el suelo, pero sin dejar de abrazarla.
—Lo siento, Elena. Siento haberte
mentido y haberte hecho daño. Si pudiera volver atrás y cambiarlo todo…
—Me alegra que no puedas hacerlo —contestó
ella—. Al oírte hablar hace un rato me di cuenta de que, si las cosas no hubieran
sucedido tal y como ocurrió, tú no estarías aquí ahora. Y lo importante es que
me amas aquí, ahora. Y mañana.
—Te amaré siempre —le aseguró él.
Elena miró a su alrededor mientras la
gente empezaba a abandonar el salón de reuniones. Mamaw y Silas se habían
marchado discretamente, dejándolos solos.
—¿Qué vamos a hacer, Damon? ¿Qué vas a
hacer? Fui a Nueva York para decirte que podías seguir adelante con la
construcción del hotel. ¿Qué pasará si no lo haces?
—Klaus, Stefan y Cam me apoyan —Damon suspiró—.
Y tú me apoyas. No necesito más. Supongo que buscarán otro lugar para
construir. En realidad no me importa. Les dije que no te iba a perder, ni a mi
hijo, por dinero. Vosotros sois lo más importante para mí.
—Después del espectáculo que acabas de
ofrecer, te creo —bromeó ella.
—Estoy cansado —admitió él—. Y tú
también. ¿Por qué no volvemos a tu casa, nos metemos en la cama y dormimos?
Sólo puedo pensar en tenerte nuevamente en mis brazos.
Ella lo abrazó con fuerza y cerró los
ojos antes de sonreírle, sintiendo cómo desaparecía el peso y el dolor. Por
primera vez en días, el grueso manto de la tristeza se disipó y le dejó una
sensación de ligereza y gloriosa felicidad.
Le tomó una mano y tiró de él,
conduciéndolo por el pasillo hasta la puerta de la calle. Al salir recibieron
un baño de sol que borró toda la oscuridad.
Levantó la vista y se encontró con la
escrutadora mirada de Damon. Su rostro reflejaba el amor que sentía por ella,
brillando en sus ojos más que el mismísimo sol.
Era una mirada de la que jamás se
cansaría, ni en un millón de años.
—Vamos a casa.
Fin
Maya Banks
A continuación.....
La Magia existe
me encanto la historia¡ y el final mas¡ gracias¡ >^.^<
ResponderEliminar