Capítulo
15
Ansioso
y frustrado, Damon dirigió a su caballo hacia el establo de la posada, donde se
reuniría con el resto del grupo después de que hubieran terminado su inspección
casa por casa en el pueblo. Desde que Miller le llevase aquella mañana al
viajero de Nottingham, diciendo que conocía el paradero del líder que había
prendido fuego a la hilandería, no había dejado de imaginar el momento de
ponerle las manos encima al hombre que había convertido en cenizas sus
inversiones y puesto en peligro la vida de sus trabajadores.
Por
suerte, al pasarse por casa de la abuela Cuthbert había encontrado a la anciana
sana y salva, lo que demostraba que al menos uno de los informes ofrecidos por
los hombres que se habían unido a la búsqueda era falso, pues aseguraba que el
hombre misterioso había raptado a la anciana.
Llegado
a ese punto, tras varias horas infructuosas, estaba considerando la opción de
rendirse cuando uno de los hombres divisó a un hombre a caballo junto al bosque
que bordeaba el camino a Hazelwick. Tras enviar a la mitad del grupo a
continuar la búsqueda en la otra dirección, Damon se había adentrado con su
grupo en el bosque. Sin embargo, hasta el momento no había descubierto al
extraño ni en el bosque ni en los alrededores de Hazelwick.
¿Sabría
realmente el informador quién había provocado el fuego? ¿Sería realmente
responsable el ocupante de la casa abandonada, o simplemente un trabajador
normal, uno de los muchos hombres despedidos recién llegados de Manchester en
busca de los trabajos que Damon ofrecía?
¿Y
si la información era correcta, pero en vez de dirigirse hacia el pueblo, el
rufián había dado la vuelta en algún punto del bosque y se había ido en
dirección contraria?
Hacia
el oeste… hacia la escuela. De pronto tuvo un mal presentimiento. Sin duda Elijah
le habría dicho a la señora Gilbert la razón de su ausencia aquella mañana.
Sabiendo eso, ella no se habría aventurado a salir de la mansión.
Incluso
mientras lo pensaba, no pudo evitar sonreír. Era la misma señora Gilbert a la
que no había podido disuadir de acompañarlo al incendio. Si ella sentía que
había trabajo que hacer, no se quedaría en casa mientras los equipos de búsqueda
rastreaban Blenhem con la esperanza de capturar a alguien que, hasta el
momento, ni siquiera podía decir que fuese un villano.
Además,
si salía, Davie iría con ella. El chico no era más que eso, pero era listo y
resuelto para su edad. Damon sabía que utilizaría todo su ingenio para que la
señora Gilbert estuviese a salvo.
Aun
así, Damon se sentiría mucho mejor si lograran localizar al extraño para poder
regresar y ver cómo estaba Elena.
Mientras
esperaba, al menos iría al bar y le preguntaría a cualquiera que estuviese allí
si había visto al extraño. Mary, de pie junto a una mesa ocupada por un joven
que la miraba con admiración, le dirigió una sonrisa cuando entró.
—¿Una
jarra de cerveza, señor Salvatore? —preguntó.
—Ahora
no, gracias. Estoy buscando a un recién llegado que vive en una de las casas
abandonadas de Blenhem. Puede ser un desempleado llegado de Manchester. ¿Has
tenido algún cliente nuevo?
—No,
y tampoco hemos tenido mucha clientela hoy, salvo el señor Abernathy, aquí
presente. Es el hijo del terrateniente —ambos caballeros se saludaron con un
movimiento de cabeza y Mary continuó—. El señor Kirkbride se ha marchado
pronto, después de que llegara el hermano de Miller y dijera que estaban todos
buscando al hombre que le prendió fuego a la hilandería. ¿Aún no lo han
encontrado?
—No
—dijo Damon—. Tengo hombres inspeccionando todas las casas y establos en
Blenhem y en el pueblo. Si no lo encontramos allí, iremos al bosque. De un modo
u otro, hoy daremos con él.
En
ese instante, el posadero, el señor Kirkbride, entró corriendo en el bar.
—¡Señor
Salvatore, venid deprisa! ¡Un hombre se ha atrincherado en la escuela y tiene a
la maestra como rehén! Dicen que es ese villano, al que reemplazasteis,
Barksdale.
Antes
de que Damon pudiera llegar hasta la puerta, Mary ya había palidecido.
—¡No!
—gritó, dio dos pasos hacia él y cayó hacia delante, como si estuviera a punto
de desmayarse.
Desesperado
por marcharse, Damon se detuvo un momento para atrapar a la chica antes de que
cayera al suelo. Sin embargo, tras estabilizarla ella se incorporó sin ayuda.
