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GRACIAS

13 junio 2013

En tus brazos Capitulo 15

Capítulo 15

Ansioso y frustrado, Damon dirigió a su caballo hacia el establo de la posada, donde se reuniría con el resto del grupo después de que hubieran terminado su inspección casa por casa en el pueblo. Desde que Miller le llevase aquella mañana al viajero de Nottingham, diciendo que conocía el paradero del líder que había prendido fuego a la hilandería, no había dejado de imaginar el momento de ponerle las manos encima al hombre que había convertido en cenizas sus inversiones y puesto en peligro la vida de sus trabajadores.
Pero parecía que habían perdido al hombre que buscaban a cada instante. En las cenizas calientes de un fuego, con las provisiones dispersas en la primera casa, habían encontrado pruebas de que alguien habitaba allí, pero no al habitante. Se habían dirigido entonces hacia el este, donde inspeccionaron otras casas abandonadas; todas ellas mostraban signos de ocupación, pero no tan recientes, lo que indicaba que el hombre que las había dejado se había movido de un lado a otro. O que varios hombres se habían instalado en terreno de Blenhem.
Por suerte, al pasarse por casa de la abuela Cuthbert había encontrado a la anciana sana y salva, lo que demostraba que al menos uno de los informes ofrecidos por los hombres que se habían unido a la búsqueda era falso, pues aseguraba que el hombre misterioso había raptado a la anciana.
Llegado a ese punto, tras varias horas infructuosas, estaba considerando la opción de rendirse cuando uno de los hombres divisó a un hombre a caballo junto al bosque que bordeaba el camino a Hazelwick. Tras enviar a la mitad del grupo a continuar la búsqueda en la otra dirección, Damon se había adentrado con su grupo en el bosque. Sin embargo, hasta el momento no había descubierto al extraño ni en el bosque ni en los alrededores de Hazelwick.
¿Sabría realmente el informador quién había provocado el fuego? ¿Sería realmente responsable el ocupante de la casa abandonada, o simplemente un trabajador normal, uno de los muchos hombres despedidos recién llegados de Manchester en busca de los trabajos que Damon ofrecía?
¿Y si la información era correcta, pero en vez de dirigirse hacia el pueblo, el rufián había dado la vuelta en algún punto del bosque y se había ido en dirección contraria?
Hacia el oeste… hacia la escuela. De pronto tuvo un mal presentimiento. Sin duda Elijah le habría dicho a la señora Gilbert la razón de su ausencia aquella mañana. Sabiendo eso, ella no se habría aventurado a salir de la mansión.
Incluso mientras lo pensaba, no pudo evitar sonreír. Era la misma señora Gilbert a la que no había podido disuadir de acompañarlo al incendio. Si ella sentía que había trabajo que hacer, no se quedaría en casa mientras los equipos de búsqueda rastreaban Blenhem con la esperanza de capturar a alguien que, hasta el momento, ni siquiera podía decir que fuese un villano.
Además, si salía, Davie iría con ella. El chico no era más que eso, pero era listo y resuelto para su edad. Damon sabía que utilizaría todo su ingenio para que la señora Gilbert estuviese a salvo.
Aun así, Damon se sentiría mucho mejor si lograran localizar al extraño para poder regresar y ver cómo estaba Elena.
Mientras esperaba, al menos iría al bar y le preguntaría a cualquiera que estuviese allí si había visto al extraño. Mary, de pie junto a una mesa ocupada por un joven que la miraba con admiración, le dirigió una sonrisa cuando entró.
—¿Una jarra de cerveza, señor Salvatore? —preguntó.
—Ahora no, gracias. Estoy buscando a un recién llegado que vive en una de las casas abandonadas de Blenhem. Puede ser un desempleado llegado de Manchester. ¿Has tenido algún cliente nuevo?
—No, y tampoco hemos tenido mucha clientela hoy, salvo el señor Abernathy, aquí presente. Es el hijo del terrateniente —ambos caballeros se saludaron con un movimiento de cabeza y Mary continuó—. El señor Kirkbride se ha marchado pronto, después de que llegara el hermano de Miller y dijera que estaban todos buscando al hombre que le prendió fuego a la hilandería. ¿Aún no lo han encontrado?
—No —dijo Damon—. Tengo hombres inspeccionando todas las casas y establos en Blenhem y en el pueblo. Si no lo encontramos allí, iremos al bosque. De un modo u otro, hoy daremos con él.
En ese instante, el posadero, el señor Kirkbride, entró corriendo en el bar.
