Capítulo 11
Damon soltó un juramento mientras se
enfrentaba a cuatro miradas acusadoras, aunque la de Elena era más bien
confusa, en su rostro se reflejaba dolor y estupor.
—Escúcheme bien —empezó el alcalde
dando un paso al frente.
Damon miró con dureza al hombre, que
reculó.
—Éste es un asunto entre Elena y yo —proclamó—.
Y tal y como ha dicho, estamos cansados del largo viaje. Ella está embarazada y
agotada. No pienso quedarme aquí de pie en la calle a discutir con ustedes.
—Pero… —el alcalde se volvió hacia el sheriff—. ¿Silas? ¿Vas a permitir que se
libre de esto?
—No está haciendo nada ilegal, Rupert —el
sheriff suspiró y se ajustó el
sombrero—. Puede que no sea ético, pero no es ilegal. Es el dueño de la tierra.
Puede hacer lo que quiera.
—¿Damon? ¿Has aprobado tú esto? ¿Es
verdad que van a iniciar la construcción? —preguntó Elena con un hilillo de
voz.
—Lo hablaremos en privado —contestó él
con voz tensa.
—¿Quieres que se quede, Elena? —preguntó
el sheriff.
Elena se frotó la sien con una mano,
como si no supiera qué contestar. Su mirada reflejaba dolor y un profundo
cansancio, como si hubiera perdido toda la energía.
Damon se acercó a ella y la abrazó por
la cintura.
—Hablaremos dentro —insistió.
—Se quedará aquí —tras mirarlo
inquisitivamente, Elena se dirigió a los otros dos hombres.
—¿Y qué pasa con la construcción? —preguntó
Rupert muy agitado—. ¿Qué se supone que voy a decirle a todo el mundo? No fui
yo quien le vendió esa tierra a un extraño, pero sucedió conmigo al frente.
Jamás seré reelegido si se sabe que la isla se fue al garete durante mi
mandato.
—Rupert, cállate —intervino la abuela
de Elena—. Mi nieta ya está lo bastante alterada como para que des la lata con
tu carrera política.
—Venga, Rupert. No sirve de nada
quedarnos aquí en la calle. Ya tendremos tiempo de aclararlo mañana —asintió
Silas mientras empujaba al otro hombre hacia su coche.
Las dos mujeres se abrazaron.
—Me alegro de que hayas vuelto. Me
preocupo mucho cuando viajas, sobre todo a Nueva York.
Mamaw abrazó a Damon y le dio una
palmada en la mejilla.
—Bienvenido, jovencito. Me alegra que
encontraras el camino de regreso.
Y con eso se dirigió por un camino de
piedra hacia el patio adyacente.
—¿Estará bien? —preguntó Damon—. ¿No
deberíamos acompañarla a su casa?
—Vive aquí al lado —Elena suspiró—. A
unos pasos de mi puerta.
—Entiendo. Lo siento.
—Sí, ya sé que no lo recuerdas.
Sin embargo, el tono de voz carecía de
la paciencia y comprensión que había demostrado hasta ese momento.
Demonios. Tiempo atrás habría
asegurado que, tratándose de negocios, no tenía conciencia. El negocio era el
negocio. Nada personal. Pero de repente… era muy personal.
—Vamos —dijo ella—. Tenemos que llevar
el equipaje dentro.
—Entra tú —Damon apoyó una mano en su
brazo—. Yo traeré las maletas.
Elena se encogió de hombros y entró en
su casa, dejando a Damon en la calle.
De modo que era allí donde había
pasado tantos días con sus noches. Allí donde su vida, supuestamente, había
sufrido un drástico cambio. Sin embargo, no sintió nada especial.
Tuvo que hacer dos viajes para llevar
todo el equipaje. Al entrar, miró a su alrededor, intentando percibir alguna
sensación de ese lugar al que Elena llamaba hogar. Reflejaba completamente su
personalidad: soleado, alegre y un poco abarrotado.
Ella miraba por la ventana, dándole la
espalda con los brazos cruzados.
—¿Sabías lo de la construcción? ¿Diste
la orden para que comenzara? —preguntó.
—¿Quieres que te mienta, Elena? —él
suspiró—. Pues no lo haré. Sí, ordené que comenzara la construcción. Y habría
empezado mucho antes de no ser por mi accidente. Mis inversores están
impacientes y quieren ver algún progreso a cambio de su dinero.
—Me lo prometiste —exclamó ella.
Damon se mesó los cabellos deseando
poder cambiarlo todo.
—Sabes que no lo recuerdo —contestó—.
Por lo que yo sé, compré la tierra, cerré el trato y adquirí el derecho a hacer
lo que quisiera con la propiedad. En el contrato no figura nada que me indique
qué uso debo darle. Jamás habría firmado algo así.
¿Por qué no conseguía recordar? Estaba
seguro de no haberle hecho ninguna promesa. Iba contra toda lógica. ¿Cómo iba a
comprar una tierra y prometer no construir en ella?
Se acercó a Elena y apoyó una mano en
su hombro. Ella dio un respingo y levantó el hombro para apartarse, pero él no
se lo permitió.
—Elena, te repito una vez más que no
pretendo hacerte daño. No recuerdo nada. Dices que te hice una promesa, pero no
tengo ninguna prueba de ello. La única prueba de que dispongo es el contrato de
venta con tu firma al pie de los documentos.
Ella lo miró con los ojos anegados en
lágrimas.
—Desde el principio te dejé claro que
no te vendería la propiedad a no ser que me prometieras que no construirías en
ella a gran escala. Me miraste a los ojos y me prometiste que no entraba dentro
de tus planes. Y me mentiste, Damon. Ya tenías a los inversores, los planos y
una agenda planificada. Acabas de decir que tu accidente retrasó el comienzo de
la construcción.
Damon sabía que uno de los dos mentía,
y no quería ser él. Pero tampoco que fuera ella.
—Maldita sea, Elena, me niego a
sentirme culpable por algo que no recuerdo.
—Deberíamos dormir un poco —contestó
ella—. No sirve de mucho discutir cuando los dos estamos tan cansados, y yo tan
alterada. Te mostraré el cuarto de invitados.
Damon respiró hondo, sintiéndose como
un idiota por lo que estaba a punto de decir.
—Paralizaré temporalmente las obras
hasta que aclaremos las cosas entre nosotros y yo recupere la memoria.
Elena parpadeó perpleja.
Aparentemente, era lo último que esperaba oír de él.
—¿En serio?
—Lo haría esta misma noche, pero no
habrá nadie allí —asintió él—. Mañana me presentaré y me aseguraré de que no se
haga nada hasta que yo dé la orden.
Elena se lanzó en sus brazos y lo
abrazó con tanta fuerza que le costaba respirar.
—Cada vez que creo que me has
traicionado, haces algo para que cambie de idea —susurró—. Cada vez que pienso
que he perdido al Damon del que me enamoré, haces algo para que sepa que sigue
ahí.
Damon no estaba seguro de gustarle oír
eso. Hacía que pareciera una especie de doctor Jekyll y míster Hyde. Demonios, quizás se había vuelto loco.
Klaus, Stefan y Cam lo iban a matar.
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