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BIENVENIDOS A TOD@S A ESTE BLOG, ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO LAS ADAPTACIONES DE CRÓNICAS VAMPÍRICAS.

COMO SABÉIS LOS PERSONAJES NO ME PERTENECEN Y LAS HISTORIAS QUE ADAPTARÉ TENDRÁN EL NOMBRE DE LA AUTORA AL FINAL DE CADA HISTORIA


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23 noviembre 2012

Recuérdame Capitulo 11


Capítulo 11
Damon soltó un juramento mientras se enfrentaba a cuatro miradas acusadoras, aunque la de Elena era más bien confusa, en su rostro se reflejaba dolor y estupor.

—Escúcheme bien —empezó el alcalde dando un paso al frente.

Damon miró con dureza al hombre, que reculó.


—Éste es un asunto entre Elena y yo —proclamó—. Y tal y como ha dicho, estamos cansados del largo viaje. Ella está embarazada y agotada. No pienso quedarme aquí de pie en la calle a discutir con ustedes.

—Pero… —el alcalde se volvió hacia el sheriff—. ¿Silas? ¿Vas a permitir que se libre de esto?

—No está haciendo nada ilegal, Rupert —el sheriff suspiró y se ajustó el sombrero—. Puede que no sea ético, pero no es ilegal. Es el dueño de la tierra. Puede hacer lo que quiera.

—¿Damon? ¿Has aprobado tú esto? ¿Es verdad que van a iniciar la construcción? —preguntó Elena con un hilillo de voz.

—Lo hablaremos en privado —contestó él con voz tensa.

—¿Quieres que se quede, Elena? —preguntó el sheriff.

Elena se frotó la sien con una mano, como si no supiera qué contestar. Su mirada reflejaba dolor y un profundo cansancio, como si hubiera perdido toda la energía.

Damon se acercó a ella y la abrazó por la cintura.

—Hablaremos dentro —insistió.

—Se quedará aquí —tras mirarlo inquisitivamente, Elena se dirigió a los otros dos hombres.

—¿Y qué pasa con la construcción? —preguntó Rupert muy agitado—. ¿Qué se supone que voy a decirle a todo el mundo? No fui yo quien le vendió esa tierra a un extraño, pero sucedió conmigo al frente. Jamás seré reelegido si se sabe que la isla se fue al garete durante mi mandato.

—Rupert, cállate —intervino la abuela de Elena—. Mi nieta ya está lo bastante alterada como para que des la lata con tu carrera política.

—Venga, Rupert. No sirve de nada quedarnos aquí en la calle. Ya tendremos tiempo de aclararlo mañana —asintió Silas mientras empujaba al otro hombre hacia su coche.

Las dos mujeres se abrazaron.

—Me alegro de que hayas vuelto. Me preocupo mucho cuando viajas, sobre todo a Nueva York.
Mamaw abrazó a Damon y le dio una palmada en la mejilla.

—Bienvenido, jovencito. Me alegra que encontraras el camino de regreso.

Y con eso se dirigió por un camino de piedra hacia el patio adyacente.

—¿Estará bien? —preguntó Damon—. ¿No deberíamos acompañarla a su casa?

—Vive aquí al lado —Elena suspiró—. A unos pasos de mi puerta.

—Entiendo. Lo siento.

—Sí, ya sé que no lo recuerdas.

Sin embargo, el tono de voz carecía de la paciencia y comprensión que había demostrado hasta ese momento.

Demonios. Tiempo atrás habría asegurado que, tratándose de negocios, no tenía conciencia. El negocio era el negocio. Nada personal. Pero de repente… era muy personal.

—Vamos —dijo ella—. Tenemos que llevar el equipaje dentro.

—Entra tú —Damon apoyó una mano en su brazo—. Yo traeré las maletas.

Elena se encogió de hombros y entró en su casa, dejando a Damon en la calle.
De modo que era allí donde había pasado tantos días con sus noches. Allí donde su vida, supuestamente, había sufrido un drástico cambio. Sin embargo, no sintió nada especial.

Tuvo que hacer dos viajes para llevar todo el equipaje. Al entrar, miró a su alrededor, intentando percibir alguna sensación de ese lugar al que Elena llamaba hogar. Reflejaba completamente su personalidad: soleado, alegre y un poco abarrotado.

Ella miraba por la ventana, dándole la espalda con los brazos cruzados.

—¿Sabías lo de la construcción? ¿Diste la orden para que comenzara? —preguntó.

—¿Quieres que te mienta, Elena? —él suspiró—. Pues no lo haré. Sí, ordené que comenzara la construcción. Y habría empezado mucho antes de no ser por mi accidente. Mis inversores están impacientes y quieren ver algún progreso a cambio de su dinero.

—Me lo prometiste —exclamó ella.

Damon se mesó los cabellos deseando poder cambiarlo todo.

—Sabes que no lo recuerdo —contestó—. Por lo que yo sé, compré la tierra, cerré el trato y adquirí el derecho a hacer lo que quisiera con la propiedad. En el contrato no figura nada que me indique qué uso debo darle. Jamás habría firmado algo así.

¿Por qué no conseguía recordar? Estaba seguro de no haberle hecho ninguna promesa. Iba contra toda lógica. ¿Cómo iba a comprar una tierra y prometer no construir en ella?

Se acercó a Elena y apoyó una mano en su hombro. Ella dio un respingo y levantó el hombro para apartarse, pero él no se lo permitió.

—Elena, te repito una vez más que no pretendo hacerte daño. No recuerdo nada. Dices que te hice una promesa, pero no tengo ninguna prueba de ello. La única prueba de que dispongo es el contrato de venta con tu firma al pie de los documentos.

Ella lo miró con los ojos anegados en lágrimas.

—Desde el principio te dejé claro que no te vendería la propiedad a no ser que me prometieras que no construirías en ella a gran escala. Me miraste a los ojos y me prometiste que no entraba dentro de tus planes. Y me mentiste, Damon. Ya tenías a los inversores, los planos y una agenda planificada. Acabas de decir que tu accidente retrasó el comienzo de la construcción.

Damon sabía que uno de los dos mentía, y no quería ser él. Pero tampoco que fuera ella.

—Maldita sea, Elena, me niego a sentirme culpable por algo que no recuerdo.

—Deberíamos dormir un poco —contestó ella—. No sirve de mucho discutir cuando los dos estamos tan cansados, y yo tan alterada. Te mostraré el cuarto de invitados.

Damon respiró hondo, sintiéndose como un idiota por lo que estaba a punto de decir.

—Paralizaré temporalmente las obras hasta que aclaremos las cosas entre nosotros y yo recupere la memoria.

Elena parpadeó perpleja. Aparentemente, era lo último que esperaba oír de él.

—¿En serio?

—Lo haría esta misma noche, pero no habrá nadie allí —asintió él—. Mañana me presentaré y me aseguraré de que no se haga nada hasta que yo dé la orden.

Elena se lanzó en sus brazos y lo abrazó con tanta fuerza que le costaba respirar.

—Cada vez que creo que me has traicionado, haces algo para que cambie de idea —susurró—. Cada vez que pienso que he perdido al Damon del que me enamoré, haces algo para que sepa que sigue ahí.

Damon no estaba seguro de gustarle oír eso. Hacía que pareciera una especie de doctor Jekyll y míster Hyde. Demonios, quizás se había vuelto loco.

Klaus, Stefan y Cam lo iban a matar.

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