—¡Señor Salvatore, venid deprisa! ¡Un hombre se ha atrincherado en la escuela y tiene a la maestra como rehén! Dicen que es ese villano, al que reemplazasteis, Barksdale.
Antes de que Damon pudiera llegar hasta la puerta, Mary ya había palidecido.
—¡No! —gritó, dio dos pasos hacia él y cayó hacia delante, como si estuviera a punto de desmayarse.
Desesperado por marcharse, Damon se detuvo un momento para atrapar a la chica antes de que cayera al suelo. Sin embargo, tras estabilizarla ella se incorporó sin ayuda.
—No, estoy bien. ¡Iros! ¡Iros ya! —le instó—. Debéis salvar a la señora Gilbert antes de que Barksdale… le haga daño. ¡Como me lo hizo a mí! —gritó al borde del llanto.
Kirkbride, que al igual que Damon había corrido a ayudarla, se detuvo en seco.
—¿Barksdale te hizo daño? ¿Cuándo?
—¿Creéis que nací siendo una casquivana? —respondió ella—. Fue Barksdale quien me atacó, al llegar una noche del pueblo. Era él el padre del bebé que perdí. Amenazó con echar a mis padres de aquí si le contaba a alguien la verdad. ¡Si le hace daño a la señora Gilbert, será culpa mía! Creí haberlo visto por el pueblo ayer, pero luego pensé que sería sólo mi imaginación, que desde hace años me hace verlo por todas partes. Debería haber advertido a Jesse… Pero no es momento para esto. ¡Corred, señor Salvatore! ¡Tommy! —le gritó al hijo del terrateniente mientras seguía a Damon a la calle—, préstale al señor Salvatore tu caballo. Ese caballo es más rápido que el vuestro, señor.
—Sí, lleváoslo —dijo el joven.
Tras darle las gracias, Damon se subió al caballo y salió al galope.
—¡Salvadla, señor! —gritó Mary mientras se alejaba—. ¡Debéis salvarla!
¿Conseguiría llegar a tiempo a la escuela? ¿Cómo conseguiría que Barksdale la soltara, si realmente la tenía como rehén?
Damon intentó no pensar en la imagen que Mary había descrito y se concentró en la maraña de hechos que acababa de descubrir. Barksdale, el odiado ayudante del anterior gerente, estaba en la zona. Pero Damon dudaba que pudiera ser el líder del grupo que se reunía en la posada; era demasiado infame en el condado como para inducir a los revolucionarios a seguirlo. Si tenía algún contacto con el grupo, tendría que utilizar intermediarios.
Como un obrero de Nottingham… o refugiados de las hilanderías de Manchester; tal vez de la misma fábrica donde había «vendido» a Davie.
Pero, a medida que se acercaba a la escuela, ya no podía dejar de pensar en el miedo y la preocupación que invadían su mente. Lo único que importaba era liberar a Elena.
¿Sería culpa suya que estuviese en peligro, por no haber retrasado su salida aquella mañana lo suficiente para advertirla en persona que se quedase en la mansión? ¿Por estar tan obsesionado con capturar al villano en vez de preocuparse por su seguridad? ¿Por no revelar su identidad y sus razones para ocultarla hacía tiempo, para que estuviera advertida?
El testimonio de Mary había despejado cualquier duda sobre lo oscuro que era el carácter del hombre que la tenía prisionera. Pero, si Barksdale la tenía como rehén, rodeado de una muchedumbre furiosa y amenazante, sin duda su primera idea sería utilizarla como intercambio para escapar, no hacerle daño. No con una multitud de testigos que estarían encantados de testificar contra él.
Mantenerla a salvo era el único proceder racional; si acaso se trataba de un hombre racional.
Por fin, cuando divisó la escuela a lo lejos, vio que en efecto estaba rodeada de hombres.
Mientras detenía al caballo, casi a punto de saltar de la silla sin haber parado del todo, oyó una voz que gritaba su nombre.
La voz de Elena. Miró en la dirección de la voz y la buscó al tiempo que ella volvía a gritar.
—¡Damon! ¡Aquí!
Entonces la vio; su cabeza y un hombro atrapados en el pequeño hueco de la pared que Tanner aún no había terminado de sellar. Estaba intentando salir, agarrándose a las piedras exteriores con una mano mientras alguien, sin duda Barksdale, intentaba arrastrarla al interior.
Damon se bajó del caballo y salió corriendo. Las ramas le rasgaron las vestiduras y una le arañó la cara mientras corría y se abalanzaba para agarrar a Elena.
—Suéltala, Barksdale —gritó—. Se acabó. No puedes ganar. Ríndete y no será tan malo para ti.