—No,
estoy bien. ¡Iros! ¡Iros ya! —le instó—. Debéis salvar a la señora Gilbert
antes de que Barksdale… le haga daño. ¡Como me lo hizo a mí! —gritó al borde
del llanto.
Kirkbride,
que al igual que Damon había corrido a ayudarla, se detuvo en seco.
—¿Barksdale
te hizo daño? ¿Cuándo?
—¿Creéis
que nací siendo una casquivana? —respondió ella—. Fue Barksdale quien me atacó,
al llegar una noche del pueblo. Era él el padre del bebé que perdí. Amenazó con
echar a mis padres de aquí si le contaba a alguien la verdad. ¡Si le hace daño
a la señora Gilbert, será culpa mía! Creí haberlo visto por el pueblo ayer,
pero luego pensé que sería sólo mi imaginación, que desde hace años me hace
verlo por todas partes. Debería haber advertido a Jesse… Pero no es momento
para esto. ¡Corred, señor Salvatore! ¡Tommy! —le gritó al hijo del
terrateniente mientras seguía a Damon a la calle—, préstale al señor Salvatore
tu caballo. Ese caballo es más rápido que el vuestro, señor.
—Sí,
lleváoslo —dijo el joven.
Tras
darle las gracias, Damon se subió al caballo y salió al galope.
—¡Salvadla,
señor! —gritó Mary mientras se alejaba—. ¡Debéis salvarla!
¿Conseguiría
llegar a tiempo a la escuela? ¿Cómo conseguiría que Barksdale la soltara, si
realmente la tenía como rehén?
Damon
intentó no pensar en la imagen que Mary había descrito y se concentró en la
maraña de hechos que acababa de descubrir. Barksdale, el odiado ayudante del
anterior gerente, estaba en la zona. Pero Damon dudaba que pudiera ser el líder
del grupo que se reunía en la posada; era demasiado infame en el condado como
para inducir a los revolucionarios a seguirlo. Si tenía algún contacto con el
grupo, tendría que utilizar intermediarios.
Como
un obrero de Nottingham… o refugiados de las hilanderías de Manchester; tal vez
de la misma fábrica donde había «vendido» a Davie.
Pero,
a medida que se acercaba a la escuela, ya no podía dejar de pensar en el miedo
y la preocupación que invadían su mente. Lo único que importaba era liberar a Elena.
¿Sería
culpa suya que estuviese en peligro, por no haber retrasado su salida aquella
mañana lo suficiente para advertirla en persona que se quedase en la mansión?
¿Por estar tan obsesionado con capturar al villano en vez de preocuparse por su
seguridad? ¿Por no revelar su identidad y sus razones para ocultarla hacía
tiempo, para que estuviera advertida?
El
testimonio de Mary había despejado cualquier duda sobre lo oscuro que era el
carácter del hombre que la tenía prisionera. Pero, si Barksdale la tenía como
rehén, rodeado de una muchedumbre furiosa y amenazante, sin duda su primera
idea sería utilizarla como intercambio para escapar, no hacerle daño. No con
una multitud de testigos que estarían encantados de testificar contra él.
Mantenerla
a salvo era el único proceder racional; si acaso se trataba de un hombre
racional.
Por
fin, cuando divisó la escuela a lo lejos, vio que en efecto estaba rodeada de
hombres.
Mientras
detenía al caballo, casi a punto de saltar de la silla sin haber parado del
todo, oyó una voz que gritaba su nombre.
La
voz de Elena. Miró en la dirección de la voz y la buscó al tiempo que ella
volvía a gritar.
—¡Damon!
¡Aquí!
Entonces
la vio; su cabeza y un hombro atrapados en el pequeño hueco de la pared que
Tanner aún no había terminado de sellar. Estaba intentando salir, agarrándose a
las piedras exteriores con una mano mientras alguien, sin duda Barksdale,
intentaba arrastrarla al interior.
Damon
se bajó del caballo y salió corriendo. Las ramas le rasgaron las vestiduras y
una le arañó la cara mientras corría y se abalanzaba para agarrar a Elena.
—Suéltala,
Barksdale —gritó—. Se acabó. No puedes ganar. Ríndete y no será tan malo para
ti.
Mientras
agarraba a Elena con fuerza y gritaba, Damon daba patadas a la pared con la
bota. Tras unos segundos, consiguió romper una piedra, luego otra, hasta que la
vieja argamasa se deshizo y, con un último tirón, consiguió liberar el hombro
que quedaba atrapado.
Con
la ferocidad de una rata acorralada en un granero, Barksdale se negaba a
soltarla.
