Capítulo 14
—ESPERO que comprendas el significado de esta habitación —señaló
Damon, media hora más tarde, luego que un camarero les llevó la cena y una
botella de champaña en hielo.
Elena le brindó una sonrisa maliciosa
y se acarició el vientre.
—Si no lo hago, aquí hay alguien que me lo recordará.
—Todavía no hablamos de Caroline como es debido —comentó Damon
con voz baja— No te he dicho que comprendo bien qué fue lo que te hizo actuar
así. Supongo que lo que me enfureció fue el descubrir que usaste un marido
ficticio para mantenerme alejado. Verás, yo estaba muy celoso de él y con mucho
resentimiento porque llevabas su hijo en tus entrañas y no el mío, que no eras
la mujer de mis sueños, sólo crearía para mí y que eras la mujer de otro
hombre.
—No te mentí porque fueras tú... al menos no en ese sentido —le
informó Elena, tratando de tragarse el nudo que sus palabras emocionadas
formaron en su garganta— Una vez que supe que estaba embarazada, decidí que era
una señal de que debía empezar una nueva vida. Nunca imaginé que volveríamos a
encontrarnos, así que inventé un marido desaparecido para proteger a nuestro
hijo. No quería para él, o ella, el estigma de la ilegitimidad y también haría
las cosas más fáciles para mí. Cuando volvimos a encontrarnos, yo ya había
establecido mi personalidad como viuda y no podía dar marcha atrás. Estaba
aterrorizada de que descubrieras la verdad y también que era tu hijo. No sé por
qué... La larga enfermedad y la muerte de Caroline me hicieron ver cualquier
compromiso físico o emocional de forma muy distorsionada. Supongo que lo que le
ocurrió a ella me hizo temer que algo parecido me sucedería a mí o alguien a quien
amase.
—Sí, comprendo lo terrible que es ver como una vida tan joven
queda destruida con tanta crueldad —aceptó Damon sombrío— Lo mismo ocurrió con
nosotros, en el caso de mamá... el ver cómo perdió su libertad, verla confinada
a una silla de ruedas para siempre. Es extraña la forma en que sufrimos más por
los otros que por nosotros mismos.
—Caroline estaba muy deprimida en algunas ocasiones. Me rogó
varias veces que la ayudara a poner fin a las cosas.
—Mamá también ha sufrido depresiones —comentó Damon con voz
pesada— Cuando cayó.
Elena cubrió su mano con la suya y
notó que temblaba.
—Siempre le agradeceré que me dijera que me amabas —le indicó Damon—
De otro modo, sólo Dios sabe tiempo más habríamos perdido. No lo creía... pero
quería hacerlo con desesperación.
—Y en lo único en lo que yo pensaba era en cuánto me
despreciabas por tantas mentiras. Todo lo que hacías y decías parecía
confirmarlo.
—Todo eso sólo era motivado por mi frustración. Mi orgullo
estaba muy lastimado por la forma en que me engañaste. Pero lo que más me dolió
fue percatarme de que estabas dispuesta a no dejarme saber que el niño es mío.
—Porque creía que eso era lo correcto. ¿Podrás perdonarme?
—No hay nada que perdonar —dijo él, besándole la palma de la
mano.
Más tarde, envueltos uno en brazos de
otro, en la languidez del amor, Damon comentó somnoliento:
—En aquel momento en esta misma habitación, pensé que la mujer
con quien hice el amor era alguien muy especial. Ahora sé que tan especial era
—rió al sentir el gesto avergonzado de Elena— Para una dama embarazada, señora Salvatore,
usted es muy sensual y provocativa, ¿lo sabía?
—No creo que todo sea atribuible a mí, señor Salvatore —replicó
ella.
—Ah, bueno, ya sabes lo que dicen de la abstinencia —respondió Damon,
acariciándola antes de volver a abrazarla.
—Yo sabía que era la ausencia —comentó Elena, adormilada; pero
le costaba esfuerzo hablar y era una gran pérdida de tiempo el formar palabras
con los labios cuando con ellos podía estar haciendo algo más interesante. Algo
como saborear la piel de Damon, por ejemplo. Probar y excitar el cuerpo
masculino, tan cerca del suyo, en respuesta igual a lo que ella sentía.
Las manos de Damon y luego sus labios
hacían una tierna exploración del cuello y de los senos. Dejó escapar su nombre
en un gemido y lo acercó más, ávida de volver a sentirlo dentro de ella. Se
hicieron el amor con gentileza y se quedaron dormidos. Volvieron a amarse con
la suave luz del amanecer.
—Vaya luna de miel, señora Salvatore —comentó Damon, cuando iban
de regreso a casa.
Era maravilloso oírlo bromear, compartir con él su felicidad. Los temores y las dudas de Elena habían desaparecido, dispersándose como la bruma con el calor del sol. Ahora podía observarlos en su verdadero contexto: la reacción natural de todo ser humano ante la pérdida, a través de una larga y desesperante enfermedad de una persona amada. Era como salir a la luz después de cruzar un largo túnel oscuro.
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