Mientras agarraba a Elena con fuerza y gritaba, Damon daba patadas a la pared con la bota. Tras unos segundos, consiguió romper una piedra, luego otra, hasta que la vieja argamasa se deshizo y, con un último tirón, consiguió liberar el hombro que quedaba atrapado.
Con la ferocidad de una rata acorralada en un granero, Barksdale se negaba a soltarla.
—¿Crees que tienes las de ganar, Damon Salvatore? Bueno, yo sé un par de cosas, y al final será mía. Suéltala o juro que le romperé los tobillos.
Antes de que Damon pudiera decidir si la amenaza era real sin causarle más daño a Elena, oyó un fuerte crujido en la parte delantera del edificio.
—¡Eso es, chicos! —gritaba Davie—. Otro golpe y tendremos la puerta abierta.
El ataque sorpresa distrajo a Barksdale durante el tiempo que Damon necesitaba. Al sentir que la resistencia cedía, tiró con todas sus fuerzas. De pronto Elena quedó libre y ambos cayeron al suelo.
Desde el otro lado de la escuela se oyó un fuerte estruendo que indicaba que los hombres habían conseguido echar abajo la puerta. Al darse cuenta de que la captura era inminente, Barksdale asomó la cabeza y los hombros por el hueco e intentó salir por allí. Con un grito, Damon le dio una patada en la cara. Mientras Barksdale gemía y se cubría con el brazo, fue agarrado desde el otro lado y desapareció por el agujero.
Damon se incorporó para ayudar a Elena a recuperar el equilibrio. Había perdido su gorro, tenía el vestido manchado de tierra y el pelo revuelto.
—Santo Dios, decidme que estáis bien —le dijo.
—Ahora sí —contestó ella, y se lanzó a sus brazos.
—¿De verdad estáis bien? —insistió él apoyando la mejilla en su pelo—. ¿No os ha…?
—No. Estoy bien, de verdad —murmuró Elena. En ese momento Davie se acercó corriendo, seguido de Tanner y de algunos otros.
—¿Señora Gilbert, estáis bien? —preguntó el chico.
—Sí, Davie.
—Tenéis las uñas rotas y la cara magullada —dijo Davie—. Y os sangra la parte de atrás de la cabeza.
Mientras Damon se colocaba tras ella para inspeccionar la herida, Davie se arrodilló ante ellos.
—¡Es todo culpa mía, señor Salvatore! —gritó con lágrimas en los ojos—. Me dijisteis que no la dejara sola. Pensé que Tanner llegaría enseguida. Cuando regresé y vi que las persianas estaban bajadas y la puerta cerrada, me asusté más de lo que me he asustado en mi vida.
—Cálmate —le dijo Elena—. No podías saber que Tanner se había ido con el grupo de búsqueda. Y el señor Salvatore no habría podido liberarme si tú no hubieras logrado engañar a Barksdale para darme tiempo para escapar. De no ser por ti, ahora seguiría prisionera.
—Has hecho un gran trabajo, chico —dijo Tanner—. Señor Salvatore, deberíais haberlo visto, bailando entre las balas.
—No me hubiera importado ser alcanzado por una con tal de liberarla —le dijo Davie a Damon—. Sé cómo es. Es una serpiente. Preferiría estar muerto que vivo sabiendo que os ha hecho daño, señora. ¡Aun así estáis sangrando! ¡Lo siento tremendamente! —se llevó las manos a la cara y comenzó a llorar.
—Tranquilo —dijo Elena acariciándole la cabeza—. Lo único que tengo son unos cortes que se curarán rápido. Sin tu ayuda, habría sido mucho peor.
Mientras tranquilizaba a Davie, el villano fue arrastrado fuera del edificio, con las mejillas ensangrentadas de las patadas de Damon.
—Señor Tanner, quiero un informe detallado más tarde, y de los demás también. Pero ahora, debemos llevar a este hombre ante las autoridades —dijo Damon—. Señora Gilbert, debéis regresar a la mansión y que la señora Winston os cure la cabeza. ¿La llevas tú, Davie?
—¿Confiáis en mí? —preguntó el chico sorprendido.
—Por lo que he oído, la señora Gilbert aún seguiría prisionera si no hubiera sido por tu inteligencia. Claro que confío en ti.
Secándose las lágrimas, Davie se puso en pie de un salto.
—Gracias, señor Salvatore. No volveré a decepcionaros, lo prometo.
—Probablemente necesite que testifiques más tarde —añadió Damon.
Davie miró a Barksdale con odio y dijo:
—Será un placer.