—¿Crees
que tienes las de ganar, Damon Salvatore? Bueno, yo sé un par de cosas, y al
final será mía. Suéltala o juro que le romperé los tobillos.
Antes
de que Damon pudiera decidir si la amenaza era real sin causarle más daño a Elena,
oyó un fuerte crujido en la parte delantera del edificio.
—¡Eso
es, chicos! —gritaba Davie—. Otro golpe y tendremos la puerta abierta.
El
ataque sorpresa distrajo a Barksdale durante el tiempo que Damon necesitaba. Al
sentir que la resistencia cedía, tiró con todas sus fuerzas. De pronto Elena
quedó libre y ambos cayeron al suelo.
Desde
el otro lado de la escuela se oyó un fuerte estruendo que indicaba que los
hombres habían conseguido echar abajo la puerta. Al darse cuenta de que la
captura era inminente, Barksdale asomó la cabeza y los hombros por el hueco e
intentó salir por allí. Con un grito, Damon le dio una patada en la cara.
Mientras Barksdale gemía y se cubría con el brazo, fue agarrado desde el otro
lado y desapareció por el agujero.
Damon
se incorporó para ayudar a Elena a recuperar el equilibrio. Había perdido su
gorro, tenía el vestido manchado de tierra y el pelo revuelto.
—Santo
Dios, decidme que estáis bien —le dijo.
—Ahora
sí —contestó ella, y se lanzó a sus brazos.
—¿De
verdad estáis bien? —insistió él apoyando la mejilla en su pelo—. ¿No os ha…?
—No.
Estoy bien, de verdad —murmuró Elena. En ese momento Davie se acercó corriendo,
seguido de Tanner y de algunos otros.
—¿Señora
Gilbert, estáis bien? —preguntó el chico.
—Sí,
Davie.
—Tenéis
las uñas rotas y la cara magullada —dijo Davie—. Y os sangra la parte de atrás
de la cabeza.
Mientras
Damon se colocaba tras ella para inspeccionar la herida, Davie se arrodilló
ante ellos.
—¡Es
todo culpa mía, señor Salvatore! —gritó con lágrimas en los ojos—. Me dijisteis
que no la dejara sola. Pensé que Tanner llegaría enseguida. Cuando regresé y vi
que las persianas estaban bajadas y la puerta cerrada, me asusté más de lo que
me he asustado en mi vida.
—Cálmate
—le dijo Elena—. No podías saber que Tanner se había ido con el grupo de
búsqueda. Y el señor Salvatore no habría podido liberarme si tú no hubieras
logrado engañar a Barksdale para darme tiempo para escapar. De no ser por ti,
ahora seguiría prisionera.
—Has
hecho un gran trabajo, chico —dijo Tanner—. Señor Salvatore, deberíais haberlo
visto, bailando entre las balas.
—No
me hubiera importado ser alcanzado por una con tal de liberarla —le dijo Davie
a Damon—. Sé cómo es. Es una serpiente. Preferiría estar muerto que vivo
sabiendo que os ha hecho daño, señora. ¡Aun así estáis sangrando! ¡Lo siento
tremendamente! —se llevó las manos a la cara y comenzó a llorar.
—Tranquilo
—dijo Elena acariciándole la cabeza—. Lo único que tengo son unos cortes que se
curarán rápido. Sin tu ayuda, habría sido mucho peor.
Mientras
tranquilizaba a Davie, el villano fue arrastrado fuera del edificio, con las
mejillas ensangrentadas de las patadas de Damon.
—Señor
Tanner, quiero un informe detallado más tarde, y de los demás también. Pero
ahora, debemos llevar a este hombre ante las autoridades —dijo Damon—. Señora Gilbert,
debéis regresar a la mansión y que la señora Winston os cure la cabeza. ¿La
llevas tú, Davie?
—¿Confiáis
en mí? —preguntó el chico sorprendido.
—Por
lo que he oído, la señora Gilbert aún seguiría prisionera si no hubiera sido
por tu inteligencia. Claro que confío en ti.
Secándose
las lágrimas, Davie se puso en pie de un salto.
—Gracias,
señor Salvatore. No volveré a decepcionaros, lo prometo.
—Probablemente
necesite que testifiques más tarde —añadió Damon.
Davie
miró a Barksdale con odio y dijo:
—Será
un placer.
Barksdale,
que había permanecido de pie impasible durante la conversación, de pronto se
inclinó hacia delante y escupió a Davie.
—Eso
es por tu «valentía». En cuanto a lo de testificar, ya veremos. Aún no he
acabado, Salvatore.