Barksdale, que había permanecido de pie impasible durante la conversación, de pronto se inclinó hacia delante y escupió a Davie.
—Eso es por tu «valentía». En cuanto a lo de testificar, ya veremos. Aún no he acabado, Salvatore.
—¡Ya basta! —exclamó Damon, haciendo un verdadero esfuerzo por no estrangularlo allí mismo con sus propias manos—. Tendrás que decir eso ante un juez. Ahora, dado que todo lo que digas puede ser utilizado en tu contra en un tribunal, te sugiero que guardes silencio. Antes de que uno de los caballeros aquí presentes decida silenciarte por mí.
Entre murmullos, aplausos y ofrecimientos de la multitud para hacerlo, Damon se volvió hacia Elena.
No quería enviarla con Davie. No porque no confiara en él, sino porque deseaba estrecharla entre sus brazos hasta que su corazón se calmase y su alma fuese consciente de que estaba a salvo.
Pero tenía una herida en la cabeza, de modo que, cuanto antes regresara a casa, mejor. Aunque sólo deseaba acompañarla e inspeccionar la herida personalmente, sabía que lo primero que tenía que hacer era asegurarse de que el villano Barksdale fuese encarcelado en Hazelwick.
Tras los acontecimientos de aquella mañana, el miedo y la ansiedad habían suprimido su habitual lujuria hasta el punto de que se daría por satisfecho con regresar y sentarse junto a su cama sin más, mientras ella dormía.
Un sentimiento de angustia se apoderó de él al darse cuenta de lo cerca que había estado de perderla sin tener siquiera la oportunidad de intentar seducirla.
Se dijo a sí mismo que se encargaría de eso más tarde. Lo primero era ocuparse de Barksdale para poder regresar junto a ella.
Dado el mal humor de la multitud, sería mejor realizar el trámite deprisa. En muchas de las caras furiosas veía el fuerte deseo de llevar al prisionero no a la cárcel, sino a un prado donde una soga al cuello daría buena cuenta del hombre que había destrozado sus vidas en Blenhem durante años.
Aunque estaba de acuerdo con ellos en que el hombre era despreciable, cualquier castigo que recibiera tenía que ser a manos de las autoridades. Reticente, Damon se volvió hacia Davie.
—Asegúrate de llevar la calesa despacio, Davie, para que la señora Gilbert no se maree demasiado. Llama a la señora Winston nada más llegar y deja a la señora Gilbert a su cuidado antes de ocuparte de la calesa. Yo volveré cuando hayamos acabado con este asunto.
—¿Puedo decir algo? —intervino Elena—. He perdido un poco de sangre, no la inteligencia ni la lengua.
—Por favor —dijo él estrechándole la mano—, permitidme este capricho, señora, y dejad que se ocupen de vos. No me quedaré tranquilo hasta saber que estáis completamente recuperada.
La miró a los ojos con la esperanza de que ella pudiera ver todas las emociones que sentía y que no se atrevía a expresar delante de la gente.
—Como deseéis —contestó ella.
—Entonces os veré más tarde. Llévala a casa, Davie —dijo entregándole su mano al chico, que la agarró del brazo y la escoltó lentamente hacia la calesa, como si fuera una delicada copa que pudiera romperse si se agitaba mucho. Una vez sentada en la calesa, Damon se despidió de ellos y se volvió hacia los hombres que tenían preso a Barksdale.
—Caballeros, metamos al prisionero en el carro de Tanner y llevémoslo al pueblo.


Pasaron varias horas hasta que Damon pudo por fin emprender el camino de vuelta a Blenhem Hill. Había tenido que mandar a un hombre a buscar al alguacil, que estaba fuera del pueblo con otro grupo de búsqueda, luego esperar que regresara antes de poder entregar a Barksdale a las autoridades.
Desde que los amenazara a Davie y a él en la escuela, durante el trayecto al pueblo y a los calabozos el prisionero había seguido su consejo de guardar silencio, y había ignorado las provocaciones de los granjeros y habitantes del pueblo.
A pesar de despreciar profundamente a Barksdale, Damon había de admirar la frialdad de su fachada. Era evidente que había sido un soldado muy capaz; lo cual hacía que fuese más triste el hecho de que se hubiera convertido en un rufián.
Impasible como se había mostrado, Damon sospechaba que, tras presenciar el nivel de hostilidad de la multitud hacia él, Barksdale se sentiría tranquilo al comprobar que el calabozo tenía firmes paredes de piedra y que el alguacil fuese un hombre honrado que no apoyaba el linchamiento.
Cuando por fin regresó el grupo de búsqueda, con el alguacil a la cabeza, Tanner les explicó lo que había sucedido en la escuela.
De modo que Barksdale se había hecho pasar por el misterioso Hampton.
No era de extrañar que hubiera querido que la señora Gilbert hablase por él. Tenía que saber que, para salvaguardar la vida de una mujer valiosa para la comunidad, sus perseguidores habrían hecho cualquier cosa que el señor Hampton dijera. Habría sido mucho más difícil para él persuadirlos para que dejaran escapar a Barksdale.
Cualquier admiración por el coraje de Barksdale ante la multitud se evaporó cuando recordó lo que había querido hacerle a Elena, lo que Mary le había advertido que habría hecho si el plan de Davie no hubiera tenido éxito.
Al enterarse de lo que había hecho el chico, apreció doblemente su potencial. Debía ser algo más que el ayudante del gerente; debía tener una educación y la oportunidad de servir al más alto nivel.
Tras encarcelar a Barksdale, mientras Damon atravesaba el establo de la posada, Mary se acercó corriendo a él. Aunque él le aseguró que Barksdale había sido capturado y que la señora Gilbert estaba a salvo, ella se arrodilló llorando y culpándose a sí misma por no haberle dicho a nadie que había visto al villano por la zona.
Cuando el grupo de hombres que había acompañado a Damon a los calabozos se arremolinó a su alrededor y comenzó a hacerle preguntas a la camarera, ésta se puso orgullosamente en pie. Los miró seriamente y repitió más detalladamente lo que ya le había contado a Damon; que años atrás Barksdale la había atacado en el bosque mientras ella regresaba a casa del pueblo. Que la había dejado embarazada, que todo el mundo pensaba que el padre era su amado Jesse Russell. Contó que, incluso después de que sus padres la rechazaran y de que la amable Peg Kirkbride la acogiera, después de perder al bebé y comenzar a trabajar en el bar, había guardado el secreto, pues Barksdale seguía amenazando con desahuciar a su familia y vender a sus hermanos a una fábrica, como había hecho con Davie, si alguna vez contaba lo que había hecho.
Miró a Damon tras contar su historia y dijo:
—Lo repetiré otra vez ante el alguacil, señor, si creéis que eso ayudará.
—Gracias, Mary. Vendré a buscarte si es necesario —contestó él, horrorizado por la depravación de Barksdale y decidido a hacer todo lo posible por ahorrarle a Mary la angustia de tener que volver a contar lo sucedido.
En aquel momento Jesse Russell, que estaba de pie entre la multitud detrás de Mary sin ser visto, se acercó cojeando y se detuvo a su lado.
—Barksdale ya se había ido cuando yo regresé —dijo suavemente—. ¿Por qué no me contaste a mí la verdad?
—Estaba avergonzada —contestó ella llorando.
—Oh, Mary, mi amor —suspiró y la acercó a él con su único brazo. Tras unos segundos de reticencia, ella lo abrazó y hundió la cara en su pecho.
Mientras el resto de la multitud se dispersaba, Damon se subió al caballo y se alejó con la esperanza de que los dos amantes pudieran solucionar sus diferencias después de todo.
Realmente lo esperaba. Sabía exactamente lo que era temer perder al amor de tu vida para siempre.
Lo único que deseaba era ver a su amor y asegurarse de que estuviese a salvo.
Sin embargo, mientras dirigía al caballo hacia Blenhem Hill, se le ocurrió algo que le dio esperanza.
Si resultaba que Barksdale era en realidad el líder del grupo radical, el responsable del incendio y el que había atacado su carruaje, Damon pronto podría resolver todos los problemas que le habían obligado a asumir un alias.
Podría confesarle su identidad a Elena y cortejarla. Y si el destino le sonreía, al fin podría convertirla en su esposa y amarla durante el resto de sus días.
Con esa idea en la cabeza, azuzó a su caballo para llegar cuanto antes.


Poco después dirigió al caballo hacia la mansión. Cansado y sudoroso tras un largo día en la silla, no había comido desde la mañana, pero todo eso podía esperar. Adecuado o no, antes de hacer cualquier otra cosa, quería ir a la habitación de Elena y asegurarse de que estuviese bañada, vendada y dormida en su cama.
Tras comer y lavarse, si el miedo aún era más fuerte que el deseo, tal vez seguiría su impulso inicial y regresaría para guardar vigilia junto a ella durante la noche.
Con ese pensamiento feliz, cabalgó hasta los establos, le entregó el caballo al mozo de cuadras y corrió hacia la casa.

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