—¡Ya
basta! —exclamó Damon, haciendo un verdadero esfuerzo por no estrangularlo allí
mismo con sus propias manos—. Tendrás que decir eso ante un juez. Ahora, dado
que todo lo que digas puede ser utilizado en tu contra en un tribunal, te
sugiero que guardes silencio. Antes de que uno de los caballeros aquí presentes
decida silenciarte por mí.
Entre
murmullos, aplausos y ofrecimientos de la multitud para hacerlo, Damon se
volvió hacia Elena.
No
quería enviarla con Davie. No porque no confiara en él, sino porque deseaba
estrecharla entre sus brazos hasta que su corazón se calmase y su alma fuese
consciente de que estaba a salvo.
Pero
tenía una herida en la cabeza, de modo que, cuanto antes regresara a casa,
mejor. Aunque sólo deseaba acompañarla e inspeccionar la herida personalmente,
sabía que lo primero que tenía que hacer era asegurarse de que el villano
Barksdale fuese encarcelado en Hazelwick.
Tras
los acontecimientos de aquella mañana, el miedo y la ansiedad habían suprimido
su habitual lujuria hasta el punto de que se daría por satisfecho con regresar
y sentarse junto a su cama sin más, mientras ella dormía.
Un
sentimiento de angustia se apoderó de él al darse cuenta de lo cerca que había
estado de perderla sin tener siquiera la oportunidad de intentar seducirla.
Se
dijo a sí mismo que se encargaría de eso más tarde. Lo primero era ocuparse de
Barksdale para poder regresar junto a ella.
Dado
el mal humor de la multitud, sería mejor realizar el trámite deprisa. En muchas
de las caras furiosas veía el fuerte deseo de llevar al prisionero no a la
cárcel, sino a un prado donde una soga al cuello daría buena cuenta del hombre
que había destrozado sus vidas en Blenhem durante años.
Aunque
estaba de acuerdo con ellos en que el hombre era despreciable, cualquier castigo
que recibiera tenía que ser a manos de las autoridades. Reticente, Damon se
volvió hacia Davie.
—Asegúrate
de llevar la calesa despacio, Davie, para que la señora Gilbert no se maree
demasiado. Llama a la señora Winston nada más llegar y deja a la señora Gilbert
a su cuidado antes de ocuparte de la calesa. Yo volveré cuando hayamos acabado
con este asunto.
—¿Puedo
decir algo? —intervino Elena—. He perdido un poco de sangre, no la inteligencia
ni la lengua.
—Por
favor —dijo él estrechándole la mano—, permitidme este capricho, señora, y
dejad que se ocupen de vos. No me quedaré tranquilo hasta saber que estáis
completamente recuperada.
La
miró a los ojos con la esperanza de que ella pudiera ver todas las emociones
que sentía y que no se atrevía a expresar delante de la gente.
—Como
deseéis —contestó ella.
—Entonces
os veré más tarde. Llévala a casa, Davie —dijo entregándole su mano al chico,
que la agarró del brazo y la escoltó lentamente hacia la calesa, como si fuera
una delicada copa que pudiera romperse si se agitaba mucho. Una vez sentada en
la calesa, Damon se despidió de ellos y se volvió hacia los hombres que tenían
preso a Barksdale.
—Caballeros,
metamos al prisionero en el carro de Tanner y llevémoslo al pueblo.
Pasaron
varias horas hasta que Damon pudo por fin emprender el camino de vuelta a
Blenhem Hill. Había tenido que mandar a un hombre a buscar al alguacil, que
estaba fuera del pueblo con otro grupo de búsqueda, luego esperar que regresara
antes de poder entregar a Barksdale a las autoridades.
Desde
que los amenazara a Davie y a él en la escuela, durante el trayecto al pueblo y
a los calabozos el prisionero había seguido su consejo de guardar silencio, y
había ignorado las provocaciones de los granjeros y habitantes del pueblo.
A
pesar de despreciar profundamente a Barksdale, Damon había de admirar la
frialdad de su fachada. Era evidente que había sido un soldado muy capaz; lo
cual hacía que fuese más triste el hecho de que se hubiera convertido en un
rufián.
Impasible
como se había mostrado, Damon sospechaba que, tras presenciar el nivel de
hostilidad de la multitud hacia él, Barksdale se sentiría tranquilo al
comprobar que el calabozo tenía firmes paredes de piedra y que el alguacil
fuese un hombre honrado que no apoyaba el linchamiento.
Cuando
por fin regresó el grupo de búsqueda, con el alguacil a la cabeza, Tanner les
explicó lo que había sucedido en la escuela.
De
modo que Barksdale se había hecho pasar por el misterioso Hampton.
No
era de extrañar que hubiera querido que la señora Gilbert hablase por él. Tenía
que saber que, para salvaguardar la vida de una mujer valiosa para la
comunidad, sus perseguidores habrían hecho cualquier cosa que el señor Hampton
dijera. Habría sido mucho más difícil para él persuadirlos para que dejaran
escapar a Barksdale.
Cualquier
admiración por el coraje de Barksdale ante la multitud se evaporó cuando
recordó lo que había querido hacerle a Elena, lo que Mary le había advertido
que habría hecho si el plan de Davie no hubiera tenido éxito.
Al
enterarse de lo que había hecho el chico, apreció doblemente su potencial.
Debía ser algo más que el ayudante del gerente; debía tener una educación y la
oportunidad de servir al más alto nivel.
Tras
encarcelar a Barksdale, mientras Damon atravesaba el establo de la posada, Mary
se acercó corriendo a él. Aunque él le aseguró que Barksdale había sido
capturado y que la señora Gilbert estaba a salvo, ella se arrodilló llorando y
culpándose a sí misma por no haberle dicho a nadie que había visto al villano
por la zona.
Cuando
el grupo de hombres que había acompañado a Damon a los calabozos se arremolinó
a su alrededor y comenzó a hacerle preguntas a la camarera, ésta se puso
orgullosamente en pie. Los miró seriamente y repitió más detalladamente lo que
ya le había contado a Damon; que años atrás Barksdale la había atacado en el
bosque mientras ella regresaba a casa del pueblo. Que la había dejado
embarazada, que todo el mundo pensaba que el padre era su amado Jesse Russell.
Contó que, incluso después de que sus padres la rechazaran y de que la amable
Peg Kirkbride la acogiera, después de perder al bebé y comenzar a trabajar en
el bar, había guardado el secreto, pues Barksdale seguía amenazando con
desahuciar a su familia y vender a sus hermanos a una fábrica, como había hecho
con Davie, si alguna vez contaba lo que había hecho.
Miró
a Damon tras contar su historia y dijo:
—Lo
repetiré otra vez ante el alguacil, señor, si creéis que eso ayudará.
—Gracias,
Mary. Vendré a buscarte si es necesario —contestó él, horrorizado por la depravación
de Barksdale y decidido a hacer todo lo posible por ahorrarle a Mary la
angustia de tener que volver a contar lo sucedido.
En
aquel momento Jesse Russell, que estaba de pie entre la multitud detrás de Mary
sin ser visto, se acercó cojeando y se detuvo a su lado.
—Barksdale
ya se había ido cuando yo regresé —dijo suavemente—. ¿Por qué no me contaste a
mí la verdad?
—Estaba
avergonzada —contestó ella llorando.
—Oh,
Mary, mi amor —suspiró y la acercó a él con su único brazo. Tras unos segundos
de reticencia, ella lo abrazó y hundió la cara en su pecho.
Mientras
el resto de la multitud se dispersaba, Damon se subió al caballo y se alejó con
la esperanza de que los dos amantes pudieran solucionar sus diferencias después
de todo.
Realmente
lo esperaba. Sabía exactamente lo que era temer perder al amor de tu vida para
siempre.
Lo
único que deseaba era ver a su amor y asegurarse de que estuviese a salvo.
Sin
embargo, mientras dirigía al caballo hacia Blenhem Hill, se le ocurrió algo que
le dio esperanza.
Si
resultaba que Barksdale era en realidad el líder del grupo radical, el
responsable del incendio y el que había atacado su carruaje, Damon pronto
podría resolver todos los problemas que le habían obligado a asumir un alias.
Podría
confesarle su identidad a Elena y cortejarla. Y si el destino le sonreía, al
fin podría convertirla en su esposa y amarla durante el resto de sus días.
Con
esa idea en la cabeza, azuzó a su caballo para llegar cuanto antes.
Poco
después dirigió al caballo hacia la mansión. Cansado y sudoroso tras un largo
día en la silla, no había comido desde la mañana, pero todo eso podía esperar.
Adecuado o no, antes de hacer cualquier otra cosa, quería ir a la habitación de
Elena y asegurarse de que estuviese bañada, vendada y dormida en su cama.
Tras
comer y lavarse, si el miedo aún era más fuerte que el deseo, tal vez seguiría
su impulso inicial y regresaría para guardar vigilia junto a ella durante la
noche.
Con ese
pensamiento feliz, cabalgó hasta los establos, le entregó el caballo al mozo de
cuadras y corrió hacia la casa.
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